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América Latina: el péndulo se desplaza a la derecha

Por: James Petras

Introducción

Es evidente que en América Latina el péndulo se ha desplazado a la derecha en los últimos años. De esta observación surgen numerosas preguntas. ¿De qué tipo de derecha estamos hablando? ¿Por qué prospera? ¿Son sostenibles los regímenes derechistas? ¿Quiénes son sus aliados y sus adversarios internacionales? Una vez en el poder, ¿qué tal les ha ido y cuáles son los criterios por los que se mide su éxito o su fracaso?

Aunque la izquierda está en retroceso, retiene el poder en algunos estados. Surgen preguntas como: ¿Cuáles son las características de la izquierda actual? ¿Por qué algunos regímenes se mantienen mientras otros están en decadencia o han sido derrotados? ¿Podrá la izquierda recuperar su influencia? ¿Qué condiciones hacen falta para ello? ¿Qué programa deben llevar para atraer al electorado?

Empezaremos examinando el carácter y las políticas de la derecha y de la izquierda y hacia dónde se dirigen, para concluir analizando las dinámicas de sus programas, alianzas y perspectivas futuras.

La derecha radical: El rostro del poder

La pretensión de los regímenes de derechas es poner en marcha cambios estructurales: quieren reordenar la naturaleza del Estado, las relaciones sociales y económicas, la política exterior y las alianzas económicas. Regímenes de derecha radical gobiernan en Brasil, Argentina, México, Colombia, Perú, Paraguay, Guatemala, Honduras y Chile.

Los regímenes de extrema derecha han acometido cambios bruscos algunos países, mientras en otros los van incorporando gradualmente. Las transformaciones sufridas por Brasil y Argentina son ejemplos de cambios extremadamente regresivos destinados a invertir la distribución de la renta, las relaciones de propiedad, las alianzas internacionales y las estrategias militares. El objetivo es redistribuir los ingresos de manera ascendente, volver a concentrar la riqueza y la propiedad en el extremo superior de la pirámide social y en elementos externos al país, y plegarse a la doctrina imperial. Estos regímenes están dirigidos por gobernantes que hablan abiertamente en favor de los inversores nacionales y extranjeros más poderosos y son generosos en la adjudicación de subsidios y recursos públicos: practican una especie de “populismo para plutócratas”.

La llegada al poder y la consolidación de regímenes de extrema derecha en Argentina y Brasil se ha basado en varias intervenciones decisivas, que combinan elecciones y violencia, ´purgas e incorporaciones, propaganda en los medios de comunicación de masas y profunda corrupción.

Mauricio Macri contó con el apoyo de los principales medios convencionales, encabezados por el grupo del diario Clarín, así como por la prensa internacional financiera (Financial Times, Wall Street Journal). Los especuladores de Wall Street y el aparato político de Washington en el extranjero subsidiaron su campaña electoral.

Macri, su familia, sus amigotes y sus cómplices financieros transfirieron recursos públicos a cuentas privadas. Los popes políticos de provincias y sus actividades clientelares se unieron a los sectores adinerados de Buenos Aires para asegurar el voto en la capital. Una vez elegido, el régimen de Macri transfirió 5.000 millones de dólares al conocido especulador de Wall Street, Paul Singer firmando un crédito multimillonario, con altos tipos de interés; multiplicó por seis el impuesto a algunos servicios; privatizó el petróleo, el gas y terrenos públicos; y despidió a decenas de miles de funcionarios.

Macri organizó una purga política y la detención de dirigentes de la oposición, incluyendo a la antigua presidenta Cristina Fernández Kirchner. Varios activistas de provincias fueron encarcelados o incluso asesinados.

Macri ejemplifica la figura del triunfador desde la perspectiva de Wall Street, Washington y la élite empresarial porteña. Los salarios de los trabajadores argentinos se han reducido. Las compañías de servicios se han asegurado los mayores beneficios de la historia. Los banqueros duplicaron el índice de beneficios. Los importadores se han convertido en millonarios. Los ingresos de la agroindustria se dispararon al reducirse sus impuestos. Pero para las pequeñas y medianas empresas argentinas, el régimen de Macri ha sido un auténtico desastre. Miles de ellas han quebrado a causa del elevado coste de algunos servicios y la feroz competencia de las importaciones baratas chinas. Además de la caída de los salarios, el desempleo y el subempleo se han duplicado y el índice de pobreza extrema se ha triplicado.

La economía lucha por mantenerse a flote. La financiación de la deuda no ha conseguido promover el crecimiento, la productividad, la innovación y las exportaciones. La inversión extranjera se ha visto favorecida, ha conseguido pingües beneficios y saca fuera del país sus ganancias. La promesa de prosperidad apenas ha beneficiado a un cuarto de la población. Para debilitar el descontento público fruto de estas medidas, el régimen ha acallado las voces de los medios independientes, ha dado rienda suelta a las pandillas de matones que actúan contra los críticos y ha cooptado a los jefes sindicales maleables para que rompieran las huelgas.

Las protestas públicas y las huelgas se han multiplicado, pero el gobierno ha hecho oídos sordos y multiplicado la represión. Los líderes populares y los activistas han sido estigmatizados por los gacetilleros financiados por el gobierno.

A menos que se produzca un gran levantamiento social o un colapso económico, Macri se aprovechará de la fragmentación de la oposición para asegurar la reelección que le permita seguir actuando como un gánster de Wall Street. Macri está dispuesto a firmar nuevas bases militares y acuerdos de libre comercio con EE.UU. así como a incrementar la colaboración con la siniestra policía secreta de Israel, el Mossad.

Brasil ha puesto en práctica las mismas políticas derechistas de Macri. Tras alzarse con el poder mediante una operación de destitución falsaria, el gran estafador Michel Temer procedió acto seguido a desmantelar la totalidad del sector público, congelar los salarios por veinte años y ampliar la edad de jubilación de cinco a diez años. Temer estuvo a la cabeza de un millar de cargos electos corruptos en el saqueo multimillonario de la compañía estatal de petróleo y múltiples grandes proyectos de infraestructuras.

Golpe, corrupción y desacato quedaron ocultos por un sistema que garantiza la impunidad de los congresistas hasta que algunos fiscales independientes investigaron, acusaron y metieron en prisión a varias docenas de políticos, pero sin llegar a Temer. A pesar de contar con el 95 por ciento de desaprobación popular, el presidente Temer se mantiene en el cargo con el respaldo absoluto de Wall Street, el Pentágono y los banqueros de Sao Paulo.

Por otra parte, en México, el narcoestado asesino, continúan alternándose en el poder los dos partidos ladrones, el PRI y el PAN. Miles de millones de dólares obtenidos de manera ilícita por banqueros y mineras canadienses y estadounidenses continúan viajando a paraísos fiscales para su conveniente lavado. Los fabricantes mexicanos e internacionales han amasado inmensos beneficios que exportan a cuentas en el extranjero y paraísos fiscales . El país superó su triste record de evasión de impuestos al tiempo que ampliaba sus “zonas de libre comercio”, sinónimo de salarios bajos e impuestos reducidos a las empresas. Millones de mexicanos han cruzado la frontera para huir del capitalismo gansteril depredador. El flujo de cientos de millones de dólares de beneficios propiedad de multinacionales canadienses y estadounidenses son el resultado del “intercambio desigual” de capital estadounidense y mano de obra mexicana, que se mantiene en vigor gracias al fraudulento sistema electoral mexicano.

Al menos en dos ocasiones bien documentadas, las elecciones presidenciales de 1988 y 2006, los candidatos de izquierda Cuahtemoc Cárdenas y Manuel López Obrador ganaron con suficiente margen a sus contrincantes, para ver como posteriormente les robaba su triunfo un conteo fraudulento de los votos.

En Perú, los regímenes extractivistas de derechas han alternado entre la dictadura sangrienta de Fujimori y regímenes electorales corruptos. Lo que se mantiene sin cambios en la política peruana es la entrega de los recursos minerales del país al capital extranjero, la persistente corrupción y la explotación brutal de los recursos naturales por parte de corporaciones mineras de EE.UU. y Canadá, en regiones habitadas por comunidades indígenas.

La extrema derecha expulsó del poder a los gobiernos electos de centro izquierda de Fernando Lugo, en Paraguay (2008-2012) y Manuel Celaya en Honduras (2006-2009), con el apoyo activo y la aprobación del Departamento de Estado de EE.UU. Sus narcopresidentes ejercen ahora el poder mediante la represión contra los movimientos populares y el asesinato de decenas de campesinos y activistas urbanos. Este año, una elección burdamente amañada en Honduras ha asegurado la continuidad del régimen corrupto y las bases militares estadounidenses.

La difusión de la extrema derecha desde Centroamérica y México hasta el Cono Sur está preparando el terreno para la reimplantación de alianzas militares con Estados Unidos y acuerdos comerciales regionales.

El ascenso de la extrema derecha garantiza las privatizaciones más lucrativas y los mayores beneficios para los créditos otorgados por bancos extranjeros. La extrema derecha está preparada para aplastar el descontento popular y los desafíos electorales con violencia. Como mucho, permite que unas pocas élites con pretensiones nacionalistas se vayan alternando en el poder para ofrecer una fachada de democracia electoral.

El giro del centro-izquierda al centro-derecha

El desplazamiento político hacia la extrema derecha se ha extendido como una onda, y los gobiernos nominales de centro-izquierda se han desplazado hacia el centro-derecha.

El ejemplo más claro lo ofrece el Uruguay gobernado por el Frente Amplio de Tabare Vázquez, y Ecuador, con la reciente elección de Lenin Moreno de Alianza País. En ambos casos el terreno ya había sido preparado al reconciliarse estos partidos con los oligarcas de los partidos tradicionales derechistas. Los anteriores gobiernos de centro-izquierda de Rafael Correa, en Ecuador, y José Mújica en Uruguay consiguieron fomentar la inversión pública y las reformas sociales, usando una retórica izquierdista y capitalizando el aumento global de precios y la alta demanda de las exportaciones agrominerales para financiar sus reformas. Con la caída de los precios mundiales y la exposición pública de los casos de corrupción, los recién elegidos partidos de centro-izquierda nominaron a candidatos de centro-derecha que convirtieron las campañas anticorrupción en vehículos para la adopción de políticas económicas neoliberales.

Los nuevos presidentes de centro-derecha marginaron a los sectores más izquierdistas de sus respectivos partidos. En el caso de Ecuador, el partido se fraccionó y el nuevo presidente aprovechó para cambiar sus alianzas internacionales apartándose de la izquierda (Bolivia y Venezuela) y acercándose a Estados Unidos y la extrema derecha, al tiempo que abandonaba el legado de su predecesor en cuanto a programas sociales populares.

Con la caída de precios de los productos de exportación, los regímenes de centro-derecha ofrecieron generosos subsidios a los inversores extranjeros en agricultura y silvicultura en Uruguay y a los propietarios de minas y exportadores en Ecuador.

Los recién convertidos regímenes de centro-derecha se acercaron a sus homónimos ya asentados en Chile y se unieron al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), con las naciones asiáticas, Estados Unidos y la Unión Europea.

El centro-derecha ha intentado manipular la retórica social de los anteriores gobiernos de centro-izquierda con el fin de retener al electorado popular al tiempo que se aseguraba el apoyo de las élites empresariales.

La izquierda se desplaza hacia el centro-izquierda

El gobierno de Evo Morales en Bolivia ha demostrado una capacidad excepcional para mantener el crecimiento, asegurarse la reelección y neutralizar a la oposición combinando una política exterior de izquierda radical con una economía mixta público-privada de carácter moderado. A pesar de que Bolivia condena el imperialismo estadounidense, las principales multinacionales del petróleo, el gas, los metales y el litio han realizado fuertes inversiones en el país. Evo Morales ha moderado su postura ideológica pasando del socialismo revolucionario a una versión local de democracia liberal.

Al adoptar la economía mixta, Evo Morales ha conseguido neutralizar cualquier hostilidad abierta de Estados Unidos y los nuevos gobiernos de extrema derecha de la región.

Manteniendo su independencia política, Bolivia ha integrado sus exportaciones con los regímenes neoliberales de la región. Los programas económicos moderados de su presidente, la diversificación de las exportaciones minerales, la responsabilidad fiscal, las graduales reformas sociales y el apoyo de los movimientos sociales bien organizados han permitido la estabilidad política y la continuidad social, a pesar de la volatilidad de los precios de las materias primas.

Los gobiernos de izquierda de Venezuela, con Hugo Chávez y Nicolás Maduro han llevado un curso divergente con duras consecuencias. Totalmente dependiente de los precios internacionales del petróleo, Venezuela procedió a financiar generosos programas asistenciales en el ámbito interno y en el exterior. Bajo el liderazgo del presidente Chávez, Venezuela adoptó una consecuente política antiimperialista y se opuso al acuerdo de libre comercio promovido por EE.UU. (ALCA) con una alternativa antiimperialista, la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA).

Los programas sociales progresistas y las ayudas económicas a los aliados extranjeros, sin dedicar recursos a diversificar la economía y los mercados ni incrementar la producción, estaban basados en los ingresos elevados constantes procedentes de un único y volátil producto de exportación: el petróleo.

A diferencia de la Bolivia de Evo Morales, que edificó su poder con el respaldo de una base popular organizada, disciplinada y con conciencia de clase, Venezuela contaba con una alianza electoral amorfa compuesta por habitantes de los suburbios humildes, tránsfugas de los partidos tradicionales corruptos (de todo el espectro) y oportunistas en busca de un puesto y beneficios. La educación política se reducía a consignas para corear, vítores al presidente y la distribución de bienes de consumo.

Los tecnócratas y políticos venezolanos afines al régimen ocupaban posiciones muy lucrativas, sobre todo en el sector petrolero, y no tenían que rendir cuentas ante consejos de trabajadores o auditorías públicas competentes. La corrupción era generalizada y se robaron miles de millones de dólares procedentes de la riqueza petrolera. Este saqueo era tolerado por el flujo constante de petrodólares motivado por los elevados precios históricos y el auge de la demanda. Todo ello condujo a un extraño escenario en el que el gobierno hablaba de socialismo y financiaba enormes programas sociales mientras los principales bancos, la distribución de alimentos, la importación y el transporte eran controlados por oligarcas hostiles al régimen que se embolsaban enormes beneficios mientras fabricaban la escasez de artículos y promovían la inflación. A pesar de todos estos problemas, los votantes venezolanos avalaron al gobierno en una serie de victorias electorales, sin prestar atención a los agentes de EE.UU. y los políticos de la oligarquía. Esta dinámica de triunfos llevó al régimen a pensar que el modelo socialista bolivariano era irrevocable.

La precipitada caída de los precios del petróleo, de la demanda global y de los beneficios procedentes de las exportaciones llevó a un retroceso de las importaciones y del consumo. A diferencia de Bolivia, las reservas de divisas menguaron, el saqueo rampante de miles de millones fue finalmente sacado a la luz y la oposición derechista apoyada por EE.UU. recurrió a la “acción directa” violenta y al sabotaje, al tiempo que acaparaba alimentos, bienes esenciales de consumo y medicamentos. La escasez dio paso a un mercado negro generalizado. La corrupción del sector público y el control que ejerce la oposición hostil de la banca privada, el sector minorista y el industrial, con el respaldo de Estados Unidos, paralizó la economía. La economía entró en caída libre y el apoyo electoral se ha debilitado. A pesar de los graves problemas del régimen, la mayoría de votantes de renta baja comprendió que sus probabilidades de sobrevivir bajo la oposición oligárquica apoyada por EE.UU. serían todavía peores y la asediada izquierda ha continuado ganando las elecciones regionales y municipales celebradas durante 2017.

La vulnerabilidad económica de Venezuela y el índice de crecimiento negativo han provocado un aumento de la deuda pública. La animadversión de los regímenes de extrema derecha de la región y las sanciones económicas dictadas por Washington han acentuado la escasez de alimentos y el desempleo.

Bolivia, por el contrario, consiguió derrotar los intentos de golpe de Estado promovidos por las élites locales y EE.UU. entre 2008 y 2010. La oligarquía regional de Santa Cruz tuvo que decidir entre compartir sus beneficios y la estabilidad social sellando pactos sociales (con trabajadores y campesinos, la capital y el Estado) con el gobierno de Morales o hacer frente a una alianza del gobierno y el movimiento sindical dispuesto a expropiar sus posesiones. Las élites optaron por la colaboración económica manteniendo una discreta oposición electoral.

