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Recuperemos el poder que ahora está en manos de unos pocos multimillonarios

Por: Bernie Sanders

Si nos unimos para luchar contra los intereses de los poderosos, podemos acabar con la pobreza, aumentar la esperanza de vida y afrontar el cambio climático.

Esta es la situación de nuestro planeta en 2018: tras todas las guerras, revoluciones y cumbres internacionales del último siglo, vivimos en un mundo donde unos pocos individuos, inmensamente ricos, ejercen un control desproporcionado sobre la vida económica y política de la humanidad.

Aunque resulte difícil entenderlo, lo cierto es que las seis personas más ricas de la Tierra poseen más riquezas que la mitad más pobre de la población mundial, 3.700 millones de personas. Además, el 1% más rico tiene más dinero que el 99% restante. Y mientras estos multimillonarios hacen alarde de sus riquezas, cerca de una de cada siete personas intenta sobrevivir con menos de 1,25 dólares diarios. Y un dato espeluznante: unos 29.000 niños mueren diariamente por enfermedades que son completamente prevenibles como la diarrea, la malaria y la neumonía.

Al mismo tiempo, las élites corruptas, los oligarcas y las monarquías anacrónicas de todo el mundo gastan miles de millones en las extravagancias más absurdas.

El sultán de Brunei tiene unos 500 Rolls-Royce y vive en uno de los palacios más grandes del mundo, un edificio con 1.788 habitaciones y que en una ocasión fue valorado en 350 millones de dólares. En Oriente Medio, que cuenta con cinco de los diez monarcas más ricos el mundo, los jóvenes miembros de la realeza viajan y se divierten por el mundo entero mientras la región sufre los efectos de la tasa de desempleo más alta de todo el planeta, y unos 29 millones de niños, como mínimo, viven en la pobreza y no tienen acceso a los servicios más básicos, agua potable o alimentos nutritivos.

Es más, mientras cientos de millones de personas viven en la pobreza más extrema, los traficantes de armas acumulan cada vez más riquezas ya que los gobiernos gastan billones de dólares en armamento.

En Estados Unidos, el fundador de Amazon, Jeff Bezos, es la persona más rica del mundo con un patrimonio de más de 100.000 millones de dólares. Es dueño de, al menos, cuatro mansiones, que sumadas alcanzan un valor de decenas de millones de dólares. Como si esto no fuera suficiente, se gastará unos 42 millones de dólares en un proyecto para construir un reloj dentro de una montaña en Texas que, supuestamente, funcionará durante 10.000 años.

Sin embargo, en los almacenes de Amazon repartidos a lo largo y ancho de Estados Unidos, los trabajadores a menudo trabajan a destajo y ganan tan poco dinero que dependen de Medicaid, cupones para alimentos y viviendas sociales pagadas con los impuestos de los contribuyentes estadounidenses.

Y eso no es todo. Es este contexto de riqueza descomunal y desigualdad económica, las personas están dejando de creer en la democracia; el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Cada vez son más conscientes de que se ha amañado la economía mundial en beneficio de unos pocos poderosos y en detrimento de todos los demás, y están furiosas.

Millones de personas trabajan más horas y ganan salarios más bajos que hace cuarenta años tanto en Estados Unidos como en muchos otros países.

Sufren la situación en silencio, se sienten impotentes frente a unos pocos poderosos que compran las elecciones, y frente a una élite política y económica que se enriquece sin parar, incluso a costa del futuro de sus hijos.

En este contexto de desigualdad económica, el mundo está siendo testigo de un alarmante aumento del autoritarismo y del extremismo derechista; que alimenta, explota y amplifica el resentimiento de los que se sienten abandonados por el sistema, y aviva las llamas del odio étnico y racial.

Ahora, más que nunca, los que creemos en la democracia y en los gobiernos progresistas debemos unir a las personas trabajadoras y de bajos ingresos en torno a un programa político que refleje sus necesidades. En vez de ofrecer odio y fragmentación social, debemos proporcionar un mensaje de esperanza y de solidaridad. Debemos levantar un movimiento internacional que luche contra la avaricia y la ideología de los multimillonarios y nos ayude a construir un mundo medioambiental, social y económicamente justo. ¿Se trata de un proyecto fácil? En absoluto. Sin embargo, se trata de una lucha que debemos librar. Nuestro futuro depende de ello.

Como señaló, acertadamente, el papa Francisco, en un discurso pronunciado en el Vaticano en 2013: «Hemos creado nuevos ídolos. Los hombres del pasado adoraron a un becerro de oro y ahora esta figura ha sido sustituida por una imagen sin cabeza, para rendir culto al dinero y estamos ante una dictadura de la economía que no tiene rostro y cuyo propósito no es el bien de la humanidad». También indicó que «en la actualidad todo se rige por la ley de la rivalidad y la supervivencia del más fuerte, y los poderosos se alimentan de los indefensos. Como consecuencias, las masas son excluidas y marginadas, sin trabajo y sin una posibilidad de escapatoria».

Debemos levantar un nuevo movimiento progresista y mundial que nazca con el compromiso de luchar contra la desigualdad estructural; desigualdad entre países y también dentro del país. Este movimiento debe sobreponerse a la mentalidad del «culto al dinero» y de la «supervivencia de los más fuertes» de la que habló el papa Francisco.

Debe apoyar medidas impulsadas a nivel nacional e internacional para mejorar las condiciones de vida de las personas pobres y de clase trabajadora y cuyo objetivo sea alcanzar el pleno empleo, un salario digno y una educación universal de calidad, acceso universal a la salud pública y acuerdos comerciales internacionales justos. También debemos recuperar el poder que ahora tienen las empresas y evitar la destrucción de nuestro planeta como resultado del cambio climático.

Les pondré un ejemplo de lo que podríamos hacer. Unos pocos años atrás, la Red para la Justicia Fiscal señaló que las personas más ricas y las principales empresas del mundo habían escondido entre 21 y 32 billones de dólares en paraísos fiscalespara no tener que pagar los impuestos correspondientes.

Si juntos intentamos luchar contra esta práctica abusiva, los ingresos que podríamos obtener nos permitirían terminar con el hambre mundial, crear cientos de millones de puestos de trabajo y reducir de forma significativa la desigualdad de ingresos y de patrimonio. Podríamos hacer un cambio radical hacia la agricultura sostenible y acelerar la transformación de nuestro sistema energético para no depender de los combustibles fósiles y avanzar hacia las fuentes de energía renovable.

