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OPINIÓN | Con la cruz de tu ausencia

Por: Tlachinollan

 

Me han obligado a vivir con el corazón roto,

a caminar con la cruz de tu ausencia,

a padecer el tormento de la mentira y el escarnio.

Mi amor de madre es tan grande

que nada impedirá

acariciar tu rostro,

para que brille la justicia.

 

He tenido que regresar al pueblo para guardar la cuarentena. Después de 67 meses ya nada es igual. La familia del padre de mis hijos que vive en Nueva York, se ha empeñado en quitarnos la casa, al culparme de la desaparición de mi hijo. Se han olvidado que cuando estuve en Nueva York mandé también dinero para construir la casa. Tuve que defender mi patrimonio, y al mismo tiempo, buscar a mi hijo. No es tan fácil enfrentar la vida como madre de dos hijas, de dos nietas y de un hijo desaparecido.

Con el apoyo de mis hermanos sembramos maíz y frijol en nuestra parcela. Solo así tenemos segura la comida. En esta temporada no cosechamos frijol porque se quemó con el calor que hizo. De maíz sacamos como 400 kilos y ahorita solo nos queda un costal para comer este mes. El bulto de 50 kilos cuesta 300 pesos, ya ni eso podemos comprar. No se que voy hacer. Antes vendía artesanías y con lo poquito que juntaba lo compartía con mis hijas. En los momentos difíciles mi hijo buscaba trabajo en la ciudad y él veía como nos sostenía. Yo he buscado trabajo aquí en el pueblo, pero todos estamos igual. No hay dinero.

Los dos hermanos que tengo en Nueva York, se enfermaron del coronavirus. Uno de mis hermanos sigue encerrado en su cuarto para no contagiar a sus tres hijos. Su esposa tuvo que ser hospitalizada, pero gracias a Dios a los tres días fue dada de alta. Mi otro hermano siguió trabajando como repartidor de comida y el se encargó de atender a los sobrinos. Me da gusto que mi hermana haya salido adelante, ya tiene varios años trabajando en McDonald’s, por el momento, solo trabaja dos días a la semana, porque todo el servicio es para llevar. Ella a veces se compadece de mí y me manda para algunos gastos, pero ahorita también tiene problemas con el pago de la renta, por eso me da pena molestarla.

Desde que regresé al pueblo con mis hijas, en el mes de marzo, he tenido que enfrentar varios problemas con la familia paterna. Ellos siguen sin aceptar que viva en la casa que construimos con el papá de mis hijas. Por eso, han tratado de molestarnos diciendo a la gente que nosotras traemos el coronavirus, que mejor nos regresemos donde estamos viviendo. Hemos tenido que aguantar y fingir que no escuchamos.

El martes pasado tuvimos una asamblea para ver si quitábamos los filtros que desde hace tres semanas se pusieron en la entrada del pueblo. El comisariado y el consejo de vigilancia han estado al frente de este trabajo y con su grupo se han organizado para vigilar las entradas y salidas de la gente. Por su parte, el comisario ha tratado de convencer a la gente de que se quiten los filtros. A él con su gente le toca vigilar la entrada donde está la antena. Yo pedí la palabra y dije que estaba bien lo que hacía el comisariado y el consejo de vigilancia, porque es para el bien de todo el pueblo. Les recordé que para eso los pusimos, para que velen por nuestra seguridad y ahora por nuestra salud. Al final comenté que, si la mayoría de la gente decide que sigan cerradas las entradas, que así se cumpla. Mi comentario no le gustó al comisario, porque la mayoría de la gente decidió que continuáramos con los filtros sanitarios.

Este fin de semana tuvimos otro problema y se lo planteamos al comisario. Ahí noté que estaba enojado porque se puso a favor de la otra parte. En lugar de conciliar, se fueron contra nosotras. No nos escucharon por ser mujeres. La otra familia se siente con dinero, porque uno de sus hijos acaba de llegar de Nueva York. A los señores de la comisaria les molesta que las mujeres participemos y nos pongamos al tú por tú con ellos. Siempre les dan el lado a los hombres y luego no nos dejan hablar. Como no me deje, el comisario impuso su decisión y le dio la razón a la otra familia, además nos multó con 700 pesos, y nos pidió 100 pesos para pagar el acta y otros 100 pesos para los refrescos.

Como mujeres hemos dicho que los usos y costumbres del pueblo, no quieren decir que solo los hombres van a mandar y que nada más ellos, deben de estar en la mesa para aplicar justicia. Ya les demostré que como mujer tengo derechos y que me tienen que respetar. Así fue con el problema que tuve con la familia del padre de mis hijas.  Me querían quitar la casa y otro comisario también apoyo a la otra familia. En esa fecha, andaba muy triste porque tenía poco que mi hijo había desaparecido. Me sentí desamparada. Gracias al apoyo de los abogados y abogadas de derechos humanos logré ganar una demanda. Lo que me hicieron fue para demostrarme que lo que deciden los hombres es la del pueblo.

La verdad es muy pesado tener que pelear en todo momento para que respeten nuestros derechos. No me cansaré de hacerlo. En esta lucha que llevo con los 43 padres y madres de familias que buscamos a nuestros hijos, he aprendido como mujer y como madre a exigirle al gobierno que garantice la vida de nuestros hijos. Ellos tienen la obligación de buscarlos y decirnos donde están.

Ahora soy una madre que aprendí a luchar, por mi hijo. Él me enseñó a hacerlo. Ya nada me detendrá, y lo que más me da esperanza es que en medio de tanta pobreza, mis hijas también han descubierto que existe otra manera de vivir, cuando se pierde el miedo y se lucha por la justicia. Aunque estamos solas en el pueblo, sabemos que en todo México y en varios países del mundo están con nosotras, que sienten nuestro dolor y que también están dispuestos ha seguir caminando al lado nuestro, hasta conocer la verdad.

Ser madre de un hijo desaparecido es vivir con el corazón roto, es caminar en los bordes de la muerte, es cargar con la pesada cruz de un dolor que quema el alma. De una espada que atraviesa el corazón, de un sufrimiento que no permite tener reposo. He aprendido lo que mi hijo sería como maestro, de ser la voz de los niños y las niñas indígenas que crecen con el estómago vacío y que desde pequeños tienen que trabajar en el campo. De mostrar la realidad que se vive en las comunidades indígenas, donde las mujeres seguimos cargando con el estigma de la inferioridad y de ser arrinconadas para vivir en el silencio. Como madre estoy dispuesta a seguir caminando en estas montañas y a seguir trabajando en los surcos del hambre, que son los que me dieron fuerzas para procrear 2 hijas y 1 hijo. Estas pruebas son de fuego, porque mi única ilusión es encontrar a mi hijo. Para muchas madres y padres de familia, que estamos marcados por esta tragedia, somos ahora la esperanza de un México con justicia.

La cuarentena que estamos haciendo para evitar la transmisión del coronavirus, nos ha colocado en una situación extremadamente crítica, porque en el momento en que el presidente de la república había convocado al presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) y al fiscal general de la república para impulsar las investigaciones, continuar con las búsquedas y concretar las órdenes de aprehensión contra altos funcionarios que fabricaron la verdad histórica, la amenaza de la pandemia vino a interrumpir este movimiento en pos de la verdad, obligándonos al repliegue y al confinamiento.