Conclusión

La izquierda ha perdido casi todo el poder estatal. Es probable que la oposición a la extrema derecha vaya en aumento dado el ataque grave e inflexible que están sufriendo los ingresos y las pensiones; el aumento del coste de la vida; las graves reducciones en los programas sociales y los ataques al empleo en el sector público y el privado. La extrema derecha tiene varias opciones y ninguna de ellas ofrece concesiones a la izquierda. Han elegido reforzar las medidas policiales (la “solución Macri”); intentan fragmentar a la oposición negociando con líderes sindicales y políticos oportunistas; y sustituyen a los gobernantes caídos en desgracia con nuevas caras que continúen sus mismas políticas (la solución brasileña).

Los antiguos partidos, movimientos y dirigentes revolucionarios de izquierda han evolucionado hacia la política electoral, las protestas y la acción sindical. Por el momento, no representan una alternativa política a nivel nacional.

El centro-izquierda, especialmente en Brasil y Ecuador, está en una posición fuerte y cuenta con líderes dinámicos (Lula Da Silva y Correa) pero tiene que enfrentarse a acusaciones falsas promovidas por fiscales derechistas que pretenden excluirlos de la contienda electoral. A menos que los reformistas de centro-izquierda tomen parte en acciones de masas prolongadas y a gran escala, la extrema derecha conseguirá debilitar su recuperación política.

El Estado imperial de EE.UU. ha recuperado temporalmente regímenes títere, aliados militares y recursos y mercados económicos. China y la Unión Europea se aprovechan de las óptimas condiciones económicas que les ofrecen los regímenes de extrema derecha. El programa militar estadounidense ha conseguido neutralizar la oposición radical en Colombia y el régimen de Trump ha impuesto nuevas sanciones a Cuba y Venezuela.

Pero la celebración triunfalista del régimen de Trump es prematura: no ha logrado ninguna victoria estratégica decisiva, a pesar de los progresos a corto plazo conseguidos en México, Brasil y Argentina. No obstante, las grandes fugas de beneficios, transferencias de propiedades a inversores extranjeros, tasas fiscales favorables, bajos aranceles y las políticas de comercio todavía no han generado nuevas infraestructuras productivas, crecimiento sostenible ni han asegurado las bases económicas. La maximización de los beneficios y el descuido de las inversiones en productividad e innovación para promover la demanda y los mercados internos han provocado la bancarrota de miles de pequeños y medianos locales comerciales e industrias. Esto se ha traducido en un aumento del desempleo crónico y del empleo de mala calidad. La marginación y la polarización social están creciendo a falta de liderazgo político. Esas condiciones provocaron levantamientos “espontáneos” en Argentina en 2001, en Ecuador en 2000 y en Bolivia en 2005.

Puede que la extrema derecha en el poder no provoque una rebelión de la extrema izquierda, pero sus políticas seguramente socavarán la estabilidad y la continuidad de los regímenes actuales. Como mínimo, pueden hacer surgir cierta versión del centro-izquierda que restaure los regímenes de bienestar y empleo actualmente hechos pedazos.

Mientras tanto, la extrema derecha seguirá presionando con su plan perverso que combina un profundo retroceso del bienestar social, la degradación de la soberanía nacional y el estancamiento económico con una formidable maximización de beneficios.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=235687

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¿Hacia dónde va Turquía?

Por: James Petras

 Los siete pecados capitales del presidente Erdogan

Oriente Próximo está siendo devastado por múltiples guerras. Turquía se ha metido en medio de la mayor parte de estos conflictos regionales y ha terminado perdiendo.

Bajo la presidencia de Recep Tayyip Erdogan, Turquía ha intervenido en alianza con toda una lista negra de señores de la guerra, terroristas-mercenarios, expansionistas sionistas, potentados feudales y siniestros jefes tribales, que han acarreado desastrosas consecuencias económicas, políticas y militares para la nación turca.

En este artículo analizaremos la conducta y la política interior y exterior turca de los últimos diez años. Como conclusión, extraeremos lecciones que puedan ayudar a las potencias de tamaño mediano a tomar futuras decisiones.

Desastres en política interna del presidente Erdogan

Durante la primera década del siglo XXI, Erdogan se unió en alianza estratégica con una influyente organización semiclandestina, “Hizmet”, dirigida por el clérigo Fethullah Gülen, convenientemente autoexiliado en Estados Unidos y bajo la protección del aparato de inteligencia estadounidense. El objetivo de este matrimonio de conveniencia era debilitar a la oposición izquierdista, laica e influida por el nacionalismo de Ataturk. Armado con un tesoro oculto de documentos falsos gülenistas, Erdogan purgó al ejército de sus líderes nacionalistas seguidores del legado de Ataturk. Prosiguió marginando al partido republicano laico y reprimiendo a los sindicatos de izquierdas, a los movimientos sociales y a académicos de prestigio, periodistas, escritores y estudiantes activistas. Con el respaldo del movimiento de Gülen, “Hizmet” (“el servicio”), Erdogan celebró sus triunfos y revalidó su liderazgo en múltiples elecciones.

Al inicio, Erdogan no supo reconocer que el movimiento Hizmet actuaba como una organización política subversiva, penetrando en el aparato del Estado a través de una densa red de organizaciones burocráticas, militares, judiciales, policiales y de la sociedad civil, vinculadas con la CIA y el ejército de EE.UU. y que mantenían relaciones amistosas con los estrategas israelíes.

En 2013, Erdogan sintió una enorme presión por parte del Hizmet, que pretendía desacreditarle y derribar su régimen haciendo públicas las prácticas corruptas que le involucraban a él mismo y a su familia y llevar a cabo una “revolución de color turquesa”, una réplica de otros “cambios de régimen”.

Al descubrir su vulnerabilidad interna, Erdogan procedió a restringir el poder y el alcance de los medios de comunicación controlados por los gülenistas. Todavía no estaba preparado para lidiar con el enorme poder de las élites relacionadas con el Hizmet. En julio de 2016, los gülenistas dirigieron un golpe militar con el apoyo tácito del ejército estadounidense destinado en Turquía. El golpe fue desbaratado por una gran movilización popular con el respaldo de las fuerzas armadas.

A partir de entonces, Erdogan se dedicó a purgar concienzudamente a todos los seguidores del Hizmet del ejército, la administración pública, las escuelas, la prensa y las instituciones públicas y privadas. Amplió su purga para incluir en ella a dirigentes políticos laicos y nacionalistas que siempre se habían opuesto a los gülenistas y a su intento de golpe de Estado.

Como resultado del fallido golpe de Estado y la subsecuente purga, Erdogan fracturó y debilitó todos los aspectos del Estado y de la sociedad civil, para acabar controlando un Estado debilitado con un mundo empresarial, educativo y cultural degradado.

El golpe de Estado gülenista fue inspirado y dirigido por el líder supremo del movimiento, Fetullah Gülen, a resguardo en su finca privada “secreta” en Estados Unidos. Está claro que este país participó en el golpe, por lo que rechazó las demandas de extradición de Güllen por parte de Erdogan.

La subordinación de Erdogan a la OTAN ha debilitado sus intentos de llegar hasta las raíces del golpe de Estado y su estructura de poder interna y externa. Las bases de Estados Unidos/OTAN en Turquía siguen ejerciendo su influencia sobre el ejército.

Como secuela del golpe de Estado, el declive de la influencia gülenista en la economía contribuyó a crear un vuelco económico de las inversiones y el crecimiento. La purga de la sociedad civil y del ejército redujo la preparación militar del ejército turco y alejó al electorado demócrata. Erdogan casi perdió su candidatura a la presidencia tras su anterior purga en 2014.

Desastres en política exterior del presidente Erdogan

Un gobernante es perverso cuando debilita su ejército, reprime a sus ciudadanos y se lanza a una serie de aventuras arriesgadas en el extranjero. Eso es exactamente lo que Erdogan ha hecho en los últimos años.

En primer lugar, apoyó un levantamiento terrorista en Siria, suministrando armas, reclutando “voluntarios” extranjeros y permitiéndoles cruzar sin restricciones la frontera turca. Muchos de estos terroristas unieron sus fuerzas con los kurdos sirios, iraquíes y turcos y establecieron bases militares fronterizas.

En segundo lugar, Erdogan desarrolló una campaña electoral difamatoria entre los millones de turcos residentes en Alemania, violando la soberanía de aquella poderosa nación. Esto aumentó las tensiones con Alemania y la animosidad del país que había sido su mayor aliado en el proceso de integración de Turquía en la UE, poniendo de hecho fin al mismo.

En tercer lugar, Erdogan respaldó la invasión y el bombardeo de Libia por parte de la OTAN que supuso la muerte del presidente Gadafi, quien había sido una voz independiente y capaz de servir como posible aliado contra una intervención imperial en el norte de África.

En cuarto lugar, Erdogan manifestó su apoyo al breve gobierno de Mohamed Morsi y los Hermanos Musulmanes en Egipto tras su victoria electoral de 2012, posterior al levantamiento de la “primavera árabe” en 2011. Apoyaba una fórmula parecida a su propia política turca de exclusión de la oposición seglar democrática. Esto provocó un golpe de Estado sangriento encabezado por el general Abdel Sisi en julio de 2013, una lección no aprendida por Erdogan.

En quinto lugar, las buenas relaciones de facto de Erdogan con Israel –a pesar de sus críticas verbales– tras el asesinato por parte de Tel Aviv de nueve activistas no violentos que intentaban romper el bloqueo mortal de Gaza, debilitó sus relaciones con el mundo árabe propalestino y con los nacionalistas turcos.

En sexto lugar, Erdogan desarrolló unas lucrativas relaciones con el señor de la guerra kurdo-iraquí Masoud Barzani, facilitando el flujo de petróleo hacia Israel. Los negocios petroleros ilícitos del propio Erdogan con Barzani reforzaron la causa del separatismo kurdo y expusieron la corrupción generalizada de los negocios de la familia Erdogan.

En séptimo lugar, Erdogan provocó graves tensiones militares con Rusia al derribar un avión militar ruso en Siria. Este hecho dio lugar a un boicot económico que redujo los ingresos derivados de la exportación, devastando el sector turístico y añadiendo a Moscú a su extensa lista de adversarios: Irak, Palestina, Siria, Arabia Saudí, Estados Unidos, Alemania, Hezbolá e Irán.

Y, por si todo esto fuera poco, Erdogan ha apoyado a Qatar, el pequeño Estado petrolero del Golfo, enviando tropas y suministros para contrarrestar la amenaza de Arabia Saudí, las restantes monarquías petroleras y Egipto, aliados y seguidores de Estados Unidos.

A pesar de sus abundantes políticas desastrosas, tanto domésticas como exteriores, Erdogan no ha aprendido nada ni ha olvidado nada. Cuando Israel apoyó a los kurdos iraquíes a organizar el “referéndum” de independencia cuya meta, en último término, era anexar los ricos campos petrolíferos del norte de Irak, Erdogan resolvió no hacer nada a pesar de la amenaza que ello suponía para la seguridad nacional turca. Se limitó a amenazar verbalmente con cortar el acceso de los kurdos a los oleoductos de Ankara sin adoptar pasos concretos. Erdogan prefirió embolsarse los impuestos derivados del tránsito de petróleo, enemistando a Irak con Siria y fortaleciendo las relaciones entre el Kurdistán iraquí y sus homólogos secesionistas en Siria y Turquía.

Cuando Estados Unidos apoyó el golpe gülenista, Erdogan no fue capaz de cerrar sus bases militares en Turquía, por lo que el ejército turco sigue estando muy influido por la presencia estadounidense. Esto abre la posibilidad de un nuevo levantamiento.

La palabrería desplegada por Erdogan en torno al “nacionalismo” ha servido principalmente como instrumento político para la represión de los partidos y sindicatos democráticos y las comunidades kurdas y alevíes.

El apoyo inicial y posterior oposición de Erdogan a los grupos terroristas yihadistas que buscaban derribar el gobierno secular-nacionalista de Damasco ha provocado una “reacción” del yihadismo: células terroristas del ISIS han realizado atentados contra civiles en Ankara, provocando gran número de bajas.

Conclusión

La alianza inescrupulosa, oportunista y proimperialista de Erdogan con la OTAN demuestra la incapacidad de un aspirante a potencia regional emergente para encontrar su lugar en el Imperio Estadounidense.

Erdogan pensaba que su condición de fiel “aliado” de Estados Unidos protegería a Turquía de un golpe de Estado. No fue consciente de que se había convertido en un peón desechable dentro de los planes estadounidenses de establecer gobernantes más serviles (como los gülenistas) en Oriente Próximo.

Erdogan estaba convencido de que colaborando con Estados Unidos para derribar al presidente sirio Bashar al-Ássad conseguiría anexionar el norte de Siria a Turquía. En lugar de eso, Erdogan terminó prestando un servicio a los kurdos sirios, apoyados por EE.UU., vinculados a los kurdos turcos. Intentando fraccionar Siria y destrozar su Estado y su gobierno, Erdogan contribuyó a reforzar el expansionismo interfronterizo kurdo.

Erdogan no ha sido capaz de asumir la regla básica de todo gobierno imperial: No existen los aliados permanentes, solo los intereses permanentes. Erdogan creyó que si actuaba como sustituto de Estados Unidos, Turquía sería “recompensada” con una parcela de poder, riqueza y territorio en Oriente Próximo. En lugar de eso, Estados Unidos, actuando como cualquier potencia imperial, utilizó a Turquía cuando fue le convino y se deshizo después de Erdogan, como de un condón usado.

El antiimperialismo no es solo un ideal y un principio ético o moral; es una forma realista de enfocar la salvaguarda de la soberanía, las políticas democráticas y las alianzas significativas.

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=232849

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La militarización de la política en Estados Unidos

Por: James Petras

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Los militares juegan un papel cada vez mayor a la hora de definir la agenda de política exterior y, por extensión, de política interior en Estados Unidos. El ascenso de “los generales” a puestos estratégicos del régimen de Trump es evidente y ello refuerza la autonomía del ejército en la determinación de la agenda de política estratégica.

En este artículo analizaremos las ventajas que aportan los planes bélicos a la élite militar y las razones por las cuales “los generales” han conseguido imponer su punto de vista sobre la realidad internacional.

Examinaremos la influencia del estamento militar sobre el gabinete civil de Trump, consecuencia de la degradación implacable de la presidencia que lleva a cabo la oposición política.

El preludio a la militarización: la estrategia de múltiples guerras de Obama y sus consecuencias

El papel fundamental que desempeña el ejército en la elaboración de la política exterior de EE.UU. tiene su origen en las decisiones estratégicas tomadas durante la presidencia de Obama-Clinton. En ese periodo se implementaron una serie de políticas que influyeron enormemente en el advenimiento de un poder político-militar sin precedentes.

1- El enorme incremento de las tropas destinadas a Afganistán y sus subsecuentes fracasos y retirada debilitaron el régimen Obama-Clinton y aumentaron la animosidad entre los militares y la Administración Obama. A consecuencia de sus fracasos, Obama rebajo la reputación las fuerzas armadas y debilitó su autoridad como presidente.

2- Los bombardeos masivos y destrucción de Libia, el derrocamiento del régimen de Gadafi y la incapacidad de la administración Obama-Clinton para imponer un gobierno títere, pusieron de manifiesto las limitaciones del poder aéreo estadounidense y la ineficacia de su intervención político-militar. El presidente equivocó fatalmente su política exterior en el Norte de África y demostró su ineptitud militar.

3- La invasión de Siria por parte de mercenarios y terroristas financiados por Estados Unidos le vinculó a un aliado poco de fiar en una guerra en la que tenía todas las de perder. Ello provocó una reducción del presupuesto militar y persuadió a los generales de que el control de las guerras extranjeras y la política exterior era la única manera de salvaguardar sus posiciones.

4- La intervención militar de Estados Unidos en Irak tuvo una importancia secundaria en la derrota del Estado Islámico; los principales actores y beneficiarios fueron Irán y las milicias chiíes iraquíes aliadas.

5- La Administración Obama-Clinton organizó el golpe de Estado en Ucrania y facilitó la toma del poder a una junta militar corrupta e incompetente. Esto provocó la secesión de Crimea (que se unió a Rusia) y de Ucrania Oriental (aliada a Rusia). Los generales fueron marginados y descubrieron que se habían aliado con los cleptócratas ucranianos e incrementado peligrosamente la tensión política con Rusia. EE.UU. dictó sanciones económicas contra Moscú intentando desviar la atención de sus ignominiosos fracasos político-militares.

Trump se encontró con un legado de la administración Obama-Clinton levantado sobre tres patas: un orden internacional basado en las agresiones militares y la confrontación con Rusia; un “pivote hacia Asia” basado en el cerco militar y el aislamiento económico de China logrado mediante amenazas de guerra y sanciones económicas contra Corea del Norte; y el uso del ejército como guardia pretoriana de los tratados de libre comercio en Asia, que excluyen a China.

El legado de Obama consiste en un orden internacional de capital globalizado y múltiples guerras y su continuidad dependía inicialmente de la elección de Hillary Clinton como presidenta.

