África/República del Congo/23 Enero 2020/elpais.com
El estigma, la soledad y el miedo son las graves secuelas para los niños en la segunda ola más mortífera en la historia del virus, según un estudio sobre la infancia en República Democrática del Congo
El ébola mata dos veces. A aquellos a los que les atrapa el virus y mueren, pero también a los supervivientes que tienen que retomar su vida con el estigma, la soledad y el miedo que provoca una enfermedad con muchos temores y mitos alrededor. Son los casos de Abu y Mariama en Sierra Leona, y de Happy, en República Democrática del Congo, huérfanos de la primera y la segunda ola más mortífera de ébola que ha vivido África desde el descubrimiento del virus en 1976.
Happy es una niña de diez años que vive con su cinco hermanos, de entre 11 y 3 años, en Beni, la región de República Democrática del Congo (RDC) epicentro de la segunda epidemia de ébola más letal de la historia. Ha perdido a su padre a causa del virus y dice sentirse “siempre triste”: “Él se encargaba de todos nosotros: quien pagaba nuestras matrículas, la comida y nuestra ropa. Ahora no sabemos cómo sobrevivir”, ha explicado esta huérfana a World Vision, una organización que trabaja para ofrecer apoyo psicosocial, saneamiento e higiene del agua, seguridad alimentaria y asistencia a casi 700.000 personas en las comunidades afectadas por el virus.
Abu vive en Wellington (Sierra Leona) y en 2015 perdió a ocho miembros de su familia más directa: su madre, su padre, su abuela, un tío y una tía, un hermano, y por último, una prima que iba a hacerse cargo de él y su otro hermano Abdul, y que también dejó a cargo de la familia que quedaba un bebé de meses. “Encontrar los ahorros de mis padres me han recordado a ellos y me ha puesto triste”, se lamentaba Abu en la casa familiar, en una de las escenas de Los huérfanos del ébola, documental de HBO (Ben Steele, 2016) que hace un recorrido por las vidas destrozadas por el primer brote y más extenso que afectó a África del Oeste entre 2014 y 2016 y que dejó 11.300 muertos en Guinea, Liberia y Sierra Leona. “Los amigos del colegio no se acercan a mí. Cuando me dieron el alta y volví a casa, me arrepentía de haber sobrevivido», cuenta en la misma película Mariama, de 15 años, nacida en Moyamba, al sur de Sierra Leona, y que creció con el estigma de que su padre, farmacéutico y líder religioso en su comunidad, fuera acusado de ser el que trajo el ébola al pueblo.
Estos tres huérfanos y supervivientes al temido ébola tienen algo en común y son las graves secuelas mentales que la infancia sufre en un territorio asolado por el virus: el miedo al abandono y la soledad. Como ellos, el 70% de los niños que han sobrevivido a la enfermedad se sienten marginados por amigos y el 33% por familiares, según el informe Miedo y soledad de World Vision elaborado en República Democrática del Congo.
La segunda epidemia de ébola más letal de la historia, que se declaró el 1 de agosto de 2018, ha infectado a 3.398 personas y ha matado a 2.235, según cifras del Ministerio de Sanidad de la República Democrática del Congo recogidas por la Organización Mundial de Salud (OMS) a 5 de enero de 2020. De las muertes que se habían contabilizado hasta el pasado noviembre, el 28% eran niños, según Unicef.
En República Democrática del Congo más de cinco millones de niños sufren desnutrición, una situación que ha afectado especialmente a los menores de cinco años. Hay más de 2.000 huérfanos y 4.000 menores de edad separados de sus familiares durante la propagación del virus, según el mismo informe de Unicef. “Es una situación complicada, porque el contacto directo es la forma de propagación del virus, pero a la vez, que una madre no abrace a sus hijos, supone un retroceso en los primeros días y meses de vida de un niño”, explica Blanca Carazo sobre las consecuencias a largo plazo del ébola. La responsable de programas de Unicef Comité Español asegura que los centros especializados de Unicef realizan terapias y tratamiento de apoyo psicológico con supervivientes del virus, para que los ya inmunes sean los encargados de cuidarlos y los más pequeños no sufran esa carencia afectiva.
Un segundo brote bajo la violencia
A las dificultades propias de parar una epidemia de estas características se une la grave situación de violencia que vive Kivu, al norte del país, una población que recibe ataques constantes de grupos armados y vive una situación de inseguridad continua. “Es probable que sin paz y seguridad los brotes de ébola continúen y el objetivo de llegar a cero casos, que se creía posible para 2020, ya no podrá lograrse en los próximos meses”, asegura Anne-Marie Connor, directora de World Vision en la RDC, que explica que derrotar el ébola es extremadamente difícil, en lo que es una zona de guerra, donde la inseguridad, las operaciones de salud detenidas, los rumores y la abundante desinformación están a la orden del día.
“Los niños sufren una doble tragedia: el ataque del ébola y el estigma que supone vivir este virus en soledad, sin sus familias y amigos”, explica Phiona Koech, asesora de salud mental y apoyo psicosocial de World Vision, que ha trabajado durante meses en Beni, zona que abandonó el pasado noviembre por falta de seguridad para el personal de las organizaciones internacionales.
Otra de las claves para la recuperación de la infancia en una situación de emergencia sanitaria como es una epidemia del ébola es el apoyo por parte de los adultos para informar sobre las maneras de prevenirla y combatirla, y luchar contra la desinformación alrededor de la enfermedad. “Los líderes religiosos y de las comunidades, además de los profesores, deben ser los que se encarguen de crear lugares seguros para los niños, porque muchas veces el desconocimiento de los padres hacen que no crean que sus hijos tienen este tipo de sentimientos de abandono y soledad”, contextualiza Koech. “Un niño que no va a la escuela es un niño con menos herramientas, con menos recursos emocionales para hacer frente a esto”, añade Carazo. “A veces los niños no hablan pero hacen un dibujo”, sentencia la responsable de Unicef Comité Español sobre las distintas técnicas para dar apoyo psicológico a los niños afectados por el ébola.
Pero a pesar de la situación dramática, aún hay rasgos de esperanza. Happy espera que su madre pueda hacer frente a la situación en la que la muerte de su padre les ha dejado a ella y a sus hermanos. Mariama, la otra protagonista del documental de HBO, ha vuelto a sonreír después de que la escuela volviera a abrir tras meses cerrada y haya podido reencontrarse con sus amigos. Y las vidas de Abdul y Abu, por falta de recursos económicos, se tuvieron que separar: Abdul se marchó a una aldea cercana de Wellington y Abu se mudó a casa de su tía a la capital, Freetown. El pequeño, que va a la escuela y ayuda en el puesto de zapatos familiar, aseguraba con una sonrisa en la boca: “Ya no le tengo miedo al ébola”.
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