Asomarse al conocimiento astronómico es como caer en un pozo sin fondo. A pesar del entusiasmo que significa el saber más del Universo, lo cierto es que al entender que sólo hemos podido asomarnos a un cinco por ciento de lo existente podría desalentar a quienes no tienen un espíritu inquieto por querer saber más. ¿De qué está hecho el Universo? El 21 por ciento corresponde a materia oscura, un 74% a energía oscura y solo un cuatro por ciento a lo que se denomina materia normal, es decir, lo que está en nuestro mundo, que es mayormente hidrógeno y helio. Esta enorme ignorancia es la que empuja a nuestros científicos a buscar información que nos puedan responder las preguntas básicas de qué somos, de dónde venimos, y nosotros como chilenos, desde nuestra modesta pero privilegiada ubicación geográfica, hemos podido colaborar en esta búsqueda.
Ya sabemos que hubo una explosión llamada Big Bang hace 13.700 millones de años que, sin embargo, no habría sido la primera, de modo que eso de que es principio de todo ya estaría algo obsoleto. Y como los instrumentos que poseemos hoy mayormente captan la luz que viene del Universo, solo podemos conocer un cinco por ciento de este que ya está, como dicen los especialistas, mapeado, que corresponde a lo que está sobre y bajo la Vía Láctea, pero no podemos ver nada de lo que hay detrás de las espesas nubes que pueblan el Universo. No podemos saber entonces lo que sucedió en la llamada era oscura.
¿Cómo ingresa Chile a la astronomía? Habría que citar primero a Bernardo O’Higgins, quien desde su destierro en el Perú, le solicita a las autoridades de la época, en 1842, justamente antes de morir, que el Estado de Chile lo compense por lo que aportó de su patrimonio personal a la independencia del nuestro, pero no pide, como se podría pensar, que se le expatrie su dinero, sino que fuese destinado a la construcción de un observatorio astronómico. ¿Qué fue lo que nuestro Padre de la Patria vislumbró a mediados del siglo XIX? No sabemos, sin embargo, su visión fue la de un adelantado.
El primer observatorio aficionado en Chile se construye en 1843, en Valparaíso, desde donde se observó el paso de un cometa. Casi diez años más tarde, se construye el primer Observatorio Astronómico Nacional en la cima del cerro fundacional, el Santa Lucía. A partir de entonces y hasta hoy, en menos de 200 años, Chile se ha convertido en un polo astronómico que lo tendrán en menos de cinco años con la capacidad para observar más del 70 por ciento de esa parte del Universo a la que es posible acceder.
La Universidad de Chile jugó un rol primordial con la figura de Federico Rutllant, un catalán avecindado en Chile y considerado el padre de la astronomía moderna. Estudió astronomía en medio de la Segunda Guerra Mundial, visitó todos los observatorios europeos y en 1951 fue nombrado nuevo director del Observatorio Astronómico Nacional. Fue quien logró convencer, no sin esfuerzos, que los escépticos astrónomos estadounidenses vinieran a Chile a experimentar in situ las privilegiadas condiciones de observación desde suelo chileno.
Toda esta historia está demasiado olvidada y es bueno recordarla, aunque sea en parte, en un día como hoy, 18 de marzo, cuando por tercer año consecutivo estamos celebrando de manera autónoma el Día de la Astronomía. Consciente el Estado chileno, en verdad, algunos adelantados, como siempre, que nuestra ventaja astronómica es tanto o más importante que otras áreas de la economía, se han organizado y más de 20 instituciones han implementado actividades de todo tipo para sensibilizar sobre este tema.
La astronomía es uno de los sellos de nuestro país y se requiere con urgencia a chilenos despiertos que comprendan que acá hay una oportunidad que no sospechamos. Como la enorme cantidad de profesionales especializados que se requieren para el estudio, funcionamiento y soporte de los observatorios -no solo astrónomos, sino que ingenieros, técnicos y profesionales de un cuanto hay- entender esto podría ser una ventana para que nuestra economía y sobre todo, nuestra educación y cultura, se proyecten literalmente hacia el futuro.