Nos preocupa mucho que la pandemia desactive todos los esfuerzos realizados por la Comisión para la Verdad y Acceso a la Justicia en el caso Ayotzinapa, y que la parálisis de las instituciones no sea motivo para que se estanquen las investigaciones y se mantengan intocados los pactos del silencio.  Es muy alentadora la noticia publicada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), de que el pasado 6 de mayo firmó el acuerdo internacional para la reinstalación del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) que prestará asistencia técnica para el caso Ayotzinapa. Nos anima saber que los expertos y expertas estarán muy atentos para participar en la elaboración de planes de búsqueda y en la coadyuvancia de las investigaciones. Su presencia nos da confianza, sobre todo que haya el respaldo del Estado Mexicano y que la Comisión Interamericana, siga comprometida con nuestros hijos.

En mi casa no solo acecha la amenaza del coronavirus, sino también el fantasma del hambre que nos angustian y causan desesperación, sin embargo, esta pesadilla sería llevadera sino cargáramos la cruz de la ausencia de nuestros hijos. Para nosotras ese es el virus que nos mata, la desaparición de nuestros 43 hijos. Es la pandemia que asfixia a más de 60 mil familias de México, que luchamos a brazo partido para que haya verdad y justicia. Somos los #CorazonesenMarcha.

Centro de Derechos Humanos de la Montaña “Tlachinollan

Fuente e imagen: http://www.tlachinollan.org/opinion-con-la-cruz-de-tu-ausencia/

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OPINIÓN: Indígenas mexicanos en Nueva York, cercados por el coronavirus

Por: Zósimo Camacho

Maclovio tuvo que cambiar el cielo mixteco por el asfalto neoyorkino. Salió de la región más depauperada de México, la Montaña de Guerrero, hace 19 años. Dejó los acantilados agrestes y las laderas escarpadas de San José Laguna y adoptó las luces de la ciudad que nunca duerme.

Habla cuatro idiomas: nahua, la lengua de su madre; t’un saavi (o mixteco), la de su padre; español, la que le impuso su patria, e inglés, la que le impusieron los patrones.

El contraste entre su lugar de origen y el lugar en el que hoy trabaja no podía ser mayor: labora en un hotel en la Times Square, 42 th Street, una populosa calle de aparadores de modas cercana a la más concurrida estación del legendario Metro neoyorquino. Ahí hace labores de mantenimiento y limpieza. Comparte la sal y las tortillas con paisanos de Guerrero, Puebla y Morelos, indígenas y mestizos.

“Ahorita está grave la situación porque no hay trabajo. Todos los negocios están cerrados, empezando por el hotel, pero también los restaurantes, bares… No hay trabajo para nadie… Sólo algunos pocos que tienen suerte están trabajando en un supermercado…”

Ha cumplido 5 semanas sin poder trabajar, como sus demás familiares. “Vamos a batallar para pagar la renta”, dice. Los “ahorritos” casi se acaban en los alimentos que consume con su familia: esposa y tres hijos.

Aunque en cuarentena –como toda la ciudad de Nueva York– se mantiene al tanto de sus familiares que también se encuentran allá. Tantos son los llegados desde Tlapa de Comonfort, Guerrero, que entre ellos se refieren jocosamente a su ciudad adoptiva como Tlapayork.

Le preocupa no poder reunir los 1 mil 300 dólares (unos 33 mil pesos al tipo de cambio actual) que debe pagar a finales de este mes de abril. Y se dice afortunado de haber arrendado un apartamento pequeño. Otras familias indígenas mexicanas deben reunir de 2 mil a 2 mil 500 dólares (50 mil y 63 mil pesos, respectivamente). “Más aparte los gastos de lo que es luz, gas”, agrega con preocupación.

Al menos, se consuela, él y su familia no han enfermado. Sabe que los casos de Covid-19 se multiplican entre los migrantes mexicanos. “Sé que las cosas están graves; no es un juego, pues”.

Lamenta la muerte, por el virus SARS-CoV-2, de “paisanos que aquí nos topábamos; unos que son de Puebla, un señor y una señora, que fallecieron la semana pasada. Y también falleció el esposo de mi prima, que se encuentra en la [calle] 16. Y hay otros casos, de los que nos vamos avisando por medio del teléfono, porque no podemos salir. No podemos ni ir a dar condolencias ni estar un poco con la familia. Estamos encerrados”.

Explica que incluso no pudo visitar a su hermana –también migrante en Nueva York– que enfermó en días pasados pero que ya se recuperó. No sabe si ella padeció el virus; pero se muestra aliviado porque logró recuperarse “con remedios caseros”.

Ante la condición indocumentada de la mayoría de los migrantes, entre ellos se auxilian con consejos de cuáles “remedios” son los mejores para enfrentar la enfermedad. Además, quienes han regularizado su situación dudan acudir al hospital porque temen morir sin haberse despedido de sus familiares.

“Los que han fallecido, se van [al hospital] con los síntomas. No se van cayendo, nomás van con los síntomas; pero cuando llegan allá los checan, hacen que se retiren los familiares, y a los 2 o 3 días ya están muertos. Los familiares dejan de saber de ellos y cuando se enteran es que ya están muertos. Y como no hay visitas en los hospitales ni explicación… Por eso nosotros, nuestra gente, ya no queremos acudir al hospital porque ahí se enferma uno más, yo creo que por el miedo que uno tiene y eso empeora el problema.”

Nueva York se ha convertido en el mayor brote de la pandemia en Estados Unidos y el mundo. Al momento de redactar estas líneas supera los 275 mil casos confirmados de Covid-19 y las 21 mil muertes por la enfermedad. Según la base de datos en tiempo real Worldometers, en todo Estados Unidos los casos positivos son más de 900 mil y las defunciones más de 55 mil.

La única cifra de mexicanos muertos en Estados Unidos conocida fue dada por el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard Casaubón, el martes 21 pasado. Sólo dijo que eran más de 300.

El Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, encabezado por Abel Barrera, dio la alerta en las fases tempranas de la pandemia, ha impulsado acciones desde el Tlapa y ha pugnado por un papel más activo del gobierno mexicano para proteger a los indígenas en Estados Unidos o apoyar a los familiares de los fallecidos.

Las familias montañeras han dicho a Tlachinollan que no hay apoyos del Consulado mexicano en Nueva York más que para realizar algunos trámites y para decirles en qué funeraria pueden hacer la incineración. “Pero no han recibido apoyo de recursos económicos”, señala Abel Barrera.

Agrega: “entendemos que no tienen ni el personal suficiente en el Consulado [de México en Nueva York] y lamentamos mucho que no se le esté dando la importancia, sobre todo sabiendo que Nueva York es el foco rojo y donde es más alto el número de personas fallecidas, y el 32 por ciento de estos fallecimientos es de latinos en general. No sabemos cuántos son indígenas. No se está viendo ese gran problema”, advierte.

Tampoco hay apoyos por parte del gobierno de Estados Unidos. Algunos migrantes originarios de la Montaña han encontrado ayudas para alimentación de parte de organizaciones religiosas, fundaciones privadas y escuelas. Pero los indocumentados no alcanzan ni estos apoyos.

