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Viralidad: Palabras que infectan la percepción de los hechos

Por: Sofía García Bullé

Las palabras que usamos tienen un rol importante en cómo construimos nuestra realidad e interactuamos con ella.

 

Las palabras y el lenguaje, hacen mucho más que sólo nombrar las cosas, dictan la forma en que nos relacionamos con ellas. El cómo elegimos hablar de algo, con qué palabras comunicamos lo que es un objeto o concepto, o la descripción de un evento implica un camino de dos vías. Así como a través del lenguaje definimos nuestra realidad, la forma en que usamos el lenguaje para este propósito define también como percibimos esta realidad.

Lo anterior se vuelve más obvio al ver la manera en que comunicamos y recibimos información durante la presente crisis de salud. Es sin duda revelador que una sola palabra, “viralidad”, presente ambas caras de la moneda, tanto para nombrar esta crisis, como en la forma en que forjamos nuestra realidad alrededor de ella.

La evolución de las palabras “virus” “viral” y “viralidad”

La palabra viralidad, en su primera acepción viene de virus, la palabra en latín para referirse un veneno líquido. La etimología de la palabra nos dice también sobre su semántica, el espectro completo de conceptos que pretende abarcar. Un veneno líquido fluye, se esparce con facilidad, su efecto es agresivo y difícil de detener, en algunos casos fulminante.

Son estas propiedades semánticas las que hicieron perfecta a la palabra virus para describir las patologías que se replican dentro del cuerpo y se esparcen a través del mismo. Desde tiempos antiguos hasta ahora, la definición primaria de virus, es la que nos habla de una condición patológica que se replica dentro del cuerpo de una persona y que podría tener la capacidad de saltar y seguirse replicando en otra.

Hasta aquí hablamos del significado literal y más sólido de la palabra, pero el concepto se complica cuando entra el sentido figurativo, la alegoría y la licencia política. El término virus saltó al mundo de la informática cuando Fred Cohen creó un software que se autoreplicaba y extendía a través de un sistema adhiriéndose a los programas dentro de este como forma de atacar los sistemas de seguridad de computadoras multi usuarios.

Esa fue la primera instancia de democratización de la palabra, cuando dejó de ser exclusiva del ethos médico y científico, y comenzó a colarse en el lenguaje que usamos todos los días.

La acepción que conocemos ahora es producto de la apropiación por parte de una semántica cimentada en la mercadotecnia y el manejo de la información. Richard Dawkins, renombrado biólogo evolucionista, se refiere a los memes (las primeras instancias de contenido viral), como el equivalente del DNA, y habla de su capacidad de replicarse como virus a través de la selección natural ejercida por la cultura que consume el meme. Este modelo de dispersión de la información es crucial para entender la forma en que recibimos los datos que forjan nuestra realidad. Especialmente en crisis de salud.

La información que describe nuestro entorno, no siempre es la más veraz, exacta o cierta, es la que ha sobrevivido la selección de curación de contenidos, algoritmo y replicación a través de la audiencia que comparte determinada pieza de información.

Virus de la desinformación

Los momentos, videos, publicaciones y contenidos virales, así como sus reacciones, ya sea de apoyo o indignación, han sido parte de la cultura desde mucho antes de que existiera el Internet pero el lenguaje que nos ha traído el constante uso de las redes, nos ha hecho incorporar la palabra a nuestro vocabulario diario para describir los contenidos que más impacto tienen, los que más compartimos y forman una imagen colectiva de los hechos alrededor de nosotros.

“Necesitamos pensar diferente sobre nuestro ecosistema de información. Las metáforas que usamos ayudan a formar lo que pensamos acerca de nuestra responsabilidad”.

Los mecanismos que empujan la información hacia nuestras historias, redes y buzones ya no se rigen por popularidad ni veracidad, sino por algoritmos e interés. Estos algoritmos incentivan el contenido con el que los usuarios ya han interactuado previamente. No proporcionan contenido nuevo diferente, solo el mismo que han estado consumiendo.

Esto es potencialmente peligroso cuando la información que se replica atañe a eventos reales, ya que crea cámaras de eco y refuerza el sesgo de confirmación de los usuarios. Al final, nadie es informado de lo que sucede, solo recibimos contenido que confirma lo que ya pensábamos previamente.

