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¿Para qué educa el maestro contemporáneo?

Por: Gustavo Troncoso Tejada

En medio de esta crisis, pareciese ser que se evidencia un momento oportuno en el cual los docentes puedan recuperar el rol pertinente en nuestras sociedades contemporáneas. Y es que, el situar diálogos reflexivos y críticos constantemente, en torno a sobre para qué estamos realizando los procesos de enseñanza-aprendizaje elevará el espíritu crítico y transformador de nuestra profesión.

¿Podemos hablar de educación centrada en las dimensiones del ser humano? ¿Es realmente el desarrollo del pensamiento crítico un recurso para transformar sociedades individualistas a sociedades más justas y centradas en el bien de la mayoría? ¿Es la escuela realmente un espacio de encuentro social o más bien es un espacio que facilita la reproducción de las culturas dominantes y las lógicas de mercado?

En el mundo antiguo, los griegos desarrollaron conceptualizaciones en torno al Areté o también concebida como la excelencia y la virtud, y es que para filósofos como Sócrates, Platón y Aristóteles la importancia de trabajar la Areté se consolida como una idea inteligible que ilumina el camino del alma de las personas para el desarrollo máximo de las virtudes de cada ser humano.

Para ello, la paideiaeducación o formación se consolidó desde una práctica constante del hábito como un motor hacia la excelencia donde el conseguir la armonía entre las diversas virtudes favorecería no solamente el perfeccionamiento humano, sino que también a la comunidad entera. Si bien, esta paideia o proceso educativo busca desplegar en los maestros de la época métodos de crianza para la educación de los niños, entorno al cultivo de valores y habilidades pertinentes a la estructura física de la polis. Estas, se suscriben al fortalecimiento del bien común, el amor, igualdad y justicia, movilizados en su conjunto hacia el servicio de lo público.

Desde esta perspectiva, los maestros filósofos del mundo antiguo centran a la educación como un eje central que facilita el cultivo de la excelencia en los individuos. de forma que pueda contribuir al bien común de todos sus miembros. Ante esto, cabe preguntarse ¿es acaso ese sentido de la educación que movilizaba a los maestros griegos, el mismo qué moviliza a los maestros contemporáneos?

La pandemia ha puesto en evidencia las múltiples grietas de nuestros sistemas educativos reflejando cuales son las prioridades de nuestros gobiernos y sus respectivas políticas educativas, con ello pareciese ser que han sido muy pocos los sistemas educativos que han podido sostener realmente métodos de enseñanza centrados en fomentar y satisfacer diversas necesidades humanas como la emocional, la reflexión y el pensamiento crítico en medio de la crisis por sobre una mera instrucción a distancia disfrazada como “recurso de aprendizaje” plasmada en guías, fichas online, video llamadas, o docentes que han mutado a una especie de youtuber.

Para el caso latinoamericano, especialmente el de Chile, la crisis ha evidenciado con mayor amplitud los niveles de desigualdad y es que las decisiones políticas han ido orientadas hacia la preservación del modelo económico, que ya venía de una crisis social profunda arrastrada desde octubre del 2019 a causa del estallido social vivida en el país sudamericano. Esta problemática se refleja en que las medidas de protección y asilamiento han ido dirigidas para todos, sin embargo, no han otorgado tranquilidad económica para un sector importante de la ciudadanía, afectada por las alzas de desempleo y un Estado que no ha sido capaz de regular y frenar el aumento de precios en los insumos básicos para vivir. Desde este horizonte, el despliegue de la acción curricular del Ministerio de Educación es homogéneo a las medidas del Estado, ya que el plan educativo ha reflejado que solo favorece a un sector de la población, que puede acceder a un tipo de educación promovida en Chile, basada principalmente en la transmisión de conocimientos y los resultados medibles en pruebas estandarizadas, lo que ha reflejado las altas brechas de desigualdad social y las barreras de aprendizaje en los estudiantes chilenos.

Es que, en Chile, la forma de administrar la educación se despliega desde tres aristas, las escuelas públicas, las subvencionadas (o ahora llamadas corporaciones educacionales) y las privadas. La primera ha ido en decadencia hace ya 40 años, y es que, desde la privatización de la educación, el Ministerio ha perdido el sentido de formular una política educativa que regule la privatización y vaya en beneficio de la mayoría. Esto ha dado espacio para fortalecer el mercado de bienes y servicios a través de la privatización de la educación pública, relegando el derecho social de la educación a un plano consumidor, competitivo y altamente segregador. En este sentido el cultivo del valor mercado, se evidencia en los establecimientos que compiten entre sí por el dinero que reciben por cada estudiante y por quién puede ofrecer una mejor oferta de enseñanza para las familias, la cuales según el nivel económico podrán pagar ese tipo de educación considerada como de calidad, la cual se mide principalmente por evaluaciones estandarizadas centras en resultados por sobre procedimientos de enseñanza-aprendizaje. Esto ha generado un aumento considerable en las brechas de desigualdad social, siendo para el caso chileno entre las más altas a nivel OCDE.

Por otra parte, la respuesta que ha dado Argentina en materias educativas ante la crisis sanitaria ha sido similar a la del caso chileno, donde solamente han prevalecido con un rol activo las escuelas privadas con el envío de material y fichas de trabajo, las cuales los estudiantes descargan en sus respectivos monitores y teléfonos celulares. Sin embargo, al igual que en Chile, no todos los estudiantes argentinos tienen el poder adquisitivo para poseer alguna plataforma digital que permita el despliegue de las actividades escolares, lo cual evidencia las brechas de desigualdad y atención que se le da a los más desfavorecidos. Ante esto y en declaraciones del mismo presidente de Argentina, señala que “las clases pueden esperar. Si algo que no me urge es el inicio de clases”. Será que, ¿no es acaso la educación lo que no debe esperar? Esto simplemente evidencia que, en la región latinoamericana, la brecha educativa continúa y se profundiza con mayor amplitud, consolidando el sentido de bien común solamente para una determinada minoría y donde las políticas educativas “pueden esperar”.

Para ello es clave preguntarse ¿qué rol juegan los y las maestras ante esta crisis? Es que, pareciese ser que este relega al plano de alinearse con la búsqueda de normalidad de las escuelas que han podido sostener con mayor facilidad el hábito y lineamiento de transmitir conocimientos a través de fichas y/o videos explicativos que respondan a la altura de los estándares económicos de una cultura dominante, por sobre cuestionar y generar un análisis crítico del entorno que favorezca el cultivo de las virtudes humanas para el bien común de la mayoría. Sin embargo, aquellas escuelas que no han podido sumarse a esta dinámica quedan relegadas, olvidadas a la espera de que las políticas educativas tomen un giro que favorezca la disminución de la desigualdad.

