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La peor nostalgia

Por: Manuel Gil Antón

Es necesario evitar que se entronice la idea de rescatar al ser humano antiguo, bueno por naturaleza y habitante de sociedades idílicas

No sería la primera vez que la poesía echase más luz a un proceso social que algunas teorías. Dice el cantautor que “No hay nostalgia peor/ que añorar lo que nunca jamás sucedió”. El verso es impecable e implacable.

Subyace a la estructura del nuevo modelo curricular un riesgo, y no menor: el supuesto de que lo sucedido con la colonización fue la destrucción de un pasado, de tal modo concebido, que resulta inexistente.

No es posible negar, de ninguna manera, que en los procesos de colonización se impuso, de forma a la vez violenta y sofisticada (el sincretismo sesgado como conquista ideológica) una visión del mundo y formas de organización social que destruyeron, o asimilaron a su conveniencia, las propias de las sociedades sometidas al poder de quienes, por la vía de la espada y la cruz, las arrasaron. Los crímenes y el ejercicio brutal de la violencia, así como modalidades de hibridación favorables a los invasores y su cosmovisión, basada en la racionalidad occidental como sustento de una pretendida forma superior de civilización, es una realidad histórica ineludible.

Los autores de la perspectiva que se ha dado en (mal) llamar “decolonial” (contamos en nuestro idioma con el término descolonizar) consideran que esos procesos forman parte del enraizamiento primario de la implantación de la dominación capitalista posterior.

Se puede acordar o discrepar del análisis que emprenden —eso es lógico frente a toda interpretación del devenir que aspire a tener fundamentos empíricos que la sostengan— pero el peligro al que aludo es postular (o suponer que), por ello, las anteriores formaciones sociales eran perfectas, cuasi celestiales: equitativas, sin desigualdad ni procesos de subordinación de unos grupos sobre otros, colaborativas y carentes de violencia e, incluso, con una organización productiva en perfecta armonía con la naturaleza.

¿Eran distintas? Sí. ¿Fueron destruidas de manera injusta, y modificadas unilateralmente por los colonizadores con base en el ejercicio de la fuerza y la ambición? Sí. ¿Es este un hecho inobjetable y es importante reconocerlo como parte de la explicación de nuestra historia y el impacto que tiene hasta el presente? Sí. ¿Eran formas de organización social ausentes de dominación, sometimiento, estratificación y violencia? No, y esta parte no puede ser escamoteada por una idea del pasado que sea la base de un proyecto educativo, so pena de inventar un espejismo del que derivan errores graves.

Entre ellos: la idea de un “hombre bueno”, a la que se pueden sumar la tendencia que asume, de forma acrítica, la bondad intrínseca de las formas de organización de las comunidades originarias, e incluso a la afirmación de la existencia de un pueblo sabio que, en su caso, cuando yerra lo hace por el impacto de las consecuencias de la colonización, el capitalismo o el adjetivo, no el análisis serio, del proyecto neoliberal.

Es necesario evitar que, frente al fracaso en la construcción del “hombre nuevo” o sus inmensas dificultades, se entronice la idea de rescatar al ser humano antiguo, bueno por naturaleza y habitante de sociedades idílicas. Sería una manera de cultivar la peor nostalgia: la que añora algo que no sucedió y, peor, que aún existe. La pedagogía crítica tiene que hacerse cargo de este problema, so pena de incumplir con el adjetivo que la califica como tal. Es parte de su raíz y sentido hacerlo.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.
mgil@colmex.mx / @ManuelGilAnton

Fuente de la información: https://revistaaula.com

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Educación: la propuesta ‘decolonial’

Por: Manuel Gil Antón

Una palabra recorre el mundo educativo nacional: la decolonialidad. Es central en la concepción de la Nueva Escuela Mexicana y el marco curricular que orienta –u orientará– a los planes de estudio y los libros de texto en la educación básica, y los estudios de las nuevas generaciones de maestras y maestros en nuestro país. ¿A qué se refiere y cuál sería su impacto en el proceso de aprendizaje que se planea transformar?