Esta información, que puede ser sesgada, incompleta o falsa, se replica dentro de los grupos en los que el algoritmo ya descifró un patrón de contenido de acuerdo al consumo de los usuarios. Así es como se surge y se expande un virus de desinformación.

Whitney Phillips, profesor asistente de comunicación y estudios de retórica en la Universidad de Syracuse, se ha especializado en investigar cómo la información y las ideas extremas son amplificadas para alcanzar públicos cada vez mayores, a través de la cobertura de medios y la publicación de contenidos en redes sociales.

Phillips explica que uno de los mayores peligros del virus de la desinformación es la tendencia que tendemos a pensar a que nosotros no estamos contagiados. Pero cada persona que escribe un contenido basado en información sesgada que ha recibido solo por los algoritmos o cámaras de eco se convierte en un portador del virus, y lo transmite a otro en el momento en que replica el contenido recibido.

Estos usuarios pueden ser asintomáticos en el sentido de que el contenido que comparten no tiene una consecuencia real para ellos, pero eventualmente la información sesgada o falsa tendrá efecto sobre alguien más.

Si se trata de información sobre el COVID-19, por ejemplo, puede pasar que si una persona publica que las reuniones familiares no representan riesgo alguno de contagio, es muy posible que un grupo de personas que hayan recibido la información y hayan decidido tener una reunión familiar, sí sufran de contagio. De la misma forma que una persona puede tener un cuadro asintomático de COVID-19 y otra puede caer gravemente enferma por el mismo virus.

“Necesitamos pensar diferente sobre nuestro ecosistema de información. Las metáforas que usamos ayudan a formar lo que pensamos acerca de nuestra responsabilidad”. Phillips da en el clavo acerca de porqué el uso continuo del término “viralidad” para referirse al manejo de la información presenta un alto riesgo para los mecanismos de desinformación que tenemos hoy en día. Un virus, como mencionamos al principio, es una patología, al usar la palabra lo que describimos es un conjunto de células que se replican sin conciencia ni intención, invadiendo un organismo.

Compartir y manejar información no es una patología, es una decisión por parte de quienes producen la información y la dirigen a las cámaras de eco, así como de quienes la replican. La diferencia entre las células y las personas, es que las personas tienen conciencia, capacidad de aprendizaje y capacidad de pensamiento crítico. El éxito de este “virus de la desinformación”, radica en lo mucho que parecemos olvidar esto.

Fuente e imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/viralidad-desinformacion

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Educación problematizadora

Por: Leonardo Díaz

Los días de la COVID-19 han motivado que algunos opinantes dediquen una mirada de afecto a la ciencia, objeto de culto y de olvido, en la sociedad moderna.

Dentro de las opiniones más llamativas se encuentran aquellas que, además de recordarnos el deber de los Estados con el financiamiento de la investigación científica, priorizan la educación científica como base de los programas educativos.

No tendríamos ninguna objeción a las referidas afirmaciones sino fuera porque, usualmente, ese amorío epistémico viene acompañado de una mirada de desdén hacia las disciplinas académicas que no son ciencias naturales, a las que se les tiene como un complemento prescindible o una forma de instrucción cultural anecdótica.

Todavía hay opinantes quienes, negándose a reflexionar sobre la atmósfera intelectual que nos ha colocado en una profunda crisis espiritual, siguen pensando que debemos orientar nuestra educación adecuándola a criterios como los del Informe PISA. Pero estos criterios forman parte de una cosmovisión del mundo que debemos seguir replanteando en un mundo pospandemia.

Antes que el SARS-CoV-2 iniciara su recorrido desde Oriente, veníamos cuestionando un modelo que piensa la educación solo en función de su capacidad para aumentar la rentabilidad. Los programas educativos, los rankings y los informes como PISA responden a este concepto de la educación relacionada con el crecimiento económico, no interesado en formar personas que desarrollen muchas de sus potencialidades dentro del contexto de una sociedad democrática.

En este sentido, la valoración de la ciencia que escuchamos y leemos ahora no es una excepción. Se acude a ella, por razones instrumentales, porque la necesitamos para producir una vacuna contra una pandemia que no nos deja volver a nuestra ansiada normalidad económica, sin preguntarnos si esa normalidad no es problemática y si la ciencia, entendida en esos términos instrumentales, es realmente lo que debemos promover.

