Escuelas en Latinoamérica, en busca del tiempo perdido

Al comenzar el ciclo educativo en el tercer año de pandemia, subsiste el problema de la educación en la región con incertidumbre, temor y desigualdad.

Pegado al computador desde una silla que le queda grande, Mateo Bravo, un niño boliviano de siete años, ha pasado, sin darse cuenta, un poco menos de la mitad de su vida allí sentado sin posibilidad de construir lazos con el exterior. Su madre, María Renée Torrez, entre frustrada y enojada piensa —casi diariamente— en la vieja normalidad que ella tuvo y su hijo ahora casi no recuerda.

Como él, más de dos años después, 635 millones de niños en todo el mundo siguen afectados por el cierre total o parcial de escuelas, según un reciente informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). La pandemia de la covid-19 ha sido lapidaria con la educación y el veredicto es que los reveses son “casi insuperables”.

En medio de ese drama, las desigualdades son cada vez más profundas. Dentro de todo, Mateo es un niño afortunado porque ha encontrado respaldo en su familia y acceso a la tecnología e incluso apoyo psicológico para encarar estos cambios. Pero millones de estudiantes siguen sin poder mitigar los efectos del cierre de las escuelas con la educación remota porque es precaria o nunca estuvo a su alcance.

El estudio de Unicef destaca también que “muchos de estos niños habían perdido habilidades básicas de aritmética y alfabetización debido a la pérdida prolongada del aprendizaje en el aula”. Las escuelas de poblaciones vulneradas han sufrido un efecto mucho mayor, explicó a Connectas Susana Hocevar, cientista del lenguaje quien, por medio de su investigación en Argentina, ha conocido experiencias de familias muy afectadas por las restricciones de la emergencia sanitaria. Muchas que, por ejemplo, no tenían computadora y solo contaban con un teléfono que incluso debían compartir hasta seis hermanos. Una realidad que los alejaba sin remedio de conseguir sus objetivos de aprendizaje.

“Estoy convencida de que el conocimiento se construye en la interacción con el otro y lo ha demostrado la pandemia. Los niños en clase presencial cuando comparten con sus compañeros aprenden rápido a leer y escribir. Solos les ha costado muchísimo y a los docentes les ha costado el doble o el triple enseñarles”, dice la experta.

 

Según el Banco Mundial, la pobreza de aprendizaje, definida como el porcentaje de niños de diez años incapaces de leer y comprender un relato simple, “podría haber crecido de 51% a 62.5%. Y esto podría equivaler a 7.6 millones adicionales de niños y niñas en educación primaria ‘pobres de aprendizaje’ en la región”.

En el arranque de 2022, con vacunación de adolescentes y niños en América Latina, parecía acercarse el retorno a las aulas, hasta que la variante ómicron llegó para frenar esa esperanza y nuevamente mostrar un panorama complejo e incierto.

No todos los países están encarando la pandemia con el mismo resultado: el bajo índice de vacunación, la carencia de pruebas anticovid, las medidas restrictivas, siguen siendo barreras para una “normalidad” dentro de la pandemia. Y la educación no entra en las prioridades de las políticas públicas de los gobiernos que aún no parecen tener consciencia de ese costo tal vez impagable a futuro.

 

En otro informe denominado “Evitemos una década perdida”, Unicef concluye que hasta ahora el mundo ha respondido en forma profundamente desigual e inadecuada y que “los derechos humanos de todos los niños y niñas están en peligro en un grado que no se había visto en más de una generación”.

Las cifras de la economía global muestran que los países desarrollados se están recuperando, pero en los más pobres aún predominan las políticas improvisadas y los avances en materia de desarrollo son cada vez más escasos.

Según Sandra García, profesora asociada de la Escuela de Gobierno en la Universidad de Los Andes de Colombia y autora de un estudio sobre las repercusiones de la covid-19 en la educación primaria y secundaria en América Latina y el Caribe, la emergencia educativa requiere trabajar en cuatro ejes prioritarios. 1) planear la reapertura de escuelas; 2) desarrollar una estrategia que asegure el aprendizaje de todos los estudiantes; 3) mantener el rol protector de la escuela y garantizar servicios que han sido interrumpidos; y 4) asegurar el bienestar emocional de la comunidad educativa.

