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Utilizamos solo el 10% del cerebro y otras falsas creencias en educación

Por: Ana Torres Menárguez

Expertos en neurodidáctica desmontan algunas concepciones erróneas relacionadas con el aprendizaje.

En los últimos años la neurodidáctica, que estudia cómo aprende el cerebro, está transformando la educación. El gran avance es que gracias a las máquinas de neuroimagen se puede ver la actividad cerebral mientras se realizan tareas y así detectar cuáles con los métodos de aprendizaje más eficaces. Pero esta revolución conlleva un peligro: la mala interpretación por parte de los educadores de algunos hallazgos científicos. “Se conocen como neuromitos y el problema es que algunos centros educativos están basando sus nuevas pedagogías en estas falsas creencias”, explica Anna Forés, profesora de la facultad de Educación de la Universidad de Barcelona y coautora del libro Neuromitos en educación (Plataforma Editorial).

Forés junto a un grupo de médicos, genetistas, psicológos y pedagogos es la impulsora de los dos másteres en Neurodidáctica de la Universidad Rey Juan Carlos y de la UB, lanzados en los útimos dos años. En 2015 algunos de ellos decidieron investigar los 12 neuromitos más extendidos entre la comunidad educativa y reunirlos en una publicación. “Nuestro objetivo es desmontar esas creencias con datos reales obtenidos en investigaciones neurocientíficas”, cuenta Forés, que cree que la desesperación de los centros por cambiar la forma de enseñanza les lleva a implantar métodos que no están probados.

“La educación necesita aire fresco porque las pedagogías de los últimos cincuenta años ya no funcionan, pero hay que llevar cuidado”, apunta. Estas son tres de las falsas creencias que se recogen en el libro:

– Aprendemos mejor cuando recibimos la información acorde con nuestro estilo de aprendizaje: visual, auditivo o cenestésico (falso). Howard Gardner, psicólogo y profesor de la Universidad de Harvard, revolucionó el mundo de la educación con su teoría de las inteligencias múltiples. Fue el primero en proponer que existen ocho tipos de inteligencias (lingüística, lógico-matemática, cinético-corporal, musical, espacial, naturalista, interpersonal e intrapersonal), independientes entre sí, y que cada persona destaca en el manejo de una o de varias. “Supuso un gran avance porque desde ese momento se dejó de clasificar a los niños como listos o tontos; si no se te dan bien las matemáticas no eres menos inteligente que los demás”, indica Anna Forés.

Sin embargo, más allá de esa teoría, algunos centros educativos, explica Forés, comenzaron a diseñar nuevas metodologías centradas en explotar las habilidades que por naturaleza se nos dan bien: la visual, la auditiva o la cenestésica -relacionada con los movimientos corporales-. “Se dio por hecho que los alumnos visuales aprenden mejor con mapas o vídeos, los auditivos con podcast o debates y que los cenestésicos necesitan manipular objetos”, apunta en el libro Jesús Guillén, profesor de la UB y autor del blog Escuela con cerebro.

Según el estudio Learning styles: concepts and evidences, publicado en 2008 por el investigador de la Universidad de California Harold Pasher, dentro de la “abundante” literatura sobre estilos de aprendizaje solo tres estudios utilizaron un diseño experimental adecuado y de ninguno de ellos se puede deducir que la enseñanza basada en estilos de aprendizaje sea beneficiosa. “El funcionamiento natural del cerebro, que mantiene conectadas diversas regiones en permanente actividad, imposibilita que nos centremos en una única modalidad sensorial”, señalan en el libro.

Una muestra de lo arraigada que está esa creencia en el entorno escolar es una encuesta en la que se preguntó a 932 profesores de Reino Unido, Holanda, Turquía, Grecia y China si creían que las personas aprenden mejor cuando reciben la información en su estilo de aprendizaje preferido. El 95,8% de ellos respondió que sí. “Según las últimas investigaciones en neurociencia sobre la plasticidad cerebral, facilitamos el aprendizaje cuando los materiales curriculares se presentan en múltiples modalidades sensoriales”, apunta Guillén.

– Utilizamos solo el 10% de nuestro cerebro (falso). “La neurociencia ha demostrado que en la realización de tareas utilizamos el 100% de nuestro cerebro”, apuntan en el libro José Ramón Gamo, neuropsicólogo infantil y director del Máster en Neurodidáctica de la Universidad Rey Juan Carlos, y Carme Trinidad, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona. “Tecnologías como la resonancia magnética han aportado luz en cuanto a los niveles de activación cerebral y han demostrado que solo cuando se ha sufrido una lesión cerebral y esta provoca daños graves se observan áreas del cerebro inactivas”, destacan. También se ha demostrado que incluso cuando dormimos todas las partes de nuestro cerebro presentan algún nivel de actividad.

En un intento por identificar el origen de esa creencia (la de que solo utilizamos el 10% de nuestro cerebro) los autores se refieren a la afirmación del profesor de Harvard William James, que a principios del siglo XX defendía que solo usamos una pequeña parte de nuestros recursos mentales y físicos. También a “malas interpretaciones” de algunos estudios neurocientíficos de finales del siglo XIX y principios de XX. Según explican, en uno de ellos se afirmaba que solo el 10% de las neuronas están “encendidas” en determinados momentos y en otro que solo se habían podido mapear un 10% de las funciones cerebrales.

– Escuchar la música de Mozart nos hace más inteligentes y mejora nuestro aprendizaje (falso). Es una experiencia contrastada que la formación musical comporta un mayor rendimiento cognitivo: el aprendizaje de un instrumento desarrolla la audición, la motricidad, la intuición y el razonamiento espaciotemporal. Ahora bien, “de ahí a afirmar que la audición de una pieza de música clásica, y en particular de Mozart, puede hacer que el niño sea más inteligente al aumentar alguna de sus funciones ejecutivas -capacidades relacionadas con la gestión de las emociones, la atención y la memoria que permiten planificar y tomar decisiones adecuadas- y que por ello alcance un mayor dominio de las asignaturas como la lengua y las matemáticas hay una notable diferencia”, explica en el libro Félix Pardo, profesor del Posgrado de Neuroeducación de la Universidad de Barcelona.