A una concepción del mundo economicista e instrumentalista responde una visión instrumental de la educación donde la ciencia no es necesaria porque ayude a ampliar nuestra comprensión del mundo y a refutar las supersticiones que nos embrutecen, sino porque contribuye a entrenar trabajadores que sostegan la dinámica del modelo económico neoliberal.

Y por supuesto, dentro de este modelo, las disciplinas no científicas, como la filosofía, no encajan, o se ajustan mal. Mucho más en las escuelas, el centro de adoctrinamiento biopolítico por excelencia, donde resultan molestas; a lo sumo, mero decorado dentro del gran escenario de las “ciencias duras”. ¿Por qué dedicar horas a estudiar disciplinas filosóficas en vez de dedicarlo a las matemáticas, la física y la biología? Ya es suficiente con las ciencias sociales.

Pero la enseñanza de las ciencias naturales y las ciencias sociales se articulan en una concepción del mundo basada en supuestos sobre la realidad, sobre el conocimiento, y también, con implicaciones éticas. Por ello, debemos reflexionar sobre esas cosmovisiones que fundamentan nuestros aprendizajes y acciones desde muy temprana edad.

La ciencia debe estar al servicio de la vida humana, no solo desde el punto de vista biológico, cuando nos sentimos amenazados por la muerte. Debe estarlo todo el tiempo, en todas las dimensiones que nos hacen humanos. Para ello, se requiere someterla a la autorreflexión problematizadora de las disciplinas humanísticas, con el fin de explicitar nuestras ideas y acciones, mientras ampliamos nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos.

Fuente: https://acento.com.do/2020/opinion/8825234-educacion-problematizadora/
Imagen: https://pixabay.com/
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Cultura democrática

Por: Marisol Vicens Bello

 

La verdadera democracia no es aquella que se consagra en la Constitución por más derechos y deberes que la misma contemple sino la que verdaderamente se ejerce, ni radica exclusivamente en que se celebren elecciones para elegir las autoridades, sino que depende de muchos otros factores que la califican como buena o, la desnudan como mala.

La crisis sanitaria, económica y social que ha desatado el COVID-19 en muchos aspectos nos ha forzado a innovar y a soltar un poco las amarras de un acendrado e inútil hiper formalismo e impulsar finalmente el uso de firmas digitales, escolaridad mediante plataformas electrónicas, audiencias virtuales, asambleas no presenciales, procesos en línea.

Sin embargo en otros aspectos como la campaña política nos ha retrotraído  al  estado más primitivo, pues  más que nunca la oferta electoral está basada en el asistencialismo, y aunque se entiende que bajo las circunstancias actuales la población está muy  necesitada  y de alguna forma hay que contribuir a llevarle alivio, esto no justifica ni que las dádivas sustituyan las propuestas de reales soluciones a sus problemas, ni que importe más lo que da un candidato que lo que representa, ni mucho menos, que el gobierno permita que se confunda su rol con el de su candidato, haciéndose ausente en distintas situaciones para ceder el protagonismo a su postulado. 

Es lamentable que iniciativas democráticas tan importantes como la celebración de debates electorales que desde hace más de 20 años ANJE está impulsando, se sigan encontrando con los mismos obstáculos que hicieron abortar su primer intento formal de celebración de debate electoral en el año 2000, siendo uno de sus candidatos el varias veces presidente Joaquín Balaguer que a sus 94 años se postulaba por novena vez.

La nueva política, el relevo, la sangre nueva, son puras expresiones mercadológicas que carecen de sentido cuando los que supuestamente las encarnan siguen utilizando los mismos patrones de conducta y malas mañas que reflejan escasa cultura democrática y modernidad, como escudarse en viejas creencias para seguir rehuyendo el debate porque el que está arriba no se arriesga aunque se tenga mucho que proponer, o de preferir seguir vendiendo las mismas promesas gastadas de cada cuatro años que someterlas al escrutinio de un debate público, de utilizar los recursos del Estado en beneficio de  los candidatos oficiales, de denigrar la dignidad de la gente en un lastimero cambalache de dádivas por votos.

