Ya está, Trump se fue, ¿y ahora qué?

Ya está, Trump se fue, ¿y ahora qué?

 Roberto Montoya

Vuelta a la “normalidad”. Ya está, ya se acabaron los infernales cuatro años de Trump, quedaron atrás sus exabruptos, su creciente autoritarismo, su exacerbado machismo, su xenofobia y racismo, sus ataques a los medios de comunicación, su intolerancia, prepotencia, su apoyo al supremacismo blanco y sus milicias, su respaldo a la policía del gatillo fácil contra la comunidad afroamericana, sus sistemáticas mentiras, su criminal gestión de la pandemia del COVID-19, su política agresiva con el medioambiente, su ruptura con importantes tratados internacionales.

La salida de Trump de la Casa Blanca es un alivio para todo el mundo, sin duda y el hecho de que en el Gabinete de Biden haya más mujeres que nunca, que refleje en su seno también la gran diversidad étnica de EEUU y hasta la diversidad en orientación sexual, es, al menos simbólicamente, un cambio positivo importante.

Pero, ¿y ahora qué?, ¿qué puede esperarse de este nuevo mandato?, ¿qué será de Trump y el movimiento ultraderechista que puso en marcha?

Un discurso lleno de vaguedades y buenismo

“Sin unidad no hay paz, sólo furia y amargura. No hay progreso, sólo caos”, dijo Joe Biden en su discurso en el Capitolio al asumir su cargo como 46º presidente Estados Unidos. “Unidad”, tal vez su palabra más repetida.

“Podemos hacer de Estados Unidos una fuerza que dirige el bien en todo el mundo”,  un tipo de frase imperial que nunca falta en un discurso presidencial sea de un republicano como de un demócrata, como las invocaciones a Dios y el llamamiento a orar todos juntos.

No hubo prácticamente más mensajes. Lugares comunes, tópicos, generalidades, discurso tradicional, sin compromisos firmes, sin un mensaje movilizador.

Frente al “Volvamos a hacer a América grande” y el “America First” de Trump, el buenismo en estado puro.

Coherente con el perfil de candidato “moderado” que Biden imprimió a su campaña electoral desde el primer momento. Una moderación y una pasividad, una falta de reacción a los constantes escándalos y a la delirante gestión de la pandemia que hacía Trump que en muchos momentos exasperó a los electores demócratas y les hizo dudar de si realmente el candidato de su partido tenía un programa alternativo que ofrecer.

Cuando Trump denunciaba las desigualdades sociales

Comparemos los discursos. ¿Qué cosas dijo un millonario del mundo inmobiliario y presentador de programas de reality como Donald Trump el 20 de enero de 2017 al asumir en las escalinatas del Capitolio la presidencia?:

“Washington floreció, pero la gente no compartió esa riqueza. Los políticos prosperaron, pero se perdieron trabajos y las empresas cerraron. El “establishment” se protegió a sí mismo, pero no a los ciudadanos de nuestro país”.

“Las victorias de ellos no fueron las victorias de ustedes; los triunfos de ellos no fueron sus triunfos; y mientras ellos celebraron en la capital de nuestra nación, las familias con dificultades económicas tenían poco que celebrar en todo nuestro país”.

Y Donald Trump hizo vibrar a la multitud, a cientos de miles de personas en la explanada del Capitolio cuando prometió:

“Todo eso cambia aquí mismo y ahora mismo, porque este momento es su momento: les pertenece a ustedes” “Le pertenece a todos los que se reunieron hoy aquí y a todos los que nos ven a lo largo de Estados Unidos”. “Los hombres y mujeres olvidados de nuestro país ya no serán olvidados. Todo el mundo los escucha ahora”.

Trump habló de desigualdades sociales, les dijo que “una nación existe para servirles a sus ciudadanos”,  les habló de “madres e hijos atrapados en la pobreza en nuestros centros urbanos; empresas oxidadas y dispersas como lápidas en todo el territorio nacional”.

