Por: Mary Farquharson Y Eduardo Llerenas
Los muchos mundos de la música del mundo
Era muy joven cuando Eduardo empezó a escuchar y buscar el son mexicano y los soneros de diferentes regiones del país. Al mismo tiempo, escuchaba percusiones africanas en los discos de Ocora /Radio France, igual que la música clásica del sur de la India. Las diferentes sensibilidades cupieron dentro de él. También fue el caso mío y el de mis papás ingleses que bailaban ‘rumba de salón’, y el de mis abuelos que escuchaban en secreto a los primeros dioses del jazz de ‘Nueva Orleans. En los 80, una combinación de factores permitió que los gustos de mucha más gente se abrieran a los fandangos, a la exaltación de los sufís, a los cassettes con versos improvisados de una topada en Xichú. En los 80 conocimos el genio musical de los gitanos de Rumanía, a los del sur de Francia y de Hungría; la magia de los coros de mujeres campesinas de Bulgaria. Nos contagió el soukous, o rumba africana, medio siglo después de crearse y empezar a contagiar a gran parte de África. Nos dimos cuenta de que los barrios africanos de París producían músicas exquisitas con un pie todavía en la tierra natal y el otro en Europa. Escuchamos el blues del desierto de Mali y Mauritania y nos preguntamos si Ali Farka Toure había inspirado a John Lee Hooker o viceversa. Escuchamos la salsa de Nueva York, décadas después de que Johnny Pacheco había invadido África con su guaguancó de salón y Guillermo Portabales con sus deliciosos guajiros. Es una impertinencia unir tanta tradición, tanta cultura y tanta creación nueva bajo una sola etiqueta simple. Lo intentamos en Londres en 1987 y nos criticaron, correctamente, desde aquel momento. El término ‘world music’ era inapropiado, pero ayudó en aquel momento a difundir muchas músicas que merecían un lugar en el escenario mundial. Así que el vocho blanco se detiene un momento, para poder compartir algo de lo que hemos aprendido de estos grandes maestros que hemos grabado y presentado en vivo. Si quieren saber más de esto, les invitamos a participar en cuatro talleres que ofreceremos sobre el tema, en una plataforma de la UNAM en diciembre próximo. Mas detalles al final de este texto.
Una hora después de haber cautivado al público que llenó la Sala Nezahualcoyotl de la UNAM, Salif Keita se hincó en el pasto de nuestro pequeño jardín en la Colonia Portales, frente a nueve mariachis que le cantaban ‘Bésame mucho.’ La música encuentra su casa, nos dijo el mismo Salif. Algunas músicas viajan fácilmente, otras con más trabajo y la creación del término ‘world music’ ayudó a que artistas como Salif lograran que su enorme talento se reconociese, aún parcialmente, en gran parte del mundo. Sin entender la letra, públicos nuevos sentimos la fuerza y la belleza de su arte ancestral, de la gloriosa voz de Salif Keita. Sentimos una sensibilidad diferente y esto nos dio placer.
Hay músicos brillantes que no quieren sonar fuera de la comunidad que es su inspiración y su referencia. Pero Salif no se cuenta entre ellos. Cuando niño, se enseñó a gritar en los llanos que se extendían desde su casa hasta el río y más tarde este grito se convirtió en el canto que la gente de diferentes países identifica como ‘la voz de oro’. (Escribir estas frases me hace pensar en la voz de Raquel Palacios Vega que proviene de los llanos de Veracruz, así como en los cantantes de los llanos de Venezuela y Colombia y en Chogo Prudente, que cantaba de niño a gritos en los llanos de la costa de Oaxaca para ayudarse a olvidar que era huérfano).
La música cautivó a Salif Keita desde joven. Cuando pudo tocar la guitarra, no la soltó nunca. A los 18 años, su papá le echó de casa, porque la tradición de su cultura enseña que los Keita no cantan, sino que son los griots o djelis que les cantan a ellos. Estos trovadores hereditarios alaban la historia de familias que son descendientes directos del gran emperador Sunjiata Keita quien, en el siglo 13, fundó el enorme imperio mandinga.
El reino de los Keita lo acabó la colonización europea, pero su cultura sigue viva en su canto épico, en sus danzas, en sus máscaras y en otras tradiciones que podrán ser también estrictas y restrictivas. La familia de Salif vivía modestamente en su casa de lodo en el pueblo de Djoliba, pero su padre era el jefe de todos los cazadores y esto son palabras mayores. Su mamá también tenía el apellido Keita, lo que le brinda una importancia doble en la comunidad. Con más razón los djeli’s llegaban a cantarles de su noble historia familiar.