Pero no solo muchos de nuestros políticos y candidatos tienen bajos niveles de comportamiento democrático, sino que gran parte de nuestra sociedad también los tiene, y eso no tiene que ver con los niveles sociales, porque la carencia de cultura democrática y el acomodamiento con la cultura del “dado”, y de estar en buenas con el poder, está tanto en los más desposeídos que reciben funditas o empleos, como en los más poderosos que reciben jugosos contratos y otros beneficios. 

Por eso no sorprende que los partidos puedan seguir dándose el lujo de preferir el confort de recitar en solitario sus propuestas, pues entienden que pierden más si están arriba sometiéndolas al debate que, negándose a hacerlo, porque nunca han sentido un real costo por su negativa.

En medio de una campaña oportunista, mediática, y asistencialista, el mejor ejercicio que cada quien debería hacer es imaginarse a cada uno de los candidatos ejerciendo el rol de presidente en sus múltiples facetas, como ejercería su liderazgo de la Nación, como manejaría la economía, como actuaría dirigiendo los trabajos del Consejo Nacional de la Magistratura que próximamente deberá conocer de la elección de nuevos jueces del Tribunal Constitucional y del Tribunal Superior Electoral, cómo representaría el país en foros extranjeros, cómo administraría los recursos del Estado, como actuaría frente a la corrupción.  Ojalá que muchos hicieran este ejercicio, y los ayudara a realizar un debate interno en el que resulte ganancioso lo que su conciencia les diga sea mejor para el país, y no lo que su ambición les diga sea más conveniente para sus propios intereses.

Fuente: https://acento.com.do/2020/opinion/8825262-cultura-democratica/
Imagen: https://pixabay.com/
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Covid-19: o cooperamos o no tenemos futuro

Por: Leonardo Boff

 

 Una pregunta siempre presente en las búsquedas humanas es: ¿cuál es nuestra esencia específica? La historia conoce innumerables respuestas, pero la más contundente, convergencia de varias ciencias contemporáneas como la nueva biología evolutiva, la genética, las neurociencias, la psicología evolutiva, la cosmología, la ecología, la fenomenología y otras, es esta: la cooperación.

Michael Tomasello, considerado genial en el área de la psicología del desarrollo infantil de 1 a 3 años, sin intervención invasiva, reunió en un volumen lo mejor de ese campo con el título: Por qué cooperamos (Warum wir kooperieren, Berlín, Suhrkamp 2010). En su ensayo inicial afirma que la esencia de lo humano está en el “altruismo” y la “cooperación”. «En el altruismo uno se sacrifica por el otro. Es la em-patía. En la cooperación muchos se unen para el bien común» (pág. 14).

Una de las especialistas principales en psicología y evolución, de la Universidad de Stanford, Carol S. Dweck, afirma: «Más que la excepcional grandeza de nuestro cerebro y más que nuestra inmensa capacidad de pensar, nuestra naturaleza esencial es ésta: la aptitud para ser seres de cooperación y de relación» (Por qué cooperamos, op. cit. 95).

Otra, especialista de la misma ciencia, famosa por sus investigaciones empíricas, Elizabeth S. Spelke, de Harvard, afirma: nuestra marca, por naturaleza, la que nos diferencia de cualquier otra especie superior como los primates (de los cuales somos una bifurcación), es “nuestra intencionalidad compartida” que propicia todas las formas de cooperación, comunicación y participación en tareas y objetivos comunes” (op. cit. 112). Va pareja con el lenguaje, que es esencialmente social y cooperativo, un rasgo específico de los humanos, tal como lo entienden los biólogos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela.

Otro especialista –éste, neurobiólogo del conocido Instituto Max Plank– Joachim Bauer, en su libro El gen cooperativo (Das kooperative Gen, Hoffman und Campe, Hamburgo 2008), y especialmente en el libro Principio-humanidad: por qué cooperamos por naturaleza (2006) apoya la misma tesis: el ser humano es esencialmente un ser cooperativo. Refuta rotundamente al zoólogo inglés Richard Dawkins, autor del libro El gen egoísta (1976/2004). Y afirma que la tesis de este último «no tiene base empírica ninguna; por el contrario, representa el correlato del capitalismo dominante, al que parece así legitimar» (op. cit. 153). También critica la superficialidad de otro libro suyo: El espejismo de Dios (2007).

