Una nueva escuela para una nueva realidad por construir

Por: Julio Leonardo Valeirón Ureña

¿Seguiremos adelante o nos daremos el tiempo de repensar la escuela como formadora y constructora de nuevos sentidos y nuevos significados?

Hoy día asistimos a un replanteamiento de la escuela en todos sus aspectos y dimensiones. Los “saberes” que deben ser desarrollados son múltiples y, hasta cierto punto, algo complejos. No basta que aprenda los conocimientos formales en los que generalmente se ha concentrado la educación en sus diferentes niveles y modalidades. La historia humana nos muestra muchos ejemplos de hombres y mujeres que desarrollaron importantes conocimientos en las ciencias y que, al poner ese conocimiento al servicio de la “humanidad”, se convirtieron en “despedazadores de mundos”.

Somos “seres sensibles”. En un artículo anterior argumentábamos que: “Cuando aún la conciencia no sabe qué, la piel nos dice “ojo”. Es una de las razones que nos lleva a plantear, incluso, que la primera infancia y primeros años de la vida escolar debe estar centrada en una “pedagogía de la ternura” que nos permita desarrollar esa sensibilidad frente a nosotros mismos, los demás y toda forma de vida que nos rodea. Que nos eduquemos en sentir, pensar y expresarnos a través de la ternura. Y por supuesto, que la relación maestro-alumno sea una relación de ternura, en la que niños y niñas se descubran así mismos en esa dimensión humana tan crucial e importante para su vida futura. Que el maestro, la maestra entienda y sepa, sienta, que cuando “toca un alma humana, recuerde que es otra alma humana”, al decir de Carl Jung.

En otras etapas del desarrollo, esos mismos sujetos deberán desarrollar de manera más acabada y plena su capacidad de sentir, pensar y expresarse a través de la lengua hablada y escrita, que se plasma en historias de vida, en recuerdos y vivencias, como también en la expresión artística y corporal. Las manos, como vehículos de expresión del alma, les permitirán “hablar y expresarse” más plenamente a través de la pintura, la masilla y el barro que “toma diferentes formas”. De la misma manera, pero a través de la música, desarrollarán toda su inteligencia kinestésica y musical, haciendo del cuerpo completo un órgano de expresión de sus vidas y contactos con la realidad completa que les circunda.

Pero al mismo tiempo la escuela está llamada a darle forma a seres humanos ciudadanos, que puedan comprenderse así mismos, al mismo tiempo que comprender a los demás, en relaciones armoniosas de solidaridad y vida. ¿De que valdría reconocerme como ser sensible, si no es para poder aprender a vivir con los demás y con toda forma de vida?

El mundo o la época que nos ha tocado vivir ha puesto al desnudo la necesidad de hombres y mujeres que nos reconozcamos en esa dimensión humana de la solidaridad y respeto a toda forma de vida. De una ética centrada en la dignidad de toda forma de vida.

“La Casa Común” se nos quiebra entre las manos por una vida centrada solo en el lucro y la felicidad como “vida placentera”, dejando de lado incluso, otras formas de felicidad que serían el soporte para una vida más plena: la felicidad como compromiso y la felicidad como significado. Mientras que en la primera estaríamos en la posibilidad de centrarnos en la felicidad y el bienestar, el florecimiento humano y la prosperidad, en el segundo, a hacer conciencia de que estamos llamados a “pertenecer a…” y “en servicio de…” algo más grande de lo que uno es.

Esa es la escuela a la que aspiramos. Es por lo que insistimos en la necesidad de repensar la escuela, desde la perspectiva de una nueva institución escolar que colabora con la educación y desarrollo de “seres humanos integrales”, en que sentimiento, pensamiento y acción se articulan en un marco ético y moral en pro de una nueva humanidad que se relaciona consigo mismo, con los demás y con toda forma de vida de una manera distinta.

En el mundo de hoy, en la época que estamos viviendo, queramos o no, se juega una parte o la totalidad del destino de cada uno de nosotros. La pandemia nos ha mostrado lo frágil que es nuestra vida. ¿Seguiremos adelante o nos daremos el tiempo de repensar la escuela como formadora y constructora de nuevos sentidos y nuevos significados?

Es tiempo ya de que despertemos y cambiemos el rumbo, la educación de las nuevas generaciones de dominicanos y dominicanas tiene que ser reencaminada.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/una-nueva-escuela-para-una-nueva-realidad-por-construir-8920862.html

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Julio Leonardo Valeirón Ureña

Psicólogo-educador y maestro de generaciones en psicología. Comprometido con el desarrollo de una educación de Calidad en el país y la Región.