Para el lingüista, filósofo y politólogo estadounidense, la clave reside en la movilización popular y constante. “El activismo puede llegar a ser muy influyente», sostiene.
La inminencia de la extinción es uno de los ejes centrales que aglutina al activismo del siglo XXI. Los niveles de carbono en la atmósfera, más elevados que en cualquier punto anterior de la historia humana, aumentaron con celeridad hasta más de cuatrocientas partes por millón, muy por encima de las trescientas cincuenta partes por millón hasta las que se considera que el nivel es seguro. La destrucción de la vida en la Tierra no es un relato apocalíptico, producto de la desmesurada imaginación medioambientalista o de un grupúsculo perturbado de la comunidad científica. “Cada año, cerca de treinta millones y medio de personas se ven obligadas a desplazarse por causas de desastres naturales como inundaciones y tormentas; se trata de una de las consecuencias vaticinadas del calentamiento global y significa casi una persona por segundo, es decir muchísimas más de las que huyen por causa de la guerra y el terrorismo. A medida que los glaciares se derritan y el nivel del mar aumente, algo que hará peligrar los suministros de agua de un vasto número de personas, estas cifras seguirán aumentando”, advierte Noam Chomsky, lingüista, filósofo y politólogo estadounidense, uno de los activistas más influyentes del mundo, en Cooperación o extinción (Ediciones B).
El libro –que se puede leer junto a En llamas de Naomi Klein—despliega una recopilación de textos que surgieron a partir del “Encuentro con Chomsky”, celebrado en Boston a mediados de octubre de 2016, en el exterior de la histórica iglesia de Old South, donde se congregó una multitud de jóvenes que se extendió a lo largo de dos manzanas. La charla de aquella tarde tenía el título de “Internacionalismo o extinción”. El cuerpo principal del libro lo constituye el discurso original del autor de Hegemonía o supervivencia, Estados fallidos y ¿Quién domina al mundo? Entre los materiales se incluye la transcripción de una conversación en el mismo encuentro con Wallace Shawn, un activista comprometido, más conocido como dramaturgo y actor; y las preguntas que formularon los que asistieron al encuentro con las respuestas de Chomsky. Además de la emergencia climática, los otros dos temas fundamentales fueron la amenaza nuclear y el peligro que entraña el debilitamiento del sistema democrático en todo el mundo.
Chomsky, que nació en Filadelfia el 7 de diciembre de 1928, adquirió su primera conciencia política estimulado por las lecturas en las librerías de los anarquistas españoles exiliados en Nueva York. Tenía once años cuando publicó su primer artículo sobre la caída de Barcelona y la expansión del fascismo en Europa. Su activismo político arrancó con la movilización contra la guerra de Vietnam. Si entonces llamó la atención, fue porque como profesor de lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), él pertenecía a una universidad que investigó bombas inteligentes y técnicas de contrainsurgencia para la guerra de Vietnam.
Para Chomsky extinción e internacionalismo están asociados en “un funesto abrazo” desde una fecha precisa: 6 de agosto de 1945, cuando el presidente de Estados Unidos ordenó los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. A partir de aquel fatídico día la humanidad entró en una nueva era: la era atómica. “Lo que no se percibió entonces es que surgía una nueva época geológica que hoy conocemos con el nombre de Antropoceno, la cual viene definida por un nivel extremo de impacto humano sobre el entorno”, explica el lingüista estadounidense y agrega que la era atómica y el Antropoceno constituyen una amenaza dual para la perpetuación de la vida humana organizada. “Está ampliamente reconocido que nos encontramos en un sexto período de extinciones masivas; el quinto, hace sesenta y seis millones de años, se atribuye por lo general al impacto de un gigantesco asteroide contra la superficie de la Tierra, lo que supuso el final del 75 por ciento de las especies del planeta. Este acontecimiento puso fin a la era de los dinosaurios y allanó el camino al apogeo de los pequeños mamíferos y, en última instancia, de los humanos, hace unos doscientos mil años”.
Hace tiempo que la capacidad de los seres humanos para destruirse unos a otros a escala masiva está fuera de duda. El Anthropocene Working Group confirma que las emisiones a la atmósfera de CO2 (dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero de origen humano) están aumentando a la tasa más elevada existente en sesenta y seis millones de años. Aunque Chomsky no se detiene a analizar cada uno de los datos disponibles, pone el foco en algunos aspectos alarmantes. “El deshielo de los glaciares del Himalaya podría acabar con las reservas de agua de toda Asia Meridional, es decir, de varios millones de personas. Solo en Bangladesh se espera que en las próximas décadas emigren decenas de millones por la única razón del aumento del nivel del mar, debido a que se trata de una planicie litoral costera. Será una crisis de refugiados que hará insignificantes las cotas actuales, y se trata nada más que del comienzo”, aclara el lingüista estadounidense y recuerda que los Acuerdos de París, alcanzados en la COP 21, en 2015, supusieron un desarrollo a los esfuerzos internacionales por evitar la catástrofe. Debería haber entrado en vigencia en octubre de 2016, pero la mayoría republicana en el congreso, conocida por su sistemático negacionismo, no estuvo dispuesta a aceptar ningún compromiso vinculante.
Entonces acabó saliendo un acuerdo voluntario que Chomsky califica como “mucho más flojo” por el cual se llegó a una resolución para reducir de forma gradual el uso de hidrofluorocarburos (HFC), gases de efecto invernadero supercontaminantes. El Partido Republicano es la organización “más peligrosa en toda la historia de la humanidad” para el lingüista estadounidense. La envergadura de la ceguera es tan preocupante que Chomsky elige un fragmento para estimular el debate y a la vez sorprender: “No puedo imaginar límites a la osada depravación de los tiempos que corren, en tanto los agentes del mercado se erigen en guardia pretoriana del Gobierno, en su herramienta y en su tirano a la misma vez, sobornándolo con liberalidad e intimándolo con sus estrategias de opciones y exigencias”. Esta cita la pronunció James Madison en 1791, varios años antes de convertirse en el cuarto presidente de Estados Unidos (1809-1817).