Por su parte, Donald Trump prometió en la campaña presidencial desmantelar o revisar drásticamente la Doctrina Obama que basaba el orden internacional en el mantenimiento de múltiples guerras, una visión “neocolonialista” de la nación y el libre comercio. El furioso presidente saliente comunicó al recién llegado que si procedía a cumplir sus promesas electorales de un nacionalismo económico se encontraría con la hostilidad conjunta de todo el aparato del Estado, Wall Street y los medios de comunicación de masas, con lo que socavaría el orden global centrado en torno a Estados Unidos.

La apuesta de Trump era cambiar las sanciones económicas y la confrontación militar de Obama por la reconciliación económica con Rusia, pero se encontró con el avispero de acusaciones sobre la supuesta conspiración electoral con Rusia, que insinuaban que había cometido traición, y con los juicios ejemplares a sus aliados más próximos y a miembros de su propia familia.

La fabricación mediática del complot Trump-Rusia fue solo el primer paso de una guerra total contra el nuevo presidente que consiguió debilitar su agenda económica nacionalista y su intención de cambiar el orden global de Obama.

Trump bajo el orden internacional de Obama

Tras solo ocho meses en el poder, el presidente Trump sucumbió impotente a los despidos, dimisiones y humillación de todos y cada uno de sus nombramientos civiles, especialmente aquellos empeñados en revertir el “orden internacional” de Obama.

Trump fue elegido para reemplazar las guerras, sanciones e intervenciones militares por acuerdos económicos que beneficiaran a las clases trabajadora y media de Estados Unidos. Eso implicaba acabar con los prolongados y dispendiosos compromisos de las fuerzas armadas en la “construcción de naciones” (ocupación), en Irak, Afganistán, Siria, Libia y otras zonas sin fin de guerra planeadas por Obama.

Se suponía que las prioridades militares de Trump eran el refuerzo de las fronteras nacionales y de los mercados extranjeros. Comenzó solicitando a sus socios de la OTAN que asumieran sus propias responsabilidades en defensa y pagaran por ellas. A los partidarios del orden global de Obama de ambos partidos les horrorizaba que Estados Unidos pudiera perder el control absoluto de la OTAN; inmediatamente se unieron y se movilizaron para despojar a Trump de sus aliados económicos nacionalistas y desmontar sus programas.

Trump se dio por vencido enseguida y se adaptó al orden internacional de Obama, con una única salvedad: él mismo seleccionaría el gabinete que pusiera en marcha el viejo/nuevo orden internacional.

Maniatado, Trump eligió una cohorte de generales encabezada por el general James Mattis (conocido como “Perro Loco”) como ministro de Defensa. Los generales se hicieron cargo de la presidencia. Trump abdicó de sus responsabilidades.

General Mattis: la militarización de Estados Unidos

El general Mattis asumió el legado de Obama y le añadió su propio matiz incluyendo la “guerra psicológica” incorporada a las declaraciones exaltadas de Trump en Twitter.

La “doctrina Mattis” combina amenazas graves con provocaciones agresivas, lo que sitúa a Estados Unidos (y al resto del mundo) al borde de una guerra nuclear. El general ha adoptado los objetivos y los campos de operaciones definidos por la anterior Administración dispuesto a reforzar el orden imperialista internacional existente.

Las políticas de la junta se han basado en las provocaciones y amenazas contra Rusia y el aumento de las sanciones económicas. Mattis echó más gasolina al fuego de la retórica antirusa, ya bastante candente, de los medios de comunicación de masas. El general fomentó una estrategia de “matonismo diplomático” de baja intensidad, incluyendo una invasión de las oficinas diplomáticas rusas que no tenía precedente y la expulsión inmediata de diplomáticos y personal consular.

Estas amenazas militares y estos actos de intimidación diplomática dan a entender que la Administración de los generales del títere Trump está dispuesta a destrozar las relaciones diplomáticas con una gran potencia nuclear mundial y, por ende, a llevar al mundo a una confrontación nuclear directa.

Lo que Mattis pretende con estas disparatadas agresiones es nada menos que obligar al gobierno ruso a capitular ante los antiguos objetivos militares de Estados Unidos: la partición de Siria (que se inició con Obama), la imposición de sanciones severas a Corea del Norte (que se inició con Clinton) y el desarme de Irán (principal objetivo de Tel Aviv) conducente a su desmembración.

La junta de Mattis que ocupa la Casa Blanca endureció las amenazas a una Corea del Norte, que, en palabras de Putin, “antes estaría dispuesta a alimentarse de hierba que al desarme”. Los megáfonos de los medios de comunicación y del ejército pintan a los norcoreanos, víctimas de las sanciones estadounidenses, como una amenaza “existencial” al continente norteamericano.

Las sanciones se han endurecido. Hay presiones para desplegar armamento nuclear en Corea del Sur. Se planean y se ejecutan maniobras militares masivas por tierra, mar y aire en torno a Corea del Norte. Mattis retorció el brazo a los chinos (principalmente a los burócratas empresarios relacionados con las compras) y se aseguró de que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara un aumento de las sanciones. Y Rusia se unió al coro anti Pyongyang ¡a pesar de que Putin advirtió de la ineficacia de las sanciones! (¡Como si el general Perro Loco fuera a tomar en serio el consejo de Putin, especialmente una vez que Rusia votó a su favor!).

Mattis también ha incrementado la militarización del Golfo Pérsico, continuando la política de sanciones parciales y provocaciones belicosas contra Irán.

Cuando trabajaba para Obama, Mattis aumentó los cargamentos de armas estadounidenses destinados a los terroristas sirios y los títeres ucranianos, para estar seguro de que Estados Unidos pudiera echar por tierra cualquier “acuerdo negociado”.

Evaluación de la militarización

Se supone que al recurrir a “sus generales” Trump contrarresta cualquier ataque sobre política exterior que pueda recibir por parte de su propio partido o de congresistas demócratas. El nombramiento de Mattis “Perro Loco”, conocido rusófobo y belicista, ha servido para pacificar hasta cierto punto su oposición en el Congreso y debilitar cualquier “hallazgo” de conspiración electoral entre Trump y Moscú expuesto por el investigador especial Robert Mueller. Trump mantiene su papel como presidente nominal adaptándose a lo que Obama le advirtió que era el “orden internacional”, ahora dirigido por una junta militar no elegida ¡compuesta por remanentes del gobierno Obama!

Los generales proporcionan una apariencia de legitimidad al régimen de Trump (especialmente para los demócratas belicistas y los medios de comunicación). Sin embargo, el traspaso de los poderes presidenciales a Mattis “Perro Loco” y sus secuaces tendrá un alto precio.

Aunque la junta militar pueda proteger el flanco de política exterior de Trump, no sirve para reducir los ataques a sus proyectos internos. Por si fuera poco, el compromiso sobre presupuesto que Trump propuso a los demócratas ha enfurecido a los líderes de su propio partido.

En resumen, la militarización de la Casa Blanca producto del debilitamiento de la posición de Trump beneficia a la junta militar y aumenta el poder de esta. De momento, el programa de Mattis “Perro Loco” ha tenido resultados diversos: las amenazas de lanzar una guerra preventiva (posiblemente nuclear) contra Corea del Norte ha reforzado la determinación de Pyongyang de desarrollar y perfeccionar su capacidad de misiles balísticos de medio y largo alcance y sus armas nucleares. Las políticas suicidas no han conseguido intimidar a Corea del Norte. Mattis no ha podido imponer la doctrina Clinton-Bush-Obama dirigida a despojar a los países (como Libia e Irak) de sus armas defensivas avanzadas como preludio de una invasión estadounidense de “cambio de régimen”.

Cualquier ataque de EE.UU. a Corea del Norte provocaría represalias masivas que se cobrarían decenas de miles de vidas de militares estadounidenses y causarían la muerte y lesiones a millones de civiles en Corea del Sur y Japón.

Lo más que ha conseguido “Perro Loco” ha sido intimidar a las autoridades chinas y rusas (y a sus multimillonarios colegas de negocios de exportación) para que aumenten las sanciones económicas contra Corea del Norte. Mattis y sus aliados en la ONU y la Casa Blanca (la chiflada Nikki Haley [1] y el miniaturizado presidente Trump) pueden llamar a la guerra, pero no pueden aplicar la llamada “opción militar” sin amenazar a las fuerzas armadas estadounidenses desplegadas a lo largo de la región de Asia-Pacífico.

El asalto de Mattis “Perro Loco” a la embajada rusa no debilitó sustancialmente a Rusia, pero ha desvelado la inutilidad de la diplomacia conciliatoria de Moscú hacia sus supuestos “socios” del régimen de Trump.

El resultado final puede conducir a una ruptura formal de las relaciones diplomáticas, que incrementaría el riesgo de una confrontación militar y un holocausto nuclear global.

La junta militar está presionando a China para que actúe contra Corea del Norte con el objetivo de aislar el régimen de Pyongyang y reforzar el cerco militar estadounidense a Pekín. “Perro Loco” ha obtenido un éxito parcial al volver a China contra Corea del Norte al tiempo que garantizaba sus instalaciones avanzadas de misiles THADD en Corea del Sur, que apuntarán directamente a Pekín. Estos son los triunfos a corto plazo de Mattis frente a los excesivamente dóciles burócratas chinos. Pero si “Perro Loco” intensifica las amenazas militares directas contra China, Pekín puede tomar represalias deshaciéndose de miles de millones de bonos del Tesoro estadounidense, cortando relaciones diplomáticas, sembrando el caos en la economía de EE.UU. y enfrentando a Wall Street con el Pentágono

El aumento de tropas llevado a cabo por Mattis en Afganistán y en Oriente Próximo no servirá para intimidar a Irán ni conducirá a ningún triunfo militar. Por el contrario, implicas grandes gastos y pocas ganancias, tal y como descubrió Obama tras casi una década de derrotas, fiascos y pérdidas multimillonarias.

Conclusión

La militarización de la política exterior de Estados Unidos, el establecimiento de una junta militar en el seno de la Administración Trump y el recurso a la política arriesgada de la amenaza nuclear no ha cambiado el equilibrio de poder global.

En el ámbito interno, la presidencia nominal de Trump depende de militaristas como el general Mattis. Mattis ha intensificado el control sobre los aliados de la OTAN, atrayendo incluso a alguna oveja descarriada como Suecia, para que se unan a Estados Unidos en una cruzada militar contra Rusia. Ha aprovechado la pasión que sienten los medios de comunicación por los titulares belicosos y su adulación a los generales de cuatro estrellas.

Pero, a pesar de todo eso, Corea del Norte permanece impávida porque puede tomar represalias. Rusia posee miles de armas nucleares y sigue siendo el contrapoder en un planeta dominado por Estados Unidos.

China es dueña del Tesoro de Estados Unidos y no se deja impresionar, a pesar de la presencia de una armada estadounidense cada vez más dispuesta al choque a lo largo de todo el mar meridional de China.

“Perro Loco” se entusiasma con la atención mediática, encarnada en periodistas bien vestidos y con una escrupulosa manicura que no pierden detalle de todos y cada uno de sus discursos sanguinarios. Los contratistas de la guerra le rodean como un enjambre de moscas en torno a la carroña. Este general de cuatro estrellas ha alcanzado un estatus presidencial sin haber ganado ningunas elecciones (falsas o no). No hay duda de que cuando deje el cargo se convertirá en el más deseado miembro de consejo de administración o asesor especialista de los grandes contratistas militares estadounidenses de la historia de EE.UU. Recibirá lucrativos honorarios por charlas estimulantes de media hora y consolidará las sustanciosas prebendas del nepotismo para las tres siguientes generaciones de su familia. Podría incluso presentarse para senador o incluso presidente por cualquiera de los dos partidos.

La militarización de la política exterior de Estados Unidos nos ofrece importantes lecciones:

La primera de todas es que la escalada de las amenazas de guerra no triunfa si el objetivo es desarmar a adversarios que poseen capacidad para contraatacar. La intimidación mediante sanciones puede imponer penurias económicas importantes a los regímenes dependientes de la exportación de petróleo, pero no a las economías endurecidas, autosuficientes o muy diversificadas.

Las maniobras bélicas multilaterales de baja intensidad refuerzan las alianzas encabezadas por EE.UU., pero al mismo tiempo convencen a sus adversarios de que deben aumentar su preparación militar. Las guerras de intensidad media contra adversarios no nucleares pueden servir para tomar ciudades importantes, como en Irak, pero el ocupante se enfrenta a costosas y prolongadas guerras de erosión que pueden socavar la moral del ejército, provocar malestar en el ámbito nacional y elevar el déficit presupuestario. Y generan millones de refugiados.

Las políticas militares arriesgadas pueden traer cuantiosas pérdidas en vidas, aliados y territorio y montones de cenizas radioactivas… ¡una victoria pírrica!

En resumen:

Las amenazas y la intimidación solo funcionan contra adversarios conciliadores. La matonería verbal poco diplomática puede hacer que surjan el espíritu pendenciero y algunos aliados, pero tiene pocas posibilidades de convencer a los adversarios de que se rindan. La política estadounidense de militarización mundial excede a sus propias fuerzas armadas y no ha logrado ninguna victoria militar permanente.

¿Hay alguna voz dentro de los militares estadounidenses de ideas claras, esos que no se deslumbran por el brillo de sus estrellas o de sus estúpidos admiradores de los medios de comunicación, dispuesta a defender la reconciliación global y más respeto mutuo entre las naciones? El Congreso de Estados Unidos y los medios de comunicación corruptos han demostrado su incapacidad para evaluar los desastres del pasado, así que mucho menos podrán forjar una respuesta eficaz a las nuevas realidades globales.

FUENTE: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=231860

 

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¿Quién gobierna América?

Por: James Petras

La élite del poder en tiempos de Trump

Introducción

En los últimos meses varios sectores políticos, económicos y militares en competencia –ligados a distintos grupos ideológicos y étnicos– han surgido claramente en los centros de poder.

Podemos identificar algunas claves de la competencia y direcciones entrelazadas de la elite del poder:

  1. Neoliberales [free marketers], con la presencia omnipresente del grupo «Israel First».
  2. Capitalistas nacionales, vinculados a los ideólogos de derecha.
  3. Generales,  vinculados a la seguridad nacional y al aparato del Pentágono, así como a la industria de defensa.
  4. Elites empresariales, vinculadas al capital global.

Este ensayo intenta definir a los poderosos, evaluar su rango de poder y su impacto.

La elite del poder económico: el grupo “Israel-First” y los CEOs2 de Wall Street

El grupo “Israel First” domina las principales posiciones económicas y políticas dentro del régimen de Trump y, curiosamente, está entre los opositores más vociferantes de la Administración. Estos incluyen: la presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen, así como su vicepresidente, Stanley Fischer, ciudadano israelí y exgobernador (sic) del Banco de Israel.

Jared Kushner, el yerno del presidente Trump y un judío ortodoxo, actúa como su principal asesor en asuntos de Medio Oriente. Kushner, un magnate inmobiliario de Nueva Jersey, se estableció como el archienemigo de los nacionalistas económicos en el círculo interno de Trump. Apoya todo el poder israelí y la toma de tierras en el Medio Oriente y trabaja en estrecha colaboración con David Friedman, Embajador de EE.UU. en Israel (y fanático partidario de los asentamientos judíos ilegales) y Jason Greenblatt, representante especial para las negociaciones internacionales. Con tres Israel-First’ers determinando la política de Medio Oriente, no hay ningún contrapeso.

El Secretario del Tesoro es Steven Mnuchin, exejecutivo de Goldman Sachs, quien lidera el ala del mercado libre neoliberal del sector de Wall Street dentro del régimen de Trump. Gary Cohn, un influyente de Wall Street desde hace mucho tiempo, encabeza el Consejo Económico Nacional. Forman los principales asesores de negocios y lideran la coalición neoliberal, anti-nacionalista, comprometida a socavar las políticas económicas nacionalistas de Trump.

Una voz influyente en la oficina del Fiscal General es Rod Rosenstein, quien nombró a Robert Mueller como el investigador en Jefe, lo que llevó a la eliminación de los nacionalistas de la Administración Trump.

El hada madrina del equipo antinacionalista Mnuchin-Cohn es Lloyd Blankfein, presidente de Goldman Sachs. Los tres “Israel-First-banqueros” están encabezando la lucha para desregular el sector bancario, que había devastado la economía, conduciendo al colapso del 2008 y llevando a juicio hipotecario a millones de propietarios y empresas estadounidenses.

La élite del mercado libre “Israel First” se extiende por todo el espectro político, incluyendo a los demócratas en el Congreso, dirigidos por el líder de la minoría del Senado, Charles Schumer y el jefe demócrata del Comité de Inteligencia de la Cámara Adam Schiff. Los “Israel First” del Partido Demócrata se ha aliado con sus hermanos neoliberales en la búsqueda de investigaciones y campañas en los medios masivos de comunicación contra los nacionalistas económicos de Trump y su eventual purga de la Administración.

