Aurora Lacueva
En la formación del carácter de una persona se parte siempre de una base innata: hay infantes “por naturaleza” nerviosos y otros tranquilos, se encuentran unos muy activos y otros más bien pasivos, y mientras ciertos pequeños se lanzan de inmediato a explorar lo nuevo los hay que prefieren ir poco a poco. Esa base temperamental, de origen genético y ya modificada durante el embarazo, favorece ciertas tendencias sobre otras pero no dice la palabra definitiva. En efecto, las influencias del entorno van modulando y hasta cambiando las respuestas innatas, participando así en la definición del carácter. La variedad que apreciamos entre las personas en este sentido es enriquecedora, siempre que todas y todos compartamos una deseable firmeza y una buena disposición, que nos permitan relacionarnos en forma adecuada con el mundo y desarrollar nuestro proyecto de vida sobre la base de positivas emociones.
Muchos factores pueden contribuir a formar el carácter de un niño o una niña, entre ellos por cierto la escuela; mas el principal es la familia y especialmente la madre. Las primeras relaciones de apego son cruciales: ser amado y no ignorado o rechazado. También lo son las creencias aprendidas de los padres sobre el mundo y sobre uno mismo. En su libro El cerebro infantil: la gran oportunidad, José Antonio Marina habla sobre este tema y explica cómo el niño o la niña aprenden por sus experiencias en los primeros años a ver el mundo como previsible o imprevisible, controlable o incontrolable, seguro o inseguro. Agrega que un mundo imprevisible, incontrolable e inseguro resulta aterrador. Y cita a Rainer Maria Rilke, quien en un poema le dice a la madre de un pequeño: “Inclinaste sobre los ojos nuevos el mundo amigo, apartando el extraño”. Y luego pregunta con nostalgia: “¿Dónde, ay, quedaron los años cuando tú, sencilla, con tu figura esbelta atajabas el caos bullente?”. No se trata de sobreproteger, sino de proveer estabilidad, espacios de iniciativa sin riesgos, y creencia en las posibilidades de las y los pequeños.
Le dedico este artículo a mi madre, Aurora Teruel, hoy con problemas de salud, y quien con la ayuda de mi padre y abuelos me ofreció el tesoro de una infancia feliz, llena de amor, alegría y confianza. (lacuevat@hotmail.com).