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EE.UU: Nueva York cierra sus escuelas por el resto del año escolar

América del Norte/ EE.UU/ 14.04.2020/ Fuente: www.lanacion.com.ar.

 

Las escuelas públicas de Nueva York la ciudad estadounidense más afectada por la pandemia de coronavirus , estarán cerradas hasta el fin del año escolar.

La cifra de muertes debido a la Covid-19 siguen subiendo en la Gran Manzana y alcanzan a 5.820, según el último conteo de la Universidad Johns Hopkins. Pero las hospitalizaciones están bajando, aseguran las autoridades.

Las escuelas públicas de la ciudad de Nueva York cerraron a raíz de la pandemia el 16 de marzo, pero implementaron el aprendizaje online.

La nueva medida afecta a 1,1 millones de niños de las escuelas públicas de la mayor ciudad estadounidense, que debían culminar sus cursos a fines de junio . Recién podrían retomar los cursos normales al comenzar el nuevo año escolar, en septiembre.

Las familias que no posean el equipamiento necesario para realizar las clases online recibirán computadoras y tablets en préstamo de la alcaldía , precisaron las autoridades. Un total de 175.000 ya fueron enviadas a niños de la ciudad.

Andrew Cuomo, el gobernador del estado de Nueva York -que registra más de 170.000 casos del virus y más de 7.800 muertes-, había extendido el lunes pasado el cierre de todas las escuelas del estado al 29 de abril.

Lo mismo hizo el gobernador de Pensilvania, al extender los cierres de los centros escolares de su estado por el resto del año escolar. El gobernador de Connecticut los extendió hasta mayo.

Estado de la educación en todo el mundo

El impacto por la pandemia trajo consecuencias negativas en casi todos los sistemas educativos del mundo. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), estima que más de 1.500 millones de estudiantes fueron afectados en todo el mundo por el cierre masivo de escuelas, lo que representa al 91,3% del total de alumnos matriculados.

Fuente de la noticia: https://www.lanacion.com.ar/el-mundo/coronavirus-eeuu-nueva-york-cierra-sus-escuelas-nid2353206
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Estados Unidos podría perder para siempre su posición de superpotencia mundial

Por: Patrick Cockburn

Estados Unidos podría estar alcanzando su “momento Chernobyl” al ser incapaz de liderar el combate contra la epidemia de coronavirus. Como ocurrió en 1986 con el accidente nuclear de la Unión Soviética, un cataclismo está sacando a la luz los fallos sistémicos que ya han debilitado la hegemonía mundial estadounidense. Sea cual sea el resultado de la pandemia, hoy en día nadie está mirando a Washington para buscar soluciones a la crisis.

La pérdida de influencia de Estados Unidos fue perceptible esta semana en la reunión virtual de líderes mundiales donde Estados Unidos se dedicó a intentar convencer a los demás de que firmaran una declaración que hacía referencia al “virus de Wuhan”, como parte de una campaña para culpar a China de la epidemia de coronavirus. Uno de los rasgos principales de las tácticas políticas del presidente Trump es demonizar a los demás para desviar la atención de sus propias limitaciones. El senador republicano por Arkansas Tom Cotton redundó en el tema afirmando que “China desencadenó esta plaga mundial y hay que exigirle responsabilidades”.

El fracaso de Estados Unidos va mucho más allá del estilo político tóxico de Trump: La supremacía mundial estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial ha estado basada en su capacidad única para conseguir sus objetivos mediante la persuasión, la amenaza o el uso de la fuerza. Pero la incapacidad de Washington de responder de forma adecuada ante el coronavirus demuestra que las cosas han cambiado y cristaliza la percepción de que la competencia de EE.UU. está desvaneciéndose. Este cambio de actitud es importante porque las superpotencias, como el Imperio Británico, la Unión Soviética en el pasado reciente o Estados Unidos en la actualidad, dependen para el mantenimiento de su supremacía de cierto grado de fanfarronería. No pueden permitir que su imagen todopoderosa se cuestione demasiado a menudo porque no pueden permitirse el lujo de fracasar: la crisis del Canal de Suez de 1956 hizo pedazos la exagerada imagen de fortaleza del Imperio Británico, y lo mismo ocurrió con la Unión Soviética tras la guerra en Afganistán en la década de los 80.

La crisis del coronavirus es el equivalente de Suez y Afganistán para los Estados Unidos de Trump. En realidad, esas crisis se empequeñecen cuando se las compara con la pandemia del Covid-19, que tendrá un impacto mucho mayor porque cualquier persona del planeta es una víctima potencial y se siente amenazada. Enfrentada a una megacrisis de este volumen, la incapacidad de la administración Trump de responder y asumir el liderazgo de manera responsable está resultando extremadamente destructiva para la posición de EE.UU. en el mundo.

La decadencia de Estados Unidos suele contemplarse como la otra cara de la moneda del ascenso de China –y China, de momento al menos, ha logrado controlar su propia epidemia. Son los chinos quienes están enviando respiradores y equipos médicos a Italia y mascarillas a África. Los italianos se han dado cuenta de que los otros estados de la Unión Europea han ignorado su petición desesperada de equipo médico y solo China ha respondido. Una organización de beneficencia china envió 300.000 mascarillas a Bélgica en un contenedor que llevaba escrito el lema: “La unión hace la fuerza”, en francés, flamenco y chino.

Es posible que estos ejercicios de “poder blando” tengan una influencia limitada una vez se pase la crisis, aunque probablemente aún falte mucho para eso. Pero, mientras tanto, el mensaje que se percibe es que China puede proporcionar equipo y expertos médicos esenciales en un momento crítico y Estados Unidos no. Estos cambios en la percepción no van a desaparecer de la noche a la mañana.

