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Colombia: Sangrienta pacificación en Colombia

Sangrienta pacificación en Colombia

Renán Vega Cantor

Prólogo del libro El fracaso de los acuerdos de paz en Colombia, de Oto Higuita (Dyskolo/Rebelión 2020)

El libro libre que ahora difunde Rebelión, cuyo autor es Oto Higuita fue publicado en papel en 2018 con el título «El fracaso de los acuerdos de paz en Colombia». El libro fue escrito entre el momento de la derrota en el referéndum de octubre de 2016 y antes de la victoria del candidato del uribismo en las elecciones de 2018, quien hoy ocupa la Casa de Nariño.

En este sintético escrito se hace un recorrido a vuelo de pájaro sobre la historia colombiana de las guerras y los fallidos acuerdos de paz, siempre incumplidos por el Estado y las clases dominantes. Esa reflexión termina, por supuesto, con el análisis del acuerdo entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las Farc.

Aunque solo han transcurrido dos años desde el momento de su edición, en tan corto tiempo han acontecido muchas cosas en Colombia, que indican el fracaso del proceso de paz, cuyos documentos finales se firmaron hace cuatro años.

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“Una falsa pacificación impuesta a fuego puede germinar la semilla de una nueva guerra”.

Sinar Alvarado, “Las demasiadas muertes en Colombia”, The New York Times, noviembre 1 de 2019.

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Un elemento que se destaca en la exposición es el relativo a las razones que explican el incumplimiento y la traición de larga duración de las clases dominantes en Colombia, que se remiten, y es un hecho que no se menciona en el libro, a la felonía agenciada en el año de 1781 en el virreinato de la Nueva Granada a las demandas de los insurrectos comuneros. El encargado por parte del poder colonial hispánico de firmar las capitulaciones que acordaron con los miles de comuneros que se encontraban en las goteras de Santafé de Bogotá, fue el arzobispo Antonio Caballero y Góngora. Los comuneros creyeron en el acuerdo escrito, refrendado por la palabra de este personaje, y se disolvieron y a las pocas semanas se inició la represión contra los conductores del movimiento y su principal dirigente, José Antonio Galán, fue brutalmente asesinado por el poder colonial. Quien recomendó su persecución fue el propio Caballero y Góngora y el mismo estuvo detrás de los terribles castigos que se le infringieron antes de matarlo. Su sentencia de muerte, decretada el 30 de enero de 1782, proclamaba:

Condenamos a José Antonio Galán a que sea sacado de la cárcel, arrastrado y llevado al lugar del suplicio, donde sea puesto en la horca hasta cuando naturalmente muera. Que, bajado, se le corte la cabeza, se divida su cuerpo en cuatro partes y pasado por la llamas (para lo que se encenderá una hoguera delante del patíbulo); su cabeza será conducida a Guaduas, teatro de sus escandalosos insultos; la mano derecha puesta en la plaza del Socorro, la izquierda en la villa de San Gil; el pie derecho en Charalá, lugar de su nacimiento, y el pie izquierdo en el lugar de Mogotes [y] declarada por infame su descendencia, ocupados todos sus bienes y aplicados al fisco; asolada su casa y sembrada de sal, para que de esa manera se dé olvido a su infame nombre y acabe con tan vil persona, tan detestable memoria, sin que quede otra que la del odio y espanto que inspiran la fealdad y el delito.[1]

Galán fue brutalmente ejecutado, de acuerdo con la sentencia, el primero de febrero de 1782. Por su parte, Caballero y Góngora estuvo involucrado en una maniobra oscura que terminó con la muerte del virrey Juan de Torrezar Pimienta en 1782, a los pocos meses del fin de la insurrección de Los Comuneros, y movió los hilos para que fuera nombrado por Carlos III como Virrey de la Nueva Granada, lo que efectivamente alcanzó, y se desempeñó en ese cargo durante siete años.

Este ejemplo es un anticipo de lo que luego vendrá en Colombia: represión y escarnio para los que se rebelan y premio para los que traicionan, persiguen y masacran a los sublevados. Algo que sigue siendo una cruda realidad en la Colombia contemporánea, como lo demuestran elementales hechos que sufrimos a diario, y sobre los cuales Oto Higuita se refiere en su ensayo.

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En el análisis histórico que se realiza en este libro se destaca la experiencia del primer proceso de paz de la historia contemporánea de Colombia, el de 1953, cuando, tras el golpe de Estado del general Gustavo Rojas Pinilla, se pactó la entrega de armas por parte del movimiento guerrillero que se levantó contra la hegemonía conservadora, que había sido organizado inicialmente por el partido liberal, y cuyo hecho más destacado fue la desmovilización de las guerrillas del llano, bajo la conducción de Guadalupe Salcedo Unda. Lo que vino después de esa desmovilización de campesinos insurrectos fue el asesinato de miles de ellos, incluyendo al propio Guadalupe Salcedo, quien fue acribillado el 6 de junio de 1957 en Bogotá por la policía, en una emboscada aleve y cobarde. Como suele ser común en nuestro país, el hecho fue descrito como una acción defensiva de la policía, como lo registró una nota periodística:

Cerrado por los dos vehículos policíacos, el taxi debió detenerse pero sus ocupantes se negaron rotundamente a obedecer la orden de rendirse, antes por el contrario, uno de ellos “esgrimió desde el carro una pistola”. Acto seguido se trabó el tiroteo y momentos después dos de los ocupantes del taxi salían tambaleantes: uno de ellos cayó dentro de un zanjón y el otro en medio de la vía, mientras que los otro cuatro restantes eran capturados. [2]

Lo llamativo es que el cuerpo de Guadalupe Salcedo tenía disparos en ambas palmas de la mano, en la cabeza, en un hombro y un muslo, lo que indicaba que había sido asesinado a quemarropa y en total indefensión, porque esa era la orden. La policía siempre negó que hubiera sido un crimen de Estado, pero años después el camarógrafo de un noticiero de televisión descubrió en el Museo de la Policía Nacional, ubicado en el centro de Bogotá, la máscara necróptica del guerrillero liberal, en cuya ficha de identificación se podía leer: “Guadalupe Salcedo bandolero que operó en los Llanos Orientales, dado de baja en operativo de la Policía Nacional”[3]. Más claro ni el agua, del reconocimiento de un crimen de Estado, propio del terrorismo oficial que se impuso en Colombia desde el 9 de abril de 1948 y que mata a diestra y siniestra a los que considera como sus enemigos, como aconteció con el indefenso jefe guerrillero del llano.

Nos hemos referido a este acontecimiento, por su trascendencia y porque es el antecedente más parecido a lo que está sucediendo hoy con los excombatientes de las Farc. Esa eliminación sistemática y planificada de exterminar a los guerrilleros liberales, que se amnistiaron y entregaron sus armas en 1953, es similar a lo que sucede hoy. Este hecho lo recuerda Oto Higuita, quien también comenta el genocidio de la Unión Patriótica con posterioridad a los acuerdos de La Uribe de 1984. En este caso no se estaba asesinado a exguerrilleros sino a líderes sociales y políticos que nunca habían empuñado las armas, ya que fueron acribillados concejales, senadores, representantes a la cámara, alcaldes y militantes políticos, hasta alcanzar la cifra de unas cinco mil personas.

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El recordatorio de lo acontecido con Guadalupe Salcedo no es una mera curiosidad histórica, sino una muestra de lo que se convirtió en pauta para las clases dominantes y el estado colombiano con referencia al incumplimiento absoluto de los acuerdos de paz y el asesinato de los guerrilleros desmovilizados.

Este es el primer punto que vale la pena evocar sobre la situación actual, dado que el elemento básico para hablar del cumplimiento de un acuerdo es el respeto de la vida de los excombatientes, quienes, al fin y al cabo, dejaron las armas para evadir la posible muerte en combate. Y lo que está sucediendo en Colombia ahora mismo es un genocidio político de los excombatientes de las Farc, puesto que en el momento en que se escriben estas líneas han sido asesinados 230 exguerrilleros, a lo que debe sumarse 45 de sus familiares y el haber soportado unos 300 atentados. Esto se ha producido a lo largo y ancho del territorio colombiano, lo que indica que es un plan sistemático de exterminio, frente al cual reina la pasividad absoluta de la sociedad colombiana o, peor aún, la aceptación y el aplauso de un importante sector de la misma.

Que en Colombia no haya existido ni una voz de protesta tras el asesinato del primer excombatiente, lo que aconteció a principios de 2017, dejó abierto el camino hacia el genocidio en marcha, porque el silencio que es el respaldo tácito a la impunidad con que actúan los asesinos, vinculados directa o indirectamente con el Estado y que hacen parte del brazo armado del bloque de poder contrainsurgente.

Desde este punto de vista el primer aspecto que indica el fracaso del proceso de paz entre el gobierno de Santos y las Farc estriba en que no se respeta la vida de los firmantes y desmovilizados.

Además, para indicar el carácter organizado y sistemático del genocidio, han sido asesinados combatientes rasos, hombres y mujeres, mandos medios, comandantes de frente, en el campo, en ciudades intermedias y en Bogotá. Se registran hechos de sevicia contra excombatientes, como lo acontecido en Norte de Santander, cuando Dimar Torres antes de ser ejecutado fue castrado por miembros del Ejército colombiano.[4]

El asesinato de excombatientes está en la base de nuevas guerras, puesto que muchas personas prefieren volver a enmontarse y armarse antes que dejarse matar inermes y desarmados. Ahora, eso mismo vuelve a suceder, puesto que miembros del partido de las Farc se están uniendo a las disidencias o a la Nueva Marquetalia.