Este fenómeno no es nuevo, más bien la pandemia visibiliza con mayor luminosidad un problema que viene desde hace décadas, y es que las lógicas de mercado han prevalecido en la educación en torno a los intereses de una minoría que privatiza y se enriquece ejerciendo un control sobre el bien común de una mayoría. En este escenario, el rol de los maestros se ve desplegado para contribuir en la reproducción de estas políticas, presionados constantemente por los privados y para fortalecer la libre competencia en el mercado educacional, donde el Ministerio ejerce un rol regulador por medio de los resultados medibles en pruebas estandarizadas.

¿Puede ser entonces que el sentido de la educación de los maestros griegos tenga una similitud al de maestros los contemporáneos? Sin duda la respuesta a esta pregunta se evidencia en los intereses que movilizan a desplegar un cierto tipo de educación, que desde la normativa apuntan a brindar una educación de calidad, pero que en la operatividad carece de profundización transformándose en declaraciones laxas, puesto que las políticas de mercado prevalecen por sobre el cultivo de virtudes en todos los estudiantes, más bien se centran el cultivo de la competencia y la segregación.

En medio de esta crisis, pareciese ser que se evidencia un momento oportuno en el cual los docentes puedan recuperar el rol pertinente en nuestras sociedades contemporáneas. Y es que, el situar diálogos reflexivos y críticos constantemente, en torno a sobre para qué estamos realizando los procesos de enseñanza-aprendizaje elevará el espíritu crítico y transformador de nuestra profesión, donde se puede escoger una línea que favorezca el fortalecimiento de las lógicas de mercado y el bien común de una minoría o más bien con un sentido filosófico centrado en elevar las virtudes de los estudiantes para el bien común de la mayoría.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/06/08/para-que-educa-el-maestro-contemporaneo/

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El estudiantado: ¿protocolo de una agonía?

Por: Ilán Semo 

Una vez más, Giorgio Agamben ha despertado el asombro, el encono y, hasta cierto punto, un sentimiento de extrañeza en la opinión pública del viejo continente. Se trata de un texto publicado en el sitio del Instituto Italiano per gli Studi Filosofici el pasado 23 de mayo bajo el título: Requiém por los estudiantes. Con las medidas de confinamiento impuestas para impedir la diseminación del Covid-19, las universidades de todo el mundo –y no sólo ellas, también los sistemas escolares básicos– optaron por trasladar el conjunto de sus actividades –clases, seminarios, exámenes, congresos, conferencias– a las plataformas privadas en línea. En su mayor parte, las que vuelven disponibles los grandes conglomerados estadunidenses de las industrias de la hightech y los bigdata (Google, Facebook, Hotmail, Gmail, Whatsapp, etcétera).

Al principio se trataba de una respuesta imaginativa y llena de voluntad para no dejarse abatir por las condiciones del aislamiento impuestas por la epidemia. Las universidades se revelaron como una de las fuerzas que, en el momento más álgido del confinamiento, decidieron optar por otro camino para mantener en vida la reflexión colectiva, incluso sobre la sociedad que deberá emerger de la situación actual de crisis.

Pero lo que apareció como una solución de emergencia –sustituir la universidad presencial por un cúmulo de actividades educativas y administrativas virtuales suplementarias (en su mayor parte inconexas y rudimentarias por la prisa impuesta por el momento)– ha devenido gradualmente un esquema que muchas universidades en el mundo, como Harvard, por ejemplo, han empezado a adoptar como un formato que llegó para quedarse. Asistimos probablemente a una mutación de consecuencias aún impredecibles en el ámbito de la educación superior, y que habrá de transformar a la Universidad de una vez y para siempre. Esta es la primera tesis del texto de Agamben, a la cual respaldan muchos de los debates actuales que se desarrollan, no por casualidad, en la intimidad de las cerradas cúpulas administrativas y tecnocráticas que dirigen los centros de estudio o los ministerios de educación nacional. Algunas universidades han anunciado que permanecereran en el modo virtual hasta 2022, ya sin importar las constricciones que imponga o no el Covid-19.

Lo que hoy ya podría empezar a llamarse la agonía de la universidad presencial marca el fin gradual de la universidad tal y como la conocimos, tal y como aparece en una larguísima historia que se remonta al siglo X.

¿Cuál fue la función que cumplió la universidad en esa longeva historia? Antes que nada fue una institución que congregó bajo un solo techo la formación de estudiantes, propició las con-diciones elementales para el desarrollo de la investigación y los nuevos saberes –seminarios, bibliotecas, laboratorios, etcétera– y, sobre todo, emergió como un poder propio capaz de proteger la capacidad crítica y reflexiva de una sociedad sobre sí misma. Fue en el seno de las universidades teológicas de París y Amsterdam en los siglos XVI y XVII donde surgió el cartesianismo como una de las críticas más formidables a la concepción teológica del mundo. Las universidades ilustradas de los siglos XVIII y XIX harían posible la proliferación de teorías y críticas a las desigualdades sociales y la arbitrariedad del poder político características del mundo moderno. Y la universidad de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI se convirtió en el centro por excelencia de visiones críticas de las experiencias totaltarias, el capitalismo, la desigualdad de géneros, el racismo y ahora la amenaza del higienismo.

La condición esencial de esta autonomía relativa de la universidad con respecto a los poderes fácticos –fundamento de lo que llamamos la autoreflexividad de las sociedades occidentales– fue la transformación del estudiantado en una forma de vida. Un extenso grupo de jóvenes dedicando una parte de la primera parte de su vida no sólo a estudiar y formarse, sino a convertir a su propia comunidad en la franja central de la re-flexividad, la rebeldía y la crítica que requiere toda sociedad para atenuar sus peores males. A la universidad se acudía también a formar grupos intelectuales y políticos, a promover innovadoras vanguardias artísticas y filósoficas, a tratar de vincular lo aprendido con una praxis inmediata o a emprender iniciativas de investigación científica impensables en las normas de cada época. De ello resultaba frecuentemente que esa comunidad se enfrentara a los requerimientos del mercado y el Estado para domesticar las mentes de una sociedad.