“Están totalmente desprotegidos tanto en Nueva York como en la Montaña. Dos polos de la misma discriminación”, concluye Abel Barrera.

Por su parte, Maclovio Arellano quiere lanzar un llamado, desde Nueva York, a todos sus “paisanos” mexicanos: “Cuídense. Esto ya no es un juego. Es una realidad. Nosotros llevamos muchos días encerrados y hemos visto mucho sufrimiento. Vemos lo que pasa aquí y pensamos en qué va a pasar en la Montaña y en todo México cuando esta enfermedad pegue con fuerza allá”.

Fuente e imagen: http://www.tlachinollan.org/opinion-indigenas-mexicanos-en-nueva-york-cercados-por-el-coronavirus/

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OPINIÓN | El Toro Meco: resistir en las montañas de concreto

Por: Tlachinollan

Como migrante indígena he tenido la fuerza para cruzar el desierto y la capacidad para conseguir un trabajo en Nueva York. Mi vida cambió totalmente: dejé Yuvinani para vivir en Brooklyn. Pensé que me olvidaría de la Montaña y que me iría mejor con los gabachos. Con los 7 años que llevo viviendo en esta ciudad, me pesa mucho la soledad. Los fines de semana nos reunimos para convivir y la verdad, toda la plática es sobre nuestro pueblo. Allá está nuestro corazón, porque aquí nuestro cuerpo solo está para ganar dólares. En la semana no existimos para la gente con la que trabajamos.

Ponemos todo nuestro empeño en lo que hacemos y nos abstraemos de la realidad. Cuando llego al departamento me tiro a dormir. Todo es monotonía y mutismo. Vivo como un extraño en un mundo que no es el mío. Me he tenido que adaptar al maltrato de muchas personas que por su color se sienten superiores. No hay forma de escapar a las miradas que me desprecian y me discriminan.

Vivo atormentado porque tengo que pagar muy cara mi estancia en Nueva York, no solo por los gastos que realizo, sino por lo que cuesta vivir como extranjero, experimentando en todo momento que no tengo derechos y que soy parte de la multitud de migrantes que supuestamente somos los causantes de todos los males. Es el estigma que tenemos que cargar como la escoria de la sociedad. Su perversidad es pisotear nuestra dignidad, doblegar nuestra resistencia y domesticarnos como seres sin razón.

Las horas que paso sin hablar me han nutrido de ideas que me remiten a la cultura de mi pueblo. Ese vacío que hay en mi mente y en mi corazón, lo lleno con los recuerdos gratos de mi familia que vive en el campo. Camino ensimismado por las avenidas de Nueva York, como un autómata que sube y baja del metro, sin cruzar palabras en medio de la multitud. Mis pies ya se acostumbraron a caminar sobre el asfalto y a usar el transporte público para llegar a tiempo a mi trabajo. Cuando escucho el inglés y se me dificulta entenderlo, entro en crisis, por no dominar el idioma que me abriría otras puertas. Se repite la misma historia que viví en Tlapa, cuando mis compañeros de la escuela se reían cuando hablaba español. Me sobrepuse a las burlas y sobre todo a los remedos que me hacían por no pronunciar bien algunas palabras. En la mirada me dicen todo, cuando trato de comunicarme en inglés. Ya no es la misma burla, enfrentas más bien la actitud de personas que nos quieren hacer sentir como ignorantes, como seres que no estamos a su altura para establecer una comunicación. Eso carcome mi dignidad, porque nos tratan con el látigo de su desprecio.

Ya me acostumbré a no ver el cielo ni las flores. Ahora mi Montaña son estos rascacielos de concreto; la expresión del poderío de una nación, la arrogancia de quienes tienen dinero y la supremacía de una raza que se siente superior a las demás. He podido navegar a contracorriente, mantenerme en medio de este maremágnum y salir a flote, reafirmando mi identidad como hijo de la lluvia. Lo más valioso de mi estancia en esta mega urbe es haberme reencontrado con mis paisanos, sobre todo de compartir nuestros proyectos y de reconstituir nuestra pequeña comunidad.

Hemos formado una organización que le llamamos “El Toro Meco”, es una canción popular que habla orgullosamente de Yuvinani, de la gente que tiene valor y que sabe capotear la vida. El ritmo y la letra se ha hecho famosa en toda la Montaña, porque en los bailes la gente se zarandea de gusto. En Brooklyn nos hemos organizado como jóvenes de la Montaña, coordinados con algunos de Puebla, Michoacán y Tlaxcala. La promoción de la cultura de nuestros pueblos es lo que nos une. Estamos recuperando el uso de nuestros idiomas y varios nos estamos capacitando para ser peritos interpretes en las Cortes de Nueva York. Muchos compañeros y compañeras enfrentan procesos legales en condiciones sumamente desiguales. Hay varios paisanos que están en la cárcel acusados injustamente. No tuvieron la oportunidad de ser escuchados en su propio idioma. Por eso, nos estamos preparando para que en las Cortes los jueces conozcan nuestra forma de pensar, de creer y de actuar y que no estigmaticen nuestras culturas.

La llegada del coronavirus nos agarró desprevenidos, porque nunca pensamos que de la noche a la mañana nos íbamos a quedar sin trabajo. La enfermedad está agarrando parejo y ya no hay lugar en los hospitales para que atiendan a los enfermos. Muchos compañeros prefieren quedarse encerrados en su casa, tomando algunas yerbas para bajar la calentura. Me atrevo a decir, que si tuviéramos temazcal en Nueva York, todo mundo lo usaría y nos curaríamos de muchas enfermedades. Hay mucho miedo de ir al hospital, no solo porque no hay camas, sino porque ya no te dejan ver a tu familiar. Con la pandemia, las personas que fallecen tienen que incinerarse. Está prohibido trasladar cuerpos a nuestro país.

Estamos preocupados porque varios amigos y amigas han fallecido y no tenemos forma de ayudarlos. Las funerarias están cobrando más de dos mil dólares por la incineración. No hay una fórmula efectiva para conseguir dinero, porque nos quedamos sin trabajo. Como organización nos dedicamos a elaborar bolsas ecológicas, pero ahora con el COVID – 19, estamos haciendo cubrebocas, como una forma de recaudar dinero y obtener algún ingreso. Tenemos que enfrentar los embates de esta pandemia. Nos sentimos solos, porque no vemos el apoyo de las autoridades mexicanas. Hemos utilizado la plataforma GoFundMe para obtener fondos en beneficio de las familias que no han logrado cubrir el pago de la incineración. A través de varias iglesias y escuelas estamos encontrando el apoyo alimentario. Nuestras familias en la Montaña, están viendo la forma de ayudarnos. Nos recomiendan los remedios caseros para no dejarnos derrotar por el coronavirus.

Aún no sabemos cuántos de nuestros paisanos han fallecido, porque seguimos encerrados. Solo por las redes sociales sabemos que hay más de 30 personas de la Montaña que han perdido la vida. Como la canción del Toro Meco, tenemos que hacerle frente a esta pesadilla. No nos vamos a dejar vencer, tenemos que organizarnos mejor. Si logramos llegar a esta megalópolis y pudimos encontrar un rincón dónde vivir, recuperaremos nuevamente las fuerzas que nos han heredado nuestros abuelos, quienes siempre tuvieron bríos para llegar a la cima de la Montaña. A imagen del Toro Meco, capotearemos al coronavirus y resistiremos en estas Montañas de concreto.