La asimetría de los resultados del acuerdo en términos de muertos es evidente: desde que se firmó el acuerdo y comenzó el desarme en 2016, en promedio cada cinco días se está asesinando a un antiguo insurgente, mientras que por parte de las fuerzas armadas del Estado no ha habido ni un solo muerto, causado por miembros del actual partido de la rosa.

Para darse cuenta de cómo se han modificado las cosas, digamos que, según cifras oficiales, entre 2005 y 2016 murieron 2859 integrantes de las Fuerzas Armadas en combates con las Farc[5]. Estamos hablando de una asimetría absoluta, porque ahora los muertos solamente vienen del lado de los desmovilizados, que están muriendo casi al mismo nivel que morían cuando había combates, si recordamos que desde el inicio de la Fase Exploratoria y hasta el cierre de la negociación en 2016, el Estado colombiano masacró a 303 guerrilleros[6]. En estas condiciones, la pregunta elemental es solo una: ¿De qué paz se habla si ahora están muriendo tantos insurgentes como cuando había guerra? En este caso, no hay que filosofar mucho para concluir que antes que paz, lo que está en marcha es un brutal proceso de pacificación, en que el bloque de poder contrainsurgente asume la labor de destruir al adversario, luego de incumplir lo pactado.

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Entre algunos de los grandes problemas de las negociaciones de La Habana, que se han desnudado plenamente en estos cuatro años, se encuentran el no haber desmontado las estructuras paramilitares ni el terrorismo de Estado, ni haber modificado un pelo la doctrina anticomunista y contrainsurgente de las Fuerzas Armadas, ni haber logrado nada en materia de soberanía con respecto a los Estados Unidos. Tras estos grandes asuntos se encuentran otros, como los de la preservación del neoliberalismo, mantener incólume el poder de los grandes propietarios de la tierra, la ausencia de una reforma política, la forma como terminó la justicia transicional, en donde desapareció el juicio a terceros, y prácticamente quedó como una instancia para juzgar a las Farc, en una especie de tribunal de venganza. Todos estos elementos son señalados por Oto Higuita, pero con los elementos nuevos de los dos últimos años merecen ser complementados.

Al mismo tiempo, otros hechos derivados de gran importancia que han demostrado que nada ha cambiado en este país, radica en haber dejado incólume el aparato de propaganda del bloque de poder contrainsurgente, que tan útil ha sido para sustentar el proyecto antipopular y crear un imaginario negativo con respecto a la antigua insurgencia, de odio y de venganza.

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El paramilitarismo nunca fue desarmado y por eso hoy sigue incólume y mantiene el terror en vastas regiones del país, asesina a luchadores populares y a excombatientes y es el principal responsable de las masacres que siguen presentándose en este país. Solo en lo que va corrido de los ocho primeros meses de este año, 2020, se tienen documentadas 46 masacres en todo el territorio colombiano.[7] Cuando se supone que se están implementando los acuerdos, ¿cómo es posible que se mantengan las masacres, al mismo ritmo que se han dado en los últimos 40 años y recobren los niveles de sadismo de otros tiempos? Esto no puede entenderse desde una lógica antidrogas, que forma parte del discurso oficial del régimen de Iván Duque y de gran parte de la prensa y de los políticos de izquierda y de derecha. Afirmar eso es desconocer los problemas nunca resueltos y que fueron tocados en forma marginal en los acuerdos de La Habana (como el de la concentración de tierras y el poder de ganaderos y terratenientes), que explican la existencia del paramilitarismo, uno de cuyos soportes es la defensa de la gran propiedad y por eso se mantienen los ejércitos de exterminio, como para decir que no están dispuestos a ceder ni un milímetro de sus tierras, argumentando que existiría una supuesta transformación rural como resultado de los acuerdos.

Las masacres no son indiscriminadas ni ciegas, ni responden principalmente a las órdenes de los empresarios de las drogas de uso ilícito, sino que son obra de la contrainsurgencia de siempre para bloquear cualquier reivindicación y deseo de democratizar la sociedad colombiana. Por eso, se mata a jóvenes universitarios, a niños desplazados en los cañaduzales, a reclamantes de tierras, a ambientalistas que denuncian los megaproyectos mineros, a indígenas, campesinos y a miembros de comunidades negras, porque todos ellos son obstáculos en el proceso de acumulación traqueta de capital.

No es casual que las masacres se acentúen cuando se ha tocado, así sea solamente en términos simbólicos, a una de las columnas centrales del paramilitarismo, personificado en un expresidente de la República y no es raro que sus voceros de prensa hayan amenazado con que eso iba a suceder si se rasguñaba al dueño del Ubérrimo. Así lo anunció en público la periodista estrella del uribismo cuando dijo: “Si a Uribe lo ponen preso, les doy una pésima noticia a sus malquerientes: no se acabarán los problemas que tiene Colombia. Tampoco llegará la paz que todos deseamos. Quizás la violencia se agudice. La Corte tiene la palabra”.[8] Dicho de otra forma, con el jefe no se metan, porque si lo hacen habrá violencia y los responsables son los magistrados de la corte que se atrevieron a realizar tamaño despropósito. Vaya casualidad, que a los pocos días de este anuncio arreciaron las masacres en todo el país.

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Otro de los temas que demuestran el fracaso de los acuerdos de La Habana está relacionado con el imaginario anticomunista, señalador y homicida, que se ha renovado en forma burda en los últimos años, presentado con la denominación de castrochavismo, que logró imponer el No en el plebiscito de 2016, luego montó a Iván Duque como subpresidente y no ha cesado de justificar la represión y persecución de quienes no comulgan con el credo del Centro Democrático y sus áulicos.

Ese imaginario anticomunista ha justificado asesinados, montajes judiciales, señalamientos criminales a través de los medios de desinformación que indican que no se establecieron las bases para hacer política en forma legal y con seguridad, que era quizá el principal objetivo de los acuerdos y el desarme de las Farc. Nada de eso se ha realizado y se ha impuesto una macarticación constante, que muestra como si fuera un delito pertenecer al partido político de las Farc. Un ejemplo reciente ilustra lo que estamos diciendo, que se derivó de la masacre de ocho jóvenes en el municipio de Samaniego (Departamento de Nariño). Luego de que se cometió la masacre, empezaron a circular mensajes en las redes sociales que decían que esa masacre se había cometido porque los muertos eran miembros de las juventudes de las Farc, como si esto en sí mismo fuera un delito o un crimen y fuera una justificación valida del asesinato. El señalamiento llevó a que los jóvenes de Samaniego organizaran una manifestación en la que portaban carteles en los que se decía: “No somos de las Juventudes de las Farc”

Este es un hecho indicativo de que nada ha cambiado en este país, puesto que los jóvenes tienen que salir a la calle a decir que no son de las Farc, como si eso mismo fuera un delito, y justificara atentar contra el que pertenezca a ese partido.

Hasta el punto llega el juego macabro de esa lógica, que un reconocido miembro de la extrema derecha y ligado al paramilitarismo de los ganaderos publicó una foto en la que adulteraba este mensaje, junto con la justificación de la masacre:

¡Qué buen ejemplo de concordia y de tolerancia el que existe hoy en Colombia, que sería risible si no es porque es una justificación burda de los asesinatos contra los jóvenes colombianos! De esos señalamientos se desprende una conclusión brutal: quien sea un militante de aquellas organizaciones que son señalados como comunistas o terroristas merece ser asesinado, eso es lo que se hace a diario en este martirizado país, y tal práctica cotidiana y macabra forma parte del proyecto de pacificación en marcha.

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El caso de Jesús Santrich denota el trasfondo del proceso de paz y la perfidia del bloque de poder contrainsurgente para incumplir lo pactado y para dejar claro que no está dispuesto a permitir la participación en política de los insertados que no se atienen al orden oligárquico en Colombia. La persecución cobarde y cínica contra Santrich se fraguó, hay que subrayarlo, durante el gobierno de Juan Manuel Santos, el mismo que firmó el acuerdo y le había dado la mano a Santrich y a Iván Márquez, y quien obtuvo el Premio Nobel de Paz (¡!). Pues este individuo, con ayuda de un fiscal incondicional y opuesto al proceso de paz y con la participación directa de los Estados Unidos, propició un montaje burdo, sin ningún tipo de evidencia, en el que inculparon al dirigente de las Farc de ser un narcotraficante. Para eso montaron un tinglado de mentiras, calumnias, desinformación y lo sometieron a cárcel y tortura durante varios meses y si Santrich no se les va de las manos hubiera sido asesinado o recluido en una cárcel de máxima seguridad de los Estados Unidos, como Simón Trinidad, quien se hunde en las mazmorras del imperio desde hace casi 20 años.

Esta persecución fue fríamente calculada por el régimen de Juan Manuel Santos y se dirigió a aquel dirigente que no abandonó su crítica directa y frontal al capitalismo colombiano, que se negó a plegarse a las veleidades de un parlamento corrupto, que no aceptó las mentiras del bloque de poder para arrodillarse y pedir perdón por haberse revelado con las armas en la mano y que señaló que el acuerdo de paz no era el fin de un proyecto revolucionario, sino un momento más en la lucha anticapitalista, bajo otras condiciones. Todo ello resultó inadmisible para las clases dominantes de este país, y para un sector de la propia dirigencia de las Farc (que controla en la actualidad el partido) y por eso era necesario deshacerse de un personaje tan incomodo, culto y letrado, con lo que además se indicaba cuál es el verdadero alcance del desarme y la desmovilización, que no se entiende solamente como dejar de emplear las armas de guerra, sino también el arma de la crítica y aceptar las “normas de convivencia” del capitalismo colombiano, de sus medios de desinformación, de sus pseudointelectuales y aceptar como legitimo el terrorismo de Estado imperante, considerándolo como un “Estado social de derecho”.