Sin embargo, dice Bauer, está científicamente comprobado que «los genes no son autónomos y de ninguna manera ‘egoístas’, sino que se agregan con otros en las células de todo el organismo» (El gen cooperativo, 184). Y añade: «Todos los sistemas vivos se caracterizan por la cooperación permanente y la comunicación molecular, hacia adentro y hacia fuera» (op. cit. 183). Es notorio para la bioantropología que la especie humana dejó atrás a los primates y se convirtió en ser humano cuando comenzó a recoger y a comer lo que recogía de manera cooperativa.

Una de las tesis centrales de la física cuántica (W. Heisenberg) y de la cosmogénesis (B. Swimme) consiste en afirmar la cooperación y la relación de todos con todos. Todo está relacionado y nada existe fuera de la relación. Todos cooperan unos con otros para coevolucionar. Tal vez la formulación más bella la encontró el Papa Francisco en su encíclica Laudato Sì, sobre el cuidado de la Casa Común: «Todo está relacionado, y todos nosotros, los seres humanos, caminamos juntos como hermanos y hermanas, en una maravillosa peregrinación… que nos une también, con tierno afecto, al hermano Sol, a la hermana Luna, al hermano río y a la Madre Tierra» (nº 92).

Un brasileño, profesor de filosofía de la ciencia en la UFES de Vitória, Maurício Abdala, escribió un convincente libro El principio cooperación, en línea con las reflexiones anteriores.

¿Por qué decimos todo esto? Para mostrar lo antinatural y perverso que es el sistema imperante del capital con su individualismo y su competición, sin ninguna cooperación. Es el que está llevando a la humanidad a un fatal callejón sin salida. Con esta lógica, el coronavirus nos habría contaminado y exterminado a todos. La cooperación y la solidaridad de todos con todos es lo que nos está salvando.

De aquí en adelante tenemos que decidir si obedecemos a nuestra naturaleza esencial, la cooperación, a nivel personal, local, regional, nacional y mundial, cambiando nuestra forma de habitar la Casa Común, o comenzamos a prepararnos para lo peor, por un camino sin retorno.

Si no escuchamos esta lección que la Covid-19 nos está dando, y volvemos con más furia aún a lo de antes, para recuperar el atraso, nos pondremos en la cuenta regresiva de una catástrofe todavía más letal. ¿Quién nos garantiza que no podrá ser el temido virus NBO (el Next Big One, ¡el gordo!), aquel próximo y último virus avasallador e inatacable que pondrá fin a nuestra especie? Grandes nombres de la ciencia como Jacquard, de Duve, Rees, Lovelock y Chomsky entre otros, nos advierten sobre esta emergencia trágica.

Sólo me queda recordar las últimas palabras del viejo Martin Heidegger en su última entrevista a Der Spiegel, que sería publicada 15 años después de su muerte, refiriéndose a la lógica suicida de nuestro proyecto científico-técnico: “Nur noch ein Gott kann uns retten” = “Sólo nos podrá salvar un Dios”.

Es lo que espero, y creo, pues Dios se ha revelado como “el apasionado amante de la Vida” (Sabiduría 11,24).

Fuente: http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=988

Imagen: https://pixabay.com/

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Educación, pandemia, más inequidad

Por: Rafael Orduz. 

El cierre de escuelas y colegios abre signos de interrogación: ¿se ahondarán las inequidades en la educación en Colombia? ¿Hay terreno abonado para achicarlas?

Las “preexistencias”, expresión tan rutinaria en ésta época de pandemia, son conocidas.

Aunque Colombia ha avanzado en materia de cobertura en todos los tramos educativos, subsisten desigualdades en el acceso y en la calidad, que condenan a millones de niños de hoy a estar del lado de los pobres en el mercado laboral de mañana. Sí, es cierto, el promedio de años de escolaridad ha aumentado: para los mayores de 25 años está hoy por encima de diez años en las siete ciudades de más población en Colombia, cuando en 1984 era de siete años (La República, 18/3/20). Sin embargo, se trata de un promedio: en los niveles de menor ingreso, los años de asistencia a la escuela no pasan de seis…

Cobertura insuficiente en la educación inicial, la de la primera infancia, aquel tramo en el que según el nobel Heckman, de la Universidad de Chicago, se presentan las mayores tasas de rentabilidad social.

La calidad, no solo por lo que marcan las pruebas PISA, deja mucho que desear. Los bajos salarios de los docentes, los sistemas de evaluación, la disparidad existente entre las facultades de educación, factores que convergen en las deficiencias.