No se puede esperar que las soluciones lleguen de los sistemas de poder organizados, estatales o privados. Para Chomsky la clave reside en la movilización popular y un activismo constante. “El activismo popular puede llegar a ser muy influyente, lo hemos visto una y otra vez; el compromiso de los activistas desde hace cuarenta años ha puesto los problemas medioambientales en la agenda política, quizá no lo suficiente pero, con todo, de forma crucial y significativa”, reconoce Chomsky en una parte de Cooperación o extinción. Claro que del dicho al hecho hay un largo trecho. El propio autor revela cómo a pesar del cambio drástico en el mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial una gran parte de la población se mantuvo como antes: tradicional en lo cultural y premoderna en muchos sentidos. “Para el 40 por ciento de los ciudadanos estadounidenses, el trascendental problema de la supervivencia de la especie no es demasiado relevante, ya que Cristo va a regresar entre nosotros en un par de décadas, de manera que todo quedará resuelto. Insisto; hablamos de un 40 por ciento”, resalta Chomsky para no perder de vista la importancia que tiene la religión en una porción significativa de la ciudadanía estadounidense.
Chomsky comenta un libro de Arlie Hobschild (Strangers in Their Own Land), una socióloga que se fue a vivir a un área pauperizada de Luisiana durante seis años para estudiar a los habitantes desde dentro. Se trata de la zona profunda pro-Trump del país. “Los productos químicos y otros elementos contaminantes derivados de la industria petroquímica están causándoles graves daños, pero se oponen por completo a la Agencia de Protección Medioambiental (…) Ven a la Agencia como un grupo de gente de ciudad con un doctorado, que va hasta allí y les dice cosas como que no pueden pescar, pero que a la industria petroquímica ni le chistan. Así que, ¿Qué utilidad tiene? No les gusta que les quiten el trabajo y les digan con su acento culto lo que pueden y no pueden hacer, mientras que ellos se ven asediados por toda la situación”, plantea Chomsky como ejemplo para que los activistas conozcan las profundas razones y reticencias que tendrán que vencer. En el reto sin precedentes por la supervivencia de la civilización no hay tiempo que perder.
El miércoles 24 de junio es el día de San Juan Bautista, que es el día en que los campesinos e indígenas del estado, tienen como fecha simbólica para la siembra del maíz, frijol y calabaza. Un policultivo que le ha permitido a los pueblos de Guerrero mantener una cultura milenaria cimentada en la milpa, es decir, en una comunidad productora de bienes básicos, donde la diversidad de saberes y formas de organización se materializan a través de la asamblea, que es la expresión más sublime de una democracia basada en el consenso.
El programa fertilizante en nuestro estado ha reciclado el control político de la población indígena y campesina del estado. En sus inicios el gobernador Rubén Figueroa diseñó este programa como un asunto de control de la población más insumisa del estado. Fue una propuesta pensada más en la lógica de contrainsurgencia, para poder someter a la población rural más pobre del estado. Las matanzas que se han suscitado desde Aguas Blancas, tienen que ver con esa visión depredadora, de que a los campesinos y campesinas que se atreven a levantar la voz, hay que someterlos por la fuerza y darles “su merecido”, ya sea matándolos o domesticándolos con el fertilizante.
Desde la década de los noventas hasta la fecha, el Programa Fertilizante se ha transformado en un programa político, que ha servido a los candidatos y a los mismos gobernantes, como el instrumento más eficaz para imponer un control a la población indígena y campesina más pobre del estado. El apoyo directo ha sido la forma más clara y contundente para tener una gran presencia en el ámbito rural. El paquete tecnológico del fertilizante, que ha sido impulsado por las empresas agroquímicas del exterior, resultó ser el milagro de la agricultura temporalera.
El fertilizante, más allá de ser un agente depredador, se ha transformado en un programa para cualquier político. No distingue de qué partido sea. Los mismos campesinos e indígenas, ven en la autoridad que lo promueve como al mesías que viene a redimir el grave problema del hambre, que enfrenta desde que sus padres le enseñaron a cultivar el campo.
En la Montaña, el problema alimentario, sigue siendo uno de los grandes desafíos que enfrentan las familias indígenas ante su extrema vulnerabilidad por la falta de apoyos, para una producción suficiente y adecuada de los granos básicos en sus parcelas. Vemos con gran preocupación que, en el contexto de la pandemia, los productores de maíz quedan supeditados a los dictados de Segalmex, de los servidores de la nación y de los mismos presidentes municipales, quienes sin ser sembradores de maíz, son los que están determinando quiénes serán los productores que recibirán 6 o 12 bultos de fertilizante.
El gobierno federal, a través del presidente de la república, ha anunciado desde el año pasado que este programa es para apoyar a los pequeños productores, sin embargo, para los presidentes municipales, esto se traduce en la oportunidad para fortalecer cacicazgos políticos, orientados a garantizar el triunfo electoral de los próximos candidatos de su partido. Más allá del diseño que puede tener este programa, en la práctica, los fertilizantes son al final de cuentas un producto que genera dividendos políticos, porque los productores los han hecho dependientes de paquetes tecnológicos basados en el petróleo.
En la Montaña, se reciclan los conflictos comunitarios desde hace un año, con relación a la exigencia que legítimamente han planteado los productores para acceder a los fertilizantes. En el marco de la pandemia, la gente del campo entendió que habría que esperar el momento para registrarse como productores, y al mismo tiempo, darles oportunidad a las instancias de gobierno como Segalmex, que realizaran el traslado de los agroquímicos a las bodegas de sus municipios. El grave problema es que en este diseño, desde la elaboración del padrón, la distribución del fertilizante y la ubicación de las bodegas, se realizó en el escritorio. Es decir, en ningún momento se tomó en cuenta la opinión de los beneficiarios directos. Simplemente se apostó al volumen de millones de pesos que se autorizaban desde la federación para la compra del agroquímico y se planeó que, a través de Pemex, se iba a realizar toda la maniobra, para resolver los problemas de la entrega en cuanto a volumen y tiempo del agroquímico.
En los hechos resultó que Pemex no estaba en condiciones de atender está demanda, mucho menos de cumplir con el compromiso asumido por el Ejecutivo Federal, de que en este año se daría cumplimiento cabal a la entrega del fertilizante en tiempo y forma. Es más, que se ampliaría este programa a otros estados para demostrar la capacidad del gobierno federal y su paraestatal, de que estarían en condiciones de entregar estos insumos a la población campesina e indígena de la zona sur y centro del país.
