La educación de mala calidad, mal de piedra

La educación de mala calidad, mal de piedra

Fuentes: Rebelión

La falta de calidad engendra la falta de calidad. Contiene un potencial subversivo, de verdadera disolución social, puesto que propicia el cinismo y la frustración colectiva, la simulación de todos contra todos.

Miguel Ángel Granados Chapa

Preámbulo

¿Cómo situar un concepto de calidad que escape a la tentación de sucumbir ante los jaloneos del mercado y el Estado? Entre cortinas de humo se asoman unas manos que jalan de las ropas a la educación hacia sus propios dominios. El mundo natural se repone a sí mismo independientemente de nosotros. Nosotros hemos pretendido reponernos independientemente del mundo natural. Pero no es lo mismo. Somos de la naturaleza y no a la inversa. Y el mal avanza tierra adentro. El metabolismo social sufre actualmente serios trastornos que empobrecen la riqueza cualitativa de la vida humana, es decir, todas las cosas y todos los procesos. Abogar por una educación de calidad, enriquecer sus cualidades, implica situar el problema desde otro punto de vista.

La educación no sucede exclusivamente en la escuela. En la escuela no aprenden sólo los alumnos. La educación es mucho más que capacitación para el trabajo. Las escuelas no deberían quedar entre las patas de los caballos. En la globalización se requiere de la localización de las problemáticas. Y situarlas implica reconocer a las comunidades que están involucradas en los procesos que pueden, merecen, ser mejorados.

Primer acto: La calidad

La vida es un equilibrio dinámico entre formas particulares de esa misma vida. Cada ser humano es parte de la existencia social que la hace posible. Nuestra existencia “implica un proceso constante de metabolismo o intercambio de materias entre la forma de lo humano y la forma de lo puramente natural”.1 Es decir, cada uno de nosotros participa en un juego de reciprocidades, primero, con el conjunto variado de seres humanos y, segundo, con la vida natural de la que formamos parte. Todo al mismo tiempo. Así, al organizarnos para obtener los elementos para la subsistencia, modificamos a la naturaleza. Ésta, a su vez, aceptando a su modo esa modificación, nos la devuelve, transformándonos nuevamente. Así pues, los seres humanos vivimos en un diálogo cósmico.

El trabajo que se requiere en este “metabolismo” necesita determinados instrumentos o herramientas. Tanto el instrumento de trabajo como el objeto a ser trabajado deben ser naturaleza transformada para ser usadas o consumidas; cosa inventada. Cuando al trabajar obtenemos un objeto para nuestro consumo se suele requerir de ciertos instrumentos para apropiarnos del fruto de nuestro esfuerzo. De este modo, el ser humano, al repetir incansablemente los pasos necesarios para reponer su existencia, elige una y otra vez la materia, los instrumentos y los procedimientos más adecuados para satisfacer no sólo su necesidad sino su gusto.2

El pan, por ejemplo, sería el vehículo de una preferencia gustativa, calada repetidamente a través del tiempo. Si algo se modificara en el proceso, el pan no sabría igual. Si se empobrecen los ingredientes o se descuida su elaboración se alteraría su riqueza cualitativa. Podría decirse que disminuiría su calidad. Si se cuida con detalle el proceso, para las ocasiones especiales, diríamos que se altera para bien. Del mismo modo, cuando la alteración ocurre en negativo, sucede un empobrecimiento cualitativo. Es malo ese pan.

La noción de “calidad” como empobrecimiento de las cualidades es lo que quisiéramos poner a prueba al interrogarnos sobre la consistencia de otros productos sociales, acaso mucho más complejos, como la educación. Pero haría falta enfocar detenidamente este hecho. Por ello vale la pena preguntarse: ¿Cuáles son los instrumentos, la materia, los objetos y los sujetos que entran en juego en la educación? ¿Qué implicaría, en este sentido, un mejoramiento de la calidad en la educación?