Desde que Estados Unidos destacó como superpotencia mundial tras la Segunda Guerra Mundial ha habido a montones de profecías anunciando su declive. Sin embargo, la proclamada caída del Imperio Americano ha ido posponiéndose o ha sido testigo de otras decadencias más rápidas, especialmente la de la Unión Soviética. Los críticos de la hipótesis de la “decadencia estadounidense” explican que, aunque Estados Unidos ya no domine la economía mundial tanto como anteriormente, todavía mantiene 800 bases en todo el mundo y un presupuesto militar de 748.000 millones dólares.

Sin embargo, la incapacidad de Estados Unidos de ganar las guerras en Somalia, Afganistán e Irak a pesar de su destreza técnica muestra lo poco que ha conseguido a pesar del descomunal gasto.

A pesar de su retórica belicosa, Trump no ha comenzado ninguna nueva guerra, pero ha utilizado el poder del Tesoro de Estados Unidos en lugar del Pentágono. Al imponer duras sanciones económicas a Irán y Venezuela y amenazar a otros países con la guerra, ha demostrado hasta qué punto Estados Unidos controla el sistema financiero mundial.

Pero estos argumentos sobre el ascenso o declive de Estados Unidos como potencia económica y militar olvidan un punto fundamental que debería ser obvio. Su auténtico declive como superpotencia tiene menos que ver con las armas y el dinero (como muchos piensan) y mucho más con el propio Trump, que representa tanto el síntoma como la causa de dicho declive.

Dicho de forma sencilla, Estados Unidos ya no es un país al que el resto del mundo quiera emular o, en todo caso, quienes lo desean suelen ser demagogos o déspotas autoritarios y nativistas (xenófobos –N. d. T.). Su admiración es por tanto bien recibida: y si no, fíjense en el caluroso abrazo que dedicó Trump al primer ministro nacionalista indio Narendra Modi y su relación con la nueva generación de tiranos como Kim Jong-il de Corea del Norte o el príncipe heredero saudí Mohamed bin Salman.

Los gobernantes demócratas y los despóticos saldrán reforzados de la pandemia, al menos en una primera instancia, pues en épocas de crisis agudas las personas quieren confiar en sus gobiernos, pensar que van a salvarles porque saben lo que están haciendo.

Pero los demagogos como Trump y sus equivalentes en todo el mundo no suelen ser muy buenos resolviendo verdaderas crisis, porque han accedido al poder explotando odios étnicos y sectarios, usando a sus adversarios como chivos expiatorios y dando bombo a sus supuestos logros míticos.

Un ejemplo de ello es el presidente de extrema derecha brasileño, Jair Bolsonaro, quien acusa a sus oponentes y a los medios de comunicación de “engañar” a los brasileños sobre los peligros del coronavirus. Es tal la laxitud del gobierno a la hora de forzar algún tipo de confinamiento en Río de Janeiro que, al menos en tres favelas, los narcotraficantes locales han intervenido para declarar un toque de queda a partir de las 8 de la noche que ellos mismos se encargan de hacer cumplir.

Trump siempre se ha destacado por saber explotar y acentuar las divisiones de la sociedad estadounidense y por proponer soluciones simplonas para crisis ficticias, como la construcción del famoso muro para detener la entrada de inmigrantes centroamericanos en el país. Pero ahora que debe afrontar una verdadera crisis, está apostando a que será de corta duración y menos grave de lo que la mayoría de los expertos predicen. Las encuestas afirman que su popularidad ha aumentado, probablemente porque las personas asustadas prefieren oír buenas noticias antes que malas. Hasta ahora, los peores brotes de la epidemia se han producido en Nueva York, Boston y otras ciudades en las que Trump nunca gozó de mucho apoyo. Si se propaga con la misma intensidad a Texas y a Florida, incluso la lealtad de sus más fervientes seguidores podría evaporarse.

Estados Unidos se ha debilitado como país porque está dividido, y esa división se profundizará mientras Trump esté al mando. Hasta la fecha ha evitado provocar crisis graves y su mala gestión de la epidemia de coronavirus demuestra que hacía bien en evitarlas. Está polarizando un país ya bastante dividido, y esa es la verdadera razón por la que Estados Unidos está en decadencia.

Patrick Cockburn es un periodista irlandés galardonado con numerosos premios internacionales (entre otros el premio Orwell en 2009, al Reportero del Año 201 de, Gran Bretaña). Ha escrito tres libros sobre Irak, el último de ellos The Rise of Islamic State.

Fuente: https://rebelion.org/estados-unidos-podria-perder-para-siempre-su-posicion-de-superpotencia-mundial/

Fuente Original: https://www.counterpunch.org/2020/03/31/trumps-chernobyl-moment-the-us-may-lose-its-status-as-world-superpower-and-not-recover/

Ilustración: Nathaniel St. Clair.

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Foto: Camiones de refrigeración que se utilizan como depósito temporal de cadáveres quedaron estacionados ayer afuera del hospital Bellevue, en Nueva York.Foto Afp

Pandemia neoliberal

Por: David Brooks 

Ya sabemos que no tenía que ser así, que este desastre no tenía que tener estas dimensiones, que la ciudad de todos en el mundo, Nueva York, no tenía que estar sobre las rodillas gravemente herida, con lágrimas y llanto en sus más de 200 idiomas, que todo Estados Unidos no tenía que estar bajo sitio, con los más pobres y desprotegidos sufriendo las peores consecuencias, como siempre. No tenía que ser así.

Trump tiene sangre en sus manos, concluyó el Boston Globe en su editorial la semana pasada, argumentando –al igual que un coro cada vez más amplio de expertos, investigadores, doctores y líderes sociales– que gran parte del impacto de la pandemia en este país era prevenible y que vale recordar que el alcance del virus aquí no es atribuible a un acto de Dios o una invasión extranjera, sino un fracaso colosal de liderazgo. (https://www.bostonglobe.com/2020/ 03/30/opinion/president-unfit-pandemic/).

