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En uno de los barrios más pobres y violentos de Oaxaca (México) ahora se oyen violines, saxos y clarinetes

América del Norte/México/10 de febrero de 2017/Fuente: el mundo

A sus 11 años, Alberto inhalaba disolvente y veía un chingo de cosas. Partía una botella de plástico por la mitad, vertía ahí el líquido y le añadía un toque especial: un chorro de jugo de guayaba, para endulzar la mezcla, para que no le raspara tan fuerte en el cerebro. Empapaba una bola de estopa en el líquido ya anaranjado, se la llevaba a las narices, aspiraba fuerte y se la pasaba a otro de los chavos de su pandilla. Alberto empezaba a sentirse bien y a ver cosas: los árboles caminaban, las casas tenían boca y le hablaban, seres de colores bailaban delante de él.

-Nos sentábamos acá mismo, en el camino, y nos agarraba el sueño. A veces abría los ojos y veía pasar a los chamacos con los violines, con los clarinetes.

En la Colonia Vicente Guerrero, uno de los barrios más pobres y violentos de Oaxaca (México), el niño Alberto se adormecía tirado en la tierra y a ratos escuchaba violines y clarinetes.

No eran alucinaciones. Eran los niños y las niñas que ensayaban en la escuela de música Santa Cecilia. A Alberto -que en realidad se llama de otra manera- le gustaba tumbarse con las manos cruzadas bajo la cabeza, mirando al cielo; le gustaba dormirse viendo pasar las nubes y escuchando la música. Se sentía bien.

Un día se acercó a uno de los profesores que salía de la escuela. Le preguntó si podría apuntarse.

Música con sillas y mangueras

-Al principio esto era muy pesado -dice Camerino López, profesor desde los primeros días de la escuela-. Teníamos como alumnos a chavos de la calle, pandilleros que tomaban drogas, que venían de familias con mucha violencia. Y eran muy agresivos, se nos enfrentaban. Algunos trabajaban en el basurero, rescatando materiales, y algunos chamacos olían fuerte. Olían a basura, sí.

Quince kilómetros al sur de la ciudad de Oaxaca, a los pies de un basural en el municipio de Zaachila, la Colonia Guerrero se extendió como un campamento de 14.000 habitantes: calles de tierra, casuchas de hormigón y ladrillo, patios separados por chapas oxidadas, descampados, algún maizal. Sin apenas servicios públicos, sin ley, las pandillas se repartieron el territorio, delimitaron sus fronteras con grafitis en cada esquina, se dedicaron a la venta de droga, al chantaje en las tienditas, a los asaltos, los tiroteos, los asesinatos muy frecuentes.

De la Colonia Guerrero solo salían dos tipos de noticias, como se ve en la hemeroteca del último par de años: la contaminación descontrolada del vertedero y los asesinatos. Pandilleros matan a pandillero rival a navajazos; pandilleros matan a pedradas a un albañil para robarle; pandilleros apedrean, navajean y lanzan desde un muro de seis metros a un obrero; policía mata de ocho tiros a un camionero en una tasca; cadáver de camarera de 15 años aparece en el vertedero desnuda, violada y con cuatro tiros.

-Ahora no está tan feo.

Dice Jesús Bathory Saavedra, de 14 años, camiseta negra con la cara del Che Guevara, botas militares, que aprendió a tocar la guitarra viendo vídeos en internet, que luego tocó el bajo eléctrico, la batería y el violonchelo, que ahora empieza con el contrabajo, que sueña con crear una banda heavy metal y mezclarla con flautas prehispánicas de la cultura zapoteca. Está preparando un disco con versiones, que se llamará Tecelotl (diablo, en lengua náhuatl). Y dice eso: que el barrio ya no está tan feo.

-Acá en el centro ya no. Porque están la iglesia, el municipio, la escuela de música; por acá patrulla la policía y es más tranquilo, los pandilleros no hacen nada.

Ensayos con un trozo de manguera. Los vecinos mencionan dos zonas a las que es mejor no acercarse: los bares de la carretera, donde los pandilleros beben mucho y se ponen bravos, y de la escuela de secundaria para arriba, porque allá venden la droga. Ya no está tan pesado, dicen, porque hay asaltos pero matarse ya solo se matan entre ellos.

-Pero acá arriba tampoco es tan peligroso.

Dice Nicolás Bollo en el patio de su casa: más arriba de la secundaria.

-A los que vivimos en el barrio, los pandilleros nos conocen. Si viene alguien de fuera sí puede tener algún problema, lo pueden asaltar, de noche hay que andar con cuidado. Pero ahorita es más tranquilo, los chavos se enfocan en otras cosas: en la música.

En el patio ensayan su sobrino Harold Juárez, de 10 años, que es un virtuoso de la batería, y su sobrino Joaquín Juárez, de 14, que toca el trombón y fue el segundo mejor alumno del curso pasado en la escuela secundaria. En su perfil de WhatsApp, Joaquín tiene esta frase: «La música es el alimento de la vida. Quien no la sepa escuchar no sabe lo que es la felicidad».

Jesús Saavedra también busca cualquier momento y cualquier rincón para la música. Suele juntarse con su amigo Marco Antonio Coache, también de 14, también violonchelista de la escuela Santa Cecilia, para ensayar en gimnasio de kung-fu. El gimnasio -un cuartito en una casa de hormigón- lo dirige el padre de Jesús. Cuando los luchadores terminan de dar saltos y patadas, Jesús y Marco entran con dos sillas y empiezan a ensayar escalas y arpegios con los violonchelos.

Justo en la esquina de este gimnasio solía tumbarse Alberto cuando inhalaba disolvente.

-La vibración de la cuerda cuando pasas el arco…

Dice Marco Antonio, chico tímido, chico nervioso, chico de 14 que a los 12 se aburría en la calle y quemaba las horas con su pandilla, que ahora sale de la escuela de música y se va con Jesús a seguir ensayando.

…esa vibración de la cuerda es muy especial, la sientes en todo el cuerpo. Pero tiene que ser perfecta y yo siempre noto algún fallo. Siempre noto cosas que mejorar. Me gustaría ser violonchelista en una orquesta, tocar en sitios grandes con mucha gente.

Dice el chico tímido, el chico nervioso.