Con la universidad virtual nada de esto sucederá. No habrá más estudiantado como forma de vida. Dejará de existir esa comunidad crítica que en muchos momentos atenuó los lados más lúgubres de la vida moderna. Los estudiantes se convertirán en átomos aislados a merced de la tecnocracia educativa, absortos en sus pantallas individuales sin capacidad alguna para constituirse en un poder propio: el poder de la reflexión que da una colectividad basada en las relaciones que permiten su propia sobrevivencia como comunidad. La universidad virtual no será una voz en el horizonte de la sociedad, sino una institución sin alma, desalmada, dedicada a producir el nuevo proletariado que ya caminaba en los últimos años por sus pasillos. En ella se educarán técnicos y fuerza dócil de trabajo, ya no pensadores.

Sólo las universidades que se alejen de la tentación de la virtualización total, lograrán preservar la encomienda que dio vida (y seguirá dando) al espíritu de la universidad.

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2020/05/30/opinion/020a2pol

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Una tarea ineludible: Proteger la libertad de expresión

Por: Miguel Guerrero  

El fallo del Tribunal Constitucional declarando la inconstitucionalidad de varios artículos de la Ley 6132 de noviembre de 1963 sobre Expresión y Difusión del Pensamiento, hace oportuna la discusión del tema de la responsabilidad de la prensa. El Tribunal eliminó el sistema que extiende sobre terceros las acciones de otro, lo cual, a mi juicio, no sólo tiene un efecto trascendente en el ejercicio periodístico, sino también en todo el ámbito de la práctica democrática y el respeto a los derechos ciudadanos.

¿Por qué  entonces es tan importante la fijación de los límites de esa responsabilidad, ahora que la decisión del TC libera en cierto modo a los medios de lo que se ha dado en llamar delitos de palabra o de prensa? ¿A quién le corresponde la fijación de esos medios? ¿Es una tarea del Gobierno, de las iglesias o de cualquier otro grupo de la sociedad organizada?

¿Obliga la fijación de esos  límites del accionar periodístico a permanecer al margen de las discusiones públicas, a renunciar a mantener una posición a favor de alguna corriente electoral, ahora que nos encontramos en un proceso considerado esencial para el futuro de las instituciones democráticas y la práctica partidista?¿Por qué es tan importante la fijación de esos límites?

A los medios no les ha parecido trascendente asumir esa tarea. La razón descansa en la presunción de que fijarse límites implica una renuncia a actuar con libertad y fijar posiciones independientes, rehuir de su condición de vigilia del respeto a las leyes y la Constitución y abandonar su responsabilidad de servir de garante del respeto al orden jurídico.

Nada más incierto. La fijación de esos límites fortalecerá el clima en que se desenvuelve la prensa y hará más difícil los esfuerzos por acallarla o someterla a la reproducción de verdades oficiales.

La fijación de límites para proteger la libertad de expresión

En muchos países, la ausencia o inobservancia de los límites que impone un ejercicio responsable de la libertad, hace que los ciudadanos se muestren dispuestos a renunciar a derechos con tal de preservar niveles aceptables de seguridad. En otra dimensión es lo que ocurrió en Estados Unidos, tras los atentados del 11 de septiembre y lo que luego se vio en Europa ante los efectos de inmigraciones masivas que han pulverizado valores tradicionales de esas sociedades y los logros políticos de la Unión, como la libre circulación, y la desaparición virtual de las fronteras. En Estados Unidos y Europa los ciudadanos han aceptado la pérdida de algunos derechos a cambio de una mayor seguridad y la preservación de tradiciones y valores.

La no fijación de esos límites por la propia prensa en nuestro país hará, como en efecto podría estar ocurriendo, que muchos ciudadanos terminen aceptando algunas restricciones a causa de lo que se lee en algunos medios digitales y en las redes y lo que ven y escuchan a diario en muchos programas de televisión y radio. La no fijación de esos límites ha creado paradigmas que atentan contra el buen y sano ejercicio del periodismo.

Muchos de ustedes pensarán que estoy proponiendo límites a la libertad o métodos virtuales de censura o autocensura. Todo lo contrario. Lo que trato de decir es que la no fijación de esos límites, cuya responsabilidad compete exclusivamente a la prensa, acabará por debilitarla y hacerla extremadamente vulnerable a la vocación autoritaria del poder político y los prejuicios de los llamados poderes fácticos.

¿Cómo abordar esa tarea? ¿Qué debe hacerse para establecer las débiles fronteras resultantes de ese esfuerzo sin que ello implique una restricción de la práctica del periodismo, sin desproteger, además, el marco del ejercicio de las demás libertades públicas? Mientras más se eluda el tema más difícil será la tarea. 

Otra amenaza: la concentración de medios

El problema que  hace difícil la fijación por la prensa nacional de los límites de su responsabilidad se debe en parte a la incomprensión de la importancia que ella tiene en la preservación del clima de libertad en que ha existido en las últimas décadas en el país. Radica en el éxito de las prácticas que hacen paradójicamente necesarias la responsabilidad de fijar esos límites.

A partir de algún momento, lo que se considera un buen ejercicio de periodismo comprometido con una “verdad” inexistente, ha radicado en desechar el buen uso de las palabras y hacer del ruido un modelo de ejercicio. Es lo que vemos en muchos exitosos programas de radio y televisión. Y como la altisonancia cala bien en muchas audiencias, con el tiempo esa modalidad del periodismo se ha hecho muy popular alcanzando los ratings más altos del espectro radial y televisivo. Ese nuevo modelo, al que han contribuido las redes, acabará por distorsionar el justo y correcto rol de una prensa responsable en todas olas facetas de la vida nacional, en los procesos electorales y, por ende, en la estabilidad social y el fortalecimiento de las instituciones democráticas, incluyendo la propia prensa.

Para terminar, permítaseme aclarar, que tanto como la irresponsabilidad de eludir la fijación de los límites de su propio ejercicio, existe otra gran amenaza para el futuro de la prensa y es la concentración de medios, que en los últimos años hemos visto crecer dentro de un proceso aparentemente carente de límites y que podría terminar en un peligroso monopolio de control de la información, tan peligroso en el gobierno como en manos privadas.

El monopolio de la información, provenga de donde provenga, hará añicos el papel de los medios en los procesos electorales.

Fuente: https://acento.com.do/2020/opinion/8822625-una-tarea-ineludible-proteger-la-libertad-de-expresion/

Imagen: https://pixabay.com/

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China impulsará la economía mundial

Por: Hedelberto López Blanch

 

Las autoridades estadounidenses y en especial su presidente Donald Trump, están nerviosos porque observan como la economía de su país pierde fuerzas mientras la de China, aunque con algunos tropiezos, marcha hacia delante.

Estados Unidos es el país más afectado del mundo por el coronavirus, con más de dos millones de contagiados y alrededor de 110 000 fallecidos, lo que unido a la pérdida de 40 millones de empleos y el incremento de personas que no tienen como pagar la alimentación diaria y los alquileres esta provocando una fuerte crisis económico-social.