Es increíble que las cifras que dan tanto el subsecretario de agricultura Miguel García Winder, de que se ha entregado a 167 mil productores el fertilizante, los funcionarios de Segalmex informen que han proporcionado a 227 mil 171, cuando la meta era beneficiar a 280 mil productores. La realidad es que hay un gran número de productores que han sido desaparecidos de los padrones, sin que los servidores de la nación puedan informar qué fue lo que pasó en este nuevo sistema de registro, controlado por la Secretaría del Bienestar.
A pesar de las reuniones que el gobernador del estado ha tenido con los presidentes municipales, cada municipio decidió la forma de apoyar a los productores. En el caso de la Montaña, desde el año pasado tenemos al municipio de Acatepec, como el ejemplo más claro del uso clientelar del programa. A todos los productores se les impuso una cuota de 100 pesos por hectárea para la entrega del fertilizante en sus comunidades. Esto mismo sucedió con el presidente de Tlacoapa, que está cobrando a los productores 50 pesos para el traslado del agroquímico a sus comunidades.
Son casos que hemos documentado y que las mismas personas nos han pedido nuestra intervención, sin embargo, no podemos hacer nada, porque resulta que los presidentes son autoridades intocables. Nadie puede obligarlos a cumplir con el compromiso presidencial, de que los 6 o 12 bultos que reciben los productores más pobres de país, tienen que asumir los costos para el traslado de los agroquímicos a sus domicilios. Ninguno de ellos pondrá de su bolsa, simplemente tendrán que utilizar el Ramo 28, de las participaciones federales.
Es el mismo negocio de los grupos políticos de antaño que en la actualidad, siguen reproduciéndose en el estado, porque forman parte de una estructura clientelar, que al final de cuenta se trata de expoliar al más pobre. En esa pirámide se encuentran tanto los funcionarios federales, del estado y los presidentes municipales, que forman parte del entramado burocrático, quienes lucran con las necesidades de la población más depauperada. Las mafias de los transportistas son los tentáculos de un poder caciquil que se mueven al ritmo del jefe político en turno. Ellos se encargan de movilizar a las clientelas políticas, y al mismo tiempo, de cobrar estos favores a la población más vulnerable, quienes para sobrevivir tienen que pagar el traslado de los agroquímicos para las siembras del hambre.
Las familias indígenas de la Montaña, en el marco de esta pandemia han tenido que esperar a la Secretaria de Desarrollo Rural y a los mismos presidentes municipales, para que hagan llegar el fertilizante a sus comunidades. Nada es gratis. Todo tiene un costo político y económico. La gente quiere sembrar, para que San Marcos les haga el milagro de que llegue la lluvia y puedan cosechar suficiente maíz, sin embargo, para los políticos el fertilizante es una gran oportunidad para afianzar clientelas que les garanticen el voto el próximo año, sufragando en favor de su grupo político o de su propia candidatura.
Hoy el reclamo de la población indígena de la Montaña es que se tome en cuenta a todos los productores y productoras. Que no se discrimine a las mujeres como está pasando en el municipio de Acatepec, a quienes se les asigna la cuota de 6 bultos, independientemente de que puedan acreditar dos o tres hectáreas. Por otro lado, también han reclamado, como sucede en el municipio de Alcozauca, que se incorporen 800 productores que han sido excluidos del padrón, por parte de los servidores de la nación, bajo el criterio de que no son personas afines a Morena.
El principio de la gratuidad no se está garantizando entre los municipios más pobres de Guerrero. Por el contrario, las cabeceras municipales que el gobierno federal llamó de La Esperanza, por no haber registrado contagios del COVID – 19, sus pobladores son quienes padecen el trato discriminatorio al negarles la atención médica y la aplicación de las pruebas PCR, porque en la Montaña los indígenas no tienen derechos. Estamos ante una realidad que lacera, porque se sigue tratando a las poblaciones que poseen una identidad propia como entes manipulables y sacrificables.
No le cuesta nada al país que varios jefes o jefas de familia mueran por el COVID – 19 o por cualquier otra enfermedad, al final de cuentas se trata de población indígena, quienes, desde la colonia, han sido asesinados o contagiados por epidemias trasmitidas por los colonizadores. El fertilizante en tiempos del COVID – 19 sigue utilizándose en la práctica, como un programa de control político, más que de justicia social. El agroquímico es una apuesta por el poder político en la siembras del hambre.
Fuente e imagen: http://www.tlachinollan.org/opinion-el-fertilizante-en-tiempos-del-covid-19/
¿Qué desafíos plantea la pandemia a la teología? ¿Cómo leer los mecanismos de control a los que recurren los gobiernos como medida sanitaria?
¿De qué modo asumir una actitud crítica frente a la masiva difusión de mensajes fundamentalistas a nivel político y religioso?
Estas y otras preguntas hacen parte de esta extensa conversación con el teólogo Carlos Mendoza, profesor e investigador de la Universidad Iberoamericana de México, que, entre otras cosas, afirma: «El modelo clerical de la Iglesia no saldrá indemne de la pandemia»
«Repensar lo sagrado, sus símbolos y ministerios en un contexto de globalización y de vulnerabilidad extrema es un reto para la teología»
David Pérez (Torreón, México) y Miguel Estupiñán (Bogotá, Colombia)
¿Cuáles desafíos plantea la pandemia a la teología? ¿Cómo leer los mecanismos de control a los que recurren los gobiernos como medida sanitaria? ¿De qué modo asumir una actitud crítica frente a la masiva difusión de mensajes fundamentalistas a nivel político y religioso? Estas y otras preguntas hacen parte de esta extensa conversación con el teólogo Carlos Mendoza, profesor e investigador de la Universidad Iberoamericana de México.
En diálogo con movimientos sociales, el dominico lleva años tendiendo puentes entre la fenomenología posmoderna, la teoría mimética de René Girard, el pensamiento decolonial y la teoría queer. La diversidad caracteriza su modo de acercarse a la realidad, de dejarse interpelar por ella y de expresar su convicciones. No le sorprenda al lector que privilegie la expresión juntes, en lugar de juntos, para referirse a todos nosotros; o mejor, nosotres.
Autor de una trilogía dedicada a la revelación, Mendoza anuncia la aparición de un nuevo libro, ya en prensa, sobre la resurrección analizada desde el contexto de las violencias. Un tema que enriquece su manera de entender la situación puesta de manifiesto debido a la aparición del nuevo coronavirus.