De algunos patios cercanos sale humo: hay señoras palmeando la masa de maíz y haciendo tortillas sobre un fuego de leña. De las cocinas donde se comen esas tortillas con queso y frijoles, salen historias en susurros: historias de emigración a Estados Unidos, de travesías por el desierto, de sed y de terror, de secuestros, de emigrantes amontonados en cuevas a la espera del rescate o de un tiro en la cabeza, o de un rescate y aun así el tiro en la cabeza; historias de padres borrachos que golpeaban a las hijas y por suerte ya se marcharon de casa, quién sabe adónde, ojalá no saberlo nunca; del padre que le quitaba el trombón a su hija porque eso no era un instrumento para mujeres; del chamaco que nunca se levantaba de la cama antes de las 11 porque total para qué, que ahora estudia solfeo y que tiene en su estantería varias novelas de la colección Barco de Vapor y un par de libros de ayuda de Alcohólicos Anónimos. O la historia del chico de 15 años que recita los nombres de las pandillas, en orden de más a menos violenta, y que suele ensayar con su violín en el patio trasero de la casa.

-Ensayo cuando no está mi papá, porque se burla de mí.

Hasta hace poco, la iglesia de Santa Cecilia era el único punto de la colonia en el que algunos jóvenes podían juntarse para crear algo. El padre José Rentería animó a algunos grafiteros a que decoraran el templo -una nave de hormigón y ladrillo de techos muy altos, en la que los chavos pintaron murales, incluso detrás del altar: unas escaleras azules que suben al cielo-. Entre los jóvenes que tocaban la guitarra en misa y alguno más, formaron el primer grupo de música a principios de 2011. Alquilaron una habitación, buscaron un profesor y empezaron las clases de solfeo.

Veinte alumnos: ni un solo instrumento.

-Los de percusión golpeaban sillas y los de viento soplaban pedazos de mangueras -dice el maestro López.

En diciembre de 2011 aterrizó Isabelle de Boves, piloto de Air France. Vino a visitar a su tía Nicole, monja en la Colonia Guerrero, conoció al padre Rentería y se interesó por aquel grupo de jóvenes que estudiaba música.

En la Colonia Guerrero hay músicos sin instrumentos; en París hay instrumentos sin músicos, pensó.

De Boves convenció a músicos parisinos para que donaran sus viejos violines, clarinetes y saxofones; convenció a los lutieres de la rue Rome para que los repararan; convenció a sus colegas pilotos y azafatas para que cargaran instrumentos en cada vuelo a México. En cinco años ya han llegado 300: violines, violonchelos, saxos, clarinetes, trompetas, oboes… La Fundación Air France financió buena parte de la compra de un terreno y de los materiales para construir los edificios de la escuela. Las familias del barrio organizaron tómbolas, vendieron comida en la calle, pagaron cuotas, aportaron miles de horas de trabajo voluntario para levantar los tres pequeños edificios donde ahora están las aulas, el taller y la oficina. Alisaron el patio de tierra, extendieron un suelo de hormigón bajo techo para que ensayara la banda y plantaron jacarandas en todo el perímetro. En enero de 2015 inauguraron la escuela.

Las instituciones públicas de Oaxaca nunca respondieron a las peticiones de ayuda, dice López.

Todos los años llegan varios músicos y lutieres europeos, con el propósito de hacer cantera. En noviembre, el chelista vasco Iñaki Etxepare daba clases de cuerda y formaba a futuros reparadores de instrumentos: entre sus alumnos ya asoman los primeros músicos, profesores, lauderos. El taller de reparación y los conciertos de la banda dan ingresos. Quieren que la escuela pronto sea autónoma.

Por el momento, del barrio del vertedero, las pandillas, las drogas y los asesinatos, ha surgido una orquesta sinfónica.

Una banda en la catedral. A las siete de la tarde, el barrio desaparece en la oscuridad. Se encienden pocas farolas: caminamos de una mancha de luz amarilla hasta la próxima, pisando a ciegas la gravilla crujiente de las calles. Pasan chavales en moto, nos miran de arriba abajo. Pasa un mototaxi, pasan dos borrachos que saludan ceremoniosos, luego ya nadie, el silencio negro, los crujidos al pisar. De pronto el aire vibra con un crescendo de viento y metal: son trompetas y clarines, es Amanecer, la fanfarria inicial del Así habló Zaratustra, de Strauss. Estalla la orquesta completa -trombones, violines, violonchelos, clarinetes, los latidos animales del bombo-, y en el centro de la Colonia Guerrero, bajo el cielo tan estrellado de un barrio sin farolas, la escuela Santa Cecilia resuena como una nave a punto de despegar.

Cuando termina el ensayo, Camerino López se sienta agotado en una silla de la oficina, con el tupé revuelto y con la camisa blanca abierta dos botones. Este hombre de 33 años es un reconcentrado de energía: se mueve con la mandíbula prieta, con gestos rotundos y precisos -gestos de director de orquesta-, pero afloja una sonrisa y dice que no, que no está cansado, que para él este trabajo es un placer. Es el director artístico de la escuela, la abre por la mañana, la cierra por la noche, da clases, dirige la banda, atiende las preguntas de todos, conoce las historias familiares de cada uno.

-Algunos colegas músicos me decían que estaba loco, que cómo iba a instalarme acá, que esta colonia era muy peligrosa.

López es zapoteco. Nació en la Sierra de Juárez y a los 10 años empezó una trayectoria de clarinetista imparable: tocaba en la banda de su pueblo, luego estudió en el conservatorio regional, en la escuela de Bellas Artes en Oaxaca, en el Conservatorio Nacional de México. Pero resulta que no era imparable: se le acabó la beca y no tuvo dinero para seguir estudiando. Un día le ofrecieron el puesto de profesor en esta escuela de la Colonia Guerrero.

-El trabajo era pesado, los alumnos eran difíciles, se cobraba muy poco. Yo ganaba tres veces más como profesor privado en Oaxaca. Pero esta escuela tiene una identidad increíble, te da algo que no te da ninguna otra.

López admira el esfuerzo que sus alumnos dedican a los ensayos, la sensibilidad que desarrollan, los huecos que buscan para estudiar en entornos tan difíciles. Estos chavales reconquistaron las palabras: antes, cualquiera de ellos era sospechoso de pertenecer a una banda (callejera), ahora presumen de participar en una banda (musical). Y conquistaron espacios impensables: la banda ganó premios en festivales y recibió invitaciones para tocar en la catedral de Oaxaca, en el teatro Macedonio Alcalá o en el Hospital de la Niñez.

-Hay un chavo que era tremendo cuando llegó, muy violento. Pero vio que lo tratábamos con respeto, tomó confianza, empezó a tocar y ahora es uno de los mejores. No sé si lo conoces: tiene 13 años, toca la tuba.

«Cuando me dieron la tuba, empecé en serio». El de la tuba es Alberto. El que inhalaba disolvente y se dormía en la calle, escuchando violines y clarinetes. Ahora tiene 13 años. Es un chico de ojos negros profundos y sonrisa nerviosa, que se peina con una cresta revuelta. Viste una camiseta del Barcelona, pero es del Real Madrid.