El Bank of America informó que la economía norteamericana «ha caído en una recesión», prevé que «colapse en el segundo trimestre de 2020» y que cierre el año con menos 5,9 % de su Producto Interno Bruto (PIB).

La guerra comercial que el magnate presidente ha desatado contra varios países y en especial contra China no le han dado los resultados esperados en cuanto a la recuperación de industrias y la reducción de los desequilibrios comerciales, sino por el contrario, ha agravado los problemas existentes.

A la par que el coronavirus se propaga por toda la nación sin que se haya podido detener, Trump realiza confusas y anticientíficas declaraciones dirigidas a tratar de apoyar la economía sin importarle la vida de la población, y ha puesto su mirada en tratar de reelegirse en los comicios de noviembre.

Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, admitió recientemente que la economía de Estados Unidos sufrirá una caída entre el 20 y el 30 % en el segundo trimestre de 2020, a lo que se unen ahora los grandes disturbios en más de 35 ciudades del país debido al asesinato hace unos días en Minnesota del afroestadounidense, George Floyd a manos de un policía blanco.

Mientras esto sucede en Estados Unidos, el gigante asiático marcha con buen paso hacia el fortalecimiento de su economía que según los datos había bajado en el primer trimestre y el FMI auguraba que cerraría el año con solo 1,2 % de crecimiento.

Pero China, por donde se inició el virus y esta posicionada actualmente como la locomotora de la economía del orbe, después de alcanzar el pico de contagio, ha pasado a la fase de recuperación, cerca del 95 % de las grandes compañías y el 60 % de las pequeñas y medianas empresas han comenzado a funcionar.

Un informe publicado en conjunto por las compañías Oliver Wyman China y Silk Road Associates, señala que China es una de las pocas grandes economías que se espera puedan crecer y contribuir sustancialmente al crecimiento del PIB mundial durante el 2020 y 2021

Asegura que incluso con los desafíos de fabricación, y otros potencialmente más largos y generalizados que puedan existir en algunos de los sectores de servicios, todavía aprecian que el crecimiento que hay en todo el país es una fuente clave para el aumento global.

Ya en el gigante asiático, los especialistas observan que ha habido un rebote relativamente rápido en la fabricación pues muchas empresas siguen trabajando con intensidad para cumplir con la acumulación de órdenes que existían antes de detectarse la covid-19.

Asimismo, las importaciones de diversos suministros, esencialmente de materias primas utilizadas en las producciones, continuaron llegando a la nación a lo largo del período, lo que permitió un acelerado empuje en la recuperación de las capacidades fabriles.

Resulta importante explicar que debido a la proliferación hasta ahora indetenible del coronavirus por el planeta, persiste el riesgo de una amplia recesión mundial que constriña la demanda, lo que a la par llevaría a una recuperación más lenta de la economía china.

Sin embargo, los analistas puntualizan que la dependencia actual de China de las exportaciones se reduce mucho en relación con la crisis financiera que sacudió al orbe en 2008, pues desde ese año, el aporte de las exportaciones al PIB ha disminuido significativamente.

El gigante asiático se prepara para esa posible contingencia y en ese sentido, el presidente Xi Jinping llamó recientemente a poner énfasis en el desarrollo del mercado interno, y no en las exportaciones, lo cual refleja que dirigirá sus pasos a enfrentar parte de las dificultades.

Jinping analizó con varios asesores económicos que China iniciaría un nuevo plan de desarrollo en el que el mercado interno jugará el rol primordial y significó que en el futuro deben tratar la demanda interna como el punto de partida y de apoyo, a medida que aceleran la construcción de un sistema completo de consumo interno y se incrementan las innovaciones en ciencia, tecnología y otras áreas.

En resumen, las incoherentes decisiones político-económico-sociales aplicadas por el magnate Donald Trump, en contraposición a las coherentes medidas tomadas por el gigante asiático, indican que más temprano que tarde, Beijing podría convertirse en la primera potencia económica del orbe.

Fuente: https://www.aporrea.org/internacionales/a291352.html

Imagen: https://pixabay.com/

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Pandemia y capitalismo renovado

Por: Marcelo Colussi

 

Estamos viviendo una pandemia que, según informan los entendidos, se podrá prolongar aún un par de meses. O incluso, según anuncian voces que se dicen autorizadas, no se extinguirá hasta que aparezca la ansiada vacuna. La diseminación del virus sigue en ascenso en ciertas regiones del planeta, así como las muertes que produce, mientras en otras ya parece haber pasado lo peor. Pero el pánico se mantiene. El miedo se apoderó de toda la humanidad, y las coercitivas medidas de contención sanitaria ya se tornaron normales, aceptadas: cuarentenas con confinamientos, toques de queda, distanciamiento de unos con otros, ley marcial. «Quédese en casa» pasó a ser la norma. Todo eso marca el paisaje mundial actual.

Es importante puntualizar esto porque, junto a esta nueva «plaga bíblica» que parece haber caído sobre la humanidad (según la catarata interminable de los medios masivos de comunicación que han logrado expandir este pánico universal), las contradicciones de base no se alteraron ni un milímetro. Asistimos, definitivamente, a una crisis sistémica monumental (financiera y del aparato productivo) más profunda aún que la del 2008, similar o peor que la de la Gran Depresión de 1930, que sectores interesados han querido atribuir a la aparición de la pandemia (lo cual no es cierto), pero que en realidad muestra las insalvables falencias de un sistema injusto, despiadado, que produce más de lo necesario, y que por sus mismos límites intrínsecos no puede satisfacer necesidades básicas de la población mundial.

El sistema capitalista está haciendo agua; la crisis bursátil empezó en diciembre del año pasado, estallando monumentalmente en los primeros meses del 2020. Los movimientos financieros, que dieron lugar a fortunas fabulosas en detrimento de la producción, estallaron, y aunque ello no se publicitó mucho -al contrario: se trató de ocultar- el sistema global entró en una crisis fenomenal. La crisis sanitaria (real, pero definitivamente amplificada en grado sumo) encontró en la crisis económica una justificación perfecta. Al final de la pandemia se tendrán unas 800,000 víctimas mortales quizá, 100 o 150 mil muertes más que con la gripe estacional. Como dice Erick Toussaint: «Aunque haya una relación innegable entre los dos fenómenos (la crisis bursátil y la pandemia del coronavirus), eso no significa que no es necesario denunciar las explicaciones simplistas y manipuladoras que declaran que la causa es el coronavirus. (…) No solo la crisis financiera estaba latente desde hacía varios años y la prosecución del aumento de precio de los activos financieros constituían un indicador muy claro, sino que, además, una crisis del sector de la producción había comenzado mucho antes de la difusión del COVID, en diciembre de 2019. Antes del cierre de fábricas en China, en enero de 2020 y antes de la crisis bursátil de fines de febrero de 2020. Vimos durante el año 2019 el comienzo de una crisis de superproducción de mercaderías, sobre todo en el sector del automóvil con una caída masiva de ventas de automóviles en China, India, Alemania, Reino Unido y muchos otros países».

