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Hoja de ruta educativa.

Por: Luis Felipe Gomez Restrepo.

Así como nacionalmente se viene trabajando en la elaboración del Plan Nacional Decenal de Educación, Cali debe pensarse, a fondo y con una mirada de largo plazo, la educación en el municipio. Más allá de pruebas Pisa, más allá de los resultados de las pruebas Saber, debemos romper dos constataciones que son dolorosas: de una parte, se evidencia una gran frustración nacional, no obstante todos los avances logrados en cobertura y calidad: “La educación no consigue generar los impactos profundos y estructurales que requiere nuestra sociedad”. Y por otro lado, que el gasto en educación llega solamente al 4,5% del PIB, mientras que la meta era alcanzar el 7%.

En pocas palabras, debemos buscar una educación mucho más significativa y que genere profundas experiencias en los estudiantes para que genere importantes cambios culturales en el país. Y ello implica destinar mayores recursos. ¿Cómo podemos aumentar el presupuesto para educación en el municipio?

El pasado mes de junio, el equipo de trabajo del programa Cali Cómo Vamos, presentó a la comunidad caleña el informe sobre educación, el cual analiza el desempeño de Cali. Según los datos presentados, por segundo año consecutivo Cali se encuentra por debajo de ciudades como Bogotá, Manizales, Pereira y Medellín en cobertura educativa en los niveles de preescolar, primaria, básica y media. En términos de calidad educativa, en 2016 los estudiantes caleños mejoraron sus resultados en las Pruebas Saber 3º, 5º y 9º, frente a 2015. Por su parte, los puntajes obtenidos por los colegios privados en las Pruebas Saber 11º del primer semestre de 2017, fueron inferiores a los registrados en el mismo período del año pasado, e inferiores a los de Bogotá, Medellín, Cartagena, Barranquilla, Manizales, Pereira y al general de Colombia.

No se debe atender cobertura solamente, sino que ésta sea aparejada con una educación de calidad. Por ello, será fundamental la puesta en marcha y el impacto que deberá generar el Plan Nacional Decenal de Educación (Pnde) 2016-2026, el cual se encuentra en un estado germinal. Y que Cali pueda contar con una carta de navegación con la misma ventana de tiempo.

El Pnde 2016-2026, es la política pública que marcará el norte en Educación durante los próximos 10 años. La comisión de sabios propone 5 principios orientadores: que el plan sirva para construir la paz; que esté centrado en el desarrollo humano; que sirva para reducir la inequidad en la sociedad nacional y la brecha entre regiones; que propenda por una participación de toda la sociedad; y que la sociedad sea como un todo educador.

Nuestra región debe aprovechar el punto de inflexión que se está dando en el sector educativo. Actualmente hay una conciencia colectiva sobre la importancia que tiene para el futuro de los colombianos la inversión en su formación integral. La participación activa de nuestra comunidad en la conformación e implementación del Pnde 2016-2026, alineados los planes de desarrollo educativos Municipal y Departamental, deberán atender y mejorar nuestros actuales indicadores de cobertura, calidad, deserción, Saber 11º, entre otros.

Sector público de la mano con el privado, debe contar con una carta educativa de Cali para el largo plazo. Y lo que es más importante, lograr alinear esfuerzos y compromisos de todos con la educación de las nuevas generaciones.

Fuente: http://www.elpais.com.co/opinion/columnistas/luis-felipe-gomez-restrepo/hoja-de-ruta-educativa.html

Imagen: https://static.iris.net.co/semana/upload/images/2015/9/25/443820_185725_1.jpg

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Investigación y posrentismo

Aurora Lacueva

Tenemos que dejar atrás a la Venezuela rentista, lo que exige esfuerzos bien planificados y sostenidos en el tiempo. El tema está sobre el tapete, pero hasta ahora se oye muy poco acerca del papel de las universidades y los centros de investigación en esa transformación, siendo que sin ellos no se podrá lograr. Porque el posrentismo debe significar aplicar nuestra creatividad y laboriosidad a nuestras materias primas y elaborar a partir de ellas diversos bienes para el uso interno y para exportar.