García considera que aunque no se puede generalizar por la heterogeneidad de los países, “ha habido posturas muy tímidas en la región”. “Debido a la desinformación  desafortunadamente ha prevalecido un lenguaje de miedo y hemos convertido a los niños en vectores de contagio y a las escuelas en espacios de enfermedad y muerte, cuando es todo lo contrario. Los colegios son muchos más seguros que los restaurantes”.

 

¿Cansados de todo?

Tras una pandemia que los condicionó a interactuar por la pantalla y a ver la vida por la ventana, a estas alturas queda claro que la escuela no puede ser la misma de antes. Pero, ¿cómo cambiar o incluso innovar cuando estudiantes, profesores y padres de familia están cansados de esta nueva realidad?

“Burnout”, el “síndrome del trabajador quemado”, un concepto popular anglosajón, está siendo empleado también para explicar la situación actual de los protagonistas de la educación. Un agotamiento que va más allá de lo físico e intelectual, un agotamiento ante la vida misma en medio de la frustración por no poder alcanzar metas.

“No queríamos que fuera así”, dice Esteban Venegas, director del Observatorio para el Futuro de la Educación del Tecnológico de Monterrey en México. Como parte de una política institucional su universidad aplicó el “date un ‘break’”, para tomarse un día o dos y tener un espacio afuera. “Esa idea de permanecer sentado frente a la computadora ocho horas es terrible, nadie la aguanta y ese es uno de los mayores errores que se dio en la educación a distancia en la pandemia”, explica el experto. “Hay que bajar la intensidad en todo. Los maestros deben dar menos tareas, acomodarse a este nuevo entorno, los padres y los niños también. Hace falta cambiar muchas cosas en la educación”, añade Venegas en conversación con CONNECTAS.

Incluso algunos han llegado a cuestionarse a fondo la educación. ¿Cuál es el sentido de tener a los niños en la escuela?, se pregunta Alejandro González, sociólogo, investigador educativo y profesor universitario en Colombia. “Muchas veces la escuela está para todo, menos para enseñarles a los niños cosas, para educarlos. Está para cuidarlos, para que la mamá pueda salir a trabajar, para que se cumplan los estándares”, dice González. Sin embargo,  asegura que la escuela es necesaria, pero que hace falta reevaluarla y pensar en serio sus objetivos.

Por otro lado, no hay que olvidar que con la preocupación de mantener la calidad educativa, pocos han puesto la atención en la salud mental. Y las cifras que van surgiendo son alarmantes. Por ejemplo en Bolivia, una reciente encuesta indica que ocho de diez niños, niñas y adolescentes entrevistados expresaron sentirse “bajoneados, insomnes y agobiados por su futuro académico”. Pero además un 61% dijo que “no tiene conocimiento sobre a quién recurrir o dónde acudir en caso de tener problemas psicoemocionales”.  Estos datos surgen de U-Report , una herramienta que permite conocer la opinión de la juventud a través de un servicio gratuito en redes sociales y de mensajería como Messenger y Telegram. La iniciativa, promovida por Unicef, está presente en  68 países y ha beneficiado a más de 11 millones de usuarios  en todo el mundo.

 

Aunque muchos hoy luchan por la reapertura de las escuelas, esta no beneficiará a todos porque simplemente la suspensión de clases por las cuarentenas  obligó  a los más vulnerables a dejar en el olvido los cuadernos y comenzar a asumir responsabilidades de adultos. La ONG internacional Save the Children advierte sobre las altas tasas de deserción escolar. Según sus números, uno de cinco estudiantes en países vulnerables abandonaron el colegio por embarazos, casamientos y trabajo infantil.

El panorama se muestra sombrío y es un hecho que el tiempo no vuelve, pero eso no significa que todo esté perdido. La pandemia también puede haber dejado un efecto positivo para las futuras generaciones: la posibilidad de repensar las escuelas con visión integradora, calidad educativa, cultura digital y bienestar emocional.

Fuente: https://www.confidencial.com.ni/mundo/escuelas-en-latinoamerica-en-busca-del-tiempo-perdido/

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