Pero la culpa no es sólo de Trump. Se sabía en lo más alto desde hace años que este y otros países estaban en riesgo de exactamente algo así (las agencias de salud pública desde la previa amenaza de un coronavirus en 2004, el Pentágono había pronosticado precisamente algo así desde 2017, entre otras) y no se hizo lo necesario. El fracaso es bipartidista; no son sólo los Reagan y los Bush, sino los Clinton y los Obama quienes prepararon el camino para llegar a esto hoy día.

Y aunque se contaba desde hace años con el conocimiento y los pronósticos científicos sobre lo que ahora está sucediendo, la patología del orden socioeconómico contemporáneo impidió que se hiciera algo, por la sencilla razón de que no hay ganancias en prevenir una catástrofe en el futuro, comentó Noam Chomsky hace unos días. En entrevista con Truthout subrayó que para superar esta crisis primero se tiene que entender que Trump llegó al poder en una sociedad enferma, afligida por 40 años de neoliberalismo, el cual incluye un sistema de salud privatizado.

Ahora todos estamos amenazados, con amigos y familiares enfermos o que han fallecido, con colegas en el sector de salud agotados y devastados por lo que están viviendo bajo condiciones injustificables en el país más rico del mundo, resultado del desmantelamiento del sistema de salud y su subordinación al libre mercado. Ni hablar de la clausura de la economía más grande del mundo con millones de desempleados y la anulación de la vida cotidiana, incluyendo escuelas y centros de trabajo, toda la cultura y el deporte. Y no tenía que ser así.

Con las consecuencias del Covid-19 queda claro que lo que existe no es sustentable, casi de la misma manera en que con el cambio climático. Guste o no, como resultado de esta pandemia empezó un cambio, tal vez estructural. Qué tipo de cambio será depende, como siempre, de una lucha entre los que desean regresar a otra versión de más de lo mismo y los que argumentan que ya no se debe restablecer lo que antes se definía como normal, porque ese normal era justo el problema.

Es un virus, pero al mismo tiempo es una enfermedad que podría llamarse la pandemia neoliberal. Además de su feroz y temible expresión física de salud, tal vez esta crisis social, económica y política también está produciendo los anticuerpos requeridos para salvarnos de la infección neoliberal.

“Los habitantes, finalmente liberados, nunca olvidarán el periodo difícil que los hizo enfrentar lo absurdo de su existencia y la precariedad de la condición humana… Lo que es verdad de todos los males del mundo es también verdad de la peste. Ayuda a los hombres elevarse sobre sí mismos”, escribió Albert Camus. En su obra La peste, el protagonista, el Dr. Rieux, comenta que podría parecer una idea ridícula, pero la única manera de luchar contra la peste es con la decencia.

Es un virus, pero al mismo tiempo, es una pandemia neoliberal. Además de su expresión como tragedia de salud, tal vez la crisis social, económica y política que está desatando producirá los anticuerpos requeridos para poder hacer lo más decente: salvarnos a todos de la infección neoliberal.

Fuente e imagen: https://www.jornada.com.mx/2020/04/06/opinion/028o1mun

 

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Washington ha convertido la Covid-19 en un arma contra Irán, Venezuela y Cuba, asegura Oliver Stone

América/Estados Unidos/08/04/2020/Autor: Internacional VTV/Fuente: tercerainformacion.es

El reconocido cineasta norteamericano, Oliver Stone, acusó a su país natal, Estados Unidos, de convertir el nuevo coronavirus en un arma contra Irán, Venezuela, Cuba y Nicaragua, países sobre quienes ha impuesto medidas coercitivas y unilaterales, reseña un artículo publicado por el periódico New York Daily News citado por Hispan TV.

En dicho artículo,  el director de cine estadounidense Oliver Stone y el profesor de derechos humanos internacionales en la Facultad de Derecho de la Universidad de Pittsburgh, Pennsylvania, Daniel Kovalik, exigen el fin de las “sanciones terriblemente crueles” de la administración de Donald Trump contra los referidos países en medio de la pandemia del Covid-19.

En cuanto a Venezuela, Stone y Kovalik repudian que las sanciones obstaculicen la adquisición de medicamentos y suministros necesarios para combatir el virus, e incluso Trump está intensificándolas, bajo la falacia de que el presidente venezolano, Nicolás Maduro, está traficando drogas.

“Pero los propios datos del Gobierno de Estados Unidos desmienten esta afirmación. Aun así, el sufrimiento que causará el aumento de las sanciones de Trump será muy real”, alertan.

Asimismo, lamentan que Washington haya actuado así mientras muchos otros países representan una solidaridad internacional y muestran la humanidad que el mundo necesita en este momento.

Fuente e imagen: https://www.tercerainformacion.es/articulo/internacional/2020/04/06/washington-ha-convertido-la-covid-19-en-un-arma-contra-iran-venezuela-y-cuba-asegura-oliver-stone

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¡Bajar el ritmo en el receso de primavera!

América/Estados Unidos/08/04/2020/Autor y fuente: morecaucusnyc.org

El Movimiento de Educadores de Rango y Archivo pide una ralentización en las vacaciones de primavera.

La semana pasada, el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, ordenó a todos los distritos que cancelaran sus vacaciones de primavera programadas regularmente y que continuaran sin pausa con la instrucción obligatoria. En la ciudad de Nueva York, siete días no laborables que abarcan del 9 al 17 de abril han sido eliminados, incluyendo días de importantes festividades religiosas para muchos neoyorquinos. A cambio de eso hasta el momento sólo se han acordado cuatro días adicionales de CAR. Se espera que los miembros de la UFT brindemos instrucción regular durante lo que eran nuestras vacaciones de primavera. Esta es una decisión imprudente del gobernador Cuomo que daña a estudiantes, familias, educadores y otros trabajadores escolares. Y es una decisión que exige una fuerte respuesta de los miembros y el liderazgo de la UFT.

