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Maritchu Seitún: «No poner límites a los niños los debilita en vez de fortalecerlos»

Entrevista con la autora de Latentes, de editorial Grijalbo

Evangelina Himitian- LA NACION

¿Qué hacemos por nuestros hijos en la etapa en la que creemos que nos necesitan menos?», pregunta la psicóloga Maritchu Seitún de Chas, en el arranque de Latentes, su último libro. En los últimos años, sus obras sobre crianza se han vuelto un verdadero fenómeno editorial. Cada vez más colegios e incluso empresas la invitan a dar charlas sobre algo que parece haberse convertido en la gran incógnita de la nueva generación: ¿cómo criar hijos confiados, seguros, creativos y con pensamiento libre, pero a la vez que hagan caso a lo que les decimos los padres? En las últimas décadas, dice Seitún, los paradigmas de crianza han oscilado entre el autoritarismo y la permisividad absoluta. «Venimos de una época en que poner límites equivalía a frustrar a los chicos. No había que hacerlos esperar, o dejarlos enojar o permitir que sufran. Hoy nos dimos cuenta de que ese paradigma los debilitaba en lugar de hacerlos fuertes. Ahora, como sociedad, nos encontramos buscando un modelo intermedio», reconoce.

-Sigmund Freud llamó latencia a la etapa en la que los chicos se desentienden de la sexualidad. Habiendo superado la etapa edípica alrededor de los seis años, el interés por la sexualidad queda entonces «latente» hasta la pubertad, por eso los psicólogos llamamos latentes a los chicos en edad de escolaridad primaria.

-A partir de los seis años, ¿los chicos nos necesitan menos como padres?

-Durante los primeros cinco años cuidamos y acompañamos mucho a nuestros hijos, les enseñamos muchas cosas que a los seis se van consolidando en ellos, empezamos a verlos más independientes en muchos aspectos: se bañan, se visten y comen solos, se entretienen con hermanos, primos o amigos, los acompañamos a la cama pero se duermen también solos, ya no nos requieren tanto todo el tiempo ni tan físicamente. Empiezan a pasar más tiempo afuera de casa: en el colegio, haciendo deportes en el club, jugando en la vereda, en casa de amigos. Y ya no necesitan esa vigilia, ese seguimiento permanente, esa marca «hombre a hombre» de los primeros años.

-¿Qué está en juego en esa etapa?

-Habiendo fortalecido la confianza en sí mismos y en sus recursos, y habiendo consolidado la confianza en el vínculo con sus padres, es una etapa de enormes aprendizajes en todas las áreas: intelectual, emocional, social, motriz y deportiva. Todas sus energías están puestas en aprender, jugar, hacerse amigos…

-¿Hablar de límites en la crianza es un paradigma del pasado?

-Todo lo contrario: hemos vuelto a hablar de límites después de una época en que parecía que no había que ponerlos ni tampoco frustrar a los chicos ni hacerlos esperar, enojar o dejarlos sufrir. Lo hicimos porque nos dimos cuenta que ese paradigma los debilitaba en lugar de hacerlos fuertes. Pasamos de un modelo autoritarito y arbitrario con límites excesivos a otro opuesto, el permisivo, falto de límites, y hoy nos encontramos buscando un modelo intermedio que tome lo mejor de cada uno de esos modelos.

-Hoy la sociedad anima a los más chicos a que dejen pronto de ser niños. ¿Por qué?

-No puedo encontrar otra razón que la de invitar al consumo, porque, sabiendo como sabemos que todo va a llegar, no hay ninguna necesidad de apurar su crecimiento; esa etapa de infancia en la que se saben cuidados por sus padres, es muy valiosa para aprender, jugar, pasarla bien, practicar habilidades, tranquilos de que papá y mamá se ocupan. Hay otro grupo de niños que se ve obligado a dejar de serlo por cuestiones socioeconómicas: porque tienen que ayudar a sus padres y ocuparse de su supervivencia mucho antes de estar preparados para ello. Ojalá el Gobierno y la sociedad logren, trabajando en equipo, que esto deje de ocurrir en nuestro país.

-Se dice que ahora la adolescencia empieza en las niñas a los ocho años, que los ocho son los nuevos doce. ¿Es cierto?

-La pubertad física se ha ido adelantando pero no hasta ese punto, rara vez una niña de 12 empieza su desarrollo puberal y menos todavía los varones. Encuentro niños que se creen adolescentes y en realidad son niños a quienes les han faltado límites, no tienen clara la autoridad de los adultos y se portan como si fueran más chiquitos con berrinches, malos modos y peores respuestas, no como adolescentes, aunque sus padres prefieran creer que es una adolescencia adelantada.

-Entre tanto cambio de paradigmas, ¿estamos un poco desorientados los padres de las nuevas generaciones?

-Puede ser que estemos desorientados, es cuestión de investigar un poco y tomar una postura personal. Pero además creo que no hemos tomado conciencia de que la sociedad como tal ha dejado de educar a nuestros hijos, cosas que sí ocurría en las generaciones anteriores en la que muchos adultos eran referentes, ponían límites, educaban. Abuelos y otros familiares, personal docente y no docente de los colegios, los vecinos. Todos cumplían un rol social en la formación de los niños. Hoy hasta nos enojamos con las maestras cuando se atreven a hacerlo, sin darnos cuenta de que nos quedamos muy solos con una tarea compleja.

Fuente de la Entrevista:

http://www.lanacion.com.ar/1857344-maritchu-seitun-no-poner-limites-a-los-ninos-los-debilita-en-vez-de-fortalecerlos

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Entrevista a Begoña Ibarrolla: “Emociones y motivación dirigen la atención y deciden qué se aprende”

01 mayo 2017/Fuente: El Diario de la Educacion

Begoña Ibarrolla lleva años trabajando alrededor de la educación emodional y el papel que las emociones tienen en el aprendizaje.

Que las emociones tienen un papel importante en el aprendizaje ha pasado en los últimos años de ser una intuición a convertirse en una de esas verdades que hay te tener siempre presentes. Sobre todo después de que los avances en neurociencia aseguren que la emoción (positiva) mejora nuestra comprensión y nuestro recuerdo, además de la motivación hacia el aprendizaje. Hablamos con Begoña Ibarrola sobre cómo emociones, sentimientos, motivación y aprendizaje están en relación.

En su libro Aprendizaje emocionante reflexiona sobre las emociones como factor clave en el aprendizaje. ¿Qué tienen que ver?

Las emociones son una parte esencial de la experiencia humana. Antes que seres pensantes somos seres sensibles. La parte de nuestro cerebro que se encarga de procesar las emociones se construye antes que la responsable de los procesos cognitivos.

Las emociones son estados complejos, fenómenos multidimensionales caracterizados por cuatro elementos: cognitivo, fisiológico, conductual y expresivo. Los estímulos emocionales interactúan con las habilidades cognitivas, afectando a la capacidad de razonamiento, la toma de decisiones, la memoria, la actitud y la disposición para el aprender.

La investigación nos muestra que tanto emociones como los sentimientos, pueden fomentar el aprendizaje al intensificar la actividad de las redes neuronales y reforzar las conexiones sinápticas. Emoción y motivación dirigen el sistema de atención, que decide qué informaciones se archivan en los circuitos neuronales y, por tanto, se aprenden.

¿Cómo repercute esto en un aula?

Los profesores han de ser conscientes de la importancia de la emoción como vehículo de sus palabras si desean que estas alcancen de lleno a sus alumnos. Prácticas como la transmisión de conceptos complejos de modo aséptico, desconectados de significado emocional, deben ser abandonadas para evitar el fracaso escolar. La neurociencia nos muestra evidencias de que se aprende mejor cuando un determinado contenido o materia presentan componentes emocionales, aunque hay emociones que potencian el aprendizaje y otras que lo dificultan.

El cerebro tiene sistemas naturales de aprendizaje, entre los cuales se prioriza el aspecto emocional: cuanto más positiva sea la emoción, mejor se aprende.

También es importante para el aprendizaje tener un entorno agradable. Se ha demostrado que un educador emocionalmente inteligente y un clima favorable en el aula son factores esenciales para el aprendizaje.

¿Qué aporta el conocimiento de los procesos neuronales y la fisiología cerebral en la educación emocional?

Las neurociencias aportan conocimientos fundamentales acerca de las bases neurales del aprendizaje, de la memoria, de las emociones y de muchas otras funciones cerebrales que son estimuladas y fortalecidas en el aula.

Además, nos detalla cómo se producen las reacciones emocionales, cómo las emociones dirigen la atención, son el pegamento de los recuerdos y favorecen la motivación, factores importantes en los procesos de educación emocional.

El manejo de las emociones es clave para ser un aprendiz eficaz; la autorregulación es una de las habilidades más importantes y los conocimientos sobre cómo funciona el cerebro nos aportan estrategias de regulación a la vez que el conocimientos sobre las neuronas espejo permiten desarrollar la empatía y la comprensión del otro.

¿Qué es la neurodidáctica?

En definición de Ana Fores es “la aplicación de conocimientos acerca de cómo funciona el cerebro y de cómo intervienen los procesos neurobiológicos en el aprendizaje, para ayudar a que este sea más eficaz y óptimo”. Esta disciplina no contempla solo los conceptos o contenidos que se deben impartir, sino que ahonda en cómo se encuentra la persona que va a aprender, ayudándola a desarrollar habilidades personales, actitudes y aptitudes que le faciliten el proceso, y en la forma en que se presentan los contenidos, eligiendo aquellas en las que pueda resultar más fácil la asimilación, la memoria y la integración.

La neurodidáctica y la neuroeducación tienen como objetivo acercar a los agentes educativos a los conocimientos relacionados con el cerebro y el aprendizaje, considerando la unión entre la pedagogía, la psicología cognitiva y las neurociencias.

La Neuroeducación permite que el maestro entienda las particularidades del sistema nervioso y del cerebro y, a la vez, relacione este conocimiento con el comportamiento de sus alumnos, su propuesta de aprendizaje, su actitud, el ambiente del aula, entre otros factores. Con toda seguridad esta nueva ciencia es necesaria para la innovación y transformación de nuestros centros educativos y para el fortalecimiento de la calidad de la educación.

¿Qué certezas tiene usted sobre el funcionamiento del cerebro que aprovecharía mejor en la preparación de una clase?

Los estados emocionales resultan de un sistema complicado de mensajes químicos a través del cuerpo que afectan a lo que percibimos y en lo que enfocamos la atención momento a momento. Las emociones son así “los guardianes del aprendizaje” y son importantes tanto para el que aprende como para el que enseña.

Hoy se sabe que un alumno sometido a estrés no puede rendir lo suficiente, y aun así se le sigue valorando, casi exclusivamente, en función de su rendimiento en los  exámenes. Mi experiencia me dice que sigue habiendo alumnos que, aun habiendo estudiado y sabiendo que saben, son incapaces de demostrarlo por no saber controlar su nivel de ansiedad y se quedan “en blanco”.

Por otra parte, he constatado que un alumno puede no estar motivado para aprender por no encontrar ninguna experiencia de éxito o positiva de aprendizaje que refuerce su autoconfianza. Está demostrado que los agentes de nuestro sistema de motivación son las experiencias positivas en las relaciones y los lazos afectivos que se establecen en el aula. Todo alumno, para estar motivado, necesita atención emocional, elogios, reconocimiento y experiencias de éxito que le hagan sentirse competente.

Muchos profesores se quejan de que sus alumnos no atienden y no podemos olvidar que en los procesos de aprendizaje, la atención y la memoria, están dirigidos emocionalmente y que las emociones regulan constantemente lo que se experimenta como realidad. Cuando la emoción se apaga, cuando el interruptor se desconecta, las consecuencias para el aprendiz son muy negativas.

¿Cree que hay margen para lograr que los alumnos aprendan mejor?

Por supuesto, sobre todo en temas relacionados con la motivación. Es el motor del aprendizaje y es esencial para aprender, por eso llevar a cabo una buena programación del aprendizaje supone tener en cuenta la continua conexión entre las áreas cerebrales corticales, más racionales, y las áreas más emocionales. Todos los procesos cognitivos tienen una base emocional, por eso trabajando las emociones se progresa en el aprendizaje de lo más racional. Emoción y motivación dirigen la atención sobre qué informaciones se archivan en los circuitos neurales, y por tanto, se aprende siempre que se concentre en una actividad central.

También podemos mejorar en no asociar el error al fracaso. Si se produce estrés o un miedo excesivo ante diferentes situaciones educativas, se segrega una hormona, el cortisol, que bloquea el hipocampo que es la parte del cerebro donde se localiza la memoria y se produce la génesis de nuevas neuronas. Se impediría llevar a cabo nuevos aprendizajes o el recuerdo de los ya adquiridos. Cierto nivel de ansiedad favorece la adquisición de nuevos conocimientos o el recuerdo de los mismos, pero en exceso, los impide.

¿Por qué considera que es tan relevante para un docente conocer y aplicar los principios de la neurociencia?

Que todo agente educativo conozca y entienda cómo aprende el cerebro, cómo procesa la información, cómo controla las emociones, los sentimientos, los estados conductuales, o cómo es frágil frente a determinados estímulos, es indispensable para enseñar bien y potenciar el aprendizaje.

El problema es que los descubrimientos de la neurociencia no suelen llegar a las aulas, no se forma suficiente a los maestros en esta disciplina.

¿Qué les diría a los escépticos?

Lejos de que las neurociencias se caractericen como una nueva corriente que entra al campo educativo, o que sean la salvación, la propuesta es que sea una ciencia que aporte conocimientos, así como lo hace la psicología, por ejemplo, con el propósito de proveerle de fundamento para innovar y transformar su práctica.

Por otra parte esos descubrimientos dan respuesta a muchas preguntas que se hacen los docentes sobre la conducta de sus alumnos, sus dificultades de atención, su falta de motivación, su rendimiento desigual en diferentes materias, etc… Conocer por qué suceden las cosas, su fundamento biológico y neurológico, es la manera de cambiar y mejorar, basándonos en hechos.

¿Qué pueden aportar iniciativas como EduMindUp! que difundan la neurociencia entre los profesionales de la enseñanza?

Esta iniciativa plasmada en un Congreso puede contribuir a la difusión y acercamiento de la neurociencia y la neuroeducación a los docentes, a las familias y a cualquier persona que tenga alguna responsabilidad en la educación de nuestros niños y jóvenes, permitiendo un cambio positivo en sus formas de educar y creando quizás una práctica innovadora basada en aportaciones científicas. Pero por otra parte nos hace plantearnos si la formación de los docentes es la adecuada a nuestra realidad,  y descubrir lagunas que deben ser llenadas antes de que se encuentren en las aulas. Pienso que algunas de las conclusiones que se escuchen en este Congreso, irán en este sentido. Podemos estar en un momento importante para la educación que ofrece herramientas para un aprendizaje individualizado pero hay que saber manejarlas y sobre todo tener en cuenta esa plasticidad cerebral que nos tranquiliza y relaja, al saber que podemos aprender de diferentes maneras y mostrar lo que sabemos de diferentes formas.

Fuente:http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/04/28/emociones-y-motivacion-dirigen-la-atencion-y-deciden-que-se-aprende/

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La renovación del pensamiento de Gramsci: entrevista con Bob Jessop

La renovación del pensamiento de Gramsci: entrevista con Bob Jessop

El profesor de la Universidad de Lancaster aborda la crisis europea, el futuro de la democracia, los usos del populismo, los modelos de construcción de hegemonía y las posibilidades que ofrece la ciencia política para orientar la acción en un mundo atravesado por la actual crisis sistémica del capitalismo.

Bob Jessop es profesor en la Universidad de Lancaster y uno de teóricos del Estado más reputados en la actualidad. Buen conocedor de Gramsci y estudioso atento de la obra de Marx y Poulantzas, Jessop ha elaborado una sólida teoría del Estado desde una perspectiva marxista y multidimensional realmente útil para comprender los desafíos y oportunidades que ofrecen el acceso a las instituciones y la gestión del aparato del Estado por los nuevos sujetos políticos y movimientos sociales surgidos al calor del 15-M.

Sus últimos libros publicados son Towards a Cultural Political Economy (2013), escrito con Ngai-Ling Sum, y The State: Past, Present and Future (2015), que en breve será publicado en España por Catarata.

¿Cuáles son las mayores amenazas que se ciernen sobre la democracia en este momento?

Si hablamos a escala europea, la amenaza principal es claramente la continuidad de la crisis en la zona euro y las medidas económicas y políticas tomadas para gestionarla o resolverla, cuya aplicación continua a día de hoy, lo cual está conduciendo a un asalto de envergadura contra los niveles de vida de la población y a una creciente desafección y alienación de la política. Si situamos el problema en un contexto más amplio, sin embargo, la principal amenaza a la democracia en estos momentos es la parálisis institucional de la Unión Europea y la creciente concentración de poder en manos de sus instituciones y de sus dirigentes. Como cualquier sede de poder estatal, estas instituciones condensan, reflejan, pero también refractan y modifican, un equilibrio de fuerzas político más amplio. Estas fuerzas tienen oportunidades asimétricas de influir sobre las mismas directamente mediante los canales formales de representación política e, indirectamente, mediante las luchas desplegadas en el seno de la formación social globalmente considerada. Estas asimetrías se constatan en las limitadas oportunidades y recursos de los que disponen los electores o la sociedad civil en general para obligar a las instituciones europeas a que rindan cuentas de sus decisiones y de sus políticas. Ello se debe, por un lado, a que los partidos políticos nacionales disponen de poderes limitados para controlar a esas instituciones y, por otro, porque estas son mucho más permeables a la influencia del capital transnacional, de sus grupos de presión (por ejemplo, la European Roundtable of Industrialists o la Cámara de Comercio estadounidense con sede en Bruselas) y de los Estados más poderosos del sistema interestatal global. Así, la Unión Europea apoya los denominados tratados de libre comercio, que sirven fundamentalmente a los intereses del capital y los aísla de la rendición de cuentas democrática. Ni la política democrática ordinaria ni las movilizaciones de la izquierda constituyen la principal amenaza a esos tratados, sino la reacción populista de derecha registrada en Estados Unidos y en Europa y sus demandas en pro de la restauración de
la soberanía nacional, que podrían bloquearlos. En otros aspectos, sin embargo, la crisis de la eurozona y el resto de crisis abiertas, como la bancaria o la financiera, están siendo gestionadas de acuerdo con las pautas establecidas por el capital financiero e industrial transnacional respaldados por el Estado alemán.