Denunció igualmente “un sistema educativo lleno de dinero pero que priva a nuestros bellos y jóvenes estudiantes del conocimiento” y muchas cosas más.

Un discurso muy estudiado. El mundo al revés. Trump, un millonario enriquecido con la especulación inmobiliaria, un grotesco “showman” gamberro y misógino de la telerrealidad, sin experiencia política y al que incluso muchos en el propio Partido Republicano no tomaban en serio, hizo una radiografía de la situación social de EEUU con algunas frases que parecían extraídas del programa de Bernie Sanders.

Ni demócratas como Clinton, Obama, ni ahora Biden, llegaron a decir realidades como esas ni en su primer discurso ni en ninguno de sus discursos.

¿Demagogia por parte de Trump?, claro. Una verdadera burla. Trump denunciaba algunas de las nefastas consecuencias sociales de la globalización y del neoliberalismo, de la desindustrialización de importantes zonas del país, atribuyéndoselas en exclusiva a los gobiernos demócratas, aún siendo él mismo fruto, beneficiario y defensor de ese mismo sistema.

Al efectismo de su diagnóstico le añadió una buena dosis de xenofobia y racismo culpabilizando tanto al inmigrante como al capital y  gobiernos extranjeros de todos esos males.

Un discurso que compró rápidamente una parte importante de esos trabajadores y empresarios que no participaron del botín de la globalización, ni de la deslocalización y los tratados de libre comercio sino que por el contrario fueron afectados por ellos.

Trump se convirtió también rápidamente al iniciar su campaña electoral en antiabortista ferviente y defensor a ultranza de principios ideológicos ultraconservadores con lo que logró atraer el voto de las poderosas iglesias evangelistas, cada vez más influyentes en el mundo de la política, de la Justicia, de la vida cultural y social.

El trumpismo no ha muerto

Trump jugó bien su baza, funcionó.

Hizo populismo de derecha de gran eficacia. El hombre al que a pocos meses de iniciar su mandato muchos daban ya por acabado mostró que tras cuatro años dando prebendas fiscales y de todo tipo al gran capital industrial, financiero, y a las grandes fortunas, desprotegiendo sanitaria y socialmente a la población, obtuvo siete millones de votos más que en 2016.

Aún después del impeachment y de meses de escandalosa y criminal gestión de la pandemia Trump seguía teniendo sorprendentes índices de popularidad y lograba arrastrar aún en sus locuras a todo el Partido Republicano.

Pero Biden al final vio su oportunidad. El narcisismo y  omnipotencia le terminó haciendo una mala jugada a Trump; tiró de la cuerda hasta que la rompió.

El número de muertos aumentaba y aumentaba, la situación de la pandemia se descontroló totalmente, vio que perdía terreno, intentó atrasar las elecciones y al no lograrlo denunció que habría fraude, todo se precipitó.

Los últimos meses del Gobierno de Trump fueron patéticos.

El presidente se quedó cada vez más solo, fue perdiendo apoyos en su propio gobierno, en su Administración, en el Tribunal Supremo cuya mayoría conservadora fortaleció, y se hicieron ya visibles las fisuras internas en el Partido Republicano.

El no reconocer los resultados electorales y obstaculizar la transmisión de poder mostraban un descontrol político y personal inédito en un presidente derrotado en las urnas.

Muchos como el fiel y servil vicepresidente Mike Pence terminaron saltando a último momento del barco antes de que se hundiera, intentando poner a salvo su propio futuro político.

Biden tuvo así su oportunidad de oro, su táctica de ver pasar el cadáver de su adversario ante su puerta, como decíamos en estas páginas finalmente funcionó.

Trump se suicidó y su cadáver político pasó efectivamente ante la puerta de Biden.

Su último acto fue negar el triunfo electoral al punto de convocar a las milicias supremacistas y ultraderechistas a tomar por asalto el Capitolio en plena sesión.