Los educadores (muchos de los cuales son padres), junto con nuestros estudiantes y sus familias, estamos experimentando importantes interrupciones en nuestras vidas, en una escala que incluye desde la muerte de familiares, hasta la falta de tecnología o acceso a Internet, a hacer malabares con la enseñanza y el cuidado de los niños simultáneamente, a las dificultades en adaptarse al aprendizaje remoto (especialmente para los estudiantes que están aprendiendo inglés y los estudiantes con discapacidades). A todo esto, se suma la masiva pérdida de empleos e ingresos entre todas las familias de Nueva York. En medio de estos enormes desafíos, los educadores, los padres y los estudiantes merecen un descanso. Continuar apilando más instrucción obligatoria sólo añade estrés a lo que ya es una situación enormemente estresante, a menudo traumática.

En cambio, este debería ser un momento en el que los educadores están priorizando la salud y el bienestar socioemocional de los estudiantes y las familias, en contraposición a la instrucción tradicional. Esto podría tomar la forma de contactar individualmente a los estudiantes y sus familias para garantizar que estén seguros y saludables, discutir sobre la adaptación de los estudiantes al aprendizaje remoto y el progreso académico general, y coordinar con el personal relacionado con la escuela que pueda proporcionar asistencia adicional.

Tanto el gobierno de la ciudad como los líderes de la UFT han argumentado que, si la enseñanza no continúa, es más probable que los estudiantes violen las pautas de distanciamiento social. Rechazamos esta premisa. Existen formas de mantener a las familias seguras sin aplastarlas bajo el peso del rigor académico. El Departamento de Salud de la Ciudad y el Departamento de Parques deben, durante este tiempo, ser más activos en la aplicación de las pautas de distanciamiento social en parques y espacios públicos para mantener a los estudiantes seguros. Estos departamentos pueden solicitar maestros como voluntarios si están tan dispuestos, como se hizo para los Regional Enrichment Centers. Hay un sesgo implícito inherente a la idea de que algunas familias no entienden el papel que deben desempeñar para aplanar la curva permaneciendo dentro.

Sin embargo, en lugar de organizar a los miembros para luchar contra este drástico exceso por parte del gobernador Cuomo, nuestra dirección sindical lo ha aplaudido, expresando un desacuerdo educado o dirigiendo la culpa al alcalde que, de hecho, sólo está siguiendo las órdenes de Cuomo. Todos merecemos un descanso y nos lo están quitando. Nosotros, como miembros del sindicato, tendremos que defendernos.

Por lo tanto, hacemos un llamamiento a todos los miembros de la UFT para que formen parte de una reducción del ritmo de trabajo desde el jueves 9 de abril hasta el viernes 17 de abril, el periodo de nuestro descanso originalmente programado, en beneficio de estudiantes, familias y educadores de toda la ciudad.

¿Qué significa reducir el ritmo de trabajo?

En resumen, significa eliminar o reducir drásticamente la cantidad de instrucción obligatoria para los estudiantes. Por supuesto, los miembros de la UFT se encuentran en contextos diferentes en función de su filial y administración. No todas las filiales o miembros individuales se sentirán cómodos haciendo esto. Así que aquí hay algunas opciones que los miembros de la UFT pueden seguir con sus colegas.

  • En primer lugar, alentamos a todas las filiales de la UFT a reunirse a principios de la semana del 6 de abril y discutir cómo podría ser un plan sostenible para la enseñanza y el aprendizaje durante el tiempo que debería haber sido nuestro descanso. Este debate también debería incluir la cuestión de cancelar todas las reuniones obligatorias del personal durante lo que era nuestro descanso programado regularmente.
  • En segundo lugar, si esto es posible para su escuela, no envíe ningún trabajo obligatorio para los estudiantes. Puede tomar este tiempo como una oportunidad para que los estudiantes se pongan al día con el trabajo en el que se han retrasado. Algunos estudiantes y familias sin duda querrán actividades de enriquecimiento adicionales para sus hijos, y los maestros pueden proporcionar las mismas como opcionales para aquellos que los desean.
  • Si no es posible una eliminación total del trabajo obligatorio en su escuela, implemente una reducción importante en el trabajo asignado. Piense en asignar el 20% o el 10% o el 5% de lo que normalmente pide a los alumnos que hagan.

Por último, pedimos a los dirigentes de la UFT que negocien un paquete de compensación para todos los empleados afectados equivalente a siete días hábiles. Sin duda, muchos miembros de la UFT se verán obligados por los administradores a trabajar un horario normal durante este tiempo (y como muchos educadores han observado durante el aprendizaje remoto, ahora estamos trabajando mucho más de lo normal).

Como esta transición al aprendizaje remoto ha dejado muy claro, los educadores hemos estado dispuestos a superar limites por nuestros estudiantes. Pero exigir una instrucción continua es contraproducente para todos los involucrados. Necesitamos un descanso.

Traducido por Luis Meiners.

Fuente: https://morecaucusnyc.org/2020/04/08/bajar-el-ritmo-en-el-receso-de-primavera/

Imagen: https://www.shutterstock.com/image-photo/businesswoman-works-multiple-devices-smartphone-calculator-1653245620

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Entrevista a Noam Chomsky sobre la pandemia: «La escasez de ventiladores revela la crueldad del capitalismo neoliberal»

El renombrado filósofo y disidente Noam Chomsky en su oficina del Instituto Tecnológico de Massachusetts, en septiembre de 2016 (MARTIN BIALECKI / PICTURE ALLIANCE VIA GETTY IMAGES)

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

El Covid-19 ha tomado el mundo por asalto. Hay cientos de miles de personas infectadas (posiblemente muchas más que los casos confirmados), la lista de muertes crece exponencialmente y las economías capitalistas se han estancado, lo que hace prácticamente inevitable una recesión global.