La crisis de un modelo civilizatorio
¿Cómo reta la pandemia al ejercicio teológico?
En el campo filosófico, autoras o autores como Judith Bluter o Giorgio Agamben se han pronunciado sobre la cuestión de fondo: cómo el biopoder está gestionando la pandemia como un acto de Estado de Excepción. Ese es un acercamiento que la teología tiene que retomar, porque está en juego pensar la crisis del Antropoceno, en relación con esta y otras pandemias. La pobreza es una de ellas: el 52% de la humanidad vive en condiciones de pobreza extrema. También el patriarcado es una pandemia. No hay que quitar el dedo del renglón de las violencias contra las mujeres: la violencia física, sexual, laboral. Múltiples violencias que las feministas de la tercera generación han puesto sobre la mesa y que este año venían encendiendo mucho los espacios públicos, no solo las redes sociales.
La teología tiene que pensar la crisis de ese antropocentrismo al que el cristianismo contribuyó con una visión excesivamente cristológica de la redención, dejando de lado la pneumatología, poniéndola en segundo plano. Demasiado antropocéntrica, la teología ha sido cómplice de este modelo de civilización que está en crisis. Y el tema teológico de fondo sería una autocrítica del cristianismo y su contribución a unas violencias que han dado como resultado una sociedad hegemónica con el patriarcado, el capitalismo, el colonialismo, la religión sacrificial. Todo eso está en crisis ahora.
¿Qué nos aporta la teoría mimética para interpretar el contexto actual?
Por una parte, la teoría mimética puede ser un instrumento valioso para analizar los procesos de construcción de un enemigo colectivo al que supuestamente hemos de enfrentar: no solo el virus, sino también todo aquello que es extranjero, algo inminente que está siendo traducido como una amenaza.
Lo que está en juego es el mimetismo como un contagio del miedo a la alteridad, como la creación de un enemigo para darle identidad al grupo. Y la teoría mimética ha desarrollado mucho este análisis de cuáles son los mecanismos de contagio mimético de todos contra uno. Por ejemplo, los grupos en un barrio contra los que están enfermos: cómo los aíslan, cómo los violentan. O cómo los gobiernos, en particular el de Bolsonaro en Brasil, pero también el de Trump en los Estados Unidos, están manipulando el miedo. Este mecanismo está siendo aplicado en el caso de la pandemia y tiene otras vertientes: las políticas migratorias contra los extranjeros; economías proteccionistas que cierran fronteras para proteger la economía local, etc.
Pero la teoría mimética también puede ayudarnos a abrir perspectivas. Porque el contagio puede tener una valencia positiva, que sería la del contagio de la solidaridad, de la empatía, de la inclusión del otro, del acuerpamiento, de inventar nuevas formas de tocarnos, de cuidarnos a distancia, pero con una imaginación creativa.
Heroísmo y martirio: una lectura alternativa
¿Cómo analizas la situación del personal médico, particularmente expuesto a la enfermedad en países como México o Colombia, donde no cuenta con garantías de cuidado para su salud?
Desde la teoría decolonial y el pensamiento crítico, podemos entender que está siendo considerado como una población subalterna, sometida por el biopoder a funciones que sobrepasan las condiciones de seguridad. Por ejemplo, en México, con jornadas extremas, sin la preparación ni los recursos hospitalarios adecuados, el personal médico de instituciones públicas no tiene la protección necesaria; ni siquiera para casos epidemiológicos. En ese sentido, son parte de un mecanismo más amplio que los subordina a la lógica del algoritmo, de la estadística, del control de la salud por vía de instituciones gubernamentales. La crisis de un modelo de biopoder no solo está generando Estados de Excepción, también está operando un mecanismo de permanente creación de subalternos.
La teoría mimética puede darnos una pista para entender el proceso de sacrificio del personal médico y sanitario, pero no abarca todas las interpretaciones requeridas para un fenómeno así. En una comunidad en crisis que necesita estabilidad tarde o temprano se genera un mecanismo para purificarla de una cierta amenaza. Este proceso es inconsciente y concibe, hoy en día, que la fuente del mal es la persona infectada que puede ser alguien diagnosticado positivo o el personal médico o sanitario que está altamente expuesto.
Típicamente estamos delante de un mecanismo de chivo expiatorio, con la mentira o la creencia de que expulsando a esta persona la comunidad queda inmune; cuando, en realidad, eso es falso, porque ni en términos médicos ni antropológicos queda inmune la comunidad. Algo que puede plantear la teoría mimética es la claridad de estos mecanismos y la necesidad de desenmascarar esa mentira en términos médicos o en términos socio-políticos o hasta teológicos. Esa exclusión del otro, en este caso el personal médico que es sacrificado en ciertas condiciones, es un proceso que está generando más exclusión.
¿En este contexto cómo lees la exaltación del heroísmo, del martirio y de la entrega?
Es una manipulación del sentimiento religioso, porque desconoce o subordina las condiciones básicas de seguridad sanitaria que debe tener este personal, sus familias, los hospitales mismos, los enfermos. Es una manipulación ideológica con pretexto del bien común y puede interpretarse en clave religiosa en el sentido de que está ofrendando su vida porque está pensando en el prójimo; pero también, en clave patriótica, por el Estado o por la ciudadanía y los valores cívicos.
Es un peligro que se dé esta manipulación del sacrificio, porque reduce la cuestión a un acto individual de generosidad, cuando en realidad lo que está en juego es la constitución de un cuerpo social herido. La reconfiguración de lo social y de lo político debe pasar por otras vías. No se trata solo del acto individual de heroísmo, sino de justicia, democracia, respeto a los derechos humano, equidad de género y todos los demás ejes transversales de las violencias.
«Tendríamos que reinterpretar lo científico como la posibilidad de una nueva forma de experiencia de lo sagrado»
Biopoder y control político
¿Qué análisis propones sobre el control que ejercen los Estados a nivel global a través del confinamiento y de la comunicación política?