-Es que la del Real Madrid es muy blanca, con la tierra se ensucia mucho.

Así que lleva la del Barcelona para mancharla sin preocupaciones.

Se mueve mucho cuando habla, se pasa las manos por los muslos, mira al cielo, mira al suelo. Vive con su mamá y sus hermanos -ninguno va a la escuela: se pasan el día en la calle con otros chavos-. No se acuerda de su papá, porque se marchó a Estados Unidos cuando él era muy chiquito. ¿A qué parte de Estados Unidos? No lo sabe. A veces platican por teléfono, pero no sabe dónde está.

A los 11 años Alberto dejó la escuela. Para conseguir un poco de plata, trabajó unas semanas en un aserradero.

-Lijábamos, atornillábamos, hacíamos un chingo de cosas. Era muy pesado y nos pagaban poco.

El sueldo se lo gastaba con sus amigos en las ferreterías, donde compraban «el tíner»: el thinner, un líquido para disolver pintura de esmalte. Contiene tolueno, alcohol metílico, xileno, cetonas, ésteres, hidrocarburos varios. Al inhalarlo, el cerebro se inunda de neurotransmisores que encienden el placer. El efecto dura unos minutos, luego el consumidor necesita otra oleada. Y las sustancias tóxicas van dañando el cerebro. Producen alucinaciones, apatía, falta de concentración, pérdidas de memoria, destrucciones neuronales irreversibles.

Alberto se reunía con otros chamacos de 11 o 12 años para inhalar disolvente y para imitar a los adolescentes de 14 o 16.

-Levantamos un crew.

Es decir: una pandilla de grafiteros, con algunos ritos copiados de las bandas mayores. Para ingresar, los aspirantes debían robar unas latas de pintura o soportar un chequeo: una paliza. Pasaban los días en un descampado, pintaban muros, fumaban, bebían, robaban en las tienditas del barrio, se peleaban con otras pandillas.

La pandilla es como una familia. Tú los cuidas y ellos te cuidan. Si te ataca algún cholo de otra pandilla, ellos te defienden. Si te sales, te quedas solo.

Hasta que un día Alberto se salió. Preguntó a un profesor cómo podía inscribirse en la escuela de música. Y no se quedó solo.

Ahora Alberto es uno de los cinco alumnos que reciben una beca completa de la escuela -otros 14 reciben una beca parcial, el resto de los 100 alumnos paga 60 pesos semanales, unos tres euros.

-Me cansé de la pandilla, me cansé de estar en la calle sin hacer nada. Quería hacer algo. Vine a la escuela y me gustó. Los maestros son buena onda, me hacen reír, me siento bien acá.

Alberto dejó el disolvente. Es un chico nervioso, habla atropellado, le cuesta concentrarse, no va a la escuela secundaria desde hace ya dos años. Pero todas las tardes entra a la escuela de música y toca la tuba durante horas, con los ojos clavados en el pentagrama. Su concentración en los ensayos es llamativa.

La música mejora la neuroplasticidad, explica la psiquiatra Lourdes Rodríguez, que estudia los efectos de los disolventes en los jóvenes y que estos días visita la escuela Santa Cecilia. La música multiplica las conexiones neuronales, mejora la concentración, las habilidades lingüísticas, la creatividad, la capacidad de estudio.

-Acá en la escuela me hacen trabajar demasiado -dice Alberto, y se ríe-. Yo nunca creía que iba a llegar a la banda, porque antes era muy relajista, me daba flojera estudiar y me quedaba en la cama. Pero cuando me dieron la tuba, entonces sí. Entonces empecé en serio.

Un día, sus compañeros de la pandilla lo esperaban a la salida de un ensayo.

La flauta de París. Patricia García tembló cuando le pasaron un instrumento.

-Me dieron una flauta para que la limpiara: ¡una flauta de 15.000 euros!

García es una mujer zapoteca de 25 años, cara ovalada como una luna de bronce, pelo negro muy liso y muy largo, sonrisa tímida y voz baja: hasta que habla de la flauta.

La flauta se la dieron en París, hace dos años. Para entonces, ella tocaba el clarinete y había hecho unos cursos de reparación de instrumentos en la escuela de la Colonia Guerrero, pero no veía futuro en la música: se ganaba la vida cuidando niños en Oaxaca, vendiendo cosméticos en una tienda, y preparaba la maleta para emigrar a Estados Unidos porque le habían ofrecido un empleo de cuidadora. Tenía el pasaporte listo. A última hora cambió el destino. Mallory Ferreira, una de las profesoras francesas que había impartido talleres de reparación en la escuela Santa Cecilia, quedó admirada con su habilidad y la seleccionó para un curso en el ITEMM, el Instituto Tecnológico Ruropeo de los Oficios Musicales, en París. La piloto Isabelle de Boves acogió a García en su casa.

Ahora sonríe al recordar su llegada a París: las primeras cuatro semanas para aprender un poco de francés, las estaciones de metro que memorizó para ir y venir, el miedo a no entender nada en las primeras clases.

-Había profesoras que echaban a algunos alumnos de su taller en el segundo o el tercer día, porque no daban el nivel. Eran muy estrictas. Yo tenía miedo de que me humillaran.

El diploma universitario consta de dos cursos: Patricia lo sacó en un año.

Su talento asombró a los profesores franceses y le abrió territorios inesperados: las empresas en las que hizo prácticas le asignaron las reparaciones más delicadas -como la flauta de 15.000 euros- y le ofrecieron contratos. Le pidieron que se quedara en Francia.

Pero eso habría sido una traición. A mí me dieron una oportunidad increíble para estudiar y yo tenía que volver acá, a la escuelita, con mis conocimientos.

García es ahora una reina sentada en el centro de sus dominios: el taller minúsculo de la escuela Santa Cecilia, con su mesa que parece un quirófano de guitarras abiertas, violines desmontados, tubas desenroscadas, pinzas, alicates, chapas, muelles y tornillos. Son los huesecitos que sólo ella sabe ensamblar en la posición exacta para que el animal suene perfecto. Ahora se agacha un poco sobre la mesa, concentra los ojos achinados y mete una cinta con luces por el tubo de un saxofón: cierra las teclas y confirma que no hay fuga de luz, que ya no habrá fuga de aire.

-A los alumnos no les cobramos la reparación. Pero si le dan un golpe al instrumento o si lo estropean por dejadez, entonces sí, les cobramos un precio simbólico para que aprendan. Ahí tengo un trombón con las varas estropeadas, el niño las forzó por jugar a lo bruto. Le cobraré 100 pesos (unos cinco euros) y le explicaré que en un taller normal le cobrarían 800.