Creo que existen también otras dos amenazas dignas de mención. Una de ellas es la creciente financiarización de la economía, que podemos verificar no solo en la primacía de los mercados financieros, sino también en sus estrechos vínculos con el Estado, lo cual está teniendo repercusiones dañinas en el conjunto de la sociedad. Hay quien piensa que el desarrollo del modelo de acumulación impulsado por la financiarización es algo relacionado con la evolución espontánea de las fuerzas del mercado, lo cual nunca ha sido así en la génesis del predominio del capital financiero que conocemos hoy, ya que el poder de este debe mucho a la cartelización y a la intervención estatal, que lo conforma y que garantiza su supervivencia en momentos de crisis. Dado el involucramiento explícito del Estado en el actual modelo de financiarización de la economía, podemos afirmar que cuanto más depende la acumulación de capital del Estado, mayores son las amenazas que se ciernen sobre la democracia liberal burguesa.

Marx identificó, a partir de su trabajo teórico y de la observación de los hechos de los que fue testigo a lo largo del siglo XIX, una relación de adecuación formal entre capitalismo y democracia. Esta noción se refiere a la «adecuación» existente entre formas sociales básicas, antes que a sus funciones cambiantes o a su contenido sustantivo. Al avanzar este enunciado, a Marx le preocupaba fundamentalmente la relación existente entre la acumulación orientada por el beneficio y mediada por el mercado y la democracia parlamentaria liberal. Podríamos sintetizar su concepción en el aforismo que afirma que allí donde la explotación toma la forma del intercambio, la dictadura puede tomar la forma de la democracia. Pero Marx también identificó una tensión o contradicción presente en el corazón de la constitución democrática: a saber, que un pueblo dotado de derechos políticos no debe utilizar el poder político del que disfruta para desafiar el poder social del capital y, a la inversa, que este último no debe utilizar su poder social para revertir las ganancias políticas obtenidas por el pueblo. Así, pues, la supervivencia de la democracia en una sociedad capitalista requería un compromiso social institucionalizado y la aceptación de normas específicas de conducta política. En la actualidad, sin embargo, el proceso de acumulación de capital supone no solo el funcionamiento del intercambio orientado por el beneficio y mediado por el mercado, sino también la intervención cada vez mayor del Estado para sostener la rentabilidad del capital. Esto implica que para los intereses capitalistas tiene mucha mayor importancia limitar el acceso y la participación populares en este orden político-económico emergente, a fin de que el poder político no se utilice para socavar el poder social del capital. Esta dinámica explica la tendencia cada vez más poderosa hacia el estatismo autoritario, el recurso a los estados de emergencia económica y los intentos de marginación de las fuerzas democráticas. Se trata, pues, de una situación caracterizada por una tendencia de muy largo plazo: la creciente importancia de lo que yo denomino las diversas formas de capitalismo político. En este modelo, los beneficios dependen cada vez más de los vínculos mantenidos con el Estado, de prácticas económicas predatorias y de la fuerza y la dominación antes que de un libre mercado genuino y de la organización racional de la producción, la circulación y la distribución capitalistas. En otra época, esto se denominó capitalismo monopolista de Estado. Esta tendencia se ve fortalecida, sin embargo, por el surgimiento del neoliberalismo y la difusión de la acumulación dominada por el capital financiero a escala global y por la gestión de los Estados partidarios de la austeridad en la Unión Europea. También se agrava por el deficiente diseño institucional de la unión monetaria y de la Unión Europea en general. De modo más inmediato, la crisis de la democracia resulta intensificada también por las modalidades de gestión de la crisis de la eurozona y por el impacto
de esta sobre los países del sur de Europa.

¿Es posible una gobernanza alternativa en la Unión Europea y un nuevo sistema institucional adecuado a otro proyecto económico-político para Europa?

Sí, son posibles, sin duda, pero ello requeriría acometer toda una serie de iniciativas que se fortalecieran mutuamente y no un acto único de reforma. Al igual que existe una relación de adecuación formal entre la acumulación orientada por el beneficio y mediada por el mercado y la democracia liberal burguesa, un sistema de gobernanza económica y política requiere un conjunto diferente de formas institucionales complementarias, que proporcionen un marco estable para debatir e implementar estrategias y proyectos económicos y políticos. El diseño y la creación de este nuevo orden exigirá una asamblea constituyente, así como todo un trabajo previo sobre las formas de organización económica y política susceptibles de medirse con un orden global, que se enfrenta a amenazas existenciales importantes exacerbadas por la actual organización del mercado mundial y las rivalidades interestatales. Entretanto, resulta esencial concentrarse en las reformas institucionales y en las iniciativas políticas a escala local, regional, nacional y europea para abordar los problemas y amenazas económicas y políticas urgentes.

​En mi opinión, se necesita ante todo presionar desde la izquierda para neutralizar el ascenso del nacionalismo y el populismo de derecha, que adoptan una forma extrema en el etnonacionalismo blanco de la derecha alternativa en Estados Unidos y en la gama de sus formas duras y blandas en Europa, que varían en tamaño e importancia en países europeos tan diversos como Hungría, Alemania, Holanda, Francia, Grecia, Finlandia y Reino Unido. Incluso cuando carecen de una presencia parlamentaria significativa, estos movimientos pueden influir en la agenda política. Por ejemplo, el UKIP tenía un parlamentario en la Cámara de los Comunes y un puñado de ellos en el Parlamento Europeo, pero indirectamente creó las condiciones para la convocatoria del referéndum del Brexit. En Alemania, la canciller Merkel se muestra cada vez más preocupada por el creciente atractivo de Alternative für Deutschland. Cuando los políticos se preocupan por las repercusiones sociales y políticas del nacionalismo y del populismo de derecha, ello debilita sus sensibilidad hacia las alternativas radicales procedentes de la izquierda, a no ser que se produzca una movilización y una amenaza comparables por parte de esta. Esta movilización debería ser una de las estrategias fundamentales para hacer saber de modo meridianamente claro a quienes detentan el poder, que la estabilidad política y económica está siendo erosionada por las acciones unilaterales, impuestas de arriba abajo, decididas para implementar las políticas neoliberales y las medidas de austeridad. Es esencial reorganizar el equilibrio de fuerzas y desplazar el centro de gravedad hacia la izquierda, porque ello obligaría a quienes tienen el poder a pensar seriamente sobre las consecuencias reactivas de estas políticas neoliberales agresivas y sus repercusiones en el mundo social y en el mundo natural.

El profesor Bob Jessop en el momento de la entrevista en la redacción de ‘Público’ junto a Carlos Prieto y Juan Carlos Monedero

Resulta interesante que algunas de estas repercusiones sean reconocidas por los líderes del capital transnacional y global y por sus aliados políticos más prescientes, como se refleja en las declaraciones del World Economic Forum no únicamente sobre la seriedad de la crisis ecológica, sino también sobre las consecuencias de las crecientes desigualdades en los niveles de renta y riqueza, que han sido percibidas recientemente por estas elites como la más probable de las amenazas que se ciernen sobre la estabilidad del orden capitalista (véanse los World Economic Forum Reports de 2012, 2013 y 2014). Pero creo que no avanzaremos gran cosa, si la izquierda se moviliza tan solo en torno a cuestiones específicas, locales y nacionales o ligadas a las preocupaciones de uno u otro movimiento social y no logra trabajar sobre el mayor reconocimiento mostrado por las elites estatales y globales de que hay algo profundamente erróneo en el corazón del proyecto de la Unión Europea. Este escenario exige que conectemos las luchas de la izquierda y las movilizaciones populares con las amenazas reconocidas también por el centro y la derecha, porque la mayoría de las fuerzas del espectro político se hallan preocupadas por las consecuencias del incremento de la desigualdad, de las políticas de austeridad, etcétera. De este modo, puede abrirse un espacio para construir una alianza con el centro-izquierda y el centro-derecha, que podría constituir una base para ejercer presión en pro de cambios institucionales. Sobre todo, es importante abordar el déficit democrático presente en el corazón de la Unión Europea y la primacía de los intereses del capital financiero sobre el capital industrial y comercial productivo. Si comparamos la relación existente hoy entre estas dos facciones del capital con la vigente durante el periodo fordista, cuando coincidían los intereses del segundo y los de los trabajadores empleados por el mismo y, a su vez, estos últimos se articulaban con los de quienes se beneficiaban del surgimiento y de la expansión del Estado del bienestar, constatamos que durante el mencionado periodo todos ellos formaban un bloque compacto, que incluía al conjunto de la fuerza de trabajo y a aquellos que dependían del Estado para garantizar sus derechos sociales y económicos. Esta situación es muy diferente del actual predominio del régimen de acumulación dirigido o, mejor, dominado por el capital financiero.

Los tres nos hemos referido hasta ahora a la derecha y a la izquierda. ¿Piensas que es realmente posible definir lo que significa ser de izquierda hoy?

Esta es una cuestión complicada e importante. Después de todo, la distinción derecha-izquierda es una metáfora espacial, unidimensional y convencional, inspirada por la localización de los escaños en las asambleas legislativas francesas tras la Revolución de 1789, lo cual apenas sugiere que pueda tener relevancia hoy. Es realmente una distinción demasiado simple para captar las complejidades de la política entonces o ahora. Sin embargo, una vez que tenemos en cuentas sus limitaciones descriptivas y explicativas y prescindimos de fetichizar las etiquetas, que resultan útiles en determinados contextos sin ser permanentemente válidas, esta distinción puede ayudarnos a guiar la acción y las alianzas políticas, así como a simplificar la comunicación política en coyunturas específicas. Este es el modo en el que los tres hemos estado utilizando esta distinción: con todos los riesgos aparejados de provocar malentendidos derivados de esta utilización, cuando nosotros y otros interpretamos estas etiquetas de un modo diverso, ahora o en el futuro. Esta distinción es siempre relacional, ya que depende del contraste existente entre diferentes posiciones políticas, y es también «fractal», en el sentido de que prácticamente la totalidad de los partidos políticos, movimientos sociales u organizaciones políticas de masas, con independencia de donde se sitúen en el espectro derecha-izquierda tal y como este es interpretado en un momento histórico dado, tienen también sus propias tendencias de derecha, centro o izquierda. Una complicación añadida proviene de que el sentido de derecha-izquierda varía con los diferentes estadios del desarrollo económico, con las diversas variedades de capitalismo, con la posición diferencial de los espacios económicos y políticos presentes en la cambiante cadena imperial y con las coyunturas específicas, así como con las formas de dominación y con los regímenes políticos –por ejemplo, democráticos o dictatoriales–, en los cuales los movimientos políticos deben operar en un momento concreto, pero también, quizá, intentar transformar.

Estos factores afectan, por ejemplo, a la estratificación interna de la clase trabajadora (por ejemplo, la inclinación a la derecha de la aristocracia obrera durante la era del imperialismo social); al alcance de las alianzas con otras clases subalternas (por ejemplo, campesinos radicales o conservadores o los distintos estratos de la nueva pequeña burguesía); a las oportunidades de cooperación con los movimientos sociales (por ejemplo, los sindicatos, el feminismo radical, los movimientos por la autonomía regional); a la escala de la movilización política que va de lo local a lo global; y al tipo y secuenciación de la demandas que pueden efectuarse sobre distintos horizontes espacio-temporales de acción. Así, pues, una orientación de izquierda en las primeras etapas del desarrollo capitalista, que fue un periodo marcado por la acumulación primitiva de capital, el predominio del plusvalor absoluto (alargamiento de la jornada de trabajo, creciente intensidad de este) y la ausencia de instituciones democráticas liberales, difería de los objetivos y fines de izquierda vigentes en el periodo caracterizado por el plusvalor relativo (creciente productividad sostenida por la innovación tecnológica), que permite la existencia de compromisos institucionalizados entre los trabajadores y el capital industrial y comercial productivo en un contexto democrático liberal. En el primer caso, la movilización de izquierda se halla conformada por la represión de los trabajadores y puede asumir formas anarquistas, sindicalistas o clandestinas; en el segundo, esa movilización corre el riesgo de ser absorbida mediante diferentes prácticas de revolución pasiva, que restringen su autonomía por mor de la absorción de sus líderes y el ofrecimiento de concesiones menores a cambio de operar dentro de la lógica del mercado y de la política electoral. Como Gramsci observó en los Quaderni del carcere (1929-1935), la combinación de cambios económicos y reforma electoral a partir de la década de 1870 creó la época de las luchas económicas y políticas de masas centradas en torno a la consecución de una hegemonía popular-nacional. Las condiciones para la política de izquierda cambió, de nuevo, con escenarios como la emergencia de la economía digital, el surgimiento y la consolidación del neoliberalismo, la descomposición de la Unión Soviética y la creciente integración del mercado mundial.

​En general, mientras que la derecha es la corriente política asociada con los intereses de las clases explotadoras y la elites dominantes, la izquierda se halla más orientada hacia los intereses de la clase trabajadora y otros grupos subalternos explotados. Por otro lado, como se ha puesto de relieve con frecuencia, la pequeña burguesía carece de razones económicas para optar por una postura política independiente y, por consiguiente, constituye una apuesta crucial en las luchas políticas e ideológicas entre la derecha y la izquierda. La derecha defiende típicamente los poderes, privilegios y prerrogativas consolidados, que se hallan ligados a la detentación de la propiedad privada (especialmente de los medios de producción), las formas tradicionales de autoridad y las formas de exclusión social basadas en jerarquías de estatus institucionalizadas. A la inversa, la izquierda ataca esos intereses y exige la abolición de la propiedad privada de los medios de producción o la introducción de restricciones a su uso sin limitaciones; la
socialización del control sobre la economía; y la extensión y generalización de los derechos económicos, jurídico-políticos y sociales, así como la igualación de las oportunidades de vida mediante instituciones y medidas políticas sustantivas y formales. Estas posiciones se articulan con frecuencia respecto a valores más amplios, que tienen implicaciones asimétricas, como, por ejemplo, el respeto por la autoridad, la jerarquía y la tradición o, de nuevo, la solidaridad, la igualdad y la innovación.

El profesor Bob Jessop en el momento de la entrevista en la redacción de 'Público' junto a Carlos Prieto y Juan Carlos Monedero

El profesor Bob Jessop en el momento de la entrevista en la redacción de Público junto a Carlos Prieto y Juan Carlos Monedero

Un problema fundamental presente en tales discusiones es el carácter flotante, vacío o vaciado del léxico derecha-izquierda. Los conceptos flotantes son o bien equívocos, es decir, tienen sentidos diferentes pero estables dependiendo del contexto, o bien ambiguos, en cuyo caso sus significados varían incluso en contextos similares. Analizada en términos teóricos, la distinción izquierda-derecha es tanto equívoca como ambigua. Puede tener significados estables en contextos históricos específicos, que difieren, sin embargo, en el tiempo y en el espacio. Por otro lado, en términos políticos y de implementación de las correspondientes políticas públicas, esta distinción puede interpretarse como un significante vacío o incluso vaciado. Un significante vacío es un concepto productivamente difuso, dotado frecuentemente de un significado potencialmente universal –como, por ejemplo, la justicia–, que gana significado sustantivo mediante su integración en discursos específicos y su traducción en la acción práctica. Los diversos géneros de discurso de izquierda, de centro y de derecha transformarán estos significantes vacíos de modos muy diferentes. Un significante vaciado es una noción elástica, que puede estirarse de modos diversos para dar acomodo a diferentes significados y, eventualmente, estirarse tanto que pierda todo significado. Este es un riesgo permanente de la distinción izquierda-derecha.

¿Cuál crees que es el planteamiento, el paradigma, más conveniente en términos de economía política para responder a la Unión Europea en el escenario desencadenado por la crisis de 2008? ¿Cuál es, a la inversa, el paradigma que están manejando las élites europeas para gestionar las consecuencias de esta crisis?

El debate ha estado y todavía está totalmente dominado por la creencia neoliberal de que la solución a la crisis económica consistía y consiste, ante todo, en impedir el colapso financiero, que daña al capital financiero y que es producto del creciente predominio de un proceso de acumulación dominado por este. Este predominio se manifiesta tanto desde el punto de vista de las relaciones existentes entre las distintas fracciones del capital, como en lo que respecta a sus efectos sobre la población en general, como ha mostrado Maurizio Lazzarato en su libro Il governo dell’uomo indebitato (2013), que postula que ahora nuestra condición es la de estar endeudados. Pero el peso económico y político del capital financiero es tremendo, los bancos son tan enormes, la gran corrupción de las interconexiones y de las puertas giratorias entre el capital financiero, los altos funcionarios y los políticos es tan masiva, que se acepta sin vacilación que es totalmente natural que la política económica tenga que rescatar a los bancos antes que a la gente, a los que están desempleados, a quienes corren el riesgo de perder sus casas, etcétera. El objetivo fundamental de los responsables políticos fue impedir el colapso financiero, lo cual podía conducir a una Gran Depresión similar a la conocida durante la década de 1930. En consecuencia, los intereses del capital financiero tuvieron precedencia sobre los del capital industrial, por no hablar de su predominio sobre los de la población en general. Sin embargo, estas medias han fortalecido la concentración de aquel preparando el terreno para la próxima crisis financiera, mientras las clases subalternas y los estratos marginados acumulan deuda, sufren la percepción de rentas estancadas o declinantes y carecen de empleo estable y de buenas condiciones de vivienda, al tiempo que pierden su dignidad y su esperanza.

Pensemos en las puertas giratorias a las que me refería hace un momento. Hace cinco años se publicó un artículo muy interesante en The Guardian en el que se informaba sobre las personas ligadas a Goldman Sachs, que estaban implicadas directa o indirectamente en la gestión de la crisis en Bélgica, Francia, Alemania, Grecia, Irlanda e Italia, así como en el Banco Central Europeo y la Unión Europea. El número era de tal envergadura, que los autores proponían que, en realidad, la empresa debería denominarse ahora Government Sachs. Hemos visto lo que ha ocurrido recientemente con Barroso, que fue presidente de la Comisión Europea durante diez años y que ha asumido el cargo de presidente no ejecutivo de la sede de Londres de Goldman Sachs International, que es la subsidiaria mayor del banco, sin que haya transcurrido moratoria alguna digna de consideración antes de incorporarse a su nuevo puesto. Todavía mas recientemente, el presidente Donald Trump, que prometió durante su campaña «desecar el pantano» y criticó el absoluto control de Goldman Sachs sobre Ted Cruz, Hillary Clinton y la elite de Washington, ha incluido a tres altos directivos del banco en su equipo político o directamente en su gabinete: Stepehn Mnuchin (secretario del Tesoro), Stephen K. Bannon, (jefe de estrategia) y Gary D. Cohn (presidente del National Economic Council). Trump cuenta también con más multibillonarios (propietarios de patrimonios superiores a los mil millones de dólares) en su gobierno que en cualquier otro conocido hasta la fecha en la historia de Estados Unidos. Estos hechos son también síntomas del capitalismo político al que me refería anteriormente.