El resultado nefasto de esa persecución está a la vista: generar un efecto de demostración para que nadie se atreva a transgredir las normas impuestas, entre las cuales se encuentra alabar la tan mentada e imaginaria “democracia colombiana”, conformándose con unas migajas para unos dirigentes acomodados en las sillas del parlamento. Una consecuencia directa del trato que se le dio a Santrich y a Iván Márquez fue la formación de la Segunda Marquetalia, la que desde luego no se explica solamente por este acontecimiento, pero si se catalizó por la saña que se evidenció contra este dirigente.

Las razones que explican la aparición de la Segunda Marquetalia no pueden reducirse, como hace el bloque de poder contrainsurgente, sus áulicos y gran parte de la izquierda a la vaporosa cuestión de las drogas y el narcotráfico, porque eso es desconocer no solamente los efectos del incumplimiento de los acuerdos, sino las razones sociales que explican la prolongada guerra en nuestro país. Esas condiciones ni mucho menos se han modificado, ni muestran perspectivas de solucionarse, como lo indica el trato que el régimen le ha dado a la pandemia de Coronavirus, regido por un vulgar darwinismo social a favor de los ricos y poderosos (el salvamento de Avianca por el Estado colombiano es el mejor ejemplo), y la enfermedad y muerte para los pobres y humildes, a nombre del sálvese quien pueda.

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Otro de los elementos que muestran el fracaso de los acuerdos de La Habana está referido al regreso de la sustitución forzada de cultivos de uso ilícito, entre los que se destaca la hoja de coca. En el gobierno de Iván Duque se ha impuesto la misma fallida y criminal política antidrogas que el Estado colombiano viene aplicando desde la década de 1970, una burda copia de lo que dictamina Estados Unidos, que se centra en atacar las zonas campesinas de producción, mediante el uso de la fuerza militar y la utilización de glifosato. Este herbicida que daña la tierra, el aire, el agua y envenena a las personas, ha sido empleado en Colombia durante 35 años hasta el último período del gobierno de Juan Manuel Santos, cuando se suspendió su aspersión. Pero ahora, por presiones de los Estados Unidos, acogidas al pie de la letra por el régimen de Duque, se está planteando volver a fumigar a los campesinos, lo cual se viene justificando con las masacres, con el pueril argumento que si se fumiga van a desaparecer las condiciones que las generan. Esta lógica burda sigue al pie de la letra la concepción contrainsurgente de no resolver nunca los problemas de base del país, sino recurrir a las balas y a las botas oficiales para echarle más fuego a la candela, en lugar de apagar los incendios.

Además, en diversas zonas del país han vuelto a ser asesinados campesinos cocaleros por el Ejército, como muestra de una política represiva, a lo que se reduce la presencia del Estado[9]. Y eso es lo que se hace en las zonas cocaleras y en los territorios que antes controlaban las Farc-Ep y que el Estado solamente ve como frentes de guerra y represión.

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Las Fuerzas Armadas del Estado colombiano nunca han abandonado su doctrina contrainsurgente, anticomunista y antipopular en la que han sido formadas en los últimos 60 años. Esas Fuerzas Armadas no hablan de paz sino de pacificación, lo que quiere decir que para ellos no existen acuerdos que haya que cumplir y respetar, sino que lo que se presentó fue una derrota del enemigo, y como tal hay que asumirlo.

Esa arrogancia triunfalista de muestra a diario, en los desfiles militares, en las columnas de opinión de los militares activos metidos a periodistas, en el engrandecimiento de los pretendidos “héroes patrios” y, sobre todo, en sus acciones cotidianas de impunidad contra los pobres en campos y ciudades, que no se diferencian de lo que han venido haciendo desde hace décadas.

Eso se evidencia con las declaraciones de los Ministros de Defensa (sic) y de los comandantes de tropa, que han llegado a manifestar que ellos no creen en el cuento de la paz, ni de medias tintas por el estilo, sino en los clásicos métodos con que suelen proceder, como los de las desapariciones forzadas, los crímenes de Estado (llamadas en forma eufemística como “falsos positivos”), las violaciones de niñas y jóvenes, los bombardeos indiscriminados en que se mata en forma consciente a niños, y en toda la panoplia de retórica guerrerista contra la población civil. Sobresale al respecto el control y la vigilancia de los opositores, su seguimiento ilegal, y los métodos tradicionales de la estrategia contrainsurgente, hasta el punto de que The New York Times señala “la vigencia de la guerra sucia, ejercida por el Estado. Y también la fragilidad de la política colombiana, que no termina de sacudirse las maneras más primitivas de la guerra”. Por ello, no extraña que

Durante la gestión de Duque, al menos un asesinato atribuido al ejército ha sido probado, el de Dimar Torres, un excombatiente de las Farc. La violencia oficial en Colombia es un ciclo incesante donde la agresión nunca desaparece; simplemente perdura y se adapta con mínimos cambios de forma.[10]

No por casualidad en el proyecto de presupuesto general de la nación para el 2021 son destinados recursos 22 veces más altos para las fuerzas armadas que los que se dedican a agricultura, comercio e industria. Una buena parte de esos recursos son para pagar los sueldos de una tropa de 452 mil efectivos (entre militares, policías y organismos secretos) y a mantener los privilegios de la cúpula militar, que no es vigilada ni supervisada por ninguna entidad, por aquello del ruido de sables de un poderoso lobby militar enquistado gracias a la guerra interna. Y esas fuerzas armadas no quieren, desde luego, que desaparezcan sus privilegios, engrasados con la sangre y el dolor de millones de colombianos. Como bien lo ha dicho el columnista de The New York Times en Colombia: “Juan Manuel Santos, el expresidente pacificador, de algún modo prefirió dejar quietos a los hombres de armas con tal de comprometerlos en su meta principal”, que no era otra que desarmar y desmovilizar a las Farc-Ep.[11]

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Colombia siempre ha sido un foco de conflicto en Sudamérica, por los efectos de nuestra guerra interna y eso ha sido promovido por los Estados Unidos en su propio beneficio estratégico. En concordancia, el Tío Sam está detrás del proyecto contrainsurgente que se impuso en nuestro país desde la década de 1950 y se vincula con el mismo proyecto en el resto del continente. Las clases dominantes de Colombia han sido incondicionales al dominio estadounidense desde mediados del siglo XX, lo que se ratificó con la adopción del Plan Colombia durante el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002), que comenzó mientras se realizaban los fallidos diálogos del Caguán y fue implementado a sangre y fuego por el régimen de Álvaro Uribe Vélez.

Ese Plan Colombia no era de uso exclusivamente interno, sino que tuvo una dimensión continental para asegurar la hegemonía de los Estados Unidos en tiempos de emergencia de gobiernos progresistas en el continente. Desde un comienzo era claro que el Plan Colombia no pretendía luchar contra las drogas, sino que tenía finalidades contrainsurgentes más allá de Colombia, y en particular se dirigía contra la Venezuela bolivariana de Hugo Chávez.

Venezuela participó activamente como mediador en los diálogos de La Habana, con la perspectiva de que la paz interna en Colombia contribuyera a reducir agresiones y provocaciones en la frontera, pero sucedió lo contrario, porque la desmovilización de las Farc significó que el gobierno de Juan Manuel Santos, con felonía calculada y al servicio del imperialismo estadounidense, reforzara el nefasto papel de Colombia de usar su territorio para agredir a Venezuela, lo que se acentuó durante el régimen de Iván Duque, que es una ficha servil e incondicional de los Estados Unidos.

Sobre la presencia de tropas en los Estados Unidos en territorio colombiano, la revista Semana hizo esta confesión: “En el pico, hubo alrededor de 1.000 soldados y contratistas y hasta 51 edificios militares estadounidenses en Colombia. Esos números han disminuido sustancialmente. ¿Sería posible el desembarco de «5.000 tropas» en el país, como sugería la libreta de Bolton?”.[12]

Y como parte de esa agresión sobresale el reforzamiento de Colombia como un portaviones terrestre de los Estados Unidos, con sus numerosas bases y presencia militar y mercenaria (que se demostró en forma nítida con la agresión del 3 de mayo de 2020 (Operación Gedeón) contra territorio venezolano), el aumento de tropas estadounidenses en nuestro territorio y el proyecto de “Colombia crece”, que es simplemente la continuación del Plan Colombia.

Con bombos y platillos, el régimen de Duque y enviados de los Estados Unidos, entre ellos del Comando Sur, anunciaron la inversión de 5000 millones de dólares para el nuevo plan. El anuncio retórico se basa en los mismos supuestos de hace 20 años, combatir el narcotráfico, lo cual ya es falaz, porque siempre se dijo que ese Plan había sido un éxito en su lucha contra las drogas. Esa es la forma, porque el fondo es el mismo de siempre, es un proyecto contrainsurgente y en este caso específico, que va dirigido contra Venezuela. En concordancia se refuerza el proyecto de Zonas Futuro, aprobado en enero de este año, y en el que ya se anunciaba el dinero de Estados Unidos. Lo llamativo es que algunas de esas zonas limiten con Venezuela, algo que no puede pasar a segundo plano, en momentos en que arrecia la agresión contra el hermano país.