Lo central, a mi juicio, de este adjetivo adherido a la educación, que califica el tipo de proceso formativo que se propone, es su fundamento en una posición que critica la forma de concebir el desarrollo y las características de la modernidad.

La educación moderna extendió, entonces, una visión del mundo jerarquizada, y se impuso como estamento superior a la población “blanca”, y a los “otros” como inferiores, atrasados, primitivos. Del mismo modo, la ciencia se postula como el conocimiento no solo superior, sino único válido, y se subestima o reprime a otras formas del saber propias de las poblaciones conquistadas.

Una visión decolonial, y por ende una propuesta educativa basada en esta mirada, busca rescatar conocimientos, saberes y formas de organización de las relaciones sociales que han sido soterradas por el imperio de una sola forma de concebir el desarrollo, que establece en la modernidad capitalista el punto más alto en la evolución humana.

¿Es necesario desterrar al conocimiento científico del proyecto educativo? No, pero sí a una posición (cientificista) que no admite ninguna otra vía para el saber. ¿Se requiere reivindicar todo el conocimiento ancestral, con independencia de sus valores y consecuencias? Tampoco, pero sí recuperar las lenguas, los buenos usos y adecuadas costumbres que subsisten y enriquecen la vida de la nación.

Las posiciones extremas –ciencia versus conocimiento comunitario– no llevan a ningún lado. Es interesante, en principio, limitar la pretensión de valor universal y exclusivo del conocimiento canónico heredado de la modernidad, sin caer en lo que se critica: entronizar el saber de los pueblos originarios y afrodescendientes, y postular que es el único válido, inconmovible y liberador. Como bien se afirma: ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre.

Fuente de la información: https://revistaaula.com

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Educación: el eterno retorno de siempre es lo mismo

Por: Manuel Gil Antón

En 2017, a un año de terminar el sexenio, se echó a andar el Nuevo Modelo Educativo. En la televisión se presentaba un salón —en blanco y negro— en que mecánicamente se repetían las diferentes funciones de un signo ortográfico. Una niña, de repente, pedía a la maestra que mejor aprendieran a aprender: la imagen cambiaba a color, y todas y todos los alumnos rodeaban una mesa en que se simulaba la erupción de un volcán. De lo gris a lo luminoso: del enciclopedismo al aprendizaje significativo, y de inmediato.

Ahora, en 2022, en la mañanera del 26 de abril, el señor Marx Arriaga anunció el hilo conductor del Nuevo Marco Curricular. Lanzó, primero, a manera de diagnóstico, una hilera de adjetivos para calificar como perverso todo el pasado: “neoliberal, meritocrático, conductista, punitivo, patriarcal, racista, competencial (sic), eurocéntrico, colonial, inhumano, clasista, enciclopédico, especializado, legitimador de las diferencias…”. Y enunció el lado progresista de lo nuevo: “el magisterio concebido como un conjunto de líderes sociales; recuperar la memoria histórica, la lectura como actividad compleja; aprendizajes continuos, sin fragmentación; con enfoque de género; decolonial (sic), libertario, humanista, contrario al racismo y las pruebas estandarizadas que segregan a la población…”

En ambos casos, las nuevas ideas, se dijo y dice, fueron fruto de consultas abundantes. ¿Es adecuado pasar del enciclopedismo a una noción de aprendizaje significativo? Sin duda. ¿Es necesario hacer una revisión profunda de los valores que todo modelo educativo contiene, y modificar los que no son adecuados para una educación mejor? Por supuesto.

Ambas propuestas tienen asidero, y podrían tener mucho sentido, si se tratase de un proceso pautado, no maniqueo, que explorara, con paciencia, posibles cambios sujetos a evaluación antes de decretarlo como único, perfecto, nacional y aplicable en unos cuantos meses. A pesar de sus diferencias, son gemelas en la pretensión de cambios presurosos, la claridad de los diagnósticos y seguridad en remedios infalibles.