Éste no es un taller normal: es un taller donde se reparan los instrumentos prestados a los músicos más pobres de Oaxaca, en el corazón de un barrio con fama negra al que muchos prefieren no entrar. Y al que de pronto empezaron a llegar los músicos profesionales de la región, con sus instrumentos más valiosos.

Vienen porque aquí trabaja Patricia García.

En noviembre le trajeron los oboes de la orquesta sinfónica de Oaxaca, para limpiarlos y ajustarlos. En enero le acaban de traer los saxos.

-A algunos músicos les da un poco de miedo, piensan que acá les van a robar -sonríe Patricia-. Me preguntan por qué no abro un taller en el centro de Oaxaca, me dicen que así ganaría más plata. Ellos nunca habían entrado en la Colonia Guerrero, pero yo ya los fui acostumbrando, ahora vienen mucho. Hace poco vino el flautista principal de la sinfónica: antes, cuando tenía que arreglar y limpiar la flauta, se la mandaba a un reparador que vive en Guanajuato.

Guanajuato está a 800 kilómetros. Pero para muchos habitantes de Oaxaca, la Colonia Guerrero, a 15 kilómetros, es un planeta mucho más lejano.

-Ahora la flauta me la trae a mí. Tampoco será para tanto, venir a la colonia, ¿no?

El taller, además de contribuir a los ingresos de la escuela, también está dando la vuelta a la fama del barrio.

-Los músicos de las orquestas y del conservatorio de Oaxaca vienen cada vez más a nuestra escuela, a dar clases, a reparar sus instrumentos. Incluso vienen alumnos de Zaachila, de San Bartolomé, de otros pueblos con mucho mejor nivel de vida, porque esta escuela tiene ya un prestigio y sus familias quieren mandarlos acá. Yo vine a vivir acá hace tres años y esto era un barrio muy pesado, con mucha violencia. Pasábamos miedo por las noches. Cada uno se quedaba en su casa. Ahora hay jóvenes estudiando, las familias se conocen en los conciertos y en las fiestas, hay una vida en común. Se ha tejido una red social.

Y lo mejor, dice García, son los chavales que encuentran un camino en la música.

-Hay uno que andaba siempre en la calle, era un chavo con muchos problemas, ahora toca la tuba. Tiene un talento increíble. ¿Te hablaron de él?

Un músico enroscado. Hablábamos de él: de Alberto.

Del día en que sus antiguos compañeros de pandilla lo esperaron a la salida de un ensayo.

-Querían que me fuera con ellos por ahí, como antes. Todavía me llaman algunas veces. Pero yo les digo que no puedo ir, que tengo que estudiar. Me respetan. Todo bien.

¿Alguna vez intentó convencer a alguno de la pandilla para que se inscribiera en la escuela?

-No, a ellos no les interesa nada. Están todo el rato drogados, se les bota la cabeza, se pasan todo el día en una cancha. Yo ahora estoy más tranquilo. Me siento afuera de los problemas.

Alberto está fuera de los problemas y dentro de una tuba. Literal: porque su instrumento es un sousafón, una tuba que se lleva enroscada alrededor del cuerpo, como una gran serpiente blanca, apoyada en la cintura y el hombro izquierdo.

Tiene 13 años, no va a la escuela secundaria y tampoco trabaja. Le da flojera levantarse temprano, dice, porque se acuesta a las nueve pero suele estar nervioso, con insomnio, dando vueltas en la cama, whatsappeando con sus amigos hasta la una o las dos de la mañana, y se levanta a las 10 o a las 11: ni modo de ir al colegio ni de buscarse un trabajo.

Alberto respira profundo con el diafragma, acumula el aire, hace vibrar sus labios en la boquilla, suelta el aire y va apretando las llaves. La tuba emite sonidos graves que retumban en la escuela.

Éste es el ejercicio que ahora le calma, el que le concentra, el que le enciende las sensaciones más poderosas.

-Buf, la tuba. La tuba es muy padre -dice, y le sale una sonrisa de emoción pura-. Cuando toco bien una pieza, se me pone la carne de gallina.

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Propuestas de Trump ponen en riesgo educación de ilegales

EE.UU/Nueva York./10 de febrero de 2017/Fuente: eldemocrata

La labor del mexicano Ángelo Cabrera, que ha beneficiado a miles de jóvenes universitarios indocumentados en Nueva York, y en especial a sus connacionales, podría estar en peligro por las propuestas migratorias del presidente Donald Trump.

Cabrera, quien hace 25 años emigró sin documentos de su comunidad de San Antonio Texcala, en el estado de Puebla, a Nueva York, fue quien logró en 2001 que los estudiantes indocumentados fueran aceptados como residentes legales en el sistema de universidades públicas del estado.

Junto con activistas de Texas, Cabrera fue el primero que inició en Estados Unidos un movimiento que en el caso de Nueva York ha permitido que miles de jóvenes indocumentados ingresen a los planteles de las universidades públicas de CUNY y SUNY.

Actualmente, 18 entidades de Estados Unidos ofrecen a estudiantes indocumentados las mismas colegiaturas que a los residentes locales, en buena medida gracias a la labor de activistas inspirados por Cabrera.

Desde ese logro, Cabrera fundó la Alianza de Estudiantes Mexicano-Estadunidenses (Masa), que ofrece asesorías sin costos para jóvenes mexicanos o de padres mexicanos que aspiren a fortalecer sus habilidades académicas para ingresar a universidades.

Asimismo, Cabrera es fundador de una escuela secundaria “charter” (administrada por privados con recursos públicos) enfocada en la educación bilingüe para jóvenes latinos y de origen mexicano en el condado del Bronx, en Nueva York.

Cabrera además es investigador de CUNY, institución que abogó para que el gobierno federal le otorgara hace dos años una visa H-1B, un permiso temporal de trabajo para profesionistas especializados.

El futuro de Cabrera en Estados Unidos, sin embargo, es incierto. De acuerdo con informes de prensa, el gobierno de Trump prepara una orden ejecutiva para restringir de manera drástica el número de extranjeros que reciben el visado H-1B.

“Cuento con la visa H-1B, así que digamos que tengo un estatus legal pero ahora con estas políticas de Trump no sabemos qué va a pasar porque parece ser que planea hacer cambios sobre estos permisos de trabajo”, explicó Cabrera.

En entrevista con Notimex en su cubículo de CUNY, Cabrera destacó que no cuenta con un plan de contingencia en caso de ser deportado, sino simplemente continuar con su trabajo y buscar nuevos proyectos e iniciativas que apoyar.

