“La cuarta ola de la educación”

Por: José Manuel Restrepo

Participé en el Latino Impact Summit 2017 que realiza Naciones Unidas alrededor de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). El evento tuvo espacios de debate sobre América Latina, como el tránsito de ingreso medio a ingreso alto, la construcción de una región más equitativa, el emprendimiento y la generación de empresas, la infraestructura, la igualdad de género, el desarrollo de las ciudades, la innovación y la nueva realidad en los medios de comunicación, entre otros asuntos.

Un tema crítico, como era previsible, es cuál es y cuál debería ser el papel de la educación en el logro de esos ODS. Es un hecho que la educación, desde el hogar hasta la educación superior, juega un rol clave en la destrucción de pobreza e inequidad, el aumento en la productividad y el crecimiento, el mejoramiento en el bienestar de vida de las personas, la innovación y el emprendimiento, y, en general, la construcción de sociedades sostenibles y prósperas.

Sin embargo, y tal como lo expresara en dicho espacio, una educación que sólo avance en el aumento en la escolarización, sin involucrarse en otros asuntos, puede, por el contrario, aumentar la brecha de la pobreza y de la inequidad. La educación en la región ha experimentado al menos tres olas de cambio. Una primera ola anterior a los 90 que se concentró en aumentos en cobertura y fortalecimiento de la descentralización por la vía de más cobertura, en especial en la educación primaria y secundaria. Fruto de esta ola se lograron en promedio en ciertos niveles educativos coberturas del 70 al 90 %. En los 90 llegó la ola de preocuparse por la calidad y por la permanencia, esto último reduciendo formal o informalmente las tasas de repitencia de niños y jóvenes. Ya a inicios del nuevo siglo, la educación en la región se empieza a preocupar por la pertinencia de programas educativos para aumentar la competitividad y productividad de las naciones y por mayores niveles de eficiencia en el gasto público dedicado al sector, que para muchos países se acercaba al de países OCDE, pero sin los resultados de estos últimos.

El problema de fondo es que estas tres olas se han quedado a medias. Los aumentos de cobertura en promedio en primaria y secundaria, por ejemplo, no se dan en muchas poblaciones olvidadas de cada nación latinoamericana, construyendo mucha más inequidad. Los mejoramientos en calidad se han acompañado de falta de claridad sobre qué significa esa calidad, qué se requiere para lograrla y cómo evaluar sus avances. Los avances en disminución de repitencia han respondido más a modelos regulatorios que no llegan al meollo del asunto en problemas serios de financiamiento o de dificultades en competencias básicas. Y lo que queríamos lograr en pertinencia no ha dado fruto en una productividad mayor en la región, ni en la satisfacción de los mercados laborales respecto de lo que ellos reciben. Seguimos, pues, atorados en las tres olas, sin cerrar la página de ninguna.

El desafío mayor es que el mundo clama a América Latina la entrada a una cuarta ola, que ya no es el mañana sino que representa el hoy. Esta nueva ola obliga a hacer del aprendizaje y la experiencia del estudiante el centro de atención del modelo educativo; propone avanzar a una retención 2.0 en la que el desarrollo de competencias (duras y blandas) y nuevas formas de financiamiento aparezcan; incita a que los modelos educativos centrados en la educación en ciudadanía no sigan perpetuando la exclusión y matoneando la diversidad, y llaman la atención por una formación humanística como complemento indispensable del modelo que integra esa cuarta revolución industrial entre lo físico, lo tecnológico y lo humano. Una ola en la que lo objetivo de la educación (el dato, el examen, el indicador, el ranquin) da paso o reconoce más importancia a lo subjetivo de ella (la curiosidad, la felicidad, la pasión, el compromiso, el engagement, la responsabilidad, la ética y los valores).

