Por Antonio Perez Esclari
Lamentablemente, todavía son muy numerosas las personas que están atrapadas en una concepción dualista que opone cuerpo y alma, espíritu y materia, espiritualidad y vida cotidiana. Por lo general, las personas espirituales son percibidas como aquellas que se dedican a las actividades religiosas, que se la pasan en la iglesia y en el culto, que se preocupan fundamentalmente por la salvación de su alma.
De ahí que cuando se dice que una persona es muy espiritual, la mayoría piensa en una persona muy religiosa, poco ocupada de los problemas de este mundo. En esta concepción, lamentablemente muy extendida, la espiritualidad tiene muy poco o nada que ver con las actividades cotidianas, como el trabajar, el enseñar, el gobernar, la vida familiar, la sexualidad, la educación de los hijos, la política, la diversión, el ocio.
Estos conceptos de espíritu y espiritualidad como realidades opuestas a lo material, a lo corporal, a lo mundano, provienen de la cultura griega, que hemos asimilado con naturalidad y que ha condicionado toda nuestra visión de lo espiritual. Sin embargo, para el pensamiento bíblico, espíritu no se opone a materia, ni a cuerpo, sino a maldad, a miedo, a muerte.
En hebreo, la palabra espíritu, ruah, significa viento, aliento, hálito. El espíritu no es otra vida sino lo mejor de la vida, lo que da vigor, sostiene e impulsa la vida. En este contexto semántico, espíritu significa fuerza, acción, libertad. Una persona con espíritu es una persona con fuerza, con valor. Una persona sin espíritu es una persona acobardada, temerosa, sin coraje.
Por consiguiente, la genuina espiritualidad no es para huir de la realidad, sino para sumergirse en ella y tratar de humanizarla. La espiritualidad no niega la vida, sino que afirma su verdadero sentido como relación profunda consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con Dios. La espiritualidad se alimenta de un Dios que sólo busca y quiere una humanidad más justa y más feliz, y tiene como centro y tarea decisiva construir una vida más humana. Buscar el cielo es trabajar por la tierra, trabajar por un mundo fraternal donde todos puedan vivir con dignidad.
En eso consistió precisamente Pentecostés, la llegada del Espíritu, que se expresó como fuerza y fuego, como don de lenguas donde todos se entendían a pesar de la diversidad; como huracán arrollador, que cambió a unos asustados apóstoles que estaban llenos de miedo y con las puertas trancadas, en unos testigos valientes, llenos de ímpetu y creatividad, que salieron a proclamar con valor y convicción a Jesús Resucitado. El Espíritu los llenó de valentía, transformó su corazón acobardado, los hizo vencedores del miedo y de la muerte, los convirtió en comunidad misionera, que se lanzó a continuar la misión de Jesús: establecer, aquí en la tierra, el Reino de Dios, la sociedad justa y fraternal, con predilección y cuidado especial de los más necesitados y débiles.
Ojalá que la celebración de este nuevo Pentecostés nos llene de valor para trabajar con vigor por una salida no violenta a la crisis mediante el diálogo y la negociación para enrumbar de una vez a Venezuela por las sendas de la reconciliación, la paz, la productividad y la prosperidad para todos.
Fuente: https://antonioperezesclarin.com/2016/05/16/por-una-espiritualidad-liberadora/
Imagen de uso publico tomada de: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/92/Espiritualidad_para_el_siglo_XXI.jpg