Hay crisis sanitaria, pero mucho más, hay una sistemática, histórica y estructural injusticia en el sistema, que la actual pandemia de COVID-19 permite apreciar en toda su dimensión. «El hambre continúa expandiéndose año a año, cada día mueren 24,000 personas de hambre y por causas relacionadas con la desnutrición son 100,000, lo que da un total de 35 millones de muertes al año», expresó Jean Ziegler, consultor de organismos internacionales. «Cuando según datos de la FAO (Fondo para la Agricultura y la Alimentación de la ONU) en el mundo se producen alimentos para alimentar a 12,000 millones de personas [actualmente somos casi 8,000 millones] (…), cada niño que muere de hambre es un asesinato». El COVID-19, con una letalidad de alrededor del 4% (o menos, según los últimos estudios), está matando, en promedio, alrededor de 2,000 personas diarias (con una curva epidemiológica que hoy tiende a aplanarse), junto a muertes provocadas por otras afecciones que bien podrían evitarse con los cuidados respectivos (enfermedades cuya curva no se aplana; por favor, no olvidar nunca eso en los análisis: ¡¡curva epidemiológica que hoy no tiende a aplanarse!!): los 3,014 que mata cada día la tuberculosis (y, como van las cosas, seguirá matando), o los 2,430 de la hepatitis B, los 2,216 de la neumonía, los 2,110 del VIH-SIDA o los 2,002 de la malaria, de acuerdo a datos de la Organización Mundial de la Salud. Dolencias que, en muchos casos, son «enfermedades de la pobreza», enfermedades que denotan la falta de atención para las poblaciones. La diferencia de clases, con una clase que lo posee todo (porque explota) y otra que vive en la indigencia (porque es explotada), sigue siendo el núcleo de nuestra organización social. ¿Podría cambiar esa estructura este germen patógeno que ha matado ya más de 350,000 personas al momento de escribir estas líneas, un 95% de los cuales son seres humanos mayores de 65 años? ¿Por qué lo cambiaría? Para el fin de la pandemia habrán muerto quizá 700 u 800 mil personas; en el mismo período de tiempo, por hambre o por causas ligadas al hambre: no menos de 15 millones. ¿Desde cuándo los gobiernos de derecha, conservadores y neoliberales, que inundan hoy el planeta, incluso con posiciones neofascistas, se preocupan tanto, pero tanto y tan insistentemente, de la salud de sus poblaciones? Algo huele raro. ¿Se sacarán ejércitos a las calles para detener el hambre? Obviamente no.

La actual pandemia de coronavirus puede marcar un parteaguas en la historia. No está totalmente claro el análisis del surgimiento del agente etiopatogénico (¿virus natural que pasó al ser humano? -algunos dicen que eso es imposible-, ¿arma bacteriológica?, en tal caso: ¿de quién?, ¿virus natural que mutó?), y mucho menos, no se sabe cómo seguirán luego las cosas, pero todo indica que este evento no es un elemento menor. Sin dudas, por la magnitud que ha cobrado el fenómeno, tendrá repercusiones grandes y duraderas. ¿Fin del neoliberalismo? ¿Final del capitalismo? ¿O nuevo capitalismo reforzado?

Seguramente cambiarán cosas, porque terminada la pandemia habrá más muertos y más pobreza. O, al menos, más pobreza para las clases subalternas, eterna e históricamente olvidadas. Tengamos cuidado con las informaciones que circulan y muestran el caos económico generado. Sin dudas, para la clase trabajadora mundial todo esto es una pésima noticia, y para muchas pequeñas y medianas empresas también. Ahora bien, de las megaempresas que manejaban el mundo hasta antes de la explosión de la crisis sanitaria, no todas saldrán golpeadas. Las petroleras, por ejemplo, probablemente sí (curiosamente la familia Rockefeller, ícono de la riqueza estadounidense, salió del negocio del oro negro en el 2017. ¿Vamos hacia las energías renovables?). Las de alta tecnología, los «Silicon Six», como se conoce a Microsoft, Google, Apple, Facebook, Netflix y Amazon, no. Al contrario: en este momento, con el encierro forzado, el consumo de estos productos se disparó sideralmente. Nunca habían ganado tanto dinero como ahora con la pandemia. Las fortunas más grandes se van acumulando en estos últimos años en las empresas ligadas a la cibernética, la inteligencia artificial, la informática, la robótica (de las que China, pareciera, ha tomado la delantera sobre el resto del mundo. Evidentemente, su imagen de fabricante de «juguetitos de mala calidad» quedó totalmente atrás). Como ejemplo representativo, el cambio que se ha venido dando en la dinámica económica de la principal potencia capitalista, Estados Unidos: para 1979, una de sus grandes empresas icónicas, la General Motors Company, fabricante de ocho marcas de vehículos, tenía un millón de trabajadores -daba trabajo a la mitad de la ciudad de Detroit, de tres millones de habitantes-, con ganancias anuales de 11,000 millones de dólares. Hoy día Microsoft, en Silicon Valley, mientras Detroit languidece como ciudad fantasma con apenas 300 mil pobladores, ocupa 35 mil trabajadores, con ganancias anuales de 14,000 millones de dólares. El capitalismo está cambiando: no se hizo menos explotador, sino que ahora explota de otra manera, con mayor sutileza (el llamado teletrabajo, ¿no es una forma de explotación también?)

«Se ha creado una simbiosis entre algunas de las mayores empresas tecnológicas y el aparato político del capitalismo», expresan Daniele Burgio et alia. Léase: las industrias de las telecomunicaciones, gigantes comerciales por supuesto, en connivencia con los gobiernos para: 1) ganar dinero, y 2) espiar (controlar) a la población. En 1998, el entonces director de la CIA, George Tenet, afirmó que «las nuevas tecnologías darán a Estados Unidos una importante ventaja estratégica. Nuestra Dirección de Ciencia y Tecnología ha elaborado un plan para crear una nueva estructura empresarial con la tarea de obtener acceso a la innovación del sector privado» (léase: participación en las Silicon Six, las empresas más rentables de la actualidad). El capitalismo más desarrollado va presentando nuevas modalidades: las más refinadas tecnologías de la información y la comunicación marcan el rumbo hoy (ahí están las fortunas más grandes), y los servicios de inteligencia de las grandes potencias marchan de la mano con ellas.