En conclusión, puede decirse que los acuerdos de Paz con las Farc en lugar de ser un hecho que contribuyera a la paz regional dejo las manos libres del Estado y de las Fuerzas Militares tras la desmovilización de esa insurgencia, lo que afianzo la estrategia de convertir nuestro territorio en punta de lanza contra Venezuela, como parte de la guerra hibrida y no convencional que Estados Unidos libra contra ese país, y en donde Colombia desempeña un vergonzoso papel de títere amaestrado.

El problema es que, en cualquier momento, eso podría terminar en un conflicto de otra índole con repercusiones inimaginables para nuestro país, que recordemos tiene una frontera con Venezuela de 2219 kilómetros.

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En términos estructurales el tema de la tierra es el asunto más álgido del país y que se tocó como primer punto de los acuerdos, donde se dice:

…Que a juicio del Gobierno la transformación estructural del campo debe contribuir a reversar los efectos del conflicto y a cambiar las condiciones que han facilitado la persistencia de la violencia en el territorio. Y que a juicio de las Farc-Ep dicha transformación debe contribuir a solucionar las causas históricas del conflicto, como la cuestión no resuelta de la propiedad sobre la tierra y particularmente su concentración, la exclusión del campesinado y el atraso de las comunidades rurales.

Al respecto, al 31 de marzo de este año al Fondo de Tierras, que se estipuló en el acuerdo, habían sido transferidas 1 millón de hectáreas, que corresponde al 30% del total estipulado. Lo más significativo es que hasta ahora no se haya adjudicado ni un solo predio a los campesinos, como resultado del acuerdo, al punto que Jairo Estrada, representante en la Comisión de Seguimiento, Impulso y verificación de la Implementación del Acuerdo de Paz  (Csivi) “Nosotros no conocemos los campesinos de carne y hueso que puedan decir ‘por cuenta del Acuerdo de Paz me entregaron esta tierra gratuitamente que provenía del Fondo de Tierras’”.[13]

Junto al Fondo de Tierras, en el acuerdo se planteó la formalización de la entrega de siete millones de hectáreas de tierra a los campesinos que las poseen o son sus dueños y eso debería cumplirse en el 2026. Hasta el momento solo se han formalizado 100 mil hectáreas, lo que indica la lentitud del asunto, paquidermia característica de la historia colombiana cunado de repartir la tierra se trata. Un estudio de La Contraloría General de la Nación indica que a ese ritmo se van a necesitar 25 años adicionales para cumplir ese acuerdo.

Adicionalmente, en el campo no ha cesado la violencia y la persecución a campesinos, indígenas y reclamantes de tierras, que están siendo sometidos a un proceso sistemático y planeado de exterminio, que organizan y financian los grandes terratenientes y ganaderos, que crearon un ejército antirrestitución de tierras, que viene operando desde hace años y que ha aumentado sus acciones criminales, luego de la firma del acuerdo de La Habana.[14]

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Un último punto en esta presentación, sin ser exhaustivos ni agotar el tema. En el registro del año anterior sobre el asesinato de ambientalistas en el mundo, Colombia ocupó el deshonroso primer lugar, lo cual se complementa con la destrucción de gran parte de nuestro manto forestal, mediante los incendios programados en nuestros bosques de la amazonia, del Choco y de otras regiones del país. Este hecho se explica en gran medida por el proyecto pacificador del bloque de poder contrainsurgente, con sus terratenientes y ganaderos al frente, de tomarse los territorios a los que hasta hace pocos años no habían podido llegar, en su propósito de abrir fundos ganaderos, lotes para sembrar cultivos de exportación (palma aceitera, caña de azúcar, caucho…), extraer petróleo, minerales y explotar recursos forestales. Esa nueva conquista solo ha sido posible por la salida de las Farc de esos territorios, que por la guerra se habían mantenido lejos del saqueo.

Los campesinos de varias regiones del país vieron la llegada desde finales del 2016 de gente que no conocían y que traían grandes máquinas para limpiar la tierra. Por ejemplo, en el Bajo Caguán,

don Emilio Rojas Moncada, campesino y colono desde los años ochenta, habla de su angustia frente a la llegada de nuevos actores al territorio y de lo que él considera un desastre ecológico terrible: la tala y quema de cientos de hectáreas de bosque. “Hay partes donde han tumbado entre 200 y 300 hectáreas, y no son campesinos. A la zona está llegando gente de afuera, grandes empresarios que amenazan no solo la montaña, sino la seguridad de todos nosotros”.

En forma lapidaria la Revista Semana lo ha dicho: “En muchos de los territorios donde antes dominaba la guerrilla se ha disparado la deforestación”, por lo que, en muchas regiones del país, “la naturaleza es la principal víctima de la paz”.[15]

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Después de todas estas vueltas, regresamos al libro de Oto Higuita, del que no nos habíamos olvidado. Simplemente estábamos actualizando algunos de los aspectos que allí se mencionan. Y queremos cerrar con una idea que se encuentra en las últimas paginas del libro, que con el proceso de paz se selló una “derrota estratégica”, lo que llevó a que no se consiguiera nada significativo en el acuerdo y se impusiera la lógica del bloque de poder contrainsurgente y se presentara una separación radical entre la dirigencia de las Farc y sus bases históricos, que son las que están siendo exterminadas.

Ese bloque de poder tiene dos fracciones definidas que con diferencias de matiz no son antagónicas y, en términos de eliminar la insurgencia, se identifican plenamente, con la diferencia de que el sector terrateniente (el uribismo) solo piensa en la destrucción militar del enemigo, mientras que el sector financiero (representado ahora en el santismo) combinó la acción militar con el dialogo. Pero, finalmente, eso condujo al efecto deseado de destruir a las Farc, y luego de conseguido ese objetivo, el uribismo completa la tarea de hacer trizas lo acordado, y con ello mata a los antiguos insurgentes y elimina cualquier atisbo de democratización real en la sociedad colombiana.

A la conclusión de la derrota estratégica se llega con dolor, puesto que los previsibles resultados están a la vista al ver como se esfuma la posibilidad de que terminara la guerra en Colombia y se emprendiera el camino de construir una sociedad decente. Ese mismo dolor es que sentimos los colombianos que soñamos y luchamos por otro tipo de país y vemos frustrado otro intento más de alcanzar una paz negociada, que beneficiara a la mayoría de los colombianos y que significara que se pudiera hacer política sin el riesgo de morir en el intento.

Por esta razón, tanto Higuita como nosotros escribimos con un dolor que nos carcome las entrañas, ante la criminalidad del bloque contrainsurgente y la impotencia que eso genera. Y también causa desazón constatar la manera como, luego de la firma de los acuerdos, se fueron disgregando las Farc, hasta convertirse en la actualidad, como lo había vaticinado, el malogrado François Houtart, en un “pequeño partido socialdemócrata”. Pero es otro tema, que queda fuera del marco de nuestro análisis, ya que hemos querido centrar la atención en la perfidia, traición e incumplimiento por parte de ese bloque de poder contrainsurgente, lo que en últimos implica la prolongación de la guerra, con sus secuelas de sangre, horror y sufrimiento para la población colombiana. Por ello, vuelven a cobrar validez las palabras de Manuel Marulanda Vélez cuando sostuvo: Volveremos a hablar de paz dentro de 20 mil muertos.

Septiembre de 2020

Notas:

[1]. “Sentencias de José Antonio Galán y Compañeros, [1781]”, en Juan Friede, Rebelión Comunera de 1781, Documentos, Tomo II, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1981, pp. 626-627.

[2]. “Guadalupe Salcedo muerto hoy en Bogotá”, El Independiente, junio 6 de 1957, p. 3.

[3]. Citado en Pedro Nel Suarez, ¿Quién mató al capitán?, http://www.alcarajo.org/quien-mato-al-capitan/).

[4]. https://especiales.semana.com/el-asesinato-de-dimar-torres/index.html

[5]. https://lasillavacia.com/nuestras-armas-dejadas-jamas-volveran-guerra-78112

[6]. Ibid.

[7]. Indepaz, Informe de masacres en Colombia durante el 2020. Con corte 25 de agosto de 2020. Disponible en: http://www.indepaz.org.co/wp-content/uploads/2020/08/Masacres-en-Colombia-2020-INDEPAZ-25-agosto-2.pdf

[8]. Vicky Dávila, “Álvaro Uribe”, Semana, agosto 1 de 2020. Disponible en: https://www.semana.com/opinion/articulo/alvaro-uribe/690940

[9]. https://www.radiomacondo.fm/noticias-nacionales/ejercito-asesina-a-campesino-en-zona-rural-de-cucuta/

[10]. Sinar Alvarado, “El espionaje volvió a la política colombiana”, The New York Times, enero 17 de 2020. Disponible en: https://www.nytimes.com/es/2020/01/17/espanol/opinion/chuzadas-colombia.html?action=click&module=RelatedLinks&pgtype=Article

[11]. Sinar Alvarado, Un ejército de agresores camuflados, The New York Times, julio 21 de 2020. Disponible en: https://www.nytimes.com/es/2020/07/21/espanol/opinion/colombia-ejercito.html

[12]. Semana, enero 29 de 2019.

