Por: Daniel Seixo
«La política es la consagración del oportunismo de los que tienen medios y recursos. La revolución abre paso al mérito verdadero, a los que tienen valor e ideal sincero, a los que exponen el pecho descubierto y toman en la mano el estandarte. A un partido revolucionario debe corresponder una dirigencia revolucionaria, joven y de origen popular»
Fidel Castro
«Nuestra tarea es la crítica despiadada y mucho más contra aparentes amigos que contra enemigos abiertos.«
Karl Marx
Rápido, en corto y al pie: si te molesta todo aquello que se asemeja a un obrero, lo tuyo no es el marxismo. De igual modo que si desde la sólida atalaya de tu masculinidad continuamente pretendes dar lecciones vitales a las compañeras, lo tuyo quizás tampoco sea el feminismo. Puede que creas saber lo que es el marxismo, puede incluso que tu librería esté llena de autores comunistas y que en tu entorno laboral se te identifique como tal entre quienes a su vez consideran a Pedro Sánchez o Manuela Carmena símbolos del rojerio patrio, pero cualquier socialista de puño y no de rosa, sabe perfectamente que en los platós de televisión la autoridad para hablar de estas cosas brilla desde hace mucho tiempo por su ausencia.
Seamos sinceros, ninguna corporación se pelea por contar entre sus colaboradores con un comunista. Y si bien está feo llevar cualquier debate al terreno personal o a las conversaciones privadas para intentar desacreditar a compañeros y compañeras con supuestas peticiones de colaboración y así lograr circunscribirlo todo a una mera batalla de egos, una vez inmersos en esa lógica de pura escalera profesional y baile de favores, bien haríamos todos en preguntarnos como resulta posible que el sujeto revolucionario en la actualidad, nos venga precisamente dado desde el camerino contiguo al de Eduardo Inda, Paco Marhuenda, Juan Ramón Rallo, María Claver y demás fauna del sainete mediático del sistema.
La clase compañeros y compañeras, la clase es lo que nos une, lo que nos representa
El marxismo y el feminismo, van mucho más allá de las puntuales disputas surgidas al albor de una legislatura política en nuestra democracia. Pretender por tanto enmarcar el actual debate acerca de la “Proposición de Ley sobre la protección jurídica de las personas trans y el derecho a la libre determinación de la identidad sexual y expresión de género» a una mera disputa entre Carmen Calvo y Podemos o analizar la deriva líquida de la pseudoizquierda parlamentaria desde una disputa circunscrita a nuestras fronteras, solo puede ser interpretado como algo digno de una persona muy inocente o que pretende tomarnos a todos por idiotas. Y eso mismo creo que es una duda que nos asalta a muchos desde hace ya bastante tiempo en relación con todo aquel totum revolutum político, periodístico y cultural surgido tras el 15M y los Indignados, ¿son en realidad tan inocentes políticamente hablando o por el contrario pretenden tomarnos por idiotas?
Pasado un tiempo prudencial, yo me decanto poco a poco, pero decididamente, por lo segundo. Entre otras cosas porque el pecado original de la inocencia en la izquierda, en nuestro estado y en mi familia, hace tiempo lo pagamos con Isidoro. No estamos para nuevas aventuras a la desesperada que terminan con yates que sustituyen chaquetas de pana, votos para tapar los crímenes de estado, actitudes «parlamentarias» que escupen en la cara al movimiento obrero y demás parafernalias partidistas que huelen a naftalina hasta que oportunamente cada cuatro años se renuevan para pedirnos de nuevo nuestra confianza. Ese partidismo propio de las democracias burguesas entre los que venimos de familias obreras nos hastía y nos aterra, no en vano en pocas décadas hemos pasado de ver al parlamentarismo como una mera herramienta con la que profundizar en una revolución necesaria y urgente, a verlo como un fin en sí mismo. De Allende a Errejón y toda esa secta de influencers y analistas carroñeros salidos de un maldito despacho a otro, sin que apenas les haya alcanzado la luz del sol.
Todo esto se basa en la desesperada estrategia del Tío Tom del capitalismo por ser aceptado en el sistema pese a sus claras diferencias de cuna con la clase dominante
Pero centrémonos, no hablemos de su libro que han dado sobrada muestra de ser expertos en conseguir publicidad gratuita de nuestra rabia y nuestra razón. Si uno no es capaz de diferencias los pilares neoliberales tras la Teoría queer, perdónenme señores, pero al tonto ya lo tenemos en frente, ahora solo nos falta conocer su utilidad para la izquierda, ya que su labor en las trincheras reaccionarias hace tiempo nos ha quedado clara en la figura del quintacolumnismo. Bien sea decidido por convicción, estilo de vida o mera torpeza intelectual.