Abel Barrera Hernández

Fuente e imagen: http://www.tlachinollan.org/opinion-el-toro-meco-resistir-en-las-montanas-de-concreto/

Publicado originalmente en Desinformémonos

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OPINIÓN | En la ruta del coronavirus

Por: Tlachinollan

El domingo 19 de abril, llevábamos registradas 18 defunciones de migrantes de la Montaña, acaecidas en Nueva York, a causa del coronavirus. De acuerdo con información de sacerdotes católicos, que están brindando apoyo a la población mexicana que enfrenta estos estragos, hay alrededor de 300 mil personas infectadas. Lo más dramático es el número de muertes que rebasa las 14 mil personas. Sin embargo, la misma población está constatando que hay más defunciones, porque muchas personas están muriendo en sus domicilios.

Lo inaudito es que el sistema de salud de esta megalópolis está colapsado. No hay camas para atender a los pacientes, ni personal médico que pueda revisarlos. Por otra parte, mucha gente migrante se resiste a ir a los hospitales, porque teme un desenlace fatal: “No quiero morir solo”, es el argumento que aflora entre las familias que viven con el coronavirus. Se tiene información extraoficial que hay un número aproximado de 300 compatriotas que han fallecido por el COVID – 19.

En el perfil de Facebook ¡Ah, Chingao! encontramos 59 casos de migrantes que han fallecido y que están solicitando apoyo para el pago de gastos funerarios. Su mensaje principal es muy revelador: “Que en paz descancen todos los paisanos que perdieron la vida por el Covid-19 en Nueva York. 🗽🙏😢🖤🖤🇲🇽. Aún no tenemos la cifra exacta de cuántos Mexicanos perdieron la vida en esta pandemia pero si podemos ver qué los más afectados son los hombres. Que Dios bendiga a todas sus familias en estos tiempos difíciles y cuídense muchos amigos tomen las precauciones necesarias. 🙏#compartir #mexicanosennuevayork #coronavirus #mexico”.

Las imágenes y los mensajes que nos transmiten, condensan la tragedia que enfrentan: “Mi esposo murió ayer a las 3 en el hospital Elmhurst necesitamos de su ayuda por favor para poder pagar el funeral por favor hoy por nosotras y mañana por ustedes se los agradeceré!” … “Repatriar en este momento de crisis el cuerpo de un fallecido es muy difícil, por eso queremos mandar las cenizas a la Esposa, hijo y Principalmente a la MAMÁ de Jesús, para que le den el último adiós al amigo. AYUDANDO, AYUDAMOS. GRACIAS”.

Se hicieron añicos los sueños y los proyectos de vida de los jóvenes que hace 40 años se fueron a Estados Unidos porque ya no tuvieron acceso a un pedazo de tierra en la Montaña. La ruta del coronavirus se propagó masivamente en los cinco condados de Nueva York. Impactó fuertemente en los sectores sociales más vulnerables y marginados.  Las autoridades nunca imaginaron que el monstruo de la pandemia cobraría más vidas que en China. El confort de los neoyorkinos los hizo creer que estaban más allá del bien y del mal, y por lo mismo, que su poderío económico los hacía invencibles.

Para los migrantes, con la llegada del coronavirus, el trabajo se acabó y su vida se redujo al pequeño cuarto donde cohabitan varias familias. Su confinamiento y hacinamiento fue el caldo de cultivo para el contagio. Quedaron atrapados sin encontrar una salida a la enfermedad. Prefirieron mantenerse en casa juntos, en lugar de ir a los hospitales, porque pesa mucho el sentimiento de que no son tratados como ciudadanos estadounidenses. El trato discriminatorio en esta emergencia sanitaria le ha costado la vida a mucha población latina y afroamericana.

Las autoridades americanas y mexicanas han dejado en total desamparo a la población migrante. El cierre de las oficinas y la imposibilidad de establecer un diálogo directo con los funcionarios ha cancelado cualquier llamada de auxilio. La atención se ha centrado en la población estadounidense que cuenta con cierto poder adquisitivo y que tuvo el privilegio de comprar un seguro médico. Los miembros del consulado mexicano en Nueva York, corren la misma suerte que los migrantes mexicanos: están encerrados y lo más que pueden hacer es contestar el teléfono para decir que no cuentan con fondos para apoyar en los gastos funerarios. Lo paradójico es que el sábado 18, el mismo consulado, informó que “brinda atención y apoyo económico a las familias de los mexicanos fallecidos a causa del coronavirus (COVID-19) en el territorio neoyorkino”. Manifestó en su cuenta de twitter que “Se atienden todos los casos de las personas que se comunican con nosotros”, y reiteró que está “dando apoyos económicos para traslado de restos”, por lo cual habilitó sus redes sociales y números telefónicos para recibir las peticiones.

La realidad es que los migrantes mexicanos han tenido que reavivar su solidaridad entre los mismos paisanos, para promover cooperaciones y pedir también el apoyo de las familias que se encuentran en la Montaña o en otros estados. Ante la imposibilidad de juntar tres mil dólares como mínimo para la incineración de cada familiar fallecido, muchos migrantes han utilizado la plataforma GoFundme para solicitar el apoyo de los usuarios de internet, ante el incremento de los costos por la gran demanda que existe para los servicios funerarios.

La ruta del coronavirus en buena medida es la ruta migratoria que han abierto los mexicanos y mexicanas, por eso no es casual que Baja California y Sinaloa ocupen el tercer y cuarto lugar nacional en cuanto al número de personas contagiadas por el coronavirus. Es importante resaltar que en los meses de septiembre a diciembre de 2019 el Concejo de Jornaleros Agrícolas de la Montaña con sede en Tlapa registró 3 mil 675 personas que salieron a trabajar a los campos de agrícolas de estos estados. En esta primera etapa de la migración la mayoría de las familias jornaleras se enroló en los campos agrícolas de Buen Año, Isabeles, Exportalizas mexicana, Cerrucho, Golden de los Dorados, Santa Elena, Nogalitos, El Toro, El Dorado, Saucito, todos del estado de Sinaloa. El censo del Concejo de Jornaleros registra 3 mil 80 personas, que representa el 84% de la población jornalera que salió de los municipios de Tlapa, Metlatónoc, Cochoapa el Grande, Xalpatláhuac, Atlixtac y Alcozauca. La mayoría de las familias son de los pueblos Na’savi, Me’phaa y Nahua. Justo al inicio escolar es cuando salen los padres con sus hijos durante seis meses, es decir, el primer semestre del ciclo escolar. Por otra parte, son familias que no cuentan con tierras para sembrar y la mayoría de ellos, no son beneficiarios de los programas sociales implementado por el gobierno federal.