William K. Black, un antiguo regulador estadounidense del sistema bancario, dijo que el modelo de negocio de Wall Street se había convertido en pura actividad delictiva. Yo he afirmado también, que cuando se habla de innovación financiera, se debería hablar, siguiendo a Black, de criminovación financiera, de innovación financiera delictiva, porque la innovación se utiliza para perseguir objetivos predatorios y explotadores. Existe un enorme y amplio resentimiento respecto a esta situación, especialmente cuando la respuesta pública a tal comportamiento es únicamente la imposición de multas (contempladas simplemente como el coste de hacer negocios y conseguir beneficios mucho mayores) y no de penas de prisión, lo cual ha alentado tanto el populismo de derecha, así como las acciones del movimiento de Ocuppy, que apuntan al 1 por 100. Regular de nuevo la actividad financiera y castigar el delito financiero deben ser dos cuestiones abordadas en cualquier rediseño institucional de la Unión Europea.

Por supuesto, cualquier rediseño institucional deber ir mucho más allá de las sanciones penales por la comisión de delitos financieros. Sin embargo, este planteamiento transmitiría a las elites financieras que su modelo de negocio debe de abandonar las actuales prácticas predatorias y la expansión insostenible del crédito y la titularización para optar por otro basado en la esencial pero aburrida actividad relacionada con las transacciones de mediación en la economía real. Y esto, a su vez, debería suponer la reorientación de la importancia unilateral  torgada por el modelo neoliberal a la reducción de costes y la maximización de los beneficios a corto plazo, para poner, por el contrario, en el centro del nuevo modelo la tarea realmente importante de promover un desarrollo social y económico sostenible, que tenga en cuenta la totalidad de los aspectos sustantivos de la apropiación y transformación de la naturaleza (incluyendo sus aspectos ecológicos) a la hora de suministrar bienes y servicios, cuya provisión, además, debe beneficiar a los menos favorecidos en vez que satisfacer las demandas de quienes están en las posiciones más privilegiadas.

En este sentido, diversas cuestiones son importantes. En primer lugar, todo planteamiento progresista de izquierda debe basarse en la crítica tanto de la ecología política como de la economía política, de modo que la sostenibilidad se convierta en una prioridad compatible con el aseguramiento de una distribución más justa de los recursos y de la renta. En segundo lugar, aunque un gran número de bienes y servicios pueden continuar siendo distribuidos mercantilmente, ello no exige que sean producidos mediante relaciones de producción capitalistas, que necesariamente subordinan el proceso de trabajo al imperativo del beneficio. En otras palabras, es importante que distingamos entre el intercambio mercantil y la producción capitalista. Un planteamiento de izquierda progresista debería limitar la generalización de la forma mercancía a la fuerza de trabajo, que no se produce como una mercancía en el seno de las relaciones de producción capitalistas para obtener un beneficio, pero que es tratada como si lo fuera, lo cual justifica describir la fuerza de trabajo asalariada como una mercancía ficticia. La izquierda también debería limitar la asignación de dinero a diversos objetivos concebidos en función del rendimiento esperado por el capital privado en lugar del bien publico, limitando así la circulación del dinero como mercancía ficticia. Merece la pena destacar a este respecto, que ya en el volumen 1 de El capital Marx había observado que la fuerza de trabajo y el dinero eran mercancías especiales y en sus análisis posteriores trató ambos como mercancías ficticias. Restricciones similares deberían introducirse respecto a la mercantilización de la tierra, que originalmente es un «don gratuito de la naturaleza» y no intrínsecamente una mercancía, y respecto al conocimiento, que también ha adquirido la forma de mercancía ficticia por la extensión de los derechos de propiedad intelectual. En suma, un aspecto importante de cualquier estrategia de izquierda progresista debería consistir en limitar los mercados concernientes a las cuatro mercancías ficticias más importantes –la tierra, la fuerza de trabajo, el dinero y el conocimiento–, lo cual contendría la expansión de la relación capital, que depende crucialmente de estas cuatro formas de mercantilización ficticia. Por otro lado, para permitir que todo el mundo tenga acceso a aquellas necesidades consideradas socialmente vitales, que no son todavía (o no lo son de modo óptimo) producidas y distribuidas colectivamente, debería existir una renta básica financiada tributariamente o mediante los ingresos provenientes de las empresas de propiedad colectiva. En tercer lugar, como se deriva del punto anterior, debe producirse un cambio progresivo hacia la propiedad social de las empresas que producen bienes y servicios esenciales para la vida buena (buen vivir) y, además, una reorientación hacia la valoración del tiempo libre sobre el trabajo pagado. En cuarto lugar, los desiderata anteriores implican también que deberían imponerse sanciones sobre la producción y el consumo, que socavan la sostenibilidad, la solidaridad social y una esfera pública activa basada en las actividades de tiempo libre, en la media en que estas no se debiliten y desaparezcan paulatinamente de modo espontáneo. A esta reorientación deben contribuir los nuevos imaginarios ecológicos y sociales, que, cuando estos se hallen ampliamente afianzados, justificarán medidas como la prohibición de determinados tipos de producción, el gravamen fiscal de los mismos para financiar la renta básica y los regímenes de bienestar solidarios, así como la introducción del principio de quien contamina paga. En quinto lugar, estas medidas pueden ser puestas a prueba a escala local o regional, pero tan solo tendrán éxito a largo plazo si se generalizan, más allá del ámbito nacional, como mínimo a escala europea, y si se vinculan a proyectos macrorregionales similares existentes en otra partes del mundo. Esto implica que habrá ganadores y perdedores transnacionalmente hablando, así como en cada uno de los territorios nacionales, y que se producirán transferencias de recursos importantes entre estos para revertir décadas de desarrollo desigual promovido por la lógica del capital y, más recientemente, por la imposición política del neoliberalismo. Como han mostrado diversos estudios empíricos, las desigualdades crecientes dañan no solo a los sectores, hogares y categorías sociales más pobres y marginados de la sociedad, sino que también crean estrés y tensión entre quienes gozan de una posición de desahogo material (los pudientes y los muy pudientes). Estas desigualdades también reducen la predisposición de grupos mayoritarios de la población a hacer sacrificios por los individuos, hogares y categorías sociales más pobres y marginales, porque esos mismos grupos se perciben (correctamente) perjudicados respecto a las elites más ricas y aventajadas y creen que estas pueden eludir muy fácilmente sus responsabilidades sociales a la hora de contribuir a un orden socioeconómico más sostenible y socialmente más justo. En sexto lugar, para estimular el florecimiento de esta forma de solidaridad entre los ciudadanos debemos lanzar una acción concertada a escala global para reintegrar a los hogares, trusts y compañías transnacionales más ricos al sistema tributario. En la actualidad, es demasiado fácil para ellos evitar o evadir la fiscalidad explotando los paraísos fiscales, amenazando con organizar una huelga de capitales o presionando a los gobiernos a diferentes escalas para obtener concesiones fiscales o de otro tipo, si desean retener o atraer la inversión de capital. Todas estas actividades constriñen la capacidad de los gobiernos a la hora de gestionar el sistema tributario-financiero en beneficio de todos. En este sentido, construir un movimiento internacional en pro de la justicia fiscal y ambiental es crucial para una agenda progresista de izquierda. En séptimo lugar, ninguna de estas tareas es factible sin abordar el déficit democrático existente en cada una de los Estados miembros, así como a escala de la Unión Europea y, de modo incluso más serio, en muchos otros ámbitos de la sociedad mundial. Sin un esfuerzo concertado para construir alianzas democráticas y revertir la creciente tendencia hacia el estatismo autoritario, el resto de componentes de este programa no puede implementarse. Y si se intentan implementar en Estados individuales, estos serán vulnerables al ejercicio de presiones externas. Esta es la principal lección que debemos extraer de los tibios intentos de Syriza de resistirse a las políticas deflacionarias impuestas por la Troika. En octavo lugar, como habréis podido observar, ninguna de estas propuestas pueden acometerse de modo aislado, ya que son mutuamente interdependientes, lo cual no significa que todo movimiento deba comprometerse, con independencia de la escala y el lugar, en todos y cada uno de los aspectos de este gran proyecto, porque este planteamiento pronto agotaría sus energías y compromisos. Este proyecto exige, sin embargo, una reflexión crítica sobre las implicaciones recíprocas de las luchas individuales y sobre los esfuerzos que deben realizarse para evitar que acciones locales debiliten proyectos realizados a otras escalas; y exige también pensar cómo los movimientos de mayor envergadura pueden prestar ayuda a las acciones locales en aquellos casos en que esta pueda hacer avanzar el conjunto del proyecto. Todo ello requiere redes bien desarrolladas, que puedan generar solidaridad y comprensión recíprocas, así como suscitar un fuerte compromiso de diálogo para establecer un fundamento y un sentido comunes para perseguir este proyecto. En noveno lugar, y finalmente, al menos a los efectos de esta lista de recomendaciones confeccionada en respuesta a vuestra pregunta, debo observar que tanto vosotros como yo estamos asumiendo que los tiempos están maduros para lanzar una ofensiva estratégica por parte de las fuerzas progresistas de izquierda. Esto no es en absoluto evidente, cuando en estos momentos el neoliberalismo resurge estratégicamente en su centro original e intenta en la actualidad o bien utilizar al populismo de derecha para debilitar a la izquierda, o bien, allí donde su éxito electoral amenaza los intereses del bloque de poder, volver a meter al genio en la botella. Así, pues, otras dos implicaciones que se desprenden de estas observaciones es que precisamos de algo similar a un frente popular para defender el espacio apto para llevar a cabo una política progresista y que allí donde las iniciativas defensivas sean las apropiadas, estas deberían relacionarse, en la medida de lo posible, con objetivos a medio y largo plazo como los que he enumerado hace un momento.

¿Podemos utilizar la ciencia política para comprender el mundo actual y las cuestiones que estamos analizando? ¿Hacia donde pueden mirar estas para dotarse de otras visiones?

No hay un modelo único de ciencia política. Sin embargo, la ciencia política y los estudios de las relaciones internacionales predominantes durante la últimas décadas se hallan muy próximas al Estado y muestran poca capacidad o deseo de efectuar una crítica fundamental. Los estudios se limitan a investigar el Estado en torno a cuestiones específicas relacionadas con las elecciones, los partidos políticos, los movimientos sociales, las instituciones comparadas, la rendición de cuentas o los modos de gobernanza. Se trata en todos los casos de objetos
analíticos muy específicos, que como tales limitan la capacidad de efectuar una crítica más general. No contribuyen a definir una concepción general de la naturaleza del poder del Estado ni a comprender cómo este se halla ligado a la hegemonía y la dominación. Por el contrario, esta fue una preocupación primordial de Antonio Gramsci, quien, siguiendo la tradición de Niccolò Macchiavelli, intentó desarrollar una ciencia autónoma de la política con el fin de proporcionar una crítica más pertinente de las especificidades de la dominación política. Este planteamiento sirve para la tradición marxista clásica en general, de Marx y Engels, pasando por Lenin, Trotsky y Gramsci, hasta llegar a otras figuras importantes como Nicos Poulantzas, así como para la aproximación crítica a la ciencia política, la ciencia económica y los estudios sobre la gobernanza. Este conjunto de materiales constituye un enorme acervo de instrumentos analíticos del que pueden extraerse muchas lecciones importantes.

Mis propios alumnos no vienen a mis cursos, porque yo sea politólogo, sino porque soy un economista político heterodoxo, que trabaja con Marx, Gramsci y Poulantzas. ¡Ellos no se muestran interesados en estudiar ciencias políticas o ciencias económicas como disciplinas independientes! Por el contrario, quieren aprender cómo criticar el Estado y la economía política tal y como existen en el mundo real. Como politólogo heterodoxo que soy, creo que el riesgo radica, tanto teórica como prácticamente, en poner el Estado en una caja y la economía en otra, lo cual no nos permite observar las interconexiones existentes entre ambos dominios, cuestión que nos remite a uno de los aspectos más claros de las críticas marxiana y gramsciana: si mantenemos la separación fetichista entre el Estado y el mercado, entonces la lucha de clases económica se producirá dentro de los límites de la racionalidad mercantil, la rentabilidad empresarial y la competitividad económica; y, a su vez, las luchas políticas se verán circunscritas a los límites de la competición electoral democrático-liberal, que se ocupa de definir los intereses nacional-populares compartidos de los ciudadanos individuales, en vez de desarrollar proyectos políticos susceptibles de unificar a las fuerzas subalternas contra el poder social del capital. Esta separación permite que el sistema de explotación y dominación se reproduzca cuasi automáticamente mediante la compartimentación fetichista de las luchas económicas y políticas. Sin embargo, los politólogos convencionalmente mayoritarios rara vez van más allá de este separación fetichista, porque su tarea teórica es analizar el Estado, mientras que la de los especialistas en relaciones industriales es analizar las relaciones laborales y la de los economistas analizar las fuerzas de mercado. Una ciencia política crítica no puede limitarse a realizar un análisis comparativo de las instituciones, sino que debe abordar la incrustación de lo político en la lógica más amplia de la sociedad y la articulación existente entre las diferentes instituciones y campos sociales. Y aquí podemos recurrir a la definición de Gramsci del Estado –o, mejor, del poder del Estado– como «el conjunto integral de actividades teóricas y prácticas mediante las cuales las clases dominantes no solo justifican y conservan su dominio, sino que logran también ganarse el consenso activo de aquellos a quienes dominan». Esto nos remite inmediatamente más allá del Estado entendido como un conjunto de instituciones estrechamente definidas, para situarnos frente a otra dinámica enraizada en la naturaleza del mismo, que pretende entenderlo como «sociedad política + sociedad civil» o, dicho de otro modo, como hegemonía revestida de coerción. Este planteamiento es ajeno a los politólogos convencionales, porque exige un aparato conceptual diferente. Creo que debemos incorporar estas hipótesis analíticas, ya que aportan un conjunto de conceptos muy útiles si quieres ser un politólogo crítico o un economista político crítico.

¿Cuál podría ser el paradigma para una ciencia política sintética del tipo que tu propones a la hora de abordar estos problemas?

De acuerdo, para responder a la pregunta voy recurrir a una tesis realmente provocadora propuesta por Nicos Poulantzas en la década de 1970: el Estado no es una cosa, el Estado no es un sujeto, el Estado es una relación social. Si partimos de esta hipótesis, que es elíptica y no inmediatamente comprensible, si afirmamos que el Estado es una relación social, nos colocamos en una dimensión muy distinta en la que se abren direcciones para la investigación y la práctica totalmente diferentes y muy fecundas. Este argumento, ciertamente, se articula bien con los conceptos propuestos por Gramsci. Es probable, además, que Poulantzas se inspirase en la afirmación efectuada por Marx en El capital de que el capital es una relación social, lo que equivale a decir que el capital no es una cosa, sino una relación entre las personas mediada por la instrumentalidad de las cosas (El capital, vol. 1, cap. 33). Análogamente, podemos decir que el Estado es una relación social entre las fuerzas políticas mediada por las instituciones o, mejor, por la materialidad institucional del Estado, que está incrustada a su vez en un conjunto más amplio de relaciones sociales. Si partimos de esta hipótesis, entonces se abre un gran campo de análisis teórico y de investigación empírica realmente original. Igualmente, si nos tomamos en serio la tesis de Poulantzas de la naturaleza relacional del Estado o, mejor, del poder del Estado, 10 podemos constatar su interés por la existencia de tres tipos de luchas sociales fundamentales: (1) las luchas que se despliegan en el interior de los aparatos del Estado realmente existentes acerca de las políticas públicas, su aplicación y la línea política general del mismo; (2) las luchas emprendidas para cambiar la forma constitucional del Estado, por ejemplo, aquellas que modifican la constitución, las relaciones entre el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial, etcétera; y, por último, (3) las luchas –a las que Poulantzas atribuye una gran importancia– que se producen a cierta distancia del Estado y que modifican los cálculos de «la política como el arte de lo posible» efectuados por quienes ejercen el poder estatal y por quienes se hallan implicados, o aspiran a estarlo, en la lucha por acceder al mismo. Este tercer tipo de lucha es crucial a la hora de definir los parámetros estratégicos de la acción política en un contexto institucional y en una coyuntura política dados; versa directamente sobre la cuestión previamente planteada de cómo la izquierda puede movilizarse del modo más eficaz para influir sobre los cálculos de los líderes de la Unión Europea a escala nacional, europea y transatlántica respecto a lo que están dispuestos a renunciar a la luz de un determinado cambio en el equilibrio de fuerzas sociales existente. La izquierda será mucho más eficaz cuando identifique los puntos débiles reconocidos de las estrategias y políticas de las clases dominantes y las contradicciones presentes en el corazón del capital y del Estado, porque estas se intensificarán cuando sean multiplicadas por una movilización social que vincule estos problemas a un proyecto de izquierda de mayor envergadura. He percibido ya preocupaciones crecientes entre los círculos dirigentes por las desigualdades cada vez mayores de renta y riqueza y por el estancamiento secular y las tensiones que todo ello puede generar. Ligadas a un proyecto de izquierda de mayor calado, estas cuestiones constituyen fisuras en el poder del Estado, que han de ser ampliadas mediante movilizaciones realizadas a distancia de este, así como mediante la política y las luchas ordinarias para cambiar la forma del mismo. Esto es lo que significa, dicho de modo sintético, abordar el Estado como una relación social.

La izquierda clásica ha obtenido tradicionalmente en España no más del 10 por 100 de los votos. ¿Por qué Podemos, qué hace uso de Gramsci en la línea que indicas, obtiene un resultado que duplica ese porcentaje?

Sólo puedo dar una respuesta general. Si observo el surgimiento del eurocomunismo en España, Italia y Francia, de acuerdo con lo que he estudiado sobre el fenómeno durante la década de 1980, lo que puedo verificar es que surge una derecha y una izquierda dentro del proyecto eurocomunista y que la derecha acabó por ganar el pulso. Merece la pena revisar esas experiencias para extraer lecciones para el siglo XXI. Mientras que el eurocomunismo fue una respuesta a la crisis del fordismo y la socialdemocracia, ahora necesitamos ofrecer una respuesta a la crisis del posfordismo y el neoliberalismo. Aunque no haya una conexión directa entre estos momentos, podemos comparar el espacio abierto por estas coyunturas. Aquí podemos beneficiarnos teórica y prácticamente de la creciente influencia de Gramsci, gracias a la revitalización de su pensamiento producida por la edición crítica de su obra; y, del mismo modo, de los avances de los estudios marxianos gracias a la nueva edición de la MEGA (Marx-Engels-Gesamt-Ausgabe),
que nos permite leer el corpus que ha sobrevivido de Marx sin las distorsiones introducidas por el peso muerto del marxismo-leninismo. El «descubrimiento» de Marx y el «redescubrimiento» de Gramsci pueden ofrecernos innumerables intuiciones teóricas y prácticas útiles en la presente coyuntura, gracias a la influencia y confluencia renovadas de ambos autores.

¿Puedes extenderte sobre estos dos últimos puntos?

