Por: Roberto Montoya
La comunidad internacional se rasga las vestiduras: Trump ha reconocido a Jerusalén como capital del Estado de Israel. ¿Fue una decisión personal del nuevo emperador, o la medida cuenta desde 1995 con el apoyo aplastante de republicanos y demócratas?
“El presidente Trump reconoció que Jerusalén ha sido la capital eterna del pueblo judío por más de 3.000 años, y que Estados Unidos, bajo su Administración, finalmente aceptará el mandato del Congreso de reconocer a Jerusalén como la capital unificada del Estado de Israel”. Esta frase no corresponde a una noticia de días pasados sobre la decisión de Trump que se convirtió en portada de medios de todo el mundo y se hizo viral en las redes.
La frase es del 25 de septiembre de 2016 y corresponde al comunicado de prensa del equipo de campaña electoral del entonces candidato presidencial Donald Trump. Fue emitido poco después de terminar el encuentro privado del magnate republicano en su Trump Tower de Nueva York con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Como muchas de las promesas y exabruptos de su campaña no fue tomada en cuenta… salvo por los palestinos.
Y como muchas de sus otras promesas electorales subestimadas en su momento, ésta también se cumple. Trump en definitiva es menos imprevisible de lo que algunos sostienen.
Bastaba con leer a fondo su programa electoral y analizar quiénes eran sus principales apoyos económicos y asesores políticos para poder prever que,de llegar a la Casa Blanca,la paz mundial, el medioambiente y las libertades democráticas sufrirían nuevos, inesperados golpes y fuertes retrocesos.
LOS DEMÓCRATAS YA VOTARON LA MISMA MEDIDA CON CLINTON EN EL PODER
Cuando Trump prometía a Netanyahu en 2016 que “finalmente” se cumpliría con la decisión del Congreso estadounidense estaba recordando que, efectivamente, el 23 de octubre de 1995, durante la Administración de Bill Clinton, se aprobó la conocida como Ley de la Embajada de Israel (Jerusalem Embassy Act) por la que se reconoció a Jerusalén como capital de Israel.
“Jerusalén debe ser reconocida como la capital del Estado de Israel, y la embajada estadounidense en Israel deberá establecerse en Jerusalén no más tarde del 31 de mayo de 1999”. Por esa ley se reconocía a Jerusalén como ciudad “unida e indivisible” bajo la autoridad de Israel.
En 1995, durante la Administración de Bill Clinton, se aprobó la Jerusalem Embassy Act por la que se reconoció a Jerusalén como capital de Israel
Copiaba así casi literalmente la Ley de Jerusalén aprobada el 30 de julio de 1980 por el Parlamento israelí, que hablaba de una Jerusalén “entera y unificada” como capital de Israel.
Salvo unas escasas excepciones todos los congresistas y senadores estadounidenses del entonces gobernante Partido Demócrata votaron a favor de la ley, al igual que los del Partido Republicano.
En el Senado hubo 93 votos a favor y solo cinco en contra, y en la Cámara de los Representantes 374 a favor y 37 en contra. Bernie Sanders fue uno de los cinco senadores que votó en contra… aunque años después votaría lo contrario.
Paradójicamente, semejante aprobación por el Congreso de EE UU no solo violaba flagrantemente los acuerdos internacionales sobre la soberanía de Jerusalén sino que se producía nada menos que dos años después de que Bill Clinton recibiera en su casa vacacional de Camp David (¡nombre imparcial!) a Isaac Rabin y Yasir Arafat tras firmar en Washington días antes los Acuerdos de Oslo entre israelíes y palestinos.
Aquel acuerdo reconoció la autonomía de la Autoridad Nacional Palestina sobre Gaza y Cisjordania en materia de educación, cultura, salud, turismo, bienestar social, tributación directa y policía local, y fue presentado al mundo como un hecho histórico que daría inicio al fin del conflicto.
Sin embargo, el mismo día de la firma de los Acuerdos, Rabin dejó clara la postura de Israel: “Jerusalén es la antigua y eterna capital del pueblo judío”. Rabin rechazó explícitamente el veredicto de la ONU.
A pesar de su estrecha relación con el lobby judío-estadounidense y el abrumador apoyo del Congreso a la Ley de la Embajada de Israel en 1995, Clinton no se atrevió a concretar la mudanza de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén. Influyó en esa decisión —que nunca le perdonó Israel a pesar de su gran fidelidad— el hecho de que el Tribunal Supremo recordara que tal decisión no era competencia del Congreso sino del presidente, por afectar a la política exterior y a la seguridad nacional de EE UU. Por ello Clinton hubiera tenido que firmar expresamente una Orden Ejecutiva para que fuera efectiva. No lo hizo.