Aunque hay cambios en su forma de actuar, en su dinámica visible, el capitalismo estructural persiste: la extracción de plusvalor sigue siendo su savia vital. Y la lucha de clases, naturalmente, también persiste. Warren Buffett, uno de los grandes magnates actuales (estadounidense, financista con 90,000 millones de dólares de patrimonio), lo dijo sin cortapisas: «Por supuesto que hay luchas de clase, pero es mi clase, la clase rica, que está haciendo la guerra, y la estamos ganando».

El capitalismo cambia en su cosmética, pero no en su base. «Para salvar al capitalismo hay que modificarlo», dijo un alto directivo de una corporación multinacional. Es decir, gatopardismo: cambiar algo para que no cambie nada. La enorme clase obrera industrial urbana de las principales potencias está en vías de extinción: la robótica y el traslado de fábricas hacia el Tercer Mundo -donde se prohíben los sindicatos y la mano de obra es infinitamente más barata que en el Norte- la ha adelgazado y quebrado en las metrópolis. Nuevos negocios van apareciendo, ligados a las nuevas tecnologías. Quizá deba incluirse también en los business del futuro (además de los arriba señalados. ¿El petróleo dejará de serlo?) a la gran corporación farmacéutica, la Big Pharma, como se le conoce (o «farmamafia», como elocuentemente se la ha llamado). Según datos dispersos (dada la secretividad con que se mueven), representantes de la GAVI, la Global Alliance for Vaccines and Immunization, y su fundador y principal financista, Bill Gates con su benemérita Fundación, insisten cada vez más en la necesidad de una vacunación universal. Como todo esto de la pandemia está aún muy confuso, nadie puede asegurar categóricamente nada. «Microbios y no misiles», dijo el magnate de Silicon Valley que es el actual problema de la humanidad: ¿no llama la atención que esté tan interesado en estos temas este mecenas? Resulta sugestiva su preocupación por el asunto, por lo que pensar que allí se juegan agendas desconocidas por la opinión pública mundial no parece paranoico.

Esa gigantesca corporación farmacéutica llegó a hablar del «drogado preventivo» en el ámbito de la salud mental; o sea: consumir fármacos antes que aparezcan los síntomas. ¿Quién decide el consumo: los usuarios o los fabricantes? Eso, por supuesto, si a alguien beneficia, es a las grandes corporaciones (la gente no necesita vivir drogada, obviamente. Para eso ya tiene la televisión y las redes sociales). Curiosamente el Manual de Psiquiatría estadounidense pasó, de 106 «enfermedades mentales» en su primera edición de 1952, a 216 en su quinta edición, de 2016. ¿Crecieron tanto los «enfermos mentales» o creció la voracidad de las empresas farmacéuticas?

El capitalismo cambia, se recicla, se amolda. Y solo, no cae. Numerosas son las voces que dicen que este sistema no va más, que tiene que desaparecer, que hay que reemplazarlo. Estamos absolutamente de acuerdo. Pero ¿cómo emergerá luego de la pandemia? ¿Solo porque el neoliberalismo está agotado habrá un cambio de modo de producción? Por otro lado, ¿quién dice que está agotado? La clase trabajadora mundial, y en general los sectores oprimidos de todo el globo están golpeados: los megacapitales no. La pandemia de coronavirus, ¿por qué traería ese cambio? «El capitalismo no caerá si no existen las fuerzas sociales y políticas que lo hagan caer», decía con exactitud el dirigente ruso Vladimir Lenin.

Que vamos hacia una superación de la globalización neoliberal y un fin del capitalismo financiero por efecto de la pandemia como más de alguno ha dicho, no es seguro. Es, en todo caso, una expresión de deseos. ¡Qué bueno si fuera cierto!, pero… ¿por qué sería así? Además -y esto es lo más importante-: ¿a qué nuevo orden social pasaríamos? Los megacapitales que, de momento, manejan el mundo -y que no son chinos, aunque allí se esté dando una acumulación sin par-, si bien están en crisis ahora, no parecen derrotados. El capitalismo sabe recomponerse; ya pasó numerosos golpes, y ha ido saliendo airosos de todos: dos guerras mundiales, Gran Depresión de 1930, otras crisis económicas, revoluciones socialistas en varios lugares, numerosas pandemias (claro que se daban en lugares «periféricos», no tocaban la casa de los amos: Estados Unidos y Europa), catástrofes naturales, movimientos guerrilleros de izquierda… El ganador de la Guerra Fría no fue el bloque socialista, no olvidarlo.

Los cambios histórico-políticos se logran solamente a base de luchas («La violencia es la partera de la historia», decía Marx), no en mesas de negociaciones. Hoy, más allá del miedo monumental que se ha inoculado en las poblaciones con el interminable bombardeo mediático sobre el virus, no se ve una organización de masas lista para dar el asalto revolucionario. Las izquierdas permanecen un tanto (o bastante) descolocadas, sin proyecto alternativo, y la post-pandemia no augura necesariamente un aumento del fervor popular transformador. ¿Se expropiaron los megacapitales y los manejan ahora las capas populares? Por supuesto que no. Si hoy hay crisis, no es solo por la pandemia; es una crisis sistémica, potenciada por la pandemia. El capitalismo en su conjunto no parece a punto de caer. Probablemente caiga, o se reduzca un poco su hegemonía, el país central: Estados Unidos. La Nueva Ruta de la Seda impulsada por China, y secundada por Rusia, no es la revolución socialista. Ese no es el referente para los explotados del mundo. Las ollas populares, comedores solidarios y redes locales de apoyo que surgieron ahora, muestran que la gente sigue teniendo valores comunitarios, de auto-ayuda. Ese no es el cambio social hacia un mundo de equidad y justica para todos, pero puede ser un interesante fermento a futuro.

 

Fuente: https://www.aporrea.org/internacionales/a291314.html

Imagen: https://pixabay.com/

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Coronavirus: ¿Volver a la normalidad?