La elite del poder militar: los generales

La élite del poder militar ha tomado el relevo del presidente electo en la toma de decisiones importantes. Donde una vez los poderes de la guerra descansaban en el Presidente y el Congreso, hoy una colección de fanáticos militaristas hace y ejecuta la política militar, decide las zonas de guerra y presiona para una mayor militarización de la policía doméstica. Trump ha delegado decisiones cruciales sobre lo que él llama cariñosamente «mis generales» mientras sigue evadiendo acusaciones de corrupción y racismo.

Trump nombró a un general de cuatro estrellas, James “Perro loco” Mattis –quien lideró la guerra en Afganistán e Irak-, como Secretario de Defensa. Mattis (cuyas «glorias» militares incluyeron el bombardeo de una gran fiesta de bodas en Irak) está liderando la campaña para intensificar la intervención militar estadounidense en Afganistán –una guerra y ocupación que Trump había condenado abiertamente durante su campaña. Como Secretario de Defensa, el general “Perro loco” empujó al desanimado Trump a anunciar un aumento de las tropas terrestres y los ataques aéreos estadounidenses por todo Afganistán. Fiel a su muy divulgado nom-de-guerre, el general es un rabioso defensor de un ataque nuclear contra Corea del Norte.

El Teniente General H.R. McMaster (un general activo de tres estrellas y defensor de la prolongación de las guerras en Medio Oriente y Afganistán) se convirtió en consejero de Seguridad Nacional después de la purga del aliado de Trump, el Teniente General Michael Flynn, quien se opuso a la campaña de confrontación y sanciones contra Rusia y China. McMaster ha sido el instrumento en la eliminación de “nacionalistas” de la Administración Trump y se une al general “Perro Loco” Mattis para presionar una mayor acumulación de tropas estadounidenses en Afganistán.

El Teniente General John Kelly (Marine retirado), otro veterano de guerra de Irak y entusiasta del cambio de régimen en Medio Oriente, fue nombrado Jefe de Gabinete de la Casa Blanca tras la expulsión de Reince Priebus.

La troika de tres generales en la Administración comparte con los asesores neoliberales del Israel-First de Trump, Stephen Miller y Jared Kushner, una profunda hostilidad hacia Irán y apoya plenamente la exigencia del Primer Ministro israelí Netanyahu de que el Acuerdo Nuclear de 2015 con Teherán sea desechado.

La dirección militar de Trump garantiza que el gasto en guerras en el extranjero no se verá afectado por recortes presupuestarios, recesiones o incluso desastres nacionales.

Los “generales”, los neoliberales del Israel-First y la élite del Partido Demócrata dirigen la lucha contra los nacionalistas económicos y han logrado asegurar que el imperio militar y económico de la Era Obama se mantendrá en su lugar e incluso se expandirá.

La elite económica-nacionalista

El principal estratega e ideólogo de los aliados económico-nacionalistas de Trump en la Casa Blanca fue Steve Bannon. Había sido el arquitecto político principal y el asesor de Trump durante la campaña electoral. Bannon ideó una campaña electoral que favoreciera las manufacturas nacionales y a los trabajadores estadounidenses contra Wall Street y las corporaciones multinacionales neoliberales. Desarrolló el ataque de Trump contra los tratados comerciales mundiales, que había llevado a la exportación de capital y la devastación de la mano de obra manufacturera estadounidense.

Igualmente significativo, Bannon elaboró la temprana oposición pública trumpista a la intervención de 15 años, y trillones de dólares, en Afganistán y aún las más costosas series de guerras en Medio Oriente favoreciendo a los Israel-First, incluida la actual guerra mercenaria para derrocar el gobierno secular nacionalista de Siria.

A los ocho meses de la administración de Trump, las fuerzas combinadas de la élite económica y militar del libre mercado, los líderes del Partido Demócrata, los militaristas abiertos del Partido Republicano y sus aliados en los medios masivos de comunicación lograron purgar a Bannon –marginando a su masiva base de apoyo de su agenda “America First”nacionalista económicamente y anti-régimen.

La «alianza» anti-Trump ahora tendrá como objetivo a los pocos nacionalistas económicos que quedan en la Administración. Estos incluyen: el director de la CIA Mike Pompeo, quien favorece el proteccionismo debilitando los acuerdos comerciales de Asia y el TLCAN, y Peter Navarro, presidente del Consejo de Comercio de la Casa Blanca. Pompeo y Navarro se enfrentan a la fuerte oposición ascendente de la neoliberal troika sionista que ahora domina el régimen de Trump. También, al Secretario de Comercio, Wilbur Ross, millonario y exdirector de Rothschild Inc., quien se alió con Bannon en las amenazas de imponer cuotas de importación para hacer frente al enorme déficit comercial de Estados Unidos con China y la Unión Europea.

Otro aliado de Bannon es el representante comercial estadounidense Robert Lighthizer, exanalista militar y de inteligencia con vínculos con el portal informativo Breitbart. Es un fuerte opositor de los globalizadores neoliberales dentro y fuera del régimen de Trump.

«Asesor Senior» y escritor de discursos de Trump, Stephen Miller promueve activamente la prohibición de viajar a los musulmanes y restricciones más severas a la inmigración. Miller representa el ala de Bannon dentro de la fanática cohorte pro-Israelí de Trump.

Sebastian Gorka, ayudante adjunto de Trump en asuntos militares y de inteligencia, era más un ideólogo que un analista, que escribió para Breitbart y dirigió la oficina tras las faldas de Bannon. Justo después de expulsar a Bannon, los “generales” purgaron a Gorka a principios de agosto por acusaciones de “antisemitismo”.

Quien permanezca entre los nacionalistas económicos de Trump permanecerá significativamente sin influencia debido la pérdida de Steve Bannon, que había proporcionado liderazgo y dirección. Sin embargo, la mayoría tiene antecedentes sociales y económicos que también los vinculan a la élite del poder militar en algunos asuntos y con los neoliberales pro-israelíes en otros. A pesar de ello, sus creencias básicas habían sido moldeadas y definidas por Bannon.

La elite del poder empresarial

El CEO de Exon Mobile, Rex Tillerson, Secretario de Estado de Trump y el exgobernador de Texas, Rick Perry, Secretario de Energía, lideran la élite empresarial. La élite empresarial asociada con la manufactura y la industria estadounidenses tiene poca influencia directa en la política interior o exterior. Mientras siguen a los neoliberales de Wall Street en política interior, están subordinados a la élite militar en política exterior y no están aliados con el núcleo ideológico de Steve Bannon.

La élite empresarial de Trump, que no tiene ningún vínculo con los nacionalistas económicos en su régimen, brinda una cara más amistosa a los aliados y adversarios económicos de ultramar.

Análisis y conclusión

La élite del poder atraviesa las filiaciones partidistas, las ramas del gobierno y las estrategias económicas. No se limita al Partido Republicano o al Demócrata. Incluye neoliberales, algunos nacionalistas económicos, agentes de poder de Wall Street y militaristas. Todos compiten y luchan por el poder, la riqueza y el dominio dentro de esta Administración. La correlación de fuerzas es volátil, cambiando rápidamente en cortos períodos de tiempo –lo que refleja la falta de cohesión y coherencia en el régimen de Trump.

Nunca la élite de poder estadounidense ha estado sometida a tan monumentales cambios en la composición y dirección durante el primer año de un nuevo régimen.

Durante la presidencia de Obama, Wall Street y el Pentágono compartieron cómodamente el poder con los multimillonarios del Silicon Valley y con la élite de los medios masivos de comunicación. Estaban unidos en la búsqueda de una estrategia imperialista «globalista», acentuando múltiples teatros de guerra y tratados multilaterales de libre comercio, que estaban en el proceso de reducir a millones de obreros estadounidenses a la esclavitud permanente.

Con la inauguración del Presidente Trump, esta élite del poder enfrentó desafíos y la emergencia de una nueva configuración estratégica, que buscó cambios drásticos en la política económica y militar de Estados Unidos.

El arquitecto de campaña y estratega del Trump, Steve Bannon, buscó desplazar a la élite económica y militar global con su alianza de nacionalistas económicos, obreros manufactureros y elites de negocios proteccionistas. Bannon presionó para una ruptura importante con la política de Obama, de múltiples guerras permanentes, para expandir el mercado interno. Propuso el retiro de las tropas y el fin de las operaciones militares de Estados Unidos en Afganistán, Siria e Irak, al tiempo que aumentó una combinación de presión económica, política y militar sobre China. Trató de poner fin a las sanciones y enfrentamientos contra Moscú y crear vínculos económicos entre los gigantes productores de energía en Estados Unidos y Rusia.

Mientras Bannon era inicialmente el principal estratega de la Casa Blanca, rápidamente se encontró, cara a cara, con poderosos rivales dentro del régimen, ardientes globalistas Demócratas y Republicanos y especialmente neoliberales sionistas quienes maniobraron sistemáticamente para ganar posiciones económicas y políticas, estratégicas dentro del régimen. En lugar de ser una plataforma coherente desde la cual formular una nueva estrategia económica radical, la Administración Trump se convirtió en un «terreno de lucha» caótico y vicioso. La estrategia económica de Bannon apenas estaba comenzando a emerger de la tierra.

Los medios masivos de comunicación y los agentes del aparato estatal, vinculados a la estrategia de guerra permanente de Obama, primero atacaron la propuesta de reconciliación económica de Trump con Rusia. Para evadir cualquier “descalificación”, fabricaron la conspiración rusa de espías y manipulación de elecciones. Sus primeros tiros exitosos fueron disparados contra el Teniente General Michael Flynn, aliado de Bannon y principal defensor para revertir la política de Obama/Clinton de enfrentamiento militar con Rusia. Flynn fue rápidamente destruido y amenazado abiertamente con ser procesado como un «agente Ruso» en la histeria provocada, que se asemejaba a los días del senador Joseph McCarthy.

Los puestos económicos clave en el régimen de Trump se dividieron entre los neoliberales Israel-First y los nacionalistas económicos. El presidente Trump, “El negociador”, trató de enganchar a los sionistas neoliberales, afiliados a Wall Street, con la clase obrera vinculada a la base electoral trumpista, formulado nuevas relaciones con la Unión Europea y China, lo que favorecería a la manufactura estadounidense. Dadas las diferencias irreconciliables entre esas fuerzas, el ingenuo «pacto de clase» de Trump debilitó a Bannon, socavó su liderazgo y destruyó su estrategia económica nacionalista.

Mientras Bannon había conseguido varios nombramientos económicos importantes, los neoliberales sionistas socavaron su autoridad. La cohorte Fischer-Mnuchin-Cohn estableció con éxito una agenda competitiva.

Toda la élite del Congreso de ambos partidos se unió para paralizar la agenda de Trump-Bannon. Las gigantescas corporaciones de los medios masivos de comunicación sirvieron como un megáfono histérico y cargado de rumores para los fanáticos investigadores del Congreso y del FBI que magnificaban cada sutileza de las relaciones del gobierno norteamericano de Trump con Rusia en busca de conspiración. La combinación Estado-Congreso y el aparato de los medios de comunicación aplastaron a la masiva base electoral de Banon, desorganizada y desprevenida, que había elegido a Trump.

Completamente derrotado, el desdentado Presidente Trump se retiró en busca desesperada de una nueva configuración de poder, delegando sus operaciones diarias a «sus generales». El Presidente civil electo de los Estados Unidos abrazó la búsqueda de sus generales, de una nueva alianza militar-globalista y la escalada de las amenazas militares contra Corea del Norte, incluyendo a Rusia y China. Afganistán fue inmediatamente blanco de una intervención ampliada.

Trump reemplazó eficazmente la estrategia económica nacionalista de Bannon con un reanimado enfoque militar de guerras múltiples de Obama.

El régimen de Trump volvió a lanzar los ataques de Estados Unidos contra Afganistán y Siria –superando el uso por parte de Obama de ataques de drones contra presuntos militantes musulmanes. Intensificó las sanciones contra Rusia e Irán, abrazó la guerra de Arabia Saudita contra el pueblo de Yemen y puso toda la política de Medio Oriente en manos de su asesor político, el ultra sionista Jared Kushner (magnate inmobiliario y yerno) y el embajador de Estados Unidos en Israel David Friedman.

El retiro de Trump se convirtió en una derrota grotesca. Los generales abrazaron a los sionistas neoliberales en el Tesoro y a los militaristas globales del Congreso. El director de Comunicación Anthony Scaramucci fue despedido. El Jefe del Gabinete de Trump, John Kelly, purgó a Steve Bannon. Sebastian Gorka fue expulsado.

Los ocho meses de lucha interna entre los nacionalistas económicos y los neoliberales han terminado: La alianza sionista-globalista con los generales de Trump ahora dominan a la elite de poder.

Trump está desesperado por adaptarse a la nueva configuración, aliada de sus propios adversarios en el Congreso y los medios masivos de comunicación rabiosamente anti-Trump.

Habiendo casi diezmado a los nacionalistas económicos de Trump y su programa, la elite de poder montó entonces una serie de acontecimientos magnificados por los medios que se centraban en un golpe local en Charlottesville, Virginia, entre «supremacistas blancos» y «antifascistas». Después de que la confrontación condujera a la muerte y al daño, los medios utilizaron el intento inepto de Trump de culpar a ambos bandos como prueba de los vínculos del presidente con los neonazis y el KKK. Los neoliberales y los sionistas, dentro de la administración Trump y sus consejos empresariales, se unieron al ataque contra el presidente, denunciando su incapacidad de culpar de inmediato y unilateralmente a los extremistas de derecha por la violencia.

Trump está recurriendo a los sectores de negocios y a la élite del Congreso en un intento desesperado por mantener un apoyo a través de promesas de decretar masivos recortes de impuestos y desregular todo el sector privado.

La cuestión decisiva ya no se refería a una política u otra, ni siquiera a una estrategia. Trump ya había perdido en todas las batallas. La «solución final» al problema de la elección de Donald Trump está avanzando paso a paso –su destitución [impeachment] y posible detención por todos y cada uno de los medios.

Lo que el auge y la destrucción del nacionalismo económico en la “persona” de Donald Trump nos dice es que el sistema político estadounidense no puede tolerar ninguna reforma capitalista que pueda amenazar a la élite imperialista globalista.

Los escritores y activistas solían pensar que sólo los regímenes socialistas elegidos democráticamente serían el blanco del coup d’état sistemático. Hoy en día las fronteras políticas son mucho más restrictivas. Apelar al «nacionalismo económico«, completamente dentro del sistema capitalista, y buscar los acuerdos comerciales acorde a ello, es invitar a ataques políticos salvajes, inventos de conspiraciones y relevos militares internos que terminan en «cambio de régimen».

La purga hecha por la élite militarista-globalista contra los nacionalistas económicos y anti-militaristas fue apoyada por toda la izquierda de los Estados Unidos, salvo algunas notables excepciones. Por primera vez en la historia, la izquierda se convirtió en un arma organizativa pro-guerra, pro-Wall Street, pro-derecha sionista en la campaña para derrocar al presidente Trump. Más aún, movimientos y líderes locales, funcionarios sindicales, políticos de derechos civiles y de inmigración, liberales y socialdemócratas se han unido en la lucha por restaurar lo peor de todos los mundos: la política Clinton-Bush-Obama/Clinton de guerras múltiples permanentes, incrementando las confrontaciones con Rusia, China, Irán y Venezuela y la desregulación de la economía estadounidense por parte de Trump y recortes fiscales masivos para los grandes negocios.

Hemos recorrido un largo camino: desde las elecciones hasta las purgas y de los acuerdos de paz hasta las investigaciones policiales. Los nacionalistas económicos de hoy son etiquetados como «fascistas»; y los trabajadores excluidos son ¡»los deplorables»!

Los estadounidenses tienen mucho que aprender y desaprender. Nuestra ventaja estratégica puede residir en el hecho de que la vida política en los Estados Unidos no puede empeorar –realmente hemos tocado fondo y (salvo una guerra nuclear) sólo podemos mirar hacia arriba.

Notas:

1 Traducción libre del artículo de James Petras, “Who Rules America? The Power Elite in the Time of Trump”, publicado el 5 de septiembre de 2017 en http://petras.lahaine.org/?p=2153.

2 CEO es el acrónimo en inglés de Chief Ecutive Officer, designa a la persona con la máxima autoridad de la gestión en alguna empresa, administración, organización o institución.