Tanto George Bush junior como Barack Obama siguieron los pasos de Clinton en la no aplicación de la Ley de la Embajada de Israel
Medio Oriente vivía momentos convulsos en aquellos años de post Guerra Fría y EE UU no quería crearse más enemigos en el mundo árabe y musulmán. No había logrado la caída del ayatolá Jomeini a pesar de los ocho años de guerra que fomentó. Sadam Husein había pasado de ser un gran aliado a ser un archienemigo y la Guerra del Golfo se cerró en falso. Al Qaeda ya había empezado sus atentados contra intereses estadounidenses, y Clinton necesitaba también la ayuda de los países árabes musulmanes para apoyar en los Balcanes a la Armija en su guerra por la independencia de Bosnia-Herzegovina.
Tanto George Bush junior como Barack Obama siguieron los pasos de Clinton en la no aplicación de la Ley de la Embajada de Israel. Lo hicieron a través de una ‘Presidential Waiver’ , una prerrogativa del presidente para no implementar temporalmente una ley por cuestiones de seguridad nacional, que se ha venido aplicando desde octubre de 1998.
EL VOTO INESPERADO DE BERNIE SANDERS
A pesar de que durante su campaña electoral había prometido reconocer la capitalidad israelí de Jerusalén, el 1 de Junio de 2017 Trump mantuvo la tradición, firmó la Presidential Waiversemestral, aunque prometió que sería la última que firmaría. Muchos creyeron que era un farol, una promesa para seducir al lobby judío pero que no cumpliría.
Pero para Trump era solo cuestión de cuadrar su agenda. Pocos días después, el 5 de Junio, el Senado estadounidense votó la simbólica Resolution 176, celebrando el 50º aniversario de la “reunificación de Israel”; reafirmó solemnemente la Ley de la Embajada de Israel, y reclamó al presidente Trump que esta vez diera su autorización para que entrara en vigor.
La Resolution 176 no solo fue aprobada por abrumadora mayoría como en la votación de la Ley de la Embajada de Israel de 1995; en esta ocasión fue unánime. El voto de Sanders había cambiado, votó a favor. Votaron 47 republicanos, 41 demócratas y dos independientes, el total de los miembros de la Cámara Alta presentes.
Seis meses después tocaba renovar la ya tradicional Presidential Waiver para no implementar la ley, pero ya nadie dudaba que Trump haría finalmente el anuncio. Y no defraudó.
Paradójicamente, tras las abrumadoras críticas de líderes de todo el mundo al anuncio que hizo Trump el pasado 6 de diciembre, Sanders valoró en su cuenta Twitter de las negativas consecuencias que la decisión podía tener para el proceso de paz. Ya era tarde.
Cuando Julian Assange se hizo eco en su cuenta de Twitter del voto que había hecho Sanders en la votación del 5 de junio, reproduciendo la lista donde el nombre del senador progresista figuraba en la lista de todos los que habían votado unánimemente ese día, hubo un aluvión de sus seguidores que reaccionaron críticamente contra Sanders, no pocos de ellos con ataques rayanos con el antisemitismo.
Bernie Sanders along with 90 other Senators unanimously voted to move the U.S. embassy to Jerusalem in June #Zionismhttps://t.co/RZxoOkffNcpic.twitter.com/nHCHip2Hky
— Julian Assange 🔹 (@JulianAssange) 9 de diciembre de 2017
A pesar de que durante su campaña electoral Sanders no se distinguió por tener un programa alternativo global en política exterior, fue el único candidato que criticó públicamente la política de Netanyahu y los asentamientos judíos y le dio plantón al primer ministro israelí cuando este pronunció un discurso ante el Congreso en marzo de 2016.
“La paz en Medio Oriente también implica seguridad para cada palestino”, dijo Sanders en un discurso público aquellos días, “implica conseguir la autodeterminación, los derechos civiles y la seguridad económica del pueblo palestino”.
Sanders también defendió el Pacto Nuclear con Irán y, siendo el único candidato presidencial judío en las primarias del Partido Demócrata, fue el único de los cinco candidatos que todavía había en ese momento que se excusó de no participar en la reunión anual del AIPAC, el más poderoso lobby judío de Estados Unidos. La bendición del AIPAC es considerada imprescindible para cualquier candidato.
Resulta difícilmente comprensible y será difícil de borrar de su biografía el polémico voto de Sanders aquel 5 de junio de 2017, aunque aquella resolución del Senado no fuera vinculante
Por ello resulta difícilmente comprensible y será difícil de borrar de su biografía el polémico voto de Sanders aquel 5 de junio de 2017, aunque aquella resolución del Senado no fuera vinculante.
Fue en realidad uno de los pocos senadores y congresistas que criticaron la decisión de Trump. Muchos de ellos tienen doble nacionalidad, estadounidense e israelí. Chuck Schumer, el líder del Partido Demócrata en el Senado, fue uno de los primeros en alabar la decisión de Trump.
El presidente dio en definitiva un paso que en principio no cambia de por sí la ya tradicional política pro israelí de los gobiernos tanto republicanos como demócratas anteriores que ha tenido Estados Unidos, pero tiene un gran simbolismo que tendrá previsiblemente consecuencias políticas y que va a obligar a retratarse a muchos líderes mundiales.