Por Kelly Robledo
Un mundo cambiante y el sentirnos vulnerables frente a situaciones como la actual crisis del coronavirus, nos invitan a reflexionar sobre el estado actual de las políticas sociales, los retos a los que nos enfrentamos y cómo estamos preparados para afrontarlos. En medio de todo esto se encuentra la educación, cuyos modelos que hasta el momento ha ejecutado ameritan cambios urgentes frente a los desafíos del escenario actual.
Aika conversó con Juan Carlos Casco, historiador de formación, y dedicado actualmente a la asesoraría de gobiernos y organizaciones en el desarrollo de nuevos modelos educativos, en base al emprendimiento y las nuevas tecnologías. En este entrevista, Casco defiende la necesidad de lo que denomina el Tercer Contrato Social de la Educación, en la línea del cual ya trabaja junto a su equipo Kairós, una organización integrada por profesionales de la educación unidos para contribuir a la innovación y transformación del sector.
¿Cuál es su visión de la historia reciente de la educación?
La economía, la sociedad y la tecnología han sufrido una evolución sin precedentes que no se ha visto secundada por un cambio en la educación. Aunque hemos incorporado nuevas tecnologías y aparatos al aula, solo nos han servido para reproducir el viejo patrón del profesor como emisor de información para ser memorizada por los alumnos y repetida en un examen.
Pese a que utilizamos la tecnología en el aula, no hemos cambiado el propósito. Continuamos anclados en el paradigma de la enseñanza y no entendemos que estamos en la sociedad del aprendizaje.
Aunque usamos videproyectores, internet y plataformas virtuales, los fundamentos del currículo educativo no han evolucionado tanto en muchos siglos, no somos tan “modernos” como pensamos. El modelo de Boecio y Casiodoro (Trivium y Quadrivium) aún es reconocible en nuestra educación, mucho más patente es el influjo de la Ilustración con su ideal académico o los requerimientos de la era Industrial que demandaba una escuela para “fabricar” trabajadores que realizasen tareas repetitivas en las cadenas de montaje y la administración, un estándar de escuela prusiana enfocada en producir personas obedientes y soldados disciplinados.
Ahora mismo, ¿cuáles deberían ser las principales preocupaciones en materia de educación?
La principal preocupación está en torno a la pregunta: ¿Qué necesitamos enseñar a nuestros niños y niñas para desempeñarse de manera satisfactoria en el futuro, actuando con la mirada puesta en 2050? Aún siendo evidente que no sabemos cuál va a ser la evolución en el mundo de la economía o el trabajo, algo que es difícil de prever en unos meses, sería pretencioso anticipar el mundo del futuro, y más aún pretender preparar a los niños para profesiones con futuro. Incluso las profesiones más prometedoras, en un horizonte de 10 años, es posible que estén obsoletas, sean marginales o puedan sustituirse por la inteligencia artificial u otras tecnologías disruptivas.
Sin embargo, en este entorno complejo y cambiante, sí sabemos cuáles van a ser las competencias claves para el desempeño personal y profesional en las que tenemos que centrarnos y emplearnos a fondo, como el desarrollo de la creatividad, la innovación, el emprendimiento y el liderazgo. De hecho, muchas de ellas, de una u otra manera, ya están escritas en las leyes educativas de muchos países, aunque su enunciado no deja de ser una mera declaración de intenciones porque para su enseñanza y aprendizaje se necesita una apropiación por parte del profesorado.
Nuestros niños y niñas van a necesitar aprender a vivir en la incertidumbre, a trabajar juntos, a ser sensibles, a diseñar soluciones creativas a problemas emergentes, a inventarse su propio trabajo y sustento, a liderar su propia vida. Todo esto no se adquiere por generación espontánea, la base de los nuevos saberes está en el desarrollo de competencias y habilidades subyacentes que hemos reunido en un modelo para su aprendizaje (Modelo 6-9). Estas las podemos resumir en aprender a ser sensibles, a escuchar a los demás y hacernos cargo de sus necesidades y preocupaciones, a prometer cosas valiosas a otras personas, a pedir de manera efectiva, a cumplir nuestras promesas, a hacer buenas ofertas, a declarar cosas importantes y significativas para los demás, a ser veraces y éticos, a hacer juicios fundados con los que conducir nuestros cursos de acción, a tomar decisiones, a crear una visión, a construir dirección con sentido y criterio, a coordinar nuestras acciones y ejecutar el trabajo de manera impecable, a producir satisfacción, a gestionar emociones y crear espacios emocionales expansivos, a evaluar lo que hacemos, a programar y planificar de manera flexible…
Las grandes transformaciones y disrupciones que estamos experimentando en el ámbito económico, social o laboral, están reclamando a gritos un Tercer Contrato Social de la Educación, cuyos rasgos definitorios comienzan a entreverse en torno al siguiente enunciado: “descubre tu pasión, aprende a lo largo de la vida, cultiva nuevas competencias y habilidades, hazte cargo de inventar tu trabajo…”.
Habla de un cambio o renovación de lo que se ha desarrollado hasta el momento. ¿Qué significa en detalle lo que denomina “tercer contrato social de la educación”?
La mayoría de nuestros padres y abuelos nacidos en la primera mitad del siglo XX aceptaron un contrato social que les proponía el siguiente itinerario educativo: “aprende las cosas básicas para desenvolverte en la vida, desarrolla disciplina y obediencia, luego aprende un oficio y tendrás un trabajo digno para ganarte la vida…”.