Pero aunque Trump quede fuera de la gran escena política definitivamente, si hipotéticamente prospera el nuevo impeachment demócrata contra él y queda inhabilitado de por vida para cargo público, difícilmente el trumpismo desaparezca.

¿Será capaz un presidente como Joe Biden de adoptar medidas concretas que minen el apoyo que tiene el trumpismo en amplios sectores de la sociedad?

No es fácil ser optimista al respecto. Joe Biden no es Bernie Sanders y no está claro que este último, su gente y la presión de los movimientos sociales, aunque creciente estos últimos años, puedan influir realmente en la política del nuevo presidente.

Biden es un hombre del establishment de toda la vida, claro representante de ese modelo neoliberal con el que tanto gobiernos demócratas como republicanos han contribuido a acentuar cada vez más las desigualdades sociales en EEUU, convirtiéndolo en un imperio con pies de barro.

Trump supo pescar en el caladero de las víctimas de ese modelo y puso en marcha un movimiento que seguramente seguirá teniendo peso en el seno del Partido Republicano como lo tuvo en su momento el Tea Party. O él y sus seguidores terminarán provocando un cisma en el partido.

Biden y el Partido Demócrata tienen dos opciones:

Una, sacar lecciones del fenómeno Trump, rectificar, no repetir el modelo de Clinton u Obama, asumir de una vez que las estructuras fundamentales del sistema actual se han agotado y aceptar al menos parcialmente algunas de las reformas más importantes fiscales, laborales, medioambientales y sociales esbozadas por Sanders y el equipo de jóvenes congresistas que lo apoyan.

Dos, seguir intentando navegar a dos aguas como durante la campaña electoral. Asumiendo solo superficialmente, cara a la galería, algunas de las reformas propuestas por el ala de izquierda demócrata y los movimientos sociales, al tiempo que se hacen constantes guiños al sector más “moderado” del Partido Republicano y a disidentes del PR como el Lincoln Project y otros colectivos de la familia conservadora.

En el entorno de Biden no son pocos los que en los últimos días se inclinan por esta última opción porque argumentan que el Partido Republicano va hacia una fractura y que escorando el Gobierno hacia la derecha se podría debilitarlo aún más, facilitando así importantes acuerdos de Estado bipartitos. Sería seguir una estrategia como la que intentó en varias ocasiones durante su gobierno Obama y que fracasó.

De esa forma, dicen, se podría llegar en mejores condiciones a 2022 para lograr en las legislativas de medio mandato aumentar la mayoría demócrata en las dos Cámaras.

El hecho de que el gran capital haya votado mayoritariamente a Biden en esta ocasión no augura precisamente que pueda definirse por la primera opción, y tampoco lo augura la relación de fuerzas que sigue imperando en el seno de un anquilosado Partido Demócrata.

Los primeros 100 días de gracia para el nuevo gobierno

En cualquier caso, por el momento Biden tendrá su periodo de gracia, podrá mantener cierta ambigüedad. Trump se lo puso fácil para que el cambio de gobierno se note rápidamente.

Una nueva política firme y coherente para enfrentar la crisis sanitaria, con una coordinación federal de los 50 estados que hoy día no existe, y la aprobación de un paquete de medidas sociales para paliar las consecuencias que los estragos del Covid-19 ha provocado en millones de personas, serán seguramente algunas de las primeras medidas que le permitirán a Biden iniciar con buen pie su mandato y marcar la diferencia.

Entre sus primeras órdenes ejecutivas ya figura el uso obligatorio de mascarillas en los edificios públicos federales y el regreso a la Organización Mundial de la Salud, lo que apunta en esa dirección. También ha decidido congelar la construcción del muro en la frontera con México -una de las promesas estrella de Trump inconclusa-; acabar con la criminal política de separar a padres e hijos inmigrantes que intentan entrar a EEUU, y ha reiterado su promesa de regularizar la situación de 11 millones de sin papeles a través de la Ley de Ciudadanía de los Estados Unidos.