La idea es aprovechar a fondo nuestros recursos naturales, estableciendo a partir de ellos cadenas de producción que no se queden en los primeros eslabones. Por cierto, ser posrentista no es ser pospetrolero, dado que el principal recurso natural que debemos trabajar en una economía posrentista es precisamente el petróleo, que poseemos en abundancia.

Pero en vez de exportarlo como “crudo” hay que desarrollar la refinación compleja, de donde se obtienen valiosos derivados; y promover en serio la petroquímica, fuente de muy diversos productos.

En una economía productiva se agiganta la necesidad de investigar e innovar para dar respuesta a los problemas diarios de las distintas áreas y para abrir nuevas posibilidades. Siempre se requerirá importar ciencia y tecnología, pero tiene que haber en el país una buena cantidad de investigadores que ofrezcan soluciones. Por ejemplo, el gobierno busca que dependamos menos de semillas importadas y en el caso de la papa resulta que el Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas (Inia) ya ha logrado un acopio de plántulas de semilla nacional para variedades de papa de consumo fresco.

Usarlas va a permitir ahorrar costos y tiempo. También se acordó con los productores que el propio Inia realice estudios de sus suelos, a fin de definir mejor las cantidades de fertilizantes que requieren, y que indague la posibilidad de sustituir ciertos agroquímicos por opciones más ecológicas. El Inia debe fortalecerse para poder atender -en su caso- a tantos otros requerimientos del agro, y con él han de fortalecerse todos los demás centros de investigación y desarrollo del país: mejores laboratorios, bibliotecas, remuneración del personal, becas para estudiantes de posgrado… Sería dinero bien invertido.
lacuevat@hotmail.com

Fuente del Artículo:

http://www.ultimasnoticias.com.ve/noticias/opinion-mini-site/aurora-lacueva-investigacion-posrentismo/

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Jóvenes vulnerables con poco respaldo de políticas públicas de formación para el trabajo: expertos

Por:

El Instituto de Investigaciones para el Desarrollo de la Educación (INIDE) de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, ha presentado el libro Abriendo horizontes. Estrategias de formación para el trabajo de jóvenes vulnerables, coordinado por Enrique Pieck Gochicoa y Roxana Vicente Díaz, el cual retrata experiencias significativas de formación para el trabajo dirigidas a jóvenes vulnerables.

Este trabajo nace como parte de un esfuerzo colaborativo entre el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo de la Educación (INIDE) de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México; los Institutos de Capacitación para el Trabajo (ICAT) y la Dirección de Centros de Formación para el Trabajo (DCFT), da cuenta de trece relatos de estrategias de formación para el trabajo desarrolladas por los ICAT y CECATI en doce estados de la República.

Al respecto, Enrique Pieck Gochicoa, coordinador del libro, destacó que el éxito de estos programas contrasta con la poca importancia que se les da en el marco de las políticas de formación para el trabajo en México, lo cual es notable desde el bajo presupuesto que se les asigna, aun cuando estos programas impactan a jóvenes en situación de pobreza y vulnerabilidad de aquí que “surge la necesidad de contar con una política de formación e inserción que apoye intersectorialmente la transición de los jóvenes a la vida activa.”

Por su parte, Roxana Vicente, también coordinadora de la publicación, recalcó la importancia del relato como metodología para recuperar la experiencia de los involucrados y mencionó que “el relato, a través del cual se recupera, se expone y se resignifica la experiencia, resultó la herramienta de acceso a la realidad analizada. Recuperar la experiencia narrándola evocó también un modo distinto de construir conocimiento desde la reflexión; revisando con detalle, encontrando y co-creando el sentido que tiene la práctica”.

Al respecto, Tere Lanzagorta de YouthBuild International México A.C.,

mencionó que las experiencias narradas en el texto abonan para entender tres cosas: la transformación de la vida de los jóvenes; las carencias del sistema educativo y las políticas públicas, así como el impacto de los Centros de Formación para el Trabajo en los jóvenes del país.