La población jornalera además de estar invisibilizada por las autoridades federales y estatales es la más vulnerable e indefensa. Enfrenta en todo el proceso migratorio tratos discriminatorios, extorsiones, vejaciones y explotación laboral. Además de todo este viacrucis que los hace rehenes de los enganchadores, de los chóferes, los caporales y los patrones, ahora enfrentan también la amenaza del coronavirus. Se encuentran en campos agrícolas donde viven en galeras, hacinados, sin agua potable, recluidos en los mismos campos donde existen tiendas de raya, que les expolia el precario sueldo que le pagan cada semana. A ninguna empresa se le ha exigido que tome las medidas preventivas para evitar el contagio entre la población trabajadora, mucho menos de que garantice condiciones óptimas para que las familias puedan tener agua potable en sus viviendas y un lugar digno donde descansar. Las autoridades federales y estatales deben de tomar en cuenta que la población jornalera debe de brindársele el apoyo y la protección que requieren, máxime que se encuentran en total desamparo y lejos de sus comunidades. No hay quien haga valer sus derechos como trabajadores, mucho menos que los empresarios asuman su responsabilidad de implementar las medidas necesarias para prevenir un contagio. Es muy riesgoso que las familias tengan a sus hijos, sobre los surcos mientras las mamás y los papás recolectan los vegetales realizando jornadas extenuantes.

Hemos solicitado la intervención de la titular de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, María Luisa Alcalde Luján, para que intervenga ante los patrones en favor de la población jornalera. Es necesario también que las autoridades del estado, puedan coordinarse con las autoridades federales para brindar apoyo a estas familias y monitorear la situación que enfrentan, sobre todo quienes se encuentran trabajando en el estado de Sinaloa y Baja California.

Por su parte, las comunidades indígenas de la Montaña han tomado acuerdos para colocar filtros en las entradas y salidas de sus localidades. Es una medida drástica ante un escenario devastador, porque no contamos con un sistema de salud que esté en condiciones de enfrentar esta pandemia. Por eso mismo, es importante que las autoridades municipales se coordinen con las autoridades de salud y seguridad pública para apoyar las iniciativas de la comunidad, pero, sobre todo, dotar kit antibacterial que ayuden a prevenir el contagio. Se necesita que se garantice el abasto de agua por parte de las presidencias municipales, y que se implemente un programa especial de granos básicos para la población mayoritariamente pobre.

 La curva del contagio esta por llegar a la Montaña, para ello se necesita escuchar y atender a las comunidades indígenas, a los migrantes internacionales y a los jornaleros agrícolas, que están luchando con sus propias fuerzas para hacer frente a la pandemia. Es urgente que las autoridades de Estados Unidos, el Consulado Mexicano en Nueva York en coordinación con las autoridades federales y estatales atiendan la emergencia sanitaria que padecen los migrantes indígenas en Nueva York. La ruta migratoria de los pueblos indígenas en busca de su sobrevivencia, se ha erigido ahora en la ruta del coronavirus.

Fuente e imagen: http://www.tlachinollan.org/opinion-en-la-ruta-del-coronavirus/

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OPINIÓN | Morir de COVID – 19 en Nueva York

Por: Tlachinollan

En la zona del barrio de Manhattan, sobre la calle 117, en el quinto piso, vive Reyna. En un departamento con tres recámaras habitado por 9 personas. Desde hace 25 años se casó con Ángel y procrearon cuatro hijos. Durante más de dos décadas Reyna empezó a trabajar en labores de limpieza. Comenta que hay familias ricas de Brooklyn que son las que peor pagan, porque te dan 12 dólares por hora”. Ella, por ser hablante del tu’un savi y del castellano, tuvo la oportunidad de trabajar como perito intérprete en el consulado de México en Nueva York. Posteriormente una agencia privada la contrató por dos años. Con la experiencia que adquirió, desde el año 2000, es perito intérprete en las Cortes de los cinco condados de la ciudad de Nueva York.

Este domingo, con gran pesar nos comentó: Estoy muy triste porque se murió mi esposo Ángel. El lunes 23 de marzo, cuando regresó de trabajar se mojó mucho. Le dije que se quitara su ropa y que se sacara su pelo. Se quejó de que estaba muy cansado y luego se recostó. El martes amaneció con calentura y ya no fue a trabajar si no hasta el jueves. En la casa tomó Tylenol y mejoró un poco. El viernes cuando llegó a trabajar, su jefe le dijo que ya no iban a laborar por tres semanas. Fue en esos días en que anunciaron que se suspenderían las actividades de las empresas. El problema fue que la calentura no se le quitaba. Le dije que fuera al hospital, pero por miedo no se animó. Yo le insistí que tenía que ir para saber qué era lo que tenía.

El sábado fue al hospital y le dijeron que no tenía nada. El médico le indicó que estuviera en su casa por catorce días y que siguiera tomando Tylenol. Así estuvo el sábado y hasta el martes con calentura y dolor de pecho. Él mismo me decía que no se sentía bien y, además, empezaba a tener malestar en su pecho. Yo le puse agua con vapor y vaporub. También le di té y le quemé con un trapo caliente su cuello. Me empezó a preocupar porque ya no respiraba bien.

El martes llamé a una ambulancia para que se lo llevaran de urgencia al hospital. Lo recibieron en el Monte Sinaí. No me dejaron acompañarlo y solo me comentaron que se comunicarían más tarde. Me quedé sola con mis hijos esperando la llamada. El miércoles ninguna persona nos llamó. Por eso el jueves salí a buscarlo, pero para mi mala suerte, nadie me dio información. Más tarde hablé con mi cuñada. Ella es ciudadana americana y le dije lo que estaba pasando. Me consoló diciendo que ella se comunicaría al hospital. Así fue, el viernes por la mañana me dio un teléfono para que hablara con Ángel. Le llamé y le pregunté cómo se sentía. Al escucharlo me alegré porque me dijo que estaba un poco mejor. Solo me cuesta respirar, pero ya estoy bien. Me pidió que le llevara jugo y atole de granillo. Bien recuerdo que eran como las 10 de la mañana. Colgué y le comenté a mis hijos más chicos que su papá ya estaba bien, y que le iba a preparar su atole para llevárselo. También se lo compartí a los familiares de Ángel. Estábamos contentos porque el fin de semana estaríamos en casa juntos. Como a las 12 del día recibí una llamada de un número desconocido. La voz fue de una persona que hablaba inglés y que al mismo tiempo se apoyó de un perito intérprete. Me preguntaron primero si yo era Reyna, la esposa de Ángel. Les contesté afirmativamente y es cuando me dijeron que hablaban de parte del hospital para informarme que Ángel había fallecido. Fue como un golpe en el corazón. No supe que decir. Solo me puse a llorar y ya no pude seguir la comunicación. Al principio no creí en lo que me decían, porque había escuchado su voz y sentía que estaba bien. Es más, sus palabras fueron muy claras y por algo me había pedido lo que más le gustaba; su atole de granillo. No sé qué pasó en esas dos horas. Lo más trágico es que no hay alguien que conteste el teléfono para dar alguna información, que nos ayude a entender lo que pasó. Solo fue la noticia fría, de que Ángel estaba muerto.