Nunca la educación ha cambiado de esa manera, porque quienes están involucrados en el proceso educativo no son objetos de plastilina, maleables a contentillo de las decisiones centrales que anuncian la próxima llegada del paraíso educativo.

Si se atiende a la estructura del documento del Marco Curricular 2022, y se analiza sus ejes, hay puntos rescatables: integrar las materias en campos de conocimiento y que no sean simple acumulación de datos; delimitar fases de aprendizaje que, por cierto, no eliminan los grados, sino que los articulan, o atender, de manera crítica (así se afirma) los conocimientos comunitarios.

¿Habrá oportunidad de recuperar esas propuestas en la discusión actual? Creo que no, porque se ha cargado la idea de mejora con adjetivos que eliminan un terreno fértil para ponderar lo que se quiere cambiar, por un lado, y lo que se requiere conservar, por el otro. Esto genera posiciones polares que no se escuchan: se acusan. Y, por ende, de nuevo, la educación que requiere modificaciones para favorecer al país queda relegada.

Los adjetivos son atajos para eludir argumentos; los sustantivos requieren explicación fundada. No hay tiempo, no hay apertura al diálogo, no hay calma: más de lo mismo, o peor, con una multitud de acusaciones al pasado que la sabiduría de cada gobierno se arroga. No va por ahí nada sólido, aunque a los oídos de los presidentes, y las élites del momento, les complazca.

*Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México mgil@colmex.mx

 

Fuente de la información: https://www.educacionfutura.org
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El arte en la escuela

Por: Manuel Gil Antón

Como al Olmo Seco de Machado, al que “algunas hojas verdes le han salido”, a deshoras de la vida dirán los cortos de vista, he vuelto al prodigio de sentarme en un pupitre y aprender. Párvulo a pesar de los surcos en la cara —en la escuela que volví eso no importa— me afano a trazar en el cuaderno bosquejos distintos del alfabeto de antaño, y deletreo, con torpeza, lo leído, mientras se apila en ese estante, herencia del abuelo, lo que habrá por leer.

“Muestra, Manuel, no digas”. Es la voz de mi maestro. Sí, es cierto, pues un abismo separa cuando afirmo que un perro está exhausto, a mostrar que camina rengo, con la lengua de fuera, y deja pequeñas huellas de sangre en la acera incendiada por el sol de un mediodía severo. “Mira: en lugar de informarnos que en Comala estaban a 48 grados centígrados, Rulfo escribe: “Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al Infierno regresan por su cobija”.

Esta experiencia me ha llevado a reflexionar en el papel que en la educación el arte tiene. No solo la literatura, aunque pensar desde ella me es accesible.

En la escuela aprendemos a leer y escribir, en general, de un modo plano: para descifrar manuales; hacernos de las instrucciones que permiten mecánicamente resolver problemas; como vehículo para “tomar notas”, o entender, es un decir, preguntas de exámenes de confusión múltiple. Incluso, en no pocas ocasiones, se llama lectura de comprensión a redactar lo que se lee de otra manera, sin advertir que no se quiebra el eco equidistante de lo literal: si coincide con lo establecido por la autoridad, palomita, y si no, tache. ¡Prohibido imaginar!

Para sobrevivir y trabajar tal vez sea suficiente. Pero más allá de aprobar las materias y pasar a otro curso, o ser adiestrado con el fin de ingresar al mercado de trabajo cuando existe empleo, hay, siempre, harto espacio: si de aprender a vivir, con todo lo que significa, se trata la educación, entonces no basta. Quedamos instruidos, no educados.

Acercar a las niñas y los niños a la literatura y, más aún, propiciar que la hagan suya, no es común en las escuelas del país. Tampoco a las artes plásticas, la música, la danza y otras formas de expresión artística. Mientras en el prescolar este proceso sí ocurre, en cuanto se deja ese nivel y se ingresa a “la escuela de verdad” —para nuestro infortunio— esa vereda formativa se angosta y luego cesa. Casi no hay teatro, menos fotografía o cine; tampoco el prodigio de dar forma al barro.