“El texto tiene la bondad de dibujar distintos contextos, situaciones de la vida de los jóvenes y salidas de la formación para el trabajo. Lo que habría que pensar es una nueva propuesta educativa-laboral y cómo la aterrizamos en la situación concreta que tenemos en el país”, afirmó.

Finalmente, Ívico Ahumada Lobo de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, quien destacó la relevancia de los Centros de Formación para el Trabajo, no sólo como formadores educativos, sino como mecanismos de cohesión social. De igual manera, afirmó que estas experiencias deben ser tomadas en cuenta por los tomadores de decisiones a la hora de diseñar, implementar y evaluar las políticas públicas en torno a la capacitación de jóvenes en situación vulnerable.

Fuente del Artículo:

Jóvenes vulnerables con poco respaldo de políticas públicas de formación para el trabajo: expertos

 

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Buda y Jesús tienen mucho en común

Por. Frei Betto

«Ambos propusieron una vía espiritual centrada en el amor, la compasión y la justicia»

Buda, a quien Herman Hesse le dedicó la novela Sidarta, se llamaba Sidarta Gautama y vivió en la India 500 años antes de Cristo. El siglo VI a. C. fue pródigo en sabios e iluminados: Tales de Mileto, Lao-Tsé, Confucio y los profetas Jeremías y Ezequiel.

Buda y Jesús tienen mucho en común. Según reza la tradición, ambos nacieron de una virgen. En el caso de Buda, su madre, Maya, habría sido fecundada por un pequeño elefante que se introdujo en su costado izquierdo. Buda y Jesús no dejaron nada escrito y formaron a sus discípulos mediante sentencias y parábolas emblemáticas. Ninguno de los dos fundó una religión; ambos propusieron una vía espiritual centrada en el amor, la compasión y la justicia, capaz de conducirnos a lo que más anhela todo ser humano: la felicidad.

Aprendí mucho del budismo. En especial su principal lección: el modo de evitar, o, al menos, aplacar el sufrimiento. No el dolor, que pueden paliar los medicamentos, sino el sufrimiento que lacera el alma, trastorna la mente, tritura el corazón, suscita sentimientos y actitudes negativos.

Buda descubrió que todo sufrimiento se deriva de un único factor: el apego. A bienes materiales, recuerdos nocivos, ambiciones desmedidas, y también a cargos o funciones, como bien demuestra el actual escenario político brasileño. Jesús diría lo mismo siglos después, con otras palabras.

¿Cómo librarse del apego y así evitar el sufrimiento y disfrutar de la felicidad? Buda enseñó que, para eso, es preciso vaciar la mente, y el método para hacerlo se llama meditación. Al mirar hacia afuera, soñamos; al mirar hacia adentro, despertamos.

Considero que la meditación es la forma más apropiada de oración personal. Porque induce a vaciarse de sí y a dejarse ocupar por Dios, como apunta la genial canción de Gilberto Gil «Se eu quiser falar com Deus».

El término meditación es recurrente en la tradición mística cristiana, pero no aparece en los evangelios. Sin embargo, Lucas registra con acuciosidad los momentos de oración de Jesús: «Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba» (5,16); «En aquellos días, él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios» (6,12); «… mientras Jesús oraba aparte… (9,18); «… subió al monte a orar» (9,28).

Ahora bien, si Jesús «pasó la noche orando a Dios», él que nos enseñó a no multiplicar las palabras al hablar con Dios, sin dudas meditaba, o sea, abría la mente y el corazón para que el Padre lo habitara por entero. Muchas veces los cristianos hablamos de Dios, le hablamos a Dios, hablamos sobre Dios, pero no dejamos que Dios hable en nosotros. Y la meditación es un ejercicio de acogida del Misterio.

Soy un católico que reza todos los días para que Dios haga de mí un cristiano. Mi amigo, el periodista Heródoto Barbeiro, es budista desde hace 40 años. Su nombre de monje es Gento Ryotetsu. Decidimos encerrarnos durante tres días en el convento de los frailes dominicos de São Paulo para debatir sobre las convergencias y las diferencias entre el budismo y el cristianismo. En realidad no encontramos divergencias. El resultado se recoge en el libro O budista e o cristão – um diálogo pertinente.