La consagración del efecto Mozart pareció llegar con el artículo Musical and spatial task performance, publicado en Nature en 1993 y realizado por investigadores del Centro de Neurobiología del Aprendizaje y la Memoria de la Universidad de California. Tras un experimento de cinco días con estudiantes de secundaria, sugirieron que escuchar a Mozart “organiza la actividad de las neuronas en la corteza cerebral, reforzando los procesos creativos y la concentración”. Sus conclusiones fueron malinterpretadas y simplificadas por políticos estadounidenses y por parte de la comunidad educativa, remarcan en el libro Neuromitos en educación. En 1998 el gobierno del estado de Florida aprobó una ley que emplazaba a las guarderías públicas a escuchar al menos una hora de música clásica al día y ese mismo año diferentes escuelas públicas del país informaron de mejoras en la atención y en el rendimiento académico por el hecho de poner música clásica de fondo en sus clases.

Mozart se colocó en las listas de superventas. Una de las autoras del artículo Musical and spatial task performance manifestó su malestar por el marketing comercial y político en torno a su estudio y recalcó que no existía ninguna evidencia de que la audición de Mozart incrementara el coeficiente de inteligencia.

Investigadores de la facultad de Psicología de la Universidad de Viena analizaron en 2010 40 investigaciones publicadas sobre el efecto Mozart, con cerca de 3.000 participantes, y concluyeron que no se habían encontrado mejoras significativas en las habilidades cognitivas de los expuestos a la música de Mozart, así como ninguna mejora en el coeficiente de inteligencia. «No hay ninguna duda: escuchar a Mozart no te hace más inteligente», zanja Félix Pardo.

Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2017/04/07/actualidad/1491560365_856557.html

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Las ventajas de usar gafas de realidad virtual en el aula

Por: Ana Torres Menárguez

A finales de la década de los cuarenta el pedagogo estadounidense Edgar Dale desarrolló el llamado Cone of Experience (en español, pirámide de la experiencia) en el que jerarquizaba la intensidad de los diferentes aprendizajes. Según sus experimentos, las experiencias simuladas dejaban un poso muy superior a las orales o visuales. Hoy todavía no hay evidencias científicas del calado de cada uno de los aprendizajes, pero los expertos en neuroeducación -disciplina que estudia cómo aprende el cerebro- coinciden en que para adquirir conocimientos hace falta emocionarse. La tecnología está transformando la forma de aprender en las aulas y muchos colegios empiezan a interesarse por la realidad virtual, la recreación de escenas en 360 grados que permiten a los alumnos sentir los contenidos en lugar de simplemente leerlos o escucharlos.

“No existen evidencias científicas de si ayudan o no al rendimiento académico, pero sí sabemos que el uso de móviles en el aula incentiva el trabajo equipo”, explica la investigadora de tecnología Educativa, que durante tres años ha realizado pruebas a estudiantes en 29 colegios públicos de 13 comunidades autónomas. Durante la investigación, los profesores detectaron, además, que aquellos alumnos que normalmente no participaban en las dinámicas de clase, se animaban a hacerlo con el uso de las tabletas. “Las dos asignaturas pendientes son permitir el uso de los móviles en las clases y formar al profesorado en tecnología”, apunta Camacho.scar Costa, profesor de Primaria del colegio concertado Trabenco, en Madrid, es uno de los pioneros en España en introducir la realidad virtual en el aula. “Consigo centrar más a los chavales y mejores resultados en menos tiempo”, explica. Para introducir a los estudiantes, por ejemplo, en la sabana africana y explorar su ecosistema se necesita un móvil para cada uno de los alumnos, unas gafas de realidad virtual, una tableta con la que el profesor dirige la actividad y una red wifi.De todos esos elementos, la principal barrera para los centros educativos es el precio de las gafas, que oscila entre los 39 euros -con modelos como las Samsung Gear VR- y los 700 -de las HTC Vive-. Pero desde que el año pasado Google lanzó las gafas de cartón Cardboard, que permiten encajar en ellas el teléfono móvil y se pueden comprar en tiendas online desde dos euros, la visión en tres dimensiones se democratizó.

Ahora el principal problema son los móviles. “En los colegios hay terror al uso del móvil, en la mayoría de centros está prohibido e incluso está mal visto que los profesores los llevemos al aula”, lamenta Costa. En su centro sí lo permiten y dispone de cinco móviles para una clase de 20 alumnos y cinco gafas de realidad virtual de cartón. Este curso están probando Google Expeditions, una aplicación que permite navegar por 200 escenarios diferentes, desde Marte hasta el Museo Casa Natal de Cervantes. “De forma errónea la mayoría de padres asocian el aprendizaje con gafas a los videojuegos y creen que es una pérdida de tiempo. Hace falta concienciar de la importancia de aprender jugando”, indica Costa.

El uso de teléfonos móviles por parte de menores es una tendencia al alza. Uno de cada tres niños de 10 años lleva uno; el 78,4% de los de 13 años y el 90% cuando superan los 15, según datos del Instituto Nacional de Estadística de 2014. Aunque en España no existen datos oficiales de cuántos centros escolares usan los móviles en clase frente a los que lo prohíben, si se sabe que cada año se forman unos 10.000 profesores en competencias digitales, según datos de INTEF, dependiente del Ministerio de Educación.

Las experiencias inmersivas consiguen alargar el tiempo de atención de los estudiantes y mejoran las habilidades para trabajar en grupo, según el estudio Realidad Virtual. El siguiente paso en el futuro de la educación, elaborado por la Universidad de Gotemburgo. Integrar experiencias de realidad virtual en los programas académicos puede ayudar a los niños con dificultades para retener información de los libros de texto a procesar mejor los contenidos, señala el estudio.

El curso pasado Google promovió una experiencia piloto en España y llevó kits de realidad virtual a 20 escuelas públicas en las que más de 2.500 escolares las probaron. “Hay muchos niños que estudian en escuelas rurales y no tienen acceso a determinados espacios. Esta herramienta supone una revolución”, cuenta Vicky Campetella, una de las portavoces de Google España. La herramienta permite al profesor monitorizar la actividad de los alumnos y conocer en cada momento en qué parte de la recreación se han detenido. Mientras los chicos recorren los espacios, el profesor les guía con su voz.