Fueron momentos de mucho dolor y de mucha impotencia, porque no hay nadie que te preste auxilio y, además, no te permiten verlo. Solo la familia es la que por teléfono nos contestaba las llamadas y nos consolaba. No hay forma de saber dónde acudir para pedir informes. Lo único que pudo investigar mi cuñada es que buscáramos una funeraria, que tuviera algún espacio para poder cremarlo. Nunca creí que la mayoría de funerarias a las que hablé me dijeran que sus servicios estaban saturados y que no me podían programar una fecha para cremar a mi esposo. Gracias a Dios que encontramos un lugar esta semana.

Ahora viene lo más difícil, porque hay que conseguir el dinero. No hay esperanzas de que el gobierno nos ayude. Tampoco la empresa donde trabajaba Ángel, porque ahorita todo está cerrado y solo se puede hablar por teléfono. Como son oficinas nadie contesta. También hemos hablado al consulado de México y ni ahí nos contestan. Por eso, no hay a quién llamar ni a quién pedirle ayuda. Los familiares de Ángel son los que me van ayudar, porque tengo que pagar este lunes mil 700 dólares para el servicio de cremación. No sé cómo le voy a hacer para pagar ese dinero y para seguir comiendo con mis hijos. Hasta que pague me van a decir el día y la hora de la cremación. Solo espero que me entreguen sus cenizas, para que por lo menos podamos llorar y tener sus restos en una urna. Ojalá nos los puedan entregar, para sepultarlo como es nuestra costumbre. Ya que pase todo lo pensamos traer al pueblo, en Chimaltepec, municipio de Alcozauca, para que esté al lado de sus padres y abuelos.

Vivir en Nueva York en estos momentos del coronavirus es un gran sufrimiento, porque no existes para nadie. No hay una persona que te atienda. Cada quién está encerrado como en una cápsula. Todo mundo busca cómo sobrevivir y protegerse de los demás. No sabemos qué vamos a hacer, porque las autoridades de salud no nos han visitado para informarnos qué medidas vamos a tomar y qué estudios nos tienen que realizar. Además del dolor por haber perdido a mi esposo, quien se vino a Nueva York para darles una mejor vida a sus hijos, ahora nos encontramos también en riesgo. No sabemos si somos portadores del COVID – 19. Nos preocupa porque mi hermano y mi sobrino, con quienes compartimos el departamento, también tuvieron los mismos síntomas, aunque ahora están recuperándose. Nadie nos informa sobre lo que tenemos que hacer, para que no se vaya a repetir la historia de mi esposo.

Apenas una amiga mía que vive en el Alto Manhattan y es de Ixcuinatoyac, municipio de Alcozauca, me habló por teléfono, porque supo de la muerte de Ángel. Me compartió llorando de que su primo también había muerto a finales de marzo. Jhonny, es otro paisano, originario de San José Lagunas que también murió el mismo viernes 3 de abril. A los tres días tuvimos noticia de la muerte de Juan, quién radicaba en el Bronx y que era originario de Lomazoyatl, del mismo municipio de Alcozauca. Por último, nos informaron nuestros familiares que viven en la región, que en el periódico salió que otro paisano de Tlapa de nombre Armando, residente en Queens, también falleció el 27 de marzo.

Por los testimonios que hemos registrado con los familiares de las personas que residen en Nueva York son cinco las que han fallecido por la pandemia del coronavirus. Lo más grave es que los consulados no están proporcionando información sobre estos decesos y mucho menos están documentando y estableciendo contacto con las autoridades sanitarias, para atender a las familias de las personas que han fallecido, para prevenir mayores contagios y proporcionarles la atención médica que requieren. El caso de Reyna es un ejemplo de la desatención y discriminación que enfrenta la población migrante en la gran urbe donde se han reportado 9,385, siendo en su mayoría población latina y afroamericana. Un reporte reciente registra que el 34% es población latina y el 28% población afro, es decir el 62% de las defunciones corresponden a poblaciones marginadas. Se estima que alrededor de un millón de los hispanos en Nueva York son inmigrantes indocumentados sin seguro médico, según estimaciones del gobierno municipal. El mismo alcalde de Nueva York expresó que se trata de una “disparidad flagrante». Es decir, de la profunda desigualdad social y racial que existe en la ciudad más poblada de Estados Unidos, donde la población indígena de la Montaña enfrenta los estragos del COVID – 19, sin el apoyo de las autoridades mexicanas. El sueño se ha transformado en pesadilla para centenas de familias cuya sobrevivencia depende de las remesas que envían los migrantes de Nueva York, que en sus hogares ronda la muerte, y que en su horizonte, pesa la incertidumbre de cómo sobrevivir después del COVID – 19.

Fuente e imagen: http://www.tlachinollan.org/opinion-morir-de-covid-19-en-nueva-york/

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OPINIÓN | Allá en la sierra de Guerrero, donde la vida no vale nada

Por: Tlachinollan

Abel Barrera Hernández

Para Teodomira y Manuel,

quienes han acompañado hasta el último rincón de la sierra

a las familias desplazadas por la violencia.

Toda nuestra solidaridad en estos momentos de prueba.

Nuestro reconocimiento por mantenerse a lado de los hombres, mujeres

y los niños que sobreviven en un territorio minado por la metralla.

La metralla no cesa en la sierra de Guerrero. La disputa por el control territorial es encarnizada entre dos grupos antagónicos conocidos como el Frente Unido de Policías Comunitarias del Estado de Guerrero (FUPCEG), que está conformado por grupos asentados en los municipios de Heliodoro Castillo, Cuetzalan del Progreso, Teloloapan y Apaxtla, principalmente. De la otra parte, se encuentra el grupo conocido como el cartel del Sur, que tiene como su centro de operaciones en el municipio de Leonardo Bravo. Es una batalla campal en este corredor serrano que abarca los municipios de Heliodoro Castillo, Leonardo Bravo, Eduardo Neri y Chilpancingo, donde gran parte de la población pobre tiene como principal actividad la siembra de la amapola. La crisis causada por el fentanilo desfondó la economía serrana, dejando en total desamparo a las familias campesinas de la sierra. Las concesiones mineras que existen en la región han despertado una mayor codicia en estos grupos, que no cesan en sus incursiones armadas en las comunidades aledañas, para avanzar en su estrategia de control territorial y sometimiento de la población.

Varios pobladores de la sierra que han sido desplazados por esta violencia, recuerdan que el 4 de octubre del 2013 se suscitaron varios enfrentamientos en comunidades de Leonardo Bravo, provocando la huida de decenas de familias. Lo más grave ha sido que las autoridades federales y estatales solo suban a la sierra para replegar momentáneamente a los civiles armados, dejando crecer la ola delincuencial.

Comentan que otra de las balaceras más fuertes se registró el 5 de septiembre de 2018. Duró más de 9 horas, en los poblados de Puentecillas y Ranchito. A pesar de que fue un enfrentamiento que causó muchas muertes, las autoridades se mantuvieron al margen. Los mismos militares comentaron a la gente que no podían intervenir porque se trataba de un conflicto entre dos grupos. Desde ese año, se dio a conocer el Frente Unido de las Policías Comunitarias de Guerrero.