Sí. En primer lugar, es preciso afirmar que durante mucho tiempo la tradición dominante en el pensamiento y la práctica política marxistas se caracterizó por una interpretación muy rígida del trabajo de Marx y de sus implicaciones políticas, lo cual propició intentos de romper con estas rigideces no tanto mostrando que carecían de justificación textual o filológica, sino buscando alternativas a las mismas en otras tradiciones de pensamiento. Las mencionadas rigidices tienen su origen en los intentos llevados a cabo por los líderes de los partidos de la Segunda Internacional y por los bolcheviques en la Comintern de establecer una versión en forma de Lehrbuch [manual] del marxismo, que pudiera ser utilizada con fines pedagógicos y disciplinarios. Esto exigía simplificación, pero condujo a la hipersimplificación. Ello puede comprobarse en la invocación fetichista del Manifiesto comunista y del «Prefacio» a la Contribución de la crítica de la economía política de 1859, que se convirtieron en puntos de referencia claves a la hora de interpretar a Marx; en los intentos de Engels de destilar el marxismo a finales del siglo XIX, lo cual condujo a un materialismo histórico más formulista, que él mismo comenzó a criticar por su dogmatismo; en la Revolución bolchevique y el surgimiento de la doctrina marxista-leninista (fosilizada todavía más durante el periodo estalinista) y en el contramovimiento del trotskismo; y en una visión generalmente empobrecida de la política, que oscilaba entre el instrumentalismo reformista (quien quiera que ocupe el gobierno puede determinar la dirección de las políticas del Estado sin necesidad de invertir previa y continuamente en la movilización popular) y la importancia acordada a las luchas económicas como el medio para incrementar la conciencia de clase. Esta situación hizo que diversos marxismos alternativos (en ocasiones denominados «occidentales») yuxtapusieran un planteamiento menos rígido, menos dogmático y menos determinista respecto a la vilipendiada tradición marxista, vilipendiada correctamente en lo que se refería al marxismo vulgar, pero no en relación con la tradición marxiana original, que en gran medida era desconocida. Ha habido dos tendencias en este sentido. En primer lugar, el descubrimiento de determinados textos clave, que supuestamente transforman completamente nuestra comprensión de Marx y del marxismo, como los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, La ideología alemana, los Grundrisse o los cuadernos de notas de Marx. La otra tendencia es el uso de alguna otra tradición de pensamiento para compensar los defectos del marxismo, algo que resulta especialmente claro en la amplia corriente conocida como marxismo occidental; en este último grupo se cuentan el marxismo humanista, el marxismo existencial, el marxismo hegeliano, el marxismo psicoanalítico, el posmarxismo, etcétera.

El trabajo de investigación más reciente ha sido capaz de volver al trabajo de Marx y Engels y revaluar sus implicaciones para la teoría y la práctica. Un reciente estudio realmente bueno de algunos de estos avances es el libro de Jan Hoff, Marx global: Zur Entwicklung des MarxDiskurses seit 1965 (2009), que ha sido recientemente traducido al inglés, Marx Worldwide: On the Development of the International Discourse on Marx since 1965 (2017). Mencionaré tan solo cuatro de mis ejemplos favoritos. Un tema clave es el descubrimiento de la crítica de la
ecología política por parte de Marx y de sus raíces en su crítica de la economía política del capitalismo; otro es la reconstrucción de una poderosa crítica del crédito ficticio, que anticipa muchas de las características de la acumulación dominada por las finanzas y de sus tendencias inherentes a la crisis; un tercer tema concierne al conjunto de argumentos relativos a las dimensiones no de clase de la dominación económica, política y social y a cómo estas transforman las dinámicas de la lucha política; y el cuarto se refiere a la importancia de extender las instituciones y prácticas democráticas a una revolución exitosa. Estas observaciones no pretenden confirmar los celebérrimos dos «todos», esto es: «Todo lo que Marx dijo es correcto, todo lo que no dijo, incorrecto». En realidad, dado que pienso que el trabajo de Marx (y Engels) constituye una serie de textos clásicos, es decir, textos que plantean las preguntas justas, pero no siempre ofrecen las respuestas satisfactorias, es importante que consideremos un corpus de trabajo elaborado a lo largo de toda una vida, que intenta integrar muchos temas diferentes en un todo coherente organizado en torno a las relaciones dominantes de explotación económica y dominación política, que persisten hasta el día de hoy. Uno de los mayores desafíos al pensamiento crítico y a la acción política en la actualidad es la fragmentación del conocimiento y la búsqueda de la última moda o manía, lo cual produce amnesia, en vez de optar por el beneficio de colocarnos sobre los hombros de gigantes.

Respecto a Gramsci, la publicación de la edición crítica de los Quaderni del carcere (1975) por Valentino Gerratana ha estimulado nuevas lecturas basadas en un detallado análisis filológico de su trabajo, lo cual es apropiado por tres razones: en primer lugar, porque Gramsci estudió filología en la Universidad de Turín y la lingüística espacial e histórica que aprendió allí fue un componente crucial en su elaboración del concepto de hegemonía, incluyendo los problemas de cómo traducir indistinta y continuamente la comprensión cotidiana del mundo y los programas políticos radicales; en segundo lugar, porque Gramsci recomendaba aplicar un planteamiento filológico a la lectura e interpretación de la obra de Marx y Engels, de modo que las ideas fundamentales pudieran identificarse en el desarrollo de su pensamiento; y, por ultimo, porque Gramsci recomendaba utilizar técnicas filológicas para el análisis económico y político con el fin de mejorar la evaluación de los aspectos estructurales y coyunturales de una situación dada y sus implicaciones para la práctica política. Disponemos ahora de estudios maravillosamente ricos de los conceptos claves de Gramsci (véase, por ejemplo, Il dizionario gramsciano, http://dizionario.gramsciproject.org) y de esclarecedores análisis inspirados en Gramsci de determinadas situaciones políticas.

Para sectores importantes de Podemos el pensamiento de Ernesto Laclau es muy importante. ¿Se hallan tus comentarios directamente relacionados con la noción de posmarxismo?

No, no se hallan directamente relacionados o, al menos, no era mi intención vincularlos. Pero los dos puntos que acabo de mencionar se aplican ciertamente a Ernesto Laclau. Su proyecto posmarxista, desarrollado con Chantal Mouffe, no logró enfrentarse seriamente con Marx, y mucho menos en los términos filológicos recomendados por Gramsci, que rechazaba toda aproximación caracterizada por el parti pris, es decir, la premisa, en el caso de Laclau-Mouffe, de que Marx era culpable de reduccionismo económico y de clase. Por otro lado, aunque Chantal Mouffe había escrito previamente cosas interesantes sobre Gramsci, ambos no abordaron seriamente el trabajo de este último, porque pretendían demostrar que tampoco él había logrado apreciar el grado de contingencia que existe en las sociedades modernas y que, por lo tanto, no podía ofrecer un planteamiento correcto para asegurar la hegemonía en una formación social radicalmente descentrada.

Pero permitidme que retome la cuestión del posmarxismo. El posmarxismo de Laclau debemos comprenderlo como una intervención efectuada en una situación particular, que podemos caracterizar como un momento de crisis (¡una vez más!) de la izquierda, especialmente en lo que atañe al economicismo y al reduccionismo de clase. Pienso que esta coyuntura creó el espacio para las lecturas ambivalentes del posmarxismo. El término puede significar la conservación de lo que hay de más valioso en el pensamiento de Marx y de otros marxistas, que son considerados pensadores clásicos. Marx es un teórico clásico, Lenin es un teórico clásico, Luxemburg es una teórica clásica, Gramsci es un teórico clásico, y aquí clásico quiere decir tanto que estos pensadores plantearon problemas teóricos y prácticos muy importantes en su trabajo, como que nosotros no estamos ya completamente satisfechos con sus respuestas, pero todavía seguimos creyendo que las cuestiones que plantearon son importantes y, en realidad, que son inevitables en la situación presente. Para lidiar con sus propia insatisfacción (ampliamente compartida por la izquierda de la época) ante las respuestas ofrecidas por los pensadores marxistas anteriores más importantes, Laclau recurrió al análisis discursivo y lingüístico. Inicialmente, esto sugería que el posmarxismo pretendía enriquecer y mejorar el legado del marxismo clásico mediante la resolución o, dicho en sus términos, la disolución de los problemas y paradojas heredados del mismo con el fin de dotarlo de mayor pertinencia respecto a las nuevas coyunturas.

Sin embargo, creo que desde su primera edición en 1985 Hegemonía y estrategia socialista se ha leído, incluso por sus propios autores, de otro modo. Esta lectura postula que ya no necesitamos leer la teoría marxista, porque la teoría del discurso y la democracia radical han sobrepasado o trascendido sus argumentos y lecciones teórico-prácticas, lo cual se halla relacionado con la fuerte narrativa teleológica presente en este texto tan influyente: Marx tuvo buenas ideas, superadas por Lenin, el cual fue a su vez superado por Luxemburg y por Gramsci, cada uno de los cuales ampliaron el rango de la contingencia radical en la reflexión y la acción políticas. Sin embargo, ninguna de estas figuras pertenecientes al marxismo clásico reconoció la contingencia con suficiente intensidad, error que condenó a esta tradición a la debilidad y la ineficacia. Laclau y Mouffe serían los primeros teóricos que habrían capturado la total extensión y relevancia de la contingencia y, por esta razón, podemos olvidar a Marx, porque lo que merece la pena conservar de su legado se halla ahora integrado, de hecho superado, en el posmarxismo. En otras palabras, Marx ya no es relevante para nosotros, porque vivimos en un mundo mucho mas complejo y contingente en el cual ya no existe un sujeto privilegiado o instituciones o esferas societales privilegiadas. Así, pues, no tiene sentido separar la esfera económica de la política o privilegiar la clase sobre otras posiciones de sujeto, dado que vivimos en un mundo en el que el espacio para la «revolución en nuestros tiempos» depende de la creación de identidades colectivas conjuntas como fundamento para la movilización política, lo cual implica que las contribuciones del marxismo clásico a la teoría y a la práctica son ahora de interés básicamente para los anticuarios. Este cuadro se aplica especialmente a las generaciones más jóvenes, que no han estudiado (todavía) los textos clásicos y que en una sociedad posindustrial y posmarxista no ven razón alguna para hacerlo. Por otro lado, al introducir conceptos tales como populismo y democracia radical, el análisis del discurso de Laclau ha demostrado ser especialmente atractivo para la gente más joven, que quiere ser políticamente activa, casi con independencia total de la coyuntura. Esto es preocupante, porque el análisis del discurso no puede proporcionar los medios para leer las coyunturas y decidir cursos factibles de acción respecto a diferentes horizontes espacio-temporales de acción.

En realidad, si pensamos detenidamente sobre ello, nos topamos con serios problemas teóricos y prácticos. El análisis reduce las luchas económicas, políticas e ideológicas a actos de habla performativos. «La historia y la sociedad –como Laclau escribió– son un texto inconcluso». Este enfoque analítico es ciertamente útil a la hora de criticar aquellas versiones del marxismo ortodoxo, que postulaban determinadas leyes de hierro del desarrollo económico. Y a partir de esta crítica, su argumento (desarrollado con Chantal Mouffe) expande vastamente el horizonte teórico de la contingencia histórica y, al asumir que esta es también real, expande el espacio para que los agentes produzcan efectos mediante el desarrollo de estrategias y tácticas adecuadas. Pero rechazar las «leyes de hierro» y el reduccionismo de clase no implica que todo vale y que toda acción no es solo pensable sino también factible. En este sentido, insistir, como hacen Laclau y Mouffe, en el carácter performativo de los actos de habla en un mundo social marcado por la contingencia radical acarrea costes teóricos y prácticos. En primer lugar, como observó Marx en varias ocasiones, los hombres y mujeres hacen su propia historia, pero no en circunstancias escogidas por ellos. Además de los límites que pesan sobre los recursos discursivos y las tecnologías de comunicación disponibles, existen constricciones derivadas de las sendas de desarrollo seguidas y de las interdependencias de las organizaciones, redes, instituciones y formas sociales y las correspondientes tecnologías y modos de gobernanza presentes en contextos espacio-temporales específicos. Laclau y Mouffe tienden a ignorar estas constricciones en pro de lo que podríamos denominar una afirmación panpoliticista» de que estructuras sedimentadas y consideradas inmediatamente obvias pueden ser repolitizadas. Esto reduce lo social a lo político e implica que la política es tan solo cuestión de generar el discurso correcto. Una cosa es observar que las estructuras tienen una historia, que son producto de prácticas sociales y que podrían haber evolucionado de modo diferente; y otra muy distinta sugerir que las estructuras pueden ser transformadas simplemente revelando su contingencia histórica y deconstruyendo sus discursos asociados. Esto excede la afirmación de la primacía de lo político (que depende de la existencia de regiones o esferas extrapolíticas) para abolir toda distinción ontológica entre lo político y otros campos, porque la totalidad de tales distinciones se hallan constituidas semánticamente y sus fronteras son inherentemente inestables. Ello también implica que la economía no tiene una base «material» extradiscursiva, sino que es únicamente una esfera discursivamente demarcada dentro del todo social. Las estructuras y las dinámicas económicas son los efectos de articulaciones discursivas, exactamente igual que otras estructuras. Idénticamente, no existe distinción alguna entre la posición de clase y otras identidades o entre los antagonismos de clase y otros antagonismos, ya que todos ellos se hallan siempre ahí discursivamente constituidos. En realidad, Laclau sostiene que «todas las luchas son, por definición, políticas [….]. No hay espacio para distinguir entre luchas económicas y políticas» (On Populist Reason, 2005, p. 154). Desafortunadamente, esto significa que Laclau y Mouffe no sienten la necesidad de introducir conceptos distintivos para analizar las características históricamente específicas del modo de producción capitalista o para abordar las características específicas de las diferentes estructuras, de los recursos estatales o del poder del Estado.

Al intentar prescindir de toda traza de esencialismo, Laclau y Mouffe vacían la economía y lo político de cualquier contenido teórico determinado. En vez de analizar los efectos de las formas sociales, las contradicciones, los dilemas, las tendencias a la crisis, etcétera específicos, sostienen que la relación capital es una pura relación política contingente. Esto hace que sus análisis económicos y políticos sean superficiales y que se basen en terminología convencional extraída del lenguaje ordinario, de los debates sobre las diversas políticas y de los paradigmas predominantes. En resumen, a pesar de todo el autoproclamado radicalismo y bravuconería posmarxistas, este planteamiento no puede proporcionar las herramientas conceptuales o identificar los mecanismos necesarios para efectuar la crítica de la economía política o de las sociedades «modernas» en general. A lo sumo, puede contribuir a los análisis de la formación de la identidad y la subjetivación, que son discursivamente constituidos, y de las prácticas sociales mediadas primordialmente por el trabajo mental. Incluso en estos casos, este planteamiento tiende a no prestar la suficiente atención a las cuestiones relativas a la encarnación, inscripción y mediación de los productos del trabajo mental. Al mezclar discursos y prácticas materiales y subsumir ambos bajo la rúbrica de prácticas discursivas y al tratar lo discursivo como coextensivo con el todo social, Laclau y Mouffe son incapaces de distinguir en términos materiales entre prácticas económicas, instituciones y formaciones capitalistas y no capitalistas: todas ellas son igualmente discursivas y únicamente pueden diferenciarse mediante sus respectivas prácticas, sentidos y contextos discursivos, así como a partir de su impacto performativo. En estos términos, los intentos de constituir alianzas sociales por medio de articulaciones hegemónicas bien podrían revelarse «arbitrarios, racionalistas y voluntaristas» en lugar de «orgánicos», para usar la terminología de Gramsci (Quaderni del carcere, Q7, §19, p. 868). Pero hay una enorme diferencia entre movilizar fuerzas sociales en torno a un discurso populista y ser capaz de traducir sus demandas en políticas concretas y en estrategias que funcionen. Después de todo, no solo la izquierda puede movilizar fuerzas sociales en torno a discursos populistas (véase el populismo de derecha); por otro lado, las clases y fracciones de clase económica, política e ideológicamente dominantes tan solo pueden sustentarse en el hecho de que, como observó Gramsci, el poder del Estado implica la hegemonía blindada por la armadura de la coerción y, en periodos de lucha aguda, en que la guerra abierta y violenta pueda librarse contra los grupos subalternos. Nadie en España necesita que se le recuerde esto, dado el historial imperial y los periodos de dictadura que ha conocido el país.

En suma, Laclau y Mouffe han efectuado un valioso servicio teórica y políticamente al contestar el esencialismo y el reduccionismo, pero al hacerlo de un modo unilateral, que pone de relieve los aspectos discursivos de las relaciones sociales, no han logrado proporcionarnos nuevos conceptos para abordar las características no discursivas específicas de las relaciones sociales sedimentadas y los obstáculos planteados a la práctica política por estructuras que se han sedimentado por razones materiales, objetivas, y no meramente porque (todavía) no se hayan deconstruido y hayan contestado discursivamente. Esto arruina las distinciones propuestas en los análisis de coyuntura efectuados, entre otros, por Marx, Lenin, Gramsci o Poulantzas entre las estructuras heredadas, los conjuntos institucionales, el equilibrio de fuerzas y el momento presente.

En esta línea de reflexión sobre el pensamiento de Laclau y Mouffe, ¿cuál crees que es el concepto de hegemonía que necesita la izquierda para organizar una política realmente antisistémica en el momento histórico actual?