[13]. Citado en Sebastián Forero Rueda, Así va el Acuerdo de Paz: la deuda con la Reforma Rural Integral. Disponible en: https://www.nytimes.com/es/2020/07/21/espanol/opinion/colombia-ejercito.html

[14]. Juan Goméz Tobón y Ariel Avila, “El ejército antirrestitución y la guerra contra los reclamantes”, El Espectador, abril 13 de 2019. Disponible en: https://www.elespectador.com/noticias/nacional/el-ejercito-antirrestitucion-y-la-guerra-contra-los-reclamantes/

[15]. https://sostenibilidad.semana.com/medio-ambiente/articulo/deforestacion-en-colombia-despues-del-acuerdo-de-paz-con-las-farc/41088

Renán Vega fue miembro de la Comisión Histórica del Conflicto Armado y sus Víctimas, creada en la mesa de dialogo de La Habana.

Fuente de la Información: https://rebelion.org/sangrienta-pacificacion-en-colombia/

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Ecuador: Dependencia e industrialización

Dependencia e industrialización

Juan J. Paz y Miño Cepeda

Especial para Informe Fracto, México – https://bit.ly/2IrmsCD

La teoría de la dependencia, en la cual el sociólogo André Gunder Frank (1929-2005) fue la figura principal -aunque tuvo notables intelectuales que la cultivaron en toda Latinoamérica (entre otros: Theotonio Dos Santos, Ruy Muro Marini, Celso Furtado, Enzo Faletto, Fernando Henrique Cardoso)-, adquirió decisiva influencia en la región durante la década de 1970. Incluso en los ambientes de la izquierda académica de la época (el marxismo había ganado la hegemonía intelectual) se la tuvo como el complemento necesario a la teoría del imperialismo de V.I. Lenin. Pero quien la popularizó no fue un científico social, sino el reconocido periodista y literato uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015), a través de su libro Las venas abiertas de América Latina (1971), de cuya interpretación el mismo autor se distanció años más tarde, admitiendo sus limitaciones sobre el tema cuando escribió la obra.

De acuerdo con los dependentistas, América Latina ingresó al mundo capitalista a partir de la conquista europea. Su economía no fue autónoma sino sujeta a la evolución de la economía de España y Portugal (las potencias colonizadoras más importantes). El proceso independentista aflojó esa dependencia, pero la región cayó bajo la dependencia de Inglaterra durante el siglo XIX. En el tránsito al siglo XX hubo un momento de autonomía, pero América Latina finalmente pasó a depender de los EEUU, primer gigante imperialista. En forma esquemática, las sucesivas dependencias consolidaron la relación metrópoli/satélites, bajo la cual ambos polos del mismo imán caminaron juntos en el proceso mundial de afirmación del capitalismo como sistema; pero mientras las metrópolis se “desarrollaron”, los satélites también lo hicieron, pero no en forma ascendente, sino en forma descendente: es decir, se “subdesarrollaron”. De modo que desarrollo y subdesarrollo son dos caras de la misma moneda. Y la única forma de romper la dependencia (condicionamiento estructural de la potencia externa a las economías internas latinoamericanas) era superar el capitalismo y caminar al socialismo.

Tan sugestiva teoría, tuvo un impacto formidable. Hubo investigadores que sostuvieron, con impecable rigurosidad, la existencia de “capitalismo” en América Latina desde la época colonial, como lo hizo Fernando Velasco (1949-1978), un joven economista ecuatoriano, brillante intelectual y político, en su tesis “Ecuador: subdesarrollo y dependencia” (1981), que años después se convirtió en un libro de amplio uso universitario. Pocos críticos, como otro ecuatoriano radicado en México y profesor de la UNAM, el sociólogo Agustín Cueva (1937-1992), desmontó y rechazó la famosa “teoría de la dependencia”.

En esencia, la concepción había sobrevalorado las relaciones internacionales y descuidado los procesos latinoamericanos internos. En realidad, al examinar los orígenes del subdesarrollo, sin duda la dependencia es un factor que no cabe descuidar, pero responde, ante todo, a la evolución propia de las economías de cada país.

Sistemas agrarios, rurales, basados en las haciendas, estancias, plantaciones y latifundios, se consolidaron desde el siglo XVIII y se prolongaron hasta bien entrado el siglo XX. Las incipientes “burguesías” comerciales y bancarias no alteraron las economías atrasadas, de servidumbre campesina e indígena y, sin duda, “pre-capitalistas”. Tampoco los primeros esfuerzos industriales, que destacaron a México, Brasil o Argentina al comenzar el siglo XX.

En Ecuador, solo el liberalismo radical, que acaudilló Eloy Alfaro, se preocupó, por primera vez, de la industrialización del país. En 1909 un Mensaje de ese presidente al Congreso abogaba por el “prudente proteccionismo” y la aprobación de una “Ley de Protección Industrial”, para seguir el ejemplo de los EEUU y de Inglaterra. El mismo año, el mandatario dictó un Decreto concediendo “el uso de ríos, cascadas y de todas las aguas que corren por cauces naturales, á los empresarios que implantaren cualquier establecimiento fabril en que se emplee fuerza hidráulica ó fuerza eléctrica”; además, exoneró de impuestos a todo recurso que facilite la industrialización. Adicionalmente, Alfaro se preocupó por fomentar la minería y la explotación del petróleo, que para la época empezaba a mover a las primeras compañías imperialistas.

Pero, si bien al comenzar el siglo XX nacieron algunas manufacturas, particularmente en la ciudad puerto de Guayaquil, el país siguió atrasado y rural. No fue la “dependencia” la que marcó ese “subdesarrollo” sino la vigencia del régimen oligárquico interno, bajo el cual no interesó el mercado nacional, sino las fáciles rentas derivadas de la superexplotación de la fuerza de trabajo, con peones y sembradores en la Costa y conciertos y huasipungueros en la Sierra. Los sueños de Alfaro tampoco se cumplieron porque el Estado no se transformó en promotor capitalista, ya que la iniciativa empresarial quedó solo en manos privadas, con lo cual la industrialización no llegó.

En 1925, la Revolución Juliana del Ecuador inauguró el largo camino de superación del régimen oligárquico y la construcción de una economía social, que privilegió la atención a los trabajadores y clases medias. Pero, apenas esbozó un principio de reforma agraria, que no se cumplió. Y dictó un Decreto que nuevamente buscó la industrialización del país, exonerando a los empresarios de todo impuesto fiscal o municipal, así como imponiendo aranceles a los productos extranjeros que podían competir con las industrias, a las que se liberó las importaciones. Tampoco Ecuador se industrializó, porque a las elites rectoras de la economía nacional no les interesó cambiar el régimen agrario y rural, de cuyo fácil rentismo gozaban.

Tuvo que llegar el “desarrollismo” de la década de 1960 para que Ecuador, como ocurrió con otros países latinoamericanos, se transformara y empezara, realmente, su modernización capitalista.

En un interesante libro de Alejandro Lipschutz (1883-1980) titulado Marx y Lenin en la América Latina y los problemas indigenistas (Premio Casa de las Américas, 1974), este célebre médico e investigador (nació en Letonia, pero vivió en Chile) demostró que la concentración de tierras en Chile, causante de las desigualdades visible al comenzar los sesenta, era peor que la que tuvo Rusia antes de la Revolución de octubre de 1917, con la cual se inició el socialismo en ese país. Si se guía por los datos del Ecuador de la Junta Nacional de Planificación de la época, se encontrará que la situación en este país era peor aún que la de Chile. De modo que el capitalismo seguía estrangulado por la situación existente en el campo.

Eso explica que, bajo el programa norteamericano “Alianza para el Progreso”, y los postulados de la CEPAL sobre industrialización sustitutiva de importaciones, el desarrollismo ecuatoriano, inaugurado por la Junta Militar (1963-1966), que de todos modos fue reaccionaria y pronorteamericana (aunque en el país la atrasada elite empresarial la tildó siempre de “comunista”), implantara la reforma agraria, promoviera la industria, protegiera a los empresarios e impulsara el definitivo despegue capitalista del Ecuador.

La historia latinoamericana y ecuatoriana demostró que por simple iniciativa privada, la industria no prosperó, sino que fue necesario el intervencionismo activo del Estado para que despegara. Ese proceso desarrollista duró hasta la década de 1970. Sin embargo, el neoliberalismo, despertado desde la década de 1980, alteró el progreso económico y social de América Latina, incluso afectando el crecimiento industrial, pues benefició a las economías especulativas del sector financiero y comercial.

Fuente de la Información: http://www.historiaypresente.com/dependencia-e-industrializacion/

 

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El poder necesita la oscuridad

El poder necesita la oscuridad

 Noam Chomsky

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

El pasado 1 de octubre terminaron en Londres las audiencias encaminadas a dictaminar la extradición a Estados Unidos de Julian Assange –calificadas como una “farsa” por algunos juristas, diplomáticos y periodistas de reconocido prestigio­.

Quienes creemos en la libertad de expresión y la necesidad de respetar derecho internacional esperamos con preocupación el dictamen de la nada imparcial jueza del caso, la británica Vanessa Baraitzer, previsto para el 4 de enero de 2021. Hasta entonces, queremos recordar las palabras del académico Noam Chomsky dirigidas al tribunal de Westmister en defensa de Assange:

Informe pericial del profesor Noam Chomsky para el caso del Gobierno de los Estados Unidos contra Julian Assange

“[…] Me han preguntado si el trabajo y los actos de Julian Assange podían considerarse “políticos”, cuestión que, según parece, podría tener una importancia crucial para su extradición a Estados Unidos, país que pretende juzgar a Assange acusado de espionaje por haber desempeñado un papel en la divulgación de información que el gobierno de Estados Unidos no deseaba hacer pública.