Camus decía: “Todo lo que yo sé de moral se lo debo al futbol y al teatro”. Hace años se discute el tema de la formación cívica y ética: ¿no será momento de dejar los cursos formales, y abrir el aprendizaje al contacto vivo con los escenarios donde aprendemos a ser otras, y al deporte que tanto contribuye a formar un nosotros; a saber perder, pero sobre todo a saber ganar, que es más difícil?

¿Cuántas preguntas brotan luego de una novela que atrapa y sacude, del lienzo que se resiste a dejar plasmada una emoción de muy adentro? Aprender a dudar, a cuestionar este mundo indecente y fundamentar la crítica, son todo un horizonte educativo. ¿El camino del arte no es uno de los más propicios para ello?

No sé cómo hacerlo, pero habrá quienes tengan ideas para ello. Hay que escucharlos y abrir las ventanas de las (j)aulas para que entre, con su dolor y luz, el arte que nos hace humanos. De nuevo volvamos a Machado: le brotaría, al edificio escolar, hendido por el rayo de la monotonía, gris y seco, “otro milagro de la primavera”.

Fuente de la información: https://www.educacionfutura.org

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Los límites de la escuela

Por: Manuel Gil Antón

La decisión de cancelar a las Escuelas de Tiempo Completo, para concentrar los recursos en las labores de mejora de la infraestructura escolar, arguyendo que así hay más beneficios en la educación de la población vulnerable, ha sido –con razón– criticada. La idea posterior de otorgar recursos, directamente a las familias, para solventar el cese de las jornadas ampliadas es un error, pues ello no conduce a prolongar la permanencia de las niñas y niños en el ámbito escolar.

Esa fue la intención primaria de su existencia: la función expresa. Derivado de ella, como aspectos adicionales, los alimentos eran necesarios; la extensión temporal propició condiciones para que (sobre todo, pero no exclusivamente) muchas mujeres pudieran desarrollar un horario laboral completo y, también, otorgar ingresos adicionales, estímulos, al personal docente y administrativo involucrado.

Al desaparecer este programa, que cubría 27 mil escuelas y a 3.6 millones de aprendices, el efecto directo, de acuerdo con su orientación académica, es la merma en las condiciones para aprender. No hay que perder de vista que este es el daño principal de su suspensión. Es cierto, la calidad de la atención a las niñas y niños era variable, no siempre la mejor, pero eso conduce a su revisión cuidadosa, no a eliminarlo: en materia de educación no se deben escatimar recursos, máxime a quienes más lo requieren.

La alimentación y el hecho de hacer posibles periodos laborales más largos, condición sin la cual no se obtiene empleo en muchas actividades o se reduce el sueldo a devengar, así como los complementos en el ingreso del personal, son, además de lamentables consecuencias asociadas a la medida, un claro ejemplo de la inexistencia de un sistema organizado de cuidados (a la infancia vulnerable y su alimentación balanceada y, por dar otro ejemplo, a los adultos mayores que requieren apoyos constantes). Por el pronunciado e inequitativo sesgo de género en las relaciones sociales, esta carencia afecta más a las mujeres y limita su desarrollo.

En un sistema organizado de cuidados, coordinado por un Estado responsable, la escuela ha de formar parte, sin duda, pero no puede con todas las necesidades. ¿Las empresas no deberían contar con estancias infantiles, seguras y estimulantes, para atender a las criaturas de sus empleadas y empleados? ¿Acaso es innecesario asegurar a la infancia nacional una nutrición propicia para su desarrollo? Las actividades extracurriculares, ¿no debieran ser accesibles a todas las familias, de tal manera que, en lugar de descartar las jornadas ampliadas, se aumente el tiempo en todas las escuelas, dado que 4 horas y media son a todas luces insuficientes para llevar a buen puerto los planes y programas de estudio, y las actividades culturales, deportivas y artísticas cruciales en el desarrollo de las personas? ¿No es urgente que el magisterio cuente con ingresos salariales dignos, a partir del desempeño cabal de una actividad de trabajo continua, en lugar de tener dobles turnos?

