Por: Andrés Figueroa Cornejo
Si usted pasa por la calle La Marina 1220, comuna de San Miguel, Santiago, se topará con una casa de dos pisos que tiene un gran pendón que dice ‘Colegio Paulo Freire: Educación para Repensar y Transformar’. No cobran matrícula ni colegiatura, salvo una resma de papel para imprimir materiales educativos.
El profesor Marcos Moreno Pacheco explica que «nuestro establecimiento tiene 174 jóvenes y adultos en la actualidad, más de 600 egresados, y cuenta con tres niveles porque hacemos 2 años en uno: la jornada de mañana para séptimo y octavo básico, primero y segundo, tercero y cuarto medio, de las 9.00 a las 13.30 horas; la jornada tarde de las 14.00 a las 18.40 horas para primero y segundo medio, y tercero y cuarto medio; y la jornada vespertina de 18.50 en adelante para los cursos de primero y segundo, y tercero y cuarto medio», y agrega que «territorialmente los estudiantes provienen principalmente de Santiago centro, San Miguel y La Cisterna, El Bosque y San Bernardo, San Joaquín y Pedro Aguirre Cerda. Pero también llegan de Cerro Navia, Puente Alto, La Florida, entre otras».
– ¿Cuál es la orientación general del colegio y cómo se expresa en los contenidos curriculares y las relaciones sociales al interior del establecimiento?
«Creemos en las transformaciones personales y sociales. Nuestro empeño está puesto en que los estudiantes sean lo más autónomos posible, tanto en el colegio como en su vida fuera de él. Nuestra perspectiva tiene que ver con una educación crítica al sistema preponderante, para que quienes se forman con nosotros cuenten con las herramientas necesarias para enfrentar el mundo. Por eso las relaciones de horizontalidad priman en toda la comunidad escolar, pese a que las experiencias educativas previas de nuestros estudiantes traen consigo la idea de que los docentes son seres intocables. Entonces, nos tratamos con nuestros nombres. Por ejemplo, a mí me llaman Jeremy que corresponde a mi segundo nombre. La cuestión es facilitar la cercanía, amabilidad y cariño entre todos y todas. Los estudiantes neurodivergentes y de la comunidad LGTBIQ+ tienen su espacio. Somos educadores sin tarima. En las salas las sillas no están una detrás de otra, sino que forman círculos. Y curricularmente, impartimos las asignaturas formales de Matemáticas, Lenguaje, Ciencias, Historia e Inglés. Más dos ramos instrumentales que van en la línea del autoconocimiento, el autocuidado, las miradas críticas al sistema. Y además, una vez al día, trabajamos en lo que hemos denominado ‘Aprendizaje Basado en Proyectos’ (ABP).»
– ¿Y en qué consisten los ABP?
«En ese ámbito las y los estudiantes deciden qué quieren aprender y de qué modo, proponiendo un proyecto a realizar conforme a un tiempo determinado. Por ejemplo, la producción de una revista de poesía, un huerto comunitario, instrumentos deportivos; publicaciones sobre astronomía, sesiones de peluquería, experimentos químicos y físicos, salidas a terrenos cercanos a Santiago, construcciones de radieres, etc. Lo ideal es que los estudiantes trabajen en equipo para incentivar las labores colaborativas. En los últimos años hemos tendenciado los proyectos hacia la solución de problemas. Los docentes sólo les brindamos las pautas iniciales para establecer sus proyectos libremente elegidos. Sobre los ABP, los iniciamos de manera piloto en el 2017, y ahora el Ministerio de Educación ha impulsado estas metodologías de manera oficial en el país, lo que quiere decir que fuimos pioneros en la implementación de los ABP, a pesar de no contar con los presupuestos adecuados del Estado, grave dificultad que debemos resolver mediante la autogestión de la comunidad.»
– ¿Por qué el colegio se llama Paulo Freire?
«Freire fue un educador que en la década de los 60 del siglo XX comenzó a cobrar relevancia internacional por el empleo que hizo de metodologías especiales de lecto-escritura con campesinos en Brasil. Sus ideas están inspiradas en la liberación del proletariado a través del conocimiento. Así, entre mediados y fines de los 60, Paulo Freire trabajó con los campesinos del país. Llegó hasta África con sus propuestas emancipadoras».