Una promesa similar es la que hizo también Obama en 2009 al llegar al poder -con Biden como vicepresidente- y que dejó sin cumplir tras ocho años de mandato.

Entre la primera quincena de decretos presidenciales firmados ya por Biden está también el anuncio del regreso de EEUU al Acuerdo de París contra el cambio climático y la revocación del permiso concedido para la construcción del oleoducto  Keystone XL entre EEUU y Canadá.

Es de esperar que en los próximos días y semanas Biden anuncie otras medidas internas de contenido social para tranquilizar a la población, y que también lo haga en temas de política exterior para mostrar a sus aliados y al mundo entero que “Estados Unidos vuelve a la normalidad” o, como dijo en su discurso inaugural, “para dirigir el bien en el mundo”.

A Biden y al Partido Demócrata le conviene que el impeachment a Trump fructifique y este quede inhabilitado para ejercer cargo público de por vida.

Sin embargo no les conviene que el juicio político al ex presidente se solape en el tiempo y quite impacto político y mediático a este primer periodo de grandes anuncios del nuevo gobierno.

A pesar de que no se pueden esperar grandes sorpresas de un gobierno con un hombre del establishment como Biden a la cabeza, solo tras ese periodo de gracia se podrá confirmar cuál será el perfil definitivo del nuevo gobierno.

(Tomado de Público)

Fuente de la Información: http://www.cubadebate.cu/opinion/2021/01/22/ya-esta-trump-se-fue-y-ahora-que/

 

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Trump, Israel y la complicidad del Partido Demócrata

Por: Roberto Montoya

La comunidad internacional se rasga las vestiduras: Trump ha reconocido a Jerusalén como capital del Estado de Israel. ¿Fue una decisión personal del nuevo emperador, o la medida cuenta desde 1995 con el apoyo aplastante de republicanos y demócratas?

“El presidente Trump reconoció que Jerusalén ha sido la capital eterna del pueblo judío por más de 3.000 años, y que Estados Unidos, bajo su Administración, finalmente aceptará el mandato del Congreso de reconocer a Jerusalén como la capital unificada del Estado de Israel”. Esta frase no corresponde a una noticia de días pasados sobre la decisión de Trump que se convirtió en portada de medios de todo el mundo y se hizo viral en las redes.

La frase es del 25 de septiembre de 2016 y corresponde al comunicado de prensa del equipo de campaña electoral del entonces candidato presidencial Donald Trump. Fue emitido poco después de terminar el encuentro privado del magnate republicano en su Trump Tower de Nueva York con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Como muchas de las promesas y exabruptos de su campaña no fue tomada en cuenta… salvo por los palestinos.

Y como muchas de sus otras promesas electorales subestimadas en su momento, ésta también se cumple. Trump en definitiva es menos imprevisible de lo que algunos sostienen.

Bastaba con leer a fondo su programa electoral y analizar quiénes eran sus principales apoyos económicos y asesores políticos para poder prever que,de llegar a la Casa Blanca,la paz mundial, el medioambiente y las libertades democráticas sufrirían nuevos, inesperados golpes y fuertes retrocesos.

LOS DEMÓCRATAS YA VOTARON LA MISMA MEDIDA CON CLINTON EN EL PODER 

Cuando Trump prometía a Netanyahu en 2016 que “finalmente” se cumpliría con la decisión del Congreso estadounidense estaba recordando que, efectivamente, el 23 de octubre de 1995, durante la Administración de Bill Clinton, se aprobó la conocida como Ley de la Embajada de Israel (Jerusalem Embassy Act) por la que se reconoció a Jerusalén como capital de Israel.

“Jerusalén debe ser reconocida como la capital del Estado de Israel, y la embajada estadounidense en Israel deberá establecerse en Jerusalén no más tarde del 31 de mayo de 1999”. Por esa ley se reconocía a Jerusalén como ciudad “unida e indivisible” bajo la autoridad de Israel.