Para resolver esa ausencia, la escuela, mucho mejor organizada, puede colaborar. Pero no basta: ya está recargada de funciones adicionales a su naturaleza propia. Está exhausta. Es necesario abrir el horizonte hacia la construcción de un sistema eficaz de compromiso social en los cuidados, coordinado por el Estado, basado en la equidad de género, la participación de distintos actores y la colocación de recursos públicos para ello. Por el bien de todas y todos, es necesario. Urge.

Fuente de la información: http://www.educacionfutura.org

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El impacto educativo de una farsa

Por: Manuel Gil Antón

Tercera llamada, tercera. En el Gran Teatro del Mundo, genial alegoría de Calderón de la Barca, advertimos que la vida social puede ser concebida como la puesta en escena en la que somos actores. De acuerdo con los que saben, en la dramaturgia se clasifican las obras por géneros: hay tragedias y comedias, por ejemplo. Conviene no olvidar otro tipo de representaciones, conocidas como farsas.

Una farsa es (RAE) “una obra dramática desarreglada, chabacana y grotesca”. Otra definición considera que se refiere a “una pieza de teatro de carácter cómico y satírico, en especial aquella que muestra aspectos ridículos y grotescos de ciertos comportamientos humanos”.

El caso del galimatías alrededor de la figura del fiscal Gertz Manero, suscitado por su reciente e inexplicable incorporación al Sistema Nacional de Investigadores (SNI) luego de muchos años de intentarlo, sin éxito, dado que varias comisiones evaluadoras consideraron que su labor académica no era, ni de lejos, suficiente para ello y, por si fuese poco, el posterior señalamiento, fundado en evidencias, de la falta de originalidad en buena parte de sus obras, cabe, a mi juicio, en la representación de una farsa.

Muchos colegas han tratado el tema desde distintos puntos de vista, y en este escrito me sirvo de la figura teatral no solo para clasificar, de manera análoga, lo que sucede en la realidad con un tipo de representación propia de la dramaturgia, sino para reflexionar sobre el impacto educativo que implica.

Con todas sus limitaciones, el SNI se ha convertido en un sistema que concede el aval de una comunidad experta en un tema, sobre la producción y actividades asociadas al oficio académico que ha desarrollado una persona. El hecho de conferirle al señor Gertz el nombramiento como integrante del Sistema en el nivel más alto, al que solo supera el de Investigador Emérito, es una farsa. Cumple con todas las características: un desarreglo monumental que pasa por alto las consideraciones de las comisiones adecuadas, y por ende deviene en algo chabacano y sobre todo grotesco, que muestra aspectos ridículos.

Hay quien sostiene que es más bien una tragedia, pero, sin desechar su parecer, creo que se desestima la fuerza crítica del pésimo humor involuntario y la participación de todo un elenco. Asociado a la farsa, muestro idioma cuenta con la palabra farsante, que se aplica “a la persona que aparenta lo que no es, o se hace pasar por quien no es”: en otras palabras, finge.

La farsa se ahonda cuando otros actores, siguiendo la trama, tropiezan con la misma piedra: hay debates jurídicos al respecto de lo que se entiende por plagio, su relación con los derechos de autor y su propiedad, y otras aristas; no soy experto en la materia, y no se necesita serlo para, a la luz de los documentos exhibidos, reconocer una falta de ética en la que incurre el fiscal sin duda alguna.