Traducciones libres del Centro de Estudios, Documentación y Análisis Materialista (CEDAM)

cdamcheguevara.wordpress.com

cedam.ecg@gmail.com

www.facebook.com/cedamecg.cedamecg

Fuente:http://www.rebelion.org/noticia.php?id=231424

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La “Peste Blanca” del siglo XXI

Por: James Petras

Exterminio del proletariado blanco y pobre en los Estados Unidos

Traducido del inglés para Rebelión por César P. Guidini Joubert

Presentación

En el curso de los dos decenios pasados en los Estados Unidos se registraron cientos de miles de fallecimientos prematuros [i] por culpa de médicos que recetan de forma totalmente irresponsable calmantes y demás depresores del sistema nervioso central, como los tranquilizantes, los cuales provocan enviciamiento, y también a causa de las contraindicaciones de tales medicamentos, cuyas consecuencias son mortales. El hecho innegable es que esos fallecimientos corresponden en su inmensa mayoría a individuos que son raza blanca y pertenecen a la clase trabajadora y a la clase media baja que vive en las regiones rurales y en las ciudades en las que cerraron las fábricas [ii] . La clase dirigente y los grandes mandamases de la oligarquía decidieron, con toda discreción, desprenderse de esa parte del país porque consideran que “sobra”. La víctima y los parientes que la sobreviven carecen de la más mínima posibilidad de conseguir que se les indemnice para reparar la negligencia general y la codicia que llevan al enviciamiento y a la muerte. El gobierno en su conjunto y la prensa, que obedece a la oligarquía, omiten deliberadamente informar de las causas últimas de la epidemia e investigarlas en consecuencia, y lo único que se puede leer y escuchar son las clásicas peroratas, pomposas y superficiales, sobre el problema.

Se examinarán en primer término las proporciones y los pormenores de la epidemia y se señalarán las causas últimas, tras lo cual se expondrán soluciones.

Cotejo de cifras

En el concierto de los países adelantados de Europa y Asia los Estados Unidos pueden reivindicar la dudosa distinción de que cuentan con la tasa más elevada de aumento del fallecimiento prematuro de individuos jóvenes y adultos de extracción obrera y de clase media baja [iii] ; ese aumento de la mortalidad prematura no se registra siquiera en los países que no son tan adelantados, salvo en los tiempos de guerra. Tal devastación, que es exclusivamente propia de los Estados Unidos, se concentra en la población blanca, pobre y con escasos estudios que vive en los pueblos y ciudades pequeñas y en las regiones rurales.

El fenómeno ya no se puede ocultar: en el curso de los dieciséis años pasados (2000 a 2016), la tasa de fallecimiento del obrero norteamericano que tiene de 50 a 54 años de edad se duplicó y pasó de 40 a 80 por 100.000 [iv] . Por el contrario, en Alemania la tasa de mortalidad del individuo de características semejantes descendió de 60 a 42 por 100.000 y en Francia lo hizo de 55 a 40 por 100.000 (2). Además, en los Estados Unidos la tasa de mortalidad del obrero blanco marginado aumentó en comparación con la cifra correspondiente a la población negra y a la procedente de América Latina. Dicho aumento de la muerte prematura señala un notable deterioro de las condiciones de vida de una fracción descomunal de la población de los Estados Unidos. Los fallecimientos se atribuyen fundamentalmente a la notable alza del suicidio, a las complicaciones que acarrean la obesidad y la diabetes, y muy particularmente, al “envenenamiento”, concepto genérico en el que, además del alcohol, los estupefacientes, y, sobre todo, los analgésicos narcóticos que receta el médico, cabe un amplio espectro de contraindicaciones.

A juicio de algunos pretendidos “especialistas” que “dominan” el problema del vicio con medicamentos, el alza de la tasa de mortalidad del obrero de los Estados Unidos se atribuye a “la mundialización y la automatización” (3). Eso es un ejemplo de lo que se denominan explicaciones “superficiales” o “falsas”, y se llaman así porque el fenómeno no se registra en los demás países industrializados; en efecto, incluso si se consideran el Japón, el Canadá y el Reino Unido, cuya economía se transformó por causa de la “mundialización” y de la moderna automatización, en ninguno de ellos se observa que aumente la mortalidad de la parte fundamental de la población.

La mortalidad del obrero del Reino Unido, Canadá y Australia se mantiene estable en unos cuarenta fallecimientos por cien mil, o sea, la mitad de la tasa de los Estados Unidos, pese a que esos países no presentan grandes diferencias en lo que respecta a las características demográficas y a la cuota del mercado mundial. La clave para comprender el presente fenómeno radica en la atención que el capital y la estructura dominante de los Estados Unidos prestan a las necesidades de la mano de obra, que ya no resulta necesaria por causa de la transformación que se opera en la economía

En los Estados Unidos el obrero blanco adulto, mal remunerado y que, con suerte, cursó la enseñanza secundaria, sobre todo el que cumple labores manuales, registra una mortalidad que cuadriplica la de aquel otro que fue a la universidad. El aumento espectacular de la mortalidad en dicha categoría demográfica se corresponde con la mayor proporción de obreros y sus familias que ya no gozan de la debida atención médica a cargo del patrón. La desaparición de los puestos de trabajo seguros y bien remunerados de la industria fabril provoca que se extiendan los fallecimientos prematuros en dicha capa de la sociedad.

En otras palabras, las muertes evitables en el mundo del trabajo aumentan de forma paralela al éxodo de fábricas al extranjero, la automatización y la contratación de obreros inmigrantes y de obreros autóctonos sin seguro y que trabajan por horas, todo lo cual acarrea que desaparezca la atención médica completa que recibe la clase trabajadora, pero precisamente gracias a eso es que la tasa de ganancia del gran de capital puede aumentar sin pausa. En otras economías capitalistas adelantadas de Europa y Asia se mantienen intactas las instituciones de salud pública y previsión social, que son de carácter universal y cumplen debidamente la misión de aliviar el daño que causan a la salud del obrero la mayor inseguridad del puesto de trabajo y el deterioro de las condiciones de vida. Dichas instituciones de salud pública salvan millones de vidas y ése es uno de los contrastes más marcados que separan a la medicina de los Estados Unidos de la que está vigente en el resto del mundo industrializado.

El “OxyContin” [v] , la Peste Blanca

La causa última de la descomunal alza de la mortalidad de obreros en los Estados Unidos es, ante todo, la decisión que tomó la clase capitalista de suprimir la atención médica general y en buenas condiciones de que gozaba el trabajador a la vez que se rebajaba el salario y se enviaban al extranjero muchos puestos de trabajo. Por esa causa, y en vista del descenso de su ingreso, el obrero no puede darse el lujo de pagar para sí y para su familia las sumas astronómicas que representan la prima del seguro de salud, la consulta al médico y la receta y la franquicia. Tampoco tiene para pagar la abultada factura de la “terapia física y rehabilitación” cuando sufre un accidente, todo lo cual explica que prefiera que le receten un analgésico narcótico gracias al que podrá soportar el dolor crónico [vi] mientras sigue trabajando.

En segundo lugar, el personal médico (médicos, enfermeras y auxiliares médicos) está sometido a fuertes presiones del patrón para que dedique el menor tiempo posible tiempo al paciente que padece de dolor crónico y lesiones por accidentes del trabajo, sobre todo, los que cuentan con recursos limitados. El salario y la retribución extraordinaria dependen generalmente del número de pacientes que se atienden por día. La clásica receta, especialmente cuando se prescriben narcóticos, sedantes, ansiolíticos y somníferos, ahorra tiempo y dinero al médico y al hospital privado. Muy rara vez recibe el obrero accidentado y el que sufre de dolor crónico el examen detenido de la historia, el debido reconocimiento, el diagnóstico serio y el consiguiente tratamiento y vigilancia posterior, pues todo eso cuesta mucho dinero.

Las sociedades farmacéuticas fabrican miles de millones de opioides de síntesis [vii] , de muy bajo costo de producción, pero cuya ganancia es descomunal, pues rinden muchísimo más que los denominados “medicamentos estrella”. Los multimillonarios dueños de los laboratorios que se dedican a los analgésicos narcóticos contratan a legiones de vendedores que visitan a los médicos y a las clínicas del dolor, aprovechando que operan en un ramo que carece prácticamente de reglamentación y que es ajeno por completo a la intervención y vigilancia del Estado capitalista. Los valedores de la industria farmacéutica gastan cientos de millones de dólares en los políticos y jerarcas públicos para proteger su ganancia, aún a costa de que aumente el número de muertes por sobredosis de quienes no pueden vivir sin el opioide que le receta el médico. La falta absoluta de intervención del Estado en la presente epidemia no tiene parangón en el mundo industrializado. Esa malévola indiferencia prueba que existe un darwinismo social, tácito, pero de carácter oficial, y que opera en las más altas esferas; es la misma ideología y práctica que antes era patrimonio exclusivo de los más ardientes defensores del fascismo y de las teorías de la eugenesia.

¿Qué da al gran capital impunidad para el asesinato?

El envenenamiento con los narcóticos recetados y con la mezcla de tranquilizantes, alcohol y estupefacientes, de consecuencias mortales, es la primera causa de fallecimiento prematuro, y evitable, en el mundo del trabajo. También debería figurar en la categoría de fallecimiento por sobredosis el obrero que pasa del vicio del estupefaciente que le receta el médico al estupefaciente que se vende en la calle, pues, en última instancia, el vicio que padece comienza en el hospital que lo atiende. Aunque nunca lleguen a conocerse, el traficante de la calle es socio del mundo de la empresa privada y de esas clínicas del dolor, que siempre están relucientes de limpias.

Las muertes prematuras por sobredosis causan increíble sufrimiento a los amigos y parientes de la víctima, pero a los ojos del “gran capital” constituyen un hecho favorable, y por esa razón la epidemia ha permanecido casi oculta por espacio de dos decenios. La prensa de los pueblos de provincia acostumbra dedicar extensos y conmovedores párrafos en recuerdo del abuelito fallecido en los que no faltan tiernas palabras acerca de la enfermedad que se lo llevó, mientras que la muerte por sobredosis del padre adulto o de la madre que fue despedida del trabajo es llorada en el anonimato y en silencio.

El fallecimiento prematuro del obrero por sobredosis engrosa considerablemente la ganancia del patrón, pues así disminuyen los gastos generales en concepto de despido, pensión, medidas de seguridad en el trabajo y cuantos otros gastos en atención médica corran de cuenta de la empresa. Se extingue el subsidio de paro y la contracción de la población trabajadora hace que bajen los tributos municipales destinados a sufragar la enseñanza y los servicios y provoca que se contraiga también la demanda de servicios sociales. No es coincidencia alguna que el marcado aumento de la muerte prematura de obreros coincida con la increíble concentración de riqueza en manos de los grandes oligarcas de los Estados Unidos.

En tales circunstancias, la fuerte merma del salario y de los derechos sociales sumada a la mayor inseguridad del puesto de trabajo hace cundir un miedo profundo en el mundo del trabajo. La mayor parte de las veces el obrero que ve con terror la pobreza en que quedará sumida su familia por la pérdida de un puesto de trabajo decente continúa trabajando a pesar de que se encuentre accidentado o enfermo y para llegar a duras penas al fin de la jornada tiene que tomar estupefacientes legales y de otro tipo. Combate el estado de inseguridad, la ansiedad y el insomnio con otros medicamentos que, a su vez, agravan el riesgo de sobredosis. El miedo y el clima envenado que reina en el lugar de trabajo lo obligan a abstenerse de solicitar la licencia de enfermedad y una buena terapia física rehabilitadora por la vía del seguro de salud de la empresa.

Los calmantes más “eficaces” y que están respaldados por una enorme propaganda, como el OxyContin, suelen ser los que provocan un enviciamiento más veloz y de consecuencias mortales. Los representantes de la industria farmacéutica que visitan clínicas y hospitales se encargan de ocultar deliberadamente la peligrosa naturaleza enviciante de esos “medicamentos milagrosos”. La víctima de tales fármacos enviciantes es casi siempre el obrero mal pago y el que no tiene trabajo, y el médico que hace la receta es un fiel servidor del patrón capitalista y de las grandes farmacéuticas. Los laboratorios cuentan con la protección de las altas esferas del Estado y, a su vez, los funcionarios de jerarquía “media” se encargan de proteger a los propietarios y al personal médico de los hospitales y las clínicas del dolor, que están en manos privadas.

Los autores de ese asesinato colectivo por sobredosis sacan un provecho descomunal y con total impunidad del caos que se provoca, pero no ocurre lo mismo con el pequeño traficante callejero que puebla las atestadas y gigantescas prisiones de los Estados Unidos. No hay un solo organismo federal, policial o de seguridad que siquiera se atreva a perseguir y enjuiciar a los propietarios de esas enormes sociedades farmacéuticas. En efecto, el brazo de la seguridad y la justicia del Estado hace de cómplice del enviciamiento colectivo, aunque los agentes de policía no son más inmunes a los narcóticos con receta que las enfermeras y demás personal médico que deben tratar a las víctimas de los accidentes de trabajo. En realidad, el problema de la muerte por sobredosis de medicamentos narcóticos que afecta al personal médico y del servicio de seguridad (incluidos los frecuentes casos de suicidio por sobredosis de quienes pierden el puesto de trabajo por culpa del consumo de narcóticos) constituye una tragedia pública de la que no se tiene noticia y por la cual nadie llora. Tampoco escapan al problema los soldados que regresan de las guerras imperiales en el Medio Oriente y el Sudeste Asiático.

Las contradicciones de una sociedad que otorga impunidad a los capitalistas que perpetran esa epidemia de muerte (la “guerra del opioide” [viii] contra la clase obrera sobrante) y, al mismo tiempo, gasta miles de millones de dinero del Estado para encarcelar al pequeño traficante de la calle y al cliente ilustran que el gobierno federal y el de los estados se encuentran sumidos en el caos y les resulta imposible intervenir como se debe en favor del ciudadano.

Con oportunidad de las elecciones internas y presidenciales del año pasado y la difusión por radio y televisión de las respectivas campañas (por primera vez) los políticos nacionales fueron interpelados en numerosas ocasiones por los ciudadanos de los pueblos de provincia que estaban alarmados por la devastación que sufren por culpa de los medicamentos narcóticos y la muerte por sobredosis. El candidato Trump hizo varias declaraciones sumamente emotivas acerca de la cuestión y, por su parte, resulta interesante destacarlo, la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton, no hizo la más mínima mención al problema a lo largo de la campaña, a pesar de que no cesó de pregonar y vanagloriarse de los “logros” que ella había conseguido en el campo de la salud.

En los últimos meses las proporciones que reviste el fallecimiento por sobredosis en los pueblos pequeños y en el campo provocaron movilizaciones populares que reclaman que el Estado haga algo. Como era de esperar, entonces se reunió rápidamente un pequeño ejército de catedráticos, especialistas y entendidos, y asociaciones privadas (ONG) y se presentó para reclamar más fondos para “investigación, formación y tratamiento”. Los mismos propietarios de las clínicas del dolor, que llevan a tantos a caer en el vicio de los medicamentos, decidieron ampliar el campo comercial y ahora se denominan “clínicas de rehabilitación”, cuyo fin es complementar la labor de las asociaciones de apoyo a la víctima y que proliferan como hongos después de la lluvia.

Ninguna de esas empresas oportunistas, más que discutibles, se propone “instruir” políticamente y movilizar al obrero enviciado con medicamentos y al resto de la ciudadanía para reclamar que se cree una institución nacional de salud pública universal como hay en otros países en los que no existe el problema del envenenamiento por medicamentos. Ni siquiera se encargan del problema de los accidentes de trabajo y de que el obrero sea tratado con opioides porque no se le presta un servicio de rehabilitación y terapia física. Los profesionales de la medicina prefieren remitir al paciente a los centros de tratamiento, en los que el problema del vicio se tratará con medicamentos que lo agravan, como la metadona, en vez de hacer frente a las consecuencias devastadoras de la quiebra de las instituciones de salud pública de los Estados Unidos, que están en manos de los seguros de salud privados que buscan el lucro a toda costa, y en consecuencia, organizarse para atender como se debe al paciente.

Del mismo modo, las instituciones de trabajo y los sindicatos del ámbito federal y estatal omiten cuidadosamente hablar de los estragos que la epidemia causa en la mano de obra. En un editorial del New York Times del 16 de octubre de 2016 se señala que millones de hombres en edad de trabajar se encuentran totalmente fuera del mercado de trabajo por causa de “dolor e incapacidad” y una parte considerable de ellos vive con analgésicos narcóticos. El efecto prolongado es obvio: el tratamiento enviciante con dichos medicamentos destruye la disciplina interna del obrero, que es imprescindible para que la industria produzca. Sería inimaginable que los industriales y los gobernantes de Alemania y de China aceptaran las consecuencias prolongadas de tal fenómeno. Ése es apenas un brillante ejemplo que revela la actitud arrogante y displicente con que la oligarquía y el mundo de la política de los Estados Unidos tratan a la mano de obra del propio país.