La educación no es un pan, ni son enchiladas. Se “producen” seres humanos; seres humanos “produciendo” seres humanos. En este sentido, no se produce un objeto llamado educación; éste sería el proceso. El medio es la escuela. Por lo tanto, convendría situar las cosas de la siguiente manera: la educación es el proceso mediante el cual el ser humano se reproduce a sí mismo a través de las generaciones. Pensar una mejora cualitativa de dicho proceso exige reconocer sus elementos para someterlos a revisión crítica.

Segundo acto: la educación

Que los niños, actualmente, vayan todos los días a la escuela, o que se piense que deben hacerlo, es una realidad histórica. No hay sociedad humana que no se las haya arreglado para transmitir la experiencia y el conocimiento acumulado para garantizar la sobrevivencia y cierta forma particular de humanidad. Pues no sólo es la continuidad biológica de la especie sino fundamentalmente la continuidad de una determinada forma de vida para ella misma. Lo que se fomenta y se “entrega” a las nuevas generaciones es una identidad.

Las diferentes aventuras históricas que se han vivido persiguiendo ese fin han contado con espacios y procesos dedicados especialmente a sistematizar y transmitir el conocimiento y la experiencia requeridos para conservar una identidad, una determinada figura política. Aun así, esos lugares no son los únicos momentos en donde las comunidades “se hacen” a sí mismas. Los personas, desde los primeros años, encuentran en el trabajo, en las ritualidades festivas, en la vida religiosa y la vida cotidiana misma, múltiples filamentos con los que hallan pertenencia y participación en esa transmisión. Viven en el marco de una “realidad cultural” en donde “todo proceso de trabajo está siempre marcado por una cierta peculiaridad en su realización concreta” de la que depende su capacidad política.3

Pero en el mundo moderno más reciente, es decir, el de la historia asociada al proceso de expansión y universalización de la civilización occidental, el medio a través del cual esta transmisión de saberes ha tenido lugar es el de la educación escolar a cargo del Estado nacional. La concepción, la implementación y las diferentes transformaciones en las que ha debido darse, son una historia que puede entenderse mejor a la luz de un proceso que le antecede y que está por debajo de los acontecimientos, sobredeterminándolos y encauzándolos en un cierto sentido, que prioriza “el plano puramente racional-eficientista de la técnica”, como promesa de acumulación de riqueza abstracta.4

La función histórica del Estado nacional ha sido la de gerente y/o capataz de los distintos territorios que albergan en su interior realidades con matrices culturales diversas. Ha sido el dispositivo para la reproducción de una identidad artificial que otorga legitimidad y estabilidad a las distintas empresas de acumulación de capital. Pero vivimos la falta de vigencia del Estado nacional, en la medida en la que el territorio ha dejado de ser la mercancía encargada de administrar la acumulación de riqueza. La democracia se ha vuelto un juego donde se elige una determinada versión de obediencia al mercado. Este fenómeno se constata en la nueva centralidad que ocupa la tecnología como pivote del desarrollo económico, es decir, lo determinante ya no es la productividad de un determinado territorio sino la productividad de tal o cual tecnología, consolidada como realidad pos-nacional.5 Hablar de calidad poniendo en el centro las necesidades de legitimación o capacitación del estado o del mercado es tocar apenas el punto de partida de una problemática enorme.

Ahora que la era de la globalización requiere una nueva forma de división internacional del trabajo, los Estados nacionales aparecen como impedimento, como artefactos obsoletos que están siendo debilitados y sustituidos por otros mecanismos de estandarización, más allá de las fronteras nacionales, minando también desde las regiones, por omisión o por conveniencia, la soberanía nacional que en otro tiempo fue funcional.6

Tercer acto: La comunidad educativa

Sylvia Schmelkes ha explorado una ruta de mejoramiento de la calidad de las escuelas que sin confrontar abre perspectivas.7 Plantea, primero, que el cambio cualitativo “es asunto de cada escuela, de las personas que ahí trabajan, y de las relaciones que éstas establezcan entre sí, con los alumnos y con la comunidad a la que sirven”. Para ella la calidad está en el proceso que involucra a toda la comunidad. La calidad implica y asegura el mejoramiento continuo de todas las personas involucradas.8 Es una forma de hacer lo que se tiene que hacer a pesar del mercado y el Estado.