“Lo que tenemos que hacer es aprender a vivir sin temor, tenemos que continuar con nuestras vidas. Es importante que en nuestra comunidad nos informemos sobre nuestros derechos”, apuntó.

A su favor, Cabrera cuenta con abundante determinación. Tras emigrar a los 15 años a Nueva York y desempeñarse en toda clase de trabajos, el ahora académico logró pagarse sus estudios universitarios y más tarde un posgrado en la misma universidad para la que ahora trabaja.

En Masa, con más de 15 años de operación, su intención es revertir la estadística que apunta que la tasa de deserción de secundaria y preparatoria de los estudiantes mexicanos es poco mayor de 40 por ciento, una de las más altas entre los grupos de inmigrantes de Nueva York.

“Ahora las cifras son más alentadoras, aunque no tengo los datos actualizados. Se nota en el número de estudiantes mexicanos en las universidades, lo que por supuesto también fue impulsado por DACA (programa de deportación diferida). Eso motiva a los jóvenes”, afirmó.

Cabrera precisó que las cifras actuales de inscripción universitaria de mexicanos en Estados Unidos se deben al trabajo de organismos como Masa, así como al apoyo de funcionarios de CUNY, el empresario mexicano Jaime Lucero y el consulado de México en Nueva York, entre otros factores.

“El reto es impulsar el conocimiento de las futuras generaciones para crear una nueva sociedad de jóvenes mexicano-estadunidenses que se conviertan en líderes de nuestra comunidad. Necesitamos mentes frescas”, aseguró.

Pese a que su trabajo puede ser truncado, Cabrera permanece optimista por él y por todos los mexicanos que podrían regresar a su país de origen debido a las políticas de Trump.

“En México también hay oportunidades para esos jóvenes, que pueden acceder allá a educación universitaria. Además el país se va a beneficiar con ellos: jóvenes totalmente bilingües con estudios en el extranjero que van a apoyar el crecimiento nacional”, aseveró Cabrera.

Fuente: Notimex

Fuente: http://eldemocrata.com/al-momento-noticias-ultimo-minuto-internacional-hoy/propuestas-trump-ponen-riesgo-educacion-ilegales/

Imagen: eldemocrata.com/wp-content/uploads/2017/02/MEXICO-UNION-EUROPEA-010217-375×195.jpg

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Libro: Conflictos sociales, luchas sociales y políticas de seguridad ciudadana

Conflictos sociales, luchas sociales y políticas de seguridad ciudadana

César Barreira. Jose Vicente Tavares dos Santos. Jaime Zuluaga Nieto. Roberto González Arana. Felipe González Ortiz. [Coordinadores]

Juan S. Pegoraro. Jose Vicente Tavares dos Santos. Alex Niche Teixeira. Paula Ximena Dobles. Juan Carlos Betancur. Flor Edilma Osorio Pérez. Loreto Correa Vera. Jaime Zuluaga Nieto. Clara Inés Aramburo Siegert. Luis Fernando Trejos Rosero. César Barreira. Leonardo Sá. Jania Perla Diógenes de Aquino. Nilia Viscardi. Ricardo Fraiman. Felipe González Ortiz. Martha Nateras González. [Autores de Capítulo]

Colección Grupos de Trabajo.
ISBN 978-607-422-4719
CLACSO. UAEM. Instituto Latinoamericano de Estudios Avanzados de la Universidad de Rio Grande del Sol.
Toluca.
Octubre de 2013

Publicar un libro con colegas latinoamericanos sobre el tema de la violencia, las políticas públicas en torno a la seguridad, el crimen, los territorios y los grupos étnicos representa un compromiso obligatorio para la reflexión social de nuestra región. En buena medida se puede afirmar que la problemática social para América Latina constituye un insumo necesario para hacer teoría, proponer conceptos y generar ideas que ayuden a la conformación de una masa crítica desde la que podamos contribuir a la formación de las ciencias sociales desde América Latina. En este mismo orden de ideas puedo asegurar que embarcarse en la publicación de un libro de esta naturaleza contribuirá a la construcción de la ciencia mundial que se escribe en español y en portugués. El tema que reúne a investigadores de distintos países es relevante, además, por el hecho de que potencia la formación de redes de investigación en torno a un tema común, en este caso, la violencia y la seguridad ciudadana. Cada contri- bución representa una mirada, una perspectiva, un cúmulo de información, una experiencia particular que permite comparar, conocer y darse una idea sobre las maneras singulares de experimentar un proceso que parece haber llegado para quedarse y que, por la misma razón, debe ser estudiado con la intención de buscar estrategias que permitan disminuir su poder destructivo sobre lo social.

Fuente: http://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/buscar_libro_detalle.php?id_libro=809&campo=titulo&texto=politica

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¿Unidad en torno a qué?

Por: Blanca Heredia

Los desplantes y el tono hostil de Trump hacia nuestro país han suscitado en México numerosos reflejos, actos y discursos a favor de la unidad nacional. No es nuevo ni extraño el que ataques o amenazas externos produzcan reacciones nacionalistas. De hecho, el apelar a la “unidad nacional” es y ha sido históricamente la respuesta más inmediata y más socorrida frente a las agresiones del exterior en muchísimos países y comunidades a lo largo de la historia.

Dos preguntas obligadas en relación a este asunto en México hoy, con todo, son ¿cuánta unidad? y ¿unidad en torno a qué?

En relación a la primera pregunta, suscribo lo argumentado por Jesús Silva Herzog Márquez en su columna del periódico Reforma la semana pasada. En suma, unidad sí, pero con límites claros. Dicho en otras palabras: bienvenida la unidad, siempre que respete y no ahogue la diversidad y la crítica.

En lo que se refiere a la segunda pregunta –¿unidad en torno a qué, a cuáles valores, a cuáles prácticas y objetivos comunes?–, me temo que, en el mejor de los casos, la discusión apenas comienza. Limitada y balbuceante aún, esa conversación resulta fundamental y tendríamos que darle máxima prioridad.

Como bien recordaba Rolando Cordera en un foro reciente sobre México frente a Trump, al fin de la guerra de 1847 vs los Estados Unidos, Mariano Otero señalaba que la derrota era el resultado de la falta de unidad entre los mexicanos y que esa misma derrota obligaba al país, si acaso quería ser un proyecto viable a futuro, preguntarse sobre los valores fundamentales que vinculaban a los mexicanos.