Los asesinos y sus víctimas se califican por su clase social y no por los “estudios” o los “conocimientos de informática” que posean. Los capitalistas de la industria farmacéutica producen mortíferas mercancías que se distribuyen con astronómicos recargos en decenas de miles de farmacias. Los destinatarios de esa mercadería son el trabajador y el individuo de clase media baja que cae víctima del envenenamiento.

Por su parte, los capitalistas y los oligarcas no tienen la más mínima necesidad de recurrir al seguro de salud, pues tienen a su disposición sus propias y exclusivas clínicas de lujo que son atendidas por el correspondiente cuadro de médicos de renombre y enfermeras que les brindan la mejor atención que se conoce. A ellos jamás se les ocurriría permitir que sus parientes fueran tratados con esos medicamentos enviciantes que devastan la vida de millones y millones de ciudadanos inferiores y los cuales les hacen ganar enormes sumas de dinero. Aunque uno nunca pueda ver y, mucho menos, visitar esas clínicas de lujo, no es difícil entender las consecuencias mortíferas que provoca ese apartheid en el campo de la medicina.

Haciendo gala de un optimismo que no es extrañar, la prensa de los Estados Unidos da cuenta de que, gracias al problema de la mortandad por sobredosis, los hospitales que realizan trasplantes cuentan ahora con numerosas partes del cuerpo que son necesarias. ¡No se consuela quien no quiere!

La clase capitalista que ha desencadenado esa “guerra del opioide contra la clase obrera” no tiene el menor problema en donar decenas de millones de dólares a los candidatos a la presidencia y los demás dirigentes de los partidos políticos para asegurarse de que las autoridades que designen en los denominados organismos de inspección del Estado se esfuercen por proteger sus ganancias en vez de la salud pública del ciudadano. Los oligarcas gozan de inmunidad casi total y eterna de dichos organismos fiscalizadores. Si, alguna vez el escándalo de las inmensas pérdidas de vidas humanas que causan los medicamentos que envenenan llega por casualidad a afectar su vida refinada del mundo de la filantropía de las bellas artes y demás actividades de la élite, tienen a su disposición legiones de “moralistas” de la prensa y del mundo oficial que se encargan de culpar a las víctimas por los hábitos malsanos que les arruinan la vida.

Una de esas compañías es Purdue Pharmaceuticals, que fabrica el OxyContin y que es propiedad de la familia Sackler, cuyos fundadores pertenecen a la cúpula de los filántropos de la cultura de los Estados Unidos. Desde que, en 1995, comenzó a girar en el ramo de los calmantes, lucrativo como no hay otro, el OxyContin redituó a la Purdue 35.000 millones de dólares y los Sackler pudieron entrar en el Olimpo de los archimillonarios del país. A ninguno de los conservadores de las Galerías Sackler y del ala Sackler del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York se le ocurriría hacer una exposición de “realismo social” que ilustre el inmenso sufrimiento y muerte que los medicamentos de sus patrones causan a millones de individuos de clase baja; pero ocurre que los gustos cambian y el “realismo social” ya no está de moda en el apartheid de clase que los Sackler y sus amigos impusieron en el país.

Los estudios serios y rigurosos sobre la evolución demográfica también han quedado anticuados. Un antiguo director de la Administración de Alimentación y Farmacia (FDA) sostiene que la moda de recetar opioides de forma indiscriminada constituye uno de los “mayores errores de la historia de la medicina moderna”, pero no hizo nada para contener la epidemia durante el período en el que estuvo al frente del organismo (1990 a 1997) ni para llamar la atención acerca de sus devastadoras consecuencias después de que dejara el cargo. En efecto, el doctor David Kessler [ix] esperó hasta hace muy poco para sumarse al coro de quienes lamentan la epidemia de opioides a raíz del sonado fallecimiento por sobredosis de Prince, la estrella del rock, y fue solamente entonces que escribió un artículo de opinión en el New York Times del 6 de mayo de 2016 [x] .

Los profesores de universidad reciben subsidios de las grandes fundaciones nacionales para “estudiar el problema de los opioides” con el fin de elucidar particularmente los trastornos psicológicos que padece la víctima de sobredosis y las patologías sociales del traficante de la calle. Eso desvía la atención de los laboratorios farmacéuticos, que lucran con la epidemia, y de los gobernantes del capitalismo, que prepararon el terreno para ese envenenamiento colectivo en todo el país. Pero, el ascenso en la universidad, el reconocimiento de los colegas y los jugosos subsidios de investigación no son para quien cometa la tontería de señalar con el dedo a las farmacéuticas asesinas, las peligrosas condiciones de condiciones de trabajo, las horas extras, la escasa paga, el aumento de los accidentes de trabajo y las enfermedades y la desesperación que hacen que el obrero pase de manos de la empresa asesina a manos del “papá laboratorio”, ni tampoco para el que se atreva a denunciar a los médicos que estimulan al trabajador a que recurra al veneno de los calmantes en vez de reivindicar aumento de salario, mejor atención médica, mejores condiciones de trabajo y un futuro de verdad para su familia.

Es urgente que se tomen medidas en serio. La realidad de los cientos de miles de fallecimientos por culpa de la “receta de la muerte” y de los millones de víctimas del vicio de los medicamentos deben reclamar que se cree una fiscalía especial nacional que se dedique de forma exclusiva a desentrañar las causas últimas de esta epidemia que no remite y las cuales radican en el ánimo de lucro que mueve a la élite social y económica del país. La investigación deberá encaminarse a perseguir a la extensa red de chantajistas y propiciadores, en la que caben desde los valedores de los laboratorios farmacéuticos y los jerarcas del Estado corruptos hasta los médicos y los periodistas, porque la presente epidemia afecta a decenas de millones de trabajadores y a su familia, amigos, compañeros de trabajo y al medio en el que viven. ¿Y dónde están los defensores del niño que representen los intereses de los miles de hijos de madres de las comarcas rurales atrapadas por el OxyContin que nacen con el síndrome de abstinencia neonatal y que desbordan la capacidad de los hospitales del campo y de los pueblos?

Soluciones

La cadena que forman el enviciamiento con medicamentos y la muerte por sobredosis obliga a hacer algo más que propaganda con las típicas fotos de los centros de tratamiento de los pueblos. En efecto, hay que encarar decididamente el problema de los opioides con receta y enjuiciar en consecuencia a los laboratorios criminales, y perseguir, sobre todo, a los capitalistas que explotan al obrero vulnerable, le niegan protección, condiciones de trabajo seguras y la atención médica debida. Se impone una transformación fundamental de la relación del capital y el trabajo en este país.

Los planes del capital, que merman el salario y la seguridad del obrero, obligan a contar con un ejército de reserva más numeroso, que forman los desocupados y los trabajadores mal pagos. Habiendo tantos obreros autóctonos que sufren incapacidad por accidentes y otros que están apartados del mundo del trabajo por culpa del enviciamiento, se debe recurrir a la mano de obra zafral procedente del extranjero, cuyo país de origen se encargó de que esa mano de obra creciera, estudiara y se preparara para la vida, con el consiguiente gasto. En otras épocas eso se llamaba “éxodo de cerebros”, pero ahora es el “éxodo de cerebros y de músculos hábiles”. Gracias a los recursos que gastan otros países para criar e instruir a la mano de obra que luego emigra, el capitalismo y los gobernantes de los Estados Unidos pueden recortar drásticamente el gasto social que se destina a instruir y cuidar la salud del trabajador autóctono.

No hay otra forma de contrarrestar ese fenómeno en los Estados Unidos que instaurar una norma de inmigración que sea racional, calibrando bien previamente el número, composición y condiciones de la mano de obra nacional. Hay que poner límites al poder que tiene el capital de contratar y despedir libremente al obrero estadounidense y de arrasar en consecuencia pueblos y regiones enteras.

Los valedores de los grandes laboratorios farmacéuticos y los organismos oficiales de inspección, que lucraron o simplemente pasaron por alto el gigantesco problema del vicio de los medicamentos y la muerte por sobredosis, deberán recibir el mismo trato que el delincuente que mata y el que causa lesiones.

Los médicos, que deciden recetar grandes dosis de medicamentos narcóticos muy potentes que llevan al enviciamiento y a la sobredosis mortal, deberán ser reeducados y sometidos a vigilancia, si no quieren perder la licencia y verse obligados a responder ante la justicia. Desde los primeros momentos de la epidemia, conocían la naturaleza de dichos medicamentos que provocan enviciamiento. No son pocos los propios médicos y personal auxiliar que quedan “enganchados”. Los que explotan las denominadas “fábricas de píldoras”, en las que se recetan y venden alegremente toda clase de remedios, deberán ser castigados con severas penas, es decir, largos años de reclusión. Los profesionales de la medicina podrían haber decidido pelear para que el paciente accidentado tuviera la rehabilitación y terapia física necesarias, pero por su avaricia y voracidad contribuyeron al desastre actual. ¿En qué se distinguen, realmente, de los psicólogos de renombre que contrata el gobierno de los Estados Unidos para inventar métodos de tortura?

Sin embargo, hay otros que intentaron dar la alarma. No se puede dejar de reconocer y recompensar a los farmacéuticos, médicos, enfermeras y organismos de inspección que resistieron la presión de recetar y estimular el consumo de los opioides con meros fines de lucro y, en vez, procuraron intervenir para proteger al paciente vulnerable y alertar del problema. Muchos de ellos sufrieron represalias en la vida profesional por su conducta de “denunciante”. La medicina de los Estados Unidos se rige por el lema “primero el lucro y después el paciente”, lo cual explica que sea la única nación industrializada en la que ocurre el presente fenómeno demográfico; eso debería servir de moraleja a aquellos países que piensen instaurar los principios yanquis en el campo de la medicina y, en particular, los métodos lucrativos que se aplican para tratar el “dolor” crónico, con las consecuencias mortales ya conocidas. En un artículo de investigación aparecido hace poco en Los Angeles Times y que se titula OxyContin goes global – “We’re only just getting started” [xi] [“El OxyContin al asalto del mercado internacional: ‘Esto es apenas el principio’”] (18 de diciembre de 2016) se explica con detalle la multimillonaria campaña emprendida por los laboratorios que fabrican opioides para radicarse en otros mercados y se documenta el abrupto aumento de los fallecimientos por sobredosis.

El elemento imprescindible para resolver esta crisis descomunal radica en que se instaure en todo el país un régimen universal de salud pública y que el Estado se haga cargo de él. ¿De dónde saldría el presupuesto necesario? De suprimir las exenciones tributarias a los ricos y de repatriar y gravar los billones (1.000.000.000.000) de dólares de beneficio que las sociedades yanquis guardan en los paraísos fiscales y, también, de gravar las grandes herencias. Ésa sería una medida redistributiva que iría en contra de la inmensa acumulación de riqueza y gracias a la cual habría oportunidades en el campo de la enseñanza, la movilidad social y la promoción en el puesto de trabajo. Sólo entonces se vería que disminuye el consumo desenfrenado de opioides entre los obreros que descienden en la escala social, el número de muertes por sobredosis y también el alza de la mortalidad.

Habría que gravar a las sociedades que se trasladan al extranjero para combatir la fuga de capitales y también imponer un gravamen del uno por ciento a las operaciones de carácter especulativo, como las que se hacen en la Bolsa.

Una institución nacional de salud pública que brindase atención completa rebajaría drásticamente los onerosos gastos generales de administración. También se reducirían notablemente los tratamientos y métodos innecesarios y poco éticos y demás formas de estafa que son endémicas en las actuales instituciones médicas “con fines de lucro”. Los recursos que se consiguiesen con dichos ahorros se destinarían a mejorar la atención médica y los servicios correspondientes.

Con esas reformas de los servicios sociales, la justicia y la tributación se conseguiría sustentar un servicio universal de salud pública para todo el país que se apoyaría en la estructura del actual Medicare [xii] , que ha dado tan buen resultado para la población mayor en los últimos decenios. Además, así se podría fortalecer la mano de obra nacional, que contaría con un obrero sano, bien remunerado, eficiente y que tuviese el puesto de trabajo asegurado.

Los gobernantes y demás dirigentes políticos de los Estados Unidos, actuales y del pasado, dilapidan billones de dólares del presupuesto público en numerosas guerras contra el terrorismo y operaciones de “cambio de régimen” y en sufragar las instituciones carcelarias más descomunales de la historia de la humanidad, pero dejan de lado la muerte prematura y la destrucción de sus propios ciudadanos, provocadas por los métodos “legales” que aplican los laboratorios farmacéuticos y los profesionales de la medicina. Las soluciones se dejan en manos de las generaciones futuras, que deberán meditar lo que se hace, pero ahora los de abajo reclaman con fuerza que se ponga fin a esta crisis. El obrero marginado y los pobres del campo que votaron en masa por primera vez contra la “candidata de las grandes farmacéuticas” Hillary Clinton y eligieron al oportunista “multimillonario” Donald Trump se concentran en las mismas zonas que han sido devastadas por la epidemia de los opioides (y el suicidio de obreros). Esas capas marginadas que siempre fueron despreciadas por los políticos tradicionales y a las que la candidata Clinton tachó de “miserables” [xiii] no necesitarán grandes discursos para convencerlas de que apoyen la creación de un servicio nacional de salud pública, que es el primer paso para encarar el actual problema de la vida y la muerte que sufre el obrero de los Estados Unidos.

Además, la evolución actual de la industria, con el recurso a los adelantos técnicos, como los autómatas y la inteligencia artificial, sirve a la ganancia del capitalista, pues se consigue prescindir del obrero y explotar mejor a los quedan, amén de recortar el oneroso gasto en atención médica y en pensiones. Esa nueva relación del capital y el trabajo puede y se debe substituir por otra, en la que técnica esté al servicio del obrero, ya que se lograría mejorar las condiciones de trabajo y reducir la semana de trabajo de cuarenta a treinta horas con igual salario, que era la reivindicación general del movimiento obrero en la década de 1950.

Pero esos cambios no vendrán de la mano de los proyectos de investigación “neutrales” que llevan a cabo las universidades gracias a los fondos que aporta la patronal ni tampoco de los vacuos seminarios que dictan los “especialistas” de las famosas asociaciones privadas (ONG).

La verdadera oposición a esta “guerra de clase con receta médica” dependerá de la solidaridad y la lucha. El obrero debe librarse de este flagelo. No tiene nada que perder, salvo el peligroso y degradante vicio de los medicamentos, pero tiene en cambio un mundo y un verdadero futuro que ganar. Parafraseando a Trump [xiv] , ¡solamente los obreros pueden hacer que los Estados Unidos se vuelvan a levantar!



Notas del Traductor

[i] Según datos de los Centros de Erradicación y Prevención de Enfermedades, se registraron más de medio millón de fallecimientos en el período comprendido entre los años de 2000 y 2015:

https://www.cdc.gov/drugoverdose/epidemic/?utm_source=Bruegel+Updates&utm_campaign=50f07a51aa-Blogs+review+25%2F03%2F2017&utm_medium=email&utm_term=0_eb026b984a-50f07a51aa-278510293

[ii] Han aparecido últimamente numerosos artículos que dan cuenta del problema en la prensa de los Estados Unidos:

“The Enemy is Us: The Opioid Crisis and the Failure of Politics”  

https://www.dissentmagazine.org/online_articles/opioid-crisis-failure-politics-fda-neoliberalism

“The American opioid epidemics”  

http://bruegel.org/2017/03/the-american-opioid-epidemics/  

“American Carnage: The New Landscape of Opioid Addiction ”

https://www.firstthings.com/article/2017/04/american-carnage

“Mortality and morbidity in the 21st century”

https://www.brookings.edu/wp-content/uploads/2017/03/6_casedeaton.pdf

Why Connecticut’s drug overdose crisis isn’t slowing down

https://overdose.trendct.org/

Why Did The Death Rate Rise Among Middle-aged White Americans?

http://www.newyorker.com/news/john-cassidy/why-is-the-death-rate-rising-among-middle-aged-white-americans

How Government Enables the Opioid Epidemic and Tax-Payers Help Fund It

http://articles.mercola.com/sites/articles/archive/2016/03/16/opioid-addiction.aspx

[iii] Ellen Meara y Jonathan Skinner (“Losing ground at midlife in America”) comparan el fenómeno con el ocurrido tras la disolución de la URSS, en cuya oportunidad la tasa de fallecimiento de varones fue aún más elevada que la actual en los Estados Unidos.

http://www.pnas.org/content/112/49/15006.full

[iv] Shawn Donnan: “White ‘deaths of despair’ surge in US”, Financial Times, 24 de marzo de 2017 https://www.ft.com/content/34637e1a-0f41-11e7-b030-768954394623

[v] http://www.narconon.org/es/informacion-drogas/oxycontin.html

[vi] Se cifra en cien millones el número de pacientes que sufren de dolor crónico:

http://nationalacademies.org/hmd/Reports/2011/Relieving-Pain-in-America-A-Blueprint-for-Transforming-Prevention-Care-Education-Research/Report-Brief.aspx

[vii] http://www.eldiario.es/theguardian/Fentanilo-potente-heroina-New-Hampshire_0_483652257.html

[viii] http://www.eldiario.es/theguardian/historia-opiaceos-Unidos-infantil-militar_0_495900433.html

[ix] https://en.wikipedia.org/wiki/David_A._Kessler

[x] https://www.nytimes.com/2016/05/07/opinion/the-opioid-epidemic-we-failed-to-foresee.html?ref=opinion

[xi] http://www.latimes.com/projects/la-me-oxycontin-part3/

http://www.latimes.com/projects/oxycontin-part1/

http://www.latimes.com/projects/la-me-oxycontin-part2/

[xii] https://es.wikipedia.org/wiki/Medicare

[xiii] https://www.nytimes.com/2016/09/11/us/politics/hillary-clinton-basket-of-deplorables.html

https://en.wikipedia.org/wiki/Basket_of_deplorables

[xiv] El autor parafrasea el lema que presidió la campaña de Donald Trump: “Make America great again!”.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=226907&titular=la-%93peste-blanca%94-del-siglo-xxi-

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Diplomacia, lucha de clases y democracia en la era Trump

Por:  James Petras 

La idea inicial de Trump de movilizar a los que se oponen a las guerras en el extranjero ha sido derrotada por los esfuerzos conjuntos del complejo militar-industrial

Introducción

Al terminar el primer mes de la Administración Trump, nos encontramos en una mejor situación para evaluar las políticas y la dirección del nuevo presidente. El examen de sus políticas interior y exterior, especialmente desde una perspectiva histórica y comparativa, nos permitirá entender si EE.UU. va camino de una catástrofe, como afirman los medios de comunicación, o hacia una mayor racionalidad y realismo.