Creo que tenemos que volver a Gramsci, considerado como un pensador clásico, y retomar su trabajo en una dirección diferente a la de Laclau y Mouffe. En cuanto al concepto de hegemonía, hay dos alternativas principales. Una, propuesta por ellos, postula que ganar la hegemonía es simplemente una cuestión de articulación, es la capacidad de articular mediante discursos de equivalencia y/o diferencia diversas identidades e intereses en torno a un punto nodal, que proporcionará una base para la movilización política. Y otra alternativa, en mi opinión más fructífera, que plantea la necesidad de crear una relación orgánica entre proyectos y visiones hegemónicos y lo que existe in potentia en la formación social integralmente considerada. La declaración más perspicaz enunciada por Gramsci a este respecto es que existe una diferencia enorme entre las ideologías que son «arbitrarias, racionalistas y voluntaristas» y aquellas que son «orgánicas». Ello implica que ganar la hegemonía no supone solo articular habilidosamente una pluralidad de identidades e intereses (después de todo, todo tipo de articulación es posible, pero la mayoría de ellas son arbitrarias, racionalistas y voluntaristas), sino también ligarlas a lo que existe in potentia en el momento presente y podría realizarse mediante formas apropiadas de movilización social. No es únicamente una cuestión de ganar los corazones y las mentes –ni siquiera del «pueblo» concebido como un todo contra el «bloque de poder» u otro «enemigo del pueblo»–, sino de traducir la hegemonía en políticas efectivas y de consolidar el consentimiento mediante concesiones y recompensas materiales, así como mediante de apelaciones políticas, intelectuales y morales. Esto requiere comprender cómo funcionan los ordenes económicos y políticos y cómo pueden ser reorganizados en una coyuntura específica a fin de crear las condiciones propicias para un consentimiento activo o para una revolución pasiva. La contestación social también ocurre en campos específicos de lucha. Por ejemplo, en los Quaderni del carcere Gramsci identificó la existencia de una diferencia fundamental entre la lucha política y la lucha ideológica. En la lucha política, deberíamos atacar al enemigo en sus puntos más débiles; en la lucha ideológica, atacamos al enemigo en su punto más fuerte. En el contexto italiano, ello significaba atacar a Benedetto Croce, un sobresaliente intelectual público, antes que a algún profesor de provincias. A su vez, la lógica de las luchas económicas difiere de la de las luchas políticas e ideológicas. Estas tres formas de lucha son necesarias para establecer lo que Gramsci denomina un bloque histórico (blocco storico), esto es, una configuración en la que la estructura (base) y la superestructura se hallan en una situación de armonía orgánica. Se trata de una referencia a la definición de bloque histórico, que no debe ser confundida con el concepto de bloque de poder, mediante la cual Gramsci rechaza la interpretación economicista de las relaciones base-superestructura contenida en la «Introducción» a la Contribución a la crítica de la economía política de 1859 para postular en su lugar la coevolución y acoplamiento estructural de ambas, que producen un conjunto coherente de relaciones económicas, jurídico-políticas e «ideológicas». Un bloque histórico está dotado de lo que Poulantzas denomina «materialidad institucional», es decir, se halla sostenido por un conjunto de instituciones, aparatos o dispositivos, que operan de un modo estructural y estratégicamente selectivo para privilegiar determinadas fuerzas sobre otras sin que esto las haga invulnerables al desafío o la transformación. Los efectos correspondientes de una estructura son los derivados de la interacción de los diferentes conjuntos de relaciones sociales que la comprenden y que no puede ser atribuidos a una única relación social, conjunto de relaciones, instituciones, aparatos y dispositivos sociales considerados aisladamente. El problema de la «emergencia» constituye un desafío tradicional al individualismo metodológico y yo lo he discutido en profundidad en mis escritos sobre el realismo crítico, el enfoque estratégico-relacional y otros temas conexos. Así, pues, como Gramsci observaba en sus análisis del americanismo y del fordismo, un nuevo bloque histórico implica la intervención en la organización de la producción, de la esfera política y de la sociedad civil. En realidad, Gramsci sostenía que la hegemonía nace en la fábrica gracias a sus modelos organizativos tayloristas y fordistas (americanismo) y se fortalece mediante el desarrollo de todo un modo de vida fordista, que afecta a la familia, al hogar, a los regímenes de negociación colectiva, a las nuevas formas de bienestar social y a los nuevos tipos de intervención estatal. Idéntico desafío existe hoy a la hora de construir hegemonía, entendida como liderazgo, político, intelectual y moral, en las formaciones sociales posfordistas, sean estas neoliberales y dominadas por las finanzas, o se hallen más orientadas hacia la creación de una sociedad basada en el conocimiento y sustentada en la movilización del general intellect. También se plantea ese desafío en relación con las alternativas al neoliberalismo o, como se dice en América Latina, al posextractivismo y al posneoliberalismo.

A la luz de esta discusión, ¿cómo crees que podríamos comenzar a crear los nuevos sujetos políticos capaces de enfrentarse al actual régimen de acumulación y al vigente modo de reproducción capitalista?

Esto requiere una comprensión correcta de la coyuntura y esta es otra de las lecciones, que pueden aprenderse de Marx. En mi opinión, en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte (1851-1852) Marx ofrece una serie de análisis de coyuntura sin parangón, porque en el mismo texto explora las tendencias económicas a largo plazo, los cambios institucionales acaecidos en el Estado, los cambios producidos en el equilibrio de fuerzas, los sucesivos momentos registrados en la evolución de la escena política, así como los recursos que se hallan a disposición de las diversas fuerzas políticas para movilizarse e intervenir en esas coyunturas. Gramsci ofrece análisis de coyuntura similares desde mediados de la década de 1920 (por ejemplo, las «Tesis de Lyon», escritas en 1926 sobre la situación en Italia) y explica sus fundamentos teóricos y metodológicos en los Quaderni del carcere. Gramsci estaba especialmente preocupado por la cuestión de cómo analizar (1) la «estructura» –el término que él emplea para referirse a lo que el marxismo clásico denomina la base económica–, que forma una configuración refractaria, estable y que no cambia demasiado; y (2) «la relación de las fuerzas políticas», que se desarrolla desigualmente dependiendo de la fragmentación o unidad relativas de los grupos sociales y de sus recursos para librar una lucha económica, política e
intelectual unificada. En una vena similar, Nicos Poulantzas analizó el surgimiento del fascismo durante las décadas de 1920 y 1930 y la crisis de las dictaduras del sur de Europa (Grecia, Portugal, España) durante la de 1970. El fascismo fue posible, en parte, por el fracaso de la Comintern y de los partidos comunistas nacionales a la hora de evaluar la amenaza del movimiento fascista y la concentración de fuerzas posterior en el combate contra los socialdemócratas. Las dictaduras no colapsaron por las luchas de masas que atacaron directamente al Estado, sino porque estas intensificaron las contradicciones internas presentes
en el seno del bloque de poder.

Este tipo de análisis es el que necesitamos en la coyuntura actual. ¿Qué no puede ser cambiado en el futuro inmediato.? ¿Cuál es el nivel de desarrollo de las fuerzas materiales de producción? ¿Cuál es la estructura regional y urbana? ¿Cuál es la composición de la población? ¿Cómo se halla inserta España en el mercado europeo y en el mercado mundial? ¿Cuál es la relación entre el País Vasco y Andalucía o Madrid en el contexto de la economía y del orden político españoles? Tales análisis revelan los límites estructurales e institucionales vigentes sobre la acción política, que bloquean la realización de objetivos a largo plazo, mostrando el grado en que estos son arbitrarios o realistas. ¿Qué puede lograrse y qué no puede lograrse por medios legales, sea por cuestiones que atañen a las relaciones de propiedad o por las prerrogativas que el Parlamento asume en relación con las autoridades locales, etcétera? ¿Cuál es la relación actual entre las fuerzas políticas, las organizaciones formales e informales, los movimientos sociales y las luchas populares? ¿Qué podemos lograr ahora y cómo podría esto facilitar pasos
más radicales en el futuro?

Otra cuestión esencial es si la ofensiva estratégica de la burguesía puede ser subvertida realmente en el momento actual mediante una ofensiva estratégica protagonizada por las clases subalternas o las fuerzas populares. ¿O es este tan solo un momento en el que las fuerzas neoliberales están obligadas a tomar medidas defensivas tácticas en el marco de una continua ofensiva estratégica? Si el ultimo supuesto es el caso, como yo creo, ¿es entonces posible que las fuerzas de izquierda y populares lancen una ofensiva táctica con la intención de cambiar el equilibrio de fuerzas? Por supuesto, «podemos». ¿Podemos ir más allá de las movilizaciones defensivas para proteger a la gente de los desahucios con el fin de desarrollar un ofensiva táctica de carácter más general? Esto es lo que me parece que está en juego en las acciones de Syriza, Podemos y el Partido Laborista bajo el liderazgo de Jeremy Corbyn: la movilización de movimientos sociales detrás de una iniciativa política de partido concebida con la intención de alterar el equilibrio de fuerzas dentro y más allá del Estado. Las perspectivas de éxito dependen de la capacidad de identificar no únicamente las identidades y los intereses que movilizarían a los grupos subalternos, sino también los puntos débiles del proyecto neoliberal, de sus políticas y de los efectos que todo ello ha producido hasta la fecha. Las propias elites neoliberales perciben estas debilidades. Tiene sentido, por lo tanto, intentar dividirlas organizando la movilización sobre cosas que les asustan incluso a ellas y ligar esto con nuestros propios objetivos a medio plazo a fin de prepararnos, del mejor modo posible, para lanzar un ataque estratégico cuándo y dónde las contradicciones internas del bloque de poder se hagan visibles. A partir de una buena lectura de las contradicciones presentes en este último y de las tendencias inherentes a la crisis del momento actual, disponemos de un análisis pertinente para pensar cómo conectar las luchas de masas, las luchas de los partidos políticos y las luchas de los movimientos sociales con estas debilidades y vulnerabilidades, lo cual creará el espacio necesario para organizar un ataque estratégico más amplio en el momento apropiado.

¿No es posible que la intensificación de las contradicciones provoque el surgimiento masivo de un populismo de derecha como podemos observar en Alemania (Allianz für Deutschland), en Francia (Front National) y en Estados Unidos (Donald Trump)? ¿No sería necesario pisar el freno de emergencia de la historia, cortar la mecha antes de que la chispa llegue a la dinamita, por decirlo con las palabras que Walter Benjamin utilizó en su libro Einbahnstraße [Dirección única] publicado en 1928?

Como dije anteriormente, las lecciones del análisis del discurso de Laclau y Mouffe no se dirigen tan solo a los ojos y los oídos de la izquierda. Otros pueden aprenderlas también o reelaborarlas para su propio uso sin necesidad de penetrar en textos con frecuencia densos. Lo mismo se aplica a las recomendaciones de Benjamin en cuanto a la organización del pesimismo: la derecha puede pretender cortar la mecha de la revolución de idéntico modo que la izquierda puede desear pisar el freno para detener el tren desbocado del populismo de derecha o de la crisis ambiental. Esto puede observarse también en el hecho sorprendente de que los neoliberales hayan aplicado las intuiciones de Gramsci sobre la necesidad de una guerra de posiciones de modo mucho más eficaz que los eurocomunistas u otros grupos de izquierda. Como dijo en una ocasión Milton Friedman en su libro Capitalism and Freedom (1962): «Únicamente una crisis –real o percibida como tal– produce un cambio real. Cuando esa crisis se produce, las acciones que se emprenden dependen de las ideas que circulan en ese entorno. Esa, creo, es nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes y mantenerlas vivas y disponibles hasta que lo políticamente imposible se haga políticamente inevitable». O como Rahm Emanuel, director del equipo de transición de Obama, declaró en 2008 a Bloomberg TV: «Nunca te puedes permitir el lujo de desperdiciar una crisis». El fundamentos político e ideológico del populismo de derecha y del neoliberalismo ha sido cultivado durante décadas por partidos políticos, intelectuales, medios de comunicación de masas, think tanks y diversos aparatos del Estado.

En cierto sentido, por consiguiente, la cuestión que planteáis llega demasiado tarde. Al igual que las advertencias de Benjamin fueron ignoradas durante las décadas de 1920 y 1930, las oportunas advertencias sobre el populismo de derecha o sobre el cambio climático han sido ignoradas desde la década de 1970. En realidad, la celebración de la política de la identidad y la correspondiente construcción del yo mediante el consumo individual y las opciones ligadas al estilo de vida contribuyeron a encender la mecha, sustrayendo la atención de la crítica de la economía política (que debería incluir la crítica de la ecología política) y de los peligros del neoliberalismo. A su vez, el fracaso de los partidos convencionales a la hora de abordar el daño económico, social y medioambiental causado por el neoliberalismo y su impacto sobre la precarización y la marginación de individuos, hogares, industrias, ciudades y regiones ha creado las condiciones para el populismo de derecha, así como para los partidos-movimiento social como Syriza, Podemos y otros grupos antiausteridad. Por supuesto, es mejor organizar el pesimismo, por utilizar otra frase de Benjamin, que caer en el fatalismo, pero ello requiere prestar una cuidadosa atención al equilibrio de fuerzas y al espacio existente para la construcción de alianzas económicas y políticas.

Para entender todo esto, ¿necesitamos primero distinguir entre la política y la economía?

Sí y no. Sí, en tanto que no podemos derivar directamente de la situación económica lo que está ocurriendo o podría suceder en el plano político. Ambas lógicas no son isomórficas y tienen sus propias dinámicas. Pero permitidme desarrollar esta cuestión un poco más. Las crisis económicas ocurren de forma muy regular. Alan Freeman, un importante economista heterodoxo, afirmó en cierta ocasión que la economía neoclásica contempla el capitalismo como algo eterno y las crisis como accidentales. Desde la izquierda, debemos pensar el capitalismo como una fase en el desarrollo de la sociedad humana y mostrar que las crisis son sistémicas. Sin embargo, como el capitalismo genera crisis económicas regularmente, la clase capitalista ha encontrado, mediante un proceso de prueba y error, formas para gestionarlas durante un determinado periodo de tiempo. Las cosas se ponen serias cuando una crisis económica se combina con una crisis política. Para comprender por qué esto es así, debemos distinguir lo económico y lo político y, después, considerar cómo se articulan. Si lo que estamos experimentando hoy es una crisis económica, pero no una crisis política, entonces la luchas económicas para mejorar la situación y proteger los intereses de los grupos subalternos son una prioridad fundamental en el corto plazo. Pero si esta se combina con una crisis política, entonces las prioridades y posibilidades en el corto plazo son muy diferentes Por ejemplo, si observamos la crisis económica estadounidense de 1929, que se extiende hasta finales de la década de 1930, esta fue más severa que la crisis económica que golpeó a Alemania durante esos mismos años. En Alemania, sin embargo, la crisis económica coincidió con diversas crisis políticas, que abrieron el camino al nazismo, mientras que las lucha políticas en Estados Unidos condujeron al New Deal. Si ahora consideramos el sur de Europa, la simultaneidad de la crisis económica y política se manifiesta ahí más intensamente que en el norte del continente, lo cual abre espacio para diferentes tipos de movilización e intervención. Dicho esto, debemos distinguir también entre la dinámica de la crisis económica y la dinámica de la crisis política y estudiar cómo interactúan. En realidad, como Gramsci y, antes de él, Marx, Engels y Lenin, observaron, existe más de un tipo de crisis política. Entre ellas podemos mencionar las crisis de representación (la división entre los líderes de los partidos o el sistema de partidos y sus bases sociales); las derivadas de los fracasos cosechados por la aplicación de políticas específicas, de los diversos modos de gobernanza o las formas de intervención estatal (lo que Habermas denomina una crisis de racionalidad); las crisis de legitimidad o de autoridad política; las crisis fiscales y financieras, etcétera. Reconocer que esta no es una crisis genérica del Estado en general, sino una crisis múltiple que afecta a las formas específicas de Estado o de régimen político, con importantes dimensiones fiscales y financieras, abre la posibilidad de intervenciones tales como los presupuestos participativos y la supervisión popular, la persecución de la corrupción, etcétera. Además, como esta es también una crisis de representación, podemos pensar en cómo reorganizar el sistema de partidos y el sistema electoral. Si nos estamos enfrentando a una crisis de legitimidad, se plantean cuestiones sobre cómo superar el déficit democrático, sobre qué reformas institucionales son necesarias para transformar la esfera política y de qué modo podría hacerse todo ello, de forma que pudieran crearse recursos y lanzarse iniciativas para superar la crisis económica no a favor del capital, no a favor del capital financiero, sino a favor de los trabajadores, los desempleados, los destinatarios de las políticas sociales, etcétera.

Los problemas de la democracia representativa, ¿tienen que ver con los problemas endógenos del sistema político o reflejan los problemas del neoliberalismo?

Esta pregunta nos remite a mis comentarios anteriores sobre el neoliberalismo: aunque los partidarios del neoliberalismo afirmen que sólo están liberando las fuerzas del mercado, de hecho es la primacía de lo político lo que está en juego. El «libre mercado» y el «Estado fuerte» se hallan profundamente interrelacionados. Quienes apoyan el neoliberalismo no pueden permitirse la democracia –y menos aun en periodos de crisis–, porque esta generaría demasiada presión popular para revertir las reformas neoliberales. Y por esta razón están intentando situar un número cada vez mayor de decisiones claves totalmente al margen del ámbito de la toma democrática de decisiones, como observamos con las negociaciones sobre el TTIP (Transatlantic Trade and Investment Partnership) y el TISA (Trade in Services Agreement). La pauta general en este sentido es que la importancia, el número y el poder de los organismos que no rinden cuentas a nadie son cada vez mayores (el Banco Central Europeo no rinde cuentas ni siquiera a la Comisión Europea, por no hablar a los ciudadanos de Europa; la Troika no las rinde ante el Estado o el pueblo griegos, etcétera); y que las negociaciones sobre los asuntos cruciales, que afectan a la soberanía y el control populares, se producen rodeadas del mayor secreto, mientras las decisiones judiciales se privatizan. Todo ello constituye una parte importante de este modelo. Pero debemos reconocer que incluso antes de la llegada del neoliberalismo hay algo inherente a la naturaleza de la forma partido y de la política parlamentaria, que introduce un vacío entre los representantes y el electorado. Hay un refrán francés muy conocido que dice: «Tienen más en común dos diputados aunque uno de ellos sea comunista, que dos comunistas cuando uno de ellos es diputado». Y esto es así, porque estos forman parte del club de parlamentarios, se identifican entre sí, defienden juntos sus privilegios, etcétera. Entonces, si contamos con un régimen de democracia representativa, corremos el riesgo de que se creen las condiciones para que se imponga la ley de hierro de las oligarquías de Michels. Una de las cuestiones presente en los debates de la izquierda sobre el parlamentarismo durante el siglo XIX era la de cómo mantener la presión popular sobre los representantes, no sólo a través del sistema de partidos, sino también a través de los sindicatos y los movimientos sociales. En este sentido, Gramsci y Poulantzas insisten en la necesidad de mantener algún tipo de equilibrio entre la democracia representativa, que garantiza la autoridad nacional y otorga el control de determinados recursos de gestión del Estado (presupuestos, potestad tributaria, etcétera), y las formas de democracia directamente basadas en la movilización popular y efectuadas a cierta distancia del mismo, que obliguen a los parlamentarios a ser más honestos y a rendir cuentas de modo más riguroso ante el electorado. Aquí, de nuevo, si analizamos el trabajo de Gramsci sobre los partidos políticos, comprobamos que indica nítidamente que estos siempre se hallan conformados por un estrato de elite, por un estrato intermedio, compuesto por los organizadores y los burócratas, y luego por las bases y los simpatizantes. Si no se logra articular bien este equilibrio, el partido no funciona como un órgano de democracia. Así, la democracia, a escala nacional o global, no solo requiere una oposición bien organizada frente al gobierno, sino también la existencia de una oposición interna en los propios partidos, si bien en el marco de un conjunto de objetivos compartidos. La existencia de democracia interna y la creación de un espacio para los movimientos sociales es muy importante en este sentido.

Pasemos a analizar la cuestión de la selectividad estratégica, es decir, la posibilidad del Estado de optar por ciertas políticas o de abandonar otras, porque es un problema realmente importante para la implementación de una política alternativa, de políticas públicas alternativas. Dentro del Estado representativo, ¿tenemos la posibilidad de luchar contra esa selectividad estratégica del Estado?