A casi siglo y medio de distancia, nos toca volver a identificar, discutir y acordar cuáles valores, prácticas y objetivos compartidos en concreto nos vinculan y pudiesen darle sustento a México como comunidad política independiente de cara al futuro. ¿La libertad sin responsabilidad? ¿Máximas y guías para la acción tales como “obedézcase, pero no se cumpla”? ¿Privilegios sin fin para unos cuantos y falta de los derechos y las oportunidades más elementales para los más? ¿Usufructo privado de los bienes y recursos públicos?
¿Desdén y falta de cuidado por lo que es de todos? ¿Discriminación sistemática por género, por color de piel y por condición socioeconómica?

Todo lo anterior abunda en México como práctica regular y cotidiana. Estos patrones de comportamiento y los valores que los orientan no ofrecen, evidentemente, un catálogo de rasgos distintivos de México que sea defendible o siquiera pronunciable en público. Tampoco dan, desde luego, para cimentar una comunidad de propósitos que nos permita sobrevivir y, sobre todo, prosperar en conjunto como integrantes de una misma colectividad nacional, digna de autogobernarse.

Diversos políticos han expresado en días recientes que valores tales como la igualdad y la justicia, contenidos en la Constitución mexicana, son los que nos unen y fundamentan nuestra existencia como nación.

¿De veras? Si así es, ¿cómo explicar el que nuestro sistema de justicia sea tan extremadamente precario y fragmentario, y el que México siga siendo, a pesar de la Revolución Mexicana y a un siglo de promulgada la Constitución de 1917, uno de los países más desiguales del mundo?

Si la igualdad y la justicia son los valores que más nos vinculan, ¿cómo explicar que de toda la infinidad de reformas “estructurales” que han impulsado diversos gobiernos y coaliciones en las últimas décadas, la de acceso a la justicia, sobre la que ha escrito tan insistente y lúcidamente Ana Laura Magaloni, no haya siquiera entrado en la agenda? Si tanto nos une y nos importa a todos la igualdad, por qué causó tanta oposición y tanto conflicto la propuesta de elevar el salario mínimo, mismo que, como sabemos todos, hace rato no da para acceder a ningún mínimo de nada?

Irnos, como venimos haciéndole, en particular desde la época de la Reforma, por lo puro aspiracional al momento de definir los valores que supuestamente nos unen, ha terminado, una y otra vez, reproduciendo la brecha entre el país ideal (legal) y el país real. Esa brecha ha dado para medio gobernar el país a base de excepciones, discrecionalidad y corrupción. Mantener hoy esa distancia entre aspiración y realidad como argamasa fundamental para mantenernos juntos no dará para mucho más y ni siquiera queda claro que nos alcance para enfrentar con mediano éxito las amenazas y desafíos que tenemos delante.

Sería hora de invertir tiempo en pensar, colectivamente y en serio, qué nos une efectivamente y qué de eso que nos une valdría la pena mantener.

A reserva de ir construyendo alguna narrativa que pudiera ayudar a pegarnos, considero que, la coyuntura crítica que enfrentamos, tendría que llevarnos a enfocarnos en tres tareas centralísimas: construir las vías para darle a todos los mexicanos acceso a la justicia; reconocer que el sistema educativo está roto y comenzar, en los hechos, a refundarlo; y diseñar nuevos mecanismos institucionales efectivamente capaces de procesar nuestros conflictos y diferencias. En suma: empezar a armar en la realidad el piso mínimo indispensable que pudiera unirnos para poder imaginar, desde ahí y entre todos, una unidad nacional distinta a la de unos cuantos lucrando con ella a expensas del resto.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/unidad-en-torno-a-que/

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México: Al menos 14 millones de niños en AL, fuera de la escuela

México/Febrero de 2017/Autora: Laura Poy Solano/Fuente: La Jornada

En América Latina y el Caribe al menos 14 millones de niños y adolescentes de 7 a 18 años de edad están fuera de la escuela o de cualquier servicio educativo, de los cuales 10 millones son adolescentes, afirmó Francisco Benavides, asesor regional de educación para el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef, por sus siglas en inglés).

Durante los trabajos del Seminario Internacional sobre buenas prácticas educativas ante el riesgo de exclusión de Niñas, Niños y Adolescentes, Christian Skoog, representante de Unicef en México, destacó que en nuestro país, 4.1 millones de menores están fuera de la escuelas, mientras que 600 mil más están en riesgo de abandonar las aulas.

En entrevista, destacó que pese a los avances alcanzando por México en la cobertura universal de educación primaria, aún se tienen desafíos en secundaria, pero principalmente en la atención del primer grado de preescolar y en el acceso al bachillerato, donde se concentra el mayor porcentaje de jóvenes que logra continuar su formación.

Agregó que ante el contexto que enfrenta México con la nueva administración de Estados Unidos, y ante la posible llegada de connacionales de deportados del país vecino o que decidan regresar a territorio nacional, Unicef colabora con la Secretaría de Educación Pública (SEP) y con el gobierno federal para garantizar que «todo niño migrante y quienes regresen al país tenga derecho a ingresar a las aulas, incluso si no cuenta con documentos que acrediten su identidad, como el acta de nacimiento».

Cuestionado sobre los desafíos que enfrenta nuestra nación para frenar la exclusión de menores del sistema educativo destacó que «se sigue concentrando entre la población más pobre, los indígenas y con la población discapacitada», por lo que urgió a fortalecer mecanismos de acción que garanticen su acceso a la formación escolar.

En el encuentro, convocado por Unicef y la SEP participan especialistas del organismo multinacional, así como representantes de los Ministerios de Educación de Ecuador, Argentina, Colombia y Costa Rica, así como de diversas entidades, quienes presentarán sus programas de detección temprana de abandono escolar.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2017/02/08/al-menos-14-millones-de-ninos-en-al-estan-fuera-de-la-escuela

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México: Minas generan 2 millones de empleos… pero depredan el ambiente

México/Febrero de 2017/Autora: Blanca Estela Botello/Fuente: Crónica

En el país operan 1,134 mineras nacionales y extranjeras que, pese a las modernas tecnologías, ocasionan pérdida de vegetación, contaminación del suelo y del agua, modificación de la topografía, abatimiento de aguas subterráneas, alteración de la calidad del aire y fragmentación del hábitat.

Con un inversión anual promedio de 5 mil millones de dólares y la generación de 344 mil 448 empleos directos y 1.6 millones indirectos, la industria minera en México es una de las actividades económicas más relevantes que, sin embargo, tiene una gran afectación sobre el medio ambiente.

En el país operan 1,134 instalaciones mineras y la principal causa por la que se presentan denuncias en contra de esta industria es el daño a los recursos naturales.