Vamos a analizar si Trump busca la guerra o la diplomacia. Evaluaremos las iniciativas del presidente para reducir la deuda externa y las cargas comerciales con Europa y Asia. Continuaremos revisando sus programas proteccionistas y sobre inmigración con México y terminaremos viendo las perspectivas de la democracia en Estados Unidos en estos momentos.

Política exterior

Los encuentros del presidente con los dirigentes de Japón, Reino Unido y Canadá han sido bastante fructíferos. Su reunión con [el primer ministro de Japón] Shinzo Abe afianzó los lazos diplomáticos y obtuvo la promesa de que el país nipón aumentaría las inversiones en el sector automovilístico estadounidense. Puede que Trump consiga mejorar las relaciones comerciales reduciendo el desequilibrio en la balanza comercial. Trump y Abe adoptaron una postura moderada ante la prueba de misiles norcoreanos en el Mar de Japón y rechazaron el aumento de los gastos militares que reclamaban los medios de comunicación neoliberales.

La reunión EE.UU.-Reino Unido en la era pos-Brexit dio como resultado la promesa de un aumento del comercio bilateral.

En cuanto a China, Trump ha mejorado las relaciones con este país, apoyando sin ambages la política de “una sola China” y dando paso a la renegociación y el reequilibrio del balance comercial.

Estados Unidos respaldó el voto unánime de condena del Consejo de Seguridad de la ONU al lanzamiento de misiles norcoreanos. Trump no lo consideró una amenaza militar ni propuso incrementar el nivel de sanciones.

La política de reconciliación de Trump hacia Rusia, destinada a mejorar la lucha contra el terrorismo islamista, se ha visto obstaculizada. Bajo el liderazgo de la senadora de la izquierda liberal Elizabeth Warren, partidaria de la caza de brujas, ¡los militaristas neoconservadores y los demócratas declararon a Rusia como la principal amenaza a la seguridad nacional estadounidense!

El bombardeo constante y furibundo de los medios de comunicación forzó el cese del Consejero Nacional de Seguridad de Trump, el general retirado Michael Flynn, en base a una ley del siglo XVIII (la Ley Logan) que prohíbe a los ciudadanos discutir cuestiones políticas con dirigentes extranjeros.
Dicha ley nunca había sido implementada. De haberlo sido, cientos de miles de ciudadanos estadounidenses, especialmente los peces gordos incluidos entre los 51 “presidentes de las principales organizaciones judías “de EE.UU., así como los editores de política exterior de todos los grandes y pequeños medios de comunicación estadounidenses y los analistas de política exterior estarían encadenados junto a narcotraficantes convictos. Sin avergonzarse por la absurdidad o la trivialización de la tragedia, esta reciente “tempestad en un vaso de agua” ha generado llamamientos apasionados dentro de los medios y del Partido Demócrata para iniciar una nueva “investigación como la del 11-S” sobre las conversaciones del general Flynn con los rusos.

El contratiempo de Trump con a cuenta de su consejero de seguridad nacional hace peligrar una política exterior menos belicosa. Subraya el riesgo de confrontaciones nucleares y represión interna. Dichos peligros, que incluyen una posible purga antirusa –al estilo del tristemente célebre senador McCarthy– de los individuos realistas en política exterior, son responsabilidad exclusiva de la alianza de los ultramilitaristas del partido demócrata y los neoconservadores. En todo caso, nada de esto aborda los graves problemas socioeconómicos internos.

La búsqueda del equilibrio en el gasto y el comercio exterior

El compromiso público de Trump de reequilibrar las relaciones con la OTAN, es decir, reducir la cuota de EE.UU. en su financiación, ya ha dado comienzo. Actualmente, solo cinco miembros de la alianza cumplen con la contribución requerida. En el caso de que Alemania, Italia, España, Canadá, Francia y otros 18 miembros cumplieran con sus compromisos, el presupuesto de la OTAN aumentaría en más de 100.000 millones de dólares, lo que reduciría el desequilibrio en la balanza exterior de EE.UU.

Evidentemente, sería mucho mejor para todos que la OTAN se desmantelara y que las distintas naciones que la forman reasignaran sus partidas de millardos de dólares hacia gastos sociales y el desarrollo de sus economías domésticas.

Trump ha anunciado importantes esfuerzos para reducir el desequilibrio comercial con Asia.
Al contrario de lo que se afirman algunos “expertos” en comercio exterior en los medios de comunicación, China no es el único de los “infractores”, ni siquiera el mayor, que se aprovechan del desequilibrio comercial con Estados Unidos.

El actual superávit en el balance comercial de China equivale al 5% de su PIB, el de Corea del Sur al 8%, el de Taiwán al 15% y el de Singapur al 19% respectivamente. El objetivo de Trump es reducir el desequilibrio comercial de EE.UU. a 20.000 millones de dólares con cada uno de los países, equivalente al 3% del PIB. La cuota de Trump de 100.000 millones de dólares contrasta agudamente con el desequilibrio comercial de los “Cinco Grandes” asiáticos (Japón, China, Corea del Sur, Taiwán y Singapur), equivalente a 700.000 millones de dólares en 2015, según datos de FMI.

En resumen, Trump está actuando para reducir los desequilibrios externos un 85% con el fin de incrementar la producción doméstica y crear empleos en las industrias ubicadas en Estados Unidos.

Trump y Latinoamérica

La política latinoamericana de Trump se ha centrado fundamentalmente en México y, en mucha menor medida, en el resto del continente.

La principal decisión de la Casa Blanca ha sido echar por tierra el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica de Obama (TPP, por sus siglas en inglés), que favorecía a las corporaciones multinacionales que explotan la mano de obra de Chile, Perú y México y resultaba atractivo para los regímenes neoliberales de Argentina y Uruguay. Trump hereda del presidente Obama numerosas bases militares en Colombia, la base de Guantánamo en Cuba y las bases de Argentina. El Pentágono continúa la guerra fría de Obama contra Venezuela y ha acusado de forma falsaria al vicepresidente de aquel país de tráfico de drogas.

Trump ha prometido cambiar la política comercial y de inmigración con México. A pesar de la amplia oposición que ha levantado su política migratoria, aún le falta mucho para igualar la expulsión masiva de emigrantes mexicanos y centroamericanos acometida por Obama, campeón indiscutible en ese campo, que deportó a 2,2 millones de emigrantes junto a sus familias en ocho años, o lo que es igual, unos 275.000 al mes. En su primer mes al mando, el presidente Trump ha expulsado solo un 10% del porcentaje medio deportado por Obama.

El presidente Trump ha prometido renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), imponiendo una tasa sobre las importaciones y persuadiendo a las empresas multinacionales para que regresen e inviertan en EE.UU.

Hay muchas ventajas ocultas para México si decide responder a las políticas de Trump con sus propias medidas económicas de “proteccionismo recíproco”. Bajo el NAFTA, 2 millones de agricultores mexicanos entraron en bancarrota y se han dedicado millardos de dólares a la importación de arroz, maíz y otros alimentos de primera necesidad (subvencionados), de EE.UU. Una política de “primero México” podría reavivar la agricultura mexicana para el consumo doméstico y la exportación; esto disminuiría la emigración de campesinos mexicanos. México podría renacionalizar su sector petrolero e invertir en refinerías en el propio país, lo que le supondría la ganancia de millardos de dólares y reduciría la importación de productos petroleros refinados de EE.UU. Al tener que implantar una política de sustitución de las importaciones, la manufactura local podría reactivar el mercado y el empleo internos. Aumentarían los trabajos en la economía formal y se reduciría el número de jóvenes en paro, carne de cañón para los cárteles de la droga y otras bandas criminales. Mediante la nacionalización de los bancos y el control de los flujos de capital, México podría interrumpir la fuga de capitales cifrada en alrededor de 50.000 millones de dólares de fondos ilícitos al año. Por su parte, estos programas nacional-populares incentivarían la elección de nuevos líderes que podrían iniciar la purga de la policía corrupta, los militares corruptos y los líderes políticos corruptos.

En resumen, aunque las políticas de Trump podrían causar algunas pérdidas a corto plazo, a medio y largo plazo pueden suponer sustanciales ventajas para el pueblo mexicano y su nación.

Democracia

La elección del presidente Trump ha provocado una virulenta campaña autoritaria que amenaza nuestras libertades democráticas.

La propaganda continuada y bien coordinada emitida por todos los grandes medios de comunicación y por los dos principales partidos políticos ha fabricado y distorsionado informes y ha alentado a los representantes elegidos a atacar salvajemente a las personas nombradas por Trump para hacerse cargo de las responsabilidades en política exterior, forzando dimisiones e inversión de las políticas. La dimisión forzosa del consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn ha puesto de manifiesto la agenda belicista del partido demócrata contra la Rusia en poder de armas nucleares. Los senadores liberales, que solían pronunciar grandiosos discursos contra “Wall Street” y el “Uno por ciento”, ahora exigen que Trump se niegue a colaborar con el presidente Putin para detener la amenaza real que supone el Estado Islámico, mientras apoyan a los neonazis ucranianos. Los iconos liberales presionan abiertamente para incrementar la presencia de buques de guerra en Asia con el fin de provocar a China, a la vez que se oponen a la política de Trump favorable a renegociar los tratados comerciales con Pekín.

Hay multitud de peligros y ventajas ocultos en esta guerra política de partidos.

Trump ha sacado a la luz las mentiras y distorsiones sistémicas de los medios de comunicación, confirmando la desconfianza que les profesa la mayoría del pueblo. Esta baja opinión que tienen los estadounidenses, especialmente los que habitan el devastado centro del país (aquellos a quienes Hillary Clinton llamaba “los deplorables”) se corresponde claramente con el profundo desdén de los medios por esta enorme porción del electorado. En realidad, la cháchara constante de los medios acerca de cómo los malvados “rusos” habían pirateado las elecciones presidenciales de EE.UU. dando la victoria a Donald Trump es más bien una cortina de humo para enmascarar su reticencia a denunciar abiertamente a los “blancos pobres” –incluyendo a los trabajadores y campesinos estadounidenses– que votaron abrumadoramente por Trump. Este elemento regional y de clase ayuda mucho a explicar la continua histeria provocada por la victoria de Trump. Las élites, los intelectuales y los burócratas están furiosos por el hecho de que “la canasta de deplorables” de Clinton rechazara al sistema y a sus portavoces bien peinados y de uñas cuidadas.

Por vez primera, se ha abierto un debate político sobre la libertad de expresión al más alto nivel del gobierno. Ese mismo debate se prolonga al modo en que el nuevo presidente se ha enfrentado al enorme e incontrolado aparato policial del Estado (el FBI, la NSA, la CIA, la Seguridad Nacional, etc.), tremendamente ampliado bajo la presidencia de Obama.

La política comercial y de alianzas de Trump ha despertado al Congreso y ha provocado que empiece a debatir sobre temas sustanciales en vez de hacerlo por nimiedades de procedimientos internos. La retórica política de Trump ha provocado manifestaciones masivas de protesta, algunas de buena fe, aunque otras pagadas por los megamillonarios que respaldan al Partido Demócrata, como el “Padre de las Revoluciones de Colores” George Soros. Sería importante saber si estas manifestaciones pueden provocar la aparición de auténticos movimientos democráticos y socialistas de base capaces de organizarse y aprovechar la división en las élites.

Las falaces acusaciones de contactos “traicioneros” con el embajador ruso que supuestamente realizó el consejero de Seguridad Nacional de Trump Michael Flynn cuando todavía era civil y la utilización de la Ley Logan relativa a la discusión de política exterior con gobiernos extranjeros abren la posibilidad de investigar a algunos legisladores, como Charles Schumer y otros cientos, por discutir la posición estratégica de EE.UU. con autoridades israelíes…

Gane o pierda, la administración Trump ha provocado un debate sobre las posibilidades de paz con una superpotencia nuclear, sobre la reconsideración del inmenso déficit comercial y la necesidad de defender la democracia contra amenazas autoritarias de la denominada “comunidad de inteligencia” contra un presidente electo.

Trump y la lucha de clases

La agenda socioeconómica de Trump ya ha puesto en marcha poderosas corrientes subterráneas del conflicto de clases. Los medios de comunicación y la clase política se han centrado en los conflictos relativos a la inmigración, los temas de género y las relaciones con Rusia, la OTAN e Israel así como en las políticas internas del partido. Estos conflictos oscurecen antagonismos de clase más profundos, procedentes de las propuestas económicas radicales del presidente.

Sus propuestas para reducir el poder de las instituciones federales de regulación y de investigación, simplificar y reducir los impuestos, recortar la partida destinada a la OTAN, renegociar o dar por finalizados los acuerdos multilaterales y recortar los presupuestos de investigación, sanidad y educación, amenazan el empleo de millones de trabajadores y funcionarios del sector público en toda la nación. Entre los cientos de miles de manifestantes que han participado en las marchas de mujeres por la inmigración y la educación, miles son empleados públicos y sus familiares, que ven amenazado su sustento económico. Lo que, en una primera instancia pueden parecer protestas por determinados derechos humanos, culturales o identitarios, en realidad son manifestaciones de una lucha más profunda y más general de los empleados del sector público que se oponen a la agenda privatizadora del Estado, que a su vez obtiene su respaldo de clase de los pequeños empresarios atraídos por la bajada de impuestos y una reducción de las cargas regulatorias, así como de los cuadros de las escuelas y los hospitales privados que gozan de subvención estatal.

Las medidas proteccionistas de Trump, entre las que se incluyen las ayudas a la exportación, enfrentan a los fabricantes internos con los importadores multimillonarios de bienes de consumo baratos.

Las propuestas de Donald Trump destinadas a desregular el petróleo, el gas, la madera, las exportaciones agrícolas y minerales y las inversiones en grandes infraestructuras tienen el respaldo de los jefes y trabajadores de dichos sectores. Ello ha provocado un grave conflicto con los ecologistas, los trabajadores y productores comunitarios, los pueblos indígenas y sus simpatizantes.

La idea inicial de Trump de movilizar a las fuerzas internas opuestas a continuar destinando gran parte del presupuesto federal a las guerras en el extranjero y partidarias de la construcción de un imperio basado en las relaciones de mercado ha sido derrotada por los esfuerzos conjuntos del complejo militar-industrial, el aparato de inteligencia y sus defensores dentro de la coalición de las élites políticas liberal-neoconservadoras-militaristas y sus seguidores de masas.

La lucha de clases en curso se ha profundizado y amenaza con destruir el orden constitucional en dos sentidos: el conflicto puede llevar a una crisis institucional, a la destitución forzosa de un presidente electo y a la instalación de un régimen híbrido, que preservaría los programas más reaccionarios de ambas partes de la lucha de clases. Podría llegar a ocurrir que importadores, inversores y trabajadores de las industrias extractivas, defensores de la educación y la sanidad privatizadas, belicistas y miembros del politizado aparato de seguridad se hicieran con el control total del Estado. Por otro lado, si la lucha de clases consigue movilizar a los trabajadores del sector público, a los del sector comercial, a los desempleados, a los demócratas contrarios a la guerra, a los emprendedores de la tecnología de la información y a los patronos que dependen de inmigrantes cualificados, así como a los científicos y a los ecologistas en un movimiento de masas dispuesto a apoyar un salario digno y a unirse en torno a intereses de clase comunes, será posible lograr un profundo cambio del sistema. A medio plazo, la unión de estos movimientos de clase puede llevar a un régimen híbrido progresista.