Desarticulación entre la educción básica, media y secundaria, por un lado, y la superior, por otro. Sistema curricular desactualizado, relacionado con otro dato aterrador: el desempleo de quienes cuentan con “kilometraje” en años de escolaridad.

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El DANE (diciembre 2019) informa de las tasas de desempleo por niveles de escolaridad pre-pandemia: los hombres con educación universitaria culminada registraban un 9% de desempleo y las mujeres del 11.2%, sin contar el agobiante subempleo… En este país que, antes de la pandemia, se jactaba de tasas de crecimiento de la economía superiores al promedio latinoamericano, necesitado de técnicos y tecnólogos, las mujeres graduadas en tales ámbitos sufrían un desempleo cercano al 16% y los hombres de más del 9%. Algo, definitivamente, anda mal.

Desigualdades regionales dramáticas en desfavor del campo, de las zonas PDET.

Y llega el confinamiento, necesario pero que no puede ser permanente, añadiendo una vertiente a la inequidad: el nivel de conectividad, por una parte, y la disponibilidad de dispositivos, por otro. El DANE ya nos ha dicho que el 50% de los hogares carece de posibilidades de acceso a internet, con el impacto descomunal que ello tiene sobre la educación de, quizás, cinco millones de niños y jóvenes de la educación básica y media.

Más allá de si se accede o no a internet, la pérdida de contacto presencial entre los docentes y los alumnos complica las cosas, particularmente en las zonas más vulnerables, tanto urbanas como rurales. En las primeras, problemáticas como el embarazo adolescente o del maltrato en familia, que no aparecen en las estadísticas de cobertura, son enfrentadas, muchas veces, por los maestros. Son ellos quienes han jugado un papel de primera línea en las relaciones con la comunidad, muchos en contextos de conflicto armado, situaciones que persisten en zonas que sirven de corredores al narcotráfico.

Aun en contextos de hogares que cuentan con dosis de conectividad que permiten el telestudio, aflora otro problema: la falta de preparación de los profes para enseñar en los contextos virtuales.

La inequidad en el acceso a la educación de calidad se agrava con el coronavirus. Dadas las “preexistencias” mencionadas, quizás sea ésta la oportunidad para pensar en un sistema educativo que permita altos retornos para la sociedad y sus ciudadanos, así como de articular y aprovechar experiencias valiosas de aula de docentes que se han desempeñado en contextos adversos a bajos costos.

Fuente del artículo: https://www.elespectador.com/opinion/educacion-pandemia-mas-inequidad/

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Halconazo en Guadalajara

Por: Luis Hernández Navarro.

El día de ayer –escribió Francisco Jiménez– fue uno de los más terroríficos de mi vida. La rabia, el coraje, la incertidumbre, la impotencia y el miedo fueron el común denominador de decenas de jóvenes.

Francisco, su novia Camila, sus amigos Eloy, Braulio y Regina transitaban el pasado 5 de junio a las 6 pm por la avenida Ocho de Julio, en Guadalajara, cuando elementos de la fiscalía del estado, sin identificarse, los detuvieron y subieron a bordo de un vehículo. Los golpearon y les quitaron sus mochilas y celulares. ¡Súbanse, cabrones, cabezas agachadas!, les gritaron y se los llevaron a la fiscalía.

Nadie sabe que están aquí. Los vamos a desaparecer, los amenazaron. Separaron a los hombres de las mujeres y los subieron a una camioneta. “Los vamos a entregar al cártel”, les advirtieron. Después de un recorrido de unos 20 minutos, en Los Olivos los hicieron descender del vehículo. ¡Bájense, hijos de su puta madre! ¡Tienen 10 segundos para correr por su vida, putos! ¡Quien voltee hacia atrás lo matamos!, les gritaron (https://bit.ly/3dRzPWQ).

Lo que Francisco Jiménez y sus compañeros vivieron, al ser detenidos al margen de cualquier protocolo legal por querer participar en una movilización pacífica para exigir justicia para Giovanni López, lo sufrieron también al menos 60 jóvenes más en Guadalajara. La Comisión de Derechos Humanos de la entidad calificó sus arrestos de desapariciones forzadas.