Pérdida de vegetación, contaminación del suelo y del agua, modificación de la topografía y del paisaje, abatimiento de aguas subterráneas, alteración de la calidad del aire y fragmentación del hábitat son algunos de los impactos.

EXPLOTACIÓN A CIELO ABIERTO O SUBTERRÁNEA. Las empresas mineras de capital extranjero establecidas en México son, en su mayoría, de origen canadiense, seguidas de las norteamericanas, aunque también las hay de Reino Unido, Australia, Japón, China, Corea, India, Chile, Perú, Argentina, Brasil, Bélgica, Italia, España y Luxemburgo.

Se trata de 293 empresas registradas por la Secretaría de Economía que exploran o explotan minas de manera superficial o subterránea.

La extracción puede ser de metales preciosos como oro y plata; metales base como plomo, zinc, cobre; no metálicos, como carbón, mármol, piedra caliza, yeso, fluorita; rocas dimensionables como travertino, onix, dacita (con alto contenido de hierro) y basalto, y de materiales industriales como yeso y toba.

Arturo Rodríguez Abitia, subprocurador de Inspección Industrial de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), señaló que las minas impactan el medio ambiente, ya sea por las sustancias químicas que usan o por los métodos de extracción.

En las minas de metales preciosos, que son subterráneas, se utilizan sustancias químicas, “y ésas son las que a nosotros nos preocupan más, porque en las dos primeras (oro y plata) se utilizan sustancias químicas peligrosas, soluciones con cianuro; en la de cobre es ácido sulfúrico. Ambas son de alta preocupación, tanto para la salud humana como para los ecosistemas”, refirió el funcionario.

En estos casos se generan lixiviados (soluciones residuales que, de no ser adecuadamente manejados, se pueden filtrar al subsuelo) y jales (residuos sólidos). Los lixiviados, expresó Rodríguez Abitia, al tener altas concentración de metales, son corrosivos y tóxicos.

En cuanto a los métodos de extracción, abundó, las minas a cielo abierto impactan el paisaje, pues afectan la geomorfología del sitio, además de que acaban con la cobertura forestal, erosionan el suelo, alteran los flujos del agua y usan gran cantidad de agua, que generalmente se obtiene de los acuíferos.

Francisco Martín Romero, investigador del Instituto de Geología de la UNAM, expresó que la mina a cielo abierto, por ser amplia, genera grandes cantidades de residuos, a diferencia de la subterránea.

“En ese sentido, podemos decir que la minería a cielo abierto puede tener mayores retos para controlarla con los problemas de contaminación”, refirió.

DAÑOS. De enero de 2013 a diciembre de 2016, la Profepa impuso 91 clausuras por incumplimiento de la normatividad ambiental, con multas equivalentes a 94.4 millones de pesos. A estas cifras, la Secretaría de Economía agrega el año pasado, 53 instalaciones inspeccionadas, 20 fueron clausuradas.

Las irregularidades más frecuentes son: no contar con autorización en materia de impacto ambiental; incumplir con términos y condiciones establecidos en las autorizaciones; incumplir con las normas oficiales mexicanas (NOM); realizar mal manejo de residuos peligrosos  o no cumplir con las obligaciones en materia atmosférica en los patios de trituración.

En su Informe Anual 2016, la Cámara Minera de México (Camimex) señaló que 91 empresas mineras participan en el Programa de Industria Limpia que impulsa la Profepa, además de que 3 grupos mineros forman parte del Índice Verde de la Bolsa Mexicana de Valores.

Mencionó que en 2015 la industria minera invirtió 3 mil 807 millones de pesos en comunidades y en medio ambiente.

Pero resaltó que, en el caso de las áreas naturales protegidas (ANP), insistirá en que las zonas que contienen concesiones mineras vigentes y en trámite se excluyan de la poligonal del ANP que se proponga, ya que “para el sector es importante que se construya una fórmula que dé certeza legal a las inversiones en minería en cualquier área natural protegida”.

EXPLOTACIÓN. La Ley Minera establece que las concesiones tendrán una duración de cincuenta años, contados a partir de la fecha de su inscripción en el Registro Público de Minería, y se prorrogarán por igual término si sus titulares no incurrieron en causales de cancelación previstas en la ley y lo solicitan dentro de los cinco años previos al término de su vigencia.

Sin embargo, no toda la explotación minera está sometida a la ley.

El subprocurador Rodríguez Abitia refirió que hay minería clandestina, sobre todo en zonas remotas, de difícil acceso, que trabajan con falta de seguridad personal, con afectaciones al medio ambiente, al operar de manera rudimentaria.

“Sí existe una actividad minera ilegal, nosotros creemos que es de menores proporciones, son gambusinos (buscadores de minerales) o minerías un poquito de mayor escala, pero definitivamente ninguna a cielo abierto.

“Pero estas pequeñas operaciones que trabajan en la sierra de Sinaloa o en la zona caliente de Michoacán son difíciles de detectar, porque también para nosotros es difícil entrar y no solemos arriesgar a los inspectores tampoco”, expresó Rodríguez Abitia.

Refirió que para supervisar las operaciones mineras, además de otros sectores, la Profepa cuenta con 300 inspectores en materia industrial y unos 400 en materia de recursos naturales, cifra baja si se considera la cantidad de instalaciones en operación.

EVOLUCIÓN. El académico Martín Romero señaló que desde el 2005 existen normas que evitan mayores afectaciones ambientales.

“El problema es que de estas normas oficiales mexicanas, la más antigua que hay, es de 2005; antes de esa fecha no había NOM relativas a la minería. Hay un pasivo ambiental (residuos mineros que están inactivos) por el país que es lo que impresiona, pero a partir de la publicación de las normas se trabaja en la prevención”, expresó.

Actualmente, enfatizó, ninguna actividad minera es permitida si no hay una autorización para proteger al ambiente y a la salud humana.

Destacó que anteriormente los residuos mineros se depositaban sin ningún control ambiental, quedando expuestos a la intemperie.

El geólogo ambiental, quien lleva a cabo la remediación de una zona minera en Taxco, Guerrero, indicó que recuperar o remediar una mina en desuso es muy costoso, pero permite rescatar el área para reintegrarla al paisaje.

“Estamos remediando unas 30 hectáreas, son de las más grandes. No sé cuánto cueste la remediación, los estudios no son costosos, es la operación, la maquinaria, lo que tiene un costo elevado, son millones de pesos”, dijo.

Destacó que las nuevas tecnologías permiten remediar a la vez que se explota la mina.

“El problema son todos los proyectos que existen antes de las NOM, ahí no se puede ir a la prevención. Es importante el antes y el después de la aparición de las NOM”, remarcó.