Creo que esta cuestión puede surgir de un posible malentendido. Para mí, el concepto de selectividad estratégica no significa que el Estado elija qué estrategias sigue como si se tratara de un sujeto racional o fuera el instrumento neutral de aquellos que ocupan los puestos de mando del mismo. Puedo explicar esto refiriéndome a las diversas posiciones presentes en la teoría del Estado. Existe una poderosa pero inadecuada tradición, que afirma que la estructura del Estado se limita funcionalmente a perseguir los intereses del capital. El instrumentalismo es otra de esas tradiciones inadecuadas, que puede ilustrarse recordando a Harold Wilson, primer ministro laborista británico entre 1964 y 1970 y entre 1974 y 1976, a quien en cierta ocasión le preguntaron: «¿No le preocupa que los funcionarios del Departamento del Tesoro o del Banco de Inglaterra puedan bloquear la implementación de sus políticas radicales?». A lo que Wilson contestó: «No, yo entiendo el Estado como un automóvil, quien lo guía puede conducirlo hacia la izquierda o hacia la derecha, y yo tengo la intención de conducirlo hacia la izquierda». Ni siquiera el propio Wilson aceptaba totalmente esta opinión optimista. Él había observado que el Tesoro defendía la ortodoxia fiscal y presupuestaria y que estaba más preocupado por defender los intereses comerciales y financieros de la City de Londres, que los de las zonas industriales del país. Durante su primer mandato creó un Departamento de Asuntos Económicos, cuya responsabilidad específica era planificar el crecimiento económico. No se lanzó iniciativa alguna, sin embargo, para reducir el poder del Tesoro. Durante aproximadamente un año el nuevo Departamento cosechó algunos éxitos, pero cuando la crisis financiera de 1967 dio al Tesoro la oportunidad de reclamar su tradicional poder a la hora de intervenir en una situación de emergencia económica, aprovechó el momento para marginar a su rival en nombre de la gestión a corto plazo de esta. Este caso ilustra las asimetrías de poder existentes en el aparato del Estado, cómo estas varían con la coyuntura y lo difícil que es sostener estrategias económicas alternativas frente a la crisis, cuando las fuerzas sociales que se hallan fuera del Estado son incapaces de movilizarse para defenderlas.

Estas observaciones nos remiten al planteamiento estratégico-relacional, que yo desarrollé basándome en Marx, Gramsci y Poulantzas, y que nos ofrece una tercera opción. Postula que esos sesgos y asimetrías se hallan incrustados en la estructura del Estado, lo cual hace que determinadas fuerzas logren más fácilmente el acceso a este que otras, que los altos cargos públicos persigan más cómodamente determinadas políticas en vez de otras, que sea más sencillo que se impongan unos horizontes espacio-temporales de acción que otros, etcétera. No existe garantía alguna en la estructura de las agencias estatales de que siempre persigan los intereses del capital, especialmente porque es difícil saber cuáles son estos en una coyuntura dada, más allá de ciertas banalidades como la supervivencia a largo plazo de la relación capital, pero sí podemos reconocer determinadas asimetrías inherentes al Estado. Esto no significa que, dado un equilibrio de fuerzas favorable, el cambio radical sea imposible, especialmente cuando una crisis descabala el orden de cosas existente. Pero, antes que pensar en una respuesta ad hoc a una crisis económica o política, debemos disponer de un conjunto claro de estrategias vinculadas a un proyecto a largo plazo, que puedan crear las condiciones para el cambio radical. Así, cuando hablo de selectividad estratégica del Estado este es otro modo de decir que el Estado es una relación social. Este planteamiento exige un análisis muy detallado de lo que es y no es factible en un horizonte temporal dado, de los grupos que ganan y pierden, de la implementación de proyectos políticos y políticas públicas particulares, de los proyectos estatales que pueden implementarse en el momento presente y de aquellos cuya implementación es más difícil en la actualidad. A partir de este planteamiento, deberíamos preguntarnos cómo reorganizamos o reformamos el Estado de modo que un proyecto de izquierda sea más factible que un proyecto neoliberal. Y, refiriéndonos a los tres tipos de lucha identificados por Poulantzas, debemos preguntarnos también cómo podemos alterar el equilibrio de fuerzas para mantener la presión desde el exterior del Estado para apoyar las políticas que pueden contar con los éxitos obtenidos a corto plazo para provocar la transformación sostenible a largo plazo en el contexto más amplio de la formación social.

Una observación al respecto, porque tal vez no estemos totalmente de acuerdo contigo. Cuando vemos la situación de Grecia, de América Latina o incluso aquí en la alcaldía de Madrid, descubrimos la práctica imposibilidad de realizar cambios estructurales. Creemos que el Estado es una relación social con dos temporalidades, una referida a cómo se solventan los conflictos sociales aquí y ahora y otra referida a cómo se han solventado en el pasado. Y la solución de esta relación social a lo largo de estos últimos doscientos años, la victoria de los ricos sobre los pobres, de los hombres sobre las mujeres, de los blancos sobre los negros, de los empresarios sobre los trabajadores, han dejado sus huellas congeladas en los aparatos del Estado, de maneras que casi determinan su lógica. Y esto es lo que explicaría por qué se puede girar el volante hacia la izquierda o hacia la derecha, mientras que el mencionado coche sigue su camino sin apenas variar la dirección.

Cuando citaba a Harold Wilson era para ilustrar y luego rechazar su concepción instrumentalista del Estado. El Estado no es una simple herramienta, instrumento o máquina, que puede ser utilizado para cualquier fin o propósito no importa por quien. Incluso Wilson reconocía esto cuando intentaba sortear o debilitar la influencia del Tesoro mediante el establecimiento de un nuevo ministerio dotado de nuevos poderes y de una nueva área competencial. Yo estoy proponiendo una tercera opción entre el estructuralismo fatalista y el instrumentalismo voluntarista. Para decirlo de nuevo, esta opción se remite a la concepción estratégico-relacional del Estado como una relación social, una relación entre las fuerzas políticas mediada por la materialidad institucional del sistema estatal. Los ejemplos que mencionáis en vuestra pregunta nos enseñan precisamente que el Estado no es un mero instrumento. Esto no significa, sin embargo, que el Estado en Madrid o en España o la Unión Europea se hallen estructural y permanentemente comprometidos al servicio de los intereses del capital o del capital financiero, porque una vez que abrimos la caja negra del Estado y examinamos su lógica interna y su modus operandi, siempre encontramos puntos débiles, divisiones y contradicciones internas. No existe garantía alguna de que actuará de forma unificada: podemos observar encontronazos entre los poderes civil y militar o, de nuevo, entre los aparatos del Estado que gestionan asuntos económicos y aquellos implicados en la gestión de las políticas sociales. Y así sucesivamente. El Estado no es un sujeto racional (pocos lo creen hoy en día) ni una máquina preprogramada para servir habilidosamente y en todas las ocasiones a los intereses del capital. Es una relación social enmarañada en contradicciones, dilemas, tensiones y antagonismos. Precisamos de un análisis de sus puntos débiles, no tratarlo como algo «congelado» en el tiempo. Quizá no podamos controlar inmediatamente los ministerios económicos o financieros más poderosos, pero si tal vez el Ministerio de la Mujer o el de Cultura o el de Asuntos Sociales; podría tratarse de un programa social dirigido a la población mayor o a los migrantes, etcétera. La clave es producir un cambio en el equilibrio de fuerzas ligado a competencias específicas de estos aparatos para construir a continuación sobre los éxitos cosechados en estos campos otras iniciativas o para movilizar el apoyo que asegure el éxito de esas políticas, cuando se produzcan resistencias contra las mismas. Podemos pensar en cómo cambiar el equilibrio de fuerzas dentro del Estado entre o a través de sus funcionarios, ministerios y departamentos. Creo que uno de los puntos importantes, que es olvidado con frecuencia, es que en ocasiones es mejor intentar hacer algo y fracasar para después extraer las lecciones pertinentes de este fracaso, que no experimentar nunca con la implementación de políticas públicas radicales. Podemos aprender de ese fracaso y hacerlo mejor la próxima vez en lugar de caer en un fatalismo que confirma el statu quo.

Pero los fracasos pueden costar muy caros.

Sí. Los experimentos deben escogerse, por lo tanto, a la luz de un riguroso análisis de coyuntura. Esto es especialmente importante para las fuerzas que pretenden «construir el presente y la historia del futuro» y no, simplemente, reinterpretar el pasado (Quaderni del carcere, Q §13, 17, pp. 1580-1581). No estoy diciendo que debamos comenzar para deliberadamente fracasar, sino que pueden extraerse lecciones del fracaso. Puedo explicar esto refiriéndome a la distinción establecida por Althusser, en su discusión de la filosofía espontánea de los científicos, entre la validez científica y la corrección coyuntural. Podemos tener un análisis científicamente válido de la actual fase del desarrollo del Estado, de la evolución de la economía o de las razones de la crisis, pero desarrollar estrategias y políticas exige no solo conocer dónde estamos y cómo llegamos a esta situación, sino también que sendas de futuro pueden ser posibles, lo cual implica una reflexión razonada sobre el futuro: ¿qué existe in potentia y cómo podríamos realizar este potencial? Esto no es tan solo una cuestión de análisis científico, si es que lo es, porque sin emprender acciones para realizar lo que actualmente existe in potentia, estos potenciales pueden no surgir nunca. La acción política es una apuesta especulativa sobre el futuro, un intento de practicar el arte de lo posible, sabiendo que la acción política es necesaria para hacer realidad lo que de otro modo seguiría siendo pura especulación. Si nosotros decimos: «No podemos conseguir nada, estamos derrotados», todo lo que existe potencialmente, los objetivos alcanzables en un horizonte espacio-temporal dado, nunca serán perseguidos y, por consiguiente, quedarán irrealizados. Y aquí debemos evitar dos tentaciones identificadas por Gramsci, que son la sobreestimación fatalista de las causas mecánicas y la exageración voluntarista de lo que puede lograrse mediante la mera voluntad individual o colectiva. A este respecto, Gramsci puso de relieve, en diversas ocasiones, la importancia de identificar la relación existente entre los aspectos estructurales y coyunturales del momento actual. Poulantzas suministró dos ejemplos de tales errores. Uno era la irracional creencia de la Comintern de que el fascismo era un desesperado intento de última hora de rescatar al capitalismo y que, por consiguiente, era más importante combatir a los socialdemócratas como herederos rivales que batallar contra un movimiento fascista condenado, cuyo fin estaba cerca. Este diagnóstico irracional de la coyuntura contribuyó al auge y la consolidación del fascismo. El otro ejemplo se refiere al colapso de la dictadura militar griega en 1975. Algunos comunistas griegos pensaron que ello significaba que la revolución socialista constituía una perspectiva inmediata y, por consiguiente, dejaron de apoyar a las fuerzas burguesas liberales a la hora de consolidar la democracia, lo cual abrió espacio para el resurgimiento de las viejas elites. En resumen, sin un riguroso análisis de la coyuntura es posible cometer errores tácticos y estratégicos muy costosos, que pueden alimentar a las fuerzas reaccionarias e incluso contrarrevolucionarias. Sin embargo, exagerar este riesgo es validar el statu quo y eludir el campo de batalla. La alternativa es apostar por un análisis razonable del momento presente, realizar esfuerzos para probar los límites de la acción política, consolidar los éxitos y aprender lecciones valiosas para la acción futura.

¿Cuál es la relación entre los distintos modelos territoriales de Estado y la construcción de nuevos bloques sociales o nuevos proyectos políticos hegemónicos en el contexto actual de crisis sistémica del capitalismo?

Esta pregunta abre toda una serie de cuestiones. En primer lugar, permitidme criticar la tendencia a creer, siguiendo a Max Weber entre otros, que el Estado moderno es un aparato coercitivo que afirma el monopolio legítimo de la violencia en un territorio dado habitado por una población sujeta a su dominio. Aunque el territorio constituye una dimensión importante –definitoria en realidad– del poder estatal, no debemos olvidar el resto de dimensiones de la organización socioespacial. Existe también el espacio de los flujos, que atraviesan las fronteras territoriales; existe una multiplicidad de lugares, sitios, barrios, ciudades, regiones, etcétera; y toda una serie de redes que conectan actores a través del territorio, el lugar y la escala. Si interpretamos las luchas políticas estrictamente en términos de su anclaje e impacto territoriales a la hora de influir sobre el ejercicio del poder territorial soberano, considerado este como algo fijo e inmutable, entonces nos encerramos en un modelo muy obsoleto de Estado y de poder estatal. Incluso la ciencia política convencional, que yo criticaba anteriormente, reconoce esto cuando pone de relieve y analiza el desarrollo del gobierno multinivel (por ejemplo, en la Unión Europea) o presta atención al desplazamiento operado desde el gobierno a la gobernanza (incluyendo la gobernanza multinivel). De diferentes modos, estos conceptos y preocupaciones nos advierten de que la política implica algo más que la soberanía territorial. Así, pues, si vamos a intentar pensar la crisis múltiple que atraviesan Europa o España o el País Vasco, necesitamos tener en cuenta cómo esta se ve afectada por los modos en que territorio, lugar, escala y redes se articulan y, además, cómo el poder del Estado puede ejercerse mediante diferentes formas de gobernanza (o gubernamentalidad), así como mediante el poder de mando ejercido jerárquicamente. Una de las fuentes de la fuerza del capital en la actualidad es que ha escapado en un grado significativo del control democrático ejercido por los Estados territoriales y que ahora no solo compite, sino también coordina sus acciones en otros lugares y a otras escalas. Si aceptamos la sugerencia de Gramsci de que el Estado es el conjunto de actividades prácticas y teóricas mediante las cuales la clase dominante no solo justifica y mantiene su dominación, sino también logra ganar el consenso activo de aquellos a quienes domina, entonces tenemos que aceptar que una parte importante de estas actividades prácticas –y de las teóricas también– no se despliegan únicamente dentro de las fronteras de los Estados territoriales ni se hallan mediadas por las ordenes del gobierno. La izquierda también necesita mirar más allá de la acción territorial y considerar cómo articular las acciones dentro y a través de los territorios, lugares, escalas y redes. Y estas acciones deberían ir más allá y dejar de ocuparse tan solo del ejercicio de los poderes soberanos del Estado territorial para incluir en su radio analítico el resto de formas de gobernanza y gubernamentalidad mediante las cuales la clase dominante mantiene su dominación y logra ganarse el consenso o, al menos, disciplinar a los individuos y a los grupos sociales. Por esta razón he sugerido que podríamos reescribir del siguiente modo la descripción aforística del Estado efectuada por Gramsci: el Estado es «el gobierno + la gobernanza a la sombra de la jerarquía», en lugar de afirmar, como hacía él originalmente, que es «la sociedad política + la sociedad civil» o «la hegemonía blindada por la armadura de la coerción». Las estrategias contrahegemónicas deben ser reconsideradas desde este cambio de perspectiva teórica y práctica. Uno de los riesgos de la política de izquierda, y creo que también de la de derecha, es que ninguna de las dos percibe en qué medida el Estado se ha visto profundamente alterado por la combinación de la intervención legal y política con formas más blandas de gobernanza, de partnerships público-privadas, etcétera, que a menudo se presentan como algo mucho más amable e igualitario. ¿Quién puede quejarse de las partnerships? ¡Todos somos partners ahora! Pero algunos partners son más importantes que otros, algunos se hallan marginados, mientras que a otros se les ayuda a participar, algunos tienen más participación y se benefician más que otros, etcétera. Esto requiere que pensemos el poder del Estado como gobierno + gobernanza antes que en términos de soberanía territorial.

Aquí en España el modelo territorial es una cuestión política de enorme importancia y es una cuestión muy relevante también en Reino Unido, con la situación de Escocia y el Brexit, en Bélgica y en Italia, por no hablar de la situación en los países de la antigua Yugoslavia. ¿Cómo puede analizarse la actual combinación de los mencionados instrumentos de gobernanza autoritaria global, la crisis sistémica del capitalismo que estamos atravesando y la reivindicación de crear nuevos Estados por parte de determinados territorios, naciones o comunidades nacionales o regionales no estatales? Se trata de cuestiones muy complicadas y acuciantes en la Unión Europea y constituyen temas sensibles para Podemos en estos momentos. En este contexto, ¿cuál sería la situación de Cataluña o Escocia, si se convierten en nuevos Estados o en nuevos Estados miembros de la Unión Europea? ¿Cuál podría ser su futuro en este nuevo espacio político de Europa? ¿Y cómo se relacionan estas cuestiones con el Brexit y el futuro de Reino Unido tras su abandono de la Unión Europea?

Sí, por supuesto, dada la historia de España, la cuestión territorial tiene, como decís, una gran importancia. Estas cuestiones se reflejan en los diversos proyectos diseñados para resolver la crisis de la Unión Europea. Tenemos la Europe des patries, la Europa de las regiones, la Europa de las ciudades, Europa entendida como un espacio económico más amplio, el proyecto mediterráneo… Hay muchas formas distintas mediante las que la Unión Europa interviene para reorganizar las relaciones entre las ciudades, las regiones, las regiones transfronterizas, etcétera, con el fin de imponer sus agendas supranacionales y para modificar el equilibrio de fuerzas existente con vistas a conseguir este ultimo objetivo. A este respecto he escrito recientemente un trabajo sobre el Brexit (Globalizations, vol. 13, 2016; http://bit.ly/2e0DlRP) en el que interpreto la salida de la Unión Europea del Reino Unido como la continuación de la crisis orgánica del Estado británico y el referéndum como un acontecimiento inscrito en ese proceso evolutivo. Si analizamos esta crisis orgánica, observamos que a partir de la década de 1980 las elites británicas comienza a abandonar lo que los conservadores denominaban el proyecto de «una nación», compartido con el Partido Laborista, que pretendía integrar a las diferentes clases sociales y regiones mediante una serie de medidas específicas inscritas bajo el paraguas de un amplio movimiento nacional-popular. Estas elites empiezan a contemplar entonces el mercado como la solución a la crisis orgánica en curso y, como consecuencia de ello, en vez de apostar por las empresas nacionales punteras localizadas en el sector industrial, comienzan a considerar las ciudades como los nuevos dispositivos impulsores de la competitividad nacional. Londres fue escogido como punta de lanza de este modelo y así la elite neoliberal optó por promover deliberadamente el desarrollo desigual en lugar de atenuarlo, cómo sucedía en el compromiso sellado tras la Segunda Guerra Mundial. El voto del Brexit fue, en parte, una respuesta a este
desarrollo desigual, especialmente en las regiones que quedan marginadas en este proceso; Escocia votó por permanecer en la Unión Europea, pero el resentimiento provocado por este modelo de desarrollo desigual también se había expresado en los resultados de la derrota, por un estrecho margen, del referéndum de independencia. A tenor de la Act of Union entre el Reino de Inglaterra y Escocia en 1707, Escocia conservaba sus propias instituciones nacionales independientes, que mostraban afinidades con las de la Europa continental y contribuyeron a crear las condiciones, que propiciaron la Ilustración escocesa. Tras el voto del Brexit, el gobierno nacionalista escocés puede llegar a demandar otro referéndum sobre la independencia que le permita permanecer en la Unión Europea. Si esto ocurriera y Escocia votara por la independencia, se produciría una crisis constitucional.