Las familias desplazadas señalan que el 11 de noviembre del 2018, llegaron personas armadas de varios lados. Entraron primero a la comunidad de Corralitos y después a Puentecillas. Ante esta incursión la gente se salió de sus comunidades y se concentró en la comunidad Campo de Aviación. Creyeron que las autoridades iban a prestarles auxilio, sin embargo, nunca llegaron. No tuvieron otra alternativa que refugiarse en la comunidad de los Morros, porque ahí se encontraba un destacamento militar. La gente notó que el ejército se mantuvo indiferente ante la irrupción de los grupos armados de la sierra, desplazándose hacia otro lugar. Las familias decidieron bajar a la cabecera municipal de Chichihualco, con el fin de pedir auxilio al presidente municipal. Se concentraron en el auditorio, y después de varios días, lograron establecer un acuerdo con las autoridades, para programar su retorno el 17 de noviembre. A pesar de que iban escoltados por militares y varios cuerpos de la policía del estado, un grupo de civiles armados empezó a disparar después de que habían pasado la comunidad de los Morros. Ante la balacera que procedía de varios cerros obligó a que los más de 100 carros que iban en la caravana, regresaran a Chichihualco.

Desde esa fecha más de 200 familias se han mantenido en calidad de desplazadas y han sido acompañadas principalmente por Manuel Olivares y Teodomira Rosales, del Centro Morelos. En contrapartida no han encontrado en el gobierno del estado eco a sus demandas, y más bien los han dejado en total indefensión.

El 28 de diciembre del 2019 cuando la defensora Teodomira Rosales Sierra y el defensor Manuel Olivares Hernández acompañaron a estas familias asentadas en Chichihualco, para emplazar al grupo de la policía del estado, con el fin de que permanecieran en la región, fueron agredidos por elementos de esta corporación. La compañera Teodomira fue víctima de una agresión sexual por parte de un grupo de élite de la policía estatal. Además de tirarla al suelo y someterla, una mujer policía le puso en el pecho su arma de cargo. En ese mismo instante el compañero Manuel fue golpeado por varios elementos policiales y le infligieron tratos crueles y denigrantes. En la agresión, un mando de la policía lo increpaba “por qué estás apoyando al narco”. Además de sufrir estas vejaciones quebraron el cristal de la puerta derecha y poncharon las cuatro llantas de la camioneta, propiedad del Centro Morelos. Se robaron dos mochilas en las que iban dos computadoras laptop, artículos personales, dinero en efectivo y documentación de las familias desplazadas.

El 6 de febrero se reunieron con un teniente de apellido Badillo, perteneciente al 50 batallón de infantería, quien llegó acompañado de varios vehículos militares a la cabecera municipal de Chichihualco. Pidió que se registraran las familias desplazadas para enviar su reporte a la ciudad de México. En ese instante varias personas se opusieron porque identificaron que algunos elementos del ejército habían incursionado en sus comunidades acompañando a un grupo de civiles armados de la sierra. Esta denuncia pública molestó al teniente, quien posteriormente realizó varias llamadas telefónicas a la compañera Teodomira, reclamándole esta acción de las familias y exigiéndole la entrega de la lista de los desplazados.

Durante el mes de marzo de este año, volvieron las hostilidades en la sierra, cuando un grupo de civiles armados entró a la comunidad de Filo de Caballos y asesinó a cinco Policías Comunitarios de Tlacotepec. La reacción fue virulenta porque se dieron varios enfrentamientos en las comunidades de Carrizal de Bravo, Balsamar y Tepozonalco. Se registraron 9 muertos causando nuevamente el desplazamiento de más de 500 personas, de 6 comunidades del municipio de Leonardo Bravo y una de Chilpancingo. En esta confrontación armada, el objetivo del Frente Unido de Policías Comunitarias, era llegar a la cabecera de Chichihualco para arremeter contra el cartel del Sur.

Esta situación ha provocado que las familias que se encuentran desplazadas en Chichihualco decidieran desde el pasado 22 de marzo, acampar en un paraje conocido como el Crucero del Huamuchil, ubicado en la parte oriente, para evitar mayor derramamiento de sangre. Por su parte, las autoridades federales y estatales han abandonado a su suerte a las víctimas de desplazamiento forzado interno, dejando que los grupos de civiles armados impongan la ley del fuego.

En este contexto de confrontación violenta, el 22 y el 26 de marzo pasado, se publicaron en redes sociales denostaciones sumamente graves contra el defensor Manuel Olivares Hernández, que ponen en riesgo su vida. Lo señalan como “defensor del narco”.  Se obstinan en descalificar su trabajo por asumir la defensa de las víctimas de desplazamiento forzado interno del municipio de Leonardo Bravo.

Por la forma en que están escritos los mensajes, hay fundados temores de que se atente contra la vida del compañero Manuel Olivares Hernández y de la compañera Teodomira Rosales Sierra. Esta situación ha obligado a todo el equipo del Centro José María Morelos y Pavón, de dejar el acompañamiento en terreno que realizan desde hace dos años a familias desplazadas. Ante la descomposición social que se vive en varias comunidades de la sierra a causa de la inacción de las autoridades y por la ley de la metralla impuesta por los civiles armados, hace que la vida de los defensores y defensoras penda de un hilo.

Fuente e imagen: http://www.tlachinollan.org/opinion-alla-en-la-sierra-de-guerrero-donde-la-vida-no-vale-nada/

Publicado originalmente en Desinformémonos

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OPINIÓN | ¡Quédate en casa! y “¿con qué ojos?”

Por:  Tlachinollan

El pasado sábado 28 de marzo, en la conferencia vespertina el subsecretario federal de promoción y prevención de la salud, el Dr. Hugo López-Gatell, reiteró en varias ocasiones la necesidad de quedarse en casa, con el fin de reducir la velocidad de la propagación del coronavirus en el país. Explicó que es el momento más propicio para controlar la curva de la transmisión del COVID-19. Es la oportunidad para frenar la proliferación de la pandemia. Remarcó que hay que quedarse en casa de forma masiva durante un mes (del 23 de marzo al 19 de abril). Auguró que seguirán aumentando los casos y que, además, habrá muertes. Le apostó a que con esta medida se pueda retardar la velocidad de los casos, para que las 26 mil unidades de salud que hay en el país, sean suficientes para atender a los pacientes.

Este anuncio fue un llamado urgente a la nación. El gobierno federal asumió el compromiso de suspender todas sus actividades con el fin de convocar al sector privado y social para que hagan lo mismo. Su diagnóstico fue alarmante porque manifestó que desde la segunda semana de marzo, existe un crecimiento acelerado de casos a nivel nacional que se elevan para este domingo a 993 personas contagiadas, arrojando un número de 20 defunciones. El 87% de las personas fallecidas son mayores de 65 años y padecían hipertensión y obesidad, y en menor medida diabetes y tabaquismo. Concluyó diciendo que esta medida de quedarse en casa tendrá sus efectos positivos en las semanas que vienen, por eso hizo un llamado enérgico, enfático e infalible, de cumplir con esta medida. De lo contrario, auguró que estaremos enfrentando curvas epidémicas inmanejables como está sucediendo en Italia, España, Estados Unidos y Francia.

Por otra parte, el gobernador del estado con el secretario de salud, informaron este domingo que existen diez casos confirmados y una defunción, reiterando la recomendación de quedarse en casa, de cuidar mucho a la familia y de atender a los adultos mayores. Manifestando que es una lucha que hay que dar entre todos, y que con la ayuda de Dios hay que salir adelante.