Ya he comentado con anterioridad cuál es mi opinión sobre el tema que se me pregunta ahora. Los siguientes párrafos constituyen mi punto de vista. Confirmo mi valoración de que las opiniones y acciones del Sr. Assange deben entenderse en relación con las prioridades del gobierno.

Un profesor de ciencias políticas de la Universidad de Harvard, el prominente politólogo liberal y asesor del gobierno Samuel Huntington, observó que «los estrategas del poder en Estados Unidos deben crear una fuerza que pueda sentirse pero no verse. El poder se mantiene fuerte cuando permanece en la oscuridad. Cuando se le expone a la luz solar, comienza a disiparse”. Huntington dio algunos ejemplos significativos de la verdadera naturaleza de la Guerra Fría. Al hablar de la intervención militar estadounidense en el exterior comentó que «a veces tiene que vender la intervención o cualquier otra acción militar de modo parezca que estamos luchando contra la Unión Soviética. Esto es lo que lleva haciendo Estados Unidos desde la Doctrina Truman” y hay muchos ejemplos de este principio rector.

Las acciones de Julian Assange, que han sido tachadas de criminales, son acciones que sacan a la luz el poder, acciones que pueden hacer que el poder se disipe si la gente aprovecha la oportunidad de convertirse en ciudadanos independientes de una sociedad libre en lugar de someterse dócilmente a un amo que actúa en secreto. Esta fue la decisión de Assange y desde hace mucho tiempo se sabe que el pueblo tiene la capacidad de desvanecer el poder.

Un destacado pensador que entendió y explicó esta realidad fundamental fue David Hume, quien escribió sobre los Principios del Gobierno en una de las primeras obras modernas de teoría política hace más de 250 años. La redacción que usó fue tan clara que me limitaré a citarle textualmente. Hume descubrió que «nada sorprende más que ver la facilidad con que la mayoría es gobernada por unos pocos y observar la sumisión implícita con la que los hombres han entregado sus propios sentimientos y pasiones a la voluntad de sus gobernantes. Cuando nos preguntamos de qué manera pudo haber sucedido esta maravilla vemos que, estando la fuerza siempre del lado de los gobernados, los gobernantes no tienen nada que los apoye excepto la opinión. Decir que un gobierno está justificado es, pues, sólo una cuestión de opinión y esta máxima se extiende tanto a los gobiernos más despóticos y más militarizados como a los más liberales y populares”.

De hecho, Hume subestima la efectividad de la violencia, pero sus palabras son particularmente relevantes en el caso de sociedades en las que la lucha popular de muchos años ha logrado conquistar un grado considerable de libertad. En tales sociedades, como la nuestra, por supuesto, el poder está de hecho del lado de los gobernados y los gobernantes no tienen nada que los apoye excepto la opinión. Ésta es una de las razones por las que la enorme industria de las relaciones públicas se ha convertido en la mayor agencia de propaganda en la historia de la humanidad, una influencia que ha crecido y alcanzado sus formas más sofisticadas en las sociedades más liberales, Estados Unidos y Gran Bretaña. Esta institución nació hace aproximadamente un siglo, cuando las élites se dieron cuenta de la libertad que se había conquistado hacía imposible controlar a la población por la fuerza, y que por tanto era preciso controlar las actitudes y las opiniones.

Las élites intelectuales liberales también entendieron esto, por lo que insistieron –echando mano de otras citas– en que debemos deshacernos del «dogmatismo democrático según el cual las personas son los mejores jueces de sus propios intereses». No es así. Son «intrusos ignorantes y problemáticos» y, por tanto, hay que «ponerlos en su lugar» para no molestar a los «hombres responsables» que gobiernan por derecho propio.

Una de las formas de controlar a la población es actuar en secreto para que los intrusos ignorantes y problemáticos se queden en su sitio, alejados de los mecanismos de poder que no les conciernen. Este es el principal objetivo cuando se clasifican los documentos internos. Cualquiera que haya rastreado los archivos de documentos que se han hecho públicos se dará cuenta rápidamente de que lo que se mantiene en secreto rara vez tiene que ver con la seguridad, excepto con la seguridad de los gobernantes ante su enemigo interno, la propia población. La práctica es tan común que resulta bastante superfluo ilustrarla. Solo mencionaré un caso contemporáneo.

Si observamos los acuerdos comerciales mundiales, el del Pacífico y el del Atlántico, veremos que en realidad son acuerdos sobre los derechos de los inversores disfrazados de libre comercio. Se negocian en secreto. Existe una disposición para una ratificación parlamentaria al estilo estalinista, sí o no, lo que por supuesto significa que sí, sin discusión ni debate, lo que en Estados Unidos se denomina aprobación por la «vía rápida». Para ser precisos, no se negocian completamente en secreto. Los hechos son conocidos por los abogados corporativos y los cabilderos que redactan los detalles de modo que protejan los intereses del partido que representan y que, por supuesto, no es el público. El público, por el contrario, es un enemigo al que debe mantenerse en la oscuridad.

El supuesto crimen de Julian Assange, al esforzarse por descubrir secretos gubernamentales, es violar los principios básicos del gobierno, levantar el velo del secreto que protege el poder de miradas ajenas y evita que se disipe pues, digámoslo de nuevo, los poderosos entienden que levantar el velo puede hacer que el poder desaparezca. Incluso puede conducir a una auténtica libertad y democracia si un público despierto llega a comprender que la fuerza está del lado de los gobernados y que puede ser suya si deciden controlar su propio destino.

En mi opinión, Julian Assange, al defender con valentía las creencias políticas que la mayoría de nosotros decimos compartir, ha prestado un gran servicio a todos los pueblos del mundo que aprecian los valores de la libertad y la democracia y, por lo tanto, exigen el derecho a saber lo que están haciendo sus representantes electos. Esas mismas acciones son las que le han llevado a sufrir una persecución cruel e intolerable.

Firmado: Noam Chomsky, 12 de febrero de 2020.

Nota: la recogida de firmas contra la extradición de Assange sigue abierta en https://rsf.org/en/free-assange

Fuente: https://consortiumnews.com/2020/10/01/assange-extradition-craig-murray-your-man-in-the-public-gallery-assange-hearing-day-17/

Fuente de la Información: https://rebelion.org/el-poder-necesita-la-oscuridad/

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La Covid-19 cuestiona el sentido de la vida

La Covid-19 cuestiona el sentido de la vida

Leonardo Boff

La irrupción de la Covid-19 alcanzando a todo el planeta y causando la muerte a más de un millón de vidas sin poder ser veladas ni recibir el cariño último de sus familiares, además de infectar a otros muchos millones de personas, plantea la inquietante pregunta: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué todo este sufrimiento? ¿Qué nos quiere decir la naturaleza con este virus invisible que ha puesto de rodillas a todas las potencias militares, haciendo ineficaces sus armas de destrucción masiva? La Covid-19 cayó como un meteoro sobre el sistema del capital y el neoliberalismo. Sus mantras fueron destrozados. ¿Sirvió para algo el lema de Wall Street “la codicia es buena”? Nadie come computadoras, ni se alimenta de los algoritmos de la inteligencia artificial.

¿Cuáles eran los dogmas de la fe capitalista y neoliberal?: Lo esencial es el mayor lucro en el menor tiempo posible, la competencia feroz, la acumulación individual o corporativa, el saqueo cruel de los recursos de la naturaleza, dejando las externalidades por cuenta del Estado, la indiferencia ante la tasa de iniquidad social y ambiental, la postulación de un Estado mínimo para escapar de sus leyes limitantes y poder acumular más libremente.

Si hubiésemos seguido estos mantras, el exterminio de vidas humanas habría sido incalculable. Sin políticas públicas, las personas serían tragadas por un destino atroz.

¿Qué nos ha salvado? Aquellos valores y actitudes ausentes en el sistema del capital y el neoliberalismo: darnos cuenta de que no somos “dioses” sino totalmente vulnerables y mortales, expuestos a lo imprevisible. Lo que cuenta no es el lucro sino la vida; no es la competencia sino la solidaridad; no es el individualismo sino la cooperación entre todos; no el asalto a los bienes y servicios de la naturaleza sino su cuidado y protección; no un estado mínimo, sino el estado suficientemente pertrechado para atender las demandas urgentes de la población. Dicho directamente: ¿qué vale más la vida o el lucro? ¿La naturaleza o su expoliación desenfrenada?

Responder a estas preguntas inaplazables es interrogarse sobre el sentido o el absurdo de nuestra vida, personal y colectiva. El aislamiento social es una especie de retiro existencial que la situación nos ha impuesto. Se crea la oportunidad de hacer estas preguntas ineludibles. Nada es fortuito en este mundo. Todo guarda una lección o un sentido secreto que debe ser revelado, por más desconcertante que sea la realidad. Lo que no podemos permitir es que este sufrimiento colectivo sea en vano. Funciona como un crisol que purifica el oro, que acrisola nuestra mente, y pone en jaque ciertos hábitos para ser revisados y otros nuevos para ser incorporados, especialmente en lo que se refiere a nuestra relación con la naturaleza y el tipo de sociedad que queremos, menos perversa y más solidaria.