Texto completo en: http://www.lahaine.org/diplomacia-lucha-de-clases-y

Imagen: https://quienestadetras.files.wordpress.com/2013/12/f7d75-repartiendodemocracia.png

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Los lazos de Trump con el pasado y la resurrección de la izquierda

Por: James Petras

De Omnibus Dubitandum

Hay que dudar de todo

Introducción

El presidente Trump está completamente integrado en la estructura más profunda del imperialismo estadounidense. A pesar de sus ocasionales referencias a la no intervención en guerras en el extranjero, Trump sigue los pasos de sus predecesores.

A pesar del alboroto montado por neoconservadores y liberales acerca de sus vínculos con Rusia, sus “herejías” sobre la OTAN y su apertura hacia la paz en Oriente Próximo, en la práctica, Trump ha desechado su imperialismo humanitario de mercado y ha acometido las mismas políticas belicosas de su rival del partido demócrata Hillary Clinton.

Al carecer de la hábil “demagogia” del antiguo presidente Obama y no adornar sus acciones con exhortaciones baratas a las políticas de “identidad”, los pronunciamientos groseros y abrasivos de Trump han hecho que los jóvenes se lancen a las calles en manifestaciones masivas. Estos actos de protesta cuentan con el poco discreto apoyo de los principales adversarios de Trump: los banqueros de Wall Street, los especuladores y los magnates de los medios de comunicación. En otras palabras, el presidente Trump es un manipulador de los símbolos, no un “revolucionario” y ni siquiera un “agente del cambio”.

Vamos a proceder a analizar su trayectoria histórica, la que ha permitido el advenimiento del régimen Trump. Identificaremos los programas y compromisos en curso que determinan el presente y la dirección futura de su administración.

Concluiremos determinando el modo en que la reacción del presente puede servir para crear futuras transformaciones. Nos enfrentaremos al actual delirio “catastrófico” y apocalíptico y propondremos razones para una visión optimista del futuro. En resumen: este artículo señalará por qué las características negativas del presente pueden tener consecuencias positivas.

Secuencia histórica

Las pasadas dos décadas, los presidentes de Estados Unidos han derrochado los recursos financieros y militares del país al embarcarse en múltiples guerras interminables en las que no han conseguido ganar, así como en deudas comerciales y desequilibrios fiscales por valor de un billón de dólares. Los dirigentes estadounidenses han enloquecido provocando grandes crisis financieras, permitiendo que los principales bancos cayeran en bancarrota, destruyendo la vida de pequeños deudores hipotecarios, devastando el tejido industrial y creando un desempleo masivo al que ha seguido la creación de puestos de trabajo inestables y mal pagados que han llevado al desplome de las condiciones de vida de las clases trabajadora y media baja.

Las guerras imperiales, los rescates de un billón de dólares a los supermillonarios y la deslocalización sin cortapisas de las corporaciones multinacionales han profundizado enormemente las desigualdades de clase y dado paso a acuerdos comerciales que favorecen a China, Alemania y México. Dentro del país, los mayores beneficiarios de las crisis han sido los banqueros, los multimillonarios del sector de la alta tecnología, los importadores de bienes y los exportadores de la agroindustria.

Para hacer frente a la crisis del sistema, el régimen ha respondido dando mayores poderes al presidente de EE.UU. mediante decretos presidenciales. Para ocultar la debacle de décadas, los denunciantes de conciencia han sido encarcelados y se ha impuesto a cada sector de la ciudadanía la vigilancia típica de un Estado policial. Los centros financieros, como Goldman Sachs, han seguido dictando las normas y controlando el Departamento del Tesoro y las agencias reguladoras del comercio y de la banca. Mientras los presidentes de uno y otro partido entraban y salían del Despacho Oval, las “instituciones permanentes” del Estado se han mantenido sin cambios.

El “primer presidente negro”, Barack Obama, prometió la paz y emprendió siete guerras. Su sucesor, Donald Trump, salió elegido bajo la promesa de la “no intervención” y, sin solución de continuidad, tomó el testigo de Obama y prosiguió con los bombardeos: la pequeña Yemen sufrió los ataques de ejército estadounidense, los aliados de Rusia en la región del Dombás de Ucrania sufrieron violentos ataques por parte de los aliados de Washington en Kiev y la representante más “realista” de Trump, Nikki Haley, tuvo una actuación belicosa en la ONU, al estilo de la señora “intervención humanitaria” Samantha Power [i] rebuznado invectivas contra Rusia.

¿Dónde está el cambio? Trump ha continuado con la política de Obama aumentando las sanciones a Rusia, a la vez que amenazaba con aniquilar Corea del Norte con un ataque nuclear siguiendo los pasos de la escalada militar de Obama en la península de Corea. Obama emprendió una guerra por delegación contra Siria y Trump aumentó los ataques aéreos sobre Al Raqa. Obama rodeó China de bases militares, navíos y aviones de guerra y Trump entró marcando el paso de la oca con retórica belicista. Obama expulsó a una cifra récord de trabajadores mexicanos, dos millones en ocho años; Trump ha continuado la senda prometiendo aumentar las deportaciones.

En resumen, el presidente Trump ha seguido sumisamente la trayectoria de su predecesor, bombardeando los mismos países a la vez que plagiaba sus discursos maníacos ante la ONU.

Obama aumentó el tributo anual (etiquetado como “ayuda”) a Tel Aviv hasta la escalofriante cifra de 3.800 millones de dólares mientras se emitía débiles quejas sobre la invasión israelí de tierras palestinas; Trump ha propuesto trasladar la embajada de EE.UU. a Jerusalén mientras gimoteaba sus propias críticas descafeinadas sobre los asentamientos judíos ilegales en tierras robadas a Palestina.

Resulta absolutamente asombrosa la similitud entre las políticas y estrategias de Obama en política exterior y las de Trump, entre sus medios de implementarlas y sus aliados. La diferencia se limita al estilo y la retórica.

Ambos presidentes “agentes del cambio” quebraron inmediatamente sus falsas promesas preelectorales y han actuado sin salirse del marco de las instituciones permanentes del Estado.

Cualquier diferencia que muestren es fruto de los distintos contextos históricos. Obama se hizo cargo del colapso del sistema financiero e intentó regular la banca para estabilizar su funcionamiento. Trump asumió el cargo tras la “estabilización” de un billón de dólares de Obama y pretende eliminar las regulaciones –¡siguiendo los pasos del presidente Clinton!–. ¡Tanto jaleo a causa de la “desregulación histórica” de Trump!

El “invierno de descontento” que ha tomado forma en protestas masivas contra la decisión de Trump de prohibir la entrada a inmigrantes y visitantes de siete países predominantemente musulmanes es consecuencia directa de las “siete guerras sangrientas” de Obama. Inmigrantes y refugiados son el producto de las invasiones y ataques a dichos países que han provocado el asesinato, las lesiones, el desplazamiento forzoso y la miseria en millones de personas, sobre todo, aunque no solo, musulmanes. Las guerras de Obama han generado decenas de miles de “rebeldes”, insurgentes y terroristas. Los refugiados, que huyen para salvar su vida, han sido prácticamente excluidos de Estados Unidos bajo la presidencia de Obama y la mayor parte de ellos han buscado refugio seguro en los escuálidos campos y el caos de la Unión Europea.

Por terrible e ilegal que pueda parecer el cierre de fronteras a los musulmanes y por prometedoras que parezcan las manifestaciones masivas de protesta, todo ello no es sino el resultado de las políticas de asesinato y caos implementadas durante casi una década por el presidente Obama.

Dentro de la misma trayectoria política, Obama derramó la sangre y le toca a Trump “arreglar el caos”, dicho en su estilo vulgar y racista. ¡A Obama se le consideró un pacificador merecedor del Premio Nobel de la Paz y al gruñón de Trump se le critica estrepitosamente por tener que usar la mopa para limpiar la sangre!

Trump ha escogido hollar el sendero de la deshonra y se enfrenta a la ira del purgatorio. Mientras tanto, Obama se ha retirado a jugar al golf y practicar windsurf y esboza su sonrisa despreocupada a los escritorzuelos que le adoran en los medios de comunicación de masas.

Mientras Trump pisotea el sendero marcado por Obama, cientos de miles de manifestantes llenan las calles para protestar contra el “fascista” y decenas de grandes medios de comunicación, docenas de plutócratas e “intelectuales” de todo género, raza y credo, se retuercen de indignación moral. Uno se queda perplejo ante el silencio ensordecedor de esos mismos activistas y esas mismas fuerzas cuando las guerras y violentos ataques de Obama provocaron la muerte y el desplazamiento de millones de civiles, en su mayor parte musulmanes y en su mayor parte mujeres, mientras sus hogares, bodas, funerales, mercados, escuelas y hospitales eran bombardeados.

¡Cuánto atolondramiento! En lugar de eso, deberíamos tratar de entender las posibilidades que surgen del hecho de que las masas rompan finalmente su silencio cuando el belicismo elocuente e hipócrita de Obama se transforma en la descarada marcha triunfal de Trump hacia el apocalipsis.

Perspectivas optimistas

Son muchos los que desesperan pero más los que han despertado. Vamos a identificar las perspectivas optimistas y las esperanzas realistas partiendo de la realidad actual y de las tendencias del presente. Ser realista significa analizar los acontecimientos contradictorios y polarizadores y, por tanto, no aceptar que haya resultados “inevitables”. Significa que los resultados son un “terreno en disputa” en el que los factores subjetivos desempeñan un papel determinante. La interrelación de las fuerzas en conflicto puede producir una espiral ascendente o una espiral descendente: hacia más igualdad, soberanía y liberación o hacia una mayor concentración del poder, la riqueza y los privilegios.

La concentración de poder y riqueza más retrógrada se halla en la oligárquica Unión Europea dominada por Alemania, una institución que se encuentra asediada por las fuerzas populares. Los votantes de Reino Unido decidieron abandonarla (Brexit) y como consecuencia, Reino Unido se enfrenta a una ruptura con Escocia y Gales y a una separación aun mayor con Irlanda. El Brexit llevará a una nueva polarización cuando los banqueros con sede en Londres se trasladen a la UE y los líderes del libre mercado tengan que enfrentarse a trabajadores, proteccionistas y la masa creciente de pobres. El Brexit da fuerzas a los partidos nacional-populistas e izquierdistas en Francia, Polonia, Hungría y Serbia y frustra la hegemonía neoliberal en Italia, España, Grecia, Portugal y otros lugares. El miedo de los oligarcas de la UE es que los levantamientos populares intensifiquen la polarización social y saquen a la palestra a los movimientos progresistas de clase o a los partidos y movimientos nacionalistas autoritarios.

El ascenso al poder de Trump y sus decretos ejecutivos han provocado la polarización del electorado y un aumento de la politización y de la acción directa. El despertar de Estados Unidos profundiza las fisuras internas entre los demócratas con “d” minúscula –mujeres progresistas, sindicalistas, estudiantes y otros– y los oportunistas del Partido Demócrata con “D” mayúscula, especuladores, belicistas de toda la vida, gacetilleros burgueses del Partido “D” (los “fabricantes de engaños”) y un pequeño ejército de ONG financiadas por las grandes empresas.

La continuación por parte de Trump de los programas favorecedores al ejército y a Wall Street de Obama-Clinton provocará una burbuja financiera, un aumento aun mayor del gasto militar y más guerras caras. Estas separarán al régimen de sus partidarios dentro de los sindicatos y la clase trabajadora, una vez comprobado que el gabinete de Trump está compuesto exclusivamente por multimillonarios, ideólogos y sionistas y militaristas furibundos (contradiciendo su promesa de nombrar a duros empresarios negociadores y realistas). Esto podría generar una gran oportunidad para el auge de los movimientos que se oponen a la fea cara del régimen reaccionario de Trump.

La animadversión de Trump hacia el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés) y su defensa del proteccionismo y de la explotación financiera y de los recursos socavarán los regímenes narco-liberales corruptos y asesinos que han gobernado México durante los últimos treinta años, desde los días del presidente Salinas. La política antiinmigración de Trump obligará a los mexicanos a elegir entre reaccionar “luchando o huyendo” ante el caos social creado por las bandas de narcotraficantes y la policía gansterizada. Forzará a México a desarrollar su industria y mercado internos. El consumo de masas interno y la propiedad se unirán a los movimientos populares. El cártel de las drogas y sus patrocinadores políticos perderán el mercado estadounidense y se enfrentarán a la oposición interna.

El proteccionismo de Trump limitará el flujo ilegal de capital de México, que ascendió a una suma de 48.300 millones de dólares en 2016, equivalente al 55% de la deuda externa del país. La transición de México para salir de la dependencia y el neocolonialismo polarizará intensamente al Estado y la sociedad; el resultado vendrá determinado por el balance en la lucha de clases.

Las amenazas económicas y militares de Trump hacia Irán reforzarán a las fuerzas nacionalistas, populistas y colectivistas frente a los políticos “reformistas” neoliberales y pro-occidentales. La alianza antiimperialista de Irán con Yemen, Siria y el Líbano se solidificará frente al cuarteto formado por Arabia Saudí, Israel, Gran Bretaña y Estados Unidos, liderado por este último.

El apoyo de Trump a la ocupación masiva de tierras palestinas y su prohibición “solo judíos” a musulmanes y cristianos “sacudirá” a los millonarios colaboracionistas de la Autoridad Palestina y provocará nuevas revueltas e intifadas.

La derrota del Estado Islámico reforzara las fuerzas gubernamentales independientes en Irak, Siria y el Líbano y debilitará la influencia imperialista estadounidense, abriendo la puerta a luchas populares democráticas seculares.

La campaña a gran escala y prolongada del presidente chino Xi Jinping contra la corrupción ha supuesto la detención y el despido de más de 250.000 funcionarios y empresarios, incluyendo multimillonarios y altos cuadros del Partido. Los arrestos, la persecución y encarcelamiento han reducido el abuso de los privilegios pero, lo que es más importante, ha mejorado las perspectivas de que los movimientos populares se enfrenten a las enormes desigualdades sociales. Lo que comenzó “desde arriba” puede provocar movimientos “desde abajo”. La resurrección de un movimiento hacia los valores socialistas puede tener un gran impacto en los estados vasallos de EE.UU. en Asia.

El respaldo de Rusia a los valores democráticos en el este de Ucrania y la reincorporación de Crimea mediante referéndum puede limitar los regímenes marioneta de Estados Unidos en el flanco meridional ruso y reducir la intervención estadounidense. Rusia puede desarrollar lazos de paz con estados europeos independientes con la ruptura de la UE y la victoria electoral de Trump frente a la amenaza nuclear del régimen Obama-Clinton.

El movimiento a escala mundial contra la globalización imperialista aísla al poder derechista apoyado por EE.UU. en Sudamérica. La búsqueda de tratados comerciales neoliberales de Brasil, Argentina y Chile está en horas bajas. Sus economías, especialmente en Argentina y Brasil, han visto triplicadas sus cifras de desempleo y cuatriplicadas la de su deuda externa, su crecimiento está estancado o en recesión y ahora se enfrentan a huelgas generales masivas. La “adulación” neoliberal está provocando lucha de clases. Todo ello puede dar un vuelco al orden post-Obama en Latinoamérica.

Conclusión

El orden ultra neoliberal del pasado cuarto de siglo se está desintegrando por todo el mundo y en sus principales países. Hay un incremento significativo de movimientos desde arriba y desde abajo, de las izquierdas democráticas a las fuerzas nacionalistas, de populistas independientes a la “vieja guardia” de la derecha reaccionaria: ha surgido un nuevo universo político polarizado y fragmentado. El principio del fin del actual orden imperialista-globalista está creando oportunidades para un nuevo orden dinámico democrático y colectivista. Los oligarcas y las élites de la “seguridad” no accederán a las demandas populares ni renunciarán a sus privilegios fácilmente. Afilarán los cuchillos, emitirán decretos ejecutivos y orquestarán golpes de Estado para intentar mantener el poder. Los movimientos democráticos populares emergentes necesitan superar la fragmentación identitaria y nombrar líderes unificados e igualitarios que puedan actuar decisiva e independientemente de los líderes políticos existentes, que realizan gestos progresistas espectaculares pero falsos mientras pretenden una vuelta a la pestilencia y la miseria del pasado reciente.

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=223019

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