El reto que sigue para Latinoamérica y sus líderes públicos y privados es cómo cubrimos las deudas pendientes de las olas anteriores y simultáneamente nos responsabilizamos de la nueva ola.

jrestrep@gmail.comTwitter: @jrestrp

Fuente del Artículo:

https://www.elespectador.com/opinion/la-cuarta-ola-de-la-educacion-columna-727485

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Gestión pública y corrupción

Por: José Manuel Restrepo

Uno de los dramas de los países en desarrollo y de aquellos a quienes les cuesta trabajo avanzar en crecimiento o desarrollo social es que desperdician mucho tiempo en discusiones inútiles o aún en problemas inexistentes o menores. Cuando la energía de una sociedad se gasta en discusiones o propuestas de políticas poco relevantes, descuidamos lo que es esencial y sobre todo malgastamos recursos que pueden ser valiosos para prosperar. Un ejemplo no muy lejano de nuestra realidad colombiana es haber abierto una espuria discusión sobre una reforma política inoportuna, incompleta y, hoy inútil, en lugar de debatir sobre asuntos de fondo para el futuro de la nación.

Pero ejemplos en Colombia, de malgastar el tiempo del debate o de no definir una buena política pública o de no responder oportunamente a nuestros problemas, hay muchos más. Algo de esto se extrae de aquella famosa expresión de nuestro premio nobel de literatura, cuando al cerrar el texto de la denominada Comisión de Sabios que estudió en 1994 el futuro de Colombia y que describió aquel año como un momento al “filo de la oportunidad”, decía: “Creemos que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será su órgano maestro… (Una educación) Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia, y nos abra al fin la segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía”.

Pues bien, durante más de cincuenta años el gran problema para mejorar como nación y canalizar los activos del país (humanos o físicos) fue justamente tanta violencia, terrorismo y depredación. Hoy, luego de haber alcanzado un proceso de paz, tenemos un nuevo momento para aprovechar, pero, como en el pasado, parece que la nueva dificultad y problemática a enfrentar y a solucionar se llama corrupción. Un tema respecto del cual, aparte de propuestas mediáticas de políticos de turno, nada tenemos para proponer. El problema es que es un determinante clave de nuestro propio futuro.

Times Higher Education, en un artículo de estudio, concluyó que Colombia, junto con países como Chile, Tailandia, Turquía y Serbia, tiene el potencial de superar a países como China, Rusia, Brasil, India y Sudáfrica en materia educativa. Sin embargo, concluye también el autor, la única razón para no lograrlo son justamente los índices de corrupción, por cuanto los niveles de corrupción son inversamente proporcionales a la calidad educativa.

En lugar de una reforma política hecha a la carrera y desconectada de las necesidades del país, propongo avanzar en dos frentes de discusión: de un lado, en estrategias contra la corrupción, y de otro, en una gestión pública inteligente. En el primer asunto, reflexionemos sobre el actual modelo de financiación a las campañas políticas y démosle un cambio de 180 grados; avancemos en una campañas políticas y démosle un cambio de 180 grados; avancemos en una campaña de mayor eficiencia, sistematización, transparencia y simplificación de la gestión pública (es sorprendente, pero aún a la fecha, por ejemplo, y a pesar de leyes antitrámites, seguimos firmando documentos públicos y poniendo al lado una huella digital. ¿Conoce usted algo más ineficaz?); revisemos los incentivos y mensajes que lanzan la justicia y la propia administración pública en relación a los actos de los corruptos y endurezcamos las penas; fortalezcamos, dignifiquemos y profesionalicemos aún más el rol de los servidores públicos y hagamos de este papel uno tan atractivo como otras actividades del sector privado, y trabajemos de

mejor manera en el fortalecimiento de la democracia participativa y en la construcción de una cultura de integridad desde la educación. Podría agregar más asuntos, pero por lo menos de estos surge una batería de acciones a seguir.

Finalmente, es indispensable también actuar en una gestión pública inteligente, que, como propone la Cepal en reciente estudio de Sergio Bitar, sea menos improvisada, tenga más profundidad estratégica, piense a mucho más largo plazo y prepare la nación para estos nuevos escenarios de incertidumbre.

¿Será mucho pedir que el país prefiera dar estos, que son los debates que tiene que dar, y que la forma de hacerlo sea oportuna, profunda y consensuada?