Respecto al tiempo que se requiere para remediar una zona minera, dijo que depende del tipo de mina, y a manera de ejemplo refirió que en Taxco todo el proyecto llevará cinco años, en tanto que en San Luis Potosí la remediación de una mina tardó diez años.

Tras la remediación de la mina, dijo, la utilización del terreno dependerá de las especificaciones que tengan las NOM y puede ser utilizado para vivienda, parque o servicios.

En tanto, el subprocurador Rodríguez Abitia refirió que las nuevas tecnologías permiten explotar al máximo las minas, pero no necesariamente un mejor manejo ambiental.

“Hay casos donde la tecnología no ayuda para mejorar el medio ambiente, pero en términos generales la tecnología busca ser más eficiente, y al ser más eficiente favorece el medio ambiente, de manera indirecta, no porque lo persiga, persigue otro fin, pero sin querer, genera efecto (en el medio ambiente)”, señaló.

Fuente: http://www.cronica.com.mx/notas/2017/1009017.html

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México: El municipio debe participar en la educación

México/09 febrero 2017/Fuente: Alcaldes de Mexico

La educación es un tema que cada día toma mayor relevancia en las proyecciones de crecimiento, evolución y desarrollo de los países. El reto es mejorar los procesos y adecuar las políticas y programas educativos a cada sociedad, dependiendo de sus necesidades y realidad, con el fin de lograr los objetivos y metas planteados por los organismos internacionales para abatir, mediante una mejor preparación de profesionistas y trabajadores, los grandes rezagos y desequilibrios que se presentan en el mundo, como la pobreza, violencia y el hambre.

Un ejemplo de lo anterior se puede ver en el informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) Competencias en Iberoamérica: Análisis de PISA 2012, en el que se recomienda que los países iberoamericanos redoblen esfuerzos para mejorar la calidad y la igualdad de sus sistemas educativos.

“La educación y las competencias son la base del crecimiento incluyente en Iberoamérica y la clave para superar desafíos económicos y sociales compartidos, como la baja productividad, la falta de inclusión social y la elevada tasa de desempleo juvenil”, afirma Gabriela Ramos, directora de Gabinete del Secretario General de la OCDE, al dar a conocer dicho informe.

GOBIERNOS LOCALES ACTIVOS

Como parte de los esfuerzos para mejorar, está el planteamiento de profesionales, estudiosos e investigadores en esta materia, en el que proponen la democratización de la educación, partiendo de la participación directa y activa del municipio, orden de gobierno al que se le tiene prácticamente marginado en la estructuración de políticas y programas educativos, y sólo es operativo de las disposiciones federales o estatales en este sector.

Cecilia Perasa Sanginés, doctora en Sociología y profesora de tiempo completo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (FCPyS-UNAM), afirma que democratizar la educación dependerá de las capacidades que les otorguen a los municipios en este rubro, porque la realidad educativa del país está marcada por el Estado de manera vertical, “viene desde arriba, sin la participación de este orden de gobierno que es el que está en contacto más directo y cercano con los gobernados”.

El municipio es la instancia de gobierno que puede detectar las necesidades reales de la población en general, y en particular las educativas locales. “Y esto es lo que más falta hace en estos momentos en el proceso educativo, precisamente por la diversidad que existe en el país”, con casi 2,450 municipios que tienen características propias.

El reto es que debe haber congruencia entre el marco legal, el marco presupuestal y las capacidades verdaderas de cada localidad. La democratización de la educación implica necesariamente la participación de las mayorías. Entonces hablar de este tema es escuchar cuáles son las necesidades a nivel de aula, de escuela, para que el proceso no pase por la imposición burocrática desde arriba, sino construir las políticas educativas desde abajo, en un proceso participativo, explica.

Considera que una de las barreras más importantes para que los municipios puedan participar en la educación, es el periodo de gobierno que tienen, que es de tres años, y en algunos casos cuatro: “Es poco tiempo para atender los programas y políticas en la materia, y sí, los tiempos políticos no corresponden a nivel municipal, estatal y federal, sabemos que en la real politic, las decisiones se toman por el partido que gobierna y cada gobernante, sea federal, estatal o municipal, llega con sus propuestas independientemente de las necesidades o lo que haya dejado su antecesor”.

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Cecilia Perasa Sanginés.
FOTO: ROSALÍA MORALES

Cecilia Perasa afirma que ahora que se habla de una mayor autonomía de gestión, de una mayor autonomía incluso curricular en la educación (con la Reforma Educativa), los municipios deben tener un papel relevante para atender las necesidades particulares de las localidades, hablando en términos de diversidad: no son las mismas condiciones educativas las de la Sierra Zongolica, Veracruz, que las de Santa Fe, en la Ciudad de México; es aquí donde debe jugar un papel decisivo la detección de necesidades y debería tener congruencia con la gestión de los presupuestos.

Al respecto, en el documento que contiene la Reforma Educativa, se precisa: “Es impostergable fortalecer las políticas de Estado ya existentes e impulsar las que sean necesarias para hacer posibles los cambios que la educación requiere. Es con este propósito que se estima necesario elevar a rango constitucional las disposiciones que permitirán dotar al Sistema Educativo Nacional de los elementos que impulsen su mejoramiento y aseguren la superación de los obstáculos que lo limitan.

“El Ejecutivo Federal determinará los planes y programas de estudio de la educación preescolar, primaria, secundaria y normal para toda la república. Para tales efectos, el Ejecutivo Federal considerará la opinión de los gobiernos de las entidades federativas y del Distrito Federal, así como de los diversos sectores sociales involucrados en la educación, en los términos que la ley señale.”

Quedan excluidos los municipios como instancias de gobierno y esto es contrario a lo que plantean los investigadores para democratizar la educación. Cecilia Perasa precisa: “Veo más barreras y una voluntad discursiva que tiene que librar una cantidad de obstáculos de la real politic, que difícilmente, en nuestro país, se podrá dar a corto o mediano plazos”.

José Luís Muñoz Moreno, del Departamento de Pedagogía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona, en un estudio sobre las formas de participación de los municipios en educación, explica que ésta “se presenta como uno de los retos principales de la democratización de una sociedad”.

“Actualmente, en el contexto de la mejora por la calidad de vida de la ciudadanía, es necesario producir oportunidades verdaderas de participación ciudadana en el ámbito educativo. Potenciar la participación de los municipios y de la ciudadanía en educación es una responsabilidad, especialmente, de los ayuntamientos y de las instituciones educativas que debe reflejarse en planes e iniciativas concretas.”

Fuente:http://www.alcaldesdemexico.com/expediente-abierto/el-municipio-debe-participar-en-la-educacion/

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