Luchar contra la avaricia de Wall Street, el poder de las gigantescas multinacionales y la influencia de los multimillonarios no solo es un deber moral; es un imperativo geopolítico estratégico. Las investigaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo ponen en evidencia que la percepción que tienen los ciudadanos de la desigualdad, la corrupción y la exclusión son los indicadores más fiables para saber si esas comunidades apoyarán al extremismo de derechas o a grupos violentos.

Cuando las personas tienen la sensación de que el sistema no juega a su favor y no ven la forma de cambiar la situación desde la legitimidad, tienen más posibilidades de apostar por soluciones perjudiciales que lo único que hacen es empeorar la situación.

Estamos ante un momento clave de la historia mundial. Con la revolución de las nuevas tecnologías y los avances que trae consigo, podemos aumentar sustancialmente la riqueza mundial de una forma justa. Tenemos todos los medios a nuestro alcance para erradicar la pobreza, aumentar la esperanza de vida y crear un sistema energético mundial no contaminante y asequible.

Lo podemos conseguir si tenemos la valentía de unirnos y enfrentarnos a los intereses de unos pocos poderosos que lo único que quieren es seguir acumulando riqueza. Esto es lo que debemos hacer para defender el futuro de nuestros hijos, de nuestros nietos y de nuestro planeta.

Bernie Sanders es senador por Vermont y fue candidato en las primarias demócratas de la última campaña presidencial en Estados Unidos.

Traducido por Emma Reverter.

Fuente: http://www.eldiario.es/theguardian/Recuperemos-poder-ahora-manos-multimillonarios_0_730027416.html

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Carta abierta para el presidente Macky Sall sobre la educación secundaria gratuita en Senegal

Su excelencia,

Agradezco mis saludos en nombre de Human Rights Watch.

Human Rights Watch es una organización internacional de derechos humanos independiente que realiza investigaciones sobre situaciones de derechos humanos en más de 90 países a nivel mundial.

Desde 2005, hemos realizado investigaciones sobre los derechos humanos de los niños y el acceso a la educación en Senegal, incluida la situación de los niños talibanes, muchos de los cuales han sido explotados y maltratados en el curso de su educación coránica. Nuestro informe más reciente, publicado en julio de 2017, acogió con beneplácito la importante medida tomada por el gobierno senegalés para abordar los abusos contra los niños de la calle, incluido Talibés, e hizo recomendaciones sobre cómo se puede fortalecer este esfuerzo clave.

Más recientemente, realizamos investigaciones sobre las barreras que afectan la educación secundaria de las niñas en las regiones del sur de Kolda, Sédhiou y Ziguinchor, así como en Dakar.

Le escribimos con motivo de la conferencia de reabastecimiento de la Alianza Global para la Educación, que auspiciará conjuntamente con el presidente Emmanuel Macron de Francia el 1 y 2 de febrero de 2018.

En vista de su compromiso con el avance de la educación en Senegal y en el mundo, nos gustaría aprovechar esta oportunidad clave para instarlo a comprometerse a garantizar que la educación secundaria sea totalmente gratuita para todos los estudiantes en Senegal.

Human Rights Watch acoge con beneplácito el enfoque del gobierno de Senegal en ampliar la provisión de educación primaria y secundaria a más jóvenes, lo que incluye destinar más del 20% del presupuesto nacional a la educación. También apreciamos su papel personal como campeón mundial de la educación y sus esfuerzos para alentar a otros gobiernos, en África y en otros lugares, a financiar adecuadamente la educación. También reconocemos los esfuerzos continuos del gobierno para acabar con la mutilación genital femenina y para frenar las tasas de matrimonio infantil.

Aunque la ley de educación de Senegal de 2004 establece que la educación obligatoria debe estar libre de 6 a 16 años de edad, los hallazgos de Human Rights Watch muestran que la educación secundaria no es gratuita en la práctica.

En 2017, hablamos con más de 150 niñas adolescentes que están dentro y fuera de la escuela, y realizamos entrevistas con padres, maestros, líderes de la aldea, funcionarios del gobierno y expertos locales y nacionales. Encontramos que los niños que asisten a escuelas secundarias ( école moyen o collège ) pagan al menos 6.000 francos centroafricanos (CFA) en matrículas, hasta 10.000 CFA en costos de mobiliario, 10.000 CFA para materiales escolares y hasta 10.000 CFA en matrícula extra para las clases de la tarde. Los estudiantes que asisten a la escuela secundaria superior del gobierno ( lycée ) pagan 10.000 CFA en aranceles. Estos costos excluyen el transporte, los uniformes y otros costos específicos de cada escuela.

Durante nuestra investigación de campo, Human Rights Watch se encontró con muchas adolescentes cuyas familias, debido a estas tarifas, no podían pagar su educación. En muchos casos, las niñas dijeron a Human Rights Watch que su educación se interrumpió cuando los padres o los miembros de la familia extensa simplemente no pudieron pagar su educación. Algunas chicas abandonaron la escuela. Nuestros hallazgos muestran que los aranceles escolares contribuyen a las bajas tasas de retención y finalización de la educación secundaria obligatoria, especialmente en las zonas rurales.

En algunas comunidades, las niñas sentían que sus padres priorizaban la educación de los niños y, en consecuencia, estaban menos dispuestos a pagar por su educación. La falta de medios financieros para enviar niñas a la escuela afecta su futuro. En el sur de Senegal, un final abrupto de la educación expone a muchas niñas al matrimonio infantil y al embarazo adolescente.

En algunas áreas rurales donde la participación de las niñas en la escuela ya es baja, los directores y los maestros dicen que pagan personalmente las tarifas de sus estudiantes para garantizar que los estudiantes permanezcan en la escuela. Creemos que esto demuestra el compromiso de los docentes de apoyar a los estudiantes, pero también muestra la carga significativa que las tarifas escolares imponen a la comunidad.

A veces, la carga de encontrar fondos para pagar la educación recae en las propias chicas. Nuestra investigación muestra que algunas niñas pasan tiempo trabajando como empleadas domésticas en ciudades más grandes, en algunos casos bajo condiciones de explotación y abuso, incluido el abuso sexual. Aunque algunos regresan a sus pueblos o ciudades para reanudar sus estudios, otros terminan su educación abruptamente y continúan trabajando.