Todo el mundo habla de la medicina, de la técnica, de los insumos y especialmente de la búsqueda ansiosa de una vacuna contra la Covid-19. Pocos hablan de la naturaleza. Pero es necesario considerar el contexto del brote del coronavirus. No está aislado. Vino de la naturaleza que durante siglos fue saqueada irresponsablemente por el proceso industrial del capitalismo y también del socialismo, en la falsa suposición de que la Tierra tendría recursos ilimitados. Hemos deforestado despiadadamente y destruido así los hábitats de miles de virus que viven en los animales e incluso en las plantas. Al perder su “morada natural”, buscan en nosotros un sitio para sobrevivir. Así hemos conocido una amplia gama de virus como el zica, el chikungunya, el ébola, las series derivadas del SARS, como el de la Covid-19, entre otros.

Se trata de un contraataque de la naturaleza o de la Madre Tierra contra la humanidad, con el que quiere darnos una severa advertencia: “detengan la agresión despiadada, que destruye las bases físico-químicas-ecológicas que sostienen vuestra vida; de lo contrario podríamos enviarles virus mucho más letales que podrían diezmar a miles de millones de ustedes, de la especie humana, y afectar gravemente a la biosfera, ese fino manto un poco mayor que el filo de una navaja que garantiza la continuidad de la vida”.

¿Prevalecerán estas advertencias vitales o el afán de acumular y asegurar intereses materiales? ¿Tendremos suficiente sabiduría para responder a la alternativa que el Ser que hace ser a todos los seres nos presenta?: “Te propongo la vida y la muerte, la bendición y la maldición; elige la vida para que puedas vivir con tu descendencia” (Dt 30,19).

Portadores de una fe en un Dios “apasionado amante de la vida” (Sab 11,26) apostamos todavía por un sentido de la historia y de la vida. Ellas escribirán la última página de la saga humana, construida con tanto esfuerzo en este planeta.

Esto, sin embargo, no debe desviar nuestra mirada de lo que está ocurriendo en el escenario mundial y específicamente en el brasilero, donde un jefe de estado negacionista no tiene como proyecto cuidar de su pueblo y de nuestra exuberante naturaleza. Con desprecio e ironía se comporta como Nerón que presenciaba como Roma ardía tocando la cítara.

A pesar de todo esto, nuestra esperanza no muere. Como afirma la Fratelli tutti del Papa Francisco: “La esperanza nos habla de una realidad enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en los que vive” (nº 55). Aquí resuena el principio esperanza, que es más que una virtud, es un principio, un motor interior que proyecta nuevos sueños y visiones, tan bien formulados por el filósofo alemán Ernst Bloch en El principio esperanza. Esta esperanza nos recuperará el sentido de vivir en este pequeño y amado planeta Tierra.

Aunque somos seres contradictorios, hechos simultáneamente de luz y de sombras, creemos que la luz triunfará. Muchos bioantropólogos y neurocientíficos nos confirman que somos por esencia seres de bondad y de cooperación. Prevalece una bondad fundamental en la vida.

El hombre común, que conforma la gran mayoría, se levanta, gasta un tiempo precioso en los autobuses, va al trabajo, a menudo duro y mal pagado, lucha por su familia, se preocupa por la educación de sus hijos, sueña con un país mejor. Sorprendentemente, es capaz de hacer gestos generosos, ayudar a un vecino más pobre que él y, en casos extremos, arriesgar su vida para salvar a una niña inocente amenazada de violación. En él está actuando el principio esperanza.

En este contexto, no me resisto a citar los sentimientos de uno de nuestros más grandes escritores modernos, Erico Veríssimo. En su famoso “Contempla los lirios del campo”.

Si en ese momento un habitante de Marte cayera a la tierra, se asombraría al ver que en un día tan hermoso y suave, con un sol tan dorado, la mayoría de los hombres estaban en oficinas, talleres, fábricas… Y si le preguntase a alguno de ellos: ‘Hombre, ¿por qué trabajas tan furiosamente durante todas las horas de sol?’ – escucharía esta singular respuesta: ‘Para ganarme la vida’. Y sin embargo, la vida allí se ofrecía a sí misma, en una milagrosa gratuidad. Los hombres vivían tan ofuscados por los deseos ambiciosos que ni siquiera se daban cuenta. Ni con todas las conquistas de la inteligencia habían descubierto una manera de trabajar menos y vivir más. Se agitaban en la tierra y no se conocían, no se amaban como debían. La competencia los convirtió en enemigos. Y hacía muchos siglos, habían crucificado a un profeta que se había esforzado por mostrarles que eran hermanos, sólo y siempre hermanos. (Ver Lírios do Campo, Civilização Brasileira, Rio de Janeiro 1973. p. 292).

La irrupción de la Covid-19 reveló estas virtudes, presentes en los humanos pero especialmente en los pobres y las periferias, porque se refugiaron allí, ya que la cultura del capital reina en las ciudades, con su individualismo y falta de sensibilidad ante el dolor y el sufrimiento de las grandes mayorías de la población.

¿Qué se esconde detrás de estos gestos diarios de solidaridad? Se esconde el principio esperanza y la confianza de que, a pesar de todo, vale la pena vivir porque la vida, en su profundidad, es buena y fue hecha para ser llevada con coraje que produce autoestima y sentido de valor.

Hay aquí una sacralidad que no viene bajo el signo de lo religioso sino bajo la perspectiva de lo ético, del vivir correctamente y del hacer lo que debe ser hecho.

El reconocido sociólogo austríaco-norteamericano Peter Berger, ya fallecido, escribió un libro brillante, relativizando la tesis de Max Weber sobre la total secularización de la vida moderna con el título: Un rumor de ángeles: la sociedad moderna y el redescubrimiento de lo sobrenatural (Voces 1973/2013). Allí describe numerosos signos (los llama “rumor de ángeles”) que muestran lo sagrado de la vida y el significado secreto que siempre tiene, a pesar de todo el caos y las contradicciones históricas.

Siguiendo a Peter Berger voy a dar sólo un ejemplo banal, conocido por todas las madres que cuidan a sus hijos por la noche. Uno de ellos se despierta asustado. Tiene una pesadilla, se da cuenta de la oscuridad, se siente solo y se deja llevar por el miedo. Grita llamando a su madre. Esta se levanta, toma al niño en su regazo y en un gesto primordial de magna madre le acaricia y le da besos, le dice cosas dulces y le susurra: “Hijito, no tengas miedo; mamá está aquí. Todo está bien, no pasa nada, querido”. El niño deja de sollozar. Recupera su confianza y poco después se duerme, tranquilo y reconciliado con la oscuridad.

Esta escena común esconde algo radical que se manifiesta en la pregunta: ¿no está la madre engañando al niño? El mundo no está en orden, no todo está bien. Y sin embargo estamos seguros de la madre no engaña a su hijo. Sus gestos y sus palabras revelan que, a pesar del desorden imperante, reina un orden profundo y secreto.

Así que creemos que los tiempos de la Covid-19, tan dramáticos, pasarán. Esperamos, y cómo esperamos, que por debajo y dentro de ellos se va fortaleciendo un orden escondido que irrumpirá cuando todo pase.

De esta manera, la sociedad y toda la humanidad podrán caminar hacia un sentido mayor, cuyo diseño final se nos escapa. Pero siempre hemos intuido que existe y que será bueno. Él será quien escriba la última página con un final feliz. Como escribió el filósofo del Principio Esperanza, Ernst Bloch, verificaremos que el verdadero génesis no fue al principio de las cosas, sino al final. Sólo entonces será verdad: “Dios vio todo lo que había hecho y le pareció muy bueno” (Gen 1,31).

Fuente de la Información: https://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=1007
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Mejorar la formación docente

 Manuel Alberto Navarro Weckmann

La formación y el desarrollo del personal docente, a partir de la propia educación inicial y a lo largo de su trayecto profesional, son aspectos fundamentales cuyos elementos, en mayor o menor medida, conforman, cuando se le otorga la importancia debida, junto con el respeto por el magisterio, la estrategia base de aquellas naciones que hoy en día tienen los mejores sistemas educativos del mundo.

Cierto es que nuestro sistema educativo pasa, junto con el resto de la estructura de nuestro país,  por circunstancias atípicas debido al agresivo impacto de la emergencia sanitaria, al igual que muchos países en el mundo, sin embargo, los problemas que tienen que ver con el respaldo a la trayectoria profesional docente han sido prácticamente los mismos en los últimos 30 años, agudizados ahora por la drástica disminución de presupuestos, tanto para las Instituciones Formadoras de Docentes, como para la capacitación y la formación continua, cuyos niveles marcan límites mínimos históricos.

Por una parte, los problemas que enfrentan las Escuelas Normales desde tiempos lejanos, tienen que ver con una marcada dependencia administrativa, legal, económica e incluso académica, que les atan cualquier posibilidad de impulso a la innovación y el desarrollo profesional sin posibilidad alguna de adecuar los planes de estudio y con fuerte centralismo y ceguera administrativa a la hora de poder seleccionar la plantilla de personal, pues en muchos casos sus normas datan de hace más de 40 años, cuando las circunstancias educativas eran por demás diferentes.