Giovanni fue un albañil de 30 años detenido el 4 de mayo en el municipio de Ixtlahuacán de los Membrillos, en el área metropolitana de Guadalajara, por no llevar mascarilla. Los patrulleros lo ejecutaron extrajudicialmente. Su crimen precipitó en la capital de Jalisco una ola de inconformidad entre la juventud que trató de ser sofocada mediante la fuerza bruta por el gobernador Enrique Alfaro.

Debido a la importancia y el peso económico de su estado, Alfaro desempeña un papel clave en la promoción y el liderazgo de una coalición de ocho gobernadores opositores a Andrés Manuel López Obrador. De hecho, podría perfilarse como candidato presidencial de una hipotética alianza partidaria de PAN, PRI, PRD y Movimiento Ciudadano en los comicios de 2024.

Por lo pronto, el mandatario estatal arrancó 2020 chocando con el gobierno federal en torno a temas claves: el conteo de desaparecidos, la sustitución del Seguro Popular por el Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi) y el manejo de la crisis sanitaria provocada por la pandemia de Covid-19.

Enrique Alfaro ha navegado en las aguas de la política a bordo de distintos barcos. En 1994 se incorporó a las juventudes del PRI, donde militó hasta 2005. De allí saltó al PRD, controlado por el ex rector de la UdeG Raúl Padilla, con quien más adelante rompería. En 2012 se incorporó a Movimiento Ciudadano, partido que ganaría 24 presidencias municipales, 14 diputados locales y 10 federales.

Estridente, dotado de vocación y talante autoritarios, con un discurso de cero tolerancia en un estado que es cuna de uno de los grupos criminales más poderosos en el país (el CJNG), ante la crisis del coronavirus, Alfaro recurrió a la mano dura para obligar a la población a quedarse en casa y usar cubrebocas en la calle. Desde el pasado 20 de abril, cuando la medida entró en vigor, la policía se dedicó a arrestar a quienes no lo portaban. Decenas de ciudadanos fueron encarcelados. Giovanni López fue ejecutado extrajudicialmente en ese contexto.

Esta violencia policial no es inusual en Jalisco. Los niveles de tortura por parte de policías y ministeriales en la entidad están, como ha explicado Daniela Rea, por arriba de la media nacional (lo que ya es mucho decir). Entre 1997 y 2019, mil 530 víctimas de tortura presentaron quejas ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos, pero sólo 4.7 logró recomendación (https://bit.ly/30gklbe).

Los días 4, 5 y 6 de junio, Guadalajara vivió días aterradores. Especialmente el 5, sufrió un tipo de represión desconocida hasta ese entonces, emparentada con el halconazo del 10 de junio de 1971 en la Ciudad de México. Y eso que hay una larga lista de violencia policiaca en contra de movimientos en la entidad. Dos ejemplos. La ejercida durante las protestas altermundistas en el marco de la Tercera Cumbre América Latina y el Caribe- Unión Europea del 28 de mayo de 2004. Y la perpetrada el 1º de diciembre de 2012, durante las movilizaciones de rechazo a la toma de posesión de Enrique Peña Nieto convocadas por #YoSoy132, en la que los uniformados golpearon a muchas personas que pasaban por allí.

En esta ocasión la violencia policial, absolutamente irregular, fuera de cualquier protocolo y causa legal –utilizando vehículos particulares con placas ocultas, con agentes vestidos de civil realizando detenciones–, deja en el aire la pregunta: ¿quién dio la orden de actuar así? ¿Quién diseñó el operativo?

La ofensiva gubernamental fue acompañada de una campaña en redes, que apeló al racismo local, diciendo que los manifestantes no podían ser de allí porque eran muy morenos y no hay gente de piel tan oscura en Jalisco.

Aunque quiera zafarse del asunto, el halconazo tapatío es responsabilidad directa de Enrique Alfaro. Por más que quiera desvirtuar la inconformidad juvenil presentándola como producto de los pleitos del poder de arriba, en realidad es resultado legítimo del hartazgo ante su despotismo.

Fuente del artículo: https://www.jornada.com.mx/2020/06/09/opinion/015a1pol

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Calificar durante la pandemia: encrucijada a los maestros.

Por: Rogelio Javier Alonso Ruiz.