Salif cree en la tradición, pero también considera que cada generación debe de mirarse en la realidad de su propio momento. Su realidad es que, además de nacer noble, nació albino, y así enfrentó una infancia y juventud de rechazo y de superstición. Cuando aceptó abandonar su guitarra, como exigía la tradición, fue echado de su casa. En Bámako, la capital, se refugió entre la gente del mercado. De noche cantaba en los bares y cuando regresó con algunos billetes dentro de su guitarra, un hombre supuestamente ‘loco’ le tendía su cama en una bodega y lo cuidó. Nunca hablaron entre ellos, pero Salif dice que lo salvó.
A los 20 años, Salif empezó a cantar con el Rail Band de Mali, un grupo que mezclaba ritmos, melodías y cuentos del pueblo, con guitarra eléctrica, percusiones africanas y un sabor muy cubano, con algo de reggae y de funk. El Rail Band fue la cuna artística no solo de Salif, sino de otro grande de la música africana: Mory Kante.
Después de tres años en el Rail Band, Salif fue invitado a cantar en la legendaria orquesta maliense, Les Ambassadeurs del Motel de Bamako, y con esto había llegado a la cima de la música popular de su propio país. La voz de Salif entretejía el ritmo y la melodía de su pueblo con lo ‘universal,’ que es la palabra que usa él para referirse al reggae, a la música afrocubana y al funk y el rock. Como dice Salif, toda esta música proviene de alguna manera originalmente de África.
Salif acompañó a Los Ambassadeurs a Abidjan, capital de la Costa de Marfil, de donde se lanzaron en toda África Occidental. En 1984 se mudó al barrio africano de París y ahí, al lado de Mory Kante, Manu Dibango, Papa Wemba y otros, se creó una música que combinaba diferentes raíces del Occidente y Centro de África, con lo que sonaba de la música de los Estados Unidos y Europa. Esta música que alimentaba la nostalgia de los emigrados dio fama a Salif Keita. Tres años después, en 1987, grabó su propio disco, el legendario ‘Soro’, que llegó a los oídos de un grupo de melómanos londinenses. Harto del post punk y los boy bands, escuchamos a Cheb Khaled de Argelia, a las Estrellas de Dakar, al llanto glorioso de los qwalli de Pakistán y al guajiro son del centro de Cuba.
Este grupo de melómanos, al cual tuve la fortuna de pertenecer – incluía al editor de Folkroots, a Charlie Gillett, un maravilloso productor de radio, a la académica fuera de serie, Lucy Durán, a Nick Gold, flamante productor de World Circuit que después crearía el concepto de Buena Vista Social Club, y a gente de Womad, entre otros productores de uno que otro disco delicioso. El único músico entre nosotros, si me acuerdo bien, fue Ben Mandleson, y fue él quien nos convocó con la idea de juntarnos para defender nuestros pequeños proyectos contra la llegada de las disqueras transnacionales después del éxito de ‘Gracelands’, disco de Paul Simon con los sudafricanos Ladysmith Black Mambazo.
Para este grupo tan dispar, la voz de Salif fue la gloria y el punto de lanza para convencer a un público más grande de lo mismo. No fue difícil y el público por el ‘world music’ creció rápidamente. Dos años antes, el equipo de Peter Gabriel había lanzado el primer festival WOMAD, pero fue hasta 1987 que lograron cubrir sus costos y no tener que pedirle a Gabriel que ofreciera varios conciertos de rock para saldar las deudas.
Esto no es mito, es la verdad. La idea de que hubo grandes productores ingleses atrás de la creación de la World Music es falso. Escogimos el término ‘world music’ en petit comité, en un cuarto arriba del pub, ´La emperadora de Rusia´, en el Noreste de Londres. Siendo ingleses, uno de nosotros tomó apuntes y ahí está, todo documentado, igual que el enorme crecimiento de público que resultó.
Contemos esta historia en más detalle, no tanto para defender nuestra utopía musical en contra de la mercadotecnia globalizadora, sino porque será la oportunidad de hablar de otros grandes artistas similares a Salif Keita. Todavía falta reconocer el enorme valor artístico de muchos artistas africanos, árabes, asiáticos y latinos. Escucharlos a ellos es como descubrir la narrativa de Kawabata o ver la película ‘Underground’ de Emir Kusturica, o saborear la mezcla de clavo, canela, pimienta, mejorana, ajo, tomillo y bastante chile guajillo.
En cuatro talleres virtuales, contaremos con grandes artistas como Nusrat Fateh Ali Khan, los tremendos gitanos de Rumanía, Taraf de Haidouks, los viejos soneros de Santiago de Cuba, Los Jubilados y los niños estrellas del internet, Isaac et Nora, que están reviviendo el viejo repertorio romántico de Latinoamérica. Para más información : mary@corason.com
Fuente: https://desinformemonos.org/los-muchos-mundos-de-la-musica-del-mundo/