En mi opinión, el referéndum del Brexit planteaba la cuestión equivocada, ya que lo que debería haber preguntado era si los electores querían permanecer o salir del neoliberalismo, no de la Unión Europea. Con independencia de que Reino Unido permanezca o no en la misma, el neoliberalismo es una constante. El voto del Brexit fue realmente una reacción contra la mala gestión neoliberal de la pertenencia británica a la Unión Europea. Por ejemplo, el Estado británico no ha implementado políticas adecuadas en las áreas de vivienda, educación o salud dirigidas a los trabajadores migrantes ni ha invertido en formación y en políticas de estímulo de la productividad para reducir la demanda de fuerza de trabajo extranjera especializada y/o barata. Estas cuestiones no se discutieron en el debate del referéndum. Los partidarios del Brexit hicieron campaña por la devolución de la soberanía a Reino Unido y los que se oponían al mismo se concentraron en la crisis económica y los costes financieros, que provocaría la salida de la Unión Europea. Tan solo un puñado de políticos (entre ellos Jeremy Corbyn) discutió la opción de «permanecer y reformar», lo cual habría implicado una crítica mucho más profunda de la actual estructura de la Unión Europea, de sus agencias y de sus políticas, que han adquirido una orientación cada vez más neoliberal, especialmente tras la crisis de la eurozona. Creo que este cuadro también podría ofrecer lecciones para España. El problema no es la pertenencia a la Unión Europea per se, sino el diseño institucional y el tipo de políticas neoliberales seguidas y su desigual impacto sobre los diferentes países y regiones. En particular, una Alemania neomercantilista está intentando resolver la crisis existente en Europa imponiendo una lógica neoliberal en la Unión para proteger su capacidad exportadora. Creo que el futuro de Europa se juega esencialmente en torno a la cuestión del futuro del neoliberalismo en la región transatlántica. Esto nos devuelve a la pregunta inicial sobre los desafíos a la democracia. En la Unión Europea neoliberal organizada y colonizada por la acumulación de capital dominada por el capital financiero, existe un espacio limitado para el debate y la implementación de políticas públicas democráticas. Incrementar el espacio para la democracia exige un desafío eficaz frente al neoliberalismo, la financiarización y la imposición del Estado consolidador autoritario, cuyo objetivo es gestionar y normalizar la situación de austeridad fiscal y presupuestaria en un horizonte de nueva normalidad.

Fuente: http://www.publico.es/opinion/renovacion-pensamiento-gramsci-entrevista-bob.html

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La última entrevista a una dedicada maestra de Fulgencio Yegros

La última entrevista a una dedicada maestra de Fulgencio Yegros

La docente jubilada nació el 28 de junio del año 1921, inició su labor de enseñanza desde muy joven, cuando tenía tan solo 15 años ya se dedicaba a guiar en las aulas a los niños. Brindó clases en diferentes escuelas de la ciudad y luego de 37 largos años de enseñanza disfrutó de su jubilación.
Doña Celmira empezó a dar clases en el año 1936 en la Escuela de Isla Sacã, luego en una precaria escuela en Pindoyu, posteriormente fue a enseñar en Alejo García N° 64, para quedar finalmente en la institución República Alemana en donde enseñó hasta jubilarse en el año 1973 tras completar casi 40 años de acompañar y formar a cientos de niños de la sexta jurisdicción del país.
Comentó que existe una diferencia muy grande con respecto a la enseñanza de su época con la de ahora, ya que los alumnos de hoy en día ya no conocen del respeto hacia sus semejantes, honestidad, responsabilidad, dichos valores que ella enseñaba siempre.
«Los alumnos hoy en día ya no saludan a los maestros como antes, solo levantan la mano, hacen un gesto y nada más, incluso los maestros ya no enseñan como antes, en tiempo de lluvia si o si nos ibamos al igual que los alumnos, no había niños con malas notas», indicó.
La maestra en una entrevista que se le realizó durante el pasado miércoles había recordado que en una institución en donde enseñaba uno de los turnos era privado y los padres tenían que pagar, había algunos que no podían, entonces le pagaban con gallinas, huevos, mandioca entre otros productos.
También recordó aquellas inolvidables veladas en fechas importantes en donde tenía que sacar su fase de artista para cantar y bailar.
Mencionó que le encantaba la sopa paraguaya, la chipa y el chipa guasu, pero que cuidaba mucho su alimentación debido a su avanzada edad evitando alimentos pesados y muy condimentados.
Dijo que su almuerzo consistía en un ligero menú, con leche, yogur y licuados de diferentes frutas para mantenerse sana y fuerte, como se la pudo observar con su impactante sonrisa durante su última entrevista brindada al trabajador de prensa de la Municipalidad de Fulgencio Yegros, Aldo Dávalos.
Al consultarle si asistía a fiestas en su juventud, respondió que sí, solía irse linda y coqueta a divertirse de vez en cuando.
Durante todo el tiempo de haberse desempeñado como maestra tuvo la oportunidad de ser partícipe de la educación de muchos niños, que hoy son grandes personas.
Doña Celmira Dejesús, impartió la práctica de valores como la responsabilidad, el respeto entre todos, la honestidad y el amor, que deja como un legado a las familias yegreñas y a la sociedad misma. Una mujer admirable, una persona de gran corazón, una maestra como pocas, que pintó huellas imborrables, digna del mayor respeto y profundos agradecimientos.
La docente falleció el pasado viernes por problemas de salud y hoy en el día del maestro ya descansa en paz enseñando su sabiduría a los ángeles del cielo.
Fuente: http://www.ultimahora.com/la-ultima-entrevista-una-dedicada-maestra-fulgencio-yegros-n1081857.html
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Entrevista a Patricia Gordon: “Hay que trabajar en la educación de los varones”

30 Abril 2017/Fuente y Autor:elmarplatense

Con el femicidio de Araceli Fulles, la cruel estadística marca que en Argentina fueron asesinadas 28 mujeres en los primeros 28 días de abril. El número es escalofriante y mantiene en vilo a la sociedad, dentro de una problemática compleja, en la que los especialistas coinciden en que requiere de un abordaje integral.

En diálogo con El Marplatense, Patricia Gordon, psicóloga de Mar del Plata y titular de la ONG En Red, que asiste a las víctimas de violencia género, remarcó la importancia de trabajar en la educación de los varones, desde niveles iniciales, para empezar a reducir los niveles de violencia sobre las mujeres. Además, indicó que en General Pueyrredon se cumplen “muy pocos puntos” de la emergencia en violencia de género, aprobada en junio del año pasado.

“Hay muchas autoras que vienen estudiando el tema y que vienen planteando que esto tiene que ver con un mensaje que se inscribe en el cuerpo de las mujeres. Lo tenemos que analizar desde distintos puntos de vista y hay algo muy importante, que es la educación, la prevención y que es con lo que vamos a tener que seguir trabajando, pero no solamente con las posibles víctimas, sino con los varones. Esto tiene que empezar desde las etapas iniciales de la educación, para que en algún momento esta realidad se pueda transformar”, explicó Gordon.

Ante la cantidad de femicidios que ocurren en Argentina, Gordon indicó que “estamos pasando por un momento muy duro, muy crudo y muy alarmante. El tema es que acá no se puede analizar desde una sola perspectiva: tenemos que tener en cuenta muchas variables. A veces hacemos recaer todo en la Justicia y me parece que, más allá de las falencias de la Justicia con el tema de los violadores y la reincidencia, estamos hablando de una violencia que es estructural y que lamentablemente siempre recae sobre el cuerpo de las mujeres”. Y agregó: “Creo que este tema del femicidio está estrictamente relacionado con el poder y con el ejercicio de ese poder en el cuerpo de las mujeres, con la dominación, con la descalificación. Y vos fijate que desde los medios masivos de comunicación tenemos programas de televisión que continuamente descalifican a las mujeres y la mujer sigue siendo tomada como un objeto de consumo. El violador, el femicida, también toma a la mujer como un objeto que puede controlar”.

“El violador lo que hace es tomar a la mujer como una cosa, como un objeto con el que puede hacer lo que quiere. Inclusive matarla, quemarla y descuartizarla, como fue el caso de Araceli”, sostuvo Gordon.

“A NIVEL LOCAL TENEMOS SERIOS PROBLEMAS”

Con respecto a la situación en Mar del Plata, Gordon manifestó que el problema “no es tomado con la seriedad que se merece”. “El propio intendente (Carlos Arroyo) dijo que esto era una moda”, recordó.

“A nivel local también tenemos serios problemas. Hemos logrado una emergencia en violencia de género, pero se cumplieron muy pocos puntos de esa ley. Y hemos tenido mensajes del propio intendente, que dijo que esto era una moda”, expresó Gordon. “Me parece que el tema no es tomado con la seriedad que se merece. No es una cuestión de alarmismo, es la realidad con la que nos encontramos: en abril ya mataron a 28 mujeres. O sea que la cifra esa de que matan una mujer cada 30 horas no corre más. Ahora es cada 18 horas”, concluyó.

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TAPIA: “HAY QUE PENSAR ESTOS CASOS CON PERSPECTIVAS DE GÉNERO”

Para el juez de Garantías, Juan Tapia, la justicia debe trabajar sobre los femicidios bajo una perspectiva de género. “Hay que remarcar la necesidad de pensar estos casos con una perspectiva de género, que es una herramienta metodológica  que permite ampliar la  visión  y  entender estos  contextos  de desigualdad para pensar, sobre todo, de qué modo intervenir  cuando  hay  pequeñas alertas  de casos de violencia  para que el  Poder  Judicial pueda disponer a  tiempo esa  batería  de  medidas orientadas a  la  protección  de la mujer”, remarcó Tapia.  “Hay que pensar en la  capacitación de los operadores judiciales con  una  perspectiva de género en las áreas universitarias, con temáticas especificas para prevenir estos casos y  para  investigarlos, para llegar  a tiempo cuando hay un  primer aviso o un  alerta,  de cómo intervenir  de una manera efectiva”, agregó.

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Tapia hizo hincapié en la responsabilidad del Estado y señaló que “el término femicidio    obedece a una situación interpersonal derivada de una violencia de género, pero el término feminicidio obedece a la responsabilidad del Estado cuando toma conocimiento de una situación de violencia y no interviene a tiempo como para prevenir un resultado agresivo mayor. En ese sentido también hay una responsabilidad por omisión del Estado. Me parece  que dentro de  este problema complejo, hay también una responsabilidad del Poder Judicial que tiene que ser puesta en consideración, sobre todo para capacitar con perspectiva de género a los operadores”.

Por último, el juez de Garantías se refirió a la especificidad que debe tener el abordaje de este tipo de delitos adentro de las cárceles.  “También hay que tomar en cuenta a la cárcel, porque una vez que encontramos al autor de un delito de este tipo, se necesita un  tratamiento específico. No es lo mismo tener en un pabellón al que vende drogas, al que roba autos, al  que comete una estafa con una tarjeta de crédito o a un hombre violento. Cada uno de estos autores de delitos deberían un tener tratamiento específico para pensar en  una resocialización. En ese tratamiento, el hombre violento necesita una terapia específica para desarmar estructuras y patrones violentos, algo que evidentemente la cárcel hoy no puede brindar”, analizó.

Fuente de la entrevista: http://elmarplatense.com/2017/04/29/femicidios-hay-que-trabajar-en-la-educacion-de-los-varones/

Fuente de la imagen: http://elmarplatense.com/wp-content/uploads/2016/10/marcha-lucia-perez-1.jpg

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Entrevista a Sergio Guadarrama: «La inteligencia artificial está en su prehistoria»

30 Abril 2017/Fuente: diariodemallorca/Autor:Violeta Molina Gallardo

Google se da «con un canto en los dientes» si hace máquinas menos tontas, dice Sergio Guadarrama, ingeniero de la firma californiana

La inteligencia artificial empieza a demostrar su vasto potencial, pero el escenario en el que las máquinas superen al ser humano es lejano, ya que la tecnología está en una fase aún primitiva, es falible y su funcionamiento resulta un misterio incluso para los propios creadores.

«A veces nos damos con un canto en los dientes para poder hacer a las máquinas un poco menos tontas. Porque Alpha Go -la máquina de Google que ganó al campeón mundial de go- es muy buena jugando al go, pero si juegas a la brisca le das una paliza. ¿Cómo puede ser tan lista para una cosa y tan tonta para otra?, explica a Efe el ingeniero de aprendizaje profundo de Google, Sergio Guadarrama.

El experto destaca que la inteligencia artificial ya ofrece «mejoras sustanciales» de procesos, productos y servicios de áreas tan diversas como el arte, la medicina, la justicia o el medio ambiente, pero insiste en que sólo ha dado «pasos iniciales» y necesita evolución. ¿Significa eso que la inteligencia artificial está en su prehistoria? «Probablemente sí. (…) Es muy incipiente», sostiene.

Guadarrama trabaja en aprendizaje profundo («deep learning»), una rama de inteligencia artificial en el que la máquina aprende a partir de ejemplos (un caso: detecta cuándo en una imagen aparece un perro, tras analizar millones de fotos de perros) y elabora por sí sola patrones cada vez más complejos.

Es el ámbito más prometedor -aunque durante años sus investigadores estuvieron «marginados»- y sus resultados están presentes en nuestra vida (los servicios de traducción, correo electrónico o reconocimiento de voz lo utilizan), pero su estadio de investigación es tan primitivo que los creadores, pese a lograr resultados efectivos, desconocen cómo las máquinas llegan a ellos.

«A veces tiene un comportamiento que nos sorprende. Pero eso también pasó con la aviación, aprendimos a volar antes de entender todas las leyes de la aerodinámica», concede.

Preguntado por la posibilidad de que esos sistemas autónomos puedan llegar a tomar decisiones que afecten al ser humano, Guadarrama es más que escéptico: «Si eso pasa, básicamente le das al botón y la apagas, desenfuchas y ya está», bromea.

Pero después matiza: «Google está siempre preocupada, en cierto sentido, de que las técnicas y algoritmos que desarrolla mejoren la vida de la gente, siempre tiene salvaguardas para corregir sus errores». Guadarrama no quiere ni oír hablar de una superinteligencia artificial superior al hombre.

«En algunos aspectos las máquinas ya nos superan. No es tanto superarnos o no, en sumas y multiplicaciones hace ya años que nos superaron. La pregunta es: ‘¿tú quieres hacer más sumas que una máquina?’ La respuesta probablemente es no, tú lo que quieres es que ella te ayude a solucionar problemas».

El concepto de inteligencia artificial se acuñó hace décadas y ha vivido diversos parones, pero ha experimentado un «boom» en los últimos cinco años gracias a tres factores: la potencia de computación, la ingente cantidad de datos disponibles y los nuevos algoritmos.

«De repente hubo un descubrimiento: ‘oye, esto parece que funciona y se puede aplicar a productos’. Se empiezan a aplicar estas técnicas a problemas antiguos y se obtienen resultados muchísimo mejores que antes», manifiesta el ingeniero.

Google ha dejado atrás su enfoque móvil por una apuesta absolutamente dirigida por la inteligencia artificial: «Pero no sólo Google, todas las compañías, Facebook, Microsoft, Amazon, están dando un giro porque se están viendo las aplicaciones y el impacto que tiene en el día a día».

Según el ingeniero, la tecnológica estadounidense la utiliza ya en todos sus servicios y con ella ha logrado, por ejemplo, reducir en un 99,9 % el «spam» en Gmail, mejorar en un 25 % el reconocimiento del habla y revolucionar la traducción. La gente no es consciente, pero recurre a la inteligencia artificial a diario.

Dentro de Google, el ingeniero trabaja en el desarrollo de Tensorflow, un repositorio de «deep learning» de código abierto que cualquiera puede utilizar.

Una científica australiana lo emplea para hacer un censo de las amenazadas vaquitas marinas y un ingeniero japonés para catalogar los pepinos de la granja de sus padres, pero también se está usando en la detección de la diabetes mediante el análisis de fondo de retina o en la creación de música en directo. «El límite de su uso es la imaginación», presume Guadarrama.

Fuente de la entrevista: http://www.diariodemallorca.es/sociedad/2017/04/06/inteligencia-artificial-prehistoria/1204642.html

Fuente de la imagen: http://fotos00.diariodemallorca.es/mmp/2017/04/06/328×206/google-ai.jpg

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Entrevista a Hugo Aboites sobre la privatización de la educación.

Por: Hugo Enrique Sáez A./29-04-2017

El doctor Hugo Aboites se desempeña como profesor investigador del Departamento de Educación y Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco. Su más reciente libro es La medida de  una nación. Los primeros años de la evaluación en México (1982-2012). Historia de poder y resistencia, publicado en México por CLACSO-UAM-ITACA. Es reconocido como uno de los más autorizados investigadores de la educación en México, razón que nos impulsó a conocer su posición acerca del tema que nos ocupa en el presente dossier, la privatización de la educación.

Hugo Enrique Sáez A. (en adelante HESA). -En primer lugar, muchas gracias por concedernos esta entrevista para la revista Pacarina del Sur. El dossier que estamos preparando versa sobre la privatización de la educación en América Latina y tú eres un intelectual muy comprometido con las luchas por una educación que respete los intereses de las comunidades de esta región, en particular de aquellas que el sistema excluye. Entonces, comencemos por aclarar en términos generales qué se puede entender por privatización de la educación, es decir, cuáles serían sus principales manifestaciones. Sobre todo, se trata de que mucha gente no reduzca el fenómeno a la existencia de escuelas privadas, ya que los impulsores del modelo neoliberal se atrincheran en esa imagen para defender que “los padres estén en libertad de elegir la educación de sus hijos”, algo que francamente nos expulsa del tema y de su análisis.

Hugo Aboites (en adelante HA). -Bueno, las definiciones deductivas son una opción peligrosa porque al parecer una vez establecidas habría que buscar los casos que se ajustan a ese patrón abstracto. Es más interesante ir viendo ejemplos de esa privatización…

HESA -Digamos, seguir un camino inductivo.

