Reseñas/10 Septiembre 2020/elpais.com
Este grupo de jóvenes se hacen llamar Hermanas del Boxeo, pues esta actividad las ha ayudado a recuperarse de la pérdida de sus casas y vidas, de la violencia del Estado Islámico que las empujó a huir hasta acabar engrosando el censo de desplazados en el campo iraquí de Rwanga
Para aprender a boxear, a Husna le basta con una caseta pequeña y mal iluminada. En el campamento de refugiados de Rwanga, donde vive, no hay gimnasio. Durante una hora al día, ella y sus «hermanas boxeadoras» convierten este barracón en su club deportivo. El proyecto Boxing Sisters intenta mejorar la salud física y mental de las refugiadas a través de este deporte. Lotus Flower, una organización británica sin ánimo de lucro, lo puso en marcha en 2018. La ONG trabaja en los campamentos del norte de Irak para desplazados internos y se dedica a devolver la fuerza y la confianza a las mujeres cuya vida se ha visto afectada por el conflicto y el abandono de sus hogares, que han perdido a sus seres queridos en la guerra, o que han sido testigos o víctimas de actos de violencia, también sexual.
Las mujeres del campo de refugiados de Rwanga comparten un pasado similar. Unas 15.000 personas, la mayoría perteneciente a la minoría religiosa yazidí, viven en las instalaciones desde 2014. Son familias que tuvieron que abandonar sus hogares ante el avance implacable del Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIL o ISIS por sus siglas en inglés).
Cuando el ISIS atacó el pueblo de Husna en Sinjar, su familia tuvo que huir dejándolo todo para salvar la vida. «A las siete de la mañana, mi tío recibió un mensaje de uno de nuestros parientes que vive en otro pueblo. Le decía que el ISIS se dirigía hacia el nuestro y que teníamos que marcharnos inmediatamente. Cuando intento recordar aquellos días, mi corazón empieza a latir tan deprisa que me cuesta respirar y me mareo», cuenta Husna. Los recuerdos siguen persiguiéndola en el campamento de Rwanga. Varias hermanas boxeadoras han perdido a sus familiares en la guerra. Otras han vivido cosas peores: el ISIS las hizo prisioneras y las esclavizó.
Ahuyentar el miedo con los puños
Ahora, Husna y varias docenas de mujeres tienen un sitio para ellas. Las clases de boxeo no tardaron mucho en convertirse en su actividad preferida.
Cathy Brown, campeona de boxeo femenino, se involucró en el proyecto desde sus comienzos. Brown promociona el boxeo como un arma terapéutica que empodera y restituye la confianza; a ello se dedica en Londres y por ello recibe el apodo de «entrenadora de almas». La deportista visitó el campamento y entrenó a Husna y a otras chicas yazidíes durante 10 días.
El proyecto tuvo una buena acogida, y fue creciendo. Docenas de refugiadas se apuntaron a los cursos siguientes. Cathy Brown y otras entrenadoras pronto reconocieron el talento de Husna, y al cabo de un año de práctica diaria, la joven se convirtió en entrenadora de las principiantes.
En su cuenta de TikTok, Husna publica a menudo vídeos de sus sesiones de entrenamiento. En ellos se la ve a ella y a sus alumnas golpear, atacar y aguantar en guardia mientras rugen, gritan y se ríen. «Aquí me siento como si tuviese una segunda familia. Todas hemos pasado adversidades parecidas, y eso nos acerca, tanto como si fuésemos hermanas», explica la joven, que también reconoce que varias compañeras y ellas misma han notado que gracias a este deporte ha mejorado su salud física y mental. Hacer ejercicio con regularidad conservaba su buen humor… Hasta que el nuevo coronavirus llegó a Kurdistán.
El coronavirus y las boxeadoras
La propagación de la covid-19 puso fin al proyecto. Los administradores del campo temían que un brote en las abarrotadas instalaciones con población vulnerable fuese catastrófico, y limitaron las actividades colectivas. También restringieron el contacto de los refugiados con las ciudades cercanas, donde cada día se informa de nuevos casos de infección. Eso significa que, por ahora, Husna y otras hermanas boxeadoras se ven obligadas a pasar el día en sus pequeñas casetas.
La joven entrenadora piensa que no se puede ahuyentar al coronavirus con los puños. «Pero no es el fin del mundo, intento aprovechar el tiempo lo mejor que puedo». Husna está muy ocupada con sus estudios. Dentro de unas semanas terminará el bachillerato, y estudiar en el campamento no es fácil. Las jornadas escolares ya eran intermitentes antes de la pandemia de covid-19. Ahora, Husna se está preparando para los exámenes finales. Asiste a clase a través de un teléfono móvil conectado a una línea de Internet muy poco fiable. A pesar de ello, la joven no pierde la motivación: «Mis notas medias son altas, y me gustaría seguir así. Quiero seguir estudiando e ir a la universidad», afirma.
Volver a vivir en zona de guerra
Husna cree que sus perspectivas de futuro son «un poco preocupantes». Su familia está pensando en volver a su pueblo, en Sinjar y empezar una nueva vida de cero. «Allí no quedó nada», lamenta Husna. «No hay colegios ni universidades».
Además, Sinjar no es totalmente seguro. Nunca lo ha sido. La patria de los yazidíes se encuentra en una encrucijada estratégica entre Siria, Turquía e Irak, y ha sido siempre campo de batalla de las guerras más cruentas. El yazidismo es una fe heterodoxa que combina elementos del sistema de creencias abrahámicas con religiones antiguas como el zoroastrismo y el mitraísmo. La religión de los yazidíes se ha utilizado históricamente como excusa para demonizar a sus practicantes y convertirlos en objetivo.
Aunque la presencia del ISIS ha sido barrida de Sinjar desde hace ya un par de años, las bombas siguen cayendo sobre los pueblos y matando a civiles. Esta vez las arroja el ejército turco en su persecución al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Al parecer, en los últimos meses los ataques aéreos turcos han matado al menos a tres civiles.
Es poco probable que las habilidades para la autodefensa que Husna ha adquirido gracias al boxeo la protejan de las bombas que caen del cielo.
«Mi familia no puede vivir eternamente en el campamento», dice. Husna es consciente de ello. No obstante, no sabe cómo podrá cumplir sus sueños en Sinjar. La violencia recurrente ha impedido el desarrollo de la zona. La guerra ha causado graves daños a las infraestructuras, y los milicianos del ISIS robaron las pertenencias y el ganado de los habitantes del pueblo y destruyeron sus casas. Con los bombardeos y las operaciones militares ocasionales de Turquía, la perspectiva de desarrollo y estabilidad sigue siendo incierta.
El campamento de Rwanga nunca fue un hogar permanente para Husna y las hermanas boxeadoras. Aun así, el breve periodo de estabilidad que la vida en él les proporcionó fue precioso para ellas. Husna terminó sus estudios y se convirtió en entrenadora de boxeo. Otras Boxing Sisters adquirieron nuevas capacidades. Su fuerza y su confianza aumentaron, y ayudaron a otras mujeres.
Pero mientras Sinjar no sea seguro, el talento y las ambiciones de Husna correrán peligro de muerte entre escombros y ataduras.
Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/09/04/planeta_futuro/1599218578_763293.html