En 1995, durante la Administración de Bill Clinton, se aprobó la Jerusalem Embassy Act por la que se reconoció a Jerusalén como capital de Israel

Copiaba así casi literalmente la Ley de Jerusalén aprobada el 30 de julio de 1980 por el Parlamento israelí, que hablaba de una Jerusalén “entera y unificada” como capital de Israel.

Salvo unas escasas excepciones todos los congresistas y senadores estadounidenses del entonces gobernante Partido Demócrata votaron a favor de la ley, al igual que los del Partido Republicano.

En el Senado hubo 93 votos a favor y solo cinco en contra, y en la Cámara de los Representantes 374 a favor y 37 en contra. Bernie Sanders fue uno de los cinco senadores que votó en contra… aunque años después votaría lo contrario.

Paradójicamente, semejante aprobación por el Congreso de EE UU no solo violaba flagrantemente los acuerdos internacionales sobre la soberanía de Jerusalén sino que se producía nada menos que dos años después de que Bill Clinton recibiera en su casa vacacional de Camp David (¡nombre imparcial!) a Isaac Rabin y Yasir Arafat tras firmar en Washington días antes los Acuerdos de Oslo entre israelíes y palestinos.

Aquel acuerdo reconoció la autonomía de la Autoridad Nacional Palestina sobre Gaza y Cisjordania en materia de educación, cultura, salud, turismo, bienestar social, tributación directa y policía local, y fue presentado al mundo como un hecho histórico que daría inicio al fin del conflicto.

Sin embargo, el mismo día de la firma de los Acuerdos, Rabin dejó clara la postura de Israel: “Jerusalén es la antigua y eterna capital del pueblo judío”. Rabin rechazó explícitamente el veredicto de la ONU.

A pesar de su estrecha relación con el lobby judío-estadounidense y el abrumador apoyo del Congreso a la Ley de la Embajada de Israel en 1995, Clinton no se atrevió a concretar la mudanza de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén. Influyó en esa decisión —que nunca le perdonó Israel a pesar de su gran fidelidad— el hecho de que el Tribunal Supremo recordara que tal decisión no era competencia del Congreso sino del presidente, por afectar a la política exterior y a la seguridad nacional de EE UU. Por ello Clinton hubiera tenido que firmar expresamente una Orden Ejecutiva para que fuera efectiva. No lo hizo.

Tanto George Bush junior como Barack Obama siguieron los pasos de Clinton en la no aplicación de la Ley de la Embajada de Israel

Medio Oriente vivía momentos convulsos en aquellos años de post Guerra Fría y EE UU no quería crearse más enemigos en el mundo árabe y musulmán. No había logrado la caída del ayatolá Jomeini a pesar de los ocho años de guerra que fomentó. Sadam Husein había pasado de ser un gran aliado a ser un archienemigo y la Guerra del Golfo se cerró en falso. Al Qaeda ya había empezado sus atentados contra intereses estadounidenses, y Clinton necesitaba también la ayuda de los países árabes musulmanes para apoyar en los Balcanes a la Armija en su guerra por la independencia de Bosnia-Herzegovina.

Tanto George Bush junior como Barack Obama siguieron los pasos de Clinton en la no aplicación de la Ley de la Embajada de Israel. Lo hicieron a través de una ‘Presidential Waiver’ , una prerrogativa del presidente para no implementar temporalmente una ley por cuestiones de seguridad nacional, que se ha venido aplicando desde octubre de 1998.

EL VOTO INESPERADO DE BERNIE SANDERS 

A pesar de que durante su campaña electoral había prometido reconocer la capitalidad israelí de Jerusalén, el 1 de Junio de 2017 Trump mantuvo la tradición, firmó la Presidential Waiversemestral, aunque prometió que sería la última que firmaría. Muchos creyeron que era un farol, una promesa para seducir al lobby judío pero que no cumpliría.