Por otra parte, cuando se habla de la formación y el desarrollo profesional a lo largo de su trayecto de vida en el servicio, existen fuertes aberraciones que se necesitan revisar por parte de los diferentes niveles educativos. Durante muchos años, han sido los gobiernos de las entidades federativas los que han seleccionado cuáles deben de ser los cursos que el magisterio “necesita”, olvidando los problemas de aula con las propias necesidades a las que se enfrentan las y los docentes, acotadas por las exigencias de las normas administrativas y no académicas, generando una oferta por demás limitada cuyo alcance no rebasa anualmente el 10% del total de Profesionales de la Educación en cada Entidad, amen de un estrecho y muy limitado catálogo que sólo en escasas ocasiones se tiene posibilidad de seleccionar.

Definitivamente ya es tiempo de una nueva etapa para la formación y el desarrollo profesional para las y los profesionales de la educación, y no me refiero al lógico y pronunciado incremento en el presupuesto para ello, sino que deberíamos de pensar en un sistema en donde cada docente tuviera acceso permanente a un catálogo no solamente amplio y de calidad, acorde a sus propios requerimientos, sino con la posibilidad de poder seleccionar tantos cursos desee y que le sean reconocidos por el sistema para su promoción, tanto horizontal para incrementar su salario desarrollando su misma tarea, como vertical, para ascender de puesto en la estructura educativa de nuestro país.

Definitivamente hay ocasiones que las autoridades educativas necesitan ponerse en los zapatos de las y los profesionales de la educación para entrar en una nueva faceta de mejora continua de nuestro Sistema Educativo Nacional.


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¿16 o 18 años?

Por: Elisabeth De Puig

Somos una sociedad con fuertes rasgos de autoritarismo que se doblega frente a las relaciones de poder, que acepta todavía que a los hombres mayores le gusten las adolescentes y que el dueño de la casa se propase con la muchacha de servicio.

Poco a poco nuestra sociedad se ha ido movilizando en contra del matrimonio infantil. Hoy en día, no solamente se oyen las voces de organizaciones o instituciones como Plan Internacional, Save the Children o Unicef, que han estado en la delantera en la lucha contra este flagelo desde hace años.

Con el cambio de gobierno se sienten nuevos aires que van a la par de un mayor empoderamiento de la sociedad frente al hecho que todavía en el siglo XXI haya tantas de nuestras niñas y adolescentes presas de la violencia sexual.

Esta movilización ciudadana se comprobó cuando la comisión de Justicia de la Cámara de Diputados examinó, en su sesión del pasado miércoles, el proyecto que busca prohibir el matrimonio infantil antes de los 18 años.

A raíz de un tuit del legislador Omar Fernández, que anunciaba un empate del voto en la comisión y una contrapropuesta de algunos legisladores, en el sentido de permitir la unión legal de adolescentes a partir de los 16 años, siempre y cuando su pareja no le supere de más de ocho años se sintió una vigorosa ola de protesta por las redes.

Frente a la vigilancia de la sociedad civil, la comisión de Justicia dio marcha atrás y acogió la propuesta del diputado José Horacio Rodríguez de modificar el artículo 144 del Código Civil de la siguiente manera: “El hombre o la mujer no podrán contraer matrimonio en ninguna circunstancia antes de haber cumplido los dieciocho años de edad”, derogando al mismo tiempo el artículo 145 del mismo código.

Antes de la votación del pleno de la Cámara de Diputados, el presidente de la República no solamente se ha manifestado de manera tajante en contra del matrimonio entre adolescentes, sino que también ha motivado y logrado un consenso histórico de todos los partidos sobre lo que él ha llamado un compromiso político de toda la Nación y lanzado la creación de un gabinete de Niñez y Adolescencia.

De todas maneras, cualquier modificación de esta índole que no protegiera los y las adolescentes de menos de 18 años hubiera sido contraria a la Convención sobre los Derechos del Niño y otros convenios internacionales ratificados por la República Dominicana que forman, junto a la Constitución, un bloque que no es divisible según la jurisprudencia.

La atención de adolescentes hasta esta edad debe incluir los mismos factores de protección que a todos los niños, niñas y adolescentes: la educación, la nutrición, la salud, la promoción de actividades familiares y recreativas, la atención del desarrollo emocional, entre otros.

Las reformas legales son importantes, pero para su efectividad se necesita un marco político adecuado. Debemos estar conscientes que ganar la batalla que se está librando ahora contra el matrimonio infantil será una gran victoria a favor de nuestras niñas y adolescentes, pero que esta será una victoria pírrica si no se lucha contra las desigualdades y si no se trabaja para generar y aplicar políticas públicas integrales con presupuestos públicos a la altura de los retos societales que afrentamos.

El matrimonio infantil generalmente ocurre fuera de la ley como «uniones informales»: las niñas se mudan -o más bien son mudadas- a hogares de hombres adultos. Estas uniones informales son más difíciles de denunciar y dejan a las niñas vulnerables sujetas al abuso y con poca protección legal contra sus maridos.

En nuestros sectores más desfavorecidos algunas niñas ven en estas uniones una forma de salir de hogares violentos, cayendo en manos de hombres tanto o más abusadores que aquellos con los que ellas convivían en sus familias de origen.

Muchas veces esta salida es aprobada por la familia que se quita una boca de encima y a menudo recibe beneficios económicos de esta situación.

Debemos estar claros, la pandemia no favorece la superación de la situación de desamparo que prevalece en nuestros barrios vulnerables y ha desmantelado muchas redes de apoyo y de protección.

Somos una sociedad con fuertes rasgos de autoritarismo que se doblega frente a las relaciones de poder, que acepta todavía que a los hombres mayores le gusten las adolescentes y que el dueño de la casa se propase con la muchacha de servicio.

En esta sociedad desigual una gran parte de nuestra gente con limitados recursos y escasos niveles de educación no encuentra más alternativas que desarrollar estrategias de sobrevivencia dentro del marco machista, patriarcal y violento en el cual se desenvuelve.

Violencia intrafamiliar, matrimonio infantil, embarazos precoces y feminicidios, todo tiene un hilo conductor y son productos de una sociedad que ha considerado tabú la educación sexual integral en las escuelas, que no acepta las tres causales para el aborto y que se refugia cada vez más en el conservadurismo religioso.

El marco jurídico favorable por el cual estamos propugnando aumentará la conciencia pública acerca de las consecuencias sociales, físicas y emocionales de los matrimonios precoces y debería contribuir a la movilización de las comunidades opuestas al matrimonio infantil.

Al Estado le corresponde trabajar de manera transversal y de la mano con la sociedad civil para implementar estrategias de prevención múltiples y específicas a fin de empoderar a las niñas para que estas puedan tomar decisiones sobre su vida, luchar contra la deserción escolar, mejorar su accesibilidad a la educación formal, mantenerlas en la escuela y que se casen más tardíamente. Se requiere igualmente educar y movilizar los padres y la comunidad.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/16-o-18-anos-8883964.html

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Los libros, la mejor compañía en la infancia

Por: ABC

En la era de las series a la carta, los videojuegos, y las redes sociales, la lectura sigue siendo la fuente de felicidad de muchas personas, que no conciben irse a dormir sin haber dedicado al menos unos minutos a disfrutar de sus autores preferidos. Para muchos la lectura es un hobby para toda la vida, una afición que desarrolla la mente y permite transportarse a otros lugares u otras épocas sin moverse de casa.

Muchos padres optan por inculcar a sus hijos el gusto por la lectura desde pequeños y, a su vez, los colegios apuestan por actividades que promueven esta afición, ya que los libros son las mejores herramientas para desarrollar habilidades esenciales para la vida, como aprender a identificar las emociones propias y ajenas.

Son muchos los niños que se sumergen en grandes aventuras a través de historias mágicas, tramas cautivadoras o personajes fascinantes, que acaban convirtiéndose en uno más de la familia. Pero leer no solo es diversión y magia, también aporta una serie de beneficios que se extienden mucho más allá.

Si bien es cierto que la lectura solo aporta beneficios a nuestros hijos, también hay que tener en cuenta qué tipo de libros serán los adecuados para cada edad. A partir de que los niños y niñas pueden empezar a leer, tenemos que poner a su disposición o facilitar libros adaptados tanto a su capacidad lectora como a sus intereses.

Recomendaciones literarias por etapas

Infantil: para los primeros lectores lo más importante será que haya muchas ilustraciones y dibujos que les guíen en la comprensión de la historia, poco texto y letra grande, y les encantará si los protagonistas son niños como ellos.

Primaria: conforme van mejorando su competencia lectora, los niños y niñas se «engancharán» a la lectura si encontramos la clave de aquello que les motiva, les interesa y les produce curiosidad. Podrán ser comics con historias fantásticas, relatos de aventuras reales o de ciencia ficción, dinosaurios o naturaleza, o quizás solo les interese leer temas de fútbol o su deporte favorito. Cualquier tema que conecte con sus intereses puede abrirles la puerta a este maravilloso hábito de la lectura.

Secundaria: a partir de la pubertad y adolescencia, les suelen interesar las novelas con personajes de su edad que viven experiencias que les guían en esta nueva etapa de grandes cambios y descubrimientos, así como literatura fantástica y libros informativos sobre los problemas que les preocupan.

«Los libros son clave para el desarrollo de cada persona, porque nos ayudan a entender mejor el mundo y tener una mente abierta, además de aumentar nuestras competencias de comunicación y mejorar nuestra inteligencia emocional. Leer te hace más humano porque te permite entender diferentes ideas y sentimientos, vivir a través de los personajes distintas formas de afrontar la realidad, resolver problemas y superar adversidades», concluye Ana Herrero.

Fuente e Imagen: https://www.abc.es/familia/educacion/abci-libros-mejor-compania-infancia-202011150113_noticia.html

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