Human Rights Watch también descubrió que las niñas corren el riesgo de ser víctimas de explotación sexual por parte de maestros, conductores de motocicletas y otros adultos que les ofrecen dinero por honorarios, comida y artículos básicos a cambio de sexo. En algunos casos, para reducir la distancia a la escuela, las niñas de aldeas remotas pueden ser alojadas por familias en pueblos más grandes, con la expectativa de que estarán a cargo de las tareas domésticas. Muchas de las chicas le dijeron a Human Rights Watch que tenían poco tiempo para combinar el estudio con estos deberes.

Creemos firmemente que garantizar plenamente la educación primaria y secundaria gratuita garantizará que más jóvenes, especialmente niñas, completen la educación obligatoria y secundaria en Senegal. La investigación mundial ha demostrado consistentemente que el acceso a la educación secundaria de calidad es fundamental para garantizar el disfrute de los derechos fundamentales de los niños y prevenir otros abusos contra los niños, incluido el matrimonio infantil. Numerosos estudios muestran que las niñas que continúan su educación, especialmente hasta completar la escuela secundaria, tienen más probabilidades de invertir en la educación de sus propios hijos, lo que les permite convertirse en independientes económicamente y contribuir positivamente a la sociedad.

En todo el continente africano, países como Ghana y Tanzania se unieron recientemente al grupo de países africanos que garantizan la educación primaria y secundaria gratuita, llevando adelante sus obligaciones nacionales e internacionales de derechos humanos. Ambos países han aumentado significativamente la matrícula en la educación secundaria tras la eliminación de las tasas escolares. Creemos que esta es una reforma crucial para garantizar que todos los jóvenes, independientemente de su ubicación o circunstancias, tengan el mismo derecho a la educación primaria y secundaria.

Por todos estos motivos, le instamos respetuosamente a comprometerse a adoptar una política para que la educación secundaria sea totalmente gratuita en 2018, eliminar los aranceles escolares y los costos indirectos en la educación secundaria y aumentar el apoyo financiero a las escuelas para garantizar que todos los niños de Senegal se beneficien de su derecho a una educación de calidad.

Esperamos continuar un diálogo abierto con el Ministerio de Educación Nacional y el Ministerio de la Mujer, la Familia y el Género. Esperamos compartir nuestros hallazgos cuando publiquemos un informe completo durante 2018.

Sinceramente,

Zama Neff

Director ejecutivo, Derechos del niño

Cc. SE el Ministro Serigne Mbaye Thiam, Ministro de Educación Nacional

Excmo. Sr. Ndèye Saly Diop Dieng, Ministro de la Mujer, la Familia y el Género

Fuente de la Carta:

https://www.hrw.org/news/2018/01/25/open-letter-president-macky-sall-free-secondary-education-senegal

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Tender puentes: colaborar, comunicar y apoyar mutuamente

Por: Mary Simpson

Colaborar, comunicar, apoyar mutuamente y usar la tecnología, son las capacidades fundamentales de las competencias del siglo XXI.

El territorio colombiano, coronado por tres cordilleras de montañas imponentes con caminos desafiantes, rodeadas al norte y el occidente por dos mares (Atlántico y Pacífico), y al oriente y el sur por las planicies del llano y la selva amazónica, es una geografía sin duda muy diversa en la que, tal vez por la misma razón, se han desarrollado diversas culturas, con diferente gastronomía, música, tonos de voz y modismos.

Vivir en medio de esta geografía quebrada, magnificente y diversa, que también nos aísla por las dificultades de conexión, tiene retos que implican el desarrollo de ciertas capacidades para construir una buena vida en común, siendo una unidad: Colombia.

La comunicación entre nosotros como ciudadanos de un país no ha sido fácil. Para comunicarnos con esta geografía hemos necesitado construir puentes, túneles, carreteras que rodeen las montañas para pasar entre una y otra en círculos y curvas inacabables. Sin embargo, desde hace unas décadas las comunicaciones y tecnologías de la información nos ofrecen nuevas oportunidades para potenciar nuestras posibilidades de comunicación, colaboración y apoyo mutuo… competencias del siglo XXI.

Eso que podríamos llamar anomalías geográficas son nuestra naturaleza, la diversidad es nuestra naturaleza, es nuestra identidad, es lo que tendría que convocarnos a esa unidad que llamamos país, que se puede construir mejorando nuestras capacidades para comunicar, colaborar y apoyarnos mutuamente. Y quiero hacer referencia a palabras de algunos personajes que pueden inspirarnos en este camino:

  • Ernesto Sábato nos invita, en su libro La resistencia, a resistirnos a la incomunicación, al culto a sí mismo, al trabajo deshumanizado, al vértigo en el que desaparece toda posibilidad de diálogo.
  • En la misma vía, la invitación a globalizar la compasión que nos hace desde La Silla Vacía, Claudia Bermúdez, haciendo uso de palabras de uno de los nóveles de paz,  Kailash Satyarthi, de la India, galardonado en 2014 por sus esfuerzos por erradicar el trabajo infantil: “Lo que necesitamos es globalizar el humanismo” y ante la pregunta de un joven sobre cómo hacerlo, respondió:  “Hagan amigos, fortalezcan conexiones, conozcan a otros jóvenes del mundo, usen las redes sociales y los medios para ser parte del cambio, para inspirar a otros, para cuestionar el establecimiento, para pronunciarse como consumidores, para tener una visión local pero también global…”
  • El padre de Roux en su reciente artículo “El éxodo hacia la confianza”, nos dice: “En lugar de destruirnos entre todos señalándonos y condenándonos, deberíamos ponernos en una actitud sincera de reconstruirnos en una democracia participativa que nos lleve a mayor consistencia personal y colectiva”.
  • Desde el mundo de las organizaciones y escuelas que aprenden, Peter Senge define como una de las cinco disciplinas el aprendizaje en equipo como la unidad de aprendizaje de una organización, o país podríamos decir en este caso, entendido éste aprendizaje como el “dialogo”, la capacidad de los miembros del equipo para “suspender los supuestos” e ingresar en un auténtico “pensamiento conjunto”.

Todos mensajes esperanzadores, único camino para darle vida a la vida, que tienen en común resaltar la importancia de la colaboración, la comunicación, el apoyo mutuo.