Por su parte, el educador del colegio, Jorge Reyes, complementó que en el Chile de los 70 y 80, «se ponen en práctica los saberes de Freire en las poblaciones en resistencia contra la dictadura militar, se levantan los preuniversitarios populares, las colonias urbanas. De allí emerge una corriente de educadores con la convicción de que bajo estos métodos es posible facilitar la toma de conciencia de las y los sujetos, con el propósito de liberarse de la opresión, más allá de solamente aprender a leer y escribir».
– Jorge, ¿cómo se inició la idea de imaginar un colegio como el que están construyendo?
«La iniciativa surgió del Movimiento de Pobladores en Lucha (MPL) de la comuna de Peñalolén en Santiago, que en su desarrollo por la vivienda, comenzó a levantar nuevas estructuras, como las comunicaciones y la educación. Entonces, el grupo de profesionales de apoyo al MPL se planteó que hasta ese momento estaban preparando a la gente para rendir sus exámenes libres de escolaridad gratuitamente, y que ya era hora de crear un colegio propio. En consecuencia, se empezó a efectuar un conjunto de trámites para conseguir los recursos y materializar el colegio, bajo la figura de la subvención estatal para la regularización de estudios de jóvenes y adultos, y en medio del gran movimiento estudiantil del 2011. El 2012 se consiguieron los medios y el 2013 arrancó el funcionamiento del colegio».
– ¿Quiénes componen la cooperativa de trabajo del colegio y cómo operan internamente?
«Hemos funcionado de acuerdo al modelo cooperativo, pese a no serlo formalmente. De hecho, debimos acudir a herramientas jurídicas para funcionar, porque en Chile no es nada fácil que una cooperativa administre un colegio. Nos convertirnos en Fundación. Sin embargo, la distribución de tareas es de las 21 personas que participan en la entidad de trabajadores y trabajadoras de la educación. Los mismos 21 que nos reunimos todos los viernes en la mañana como asamblea general, lugar donde se toman las decisiones estratégicas democráticamente. Ahora bien, en lo cotidiano se desenvuelven diversos equipos con tareas específicas: administración (aspectos económicos y logísticos), la Unidad Transformación Pedagógica (UTP), Secretaría (tramitaciones); el Centro de Reflexión e Investigación (CRIN); Psicosocial; Apoyo Estudiantil; Aseo y el Kiosco. La mayoría de las 21 personas que hacemos el colegio llevamos a cabo dos funciones.»
Los trabajadores de la educación informan que el establecimiento se desenvuelve de lunes a jueves con estudiantes y el viernes se destina a las labores arriba señaladas. Asimismo, planificaron talleres abiertos a la comunidad los viernes por la tarde, desde el mes de abril, para desarrollar áreas ligadas a artes y oficios.
Los integrantes del colegio indicaron que la educación de adultos en Chile carece de una línea presupuestaria del Estado comparable a la educación convencional, o sea, su subvención es más baja. Por ejemplo, el curso de alfabetización para las personas adultas que no saben leer ni escribir es el que recibe los menores recursos de la cartera del ramo.
«Pero nosotros no preparamos a los estudiantes para los exámenes libres ni para la PSU u otras pruebas estandarizadas. Nuestro enfoque está concentrado en los procesos educativos. Eso es lo que evaluamos», aclara Jorge.
En el caso del Paulo Freire, la mayoría de la subvención estatal se gasta en sueldos, lo cual redunda en que para realizar los proyectos adicionales los miembros del establecimiento están obligados a buscar recursos por otras vías.
– ¿Y les alcanza para llegar a fin de mes con los ingresos que perciben de la subvención?
«No conozco a ningún trabajador o trabajadora de la educación del Paulo Freire que termine cómodamente el mes. No sólo porque los sueldos no son muy altos (montos que por hora trabajada son iguales para todos, indistintamente de la función que cumplamos), sino que sobre todo porque el costo de la vida es muy caro. De los 21 integrantes del colegio, un tercio debe tener un trabajo extra para sobrevivir con cierto decoro. Pero, por lejos, merece la pena desempeñarse y realizarse laboralmente en el Paulo Freire», termina Marcos Jeremy.
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