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/gestion-publica-y-corrupcion-columna-683007

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Universidades públicas vs. universidades privadas

Por: José Manuel Restrepo

Ha habido dos avances muy importantes en la construcción del sistema de educación superior en Colombia. Uno es el que diferencia entre universidades de excelencia y las que no lo son, independientemente de su carácter oficial o privado, y otro es el que enfatiza el entender la calidad de forma multidimensional.

Estos temas son pertinentes ahora que se hicieron públicos los resultados de un estudio del Banco de la República que evaluó el desempeño de los egresados de la educación superior colombiana, comparando los resultados en función de su condición de provenir de universidades oficiales o privadas. El trabajo hace uso de un medio puntual para medir la calidad de la educación superior recibida que corresponde al valor agregado. Este indicador verifica el aporte que realiza la universidad, basado en el avance entre el desempeño del estudiante en las pruebas de entrada a la universidad (examen Saber 11) con respecto a su desempeño en las pruebas de salida (examen Saber Pro). El resultado a que llega es que existe un mejor desempeño en dicho puntual indicador, entre los estudiantes matriculados en universidades oficiales y aquellos matriculados en universidades privadas, muy especialmente en programas de ingeniería, con resultados mucho menos o incluso no contundentes en áreas como medicina, derecho o economía.

Del estudio pueden hacerse varias reflexiones, sin embargo, un primer reconocimiento es para el hecho de haber usado una medición de valor agregado. Este instrumento tiene la virtud de medir el desempeño de la institución educativa. Siempre es más fácil, en educación superior, recibir a los estudiantes de los mejores colegios del país para sacar de ellos buenos egresados, por oposición a dar un valor añadido a aquellos que vienen de contextos y entornos con menores posibilidades, recursos y nivel académico.

Estudios similares a este se han hecho entre universidades acreditadas institucionalmente (superando el criterio de sólo programas acreditados, que no discrimina igual) y aquellas que no lo son, sean oficiales o privadas, llegando a la conclusión de que no importa tanto el carácter de oficial o privado, sino el compromiso o no de la institución con prestar un servicio con excelencia. Esto debe llevar a reconocer la gigante heterogeneidad del sistema de educación superior colombiano, en el que conviven universidades de excelencia y otras de muy bajo nivel de calidad, independientemente de su condición publica o privada. Se hace entonces indispensable fortalecer los mecanismos de regulación de la calidad del sistema para todos y minimizar las brechas.

Algunos han querido usar este resultado para descalificar subsidios a la demanda (tipo Ser Pilo Paga o similares), sin embargo, llegar allá supone mucho más por analizar. En primer lugar, el propio criterio de calidad de la educación superior, que no es sólo un tema de valor agregado y supone ver asuntos como recursos disponibles (profesores, acceso al conocimiento, tecnología, infraestructura, etc.), producción científica, pertinencia de los programas, empleabilidad, desempeño y remuneración laboral al terminar la carrera, experiencia universitaria, entre muchos más. Posiblemente esto explica que en el programa Ser Pilo Paga, los “pilos”, en más del 80%, escogen libremente universidades privadas acreditadas.

En cualquier caso, este estudio es una buena oportunidad para reclamar al Gobierno Nacional muchos más recursos directos para las universidades oficiales, incluso más allá de lo que contempla la actual reforma tributaria, y que den respuesta a necesidades anuales urgentes por más de $1 billón y de inversión de más de $10 billones. Pero también para invitar a que no se genere esta discusión superada entre oficiales y privadas, y más bien a que muchas más privadas se comporten como oficiales en el sentido de abrir oportunidades a estudiantes provenientes de contextos sociales y económicos distintos, y a que entre todos construyamos una nación más equitativa y con educación de calidad para todos.

En síntesis, este estudio puede ser una razón más para fortalecer los subsidios de oferta y perfeccionar los subsidios de demanda a aquellas universidades (ojalá cada vez más) que se comprometan con la calidad y la equidad en la educación superior en el país. Este es uno de los caminos deseados y necesarios en el posconflicto.