La nueva ortodoxia de la educación nos propone desarrollar competencias del siglo XXI, que implican una nueva manera de relacionarse, de construir el conocimiento. Las escuelas son para el aprendizaje de los estudiantes, por supuesto, quienes con el apoyo y orientación de sus profesores descubren y desarrollan sus capacidades. De manera que, en este sentido, también debe ser espacio de aprendizaje para los profesores de manera permanente que, como cualquier profesional, necesita ser mejor, estar actualizado y desarrollar sus capacidades en ese sentido.

¡Colaborar, comunicar, apoyar mutuamente y usar la tecnología, son las capacidades fundamentales de las competencias del siglo XXI!

La Fundación Compartir, por esta razón, se ha propuesto consolidar la comunidad de maestros y rectores que se han postulado al Premio Compartir, en sus 19 y 5 años de existencia, respectivamente, para ampliar su capital profesional al ofrecer alternativas para relacionarse y compartir con otros sus prácticas y experiencias, creando así un capital de conocimiento que suma al propio, el de su colegio y su comunidad.

Fuente artículo: https://compartirpalabramaestra.org/editorial/tender-puentes-colaborar-comunicar-y-apoyar-mutuamente

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Aprendizajes emocionalmente sanos

Carlos Jorge Aguilar

Algunos docentes, de todos los niveles educativos nos han comentado que frecuentemente en sus clases, los estudiantes presentan muy bajos niveles de atención y poco interés por aprender y formarse.

Una posible explicación a lo anterior es que la generalidad de ellos enseña con responsabilidad, pero de manera tradicional, situación que no agrada a los estudiantes. El maestro expone y escribe en el pizarrón las ideas más importantes y el alumno callado toma nota, hace tareas y estudia en su casa.

Adicionalmente, la mayoría de los profesores presentan debilidades en el conocimiento, reconocimiento, regulación, control y manejo de sus emociones y la de los estudiantes, así como la dificultad en el uso en las tecnologías de la información y comunicación.

Todo ello obstaculiza la aplicación de acciones destinadas a lograr cambios en la enseñanza tradicional, por lo tanto son necesarias nuevas propuestas educativas para lograr motivar e interesar a aprender a los estudiantes del siglo XXI llamados Millennials.

En este sentido les quiero compartir un modelo de aprendizaje basado en el desarrollo de emociones sanas, que tiene por objetivo, producir reacciones en los estudiantes que activen la aparición de conductas motivacionales para favorecer la creatividad y el desarrollo de aprendizajes significativos.

Se apoya en el uso permanente de teléfonos celulares, tablets o computadores personales conectados a Internet. La estrategia consiste en aprovechar el interés de los estudiantes al hecho de estar constantemente conectados a la web, para resolver un problema relacionado con la asignatura que están cursando dentro del propio salón de clases o fuera de él.

El proceso de aprendizaje se inicia con un activador emocional que permite captar la atención de los estudiantes y generar una reacción capaz de poner en marcha todo un proceso creativo interno para solucionar un problema y alcanzar los aprendizajes significativos. Se centra en la creación de ambientes innovadores, activadores de sinapsis en la mente de los estudiantes y de aprendizajes significativos.

En este proceso de aprendizaje emocionalmente sano se consideran categorías psicopedagógicas como el diseño o planeación didáctica, el diseño emocional que fomente el trabajo en equipo, con el uso de las tecnologías de la informática y la comunicación y las tecnologías del aprendizaje y el conocimiento, la competencia docente con dominio de la asignatura y la gestión emocional, que activa el interés por resolver los desafíos emocionales, la calidad del aprendizaje significativo y la evaluación.

Éste es el futuro de la enseñanza-aprendizaje en las escuelas de México, por encima de reformas educativas.

Fuente del articulo: https://www.diariodexalapa.com.mx/columna/aprendizajes-emocionalmente-sanos

Fuente de la imagen: https://cambiemoslaeducacion.files.wordpress.com/2015/04/nic3b

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‘Shithole countries’: Trump uses the rhetoric of dictators

By: Henry Giroux

George Orwell warns us in his dystopian novel 1984 that authoritarianism begins with language. In the novel, “newspeak” is language twisted to deceive, seduce and undermine the ability of people to think critically and freely.

Donald Trump’s unapologetic bigoted language made headlines again Thursday when it was reported he told lawmakers working on a new immigration policy that the United States shouldn’t accept people from “shithole countries” like Haiti. Given his support for white nationalism and his coded call to “Make America Great (White) Again,” Trump’s overt racist remarks reinforce echoes of white supremacy reminiscent of fascist dictators in the 1930s.

His remarks about accepting people from Norway smack of an appeal to the sordid discourse of racial purity. There is much more at work here than a politics of incivility. Behind Trump’s use of vulgarity and his disparagement of countries that are poor and non-white lies the terrifying discourse of white supremacy, ethnic cleansing and the politics of disposability. This is a vocabulary that considers some individuals and groups not only faceless and voiceless, but excess, redundant and subject to expulsion. The endpoint of the language of disposability is a form of social death, or even worse.

As authoritarianism gains strength, the formative cultures that give rise to dissent become more embattled, along with the public spaces and institutions that make conscious critical thought possible.

Words that speak to the truth to reveal injustices and provide informed critical analysis begin to disappear, making it all the more difficult, if not dangerous, to judge, think critically and hold dominant power accountable. Notions of virtue, honour, respect and compassion are policed, and those who advocate them are punished.

I think it’s fair to argue that Orwell’s nightmare vision of the future is no longer fiction in the United States. Under Trump, language is undergoing a shift: It now treats dissent, critical media coverage and scientific evidence as a species of “fake news.”

The Trump administration, in fact, views the critical media as the “enemy of the American people.” Trump has repeated this view of the media so often that almost a third of Americans now believe it and support government-imposed restrictions on the media, according to a Poynter survey.

Thought crimes and fake news

Trump’s cries of “fake news” work incessantly to set limits on what is thinkable. Reason, standards of evidence, consistency and logic no longer serve the truth, according to Trump, because the latter are crooked ideological devices used by enemies of the state. Orwell’s “thought crimes” are Trump’s “fake news.” Orwell’s “Ministry of Truth” is Trump’s “Ministry of Fake News.”

The notion of truth is viewed by this president as a corrupt tool used by the critical media to question his dismissal of legal checks on his power, particularly his attacks on judges, courts and any other governing institutions that will not promise him complete and unchecked loyalty.

For Trump, intimidation takes the place of unquestioned loyalty when he does not get his way, revealing a view of the presidency that is more about winning than about governing.

One consequence is the myriad practices by which Trump gleefully humiliates and punishes his critics, wilfully engages in shameful acts of self-promotion and unapologetically enriches his financial coffers.