La pandemia había sido anticipada mucho antes de su aparición, pero las acciones tendentes a prepararse para esa crisis se restringieron a causa de los crueles imperativos de un orden económico en el que “la prevención de una catástrofe futura no produce beneficios”, señala Noam Chomsky en esta entrevista exclusiva para Truthout. Chomsky es profesor emérito de lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y profesor laureado en la Universidad de Arizona, autor de más de 120 libros y de miles de artículos y ensayos. En esta entrevista argumenta que el propio capitalismo neoliberal es responsable de la respuesta inadecuada de Estados Unidos ante la pandemia.

C.J. Polychroniou: Noam, la epidemia de la nueva enfermedad del coronavirus se ha propagado a la mayor parte del planeta, y Estados Unidos tiene ya más casos que cualquier otro país, incluyendo China, donde se originó el virus. ¿Cree que es una evolución sorprendente?

Noam Chomsky: La escala de la plaga es sorprendente, impactante diría yo, pero no su aparición. Ni el hecho de que Estados Unidos esté teniendo la peor respuesta ante la crisis.

Los científicos llevan años avisando de la aparición de una pandemia, insistiendo en ello desde la epidemia de SARS de 2003, causada también por un coronavirus, para la cual se desarrollaron vacunas que no pasaron de la fase preclínica. Ese era el momento de empezar a poner en práctica sistemas de respuesta rápida que nos prepararan para otra epidemia y guardar la capacidad de reserva que pudiera necesitarse. También se podrían haber puesto en marcha iniciativas para desarrollar defensas y modos de tratamiento para una probable reaparición de un virus relacionado.

Pero los avances de la ciencia no son suficientes. Tiene que haber alguien que tome decisiones. Y esa opción se ve obstaculizada por la patología del orden socioeconómico contemporáneo. Las señales del mercado eran evidentes: la prevención de una catástrofe no produce beneficios. El gobierno podría haber intervenido, pero lo impide la doctrina imperante: “el gobierno es el problema”, nos dijo Reagan con su sonrisa radiante, lo que significaba que es preciso delegar la toma de decisiones, aún más, al mundo empresarial, comprometido con la obtención de beneficios y libre de la influencia de quienes deberían preocuparse por el bien común. Los años siguientes inyectaron una dosis de brutalidad neoliberal al orden capitalista sin restricciones y a la retorcida forma de mercado que desarrolla.

La gravedad de la patología se pone en evidencia a través de uno de sus fallos más dramáticos (y letales): la falta de respiradores, que constituye uno de los principales cuellos de botella a la hora de enfrentarse a la pandemia. El Departamento de Salud y Servicios Sociales anticipó el problema y contrató a una pequeña empresa para que fabricara respiradores baratos, fáciles de usar. Pero intervino la lógica capitalista. La empresa fue adquirida por una gran corporación, Covidien, que marginó el proyecto y “en 2014, sin haber entregado ningún respirador al gobierno, la dirección de Covidien comunicó a funcionarios del instituto [federal] de investigación biomédica su deseo de rescindir el contrato, según tres antiguos funcionarios federales. Los directivos se quejaron de que el contrato no era lo bastante beneficioso para la compañía”.

Es una verdad que no admite duda.

Pero entonces intervino la lógica neoliberal, que dictó que el gobierno no podía intervenir para salvar el enorme fallo del mercado que ahora está creando el caos. Tal y como argumentó muy diplomáticamente el New York Times, “la paralización de la iniciativa que pretendía crear un nuevo tipo de respirador barato y de fácil uso pone de manifiesto los peligros de subcontratar a empresas privadas proyectos con grandes implicaciones de salud pública; su foco en la obtención del máximo beneficio no siempre está en consonancia con el objetivo del gobierno: estar preparado para una futura crisis”.

Dejando a un lado la reverencia ritual al bondadoso gobierno y a sus loables objetivos, el comentario no deja de tener razón. Podríamos añadir que el foco en el máximo beneficio tampoco está “siempre en consonancia” con la esperanza de “supervivencia de la humanidad”, tomando prestada la frase de un informe eliminado del JPMorgan Chase, el mayor banco de Estados Unidos, en el que se advertía de que “la supervivencia de la humanidad” estaba en peligro de seguir el rumbo actual, al que contribuía las inversiones del propio banco en combustibles fósiles. Así que Chevron canceló un proyecto de energía sostenible rentable porque obtenía más beneficios destruyendo la vida en la Tierra. ExxonMobil ni se planteó una inversión de ese tipo porque antes habría realizado cálculos de rentabilidad más precisos.

Y era totalmente lógico, según la doctrina neoliberal. Como nos explicaron en su día Milton Friedman y otras luminarias neoliberales, la tarea de los directivos de las grandes empresas es maximizar los beneficios. Cualquier desviación de esta obligación moral destruiría los cimientos de la “vida civilizada”.

En todo caso, nos recuperaremos de la crisis del Covid-19, pagando un precio importante y posiblemente terrible, especialmente para la población más pobre y vulnerable. Pero no nos recuperaremos del deshielo de la banquisa polar y de otras consecuencias devastadoras del calentamiento global. También en este caso la catástrofe será producto de un fallo del mercado, en este caso de proporciones verdaderamente demoledoras.

La Administración actual había sido ampliamente informada de la probabilidad de una pandemia. De hecho, el pasado octubre tuvo lugar un ejercicio de simulacro a alto nivel. Durante todos sus años como presidente, Trump ha reaccionado de la manera a la que nos tiene acostumbrados: retirando la financiación y desmantelando cualquier parte relevante del gobierno e implementando regularmente las instrucciones de sus amos corporativos para eliminar las regulaciones que dificultan los beneficios y salvan vidas –y dirigiendo la carrera hacia el abismo de la catástrofe medioambiental, con diferencia su mayor crimen; de hecho el mayor crimen de la historia si consideramos las consecuencias.

