Por: Oswaldo Espinoza
La universidad como institución social, ha sido una de las principales responsables de la reproducción del discurso colonial en Venezuela y América Latina, las razones de tal afirmación resultan obvias si entendemos el proceso colonial como la dominación de una potencia sobre otros pueblos y naciones, proceso que en su máxima expresión se traduce en el control absoluto del territorio, sus recursos y su gente (Control Social, político y económico).
No obstante si bien es cierto que la dominación formal político territorial finalizó con la Independencia, permanece aún vigente la dimensión más peligrosa del colonialismo, que es la colonialidad, entendida esta, recordando a Mignolo, como el discurso que utiliza el opresor para justificar su dominio; pero más allá de ello hay que decir que es también el discurso que hace que el oprimido asuma con sumisión la opresión y termine aceptando e incluso justificando al opresor.
El discurso colonial se basa en la pretensión de las potencias dominantes, de justificar su dominio a partir de vender como verdad absoluta que existe una relación de superioridad natural de las naciones del atlántico norte sobre los pueblos del sur; son superiores, según afirman, porque están mejor dotados para gobernar (colonialidad del poder) y además poseen y producen el único conocimiento verdadero (colonialidad del saber); y es precisamente en este último aspecto en que la universidad ha jugado su papel reproductor del discurso, no porque se produzca y reproduzca el conocimiento científico, positivista y eurocéntrico, sino porque niega sistemáticamente otras formas de conocimientos y saberes, cometiendo en el proceso el crimen del epistemicidio como acertadamente lo define Santos Boaventura De Souza. La pretensión de la objetividad científica y el desconocimiento de la otredad y sus saberes ha llevado a la universidad al auto enclaustramiento, convirtiéndose en la torre de marfil donde se custodia el conocimiento autentico.
Descolonizar la universidad es un clamor de los pueblos nuestro americanos, que estremeció la institucionalidad hace un siglo con la Reforma de Córdoba, y que volvió a resonar en la voz de Ernesto Guevara en la universidad de las Villas hace ya más de 50 años, se trata, parafraseando al Ché, de una universidad que se pinte de negro, de mulato, de campesino, de obrero; es decir, que se trata de una universidad que sea del pueblo. Para cumplir con la tarea pendiente, la universidad debe en primera instancia salir de su encierro, y a través de la interacción socioeducativa, vincularse con su entorno en un dialogo humilde y sincero con los conocimiento y saberes otros del pueblo, que no es más que su propio pueblo; se trata de asumirse como un actor del proceso de desarrollo a través de la vinculación con todos los otros actores sociales, políticos y económicos de la región y el país.
Solo esa voluntad de vinculación dialógica hará que la universidad y su labor formativa y dinámica de investigación sea pertinente con el territorio; ello se traduciría en una oferta académica que responda a las necesidades y potencialidades nacionales y regionales; también en un proceso de reconocimiento y reivindicación de los saberes ancestrales y las innovaciones autóctonas y populares de las cuales la universidad también aprenderá y aprendiendo aportará desde sus propios saberes y conocimientos, sus procesos académicos y administrativos, su infraestructura y sus recursos.