Yo me sumo a los análisis de Giorgio Agamben. También a los de David Cayley, comentando textos de Iván Illich muy inspiradores y pertinentes, por la crítica que hacía este último a lo que sería el actual modelo de una sociedad de la manipulación, del capitalismo, pero también de una estructura social que rompe los vínculos de “convivencialidad” que caracterizan a lo humano y nos lleva, en términos de Iván Illich, a escalas contra-productivas que generan lo opuesto de lo que querían remediar. El caso de la némesis médica, por ejemplo. Hace ya cuarenta años Iván Illich hablaba sobre cómo la medicina hospitalaria, si bien resuelve muchos problemas, ha generado nuevas enfermedades y una subordinación de los cuerpos y de la salud a las estructuras del Estado. Cuando, en realidad, la salud es, en primer lugar, una responsabilidad comunitaria. Por eso él insiste mucho en la recuperación de los lazos de “convivencialidad” en una sociedad que genera cada vez más estructuras. En ese sentido, tiene mucho que ver con la noción de biopoder de Foucault que refiere a los dispositivos que controlan a la población. Cambiamos el término: ya no somos personas ni comunidades, sino poblaciones que entran en análisis estadísticos y en una serie de algoritmos, considerados parte de un conjunto que hay que controlar. En este sentido, predomina la estadística como nueva religión, cuyos sacerdotes son los científicos, especialmente los que se dedican al estudio epidemiológico. Lo vemos con Hugo López-Gatell en México. Se ha convertido no solo en el subsecretario de salud más popular de la historia mexicana, sino en un personaje mediático con el aura de lo sagrado en sus conferencias de prensa, porque en ellas están los datos duros para pronosticar lo que va a suceder. Pero los medios que tiene México para la medición no son los de Corea. El control que está llevando el Gobierno de López Obrador de la pandemia es muy criticable en el sentido de los datos. Una manipulación mediática de la pandemia por parte de un Gobierno que está en crisis porque no ha llevado adelante una verdadera transformación económica y cultural.
Mientras tanto, hay otras pandemias en México a las que no les hemos dado la importancia debida, como decía al inicio: al día diez mujeres son asesinadas por violencia feminicida. Hay pobreza y otras pandemias de la salud como la diabetes y la obesidad.
En este sentido, estamos sometidos a un modelo de civilización. Filósofos como el judío Yuval Noah Harari lo han planteado. Nos gobierna la inteligencia artificial y cada vez más estamos entrando a un tipo de biopoder que visto desde el sur epistémico tiene otro nombre: necropoder. Aquí apelo a Achille Mbembe y a tantos otros que nos están advirtiendo de los riesgos de dejarnos controlar como población por estas políticas públicas de salud.
Tenemos que volver a la “convivencialidad”, a la familia, al barrio. Algunos hablan de la ruralización de la ciudad; de otra escala, en términos de Illich, para recuperar lo humano. Y lo humano quiere decir nuestros cuerpos, nuestros territorios, nuestras formas de organización social, nuestros modos de producción, de intercambio, de economía.
En ese sentido, la pandemia se puede analizar desde arriba, es decir, desde los gobiernos que con su biopolítica controlan poblaciones por razones estadísticas y macro-económicas; o bien, desde abajo. Yo opto por la segunda vía.
¿Qué opinas de las referencias del presidente López Obrador a las creencias populares?
Hay varios elementos. Quizás el primero es que López Obrador es un líder carismático manipulador de las emociones religiosas. Es ideológico el uso que le está dando a los símbolos religiosos, en particular a estas estampitas del detente; para conectarse con mucha gente, mayorías, tal vez, de la población mexicana que tienen esa visión mágico-religiosa.
Esta religiosidad popular expresa de un modo gráfico-simbólico la vulnerabilidad de la gente frente al mal
Estas imágenes corresponden a siglos de prácticas religiosas que tienen que ver con la conciencia de que hay una exterioridad del mal y de que necesito ser protegido en esta vulnerabilidad extrema.
El acompañamiento pastoral, en el caso del cristianismo y de la Iglesia católica, tendría que ser para una maduración progresiva de esta expresión de lo vulnerable en orden a entender que el mal no solo es un asunto externo que está fuera de mí. De algún modo yo soy responsable para enfrentarlo. No es una exterioridad. También yo soy parte de ese mal, de esas estructuras de pecado, en palabras de la teología de la liberación de los años 80; de esa mentira de Satán de la que yo he sido también verdugo y no solo víctima, diría Rene Girard y la teoría mimética.
Así entramos a un segundo momento fenomenológico: el análisis de mi responsabilidad subjetiva en esas estructuras de mal. Eso quiere decir una maduración en una fe religiosa, para dar, incluso, un tercer paso: el de una toma de conciencia y una práctica creyente de fe, en la que la comunidad y la persona en comunidad se hacen cargo de esa realidad y de los crucificados de hoy, al decir de Ignacio Ellacuría y de Jon Sobrino.
Pasamos, entonces, de ser meros objetos de esa amenaza a ser sujetos, comunidad intersubjetiva, para enfrentar el mal a fuerza de bien. Todo esto, por ejemplo, lo ha desarrollado mucho en España Andrés Torres Queiruga con la idea de pasar de una teodicea que acusa a Dios del mal —y, por tanto, lo invoca como protector— a una manera más responsable de hacernos cargo nosotros.
En América Latina, Jon Sobrino es el autor que quizás más ha trabajado este asunto de una teología que enfrenta el mal pero desde una práctica de seguimiento de un crucificado que despertó, de un Dios que desclava crucificados y, por tanto, de un aprendizaje para ser también nosotros personas que ayudemos a bajar de sus cruces a los pueblos crucificados. Entonces, el mal ya no es algo solo externo, algo mágico de lo que yo tengo que defenderme con detentes, imágenes, ritos, mandas, etcétera; sino un problema histórico, político y espiritual, del que nos hacemos cargo juntes.
«Las iglesias tendrán que repensar el modo como simbolizamos que Dios está con nosotros, acompañándonos a enfrentar los males y a vivir con dignidad»
El contagio de la solidaridad
¿Cómo la pandemia puede servir para reinventar prácticas alternativas de resistencia colectiva?
Lo están haciendo muchos movimiento eclesiales y sociales en barrios, pueblos, zonas indígenas, incluso en megalópolis, tratando de organizar intercambios de productos de huertos familiares, de servicios. La pandemia está siendo vivida con más creatividad desde abajo, desde los movimientos sociales de resistencia; tratando de generar otras prácticas de economía, de consumo, de salud, de cuidado. Está siendo enfrentada desde el reverso de la historia, no desde las estructuras de poder empresarial o gubernamental; sino desde la gente en sus comunidades, como un grupo de personas trans en Toluca que se organizaron para dar alimentos a gente que no tiene qué comer, sobre todo personas de la tercera edad.