El feminismo no podrá nunca compartir sujeto, base teórica, y lo que es más importante, agenda, con todos aquellos que pretenden sustituir su largo historial de lucha política contra la opresión patriarcal por un baile estridente de interpretaciones idealistas de la realidad. Y por tanto, no nos confundamos, ni pretendamos confundir al público que nos conocemos: la tesis de que las feministas críticas con las leyes de identidad caen en la transfobia por negarse a aceptar la imposición de una realidad social basada en la identidad individual y líquida del género, es un auténtico despropósito. Aquellos que pretenden sustituir el sexo biológico por estereotipos patriarcales de género, son tan ajenos a la agenda feminista como lo son al marxismo aquellos que en nuestros días únicamente quieren modular y afinar las dinámicas de explotación capitalista para complacer a un creciente mercado de identidades. Cierto es que compartimos una misma capacidad para identificar ciertas dinámicas de una misma estructura de opresión, pero mientras ustedes pretenden reformar el sufrimiento y la injusticia, otros aspiramos a romper la rueda de un sistema inhumano y cruel. Permítannos por tanto recibir escasas lecciones sobre el sujeto de nuestra lucha por parte de aquellos que si bien pueden compartir cierto recorrido con nosotros, nadie lo niega, ni mucho menos se dirigen al mismo destino.
Y todo esto va mucho más allá de Amelia Valcárcel, Laura Freixas, Alicia Miyares, Irene Montero o el propio equipo de gobierno al completo con su séquito de asesores. Estamos hablando de ideología y de la historia de nuestras sociedades, hablamos por tanto de un conocimiento y una experiencia acumulada por generaciones de trabajadores y trabajadoras que a través de su sudor, pero también sus obras teóricas, nos han legado una guía intelectual y material con la que poder interpretar nuestras sociedades y enfrentarnos así a situaciones que ellos han vivido en su propia piel. Nadie en su sano juicio ha discutido en momento alguno que todo esto se trata de una lucha por el poder, hay que ser un jodido majadero para negar esto, pero si lo que se pretende es centrar esa lucha en un despacho de la Moncloa y no extrapolarla al conflicto de clase y su agudización en una sociedad en la que la precariedad, el paro, el hambre y la extrema pobreza se incrementan en dimensiones solo equiparables al lujo y el despilfarro de una burguesía a cada paso más dominante y concentrada, entonces seré yo mismo el primero en señalar la clara traición a la clase obrera y lo innecesario para ella de un ego tan desproporcionado que se muestra incapaz de ver la realidad de los barrios a los que dice representar, quizás deslumbrado por los focos de las tertulias y las batallas políticas de medio pelo que al común de los proletarios, con perdón, nos importan una mierda.
El marxismo y el feminismo, van mucho más allá de las puntuales disputas surgidas al albor de una legislatura política en nuestra democracia
La clase compañeros y compañeras, la clase es lo que nos une, lo que nos representa. La clase social es lo que llevas a cuestas cuando el primer día de clase tus zapatillas no son como las de tus compañeros, lo que te impide entrar en ese club nuevo en el que se encuentra una chica o un chico que ni repara en tu presencia, es por lo que las noches se hacen eternas el día antes de que se termine el paro, el aire que se respira en tu barrio, literalmente el sabor de las tapas de tu bar de referencia, el trasfondo de las conversaciones con amigos, las dudas y los temores por el futuro, las necesidades y también las alegrías en el estadio o en la calle cuando los antidisturbios no pudieron avanzar hasta la entrada de la fábrica o el jefe se quedó con un palmo de narices ante la unidad de la empresa. La clase lo es todo, pero esto no está reñido con que a la clase social la atraviesen otras discriminaciones y otros componentes sociales como la raza, el sexo o nuestra orientación sexual. Pero os lo aseguro, no es lo mismo ser homosexual o negro en el palco del Bernabéu que en el bar de la esquina de nuestros barrios. Y esa, la amenaza de capitalizar bajo un mismo mercado identitario esas tan distantes diferencias, es la amenaza que debemos tener en estos momentos presente.
Todo esto se basa en la desesperada estrategia del Tío Tom del capitalismo por ser aceptado en el sistema pese a sus claras diferencias de cuna con la clase dominante. El marxismo no es una idea fija gravada en piedra, cierto, pero tampoco se trata de un Gin tonic en copa de balón que aderezar con cualquier cosa que se nos pase por la cabeza para intentar transformar lo que viene siendo una bebida espirituosa y un momento de esparcimiento en un mero símbolo de nuestras ambiciones y nuestro estatus deseado. La estrategia para transformar el sujeto revolucionario en un mural de Greta Thunberg entrelazando los brazos con una adolescente feminista y una trans de 10 años, no es más que el intento de gentrificación de la clase obrera. Una clara muestra de las miserias y las bajas pulsiones de quienes diciéndose obreros, pareciese que nos tienen alergia. Y ante eso, un marxista jamás se pondría detrás.
Fuente e imagen: https://nuevarevolucion.es/la-sal-de-la-tierra-2/