Under Trump, the language of civic literacy and democracy has become unmoored from critical reason, informed debate and the weight of scientific evidence, and is now being reconfigured and tied to pageantry, political theatre and a deep-seated anti-intellectualism.

One consequence, as language begins to function as a tool of state repression, is that matters of moral and political responsibility disappear and injustices proliferate.

Fascism starts with words

What is crucial to remember here, as authoritarianism expert Ruth Ben-Ghiat notes, is that fascism starts with words. Trump’s use of language and his manipulative use of the media as political spectacle are disturbingly similar to earlier periods of propaganda, censorship and repression.

Under fascist regimes, the language of brutality and culture of cruelty was normalized through the proliferation of strident metaphors of war, battle, expulsion, racial purity and demonization.

As German historians such as Richard J. Evans and Victor Klemperer have made clear, dictators like Adolf Hitler did more than simply corrupt the language of a civilized society, they also banned words.

Soon afterwards, the Nazis banned books and the critical intellectuals who wrote them. They then imprisoned those individuals who challenged Nazi ideology and the state’s systemic violations of civil rights.

The end point was an all-embracing discourse of disposability — the emergence of concentration camps and genocide fuelled by a politics of racial purity and social cleansing.

Echoes of the formative stages of such actions are upon us now. An American-style neo-fascism appears to be engulfing the United States after simmering in the dark for years.

President Donald Trump stands on the field for the U.S. national anthem before the start of the NCAA National Championship game at Mercedes-Benz Stadium between Georgia and Alabama on Jan. 8 in Atlanta. (AP Photo/Andrew Harnik)

More than any other president, Trump has normalized the notion that the meaning of words no longer matters, nor do traditional sources of facts and evidence. In doing so, he has undermined the relationship between engaged citizenship and the truth, and has relegated matters of debate and critical assessment to a spectacle of bombast, threats, intimidation and sheer fakery.

This language of fascism does more than normalize falsehoods and ignorance. It also promotes a larger culture of short-term attention spans, immediacy and sensationalism. At the same time, it makes fear and anxiety the normalized currency of exchange and communication.

In a throwback to the language of fascism, Trump has repeatedly positioned himself as the only one who can save the masses — reproducing the tired script of the model of the saviour endemic to authoritarianism.

There is more at work here than an oversized ego. Trump’s authoritarianism is also fuelled by braggadocio and misdirected rage as he undermines the bonds of solidarity, abolishes institutions meant to protect the vulnerable and launches a full-fledged assault on the environment.

Trump is also the master of manufactured illiteracy, and his obsessive tweeting and public relations machine aggressively engages in the theatre of self-promotion and distractions. Both of these are designed to whitewash any version of a history that might expose the close alignment between his own language and policies and the dark elements of a fascist past.

Trump also revels in an unchecked mode of self-congratulation bolstered by a limited vocabulary filled with words like “historic,” “best,” “the greatest,” “tremendous” and “beautiful.”

Those exaggerations suggest more than hyperbole or the self-indulgent use of language. When he claims he “knows more about ISIS than the generals,” “knows more about renewables than any human being on Earth” or that nobody knows the U.S. system of government better than he does, he’s using the rhetoric of fascism.

As the aforementioned historian Richard J. Evans writes in The Third Reich in Power:

“The German language became a language of superlatives, so that everything the regime did became the best and the greatest, its achievements unprecedented, unique, historic and incomparable …. The language used about Hitler … was shot through and through with religious metaphors; people ‘believed in him,’ he was the redeemer, the savior, the instrument of Providence, his spirit lived in and through the German nation…. Nazi institutions domesticated themselves [through the use of a language] that became an unthinking part of everyday life.”

Sound familiar?

Under the Trump regime, memories inconvenient to his authoritarianism are now demolished in the domesticated language of superlatives so the future can be shaped to become indifferent to the crimes of the past.

Trump’s endless daily tweets, his recklessness, his adolescent disdain for a measured response, his unfaltering anti-intellectualism and his utter ignorance of history work in the United States. Why? Because they not only cater to what historian Brian Klaas refers to as “the tens of millions of Americans who have authoritarian or fascist leanings,” they also enable what he calls Trump’s attempt at “mainstreaming fascism.”

The language of fascism revels in forms of theatre that mobilize fear, hatred and violence. Author Sasha Abramsky is on target in claiming that Trump’s words amount to more than empty slogans.

Instead, his language comes “with consequences, and they legitimize bigotries and hatreds long harbored by many but, for the most part, kept under wraps by the broader society.”

Surely, the increase in hate crimes during Trump’s first year of his presidency testifies to the truth of Abramsky’s argument.

Fighting Trump’s fascist language

The history of fascism teaches us that language operates in the service of violence, desperation and troubling landscapes of hatred, and carries the potential for inhabiting the darkest moments of history.

It erodes our humanity, and makes too many people numb and silent in the face of ideologies and practices that are hideous acts of ethical atrocity.

Trump’s language, like that of older fascist regimes, mutilates contemporary politics, empathy and serious moral and political criticism, and makes it more difficult to criticize dominant relations of power.

His fascistic language also fuels the rhetoric of war, toxic masculinity, white supremacy, anti-intellectualism and racism. But it’s not his alone.

It is the language of a nascent fascism that has been brewing in the United States for some time. It is a language that is comfortable viewing the world as a combat zone, a world that exists to be plundered and a view of those deemed different as a threat to be feared, if not eliminated.

A new language aimed at fighting Trump’s romance with fascism must make power visible, uncover the truth, contest falsehoods and create a formative and critical culture that can nurture and sustain collective resistance to the oppression that has overtaken the United States, and increasingly many other countries.

No form of oppression can be overlooked. And with that critical gaze must emerge a critical language, a new narrative and a different story about what a socialist democracy will look like in the United States.

Reclaiming language as a force for good

There is also a need to strengthen and expand the reach and power of established public spheres, such as higher education and the critical media, as sites of critical learning.

We must encourage artists, intellectuals, academics and other cultural workers to talk, educate, make oppression visible and challenge the common-sense vocabulary of casino capitalism, white supremacy and fascism.

Language is not simply an instrument of fear, violence and intimidation; it is also a vehicle for critique, civic courage and resistance.

A critical language can guide us in our thinking about the relationship between older elements of fascism and how such practices are emerging in new forms.