Pero para Trump era solo cuestión de cuadrar su agenda. Pocos días después, el 5 de Junio, el Senado estadounidense votó la simbólica Resolution 176, celebrando el 50º aniversario de la “reunificación de Israel”; reafirmó solemnemente la Ley de la Embajada de Israel, y reclamó al presidente Trump que esta vez diera su autorización para que entrara en vigor.

La Resolution 176 no solo fue aprobada por abrumadora mayoría como en la votación de la Ley de la Embajada de Israel de 1995; en esta ocasión fue unánime. El voto de Sanders había cambiado, votó a favor. Votaron 47 republicanos, 41 demócratas y dos independientes, el total de los miembros de la Cámara Alta presentes.

Seis meses después tocaba renovar la ya tradicional Presidential Waiver para no implementar la ley, pero ya nadie dudaba que Trump haría finalmente el anuncio. Y no defraudó.

Paradójicamente, tras las abrumadoras críticas de líderes de todo el mundo al anuncio que hizo Trump el pasado 6 de diciembre, Sanders valoró en su cuenta Twitter de las negativas consecuencias que la decisión podía tener para el proceso de paz. Ya era tarde.

Cuando Julian Assange se hizo eco en su cuenta de Twitter del voto que había hecho Sanders en la votación del 5 de junio, reproduciendo la lista donde el nombre del senador progresista figuraba en la lista de todos los que habían votado unánimemente ese día, hubo un aluvión de sus seguidores que reaccionaron críticamente contra Sanders, no pocos de ellos con ataques rayanos con el antisemitismo.

Bernie Sanders along with 90 other Senators unanimously voted to move the U.S. embassy to Jerusalem in June #Zionismhttps://t.co/RZxoOkffNcpic.twitter.com/nHCHip2Hky

— Julian Assange 🔹 (@JulianAssange) 9 de diciembre de 2017

A pesar de que durante su campaña electoral Sanders no se distinguió por tener un programa alternativo global en política exterior, fue el único candidato que criticó públicamente la política de Netanyahu y los asentamientos judíos y le dio plantón al primer ministro israelí cuando este pronunció un discurso ante el Congreso en marzo de 2016.

“La paz en Medio Oriente también implica seguridad para cada palestino”, dijo Sanders en un discurso público aquellos días, “implica conseguir la autodeterminación, los derechos civiles y la seguridad económica del pueblo palestino”.

Sanders también defendió el Pacto Nuclear con Irán y, siendo el único candidato presidencial judío en las primarias del Partido Demócrata, fue el único de los cinco candidatos que todavía había en ese momento que se excusó de no participar en la reunión anual del AIPAC, el más poderoso lobby judío de Estados Unidos. La bendición del AIPAC es considerada imprescindible para cualquier candidato.

Resulta difícilmente comprensible y será difícil de borrar de su biografía el polémico voto de Sanders aquel 5 de junio de 2017, aunque aquella resolución del Senado no fuera vinculante

Por ello resulta difícilmente comprensible y será difícil de borrar de su biografía el polémico voto de Sanders aquel 5 de junio de 2017, aunque aquella resolución del Senado no fuera vinculante.

Fue en realidad uno de los pocos senadores y congresistas que criticaron la decisión de Trump. Muchos de ellos tienen doble nacionalidad, estadounidense e israelí. Chuck Schumer, el líder del Partido Demócrata en el Senado, fue uno de los primeros en alabar la decisión de Trump.

El presidente dio en definitiva un paso que en principio no cambia de por sí la ya tradicional política pro israelí de los gobiernos tanto republicanos como demócratas anteriores que ha tenido Estados Unidos, pero tiene un gran simbolismo que tendrá previsiblemente consecuencias políticas y que va a obligar a retratarse a muchos líderes mundiales.

Fuente: http://elsaltodiario.com/el-lado-oculto-de-la-noticia/trump-israel-y-la-complicidad-del-partido-democrata-sanders

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