En tiempos de fundamentalismos teológicos e intolerancias religiosas, el diálogo entre personas y grupos de concepciones distintas es, sin dudas, el camino más corto para evitar prejuicios y discriminaciones, ofensas y persecuciones. Entre otras cosas, porque Dios no tiene religión.

Aunque crea que Jesús es «el camino, la verdad y la vida», nunca estaré seguro de que mi visión religiosa coincide con La Verdad. Siempre recuerdo al misionero que, en China, a inicios del siglo XX, le predicaba la doctrina cristiana a una multitud y concluyó diciéndoles: «¡Acabo de anunciarles la verdad!» Un chino levantó la mano y le dieron la palabra: «Padre, hay tres verdades: la suya, la mía y la verdad verdadera. Usted y yo juntos debemos buscar la verdad verdadera».

Fuente del Artículo:

http://www.periodistadigital.com/religion/opinion/2017/08/01/frei-betto-buda-y-jesus-tienen-mucho-en-comun-religion-iglesia.shtml

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Creativa-mente: por una transformación a la educación

Por. Jorge Andrés Osorio Guillott

Creativa-mente empezó como un proyecto de investigación realizado por la Universidad Nacional, la Universidad Distrital y un grupo investigativo de la Universidad Los Libertadores en el 2010.

Jairo Anibal Moreno es y ha sido docente de varias universidades a nivel nacional. Realizó estudios de pregrado en psicología en la Universidad Nacional y de Licenciatura en Lingüística y Literatura de la Universidad Distrital. Realizó una especialización en psicolingüística en la Universidad de La Habana y tiene un maestría en Lingüística española del Instituto Caro y Cuervo. Desde hace 7 años, en cabeza del profesor e investigador, se creó Creativa-mente, una iniciativa que buscaba determinar los niveles de comprensión de los profesores universitarios a partir de una serie de ejercicios que desarrollan la capacidad cognoscitiva en los seres humanos.

Este mismo ejercicio se llevó a cabo en aquellos años en estudiantes de la Distrital y de Los Libertadores. Los resultados dieron la infortunada sorpresa de encontrarse con que el nivel de los estudiantes era superior al de algunos profesores en cuanto a comprensión y análisis de textos se refiere.

A partir de lo que el profesor denomina Modelo de Procesos, Operaciones, Habilidades y  Desempeños Comprensivos y Creativos se configuran una serie de ejercicios que precisamente abarcan todos los elementos mencionados anteriormente, de manera que a partir del orden en que se mencionan se genera una estructura jerárquica que termina por optimizar el desempeño y mejorar las habilidades cognitivas y del lenguaje en las personas que realizan las dinámicas dictadas por el profesor. Desde hace cinco años se realiza una especie de concurso semestral, donde profesores y estudiantes de diversas instituciones de educación superior participan por premios como becas o libros. Actualmente la Escuela de Artes y Letras, institución que patrocina Creativamente, obsequia dos becas a los mejores resultados del programa.

Comprensión relacional, contextualización inferencial, comprensión inferencial y operación inductiva son algunas de las capacidades que se trabajan y se evalúan en diversos ejercicios que pueden ser de bajo o alto nivel de dificultad. A partir de estas herramientas han logrado que algunos estudiantes que no pertenecen a las mejores universidades del país superen en puntaje a algunos que sí pertenecen a las mejores universidades en las pruebas de Estado Saber Pro del ICFES.

Esta innovación pedagógica también ha querido trasladarse a la primera infancia, de manera que sea posible remediar algunas falencias en la educación desde temprana edad.

Gran parte de las teorías clásicas cognitivas forman la base de Creativamente. Sin embargo, Jairo Anibal Moreno hace énfasis en el psicolingüista norteamericano Jerry Fodor. Según el profesor Jairo, en 1983 Fodor creó un trabajo sobre la arqueología de la mente donde se explica que nuestra mente funciona por módulos. A partir de esa “modularidad de la mente” se generaron ciertas ideas para la pedagogía de Creativamente que, inclusive, ha llegado a trabajar con personas de la tercera edad para reforzar sus procesos de pensamiento y también han llegado a establecer ejercicios con la Universidad Nacional y Pedagógica para personas sordas.