La revisión de los capítulos II y V del tomo de Shmekel centra dos cuestiones: primero, la necesidad del reconocimiento de las problemáticas en el proceso educativo, la solución de las causas que las originan y la construcción de criterios que permitan estabilizar el cambio y fincar sucesivas posibilidades de mejoramiento; y segundo, reconocer a todas las personas involucradas en la construcción del ambiente educativo como parte del proceso y, por lo tanto, como parte del equipo que puede llevar adelante el diagnóstico, las propuestas, la supervisión y la evaluación de las acciones emprendidas.9

En ambos momentos (el reconocimiento de la problemática y el de la construcción de trabajo en equipo)10 lo más difícil parece ser la transformación personal y colectiva de quienes están involucrados. Pone a prueba el tipo de identidad que se reproduce en nuestros días. Como si nos hubiésemos tornado estructuralmente conservadores, opositores de la transformación, defensores de una identidad pétrea; estamos malos de mal de piedra. Por desventura, el peso recae, por ahora, en los docentes. Es así en la medida en que no se asuma colectivamente la función educativa dentro de las escuelas (lo que incluye también a los padres y madres de familia). Es necesario un “cambio de actitudes, y estar dispuestos a modificar las mismas y a ser consecuentes con esta decisión de cambio”.11 Esto significa abrirse al camino de las mutaciones que no cesan. Y da vértigo. No sabemos vivir en la incertidumbre. Pero si no cambian los procesos no cambiarán los seres humanos.

La discusión acerca de la calidad está atrapada en el campo que disputan las necesidades del mercado o del Estado. Seres humanos de “mejor calidad”, en esta disyuntiva, no se definen a partir del análisis del proceso de formación sino en atención a la funcionalidad inmediatista que solicitan estos campos, es decir, en el resultado. Un conformismo estatal o mercantil, se contenta con obtener del proceso ciudadanos acríticos, por un lado, o trabajadores y consumidores activos, por el otro. El crecimiento cuantitativo de la oferta educativa “se mantiene e incluso crece” y sin embargo, “cualitativamente la educación se deteriora”.12

Sin embargo, el concepto de calidad es progresivo, “está en constante construcción y evolución […] a medida que pasa el tiempo se van agregando más elementos a su conceptualización”. Es en este campo de batalla que argumentar en favor de un concepto de calidad como enriquecimiento cualitativo del proceso, aboga por la necesidad de recuperar la capacidad de darle forma a nuestra identidad desde nuestras propias comunidades. Podemos estar de acuerdo con que

Estas necesidades abarcan tanto las herramientas esenciales para el aprendizaje como los contenidos mismos del aprendizaje básico necesarios para que los seres humanos puedan sobrevivir, desarrollar plenamente sus capacidades, vivir y trabajar con dignidad, participar plenamente en el desarrollo, mejorar la calidad de su vida, tomar decisiones fundamentadas y continuar aprendiendo…13

O, finalmente, con las palabras de la misma Schmekel:

la educación verdadera es la que ocurre en el interior de cada sala de clases, en cada plantel educativo. Su calidad depende de la calidad de las relaciones que se establezcan entre las personas que ahí laboran, con los alumnos y con la comunidad inmediata a la que sirven. Por eso, la calidad de la educación sólo podrá mejorarse, en forma real, en la medida en que se generen desde cada plantel educativo, de manera participada y compartida, las condiciones que ese plantel necesita para lograr resultados de calidad en la educación impartida a esos alumnos, en las condiciones específicas de la comunidad concreta a la que presta sus servicios.

Epílogo

En los procesos de producción industrial el cálculo de una corta vida útil para los productos ha sido denunciada como “obsolescencia programada”. Al fenómeno que se ejemplifica con esa ropa que sólo tiene cierres o bolsitas aparentes ha sido conceptualizado como “modernidad americana”. Estos dos hechos, la caducidad controlada y la mera apariencia, no se agotan en la producción de objetos para el consumo. Son dos rasgos de una manera de producir que ha alcanzado y trastornado el proceso de reproducción de la vida social; la reproducción de la vida humana misma.