Tener la mente, el ojo y el oído puestos en estas resistencias es muy importante, porque son las que nos ayudan a recuperar el aspecto del cara a cara; de ser personas y no población; de la “convivencialidad” de Ivan Illich y de comunidades indígenas como los caracoles zapatistas que están tratando de generar también esas otras prácticas de protección de salud. Comunidades que tienen un camino recorrido de organización autonómica. Esa es la pista.
El sociólogo Bernardo Barranco decía en una reciente columna para La Jornada que el discurso del odio que recupera al dios moralista está siendo reciclado por quienes plantean por estos días que “la pandemia es un grito de Dios a la humanidad ante el desorden social, el aborto, la violencia, la corrupción, la eutanasia y la homosexualidad”. ¿Cómo analizas la producción de mensajes de este tipo?
Son lamentables y ridículos. Signos de un sistema-mundo religioso propio del patriarcado clerical jerárquico de la Iglesia católica y de otras tradiciones religiosas. Un sistema que está colapsando y que no saldrá indemne de esta pandemia. La cantidad de curas que se han puesto a decir misas en internet es impresionante. El consumismo que está generando en muchas familias responde a un sentimiento religioso de orfandad. Siempre es necesario un acompañamiento, pero estamos perdidos si reproducimos el modelo patriarcal clerical sacramentalista. Este modelo ya está resquebrajado y tarde o temprano se va a derrumbar. Tal vez tarde décadas o siglos, pero ya está herido de muerte.
Que lo religioso ahora sea producto de consumo mediático reafirma la idea de sí como algo mágico. Las procesiones con la exposición del Santísimo en las calles me parece una contradicción intrínseca con el mundo contemporáneo que está tratando de entender que esto no es algo mágico.
Estamos ante un escenario distinto donde predomina lo científico y tendríamos que reinterpretarlo como la posibilidad de una nueva forma de experiencia de lo sagrado. Ya no en estos términos del miedo de la maldad que nos asecha y de la que vamos a protegernos con actos mágico-religiosos, sino con otra manera de reinterpretar la fe. Es lo que están haciendo muchos de los grupos que desde sus casas están generando otras prácticas de sacramentalidad, de celebraciones domésticas, de meditación de la Palabra, de Lectio Divina, de rituales eucarísticos.
Las iglesias tendrán que repensar el modo como simbolizamos que Dios está con nosotros, acompañándonos a enfrentar los males y a vivir con dignidad. Este es un gran reto para las teologías, en particular para la teología sacramental: repensar lo sagrado y sus símbolos en un contexto de globalización, de vulnerabilidad extrema y con nuevas formas y nuevos ministerios. El modelo patriarcal clerical tiene que cambiar; no saldrá indemne y qué bueno.
¿Qué revelan los mensajes religiosos difundidos durante la pandemia entre los católicos?
Por una parte, que estamos en un momento de colapso de una iglesia clerical patriacal. Eran dramáticas las escenas de la basílica de San Pedro vacía y al Papa solito allí con unos cuantos cardenales y monjitas. Para algunos, heroico, pero para mí una radiografía de una iglesia cuya estructura está colapsando, mientras la verdadera comunidad está afuera, en las calles, o confinada en casa.
En el consumo religioso durante la pandemia predomina, por ejemplo, ver la misa del Papa, por televisión, la del arzobispo de México en la basílica de Guadalupe y la del párroco, que no quita los filtros y quisiera hacerse muy cibernético.
Pero yo me voy por las grietas en medio de esa hegemonía religiosa mediática y le apostaría a un modelo eclesiológico de recuperar la Iglesia doméstica y las redes de pertinencia con más creatividad.
Mucha gente está buscando algo alternativo que desclericalice la liturgia, reconozca la diversidad de carismas y ministerios, en particular, de laicos y laicas; y reposicione la vida religiosa con su propia identidad y ponga al ministro en una nueva tesitura de cómo reinterpretarse a sí mismo.
Se están creando comunidades de pertenencia y por vía virtual es más fácil, si bien no es igual a estar juntes en una misma sala, en un templo, en un bello lugar como un jardín.
He tratado de ser parte de ese movimiento en redes y en medios digitales. Cada domingo, durante este tiempo de pascua, he estado con un grupo de alrededor cien personas, a través de una pequeña reunión en la que todos copresidimos; cada quien haciendo algo distinto, que anime nuestra fe: bendición del pan, de la comida, de la fruta; una reflexión bíblica; música.
Lo queer, los crucificados y la resurrección como insurrección
A esta experiencia le antecedió una iniciativa animada durante la cuaresma por Carlos Mendoza y por otras personas, entre ellas Marilú Rojas, Ángel Méndez y James Alison. También con la intención de acompañar y proponer insumos y un modelo de comunicación eclesial distinto al de las misas televisadas o en línea, el proyecto consistió en una Lectio Divina con seis capítulos a través de un canal de YouTube; seis meditaciones para profundizar la idea de una iglesia pospatriarcal y posclerical, en perspectiva queer. ¿Qué es lo queer? Según explica Carlos Mendoza, todos los cuerpos invisibilizados por el sistema patriarcal, capitalista y colonial.
“Todos los cuerpos basurizados y todos los subalternos: migrantes, mujeres, indígenas”, añade.
Cuatro categorías fueron reiterativas en la Lectio Divina Queer: subvertir la historia o los sistemas de dominación históricos, acuerpar, curar las heridas y cuidarnos. ¿Cuál es su interrelación?
Yo trato siempre de encontrar puentes entre diversas teorías. La teoría queer, el pensamiento decolonial, la teoría mimética y la fenomenología posmoderna tienen muchas cosas en común.
Subvertir, acuerpar, curar, cuidarnos tienen mucho que ver con el pensamiento feminista y queer, sobretodo visto desde el sur. Subvertir las estructuras de dominación es algo propio del pensamiento decolonial. El patriarcado es homófomobo, falocéntrico, heteronormativo, cisgenérico. Podemos darle todos los adjetivos que las teorías queer le han puesto y que son ciertos. Enfocan muy bien los tipos de violencia.