“La mayoría de experimentos están situados en la práctica misma: mejorar la escritura en la habilidad escritural; mejorar la lectura sobre el texto, leyéndolo. Nosotros en nuestro modelo la lectura la evaluamos, la desarrollamos y la analizamos desde mucho antes del desempeño.” Con esto se pretende cambiar el modelo de lectura en tanto que ya no se trata de aprender a leer con el texto en la mano sino que se reafirma que la capacidad de análisis y comprensión lectora se mejoran a partir de ciertas habilidades que no son aisladas pero que sí se mejoran y se perfilan a partir de otro tipo de actividades que activen herramientas como la inferencia, la deducción, la relación de elementos y el seguimiento de un hilo conductor de un texto.

Una de las cosas que motivó a Jairo Moreno y a su grupo de investigación fue darse cuenta que en muchas pruebas de educación como las pruebas Pisa, el 98% de los jóvenes de otros países obtenían un resultado satisfactorio y superior en el total mientras que en un país como el nuestro sólo en 1% de los estudiantes eran capaces de igualar ese promedio. Es una cifra lamentable que sirve como ejemplo para promover y aspirar a la mejora de la educación, pues como él mismo lo dice: “no avanzamos mucho en la educación…  seguimos siendo una sociedad reproductiva. Los maestros siguen, de alguna manera, recomendando para los trabajos de investigación temas donde haya mucho que decir: “no escoja ese tema porque de eso no se encuentra nada.” Se cree  la idea de que la investigación que hay que hacer es sobre lo que ya está. No somos una sociedad constructiva del saber, no hay una idea constructiva de la enseñanza. “

De la mano del profesor Jairo, de Cuba como país que nos ha apoyado no solo en la paz sino también en casos como estos donde se generan espacios de investigación y desarrollo de la educación y la ciencia, se espera que, desde la primer infancia, se creen dinámicas lúdicas y pedagógicas que guíen mejor a los estudiantes para su desarrollo cognitivo y su capacidad de análisis y crítica.

En la pasada edición de la Feria del Libro de Bogotá, la Escuela de Artes y Letras lanzó el primero de tres volúmenes llamados Arquitecturas textuales donde se espera acercar a los lectores y enseñarles un poco sobre todo lo relacionado con este proyecto que busca incentivar la comprensión de textos y la creación de contenidos que impulsen una educación que ha sido bandera en épocas de campaña pero se ha quedado en los cuartos de sanalejo de todos los gobiernos en los últimos años.

Fuente del Artículo:

http://www.elespectador.com/noticias/cultura/creativa-mente-por-una-transformacion-la-educacion-articulo-709035

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Why the Democratic Party Can’t Save Us From Trump’s Authoritarianism

By Henry Giroux

There is a certain duplicity in the Democratic Party’s attempts to remake itself as the enemy of the corporate establishment and a leader in a movement to resist Trump and his mode of authoritarianism.

Democrats, such as Ted Lieu, Maxine Waters and Elizabeth Warren, represent one minority faction of the party that rails against Trump’s racism and authoritarianism while less liberal types who actually control the party, such as Chuck Schumer and Nancy Pelosi, claim that they have heard the cry of angry workers and are in the forefront of developing an opposition party that will reverse many of the policies that benefited the financial elite. Both views are part of the Democratic Party’s attempt to rebrand itself.

The Democrats’ new populist platform, called «A Better Deal: Better Skills, Better Jobs, Better Wages» has echoes of FDR’s New Deal, but it says little about developing both a radical democratic vision and economic and social policies that would allow the Democratic Party to speak more for the poor, people of color and young people than for the corporate and financial elite that run the military-industrial-entertainment complex. Their anti-Trump rhetoric rings hollow.

For Democratic Party leaders, the rebranding of the party rests on the assumption that resistance to Trump merely entails embracing the needs of those who are the economic losers of neoliberalism and globalization. What they forget is that authoritarianism thrives on more than economic discontent, as the recent white supremacist violence in Charlottesville, Virginia, made clear. Authoritarianism also thrives on racism, xenophobia, exclusion, expulsion and the deeming of certain subgroups as «disposable» — a script that the «new» Democratic Party has little to say about.