Without a faith in intelligence, critical education and the power to resist, humanity will be powerless to challenge the threat that fascism and right-wing populism pose to the world.

Those of us willing to fight for a just political and economic society need to formulate a new language and fresh narratives about freedom, the power of collective struggle, empathy, solidarity and the promise of a real socialist democracy.

We would do well to heed the words of the great Nobel Prize-winning novelist, J.M. Coetzee, who states in a work of fiction that “there will come a day when you and I will need to be told the truth, the real truth ….no matter how hard it may be.”

Democracy, indeed, can only survive with a critically informed and engaged public attentive to a language in which truth, rather than lies, become the currency of citizenship.

Source:

https://theconversation.com/shithole-countries-trump-uses-the-rhetoric-of-dictators-89850

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La tecnología y la educación: una dosis de realismo

Europa/España/05.06.2018/Por: Francesc Pedró/ Fuente: https://elpais.com.

Una visión más pragmática se impone en la aplicación al aula de medios digitales

En educación existen dos puntos de vista extremos con respecto al uso de la tecnología. Por una parte, están sus defensores a ultranza, a quienes se ha dado en llamar evangelistas, y que recuerdan que una integración óptima de la tecnología permitiría cambiar el paradigma de la educación escolar, centrándolo mucho más en la actividad del alumno. Por otra parte, también hay voces que sostienen que la tecnología no es ni más ni menos que una fuente de entretenimiento que no hace más que distraer a los alumnos, y a sus docentes, de lo sustancial: aprender cosas serias.

Curiosamente, ninguna de estas dos perspectivas parece responder a las preguntas que un profesional de la docencia generalmente se hace y que básicamente tienen que ver con la mejora de las prácticas de enseñanza y aprendizaje, y de los resultados educativos. Por esta razón, comienza a cobrar fuerza una nueva visión centrada en el realismo: ¿Servirán estas soluciones a «docentes como yo», es decir, a profesionales que ni pretenden ser paladines de la tecnología ni tampoco acérrimos protectores de la pizarra, sino sencillamente buenos docentes?

A estas alturas no debería ser necesario recordar las razones por las que cabría esperar que la tecnología tuviera ya una mayor presencia en las aulas. Para empezar, las hay relacionadas con los cambios en las demandas de los mercados laborales; de hecho, sabemos a ciencia cierta que la mayor parte de los alumnos que hoy están en las aulas de la ESO tendrán trabajos en los que la tecnología y el conocimiento tecnológico serán capitales. En segundo lugar, está la cuestión de la brecha digital. Ahí la escuela sigue siendo un bastión muy importante. En tercer lugar hay que recordar una vez más el flaco favor que conceptos como el de nativos digitales hacen a la educación al presuponer, erróneamente como se ha demostrado de forma empírica en multitud de ocasiones, que por el mero hecho de ser diestros en el manejo de determinados dispositivos, aplicaciones o servicios son automáticamente maduros en términos de competencias requeridas y de valores y usos responsables de la tecnología. ¿Dónde, si no es en la escuela, se puede aprender a manejar responsablemente la información y a transformarla en conocimiento? ¿Dónde se puede aprender a cooperar y a no plagiar?

En todo caso, es innegable que las tecnologías digitales forman parte indisociable del paisaje escolar: el 93% de los alumnos de 15 años de la OCDE asisten a una escuela en la que cuentan con acceso a un ordenador y prácticamente el mismo porcentaje (92,6%) dispone igualmente de acceso a Internet. España se encuentra, en este sentido, ligeramente por debajo de la media (90%), pero ciertamente con una cifra nada despreciable.

Pese a todo, cuando se examinan con detalle los datos acerca de los usos escolares de la tecnología emerge una imagen extremadamente compleja. Por una parte, el porcentaje de alumnos de 15 años de edad en los países de la OCDE que usa como mínimo 60 minutos a la semana el ordenador en el aula es siempre inferior al 4% en todos ellos y apenas alcanza el 1,7% en el caso del área de matemáticas. Y son estos mismos alumnos los que, en un 50%, utilizan prácticamente a diario la tecnología para realizar sus tareas escolares… en casa. Por otra parte, más del 75% de los docentes utiliza casi diariamente el ordenador para la preparación de sus clases o para la realización de tareas administrativas, por no hablar de los usos privados, cuando apenas se sirve de él en el aula.

De esta realidad tan compleja hay quien hace lecturas extremadamente simplistas, ya sea para denigrar las inversiones realizadas o, lisa y llanamente, para enviar un mensaje de desconfianza hacia la escuela y los docentes, a quienes se les exige un esfuerzo titánico de cambio de paradigma. Sin embargo, la complejidad de los datos exige una buena dosis de realismo: lo que funciona en tecnología y educación son aquellas soluciones que permiten llevar a cabo el trabajo escolar de forma más eficiente. Esto explica por qué, por ejemplo, los alumnos utilizan masivamente la tecnología para sus trabajos escolares, aunque siendo, como muchos son, huérfanos digitales de cualquier tipo de influencia educativa sobre esta materia, confundan eficiencia con plagio o prescindan de cualquier esfuerzo de procesamiento crítico de la información -razón de más para insistir de nuevo en la importancia de la escuela en este ámbito-.

Y esta misma búsqueda de la eficiencia explica también por qué los docentes encuentran óptimas las soluciones que la tecnología les ofrece para preparar sus clases o presentar mejor los contenidos en el aula, pero no todavía para cambiar sus formas de enseñanza. Muy probablemente las soluciones tecnológicas que se proponen no son suficientemente convincentes para la gran mayoría de «docentes como yo», probablemente porque el esfuerzo que exige su adopción no parece suficientemente recompensado, ni por el sistema en forma de incentivos para la carrera profesional, ni por los resultados obtenidos, ya que la forma y los contenidos de lo que hoy se evalúa no se corresponden todavía con las expectativas y las necesidades de la sociedad y de la economía del conocimiento.

Los datos sobre la intensidad y la variedad de los usos de la tecnología en el aula no transmiten la imagen que tal vez cabría esperar de la escuela de la sociedad del conocimiento. El análisis de las buenas prácticas en materia de tecnología y escuela muestra que uno de los factores más importantes es el maridaje entre el compromiso profesional docente, con un marco institucional favorable y un liderazgo escolar que le apoye. Si realmente se desea que las buenas prácticas se generalicen, el sistema escolar en su conjunto debe ser permeable a la innovación sistémica; es decir, debe contar con herramientas que permitan examinar con realismo en qué tareas o para qué problemas docentes pueden existir soluciones tecnológicas apropiadas, que mejoren la eficiencia del trabajo escolar o, sencillamente, que lo hagan aún más interesante.