Una de las empresas españolas de creación de contenido educativo en tres dimensiones es Inmedia Studio. El cofundador de la compañía, José Luis Navarro, cree que uno de los principales escollos en España es la falta de sincronización entre los diferentes actores que hacen posible este aprendizaje. “La mayoría de colegios no tienen una buena conexión a Internet y por falta de encargos e inversión las empresas no generamos los suficientes contenidos educativos”.

El móvil como aliado

El uso de dispositivos móviles en el aula mejora las competencias comunicativa y lingüística del alumno y su autonomía a la hora de aprender -depende menos del profesor-. Esas son las conclusiones del estudio Los dispositivos móviles en educación y su impacto en el aprendizaje, impulsado por Samsung y el Ministerio de Educación y liderado por la profesora de Universidad Rovira i Virgili Mar Camacho.

Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2017/02/27/actualidad/1488183754_722436.html

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¿Está preparado Magisterio para formar a los profesores del futuro?

Por: Ana Torres Menárguez

La herencia teórica en la forma de enseñar y la falta de innovación por parte de las facultades son algunos de los frenos.

Ya existe un boceto de cómo será la escuela en el año 2030. Los conocimientos académicos ya no serán tan importantes y se valorarán mucho más las habilidades personales, la capacidad de empatizar con los demás o de tomar decisiones. El rol del profesor ya no será el de transmitir sus conocimientos al alumno, sino el de actuar como guía para que el propio estudiante construya los contenidos a partir de diferentes fuentes. Los métodos de enseñanza tendrán como base la creatividad y la metodología será cada vez más personalizada. Cada niño aprenderá según sus necesidades.

Ese es el escenario descrito por 1.550 profesores, estudiantes y responsables políticos en materia de educación de la organización WISE (la Cumbre Mundial por la Innovación en Educación, en sus siglas en inglés), creada en 2009 por la Fundación Qatar. Según las encuestas La escuela en 2030 (2014) y Conectando la educación con el mundo real (2015), el principal desafío al que se enfrentan los sistemas educativos en diferentes países del mundo es la calidad de los profesores. Según los expertos de WISE en España, el aprendizaje basado en proyectos es uno de los mayores retos para la escuela tanto en primaria como en secundaria.

¿Está preparado el grado de Magisterio para formar a los futuros profesores de acuerdo con esos cambios? Hasta la fecha no hay estudios que respondan a esa pregunta. Lo más cercano a la realidad son las opiniones de algunos docentes universitarios de diferentes campus españoles.

Carmen Alba, profesora de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense desde 1987, cree que muchas de las clases que se imparten hoy se parecen a las de hace 20 años. «Tenemos una herencia muy teórica. Puede haber profesores más pragmáticos, pero no sabemos si los alumnos están aprendiendo o no métodos más innovadores». Considera que el plan de estudios de los grados en Maestro en Educación Infantil y Primaria -nombre de la carrera de Magisterio tras la llegada del Plan Bolonia– tiene dos grandes lagunas: la competencia digital y la formación en atención a la diversidad. En su universidad ninguna de esas materias es obligatoria. “Todo maestro tendría que ser alfabetizado en cultura digital y es una asignatura optativa. Además, los niños tienen diferentes velocidades de aprendizaje y esa competencia no se está trabajando”, explica.

Entre los casi 300 profesores de los grados de Educación que se imparten en la Complutense, muchos están liderando proyectos de innovación docente, pero el principal freno, sostiene Alba, es que no existe un proyecto impulsado por la Facultad. «Para que las cosas cambien hace falta que se lance un plan estratégico desde la propia institución y que ésta defina qué tipo de profesor quiere formar». Por el momento, existe una comisión de calidad para cada uno de los títulos, pero solo evalúa si los contenidos se ajustan a la normativa y no la forma en que se enseña a los alumnos. «La evaluación tendría que ser de carácter pedagógico y no tan burocrática», critica Alba.

Daniel Ballesteros (i), María Iturzaeta y Daniel Figueras en la cafetería de la Facultad de Educación de la Complutense.
Daniel Ballesteros (i), María Iturzaeta y Daniel Figueras en la cafetería de la Facultad de Educación de la Complutense.
 En la cafetería de la Facultad, tres alumnos de tercero del grado en Educación Primaria lamentan que las clases sigan el sistema tradicional. «No te dan ganas de venir, cada profesor se centra en dar su asignatura y no se preocupan de que aprendas a dar clase. Es todo muy monótono, una repetición de lo que ya dimos en el instituto», cuenta María Iturzaeta, de 21 años. En dos meses de prácticas ha aprendido más que en los casi tres años de carrera. «No utilicé nada de lo que he aprendido aquí».

Su compañero Álvaro Ballesteros, de 24 años, cree que el profesor sigue estando en un pedestal y que los alumnos solo escuchan. «Hay muy pocos profesores que hablen de la necesidad de innovar y de darle la vuelta a la enseñanza. Las asignaturas de didáctica, que son las que más nos interesan, son muy teóricas». «Te hacen memorizar papeleo», añade Daniel Figueras, otro estudiante de 21 años.

El aprendizaje basado en proyectos es uno de los mayores retos para la escuela tanto en primaria como en secundaria

Para David Reyero, profesor del grado en Educación Infantil de la Complutense desde hace 16 años, el problema de la innovación educativa en el sistema público es que no se tiene claro qué tipo de escuela se quiere. «A diferencia de lo que sucede con la privada, que está en continuo cambio para atraer a nuevos alumnos, aquí no hay presión externa que obligue a salir de lo que se está haciendo». La Universidad es, en su opinión, un elefante que se mueve de forma muy lenta, casi por inercia, al que le falta conexión con los colegios para conocer qué necesitan. «Esa es una de las líneas que habría que potenciar, analizar lo que está sucendiendo en las aulas para modificar el programa académico de los grados».

Lo que está claro, según los expertos consultados, es que el sistema educativo está agotado y no da más de sí. «La escuela tradicional es un aburrimiento y por eso hay tanto fracaso. En las pantallas los niños están aprendiendo de forma autodidacta y luego llegan a clase y chocan contra un sistema decimonónico», apunta Mariano Fernández Enguita, profesor de la Complutense.

En su libro La educación en la encrucijada, señala que la baja exigencia en las facultades de educación contribuye a la poca preparación con la que salen los profesores. «Los estudiantes de Educación se gradúan con la nota media más alta de los ocho grandes grupos de titulaciones (7,57 frente al 7,36 medio), mientras que su nota media de acceso está por debajo de la media (en 2013 fue de 7,5 para Infantil, por debajo del 8,37 del resto de grados). Hay dos interpretaciones: las facultades de Educación son las más eficaces o son menos exigentes», señala.