David Broder has recently argued that being anti-Trump is not a sufficient political position because doing so inures people to a myriad of neoliberal policies that have impoverished the working class, destroyed the welfare state, waged foreign wars and a war on public goods, polluted the environment, created massive inequities and expanded the reach of the punishing and mass incarceration state. Even though these neoliberal policies were produced by both Republicans and liberal Democrats, this message appears to have been taken up, at least partly, by the Democrats in a focused attempt to rebrand themselves as the guardians of working class interests.

For too many members of the Democratic Party, Trump is the eccentric clown who unexpectedly stepped into history by finding the right note in rousing an army of «deplorables» willing to invest in his toxic script of hatred, demonization and exclusion. Of course, as Anthony DiMaggio, Thomas Frank, Michelle Alexander, Naomi Klein, Paul Street and others have pointed out, this is a false yet comforting narrative for a liberal elite whose moralism is as suffocating as is their belief in centrist politics. Neoliberal policies, especially under Clinton and Obama, created the conditions for Trump to actually come to power in the first place.

Trump’s presidency represents not merely the triumph of authoritarianism but also the tragedy of a neoliberal capitalism that benefited investment bankers, Wall Street, lawyers, hedge fund managers and other members of the financial elite who promoted free trade, financial deregulation, cutthroat competition and commercialization as the highest measure of individual and market freedom. Trump is not simply the result of a surprising voter turnout by an angry, disgruntled working class (along with large segments of the white suburban middle class), he is also the endpoint of a brutal economic and political system that celebrated the market as the template for governing society while normalizing a narrative of greed, self-interest and corporate power. Trump is the mirror reflection of the development of a form of illiberal democracy and authoritarianism that mixes neoliberal economic policies, anti-immigrant bigotry, the stifling of free speech, hyper-nationalism and a politics of disposability and exclusion.

A History of Betrayal by Both Political Parties

Getting in bed with Wall Street has also been a favorite pastime of the Democratic Party.

The tyranny of the current moment bespeaks a long history of betrayal by a financial and political class that inhabits both major parties. It is no secret that the Republican Party has been laying the groundwork for an American-style authoritarianism since the 1970s by aggressively pushing for massive tax cuts for the rich, privatizing public goods, promoting a culture of fear, crushing trade unions, outsourcing public services and eliminating restrictions designed to protect workers, women and the environment. But they have not been the only party reproducing the dictates of neoliberalism. Getting in bed with Wall Street has also been a favorite pastime of the Democratic Party.

It was the Democratic Party, especially under President Clinton, that prepared the groundwork for the financial crisis of 2007 by loosening corporate and banking regulations while at the same time slashing welfare provisions and creating the conditions for the intensification of the mass incarceration state. The Clinton administration did more than court Wall Street, it played a decisive role in expanding the neoliberal gains that took place three decades before he was elected. Nancy Fraser insightfully sums this up in her contribution to The Great Regression anthology:

Neoliberalism developed in the United States roughly over the last three decades and was ratified with Bill Clinton’s election in 1992…. Turning the US economy over to Goldman Sachs, it deregulated the banking system and negotiated the free-trade agreements that accelerated deindustrialization…. Continued by his successors, including Barack Obama, Clinton’s policies degraded the living conditions of all working people, but especially those employed in industrial production. In short, Clintonism bears a heavy share of responsibility for the weakening of unions, the decline of real wages, the increasing precarity of work, and the rise of the ‘two-earner family’ in place of the defunct family wage.