Este discurso desde el poder deja entrever una realidad devastadora, se vislumbra un escenario atroz, porque la pandemia no respeta hemisferios, países desarrollados, fronteras, ni el libre mercado. Más bien nos ha colocado en una situación sumamente vulnerable que ha hecho trizas todas las formas de como vivimos, producimos, consumimos y nos relacionamos con la naturaleza. El coronavirus vino a cuestionar de fondo, las supuestas virtudes del capitalismo: la acumulación ilimitada, la competencia irrefrenable, el individualismo craso, el consumismo banal, el despilfarro de nuestra mediocridad y superficialidad, la indiferencia frente a la miseria de millones de personas, la reducción del Estado y la exaltación de que la avaricia es buena. Con el COVID – 19 esto ya no puede continuar.

El presidente francés Emmanuel Macron expresó recientemente que “lo que revela esta pandemia, es que la salud gratuita, sin condiciones de ingresos, de historia personal y de profesión, y nuestro estado de bienestar social, no son costes o cargas, sino bienes preciosos, unos beneficios indispensables cuando el destino llama a la puerta. Lo que esta pandemia revela es que existen bienes y servicios que deben quedar fuera de las leyes del mercado”.

Por otra parte, la secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de las Naciones Unidas, manifestó recientemente que “en las esferas más altas del poder, la economía era lo primero … hasta que llegó el COVID – 19. Advirtió que se avecina una recesión global que hará que el Producto Interno Bruto (PIB) de la región decrezca, el desempleo aumente y millones de personas se sumen a los índices de pobreza. Resaltó que, ante la postura de los países desarrollados de cerrar las fronteras ante el temor de la propagación del coronavirus, representa una coyuntura importante para repensar la integración y la autosuficiencia regional. Esto se va parecer mucho a una economía de guerra… porque se ha cortado el transporte y las barreras se han hecho enormes. Por lo mismo, habría que ver cómo se va a reconstituir una economía distinta más integrada hacia lo local, buscando también pautas de autosuficiencia, por ejemplo, alimentaria, que es otro de los temas que no ha salido, pero seguramente van a venir una muy importante escasez de comida, especialmente en las economías vulnerables que dependen de importaciones.

Estas reflexiones colocan a más del 60% de la población pobre de México, en una disyuntiva: de quedarse en casa o de salir a la calle para poder comer. ¿Qué hacer ante un país sumamente desigual donde el 448% de la población vive en la línea de la pobreza? El llamado del doctor Gatell a la autodisciplina del pueblo mexicano de quedarse en casa, debe de tomar en cuenta los índices de pobreza que siguen desbastando a nuestro país. Las mismas estadísticas oficiales nos muestran dramáticamente a un pueblo con hambre. En estas circunstancias el llamado a todos los mexicanos y mexicanas a acatar una medida, que tiene implicaciones económicas sumamente extremas, pone en el limite la desobediencia de esta norma por su inefectividad. Apelar solo a la conciencia de que la permanencia en casa, es la medida más segura para revertir esta pandemia, para la población que vive por debajo de la línea pobreza, es imposible no salir a las calles en busca de la sobrevivencia. La mayoría de mexicanas y mexicanos viven al día, ante esta voracidad del modelo capitalista, que le apuesta a la acumulación de capital y a la privatización de los bienes y servicios. No hay ningún país regido por la economía de mercado, que no haya colapsado su sistema de salud, por esa tendencia obsesiva de fragmentar los sistemas de salud y privilegiar su privatización. Lo que hoy estamos viendo es que no son las empresas privadas, sino el Estado con sus políticas sanitarias generales los que podrán realmente salvarnos de esta pandemia. En los medios masivos de comunicación hemos testificado como el coronavirus ha producido el colapso del mercado de valores (bolsas), que es el corazón de este sistema especulativo.

Retomando al teólogo Leonardo Boff “no basta la hiperinformación y los llamamientos por todos los medios de comunicación (ante la grave tragedia del coronavirus). No nos mueven al cambio de compartimiento exigido. Tenemos que despertar la razón sensible y cordial. Superar la indiferencia y sentir con el corazón el dolor de los otros. Nadie está inmune al virus. Ricos y pobres tenemos que ser solidarios unos con otros, cuidarnos personalmente y cuidar de los otros y asumir una responsabilidad colectiva. No hay un puerto de salvación. O nos sentimos humanos, co-iguales en la misma casa común o nos hundiremos todos”.

Lo que más preocupa es que el sistema de salud de nuestro país, tenga la capacidad de responder ante un escenario que nos coloca en el limite de la sobrevivencia. Además del llamado a permanecer en casa los gobiernos tienen que garantizar la protección de los ingresos de las familias. En esta crisis ese es el tema central, ¿Cómo apoyar a las familias que no tienen un empleo seguro y mucho menos un ingreso diario en casa?

Es sumamente preocupante que la epidemia ocurra en condiciones en las que la mayoría de la población no cuenta con un trabajo formal, con un seguro médico, con un salario suficiente para vivir dignamente. En Guerrero donde las condiciones de pobreza se expanden por las siete regiones del estado es urgente la implementación de un programa que garantice el reparto de alimentos suficientes para toda la población que está en situaciones de pobreza extrema. Sin una medida de esta envergadura no será posible contener la curva ascendente de enfermos por coronavirus y nuestro sistema de salud colapsará ante un llamado de quedarse en casa que nadie atenderá. Las autoridades tienen el gran desafío de implementar programas emergentes para mitigar el problema del hambre que amenaza con desbordarse, ante el déficit alimentario que existe en las regiones indígenas y ante el desempleo galopante que se multiplica en amplias franjas de la población que vive en las periferias de las ciudades. Tiene que garantizarse el abasto de alimentos y de agua para toda la población, así como aprobar un paquete de protección social que contemple el pago de rentas y todos los servicios públicos, para garantizar los derechos básicos.

¿Con qué ojos? Dijera popularmente la gente que a diario tiene que trabajar en la calle para poder llevar alimentos a su familia. Es importante quedarse en casa, pero las autoridades tienen que entender que este llamado no puede hacerse sin tomar en cuenta la abismal desigualdad que existe en nuestro país y en nuestro estado. ¿Qué compromisos asumen los gobiernos de los tres niveles para hacer viable este llamado? Son insuficientes los programas que se han implementado para enfrentar esta pandemia. Por eso es importante, tomar en cuenta a la sociedad que demanda abasto de alimentos, servicios básicos de salud, empleo seguro, vivienda digna y educación que rompa las cadenas del oprobio. El gran desafío es como fortalecer las economías locales y no seguir a la deriva de la dictadura del mercado. Los pueblos nos han enseñado, que los seres humanos somos parte de la naturaleza y que la tierra no nos pertenece para explotarla a nuestro antojo, que  más bien nosotros somos sus hijos, que ella es nuestra madre generosa pero en cualquier momento puede revelarse y enviarnos un virus devastador, como el que hoy nos tiene en vilo.

Fuente e imagen: http://www.tlachinollan.org/opinion-quedate-en-casa-y-con-que-ojos/

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