Muchas de las clases que se imparten hoy en las facultades se parecen a las de hace 20 años

Falta de reflexión en la Universidad

«El problema somos nosotros, que no tenemos competencias para formar a los docentes del futuro», asegura Nines Gutiérrez, coordinadora del grado en Educación Primaria de la Universidad Autónoma de Madrid. «Vamos siempre detrás de lo que dicta la industria en lugar de fijar las reglas desde las universidades. Empresas como LEGO lanzan un robot y en los colegios se crea la asignatura de robótica para enseñar a los niños a programarlos». Está claro que la programación fomenta la creatividad y ayuda a estructurar la mente, sostiene Gutiérrez, pero la reflexión de qué tipo de profesor y enseñanza se quiere debería nacer en la Universidad. «La Administración elabora rankings de las mejores universidades, pero ¿qué se hace con esos resultados? No se analizan los errores para intentar mejorar».

Con el objetivo de acelerar el proceso de cambio educativo y crear nuevas propuestas didácticas y metodológicas para la enseñanza universitaria, la Universidad Rey Juan Carlos lanzó hace casi un año el Observatorio para el estudio y desarrollo de innovaciones en el ámbito educativo, en el que ya participan 60 docentes de diferentes especialidades. «La sociedad ha evolucionado mucho y la educación no. La clave está en las facultades de Magisterio y pese al problema del corsé legal para la configuración de los grados, la innovación es nuestra responsabilidad», apunta Pilar Laguna, directora del Observatorio.

La clave es involucrar a docentes en investigaciones ligadas a la innovación y llevar los resultados a las aulas para que los alumnos participen en el cambio de paradigma educativo. En septiembre de 2015, el porfesor de la URJC Jesús Paz-Albo inició junto a investigadores de la Universidad de Washington un estudio para mejorar el rendimiento de los estudiantes en el aprendizaje de matemátcas. Sus alumnos del grado en Educación Primaria e Infantil están a punto de conocer las técnicas para conseguir que los niños se motiven al aprender con números. «Estamos trabajando con colegios en Estados Unidos y esa experiencia nos hace tomar conciencia de lo que pasa en las aulas. Hay que modificar la forma de enseñar, si no seguiremos teniendo los mismos resultados». El primer paso es, según este equipo de investigadores, conseguir un cambio de actitud en el profesorado.

Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2016/05/08/actualidad/1462704637_262325.html

 

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Sin educación emocional, no sirve saber resolver ecuaciones

Por ANA TORRES MENÁRGUEZ

Los grados de Magisterio no forman a los profesores en gestión de las emociones, clave para el desarrollo de los niños.

Rafael Guerrero es uno de los pocos profesores de la Universidad Complutense de Madrid que enseña a sus alumnos de Magisterio técnicas de educación emocional. Lo hace de forma voluntaria porque el programa académico de los grados en Maestro en Educación Infantil y Primaria -nombre de la carrera de Magisterio tras la llegada del Plan Bolonia– no incluye ninguna asignatura con ese nombre. “Muchos de los problemas de los adultos se deben a las dificultades en la regulación de las emociones y eso no se enseña en la escuela”, explica Guerrero.

Se trata de enseñar a los futuros maestros a entender y regular sus propias emociones para que sean capaces de dirigir a los niños y adolescentes en esa misma tarea. “Mis alumnos me cuentan que nadie les ha enseñado a regularse emocionalmente y que desde pequeños cuando se enfrentaban a un problema se encerraban en su habitación a llorar, era su forma de calmarse”, cuenta el docente. Inseguridad, baja autoestima y comportamientos compulsivos son algunas de las consecuencias de la falta de herramientas para gestionar las emociones. “Cuando llegan a la vida adulta, tienen dificultades para adaptarse al entorno, tanto laboral como de relaciones personales. Tenemos que empezar a formar a profesores con la capacidad de entrenar a los niños en el dominio de sus pensamientos”.

La inteligencia emocional es la capacidad de sentir, entender, controlar y modificar estados anímicos propios y ajenos, según la definición de quienes acuñaron el término a principios de los noventa, los psicólogos de la Universidad de Yale Peter Salovey y John Mayer. La inteligencia emocional se traduce en competencias prácticas como la destreza para saber qué pasa en el propio cuerpo y qué sentimos, el control emocional y el talento de motivarse, además de la empatía y las habilidades sociales.

Tras revisar los programas académicos de los grados en Magisterio, Pedagogía, Psicología y Psicopedagogía de las univerisdades públicas españolas en 2016, el Grup de Recerca en Orientació Psicopedagògica (GROP) de la Universidad de Barcelona (UB) concluyó que no existe ninguna asignatura específica de educación emocional. “Cuando pensamos en el sistema educativo, por tradición creemos que lo importante es la transmisión de conocimientos de profesor a alumno, a eso se dedica el 90% del tiempo. ¿Qué pasa con el equilibrio emocional? ¿Quién habla de eso en la escuela?”, señala Rafael Bisquerra, director del Posgrado en Educación Emocional de la UB e investigador del GROP.

Los jóvenes con un mayor dominio de sus emociones presentan un mejor rendimiento académico, mayor capacidad para cuidar de sí mismos y de los demás, predisposición para superar adversidades y menor probabilidad de implicarse en comportamientos de riesgo -como el consumo de drogas-, según los resultados de varios estudios publicados por el GROP. “La educación emocional es una innovación educativa que responde a necesidades que las materias académicas ordinarias no cubren. El desarrollo de las competencias emocionales puede ser más necesario que saber resolver ecuaciones de segundo grado”, apunta Bisquerra.

PREVENCIÓN DE TRASTORNOS PSICOLÓGICOS

Las habilidades en inteligencia emocional son un factor importante en la prevención de trastornos psicológicos, concluye el artículo Los efectos a corto y medio plazo de la formación en inteligencia emocional en la salud mental de los adolescentes, publicado en el Journal of Adolescent Health en 2012, y elaborado por un grupo de investigadores de las universidades públicas de Málaga, Huelva y el País Vasco.