Pero la subversión yo la leo en clave teológica como insurrección mesiánica, el tema de mi próximo libro sobre la resurrección. En éste retomo una frase de Leonardo Boff que me hizo clic y que él escribió en un pequeño artículo de hace como diez años para decir que la resurrección es una insurrección y que me llevó a decir que ahí había una pista.
Esa pista yo la desarrollo en la clave del mesianismo de la anticipación escatológica, para mí la subversión más radical. Subversión política de violencias de género, subversión contra sistemas como el capitalismo. En el fondo, una subversión de un orden hegemónico satánico. Por tanto, una subversión mesiánica que solo pasa por las heridas y por las vidas entregadas de los justos; en particular, de Jesús de Nazaret.
De ahí lo otro: acuerpar. Algo sobre lo que los feminismos han dicho y analizado mucho. No se trata de un análisis en el sentido teórico, sino de cómo recuperar nuestros cuerpos como territorios junto con la madre tierra. Acuerparnos tiene que ver con el modo desde el sur epistémico de hablar de intersubjetividad. Hegel lo había planteado hace doscientos años en términos totalmente teóricos. Pero aquí se trata, desde nuestras vulnerabilidades, de nuestros cuerpos como lugares de autonomía y de empoderamiento. Acuerparnos consiste en tejer redes de buen vivir; no solo de comunicación, sino de vivir juntes.
Por eso hace falta cuidar el cuerpo social herido. Algo que he aprendido mucho con los migrantes y, sobre todo, con los familiares de los desaparecidos. Porque las heridas del cuerpo social en México son las fosas clandestinas, los cuerpos basurizados de las mujeres asesinadas y las heridas están abiertas. Esas llagas del cuerpo social en México y en el mundo son las únicas por las cuales puede pasar la redención. Estoy releyendo a Isaías: con sus llagas seremos curados. Es decir, solo desde las víctimas podremos sanar como cuerpo herido, en tanto asumamos la memoria, la verdad y la posible justicia con la reconciliación. No se trata solo de curar mis heridas personales o individuales, sino las de un cuerpo social que está herido, esperemos que no de muerte. Y por eso el imperativo del cuidado mutuo. Sobretodo los pueblos originarios hablan mucho desde el buen vivir de aprender a cuidarnos junto con la madre tierra.
Subvertir, acuerpar, curar y cuidarnos son cuatro verbos que hablan de un mismo dinamismo. Yo le llamo la potencia de las víctimas. Porque es fuerza, poder; pero es algo más que fuerza o poder, es potencia. La potencia de los pobres, que surge de la precariedad.
América Latina/22/04/2020/Autor: Liga Internacional Socialista/Fuente: http://lis-isl.org
La pandemia de Covid 19 ha revelado las fallas estructurales de los sistemas de salud alrededor del planeta. Décadas de recortes en la salud pública y de políticas orientadas a su privatización han producido como resultado un sistema desigual e incapaz de responder ante situaciones de este tipo. Las y los trabajadores de salud y pacientes sufren las consecuencias de décadas de recortes.
Esta realidad en América Latina y los países más pobres esta estructuralmente vinculada a la deuda externa. A través del pago de la deuda se transfieren riquezas, de manera sistemática, de la clase trabajadora y el pueblo hacia los sectores más concentrados de la burguesía (sean “nacionales” o extranjeros), y de cada uno de nuestros países hacia los países imperialistas. Es una aspiradora que mantiene el flujo de dinero hacia arriba y hacia afuera.
Al mismo tiempo, la deuda es una herramienta de control político. Se trata de un mecanismo de sujeción estructural. Su carácter impagable implica que siempre está sujeta a renegociaciones y restructuraciones a cambio de concesiones hacia los acreedores y las grandes corporaciones, condicionando las decisiones políticas de los países deudores.
Para sostener el pago de la deuda externa los gobiernos han apelado a políticas de austeridad y privatizaciones. El imperativo de pagar deuda logrando superávit fiscal ha implicado un ajuste hacia abajo, recortando la inversión en salud, educación y servicios públicos, reduciendo salarios, imponiendo flexibilización laboral e impulsando reformas previsionales. Éstas últimas han incrementado la vulnerabilidad de las personas mayores, quienes constituyen el principal grupo de riesgo en la pandemia y sobreviven con pensiones que no cubren necesidades vitales esenciales.
El recorte en la salud ha sido una de las variables centrales del ajuste. En 2018, 46 países del mundo destinaban una proporción mayor de su PBI en pagos de la deuda externa que en inversión en salud. En promedio, estos países gastaban 7.8% del PBI en servicios de deuda y 1.8% en salud pública.[1]
Según datos del propio Banco Mundial la deuda externa pública de los países de ingresos bajos y medios se ha duplicado entre el año 2000 y el 2018. Las políticas impulsadas luego de la crisis del 2008 produjeron un salto cualitativo en el endeudamiento tanto público como privado. Aun antes de la pandemia, países como Argentina enfrentaban crisis estructurales de sus economías en gran parte vinculadas al endeudamiento. En octubre del 2019 el FMI señalaba que 34 países estaban en default o en alto riesgo.
La pandemia desató una crisis económica que ya se venía desarrollando. Uno de los elementos de esta ha sido una caída sostenida, y ahora acelerada, de los precios de los commodities. Según mediciones de la financiera Bloomberg el índice compuesto de los precios de los principales commodities de exportación ha caído un 27% en lo que va de 2020. Por otro lado, la fuga de capitales desde los llamados “mercados emergentes” también se ha acelerado. Sólo en marzo se ha registrado una fuga de capitales de 81 mil millones de dólares. En un mes se ha más que duplicado lo registrado durante la crisis de 2008/2009.
Sin embargo, aun en este escenario, la política de los gobiernos sigue siendo sostener el pago de la deuda externa. Por ejemplo, Alberto Fernandez pagó el 30 de marzo pasado 250 millones de dólares, una suma superior a la partida extraordinaria que destinó a enfrentar la crisis sanitaria.
Existen sectores vinculados a los gobiernos llamados “progresistas” nucleados en el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG) que impulsan una declaración firmada entre otros por Rafael Correa, Evo Morales, Dilma Rousseff y José Luis Zapatero. En ella solicitan la “condonación” de la parte de la deuda externa latinoamericana con organismos multilaterales de crédito y una restructuración de la deuda con acreedores privados. Es importante recordar que estos mismos sectores sostuvieron el pago de la deuda durante sus gobiernos. En realidad, lo que piden, son nuevas condiciones para poder seguir pagando.