El negar el carácter burlesco a lo que henos vivido tiene consecuencias educativas: el incumplimiento de las normas sólo se aplica a las personas sin poder, o a las que no amenazan con represalias dada la investidura con la que cuentan. En este sainete, queda una cosa clara: la farsa tiene permiso. Si no tuviera impacto, disolvente, en la noción social de una ciencia sujeta a normas, bastaría reír. La risa se congela cuando las instituciones encargadas de asegurar las reglas aceptan su incumplimiento: fingen. Lo sucedido, entonces, no es menor, ni se agota en una anécdota ridícula. Tiene consecuencias, y no pocas ni triviales.

Fuente de la información: http://www.educacionfutura.org

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El espejismo de las Consultas Educativas

Por: Manuel Gil Antón

¿Por qué las consultas para generar, enriquecer, corregir o refutar proyectos que buscan ampliar las oportunidades de aprendizaje en el país, suelen ser ejercicios fallidos? ¿Se hacen así, adrede, para hacer de cuenta que se escuchó al magisterio, e imponer, con cierta legitimidad, lo que el poder en turno considera correcto o conveniente? Se informa: “hubo tantos y cuantos foros, congresos, asambleas o algún término equivalente; llegaron 25 mil propuestas y ya se han procesado con un moderno programa de cómputo; fueron ponentes varios cientos o miles de personas”. Esta conjetura goza de cabal salud, y tiene asidero con base en la evidencia empírica de muchas iniciativas de este tipo durante décadas.

Hay, quizá, un factor más relevante que las conduce sin remedio a la esterilidad: se trata de la puesta en marcha de procedimientos de auscultación en que no es factible la discusión serena, ni la gestación de propuestas interesantes y adecuadas a los diversos contextos en que ocurre la labor pedagógica. La forma es fondo, sí, y la forma de las consultas tiene, como fondo, la manera en que están organizadas las y los docentes.

La concepción del profesorado juega un papel determinante: si no se les concibe como profesionales a cargo de una tarea intelectual muy compleja y especializada, sino como operadores entrenados para ejecutar los planes y programas de estudio tal como lo indica la autoridad (además de encomendarles actividades administrativas huecas), entonces la necesidad de escuchar sus análisis y propuestas es baladí.

Vistos de esta forma, la estructura de su vinculación institucional cotidiana sigue los ejes administrativos, laborales o sindicales: se circunscribe a la relación contractual y los mecanismos de control.

¿Qué pasaría si, reconocidos como especialistas en la generación creativa y contextual de ambientes de aprendizaje —ahí reside la verdadera revalorización del magisterio—, se ubicaran en espacios colegiados de estudio, intercambio y diseño de estrategias didácticas que, en el marco de las grandes líneas constitucionales y de orientación pedagógica nacional, las adecuaran a la especificidad de sus condiciones, modalidades escolares y niveles de estudio? Es decir: como profesionales asociados en el desempeño de una actividad intelectual y práctica de enorme importancia para la sociedad, con alto grado de dificultad, así como amplias posibilidades de innovación diferenciada.

Si imaginamos al magisterio laborando así, entonces el espacio idóneo para las consultas sería ese, y coordinados con otros sitios semejantes, podrían ser la fuente de consideraciones de muy alto valor para la transformación educativa en nuestra tierra.

Al hacer que una parte central de las reformas educativas (sí, en plural) sea la construcción de modalidades colegiadas diversas, acordes a la desigualdad de condiciones y contextos, no solo daría cabida a procesos de consulta de una riqueza inimaginable hoy, sino a formas del ejercicio de la docencia inéditas y fértiles.

Esto es un bosquejo, muy inicial e incompleto, de una propuesta que, en aras de hacer efectivas las consultas, puede abrir otros caminos para el trabajo docente: zafar al magisterio de los hilos propios de las marionetas, para fortalecer sus capacidades profesionales. Situar la perspectiva y motor del cambio en otra modalidad de organización de base. Descentralizar a fondo, sin pensar que equivale a mudar la SEP a Puebla: se trata de reorganizar el sistema. ¿Será posible? Ojalá, pues urge.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México

mgil@colmex.mx

@ManuelGilAnton

Fuente: http://www.educacionfutura.org/el-espejismo-de-las-consultas-educativas/

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