La discusión sobre transformación universitaria, pensamos, aún debe intensificarse. En estos momentos, cruzando la pandemia, sobreponiéndonos a la obligación de mantenernos a distancia de nuestros semejantes, a centrar nuestra vida física en el hogar con todas sus contradicciones, necesitamos profundizar las reflexiones y el diálogo en torno al presente y futuro de las universidades. Sabemos de los esfuerzos de los gobiernos para mantener las actividades universidades desde los hogares (aún con tantas personas excluidas total o parcialmente de las conexiones electrónicas), mediante radios comunitarias, tv nacional y regional, redes sociales, etc. La creación de modos alternos de comunicación y formación desde el sistema de formación universitario es imprescindible ante una situación inédita para la cual no estábamos preparados/as… Pero el diálogo sobre transformación universitaria tiene que trascender estas circunstancias y adentrarse no sólo en estrategias y métodos, sino con más fuerza en concepciones y fundamentos. ¿Hemos llegado al momento en que requerimos con urgencia repensar radicalmente el sistema de educación universitaria?
En Venezuela, en diversos espacios mediáticos, algunos profesores hablan de la muerte de las universidades. Y es curioso que sus comentarios refieran principalmente a beneficios y privilegios del cuerpo profesoral hace años. Por ejemplo, hablan de aquellas posibilidades de asistir a simposios internacionales, de recibir financiamiento a investigaciones y líneas, de publicar libros, entre otras. Sin duda, estos son requerimientos por los que hay que seguir luchando. No obstante, estos profesores no se refieren a cuál era el compromiso social, el impacto real de estas actividades en el pueblo llano, en la pertinencia de las indagaciones sistemáticas en salud, trabajo, vida cotidiana, etc. Conviene señalar que estos beneficios no alcanzaban a todo el cuerpo profesoral, sino sólo a algunos grupos ubicados cerca de esferas de poder. Y también, que algunas pocas universidades concentraban la mayor parte del presupuesto (beneficios, privilegios) en detrimento de la mayoría.
Y, si bien es cierto que los gobiernos deben apoyar las actividades universitarias (investigación, formación, interacción social y producción), también es cierto que deben exigir a cambio que estas casas de estudio asuman la reflexión y la acción en torno a campos problemáticos de gran significado social: economía, política local y regional, cultura, para las grandes mayorías de la población. Recuerdo una prestigiosa universidad venezolana, que exhibía con orgullo como producto tecnológico un motor para autos de carrera, ausente de las necesidades de grandes porciones de la población… Es necesario, pues, unir los intereses personales de docentes-investigadores, trabajadores administrativos, técnicos y obreros, con los requerimientos de una sociedad compleja, pluricultural, multicéntrica, y abrir cada vez mas canales de diálogo e interacción permanente con comunidades, organizaciones populares, organismos públicos, empresas…
Lo anterior se intensifica ante la situación actual de nuestro país (Venezuela), asediado por diversas transnacionales y países que codician sus riquezas, bloqueado en sus posibilidades de hacer transacciones a nivel internacional, bombardeado constantemente por informaciones que pretenden fragmentarlo. Esto ha propiciado una alarmante baja en los ingresos nacionales, que afecta todas las actividades, incluidas las universitarias. Sabemos que nuestras instituciones universitarias apenas reciben insumos necesarios para el pago del personal, y las becas y ayudas estudiantiles, y no ya por la vía de ingresos propios o asignaciones especiales. Y el impacto de esta situación en nuestras universidades ha sido catastrófico en cuanto a infraestructura, servicios, investigaciones, docencia, producción intelectual, hechos agravados ahora por la pandemia.
De modo que ante este panorama, no es posible volver a la universidad de antes. No hay camino inmediato para restablecer el funcionamiento, beneficios y los privilegios que en otros momentos existían, aunque marcados por la inequidad. ¿Que se quiere destruir las universidades (venezolanas)? Esto no es cierto; no interesa a nadie, no conviene y tampoco es posible. A todos los sectores de la vida nacional e internacional, por distintas razones, les interesa que las universidades existan y funcionen.
¿Entonces es lícito hablar de transformación universitaria en este contexto? Más bien es necesario y pertinente hacerlo. A riesgo de lucir paradójico, diremos que la transformación universitaria es la única forma de lograr la supervivencia de esta institución. Pero esa transformación en todas sus dimensiones (lo curricular, la organización para la producción y socialización de saberes y conoceres, la interacción con comunidades, organizaciones y organismos, las condiciones internas y el bienestar de su personal) ha de tener en cuenta los siguientes planteamientos:
Necesitamos desplegar una universidad heroica. Heroica en el sentido de asumir una lucha sostenida, no sólo para su propia perpetuación, sino para repensar su rol y su influencia en la sociedad total. Una universidad generadora y socializadora de conocimientos pertinentes; promotora de procesos formativos en diversos organismos, empresas y comunidades; creadora de posibilidades de interacción y redes de apoyo y modos de entreayuda. Una universidad heroica, que implica el máximo compromiso humano (ya lo vemos) para lograr que la universidad funcione, mediada por la lucha sostenida para mejorar progresivamente las situaciones y beneficios del personal; una optimización rigurosa de los recursos con los que cuenta y una voluntad firme de generar nuevos recursos desde caminos transparentes y legales, sin caer en la mercantilización a ultranza; un repensar los modos de asumir los procesos formativos, enfatizando el reconocimiento y acreditación de saberes y conocimientos, la concepción curricular reticular, multicéntrica, situada y contextualizada, para generar en las comunidades y organizaciones la topofilia y la producción colectiva; el establecimiento de redes de producción cognitiva, no ya como líneas de investigación aisladas y autorreferenciadas, sino como espacios compartidos con el resto de la sociedad, para comprender a fondo las realidades situadas y sus posibilidades de transformación material y espiritual hacia el buen vivir.
Excelente mi Profe, ojala este escrito trascienda y lo lea quien tenga que leerlo, sobre todo los que ven solamente a la democracia participativa y protagónica solo como un instrumento discursivo y no como un símbolo significante para la transformación universitaria. un abrazo