«Muchos de los desórdenes psicológicos suelen aparecer durante la adolescencia -como los cambios bruscos de carácter, el abuso de sustancias o los trastornos en la alimentación-. Una de las causas de esos problemas mentales es la incapacidad de gestionar los estados emocionales», señala el estudio, para el que se formó a 479 adolescentes españoles de 13 años en un programa de educación emocional durante dos años.

La inteligencia emocional ayuda en dos campos fundamentales. En el intrapersonal, donde permite reducir la intensidad y la frecuencia de los estados de ánimo negativos causados por acontecimientos adversos del día día; protege del estrés y puede ayudar a mantener un estado de ánimo positivo y así prevenir la ansiedad o la depresión. En un segundo plano, el estudio señala que los adolescentes con altas capacidades para percibir y gestionar sus emociones y las de otros, presentan relaciones con sus familiares y compañeros mucho más satisfactorias y de apoyo.

Los elevados índices de fracaso escolar -el 20% de los jóvenes españoles de entre 18 y 24 años abandona el sistema educativo sin haber finalizado la Secundaria, según datos de Eurostat-, las dificultades de aprendizaje o el estrés ante los exámenes provocan estados emocionales negativos, como la apatía o la depresión, y todo ello está relacionado, según Bisquerra, con deficiencias en el equilibrio emocional. “Focalizar las clases en las capacidades lingüísticas y lógicas exclusivamente se puede considerar una estafa del sistema educativo”, critica el docente, que ha publicado más de 15 libros sobre la materia.

Bisquerra es uno de los precursores en España de la aplicación de la educación emocional al ámbito académico. Cuando empezó a investigar en 1993, aún no existía ese término, que a finales de los noventa usó como título en una de sus publicaciones. Lo que está fallando, según el experto, para que los diferentes niveles educativos no contemplen esos contenidos es la falta de sensibilización, tanto por parte de la administración pública como del profesorado. “La regulación de las emociones consigue que los estímulos que nos rodean nos influyan lo mínimo posible. Nuestro comportamiento depende, en gran medida, de cómo nos sentimos, y ni los profesores ni las autoridades se lo toman en serio”.

En su opinión, el cambio tiene que arrancar con la formación del profesorado, con la transformación del grado de Magisterio. “En la UB no hemos convencido al número de profesores necesario como para modificar el plan de estudios. Lamentablemente, los procesos de cambio educativo son muy lentos”, añade Bisquerra, que en 2005 publicó La educación emocional en la formación del profesorado, donde propone un modelo de asignatura para los profesores de educación Infantil, Primaria y Secundaria con teoría y actividades prácticas.

Los objetivos de la educación emocional, según las guías de Bisquerra, son adquirir un mejor conocimiento de las emociones propias y de las de los demás, prevenir los efectos nocivos de las emociones negativas -que pueden derivar en problemas de ansiedad y depresión-, y desarrollar la habilidad para generar emociones positivas y de automotivarse. En el año 2002 la UB lanzó su primer posgrado en Educación Emocional, que hoy también ofrecen otras universidades públicas como la de Málaga, Cantabria o la UNED, entre otras.

Una de las experiencias piloto en formación del profesorado en educación emocional la lideró en España la Diputación de Guipúzcoa que, entre 2006 y 2010, formó a más de 1.500 docentes de colegios e institutos públicos de la provincia. Bisquerra fue uno de los encargados de coordinar los cursos, así como de elaborar 14 manuales que están disponibles para cualquier docente con decenas de actividades para aplicar en el aula. La Universidad del País Vasco se encargó de evaluar los resultados. “La comprensión y regulación de las emociones por parte de los profesores redujo los niveles de ansiedad y de burnout (en español, síndrome del trabajador quemado)”, indica Aitor Aritzeta, profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad del País Vasco. En los alumnos, se redujo la conflictividad en el aula.

En un estudio paralelo liderado por Aritzeta, en el que se formó a un grupo de 200 universitarios en técnicas de inteligencia emocional, se demostró que tras dos años de instrucción los alumnos que habían recibido la enseñanza mejoraban sus resultados en los exámenes una media de 1,5 puntos respecto al resto de estudiantes. “Aprendieron a manejar el estrés y los niveles de ansiedad se redujeron un 18%”, asegura el docente.

Enseñar a los docentes a mirar, escuchar y entender las necesidades de un alumno es el objetivo principal de Rafael Guerrero, profesor de la Complutense con el que arrancaba esta historia. «Puede parecer obvio, pensar que todos los maestros tratan así a los chicos, pero no todos lo hacen. Nadie está dispuesto a reconocer el abandono emocional», señala. Enseñar a los jóvenes a afrontar problemas desde el principio y a desarrollar tolerancia a la frustración. Acabar con la frase «eso son tonterías, ponte a hacer la tarea» es la máxima que Guerrero quiere para sus alumnos y futuros maestros.

Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2017/01/27/actualidad/1485521911_846690.html

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Cuando la orquesta falla en nuestra cabeza

Por: Ana Torres Menárguez

Para Enrique Alonso, de 19 años, algo tan sencillo como leer un libro es un suplicio. Le cuesta retener detalles, seguir el hilo argumental y comprender la trama. Tiene Trastorno por Déficit de Atención (TDA), una patología que hasta 2013 no se incluyó en la lista de trastornos con necesidades de apoyo educativo en ley de educación (LOMCE). Cree que el desconocimiento de su dolencia por parte de los profesores hizo de su etapa escolar un calvario. “Preferían atender a los buenos estudiantes, a los que sacaban buenas notas”, cuenta. Este año ha comenzado primero de Magisterio en la Complutense de Madrid, una universidad que, como otras muchas públicas en España, ha comenzado a aplicar protocolos de ayuda para los estudiantes con TDA.

Aunque no existe un registro oficial de cuántos estudiantes hay en España con TDA y TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad), los expertos señalan que afecta al 5% de la población infantil. Hasta este año, la mayoría de universidades públicas no disponían de protocolos de ayuda a este colectivo. En el caso de la Complutense, fue el pasado mayo cuando se empezaron a ofrecer sesiones personalizadas para enseñar técnicas de estudio, adaptaciones de los exámenes con enunciados mucho más claros o tiempo extra, unos 20 minutos, para la realización de las pruebas. También un 50% de tiempo extra para los préstamos bibliotecarios.