A principios de enero ya había poca duda de lo que estaba ocurriendo. El 31 de diciembre China informó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) de la propagación de síntomas similares a los de la neumonía de causas desconocidas. El 7 de enero, China informó a la OMS de que los científicos habían identificado el origen de la enfermedad como un coronavirus y habían conseguido secuenciar el genoma, que pusieron a disposición del mundo científico. A lo largo de enero y febrero, la inteligencia estadounidense intentó captar la atención de Trump de todas las formas posibles sin conseguirlo. Los funcionarios informaron a la prensa de que “no conseguían convencerle de que hiciera nada a ese respecto aunque las luces de alarma estaban encendidas”.

Pero Trump no permaneció callado. Emitió una serie de declaraciones confiadas informando al público de que el coronavirus no era más serio que una tos; que tenía todo bajo control; que estaba manejando la crisis a la perfección; que era muy grave pero que él ya sabía que era una pandemia antes que nadie; y así sucesivamente, con todo el repertorio de lamentables afirmaciones. La técnica está bien diseñada, como la práctica de ir soltando mentiras tan deprisa que el propio concepto de verdad desaparece. Pase lo que pase, Trump está seguro de que sus leales seguidores le defenderán. Cuando disparas flechas al azar, alguna tiene que dar en el blanco.

Para rematar este impresionante record, el 10 de febrero, con el virus recorriendo el país de punta a punta, la Casa Blanca publicó su propuesta de presupuesto anual, que amplia aún más los fuertes recortes en todas las principales partidas sanitarias responsabilidad del gobierno (de hecho, en prácticamente cualquier cosa que pueda ayudar a la gente) al tiempo que incrementa la financiación de lo que realmente importa: el ejército y el muro [con México].

Una consecuencia de esto es el escandaloso retraso de las pruebas y lo limitado de estas, muy por debajo de otros países, lo que imposibilita el uso de estrategias de seguimiento de los contagios que han evitado que la epidemia se descontrole en las sociedades funcionales. Incluso los mejores hospitales carecen de suficiente equipamiento básico. Estados Unidos es en estos momentos el epicentro de la crisis.

Este ejemplo es apenas una pequeña muestra de la malevolencia trumpiana, pero lamentablemente ahora no tenemos más espacio para profundizar.

Aunque resulta tentador echar la culpa a Trump de la desastrosa respuesta ante la crisis, si queremos prevenir futuras catástrofes, es preciso que miremos más allá de su figura. Trump asumió el poder en una sociedad enferma, afligida por 40 años de neoliberalismo profundamente enraizado.

La versión neoliberal del capitalismo lleva en vigor desde los tiempos de Reagan y Margaret Thatcher. No debería hacer falta detallar sus funestas consecuencias. La generosidad de Reagan con los superricos tiene una relevancia absoluta en la crisis actual, cuando se prepara un nuevo rescate. Reagan se apresuró a levantar la prohibición de los paraísos fiscales y otros mecanismos destinados a trasladar la carga fiscal al público, además de autorizar la recompra de acciones –un mecanismo para inflar el valor de las acciones y enriquecer a la dirección de las empresas y a los muy ricos (que poseen la mayor parte de las acciones) al tiempo que se debilita la capacidad productiva de la compañía.

Estos cambios en la regulación tienen enormes consecuencias, del orden de decenas de billones de dólares. Por lo general, las reglas se han diseñado para beneficiar a una pequeña minoría mientras el resto tiene que luchar por mantenerse a flote. De esa manera hemos llegado a tener una sociedad en la que el 0,1 por ciento de la población posee el 20 por ciento de la riqueza y la mitad de abajo tiene un patrimonio neto negativo y vive a base de endeudarse un mes tras otro. Mientras los beneficios crecían y los salarios de los grandes directivos se disparaban, los salarios reales se han estancado. Como muestran los economistas Emmanuel Saez y Gabriel Zucman en su libro The Triumph of Injustice, los impuestos son básicamente planos en todos los grupos de renta, excepto en el más elevado, donde descienden.

El sistema sanitario privado (y con ánimo de lucro) estadounidense es desde hace tiempo un caso de escándalo a escala internacional, pues tiene un coste que duplica al de otras sociedades desarrolladas y uno de los peores resultados. La doctrina neoliberal le asestó otro golpe al introducir en él medidas empresariales de eficiencia: servicio bajo demanda y falta de reservas para contingencias. A la menor alteración, el sistema se viene abajo. Lo mismo ocurre con el frágil orden económico forjado sobre los principios neoliberales.

Este es el mundo heredado por Trump, el objetivo de su ariete. Aquellos interesados en reconstruir una sociedad viable a partir de las ruinas que queden tras la crisis actual harían bien en prestar atención al aviso de Vijay Prashad: “No volveremos a la normalidad, porque la normalidad era el problema”.

Sin embargo, incluso ahora, con el país en mitad de una emergencia de salud pública distinta de cualquier cosa que hayamos visto en mucho tiempo, al público estadounidense se le sigue diciendo que la sanidad universal no es una propuesta realista. ¿Es el neoliberalismo el único responsable de este punto de vista típicamente estadounidense sobre la salud?

Es una historia compleja. Para empezar, durante mucho tiempo las encuestas mostraban actitudes favorables hacia la sanidad universal, a veces incluso un fuerte apoyo. En los últimos años de la era Reagan, en torno al 70 por ciento de la población pensaba que la Constitución debería garantizar los cuidados sanitarios y el 40 por ciento pensaba que de hecho ya era así –asumiendo que la Constitución era la depositaria de todo lo que es evidentemente correcto. Las encuestas mostraban un gran apoyo al derecho a la sanidad universal, hasta que comenzó la ofensiva de propaganda de las compañías, advirtiendo de la enorme carga fiscal que eso supondría, algo parecido a lo que hemos visto recientemente. Entonces el apoyo popular desapareció.