Por: Atilio Borón

La cruel pandemia que azota a la humanidad ha despertado reacciones de todo tipo. Unos pocos la ven como la cruel pero fecunda epifanía de un mundo mejor y más venturoso que brotará como remate inexorable de la generalizada destrucción desatada por el coronavirus. Si Edouard Bernstein creía que el solo despliegue de las contradicciones económicas ineluctablemente remataría en el capitalismo, sus actuales (e inconscientes) herederos apuestan a que el virus obrará el milagro de abolir el sistema social vigente y reemplazarlo por otro mejor El trasfondo religioso o mesiánico de esta creencia salta a la vista y nos exime de mayores análisis. Otros la perciben como una catástrofe que clausura un período histórico y coloca a la humanidad ante un inexorable dilema cuyo resultado es incierto. Quienes abrevan en este argumento están lejos de ser un conjunto homogéneo pues difieren en dos temas centrales: la causalidad, o la génesis de la pandemia, y el mundo que se perfila a su salida. En relación a lo primero hay quienes adjudican la responsabilidad de su aparición a una entelequia: «el hombre», como los ecologistas ingenuos que dicen que aquél -entendido en un sentido genérico, como ser humano- es quien con su actividad destruye la naturaleza y entonces la covid-19 habría también sido causado por «el hombre.» Pero la verdad es que no es éste sino un sistema, el capitalismo, quien destruye naturaleza y sociedades como lo demuestra el pensamiento marxista e, inclusive, aquellos que sin adherir a él son analistas rigurosos de la realidad, como Karl Polanyi. Sistema que con sus políticas privatizadoras y de «austeridad» (para los pobres, más no para los ricos) hizo posible la gran expansión de la pandemia.

Pruebas al canto: la covid-19 desnudó la responsabilidad de las clases dominantes del capitalismo y sus gobiernos, comenzando por el de Estados Unidos y sus «vasallos» en el resto del mundo. Cuando se compara el número de muertes ocurridas en los países con gobiernos capitalistas con los que se registran en estados socialistas, como China, Vietnam, Cuba, Venezuela, los resultados son espeluznantes. En China los muertos por millón de habitantes son 3; en Vietnam hasta el 18 de mayo no había muerto nadie a causa del virus, y eso que tiene una población de 96 millones de personas; Cuba, con poco más de 11 millones tiene una tasa de muertos por millón igual a 7 y en la República Bolivariana de Venezuela esta ratio es de 0,4. En Argentina, con un gobierno acosado por el sicariato mediático y la gran burguesía el número es 9, pero se triplica cuando se observa al «oasis neoliberal» de Sebastián Piñera, con una ratio de 27 muertos por millón de habitantes. México, cuyo gobierno al principio cometió el error de subestimar al coronavirus está con 44 decesos por millón, por encima del promedio mundial que es 41,8. Pero luego viene el escándalo: Ecuador, donde manda el más rastrero lamebotas de Donald Trump, se lleva todas las fúnebres palmas de Nuestra América con 161 muertos por millón de habitantes, 54 veces más que China y 23 más que en Cuba. Suiza, la elegante guarida fiscal europea, registra una obscena ratio de 219 muertos por millón y Estados Unidos 283 por millón, o sea, 95 veces más que China y unas 40 veces mayor que la agredida y bloqueada Cuba. No les va mejor a la rica Bélgica, campeona mundial con un escandaloso récord de 790 muertos por millón de habitantes y a quienes le siguen en el podio: España con 594, Italia con 532 y el Reino Unido con 521.

Conclusión: los gobiernos que apostaron a la «magia de los mercados» para atender los problemas de salud de su población exhiben índices de mortalidad por millón de habitantes inmensamente superiores a los de los estados socialistas que conciben a la salud como un inalienable derecho humano. Esto se comprueba aún en países como Cuba y Venezuela pese a padecer múltiples sanciones económicas y los rigores del criminal bloqueo impuesto por Washington. En las antípodas se encuentra Brasil que con sus 18.130 muertos ocupa el sexto lugar en la luctuosa estadística de víctimas del coronavirus y con sus 85 muertos por millón de habitantes registra una incidencia 12 veces mayor que Cuba y 28 mayor que China. A su vez Chile, paradigma neoliberal por excelencia, tiene una tasa 9 veces mayor que la de China y casi cuatro veces superior a la de la acosada isla caribeña. Párrafo aparte merece el Uruguay, que gracias a los quince años de activismo estatal de los gobiernos frenteamplistas, en los cuales la inversión en salud pública fue prioritaria, registra una tasa de 6 muertos por millón de habitantes. Es de esperar que su actual presidente, Luis Lacalle Pou, confeso admirador de Jair Bolsonaro Sebastián Piñera, tome nota de esta lección y se abstenga de aplicar sus letales fantasías neoliberales al sistema de salud público del Uruguay.

Esta disímil respuesta ofrecida por los estados capitalistas y socialistas (más allá de algunas necesarias precisiones sobre esta caracterización, que deberían ser objeto de otro trabajo) es suficiente para fundamentar la necesidad de que el nuevo mundo que se asomará una vez concluida la pesadilla del Covid-19 se caracterice por la presencia de rasgos definitivamente no-capitalistas. Es decir, un ordenamiento socioeconómico y político que revierta el desvarío dominante durante cuatro décadas cuando al impulso de la traicionera melodía neoliberal casi todos los gobiernos del mundo se apresuraron a seguir las directivas emanadas de la Casa Blanca y privatizar y mercantilizar todo lo que fuera privatizable o mercantilizable, aún a costa de violar derechos humanos, la dignidad de las personas y los derechos de la Madre Tierra. Un mundo que, siguiendo algunos razonamientos de Salvador Allende, podría ser caracterizado como «protosocialista»; es decir, como una imprescindible fase previa para viabilizar la transición hacia el socialismo. Este período es requerido para robustecer al estado democrático; introducir rígidas limitaciones al «killing instinct» de los mercados y su descontrolada actividad, especialmente de su fracción financiera; la nacionalización y/o estatización de las riquezas básicas de nuestros países; la estatización del comercio exterior y los servicios públicos; la desmercantilización de la salud y los medicamentos; y una agresiva política de redistribución de la riqueza que supone una profunda reforma tributaria y una muy activa política social de eliminación del flagelo de la pobreza. Habida cuenta del tendal de víctimas que ha dejado la covid-19 (que está lejos de haber llegado a su pico) sería una monumental insensatez intentar «volver a la normalidad». Sólo espíritus pervertidos por un insaciable afán de lucro pueden pretender reincidir en sus crímenes y volver a sacrificar a millones de personas y a la propia naturaleza en el altar de la ganancia, considerando a tales crímenes como una «normalidad» que no puede ni debe ser puesta en cuestión.