«Hemos reaccionado a la demanda. En los últimos años ha crecido el número de estudiantes que han solicitado una adaptación de la Prueba de Acceso a la Universidad (PAU) por problemas relacionados con el aprendizaje», cuenta María Antonia Durán, coordinadora de la Oficina para la inclusión de personas con diversidad de la Complutense. De los 55 estudiantes con TDAH que lo solicitaron en 2013, se ha pasado a 200 en 2016. «Hay una imagen generalizada de que son vagos y de que tienen un problema de disciplina. Falta sensibilización por parte del profesorado y ese es ahora uno de nuestros retos», explica Durán.

 ¿Qué es el TDAH? «Es un trastorno del neurodesarrollo, y los que lo sufren tienen un 33% menos de madurez cerebral que otras personas de su misma edad», explica Rafael Guerrero, profesor de la Facultad de Educación de la Complutense y autor del libro Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad. Entre la patología y la normalidad. Se dan tres síntomas claros: impulsividad (dificultad para gestionar las emociones), problemas para mantener la atención y, en algunos casos, hiperactividad (necesidad de movimiento constante). Existen tres cerebros: el reptiliano -el más primitivo e instintivo-, el emocional -que codifica las emociones-, y el racional -también llamado corteza prefrontal, que es el que gestiona a los anteriores y toma las decisiones. «En el caso de las personas con TDAH, la corteza prefrontal, que actúa como director de orquesta del cerebro, no es capaz de gestionar de forma adecuada los impulsos y las emociones. Carecen de filtro», aclara Guerrero.
Satisfacción inmediata

Uno de los factores que influye en el fracaso escolar de las personas con TDAH es su dificultad para retrasar necesidades. «Buscan la satisfacción inmediata y eso conlleva poca capacidad de planificación y constancia en los estudios», señala el profesor de la Facultad de Educación de la Complutense Rafael Guerrero.

El estudio Neurociencia efectiva del TDAH, publicado por la Universidad Autónoma de Madrid, señala que este trastorno se caracteriza por anomalías en una amplia variedad de regiones cerebrales. La disfunción de parte de ese circuito parece ser la responsable del «pobre control inhitorio» que les conduce a decantarse por las recompensas inmediatas.

Guerrero suele poner un ejemplo para explicar ese proceso a nivel cerebral. «Imaginemos a un universitario encerrado en su cuarto tratando de estudiar para un examen. Recibe la llamada de un amigo que le propone ir a ver un partido de la Champions. A una persona adulta sin TDAH, inmediatamente la corteza prefrontal le anticiparía que al día siguiente tiene un examen. Esa alarma le haría quedarse en casa. En el caso del estudiante con TDAH, el impulso primitivo de querer ver ese partido de fútbol gana la partida. Precisamente por la búsqueda de la satisfacción inmediata».

El TDAH es, según Guerrero, uno de los trastornos en el que los síntomas son más criticados y estigmatizados, especialmente en el entorno académico. «Se dice de ellos que son impulsivos y se ganan etiquetas de nunca se entera o siempre mete la pata. Incluso se piensa que son maleducados o malas personas», señala.

Uno de los problemas principales es el desconocimiento por parte del profesorado. «Tienen que entender que este trastorno afecta, entre otras, a la memoria operativa. Por ejemplo, en el cálculo matemático les cuesta mantener los datos, operar con ellos y procesarlos», explica. La narración es otro de sus puntos débiles. «Les cuesta seguir el hilo narrativo, leen dos páginas y retienen poco, les resulta complicado extraer conclusiones». Por ese motivo, tienen dificultades para automotivarse y requieren más estímulos por parte del profesor.

En muchos de los casos, es el propio universitario el que decide no comunicar el trastorno por miedo a ser etiquetado. «Llegan a la Universidad después de un recorrido escolar muy frustrante. Si ellos no acuden a los servicios de orientación, es difícil detectar que sufren ese trastorno». La hiperactividad, que es uno de los síntomas más palpables, disminuye con la edad, señala el estudio Trastorno por déficit de atención con hiperactividad en adultos, de la Universidad Autónoma de Barcelona. En cambio, la inatención y la impulsividad perduran en el tiempo.

Otras universidades

En el caso de Cataluña, de los 46 estudiantes con TDAH que solicitaron una adaptación de la PAU en 2011, se ha pasado a 237 en 2016, cinco veces más, según datos de la Secretaría de Universidades e Investigación de la Generalitat de Catalunya. Precisamente en el curso 2010-2011 se registraron los primeros cuatro alumnos con TDAH en la Universidad de Barcelona (UB). El curso pasado era 41 y este ya suman 34.

«Les ofrecemos recursos similares que a los alumnos con certificado de discapacidad, pero para los TDAH no existe un protocolo específico», señala Jordi Molina, responsable del servicio de atención al estudiante de la UB. Tras entrevistar y valorar a los alumnos afectados por este trastorno, realizan un informe que luego pasan al profesorado en el que se hacen recomendaciones como secuenciar el ritmo de las actividades, promover tutorías para motivar al alumno y prestarle una atención continuada. Se les concede un 25% de tiempo extra para la realización de exámenes.

De los 55 estudiantes con TDAH que solicitaron hacer la Selectividad adaptada en 2013 en la Complutense, se ha pasado a 200 en 2016

A diferencia de otras universidades, la Universidad de Murcia aprobó el pasado mayo un protocolo de obligado cumplimiento para los profesores en el que se establece que los estudiantes con TDAH disponen de más tiempo para la entrega de trabajos, de un 25% de tiempo extra para los exámenes, ubicación en las primeras filas del aula (para evitar distracciones), una redacción más clara de las preguntas, una fragmentación de las pruebas largas en varias sesiones y cierta permisividad con las faltas de ortografía, especialmente los acentos.

«El número de universitarios diagnosticados con TDAH está aumentando por el trabajo efectivo que se está haciendo desde los institutos. La Ley solo nos obliga a hacer adaptaciones curriculares para los alumnos con discapacidad, los que tienen problemas de aprendizaje están en un limbo y dependen de la buena voluntad de la universidad y el profesorado», apunta Antonio Pérez, responsable de la Unidad de Atención a la Diversidad de la Universidad de Murcia.

Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2016/12/09/actualidad/1481298432_875792.html

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“La Universidad se ha convertido en una fábrica de certificación”

Por: Ana Torres Menárguez

El acceso a la facultad de Bellas Artes de la Complutense desconcierta. Tras rebasar una puerta metálica de color negro llena de grafitis, se ven varios bloques de taquillas cerradas con candados y cubiertas con todo tipo de mensajes. La atmósfera es anárquica y en nada se parece a otras estancias universitarias. La expresión artística e ideológica de los alumnos salpica también las paredes del centro. Parece que el espacio está tomado por los estudiantes. En cambio, dentro de las aulas, en las clases teóricas, los chicos atienden en silencio y sentados en sus pupitres las típicas clases magistrales habituales en otras facultades.

Muy pocos lo saben, pero en la primera planta, en el aula 116B, está teniendo lugar una microrevolución. En esta clase, la jerarquía profesor-alumno no existe. Las mesas están colocadas con las patas hacia arriba, cada uno busca su hueco y en uno de los extremos varios chavales se sirven café recién hecho o preparan un té. Aquí la evaluación no está en el centro del proceso educativo; el conocimiento no es unidireccional y los temarios se amplían con la suma del conocimiento de todos los presentes. La responsable de este cambio es María Acaso, profesora titular de Bases didácticas para la educación artística, una asignatura obligatoria para los alumnos de tercero que les adentra en el universo de la docencia.

Su método no es improvisado. Acaso, que lleva más de 20 años trabajando en la Complutense, acaba de publicar Esto no es una clase, una investigación que le ha llevado dos años y en la que propone una metodología disruptiva que se inspira en la de universidades como la School of the Arts Institute of Chicago o la noruega National Bergen Academy of the Arts, donde realizó varias estancias. El estudio de Acaso y sus colaboradores se basa en los resultados de las clases impartidas durante un cuatrimestre a dos grupos de estudiantes -61 en total- en el curso 2011-2012.

El objetivo de la docente es dar voz a los alumnos y motivarles hacia la búsqueda del conocimiento. “La Universidad se ha convertido en una fábrica de certificación donde el aprendizaje no sucede y todo conduce a sacar una nota”, critica Acaso, que además es coordinadora de la Escuela de Educación Disruptiva de la Fundación Telefónica. Considera que la Universidad está desconectada del mundo real y que se basa en el academicismo del siglo XIX. “Ahora el conocimiento no solo se produce en la Academia, sino en la Wikipedia, en las redes sociales y en las plataformas online”, defiende.

Pone un ejemplo: toca hablar del rojo en el arte y en lugar de “aburrir” a los estudiantes con un Power Point, teclea en Google Drácula de Bram Stoker. El debate gira en torno al uso del rojo en esa película, pero a otra alumna le interesa contar su visión en la trilogía Tres colores: azul, blanco y rojo de Kieslowski.

Acaso apela a la libertad de cátedra como vehículo para la puesta en marcha de su propia metodología. Durante su investigación, las paredes del aula se cubrieron con obras creadas por los alumnos. Este curso, sin embargo, la profesora se ha topado con un obstáculo; la Complutense le ha prohibido que las paredes estén decoradas. Después de cada clase, el espacio debe quedar limpio y en orden, sin rastro de creatividad. «Es un despropósito, estamos en Bellas Artes», denuncia Acaso.

Son las cuatro de la tarde y nadie mira por la ventana o apoya su cabeza sobre las manos deseando que sean las seis para cargar su mochila y abandonar el aula. Al contrario, debaten concienzudamente sobre el sistema educativo, sobre el tipo de docencia que les gustaría impartir si finalmente deciden convertirse en profesores, un trabajo al que, según Acaso, se acaban dedicando el 90% de los licenciados en Bellas Artes.

“No quiero reproducir un sistema que siempre he odiado”, dice uno de los estudiantes. La mayoría coincide en que la comunicación unidireccional de profesor a alumno no es efectiva, que escuchar, tomar apuntes y después vomitar la información en forma de examen no les prepara para el mundo real ni les permite desarrollar su capacidad crítica. “Está claro que la educación en este país no ha avanzado al ritmo de la sociedad, todo se va modernizando y esto sigue igual”, opina otro.

“La clave de la educación del futuro es el índice de participación. Hay que buscar experiencias que les transformen, que les empujen a emprender proyectos reales fuera de clase y no a memorizar información y aprobar un examen”, explica Acaso. Su investigación prueba que una enseñanza “horizontal”, en la que la voz del profesor no es más válida que la de los alumnos, funciona. Su principal logro es que el 50% de los alumnos aseguró haber tenido una experiencia transformadora.

Parte de su revolución también pasa por el mobiliario. “La disposición actual de las aulas y el color verde ministerio de los muebles está creada para el inmovilismo, para escuchar y no actuar. Los chicos desconectan en cinco minutos cuando lo que tienen que hacer es trabajar en grupos”. Acaso apuesta por la ruptura de la estructura clásica del aula, con todas las mesas ordenadas en fila orientadas hacia la pizarra, para crear espacios propicios para el diálogo donde los estudiantes se mueven a sus anchas y se encuentran cómodos.

A las seis de la tarde la clase ha terminado. «Esta asignatura es una bocada de aire fresco”, dice Carmen De la Paz, estudiante de 20 años. “Aquí la disciplina te sale sola, te apetece llegar a casa y leer más sobre los temas que hemos tratado o mirar algunos vídeos». Los alumnos vuelven a colocar las mesas y las sillas como estaban. María Acaso recoge el termo, la cafetera y las tazas. Lo coloca todo en un antiguo carro y lo arrastra hacia su departamento, donde un hombre le lanza una dura mirada que parece de desaprobación. Nadie dijo que fuese fácil liderar una microrevolución en la enseñanza pública.

Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2015/10/23/actualidad/1445599771_649955.html?rel=mas?rel=mas

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Aprender al revés es más efectivo

Por: Ana Torres Menárguez 

La sensación de novedad que produce cualquier estímulo tiende a desaparecer después de 10 minutos. Con esa idea en la cabeza, Jon Bergmann (Chicago, 1964), reconocido en 2002 por la Casa Blanca como el mejor profesor de Estados Unidos de matemáticas y ciencias, rompió con la metodología de enseñanza tradicional. Dejó de basar sus clases en un discurso para no aburrir a sus alumnos y puso en marcha el llamado Flipped Classroom (en español, clase invertida). A partir de 2007, los estudiantes de química del instituto Woodland Park de Colorado empezaron a consumir la teoría en casa -con vídeos cortos hechos por el propio Bergmann- y a dedicar el tiempo de la clase a resolver dudas, investigar o trabajar por proyectos.