Fuente:http://www.elespectador.com/opinion/columna-42

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Dos prioridades en educación: equidad y pertinencia

Por: José Manuel Restrepo

Por lo menos dos documentos relativamente recientes hacen un análisis crítico del papel de la educación superior en el mundo y se hacen preguntas que intentan poner en duda o quizás retar la tarea realizada en las universidades. No son ellos los únicos que desafían al sistema, pero sí son dos que lo hacen con relativa fuerza. Uno de ellos fue un artículo publicado por The Economist, en el que retoma las primeras frases de un famoso folleto enviado por Harvard a Inglaterra en 1643 para solicitar nuevos recursos para el sistema norteamericano de educación superior. Describe el artículo que ese entusiasmo norteamericano permitió por más de tres siglos tener un sistema de educación superior muy bien financiado, a tal punto que se ha convertido en referente para el mundo de cómo lograr un sistema de financiación ideal.

Sin embargo, dice el artículo, ese aumento de interés y multiplicación de la financiación para el sistema educativo está siendo desafiado, no tanto desde la perspectiva de resultados investigativos, sino desde el papel de las universidades en lo educativo o formativo para la mayoría de los estudiantes. Con el sugestivo crecimiento en la participación de millones de nuevos estudiantes en el sistema, sólo un grupo minoritario (en muy específicas universidades americanas) está logrando resultados destacables con su educación, mientras que para el grueso de la población universitaria ello no se logra.

Lo anterior pone en duda la totalidad de recursos destinados al sistema y por lo menos desafía el hecho de que esta inversión sea más importante que para otras necesidades sociales de prestación de servicios públicos. Concluye el artículo que, frente a un aumento de cobertura tan significativo en el sistema, es recomendable contar con instrumentos que verifiquen la pertinencia y calidad de lo educativo, más allá de la producción científica. Lo anterior significaría, para mí, una mejor docencia, una formación más profunda en competencias de comunicación oral y escrita, de argumentación, de toma de decisiones, de trabajo en equipo, de análisis crítico frente al conocimiento, de formación ética y sociohumanística, y, en general, de competencias transversales y no sólo disciplinares.

Algo complementario a lo anterior, quizás con mayor pesimismo, lo expresa abiertamente David Roberts, de Singularity University, cuando afirma en una reciente entrevista que “la mayoría de las universidades del mundo van a desaparecer” por la incapacidad del sistema educativo de responder a las innovaciones y disrupciones que se proponen con la cuarta revolución industrial. Mientras el sistema siga educando de la misma manera que hace 100 años, le va a ser imposible sobrevivir.

Para rematar, en nuestro caso particular, el informe de la OCDE sobre la educación en Colombia insiste en la urgencia de mayores niveles de equidad, arrancando con la educación inicial, pero llegando a dar una respuesta al hecho de que sólo el 9 % de los jóvenes más pobres entre los 17 y los 21 están en el sistema de educación superior, mientras que dicho dato entre los más ricos es del 62 %. De forma similar, los datos de deserción universitaria siguen siendo aterradoramente altos y más abultados para quienes ingresan al sistema provenientes de ambientes escolares con mayores deficiencias y de más escasez de recursos. A diferencia del caso norteamericano, en el nuestro además de todo se requiere aún más financiamiento que permita mejorar la calidad de los recursos involucrados en el sistema y garantizar para todos los accesos a las mismas oportunidades.

En un escenario como el colombiano, el desafío es entonces mucho mayor. No solamente se trata de responder a las necesidades y preocupaciones que se plantean a nivel global, sino, además, intentar dar respuesta a dificultades propias de nuestra realidad de escasos recursos y de altos niveles de desigualdad, sumado a profundas ineficiencias y filtraciones en la destinación de recursos al sistema educativo.

No es este un reto menor, pero sí fundamental si queremos contar con mayor vigencia en esta nueva humanidad. La pregunta y las respuestas que debemos encontrar es cómo lograr una educación superior más pertinente, más equitativa y de mayor nivel de calidad, con los recursos suficientes y la adecuada gestión pública y privada.

jrestrep@gmail.com; @jrestrp

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/dos-prioridades-educacion-equidad-y-pertinencia

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