¿Cómo pensar que un holocausto social y ecológico como el que produjo el capitalismo, potenciado hiperbólicamente por la pandemia, pueda ahora ser concebido como algo «normal», como una situación beneficiosa a la cual deberíamos retornar sin mayor demora? Una «normalidad» como esa debe ser definitivamente desterrada como opción civilizatoria. Solo podría ser impuesta por una recomposición neofascista del capitalismo, poco probable ante el desprestigio y la deslegitimación que éste ha sufrido en tiempos recientes y la acumulación de fuerzas sociales alineadas en contra de los verdugos del pasado. Claro que la historia no está cerrada pero estoy seguro, volviendo a las palabras de Salvador Allende, que luego de la pandemia «se abrirán las grandes alamedas para que pasen hombres y mujeres para construir una sociedad mejor.»

fuente e imagen: https://www.pagina12.com.ar/267605-coronavirus-volver-a-la-normalidad

 

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Isabel, Isabel, qué desdicha haber nacido en Guatemala.

Por: Ilka Oliva Corado

 

Que la poeta guatemalteca Isabel de los Ángeles Ruano vive en la miseria y necesita ayuda, ¡bah!, ya se sabía desde hace décadas. Pero en Guatemala nos encantan las llamaradas de tusa. Nos encanta también aparentar, vivimos de las apariencias y del qué dirán y regimos nuestras vidas alrededor de lo que puedan decir los demás de nosotros. Entonces por eso vamos con la corriente, de ahí que se formen las grandes revoluciones de redes sociales: bocanadas nada más.

Por eso es que hoy el nombre de la poeta más grande que ha tenido Guatemala resuena en las redes sociales, no porque nos importe ni como poeta ni como adulto mayor, mucho menos sus circunstancias de vida. Porque la gran Isabel lleva décadas caminando ida, como idos caminan los que se suben a los buses al pedalazo a ofrecer sus productos, productos que nadie quiere comprar, personas a las que no quieren escuchar, porque en la modorra del cansancio, del desvelo o de la madrugada también está la angustia del día a día propia del obrero sin pisto. Como idos caminan los que tienen hambre y llevan días sin comer. Como idos se atreven a soñar los vendedores de chicles con poner una abarrotería y no tener que andar llevando agua, sol y frío para vender diez quetzales en un día. Como idas van las mujeres junto a sus hijas y hermanas a vender atoles a las plazas anhelando un día con tener un comedor. Pero, bah, a quién le importa lo que pueda soñar una mujer de tercera edad que se suba a un autobús a vender lapiceros y un folleto con poemas de su autoría.

¿Qué de hermoso puede escribir un patojo de canillas cenizas y charraludo que ofrece sus dibujos en papel bond en un autobús, en docenas de autobuses durante el día? ¿El payaso que cuenta sus chistes y ríe por no llorar porque en casa lo esperan sus hijos, con hambre? El mismo payaso que implora que lo dejen subir al bus, solo un momento para ver si puede ganarse por lo menos lo de la cena de sus hijos, que ya mañana será otro día, otra ruta, otros buses, otras humilladas, otra desgalillada.

Hoy ¿duele? Isabel de los Ángeles Ruano, solo hoy, solo unas horas mientras dura la llamarada en las redes sociales, mañana será otra la goma, otro el lomo donde se suban los que se cuelgan de todo, porque solos no pueden sostenerse en pie. Y los comentarios van y vienen con las conjeturas de que si es enferma mental, que si por eso es así. Ese ser así de humana, de pueblo, de mujer de a pie, de lomo curtido, de tobillos inflamados de tanto caminar. De mujer obrera, con hambre, sin dinero más que para el bocado de comida de vez en cuando. De necesidades como todos. Todo se reduce a que si es enferma mental, la gran poeta, la poeta más grande que ha parido Guatemala, porque no hubo, no hay ni habrá nadie más grande que Isabel. Pero pues, hablar de una poeta que camina calle tras calle, sin ínfulas, sin buscar codeos ni aplausos, ni exigir reconocimientos, que camina vendiendo sus lapiceros y sus libros con sus poemas, una obrera, una vendedora ambulante. Como el vendedor de calcetines, como los que venden dulces, como los que venden tijeras y ofertas de lápiz labial y desodorantes.

Una vendedora ambulante como los señores que cargan a mecapal sus escobas y los trapeadores que van ofreciendo de casa en casa, que tocan puertas que no se abren ni para ofrecerles un vaso de agua mucho menos para darles un plato de comida y no digamos comprarles una, una simple escoba y no porque la necesiten, pero para ayudar. Ayudar a la pobre economía de ese vendedor, a que descanse su espalda por el peso. Pero la solidaridad de muchos solo existe en las bocanadas de las redes sociales, donde galantean con las fotos y los aplausos de los que igual que ellos van y vienen con la corriente. La solidaridad del pueblo, ésa está bajando la ladera.

Hay mucho que decir, por la situación de vida de la poeta más grande del país, por el Estado ausente en todos los sentidos, por la sociedad inhumana que somos. Porque Isabel de los Ángeles Ruano refleja la situación de miles de adultos mayores en Guatemala que se tienen que ver obligados a exponerse de tal manera para lograr un bocado de comida. Ella es poeta, pero hay campesinos, obreros, jornaleros, aquellos que se pudren cortando caña, olvidados, los que sucumben en las fincas de café, los que se muelen la espalda cortando hortalizas, sembrando frutas para los finqueros adinerados. Los que se ampollan las manos ordeñando vacas para que otros se atraganten y se emboten el bucul de tanto, de la gula, del desperdicio.

Porque la poeta con sus pasos cansados lleva el caminar de las familias a donde no llega el agua, allá en el oriente de niños desnutridos, de abuelos muriendo de hambre. De milpas enteleridas que no llegan ni al metro de estatura Y no logran ni dar jilotes. Duele como una herida viva, el olvido, el descaro, el abuso y la indolencia de una sociedad incapaz de salir de su burbuja de comodidad para poner los pies en el suelo y caminar junto a los que han caminado siempre, descalzos.

Isabel se sube a los buses y se para enfrente y anuncia su producto, como anunciados son los migrantes deportados, que quién por ellos. Ella ante un público muerto en vida, los deportados ante una sociedad podrida. No merecen a una Isabel de los Ángeles Ruano, ni a los millones de campesinos, jornaleros, obreros y migrantes que luchan día con día, cargando en sus lomos, lomos curtidos a una sociedad canalla.

Isabel, Isabel, qué desdicha haber nacido en Guatemala.

Fuente: https://insurgenciamagisterial.com/isabel-isabel-que-desdicha-haber-nacido-en-guatemala/

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