Como suele ocurrir, la propaganda tiene un elemento de verdad. Los impuestos subirán, pero los gastos totales descenderán bruscamente, como muestran los datos de países comparables. ¿Cuánto? Hay algunas estimaciones interesantes. Una de las principales revistas médicas del mundo, The Lancet de Reino Unido, publicó recientemente un estudio que estimaba que la implantación de la sanidad universal en Estados Unidos “probablemente supondría un ahorro del 13 por ciento en el gasto sanitario nacional, equivalente a más de 450.000 millones de dólares anuales (según el valor del dólar en 2017)”. El estudio continuaba afirmando:

“Todo el sistema podría financiarse con un menor desembolso que el que contraen las empresas y las familias que pagan las pólizas sanitarias junto con las partidas asignadas por el gobierno. Este cambio a una sanidad de un solo pagador beneficiaría especialmente a los hogares de menores ingresos. Además, estimamos que el acceso a los cuidados sanitarios para toda la población estadounidense salvaría más de 68.000 vidas y 1,73 millones de años de vida cada año, en relación con la situación actual”.

Pero los impuestos tendrían que subir. Y parece que muchos estadounidenses prefieren gastar más dinero siempre que no sea en impuestos (aunque por otro lado eso suponga la pérdida de decenas de miles de vidas cada año). Este es un indicador sintomático del estado de la democracia estadounidense, según la percibe la gente; y, desde otra perspectiva, de la fuerza del sistema doctrinario diseñado por el poder empresarial y sus lacayos intelectuales. El ataque neoliberal ha intensificado este elemento patológico de la cultura nacional, pero las raíces son mucho más profundas y se pueden observar en muchos ejemplos. Se trata de un tema que merece la pena investigar más.

Algunos países europeos están gestionando la propagación del coronavirus mejor que otros, pero parece que los que han tenido más éxito en esta tarea se sitúan fuera del universo occidental (neo)liberal. Hablamos de Singapur, Corea del Sur, Rusia y la misma China. ¿Cree que este dato nos aporta información sobre los regímenes capitalistas occidentales?

Ha habido diferentes reacciones frente a la propagación del virus. China parece haberla controlado, al menos por ahora. Al igual que los países de su periferia, incluyendo a democracias no menos dinámicas que las occidentales, que tomaron muy en serio los primeros avisos. La mayor parte de Europa retrasó la toma de decisiones, pero algunos países actuaron con presteza. Alemania parece mantener el record global en cuanto a baja mortalidad, gracias a la reserva de instalaciones sanitarias y capacidad de diagnóstico y a la respuesta inmediata. Lo mismo parece ocurrir con Noruega. La reacción de Boris Johnson en Reino Unido fue vergonzosa. Pero los Estados Unidos de Trump van a la cola.

Sin embargo, la diligencia con que actuó Alemania con su población no se extendió más allá de sus fronteras. La Unión Europea ha demostrado estar cualquier cosa menos unida. No obstante, las sociedades europeas enfermas podrían pedir ayuda al otro lado del Atlántico. La superpotencia cubana está lista para ayudar una vez más con médicos y equipo. Mientras tanto, su vecino yanqui se ha dedicado a retirar la asistencia sanitaria a Yemen, donde ha contribuido a crear la mayor crisis humanitaria del mundo, y utiliza la oportunidad que le presenta la devastadora emergencia sanitaria para endurecer sus crueles sanciones y asegurar el máximo sufrimiento de sus supuestos enemigos. Cuba es su víctima más prolongada, desde los tiempos de las guerras terroristas y el estrangulamiento económico de Kennedy, aunque milagrosamente ha conseguido sobrevivir.

A propósito, debería ser extremadamente perturbador para los estadounidenses comparar el circo montado por Washington con los informes serenos, comedidos y objetivos de Angela Merkel sobre cómo manejar la epidemia.

Las distintas maneras de responder a la crisis no parecen depender de si el país es una democracia o una autocracia, sino de si su sociedad es funcional o disfuncional –lo que en la retórica de Trump se resume como “países de mierda”, como el que él mismo se esfuerza en crear bajo su mandato.

¿Qué piensa del plan de rescate económico del coronavirus, valorado en 2 billones de dólares? ¿Es suficiente para prevenir otra posible gran recesión y ayudar a los grupos más vulnerables de la sociedad estadounidense?

El plan de rescate es mejor que nada. Ofrece un alivio limitado a algunos de los que lo necesitan desesperadamente y contiene fondos suficientes para ayudar a los verdaderamente vulnerables: las lastimosas corporaciones que acuden en tropel a papá Estado, con el sombrero en la mano, ocultando sus copias de Ayn Rand* y suplicando una vez más que el sector público las rescate tras haber pasado sus años gloriosos amasando inmensos beneficios y ampliando estos con una orgía de recompra de acciones. Pero no hay de qué preocuparse. La caja negra será supervisada por Trump y su Secretario del Tesoro, en quienes se puede confiar que serán justos e imparciales. Y si deciden ignorar las demandas del nuevo inspector general y del Congreso, ¿quién va a evitarlo? ¿El Departamento de Justicia de Barr? ¿Un impeachment?

Deberían haberse diseñado mecanismos para que la ayuda llegue a quienes la necesitan, a los hogares, más allá de la miseria que parece habérseles asignado. Eso incluye a las personas trabajadoras que tenían verdaderos empleos y al enorme precariado que malvivía con empleos temporales e irregulares, pero también a otros: a quienes ya habían tirado la toalla, los cientos de miles de víctimas de “muerte por desesperación”** –una auténtica tragedia americana–, los sin techo, los presos, todos los que habitan viviendas tan inadecuadas que no es posible el aislamiento y el almacenamiento de comida, y muchos otros que no son difíciles de identificar.

Los economistas políticos Thomas Ferguson y Rob Johnson lo han explicado llanamente: Mientras la sanidad universal que es común en otros lugares se considere algo inalcanzable en Estados Unidos, “no hay ninguna razón por la que se deba aceptar un seguro único financiado por las empresas” Estos autores hacen un compendio de maneras sencillas de superar esta forma de robo corporativo.