La educación no es ajena a este fenómeno. El empobrecimiento cualitativo del mundo de la vida humana sobre la tierra tiene en la educación una ventana y un grillete. Es allí donde podrían aleccionarse otras formas de relación entre seres humanos y con el mundo natural. Pero es también el semillero de una forma de vida que se aleja de la necesidad de sostener un diálogo armonioso con el mundo. Al hablar de calidad no debemos pensar solo en la vida individual que pueda tener cada uno sino en el tipo de vida al que podemos dar lugar como civilización humana.

Bibliografía

Ceceña, Ana Esther. Derivas del mundo en el que caben todos los mundos, CLACSO ediciones, Siglo veintiuno editores, México, 2008.

Echeverría, Bolívar, Definición de la cultura, FCE, México, 2001,

Oliva, Carlos, “¿Qué es la izquierda? Notas sobre las definiciones de Bolívar Echeverría”, 2017. Consultado en http://www.laotrarevista.com/2017/10/que-es-la-izquierda-carlos-oliva-mendoza/ por última vez el 20 de enero de 2020.

Schmelkes, Sylvia, Hacia una mejor calidad de nuestras escuelas, SEP, México, 2001.

Notas:

1 Bolívar Echeverría, Definición de la cultura, FCE, México, 2001, p. 47.

Cf. Ibid. p. 51-54. El mismo autor escribe más adelante: “El alimento del animal es perceptible para él como más o menos apto para llenar una determinada carencia del mismo; el alimento humano, en cambio, es perceptible no sólo como capaz de satisfacer un determinado tipo de hambre, sino también, y sobre todo, como más o menos sabroso y como diferentemente sabroso”. p. 64.

3 Bolívar Echeverría, “Lección I. La dimensión cultural de la vida social”, Op. Cit. p. 22.

Ibid. p. 20.

Cf. Carlos Oliva, “¿Qué es la izquierda? Notas sobre las definiciones de Bolívar Echeverría”, 2017. Consultado en http://www.laotrarevista.com/2017/10/que-es-la-izquierda-carlos-oliva-mendoza/ por última vez el 20 de enero de 2020.

Cf. Ana Esther, Ceceña. Derivas del mundo en el que caben todos los mundos, CLACSO ediciones, Siglo veintiuno editores, México, 2008.

7 Sylvia Schmelkes, Hacia una mejor calidad de nuestras escuelas, SEP, México, 2001. p. 9.

Cf. Sylvia Schmelkes, “Capítulo VII. La calidad conduce al mejoramiento continuo de las personas involucradas”, Op. Cit. pp. 73-83.

9 Sylvia Schmelkes, “Capítulo II. La calidad parte del reconocimiento de que hay problemas” y “Capítulo V. La calidad depende de todos los que participan en el proceso” Op Cit. pp. 29-40 y 53-62, respectivamente.

10 Al respecto dice la autora: “El equipo se complementa, se forma y se refuerza. Los equipos deben identificar el problema, conocer sus causas, diseñar soluciones, vigilar su puesta en práctica, evaluar, evitar que se vuelvan a presentar situaciones que conduzcan al proceso anterior, y buscar nuevas formas para lograr niveles aún mayores de resultados” Ibid, p61.

11 Ibid. p. 53.

12 Cf. Ibid. “Se ha llegado al término de un proceso educativo mediante el cual se han obtenido abundantes logros cuantitativos a expensas de menoscabar la eficiencia, la calidad y la equidad”. p. 10.

13 Artículo 1 de la Declaración Mundial sobre Educación para Todos. Satisfacción de las Necesidades de Aprendizaje Básico. Jomtien, Tailandia, marzo de 1990.

Fuente de la Información: https://rebelion.org/la-educacion-de-mala-calidad-mal-de-piedra/

 

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