La ventaja principal del Flipped Classroom, según Bergmann, es que resulta más efectivo porque el profesor se adapta a los diferentes ritmos de aprendizaje y ninguno de los estudiantes se queda atrás. “En un aula tradicional, el profesor cuenta una información que para algunos será muy fácil de procesar y para otros no. Luego van a casa a hacer los deberes y los que tienen unos padres con conocimientos de la materia, siempre salen ganando. Este método permite que en clase cada alumno reciba lo que necesita”, explica Bergmann a EL PAÍS. La revolución de este método pedagógico es no dar por hecho que todos los alumnos van a avanzar a la misma velocidad. “Es una apuesta por la personalización y una cruzada contra la estandarización”, apunta Bergmann.

Desde que en 2012, Bergmann y su colega Aaron Sams, también profesor de Secundaria, publicaron el best seller Flip your Classroom, la metodología se ha replicado por todo el mundo y aunque no existen datos oficiales, en la actualidad más de 20 universidades están investigando las ventajas de su aplicación, según datos de la web Flipped Global Iniciative. Las conclusiones más contundentes de algunos de estos estudios inciden en que los estudiantes son más activos en clase, los profesores están más motivados y, en algunos casos, los alumnos obtienen mejores resultados en los exámenes.

Este método no es nuevo. En los setenta el pedagogo estadounidense Benjamin Bloom consideró erróneo dedicar la mayor parte del tiempo de las clases a escuchar una lección y dejar lo más creativo para casa. Según este teórico, es precisamente esa parte del aprendizaje la más complicada y la que requiere de un guía especializado, en este caso, el profesor. Más tarde, en 1990 Eric Mazur, decano de Física Aplicada de la Universidad de Harvard, también apostó contra el monólogo del profesor y el estudiante pasivo y acuñó el término peer instruction(en español, aprendizaje entre pares), para defender una fórmula más interactiva en el aula.

Pero es el Flipped Classroom la nomenclatura que aparece hoy en los listados asociados a innovación educativa y nuevas metodologías. “Lo mejor de este modelo pedagógico es que mejora la relación profesor-alumno”, defiende Bergmann. Dividir a los estudiantes en grupos, ponerles a trabajar sobre el contenido visualizado en casa, a debatir y a crear mientras el profesor resuelve dudas y les hace de guía, ese el punto que multiplica el número de interacciones y permite a los estudiantes que van por delante explicar al resto y, a la vez, afianzar los conocimientos. “Cuando los profesores no están de pie frente a sus alumnos simplemente hablando y pueden circular por la clase, la relación cambia por completo”. Según una encuesta realizada en 2012 a 453 profesores de Secundaria en Estados Unidos que habían usado Flipped, el 80% informó de una mejora en la actitud de los estudiantes y el 99% aseguró que lo volvería a usar el curso siguiente.

“Los estudiantes son autónomos, son los responsables de su aprendizaje siempre con la ayuda del profesor. Eso les activa, les hace implicarse”, añade Bergmann, padre de tres niños y asesor de TED Education, red de charlas sobre innovación educativa. El autoaprendizaje se produce cuando los niños aprenden a tomar sus propias notas mientras ven los vídeos en casa, pero el profesor debe enseñarles a hacerlo y dedicar unas tres semanas a ello. En la wed Flipped Global Iniciative se pueden seguir cursos online en los que Bergmann muestra cómo hacerlo.

Raúl Santiago, profesor de didáctica de la Universidad de La Rioja, es el principal impulsor de Flipped Classroom es España. En 2012, puso en marcha un proyecto de investigación para encontrar fórmulas que mejorasen el aprendizaje de sus alumnos de Magisterio y dio con este método. Creó la web theflippedclassroom.es en la que más de 80 profesores españoles de primaria, secundaria y Universidad han publicado más de mil entradas sobre sus experencias en el aula, sus consejos y herramientas. Esta red aglutina a investigadores de universidades como la Complutense de Madrid, la Universidad de Vigo o la UNED, entre otras.

En su investigación ¿Es el Flipped Classroom un modelo pedagógico eficaz?,publicada en 2015, hacían referencia a una encuesta realizada a 186 estudiantes españoles de primaria, secundaria y bachillerato de 10 centros educativos de diferentes comunidades autónomas que habían seguido la clase invertida durante, al menos, un cuatrimestre. Cerca del 85% de los alumnos aseguró que este método les brindaba más posiblidades de elegir el tipo de material que mejor se ajustaba a su forma de aprender y, también, de trabajar a su ritmo. Casi un 90% de ellos destacó que habían aumentado sus posibilidades de participar en la resolución de problemas y había mejorado su pensamiento crítico. Más del 90% afirmó que el aprendizaje era más activo.

Para Raúl Santiago, lo más complicado a la hora de ponerlo en práctica es el cambio de mentalidad que requiere por parte del profesor. “Su rol cambia, ya no tienen la sartén por el mango. La clase ya no gira en torno a su explicación, y además están acostumbrados a que sus palabras se repliquen en el examen”.

Leticia Serna es profesora de primaria del Colegio Escolapias Carabanchel desde hace 11 años. Los últimos dos se ha pasado al Flipped. “La escuela peca de ir por detrás. Aplicar nuevas metodologías es ponerse al ritmo de la sociedad”, explica. El principal inconveniente de la clase magistral, cuenta, es que no llega a todos. “Ahora tienen una hora para preguntarme lo que quieran, es un bombardeo de inquietudes. La ventaja es que están más motivados, piensan más y toman más decisiones”, unas prácticas que están más alineadas con su futuro laboral.

Serna se formó gracias a un curso online impartido por el Instituto Nacional de Tecnologías Educativas (INTEF), dependiente del Ministerio de Educación. En el colegio en el que trabaja, junto a otros 11 en diferentes autonomías, están adoptando el Flipped gracias al asesoramiento de MT Grupo, la única empresa de innovación educativa española dentro de la red Flipped Learning, que ya ha formado a más de 1.500 profesores desde 2013.

Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2016/10/28/actualidad/1477665688_677056.html

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