Desde el inicio del cierre de escuelas se advertía que no todos los estudiantes podrían cumplir con las actividades educativas a distancia. Países como España, Italia, Argentina o Dinamarca optaron por no dar peso en las calificaciones del alumnado a las actividades realizadas desde casa: en algunos casos se decidió por el aprobado general mientras que en otros se desestimaron las valoraciones numéricas o bien se continuaron las clases tomando estos ejercicios como meros repasos sin trascendencia en la acreditación. En el caso de México, el Secretario de Educación, Esteban Moctezuma Barragán, explicó que para la valoración del último tramo del ciclo escolar se tomarán en cuenta criterios como los promedios de los periodos ya evaluados, así como la presentación de carpetas de experiencias de las actividades escolares a distancia, haciendo énfasis en que este elemento sólo se empleará para favorecer a los estudiantes pero no para perjudicarlos en caso de fallas o no haberlas presentado.

El riesgo de inequidad que tanto se advirtió al iniciar las actividades escolares a distancia finalmente se concretó no sólo en el acceso a los medios educativos, sino ahora en la asignación de calificaciones considerando las carpetas de experiencias. De acuerdo con lo expresado por Moctezuma Barragán, quienes presenten la carpeta de experiencias derivada de la realización de las actividades escolares remotas podrán ser beneficiados en las calificaciones que emitan los profesores y quienes no lo hagan simplemente no serán afectados. Dicho de manera simple: no se afectará a nadie, pero sí se favorecerá a algunos. ¿No representa esto una medida igualmente inequitativa? ¿Cuál es la proporción de los “no afectados” y los “beneficiados”? Es difícil saber en un país como el nuestro con contextos tan heterogéneos. Parece que tratando de conciliar las imposibilidades de algunos, con el esfuerzo de otros, se llegó a esta determinación. Tal conciliación, desde un inicio, se apreciaba complicada si no es que imposible.

No se intenta disimular o excusar a aquellos jefes de hogar que aun teniendo las posibilidades económicas y culturales para acceder a las actividades escolares remotas decidieron, por voluntad propia, no hacerlo, aunque seguramente la proporción de éstos es muy inferior a quienes, por dificultades de esa misma naturaleza, no pudieron contribuir al aprendizaje de sus hijos. Al dar luz verde a las carpetas de experiencia, la encrucijada era pues ya inevitable: considerarlas en la calificación sería una desventaja para quienes no accedieron a la educación a distancia, pero ignorarlas sería una falta de respeto al esfuerzo de quienes incluso con muchos sacrificios pudieron presentarlas. La autoridad educativa se decidió por la primera opción.

Es entonces que los docentes enfrentarán dilemas al asignar calificaciones: ¿será justo darle beneficios a los alumnos que presentaron evidencias de trabajo y no a quienes, por posibles dificultades, estuvieron inactivos? ¿es correcto negarle la oportunidad de mejorar sus promedios a algunos estudiantes de los cuales no puede asegurar una simple falta de disposición por el trabajo? ¿deben pagar los alumnos posibles imposibilidades o irresponsabilidades de los padres de familia o, peor aún, deben costarle las carencias de sus hogares? ¿qué tanto puede reflejar el número que asignarán lo realmente aprendido por los estudiantes en un momento tan particular como el que se está viviendo? Serán pues los profesores quienes resuelvan estos cuestionamientos que la autoridad educativa les transfirió.

Si bien se dice que el “hubiera” no existe, es inevitable mirar al pasado: tal dilema –tomar o no en consideración las evidencias del trabajo a distancia con sus respectivos riesgos de inequidad– pudo haber sido evitado por la autoridad educativa quizá parando (o pausando) el curso del ciclo escolar o bien planteando otro tipo de actividades educativas desde casa. Las múltiples voces de especialistas que clamaban por lo anterior fueron ignoradas, ante el avance de una estrategia que, de acuerdo a las cifras oficiales, ha tenido un éxito rotundo y su cobertura es prácticamente universal. Aunque se trató de disfrazar la inequidad dándole sólo valor positivo en las calificaciones a las actividades a distancia, lo anterior resulta simétrico a haber sancionado a quienes no realizaron éstas. Con esta acción, el gobierno federal coronó las críticas que desde un principio se dirigieron a los posibles riesgos de inequidad y exclusión de la estrategia educativa durante la pandemia.

Fuente del artículo: http://proferogelio.blogspot.com/2020/05/calificar-durante-la-pandemia.html

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