Los nacidos en la segunda mitad del siglo XX tuvimos más suerte y nos encontramos con otro contrato social que ampliaba nuestras posibilidades educativas y laborales bajo este enunciado: “estudia mucho, esfuérzate, saca buenas notas, haz una carrera y tendrás un buen trabajo de por vida…”.
Los venidos al mundo a finales del siglo XX y principios del XXI han tenido la mala fortuna de verse obligados a firmar el mismo contrato que sus padres, cuando la realidad de su mundo es radicalmente distinta.
El Primer Contrato Social de la Educación se basaba en la adquisición de competencias básicas (matemáticas, lenguaje, conocimiento del medio, historia…); el Segundo tenía su fuerte en las competencias técnicas asociadas al desempeño de una profesión que se obtenían principalmente a través del estudio de una carrera; el Tercero tendrá su fuerte en la adquisición de las competencias genéricas (competencias clave para el siglo XXI o soft skills).
En esta línea, ¿qué es Kairós? ¿Qué respuesta da a los desafíos que plantea la sociedad actual? ¿Y de qué manera busca hacerlo en contraste a lo que plantean otras instituciones del mismo sector?
Kairós es un movimiento que trabaja para impulsar y materializar el Tercer Contrato Social de la Educación, cuyos miembros son reconocidos líderes educativos de diferentes países y continentes, expertos en campos diversos y profesionales de un gran prestigio y compromiso.
Nos hacemos cargo de una anomalía histórica para adaptar la educación al signo de los tiempos desde una actitud proactiva. Somos conscientes del desafío monumental que enfrentamos, pero nos une el compromiso con la sociedad y el amor por las futuras generaciones.
Desde Kairós nos mueve el compromiso radical y somos optimistas respecto al futuro de la educación, reclamamos valentía a los gobiernos para plantear un Tercer Contrato Social de la Educación e iniciar el camino dando el primer paso, uniendo vigores dispersos y haciendo camino al andar. Sabiendo, como el esforzado labrador, que es posible que no lleguemos a recoger el fruto del olivo, pero con la satisfacción de que lo plantamos y lo cuidamos con todo nuestro cariño para las futuras generaciones.
Kairós es la casa común de toda la comunidad educativa, es tu casa.
Como ha dicho, estamos en un momento histórico que demanda cambios profundos en políticas a todo nivel, y especialmente en el campo educativo. ¿Cómo asume Kairós el complejo escenario planteado por la expansión del coronavirus?
El coronavirus ha actuado como un acelerador del cambio histórico en el que ya estábamos inmersos, evidenciando y haciendo transparentes las anomalías y fallas que ya existían en el mundo de la economía, el trabajo o la educación.
La crisis del coronavirus nos ha puesto ante la evidencia de que el mundo que nos espera estará presidido por la incertidumbre, y que para un buen vivir, tendremos que aceptarlo con alegría y en clave de oportunidad. Estamos ante un cambio radical de paradigma que no es nada nuevo, forma parte de un debate histórico que se inició hace 2500 años en torno a la concepción del ser humano como realidad inmutable o devenir.
La educación en este momento ha de hacerse cargo del estado de ánimo de la gente, que se concentra en un sentimiento colectivo mayoritario donde las personas perciben que su mundo se desmorona a sus pies. “No veo posibilidades para mí” es el pensamiento más recurrente, y la educación ha de hacerse cargo de ello, ayudando a las personas a descubrir posibilidades. Si no somos conscientes de esto, podemos vernos arrastrados hacia el derrotismo y el nihilismo, o por el contrario, abrirnos la puerta a una nueva esperanza para construir un mundo mejor. Eso sí, aprendiendo otras cosas, de otra manera y con otro propósito.
En base a su experiencia, ¿qué le hace falta a la gestión de la educación que los gobiernos realizan? ¿Qué diferencias encuentra entre las políticas educativas de Latinoamérica y Europa?
Los gobiernos están gestionando el presente de la educación como pueden, agotados en discusiones estériles y cortoplacistas, sin tiempo para pensar, ni mucho menos, para diseñar el futuro. Y esto es una auténtica anomalía. Todo el mundo sabe que el problema está ahí pero muy pocos quieren reconocerlo. Llevamos décadas escondiendo los problemas en los cajones con la amenaza latente de que un día nos exploten en las manos.
Muchas personas viven en la tranquilidad de que sus gobiernos están trabajando por el futuro de la educación. Yo les digo ¡Asústense! Porque su gobierno no se está haciendo cargo del futuro de la educación. La Educación que están recibiendo nuestros hijos es una herencia del pasado que los lleva directamente a un callejón sin salida.
Las democracias no son perfectas, están llenas de tabúes y conversaciones prohibidas, los partidos políticos se mueven por el tacticismo electoral, están pensando en las próximas elecciones en lugar de las futuras generaciones.
La política se centra en producir resultados a corto plazo que puedan traducirse en votos. Y la educación requiere la sensibilidad del agricultor que planta un olivo, el mismo amor que nos guía como padres y madres cuando realizamos una gran inversión durante 20 años o más en la educación de nuestros hijos e hijas, sin condicionarlo a los resultados en los próximos cuatro años, sabiendo que la educación es un tesoro que produce resultados a largo plazo. Es el amor por las futuras generaciones lo que mueve el mundo, y también debería ser el sentimiento que estuviera presente en nuestros gobernantes.
Los problemas que aquejan a la educación en diferentes países y continentes tienen la misma raíz.