Como mínimo, la práctica habitual de rescatar con dinero público al sector empresarial debería exigir como contrapartida la estricta prohibición de recompra de acciones, una participación importante de los trabajadores en la gestión de la empresa y el final de las escandalosas medidas proteccionistas de los mal llamados “acuerdos de libre comercio”, que garantizan enormes beneficios para las grandes farmacéuticas mientras aumentan el precio de los medicamentos mucho más de lo que sería razonable. Como mínimo.

Esta entrevista ha sido editada para facilitar su lectura.

N. de T.: *Filósofa y escritora rusa que obtuvo la nacionalidad estadounidense y que defendía el egoísmo racional, el individualismo y el laissez faire y rechazaba el altruismo y el socialismo.

**Chomsky hace aquí referencia a la “epidemia” de suicidios de trabajadores en EE.UU. (del orden de 150.000 cada año), y a un libro de Anne Case y Angus Deaton, ganadores del Nobel de Economía en 2015 y autores del libro Deaths of Despair and the Future of Capitalism, al que cita indirectamente el filósofo.

Fuente de la entrevista: https://rebelion.org/la-escasez-de-ventiladores-revela-la-crueldad-del-capitalismo-neoliberal/

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EU pierde 10 millones de empleos en sólo dos semanas

América del Norte/Estados Unidos/05-04-2020/Autor(a): David Brooks/Fuente: www.jornada.com.mx 

Nueva York. Las consecuencias económicas del manejo de la crisis del coronavirus han dejado a 10 millones de trabajadores en el desempleo en las pasadas dos semanas, cifra sin precedente en la historia de Estados Unidos, mientras la pandemia, lejos de culminar, sigue clausurando más zonas del país y abrumando a su fraccionado e insuficiente sistema de salud a tal extremo que ahora el superpoder está recibiendo apoyo caritativo internacional.

Mas de 6.6 millones de estadunidenses solicitaron beneficios de desempleo la semana pasada, reportó ayer el Departamento de Trabajo.

Combinado con los 3.3 millones de desempleados registrados la semana anterior, un total de 10 millones de trabajadores se quedaron sin empleo en sólo dos semanas, un número sin precedente en un periodo tan breve.

Pero estas cifras únicamente registran los que tienen derecho a estos seguros de desempleo estatales, y no a los que no tienen acceso a este tipo de asistencia oficial, entre ellos gran parte de la comunidad inmigrante indocumentada.

La devastación económica, resultado en gran medida por el manejo tardío y caótico de la pandemia por el gobierno federal, apenas se está registrando, provocando cada vez más dudas sobre un retorno a la normalidad y alarmas de una recesión no sólo profunda, sino posiblemente mucho más extendida de lo que se contemplaba apenas hace unas semanas.

En el plazo inmediato, algunos pronostican una tasa de desempleo de 10 por ciento, el triple del nivel que prevalecía hace sólo un mes, con otros ofreciendo cifras mucho más altas. Algunos economistas ya contemplan la posibilidad de que el desplome en la actividad económica podría ser de las dimensiones del peor momento de la Gran Depresión en los años treinta.

Mientras tanto, en medio de todo esto, Donald Trump envió un mensaje furioso al liderazgo demócrata, acusándolo de fomentar división en un juego político en medio de una pandemia, en respuesta al anuncio de que los demócratas en el Congreso iniciarán una investigación sobre la respuesta a la crisis por la Casa Blanca. Y una vez más, Trump regresó a su contraataque de siempre: esto es una cacería de brujas.

Pero cada vez hay más evidencia de que el mal manejo de la crisis durante los últimos dos meses por el gobierno de Trump multiplicó las consecuencias que hoy día abruman a un país con ahora aproximadamente 80 por ciento de su población nacional bajo algún tipo de cuarentena, y que enfrenta el colapso en varias partes de su sistema de salud.

Estados Unidos sigue como el número uno en el mundo en casos de contagio, más de 234 mil, y el número de muertes como resultado ya supera 5 mil 700.

La reserva de emergencia de equipo de protección personal, como mascarillas, guantes y batas del gobierno federal, está casi agotada, mientras continúa la carencia de aparatos de asistencia respiratoria por todo el país, lo cual está llevando a que doctores en lugares como Nueva York tengan que tomar decisiones innecesariamente difíciles sobre cuál paciente merece o no vivir.

Ante ello, se están aceptando donaciones caritativas del exterior. Algunos observadores señalan que Estados Unidos, antes proveedor de asistencia humanitaria internacional, se está volviendo en país receptor, al aceptar un cargamento de mascarillas medicas y otro equipo enviado el miércoles a Nueva York después de que Trump aceptó el ofrecimiento de asistencia de su hómólogo ruso, Vladimir Putin.

Hace un par de semanas, el multimillonario asiático Jack Ma y su fundación Alibaba en China anunció una donación médica privada a Estados Unidos de un millón de mascarillas y 500 mil pruebas diagnosticas. Una entrega de equipo médico a Cuba por el mismo Ma fue frenada hace unos días debido a las medidas del embargo estadunidense.

Pero un sector de la economía parece estar experimentando un auge: el de las armas de fuego personales. Hay un incremento en la demanda, con la Oficina Federal de Investigación recibiendo durante marzo 3.7 millones solicitudes de verificación de historial que son necesarias para autorizar algunas ventas de pertrechos, más que en cualquier otro mes en tiempos recientes.

El gobierno de Trump proclamó que durante la pandemia las tiendas de armas de fuego son negocios esenciales, permitiendo que sigan abiertas, al igual que farmacias y supermercados.

Algunos doctores están rogando que la gente evite disparar, para dejar lugar en los hospitales a los enfermos de Covid-19.

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2020/04/03/politica/002n2pol

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