Puede que la tan deseable revolución en el paradigma de la educación escolar todavía tarde en llegar, pero la escuela y muchos docentes, lo mismo que los alumnos, se están moviendo: han depositado su confianza en unas soluciones tecnológicas que les permiten trabajar de forma más eficiente. Y, en el caso docente, este trabajo consiste hoy en buscar fórmulas que permitan que los alumnos aprendan más, mejor y, probablemente, distinto.

 

Fuente del artículo: https://elpais.com/diario/2011/11/21/educacion/1321830001_850215.html

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A mentir, tijera en mano

América del Sur/05.06.18/Por: Mario Wainfeld/ Fuente: www.pagina12.com.ar.

Un discurso sólo para rotarios. Las universidades del conurbano, realidad pujante negada por Vidal. Estar cerca, necesario para ejercer derechos. Historias de vida, inclusión y ascenso social. Reformas educativas: todas toman tiempo. Reproches por doquier, hasta de radicales con memoria. Reparto desigual de los sacrificios

“Cualquier transeúnte curioso tiene perfecto derecho a entrar a una facultad (de la Universidad pública)y escuchar una clase que le interese, sin necesidad de estar ‘inscripto’ en carrera o materia alguna. Desde ya, casi nadie lo hace. Muchos no lo harán porque en efecto no les interesa, y no tienen por qué hacerlo. Pero otros muchos no lo saben, o aun sabiéndolo no se animan. La sociedad de clases levanta barreras culturales invisibles pero infranqueables ante la conciencia de aquellos/as que presuponen que no ‘pertenecen’ a esos espacios”.

Eduardo Grüner. “El lugar de la universidad en la calle”, publicada en PáginaI12.

Distendida, como quien juega en su cancha sin tribuna visitante, la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal sinceró su cosmovisión. “¿Es de equidad que desde hace años hayamos poblado la provincia de Buenos Aires de universidades públicas cuando todos los que estamos acá sabemos que nadie que nace en la pobreza en la Argentina hoy llega a la universidad?”.

Las imágenes, profusamente divulgadas, muestran que los socios del Rotary Club que la entornaban (varones, todos los que se ven) no la miraban, ni parecían destinarle mucha atención. Por suerte o por decoro, no aplaudieron.

Las respuestas atosigaron las redes sociales, si tal cosa fuera posible. Chicas y chicos del Conurbano, sin reconocerse en el rótulo de pobres, relataron historias de vida. Su núcleo, integrar la primera generación en su familia que accedió a la educación terciaria, que se recibió o la está remando. Nobles semblanzas de empeños familiares compartidos ubicados enlas antípodas del imaginario macrista. Gente común que “sabe” como piensa y qué derechos reivindican.Pertenecen a “otras” clases sociales, ausentes en los ágapes VIP.

Las llamadas Universidades del Conurbano comenzaron su saga durante las presidencias de Carlos Menem, las hay con más de un cuarto de siglo recorrido, otras con pocos años. Su número creció desde 2003; se crearon diez.

La cercanía territorial cumple varias funciones, entre ellas atenuar la macrocefalia de la Universidad de Buenos Aires. La vecindad posibilita el acceso, una obviedad para cualquiera que no sea otario… ni, tal vez, rotario.

Viajar desde los suburbios bonaerenses a las dispersas facultades porteñas o de La Plata insume horas.El costo del transporte es un escollo para potenciales educandos peroel mayor gravamen no es la plata sino el tiempo. La mayoría de los estudiantes provenientes de familias de bajos recursos trabajan, ahorrar tiempo multiplica las perspectivas de laburar, ayudando a madres o grupos familiares a parar la olla.

La vecindad es asimismo emocional. En la Universidad cercana, se convive con las amistades del barrio, con los pares, con pibas o pibes que van a los mismos boliches.

Llegar con un solo viaje en bondi o a pata o en bici, cumple un puñado de micro ventajas en la vida cotidiana.Quienes son mamás o papás solo pueden hacer el esfuerzo de cursar en una universidad cercana.

Un relevamiento del Observatorio Educativo de la Universidad Pedagógica Nacional –publicado anteayer en la nota de tapa de este diario– prueba que la representación de los dos quintiles más bajos por ingresos en la Universidad creció mucho más que el promedio entre 2008 y 2015. “Nacieron en la pobreza” según el tosco decir de Vidal, llegaron a la Universidad. “Nadie” mintió la gobernadora; son más de 200.000 (ver recuadro aparte).

La condición universitaria ayuda a conseguir conchabo durante la carrera. Una mínima defensa contra la prepotencia del “mercado”, objetivo dilecto de Cambiemos.

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Inserciones, perspectivas, dilemas: La inserción social y cultural acompañan la entrada a la Universidad. Se suele estudiar valiéndose defotocopias porque los libros son costosos, pero se dispone de bibliotecas a mano, que no las hay en muchos hogares.

La flexibilización laboral, un objetivo anhelado por el presidente Mauricio Macri, es dura de lograr por vía legal porque cuesta reformar a la baja las normas vigentes o los convenios colectivos.

La pérdida de derechos, como en los ‘90, comienza de facto como consecuencia de la baja de calidad del empleo, del aumento de la informalidad. El clima cultural ensoberbece a las patronales, que saben que el Gobierno las banca y que los ministerios de Trabajo no hacen honor a su nombre.

Cualquier supermercado que busca un repositor al que ni siquiera le reconocerá relación de dependencia exige un “CV” en la búsqueda. Las mujeres jóvenes casadas caen bajo sospecha: en una de esas se creen con derecho a tener hijos. El domicilio de los postulantes agrega un factor de rechazo: determinados barrios populares o villas garantizan el bochazo.

Consignar que se está cursando en una Universidad mitiga la flexibilización de facto. Parece mentira, es realidad cotidiana.

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La musa involuntaria: De modo tan involuntario como eficaz, Vidal actuó como musa inspiradora para espontáneas historias de vida, que testimonian novedades en la vida de personas jóvenes (ver asimismo páginas 16 y 17 de esta edición y video de la Universidad de Florencio Varela accesible en www.pagina12.com.ar). Los impulsa el deseo aspiracional, el ansia de progresar, de no resignarse.