En una línea similar, los ministros de finanzas del G20 acordaron apoyar la suspensión del pago de la deuda de los países mas pobres durante 2020. Esto no incluye a los acreedores privados a quienes se sugiere que adopten un posicionamiento similar. También es limitado su alcance, se estima que solo alcanzaría a los 76 países de menores ingresos del mundo y se trata de una medida de suspensión temporal. En definitiva, se estiran los plazos de pago para poder seguir cobrando.
En el mismo sentido se han expresado desde el Papa Francisco hasta el FMI. Centralmente promueven rebajas simbólicas de capital, quitas de un porcentaje de los intereses que están pautados pagar en lo que resta de este año y el próximo y nuevos plazos hasta que pase la pandemia y los países estén nuevamente en condiciones de pagar.
Se han vuelto buenos todos estos personajes? Claro que no. Los usureros saben bien que se puede apretar fuerte pero no asfixiar al deudor hasta matarlo, ya que es obvio que si muere no paga.
Nuestra propuesta es no pagar las deudas de manera unilateral. Esta decisión soberana permitiría disponer de todos los recursos de nuestros países para redireccionarlas hacia las medidas de salud y sociales necesarias para hacer frente a la pandemia. La urgencia de la actual situación requiere medidas de fondo. Existen condiciones de impulsar la declaración unilateral del no pago de la deuda, rompiendo con los organismos como el FMI y el Banco Mundial. Nuestros pueblos necesitan independizarse económica y políticamente de todos estos organismos financieros internacionales y disponer de los fondos que se destinan a la deuda y los que provendrían de nacionalizar la banca, el comercio exterior y fuertes impuestos progresivos a las grandes fortunas para garantizar la salud y un salario digno a las mayorías populares.
Desde la Liga Internacional Socialista impulsamos la más amplia unidad de los trabajadores y demás sectores explotados de todo el continente detrás de un proyecto emancipatorio y anticapitalista. Llamamos a la izquierda y los socialistas revolucionarios a construir una gran campaña internacional por la investigación y el no pago de las deudas externas latinoamericanas. Impulsemos desde el clasismo este eje político en los sindicatos y el movimiento obrero. Desde las agrupaciones juveniles en el movimiento estudiantil, y en cada uno de los espacios donde intervenimos, sumándolo a los reclamos concretos contra los despidos, por salarios y por condiciones de seguridad en el trabajo. Hay que unirlo con la lucha por todas las medidas de emergencia necesarias para enfrentar la pandemia, las demandas de las y los trabajadores de la salud y por el incremento del presupuesto y la nacionalización del sistema de salud privado. Impulsemos pronunciamientos, reuniones y acciones unitarias en cada uno de nuestros países. Y en EE.UU. y Europa desarrollemos una campaña exigiendo la cancelación total y sin condiciones de las deudas, en apoyo y coordinación con los sectores que desde América Latina desarrollan una campaña por el no pago.
[1] Fuente: Datos del FMI y Banco Mundial. https://www.cadtm.org/COVID-19-and-debt-in-the-global-south-Protecting-the-most-vulnerable-in-times
Fuente e imagen:http://lis-isl.org/2020/04/21/declaracion-de-la-lis-latinoamerica-ante-la-pandemia-no-pagar-la-deuda/
La universidad como institución social, ha sido una de las principales responsables de la reproducción del discurso colonial en Venezuela y América Latina, las razones de tal afirmación resultan obvias si entendemos el proceso colonial como la dominación de una potencia sobre otros pueblos y naciones, proceso que en su máxima expresión se traduce en el control absoluto del territorio, sus recursos y su gente (Control Social, político y económico).
No obstante si bien es cierto que la dominación formal político territorial finalizó con la Independencia, permanece aún vigente la dimensión más peligrosa del colonialismo, que es la colonialidad, entendida esta, recordando a Mignolo, como el discurso que utiliza el opresor para justificar su dominio; pero más allá de ello hay que decir que es también el discurso que hace que el oprimido asuma con sumisión la opresión y termine aceptando e incluso justificando al opresor.
El discurso colonial se basa en la pretensión de las potencias dominantes, de justificar su dominio a partir de vender como verdad absoluta que existe una relación de superioridad natural de las naciones del atlántico norte sobre los pueblos del sur; son superiores, según afirman, porque están mejor dotados para gobernar (colonialidad del poder) y además poseen y producen el único conocimiento verdadero (colonialidad del saber); y es precisamente en este último aspecto en que la universidad ha jugado su papel reproductor del discurso, no porque se produzca y reproduzca el conocimiento científico, positivista y eurocéntrico, sino porque niega sistemáticamente otras formas de conocimientos y saberes, cometiendo en el proceso el crimen del epistemicidio como acertadamente lo define Santos Boaventura De Souza. La pretensión de la objetividad científica y el desconocimiento de la otredad y sus saberes ha llevado a la universidad al auto enclaustramiento, convirtiéndose en la torre de marfil donde se custodia el conocimiento autentico.
Descolonizar la universidad es un clamor de los pueblos nuestro americanos, que estremeció la institucionalidad hace un siglo con la Reforma de Córdoba, y que volvió a resonar en la voz de Ernesto Guevara en la universidad de las Villas hace ya más de 50 años, se trata, parafraseando al Ché, de una universidad que se pinte de negro, de mulato, de campesino, de obrero; es decir, que se trata de una universidad que sea del pueblo. Para cumplir con la tarea pendiente, la universidad debe en primera instancia salir de su encierro, y a través de la interacción socioeducativa, vincularse con su entorno en un dialogo humilde y sincero con los conocimiento y saberes otros del pueblo, que no es más que su propio pueblo; se trata de asumirse como un actor del proceso de desarrollo a través de la vinculación con todos los otros actores sociales, políticos y económicos de la región y el país.
Solo esa voluntad de vinculación dialógica hará que la universidad y su labor formativa y dinámica de investigación sea pertinente con el territorio; ello se traduciría en una oferta académica que responda a las necesidades y potencialidades nacionales y regionales; también en un proceso de reconocimiento y reivindicación de los saberes ancestrales y las innovaciones autóctonas y populares de las cuales la universidad también aprenderá y aprendiendo aportará desde sus propios saberes y conocimientos, sus procesos académicos y administrativos, su infraestructura y sus recursos.
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