HA -Sí, algo parecido. Podríamos empezar por el lado de la conducción, que es un punto estratégico de la privatización. La idea de la educación pública es que ésta es un patrimonio social para que la persona alcance niveles  de conocimiento y bienestar pero, a través de esto, es también un instrumento público para la construcción de una nación, y, cuando se privatiza y  comienza a quedar en manos y en la visión de objetivos más particulares, frecuentemente empresariales, estas ideas fundamentales se pierden. La privatización de la conducción, sin embargo generalmente no se da de inicio, es el punto de llegada de procesos muy largos, que pueden durar años o décadas, como ha ocurrido en el caso mexicano. Este proceso comenzó desde los años ochenta y ahora estamos viendo en qué desembocó. Se ha cambiado recientemente (2013) la constitución y ahora se incorpora la terminología de entidades como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI), y organizaciones nacionales de carácter empresarial, como la llamada Mexicanos Primero. Se percibe entonces que la filosofía, la orientación, las metas de la educación están cambiando radicalmente. Pero antes, en los años noventa, ya había aparecido otro gran componente de la privatización: la matrícula de niños y jóvenes inscritos en escuelas privadas había aumentado sustancialmente, aunque no era tan notorio en la educación básica (los nueve años de primaria y secundaria) sino en la educación media, media superior y superior. Ahí es donde se nota más el abandono del Estado. Y precisamente otro elemento de la privatización es la  voluntad del Estado de dejarse sustituir por particulares en su obligación de impartir educación gratuita. La retracción del Estado en cuanto a esta responsabilidad está vinculada con las políticas de ajuste al gasto público, principalmente social impuestas con motivo de la crisis de la deuda en los años ochenta. .

Ahora bien, otra manifestación del impacto privatizador tiene que ver con la llegada masiva de intereses empresariales, muchas veces internacionales, que buscan utilizar a la universidad, en el caso de la educación superior, como una especie de apéndice, un laboratorio de investigación que les resulta muy barato, incluso gratuito. Las universidades cuentan con la infraestructura para investigar, con los especialistas que llevan a cabo la investigación, con sus ayudantes y con los propios estudiantes.

HESA -Disculpa la interrupción, debe de considerarse que en México son las universidades públicas las que hacen el 95% de la investigación total, y el 100% en ciencias duras, porque se necesitan laboratorios y reactivos en los que las privadas no invierten.

HA -Sí, tienes razón. Sin embargo, en países como Estados Unidos, donde es mitad y mitad la actividad pública y privada, este fenómeno también aparece. Es decir, que la industria instale sus propios centros de investigación y desarrollo no significa que vaya a haber una pausa en este proceso de privatización de los objetivos y procesos de investigación en las universidades públicas. En el caso de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) es muy claro; ahí tenemos una empresa transnacional con sucursales en más de veinte países que desarrollan tecnología neumática, la Parker Hanniffin Corporation, destinada, además de a usos civiles,  a la fabricación de tanques, helicópteros y aviones caza estadounidenses.

HESA -Esto concuerda con datos de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, por sus siglas en inglés) que calculan en 45% del total la investigación vinculada directa o indirectamente con fines bélicos…

HA -En efecto, esto se da sobre todo en Estados Unidos sin dejar a un lado instituciones clásicas y de noble reputación. Un caso, el napalm, esta sustancia que se pega a la piel humana y produce quemaduras mortales, fue inventado en Harvard, probada en el campo de futbol de la institución y utilizado en la guerra de Vietnam. Volviendo a México, la UAM proporciona a grandes empresas espacios antes destinados a aulas, de tal manera que están dentro de la propia universidad, no pagan renta y tienen mantenimiento e investigadores proporcionados gratuitamente por la institución. Pero luego ellos, como en el caso de la Parker, ofrecen cursos sobre su tecnología y los cobran a los estudiantes y otros académicos. Es un ejemplo, pero otro fenómeno ocurre en otra sede de la UAM, donde un programa de posgrado es prácticamente una maestría “Resistol”, porque está diseñada y orientada para proporcionar cuadros calificados y nuevos desarrollos tecnológicos a esa empresa.  Allí se generan patentes para artículos como pegamento para suela de zapatos, sustancias para la limpieza de baños y cocinas, entre otros productos. Está claro que se está trastocando la idea de la ciencia y la tecnología en las universidades públicas, que debería orientarse al interés nacional y al beneficio de las poblaciones.

HESA -¿Cómo ves este fenómeno de dimensiones transnacionales? Has mencionado la acción del Banco Mundial, de la OCDE, del FMI, de empresas transnacionales, pero ¿cómo deberíamos de interpretar la retracción del Estado en espacios que antes ocupaba? Porque de todos modos desempeña un papel, por ejemplo, al preocuparse por ubicar a las universidades en un puesto del ranking mundial ante las exigencias externas. Se ha expresado preocupación por el hecho de que México figure en el ranking de la OCDE en el penúltimo lugar en cuanto a calidad de la educación, sólo por encima de Turquía.

HA -Claro, hay una transformación del Estado. El Estado ya no es el Estado educador, como se decía antes, sino el Estado evaluador. Es decir, ya no se trata de la responsabilidad de formar niños y jóvenes sino de establecer reglas mínimas de calidad para el funcionamiento de las instituciones educativas privadas. En otras palabras, es un Estado certificador. Y después de dos décadas de aplicar esta tesis es muy claro que, a pesar de lo que se decía entonces, no ha contribuido a mejorar la educación e incluso –con la proliferación de instituciones privadas de pésima calidad- a deteriorarla, a pesar de los rankings, que se suponía serían el estímulo para una mejor calidad.

HESA -Al final del sexenio de Felipe Calderón, en 2012, se otorgó un subsidio para becar a estudiantes de universidades privadas en el pago de colegiaturas.

HA -Así es, esa es otra forma de privatización de los recursos públicos, cuando parecen destinados a subsidiar la educación privada, en detrimento de la educación pública. Similar es lo que sucede cuando se empieza a pagar a investigadores de universidades privadas con montos de programas originalmente destinados sólo a las universidades públicas, como en el caso del Sistema Nacional de Investigadores.

Volviendo a la intervención de las grandes corporaciones en las universidades públicas, en otra sede de la UAM opera la empresa cementera número uno a nivel mundial, Cementos Mexicanos (CEMEX). Existe un convenio firmado con esta empresa y la División de Ciencias y Artes para el Diseño, de modo que los estudiantes de arquitectura realizan su servicio social apadrinados por esta empresa. Es la primera del mundo y hasta en China se comercian sus productos.

Una dimensión muy importante de la privatización es el cambio en la mentalidad de  académicos, directivos e incluso el público. Se empieza a considerar que la presencia de esas empresas refleja que se trata de universidades de punta, de alta calidad. Incluso se considera que están poniendo en alto el prestigio de México. La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), por ejemplo, figura entre las primeras cien universidades del mundo en un ranking, pero tiene también fuertes conexiones con grandes empresas.

A una empresa que requiere investigación, la universidad de Harvard le cobra por la investigación y por cada dólar del precio pactado le cobra un dólar más, como una especie de derecho de piso por emplear sus instalaciones. Se obtiene así un ingreso muy fuerte para las universidades.

En cambio, en el trato con la iniciativa privada la UAM sólo cobra 10-15 centavos por cada peso que invierte el empresario, o bien nada, y a veces hasta tiene que prestarle a la empresa que la contrató. Estamos en una privatización muy rudimentaria en este tipo de convenios del caso mexicano. Todavía no está completo el proceso de la empresarialización de la educación, las universidades no saben hacer negocios, pero están aprendiendo  rápidamente.


Imagen 2. www.siempre.com.mx

Retomando la idea de que la privatización es también una transformación de la mentalidad de los académicos y estudiantes, cabe observar la empresarialización del espíritu de los propios académicos. Para apoyar ese proceso es muy efectivo el sistema de pago por mérito, el que conocemos porque nos  obliga a trabajar mediante  la asignación de puntos a cada actividad o producto (artículos publicados, clases impartidas, conferencias, ponencias, todo tiene un valor en puntos que luego se transforma en dinero que se entrega al académico). El académico se ve entonces obligado a comenzar a pensar como un pequeño empresario del conocimiento. Tiene que calcular su esfuerzo en relación con el número de puntos que tal actividad o producto concreto le proporcionará para obtener un determinado incremento a sus percepciones individuales. Se traduce en las llamadas becas y estímulos que complementan el salario.

HESA -En esa política influyen instancias externas a la propia universidad, como el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT)  y el Consejo Nacional de Evaluación Educativa (Ceneval).

HA -No necesariamente, es cada universidad la que fija el régimen de puntos bajo una orientación gubernamental nacional en ese sentido. El Sistema Nacional de Investigadores (SNI), por ejemplo, que es gubernamental  no toma en cuenta los puntos computados en la universidad.

HESA -Sí, pero el incremento de la así entendida productividad generada por los puntos condiciona el ingreso al Sistema Nacional de Investigadores.

HA -Eso es cierto. Pero además, el pago por puntos es muy eficiente para quebrar el carácter colectivo del trabajo universitario. Quedan los profesores individualizados de modo que cada quien se esfuerce por obtener méritos que le den acceso a esos “estímulos”. Esta destrucción de lo colectivo se refleja en los sindicatos, donde sólo se ubican los trabajadores que no están en el  sistema de puntos, es decir, los administrativos y los académicos que tienen una relación precaria en cuanto a su contratación (contratos por horas, contratos temporales, con bajos salarios y nula protección laboral)

Resumiendo, la privatización es un fenómeno muy complejo, con muchas manifestaciones y aristas. Si queremos extraer de esta diversidad de síntomas un rasgo común, yo diría que es la pérdida del sentido de la educación como parte de un proceso de construcción de nación, de construcción de colectivos, de formación de personas con amplios horizontes. La individualización es requisito para la creación de currículos orientados a crear al homo faber, ya no al sapiens. Con los tratados de libre comercio, además, la educación se la empieza a concebir como un servicio que se ofrece a cambio de un pago en monetario. La educación se convierte en una mercancía que se ofrece en un mercado específico, el de la adquisición de informaciones y habilidades concretas (las llamadas “competencias”), detectadas como indispensables para determinados puestos de trabajo, desde la educación básica hasta la superior.

HESA -Ahora bien, esta mercantilización acarrea también un proceso de desnacionalización. Me explico, formar un doctor en México, según cifras aproximadas, costaría alrededor de 100 mil dólares, calculados con la matrícula inicial y el egreso final. Entonces, cuando ese profesional emigra a universidades del exterior representa una especie de transferencia de capital que se ahorra la institución que lo contrata.

HA -Sí, y es mucho más que dinero, es patrimonio cultural que se pierde. La educación superior atraviesa por eso por un proceso de anomia, de carencia de identidad propia. No se sabe con precisión para qué se educa. Antes se educaba para apoyar la identidad nacional, para contribuir con los planes de desarrollo que generaba el Estado, para crear cultura y conocimientos para la nación. Pero el ingreso a la globalización rompió con esos supuestos y ahora la educación es un barco a la deriva. Educar para la competitividad no es un proyecto transformador de una nación, es un proyecto que beneficia a una capa muy pequeña de empresas capaces de competir en los mercados mundiales. Este proyecto de competitividad abandona a las grandes masas de niños y jóvenes que no están incluidos en ese esfuerzo. La educación se vuelve cada vez más algo alejado de las expectativas y de las necesidades de estas grandes masas, que no pueden ingresar a los mercados de punta que son sumamente restrictivos.

HESA -Claro, habría que hilar muy fino el vínculo, pero, ¿no crees que éste es un factor que contribuye a la expansión de la violencia en la sociedad? Por ejemplo, se acaban de publicar cifras escalofriantes del embarazo adolescente, que a veces hasta se visualiza como un objetivo deseable.

HA -En una sociedad que ya no te ofrece mucho, un niño es un objetivo vital muy concreto. Una carrera ya no lo es, sobre todo tomando en cuenta la desocupación que hay para egresados de la educación media y superior. La pérdida de sentido hace que muchos se inclinen a las drogas, a las adicciones. O bien, se disponen a enrolarse en el narcotráfico, en la delincuencia que genera dinero fácil.

HESA -A su vez, los medios como educadores de facto generan lo que algunos sociólogos llaman “violencia aspiracional”. A cinco cuadras de mi casa mataron a  un adolescente a cuchilladas para quitarle un teléfono celular que su madre todavía no había pagado.


Imagen 3. vallartanoticias.com

HA -Es lo que genera la pérdida de la educación, y este proceso tiene hasta su fecha, 1994, cuando entra en vigencia el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, firmado por Canadá, Estados Unidos y México). La pregunta que se hicieron las autoridades signatarias era cómo hacer circular todo ese dinero empleado por el Estado en educación. Representaba como el 20-25% del presupuesto nacional. ¿Cómo hacer que se privatice ese gasto, que entre al circuito del intercambio de mercancías? Se lo concebía casi como un gasto de beneficencia. El truco fue introducir el rubro en el Tratado, meter a allí a la educación pero bajo el concepto de “servicio”, es decir como mera instrucción. Una vez que se define como servicio éste consiste en adquirir ciertas informaciones y habilidades y para eso no se necesita una formación amplia, ni escuelas como comunidades, ni aulas donde los niños aprenden a volverse comunitarios y a respetar y tratar a los que son diferentes. La familia y la educación tienen muchas conexiones. La familia forma a los niños, no los instruye. Pero en el Tratado, la educación se concibe como servicio educativo así como  hay servicios funerarios, de belleza, de limpieza. En ese nivel se ubica a la educación, que te instruye en lo que quieres aprender a cambio de un pago. Se pierde así la continuidad de la labor educativa de la familia, que debería dar como resultado la formación de sujetos. Por cierto que anteriormente era deficiente esa formación, no se trata de idealizarla, pero había algo positivo ahí. Una idea de nación, de valores. Y en las décadas de 1960 y 1970 por cada graduado de la educación superior había un puesto de trabajo. Ahora no, por cada puesto de trabajo hay 4 o 5 graduados.

HESA -En cuanto al docente, queda subordinado a la demanda que pretende captar la institución en la que está inserto.

HA -En el caso de Ciudad Juárez, en la frontera norte de México,  vemos de forma específica y clara cómo se da el proceso de deterioro de la educación superior a partir del involucramiento de la universidad como servidora de la industria. Llega a Ciudad Juárez la industria maquiladora (empresa extranjera que aprovecha la mano de obra de baja capacitación para ensamblar productos) con una fuerza enorme y las instituciones universitarias y tecnológicas que trabajaban para el mercado local, se orientan a la maquila. Y el resultado ha sido un verdadero caos. En un lapso de diez años, alrededor de 20 carreras desaparecen en las instituciones y surgen 15 vinculadas a la maquila, con pésima planeación. La universidad se convierte en un campo de experimentación empresarial para ver cuál de las carreras atinan con sus intereses. El efecto es que la matrícula de esta ciudad es muy inferior a la existente en el resto de ese estado o provincia, donde la educación superior tiene una modalidad más orientada al mercado e industria y comercio locales. La universidad se la convierte en una mera prestadora de servicios de educación, de investigación, de cultura. De esta manera se la vacía de sentido.

HESA -Esta situación ha deteriorado el tejido social en todo el país. Frente a esta coyuntura, ¿visualizas puntos de resistencia que brinden instituciones alternativas? Quizá decir “un proyecto alternativo” sería demasiado atrevido. Los maestros de primaria se han movilizado para cuestionar el modelo, y a cambio han sido reprimidos y estigmatizados por la propaganda televisiva y estatal.

HA -Es muy interesante que la resistencia organizada de los maestros ya es muy prolongada, se ha extendido por más de 30 años. Y por eso de manera reciente ha tenido logros significativos porque se ha convertido en una resistencia a escala nacional. Antes se reducía a dos o tres estados de la república. En cambio, las movilizaciones en contra de la reforma de la educación del  año pasado involucraron a 26 de los 32 estados del país. Los 30 años de resistencia han posibilitado la acumulación de conciencia, organización, de difusión de nuevas corrientes de pensamiento entre los mismos maestros. Y en los últimos 10 años se han generado modelos educativos distintos por efecto de esa resistencia magisterial. En Michoacán se llaman escuelas integrales, en Guerrero se llaman escuelas altamiranistas, en Oaxaca son tantas que se han incluido en un libro de 400 páginas donde se narran las experiencias alternativas que están surgiendo en la relación comunidad-escuela. El volumen se llama Entre la normatividad y la Comunalidad. Experiencias educativas innovadoras del Oaxaca Indígena Actual de Lois Meyer y Benjamín Maldonado (2004, Oaxaca, IEEPO). Es una enorme  diversidad, pero frente a la avalancha de la educación privatizadora hasta la médula se opone la insistencia en el  regreso a las culturas y lenguas originarias, la  reivindicación de la comunidad y la escuela como su expresión acabada, la horizontalidad de la relación educadora, el currículo a partir del contexto, la historia y las necesidades locales. Existe incluso, promovido por los maestros de ese estado (Sección 22), un Proyecto de Transformación de la Educación de Oaxaca (PTEO) que, entre otras cosas a partir de una cobertura legal y programas diversos, en los hechos sirve como sombrilla donde se pueden acoger muchos de estas experiencias.

En el nivel superior, la resistencia sobre todo estudiantil ha generado proyectos alternativos y propuestas muy interesantes. Cabe resaltar el caso más significativo, que es la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Se recogieron las demandas estudiantiles, una por una, y se plasmaron en una nueva institución donde no hay examen de selección, es totalmente gratuita, su gobierno está fundamentalmente en manos de estudiantes y profesores, es pública, sostenida por la Ciudad y tiene ya cerca de 20 mil estudiantes. En Guerrero está la Unisur, en Chiapas la Universidad de la Tierra, creada por las comunidades zapatistas para educar a sus cuadros, activistas y miembros de las propias comunidades. La resistencia, en suma, ya no es exclusiva de los maestros sino también de las propias comunidades que ven en estas escuelas una manera de reivindicar sus culturas y su esencia como pueblos originarios. ¡Y en México hay hasta sesenta y dos de ellos!

HESA -¿Algo más que quieras agregar, Hugo? Sé que podríamos seguir dialogando toda la noche.

HA -Aunque la privatización ha avanzado mucho, también ha tenido derrotas importantes. El TLCAN  era un ensayo para configurar el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), que se pretendía aplicar a toda América Latina, y no pudieron llevarlo a cabo. Se detuvo. Ahora hay gobiernos de un corte distinto al neoliberal en Argentina, en Venezuela, en Bolivia, en Ecuador, Uruguay, además de Cuba, que no caen en la trampa de la modernización globalizadora y depredadora. Están impulsando proyectos muy novedosos. En Ecuador y Bolivia hay universidades interculturales. En Brasil el movimiento Sem Terra tiene sus propias escuelas e institutos de formación, y hay universidades que invitan a jóvenes africanos a venir a Brasil a educarse, como un esfuerzo de recuperar la estrecha relación que tienen sus poblaciones con el continente de origen. No son proyectos que tengan la fuerza para detener la privatización pero representan algo más que marchas y protestas, se abocan al trabajo institucional para reflejar esa resistencia. Y esa es ya una resistencia cultural, sumamente profunda, la única capaz de contrarrestar la cultura de la depredación y la destrucción que es la privatización.

Fuente: Pacarina del Sur – http://www.pacarinadelsur.com/dossier-11/935-entrevista-a-hugo-aboites-sobre-la-privatizacion-de-la-educacion 

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