Un profesor de la Universidad de Hurlingham pregunta a los cursantes porqué ingresaron. Hablan de sueños, de anhelos postergados. De nuevo, en algo concuerdan todos; “porque está aquí”.

El aprendizaje, la capacitación y la salida laboral (ardua en un contexto que no la garantiza para nada) se combinan con el acceso a bienes o experiencias habituales hasta para personas de clase media. Subirse a un avión por primera vez, viajar para un postgrado o un curso de especialización, sacar pasaporte.

Las casas de estudio del Conurbano albergan al 14 por ciento de los universitarios argentinos, pero captan solo el 7 por ciento de las respectivas partidas del Presupuesto Nacional.

La dispar distribución de las competencias, el “capital cultural” viene desde la cuna, detalle que ignoran los apologistas de la educación privada. Un hogar con escasos recursos está imposibilitado de contratar un profe particular para dar clases de apoyo a un joven que se rezaga eventualmente.

Se cuestiona que son demasiados los estudiantes que no llegan a graduarse. Es un aspecto serio, que debe atenderse y mejorarse en establecimientos que comienzan el recorrido histórico. La solución, siempre transitoria y parcial, es mejorar la dotación de recursos materiales y humanos, perfeccionar a docentes y alumnos. Incluso-y por qué no-hacer introspección sobre los métodos y la calidad educativa. Jamás tronchar las trayectorias de decenas de miles de jóvenes y centenares de profesores.

La diatriba de Vidal apesta a anuncio anticipado de recortes del Estado manos de tijera, con cruel criterio de clase. Todos lo sabemos o nos damos cuenta, gobernadora.

Un vistazo a la historia: Alternar en espacios de saber abre la mente, pasar horas en un campus mejora las perspectivas, subjetivas y objetivas.

La educación como resorte de la movilidad social se cuenta entre las clásicas tradiciones argentinas.Embola un poco tener que subrayarlo cuando se cumplen cien años de la Reforma Universitaria.

La conquista de la educación universal no se concretó, de volea y por encanto, con la mera sanción de la notable ley 1420, en 1884. Los académicos Emilio Tenti Fanfani y Alejandro Grimson enseñan en el libro “Mitomanías de la educación argentina” que once años después de su promulgación la mitad de la población argentina era analfabeta. Cumplidos treinta años, el porcentaje se había reducido al 33 por ciento.

La conquista de la gratuidad comenzó con la escuela primaria primero.El final del arancelamiento en las Universidades públicas arribó con el primer peronismo.

Los precedentes ilustran: las transformaciones se van construyendo de modo sucesivo, en distintas promociones y hasta generaciones.

Un poco de memoria: Se agolparon reacciones de la comunidad educativa, hubo para regalar. Vaya un resaltado para aquellos dirigentes de la agrupación Franja Morada que, distanciándose del alineamiento genuflexo de casi toda la dirigencia radical, fueron consecuentes con su mejor historia.

Hugo Juri –rector de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y presidente del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN)– refutó de plano a la gobernadora. Según informam.cba24n.com.ar expresó: “se vuelve a discutir equidad en términos totalmente equivocados como en la década del ‘90. La equidad se obtiene llevando la mejor educación a los lugares donde se encuentran los más necesitados. Capital Federal tiene muy buenas universidades públicas y privadas, pero en los sectores de mayor concentración de pobreza la educación privada no está presente y es donde está la universidad pública.(…)La universidad pública contagia cultura como está demostrado con múltiples ejemplos, entre los cuales mencionó a la Universidad Arturo Jauretche, localizada en Florencio Varela, provincia de Buenos Aires En sectores vulnerables del Gran Buenos Aires está una excelente universidad cuyos estudiantes son primera generación de su familia y son hijos de padres que no han terminado el colegio secundario. (…) Cuando se habla de equidad y justicia significa que una persona que habita lejos de las universidades o en lugares pobres debe tener posibilidades de acceder a la universidad. Hay que romper los preconceptos como lo han hecho países como Vietnam, que superan a países como los nuestros cuando hay una voluntad nacional sin errores conceptuales”.

Radical también, Juri fue ministro de Educación durante la presidencia de Fernando de la Rúa. Renunció a su cargo en disconformidad cuando Ricardo López Murphy, designado ministro de Economía, propuso un recorte formidable del “gasto público” que golpeaba especialmente a la Universidad. El gesto o, mejor dicho, los dos gestos merecen recordarse. La gran masa boina blanca reincide en la línea De la Rúa-López Murphy: antes como cabeza de la Alianza gobernante, ahora como furgón de cola del macrismo. Vale la pena saludar las excepciones.

Contornos y contextos: Tal vez sea impresión del cronista, pero, justo cuando se reclaman sacrificios a la población, se multiplican ágapes fastuosos para dirigentes políticos y empresarios. En ese contorno Vidal emitió su proclama, coherente con dos años y medio de gestión cambiemita. La educación pública es una de sus bestias negras, aunque de eso no debe hablarse.

Macri y Vidal bregan por bajarles el copete y el valor adquisitivo de los salarios a los docentes. El Programa Conectar igualdad, que entregó más de cinco millones de computadoras a estudiantes secundarios, en comodato primero y en propiedad al egresar, fue discontinuado, mediante la clásica alquimia oficial. Falta de entrega de las compus, asfixia presupuestaria en paralelo.

Los “gastos” en infraestructura escolar se encogieron dramáticamente.

Se interrumpió la entrega de libros gratis.

Las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional no podrán apuntar a esos “costos” porque el macrismo se anticipó a sus mandatos.

La jerga oficialista rehúye las palabras “derechos”, “conquistas” o “desigualdad” con toda coherencia. Una derecha ramplona domina la política mundial, construye muros y cárceles para los inmigrantes, segrega, discrimina, apuesta a cristalizar las desigualdades. Las vallas, techos o fronteras invisibles pero infranqueables pueden ser más eficaces que los ladrillos o los alambrados con púas.

La ampliación del sistema educativo, un afán constante de las fuerzas nacional-populares constituye un avance, una tentativa para acortar brechas.

La invectiva de Vidal enfila en sentido contrario.Su aseveración “todos sabemos” rezuma ideología. Esa primera del plural es bien singular: expresa a minorías, elites, una clase arrogante que cada día se saca un poco más de maquillaje.

 

Fuente del artículo: https://www.pagina12.com.ar/119034-a-mentir-tijera-en-mano

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