The Obama administration continued this abandonment of democratic values by bailing out the bankers and selling out millions of people who lost their homes while at the same time aggressively prosecuting whistleblowers. It was the Obama administration that added a kill list to its foreign policy and matched it domestically with educational policies that collapsed education into vocational training and undermined it as a moral and democratizing public good. Obama mixed neoliberalism’s claim to unbridled economic and political power with an educational reform program that undermined the social imagination and the critical capacities that made democracy possible. Promoting charter schools and mind-numbing accountability schemes, Obama and the Democratic Party paved the way for the appointment of the hapless reactionary billionaire Betsy DeVos as Trump’s Secretary of Education. And it was the Obama administration that enlarged the surveillance state while allowing CIA operatives who tortured and maimed people in the name of American exceptionalism and militarism to go free. In short, the flirtation of neoliberalism with the forces of illiberal democracy was transformed into a courtship during the Clinton and Obama administrations and until death do us part under Trump.

The growing disregard for public goods, such as schools and health care, the weakening of union power, the erosion of citizenship to an act of consumption, the emptying out of political participation, and the widening social and economic inequality are not only the product of a form of ideological extremism and market fundamentalism embraced by Republicans. The Democratic Party also has a long legacy of incorporating the malicious policies of neoliberalism in their party platforms in order to curry favor with the rich and powerful. Neoliberalism stands for the death of democracy, and the established political parties have functioned as its accomplice. Both political parties, to different degrees, have imposed massive misery and suffering on the American people and condemned many to what David Graeber has described in his book The Democracy Project as «an apparatus of hopelessness, designed to squelch any sense of an alternative future.» While Trump and the Republican Party leadership display no shame over their strong embrace of neoliberalism, the allegedly reform-minded Democratic Party covers up its complicity with Wall Street and uses their alleged opposition to Trump to erase their criminogenic history with casino capitalism. With Republican majorities, mainstream Democrats share an unwillingness to detach themselves from an ideology that challenges the substance of a viable democracy and the public spheres and formative cultures that make it possible.

Democratic Party Remains Complicit in Neoliberal and Authoritarian Politics

Chris Hedges has laid bare both the complicity of the Democratic Party in neoliberal and authoritarian politics as well as the hypocrisy behind its claim to be the only political alternative to challenge Trump’s illiberalism. He is worth quoting at length:

The liberal elites, who bear significant responsibility for the death of our democracy, now hold themselves up as the saviors of the republic. They have embarked, despite their own corruption and their complicity in neoliberalism and the crimes of empire, on a self-righteous moral crusade to topple Donald Trump. It is quite a show…. Where was this moral outrage when our privacy was taken from us by the security and surveillance state, the criminals on Wall Street were bailed out, we were stripped of our civil liberties and 2.3 million men and women were packed into our prisons, most of them poor people of color? Why did they not thunder with indignation as money replaced the vote and elected officials and corporate lobbyists instituted our system of legalized bribery? Where were the impassioned critiques of the absurd idea of allowing a nation to be governed by the dictates of corporations, banks and hedge fund managers? Why did they cater to the foibles and utterings of fellow elites, all the while blacklisting critics of the corporate state and ignoring the misery of the poor and the working class? Where was their moral righteousness when the United States committed war crimes in the Middle East and our   militarized police carried out murderous rampages?

According to Katie Sanders, writing in PunditFact, under the Obama presidency, the Democrats «lost 11 governorships, 13 U.S. Senate seats, 69 House seats, and 913 state legislative seats and 30 state legislative chambers.» And the losses and humiliations got worse in 2016 elections. It is no secret that the Democratic Party is a political formation of diminished power and hopes. Yet, in the face of Trump’s authoritarianism, it has attempted to reinvent itself as the party of reform by updating its worn out economic policies and ideological scripts. As proof of its reincarnation, it has proposed a platform titled «A Better Deal,» signaling a populist turn in economic policy. A number of its economic reforms would certainly help benefit the poor and underprivileged. These include proposed increases of the minimum wage to $15, tax credits to encourage job training and hiring, regulations to lower drug costs, stronger anti-trust laws and a trillion-dollar infrastructure plan. The platform, however, does not support universal health care, and it says nothing about providing free higher education, reducing military spending or reversing the huge growth in inequality.

As Anthony DiMaggio points out, the plan «doesn’t even reach a Bernie Sanders level of liberalism, and it is a far cry from the kind of progressive populist policies introduced in FDR’s New Deal and Johnson’s Great Society/War on Poverty.» Eric Cheyfitz adds to this argument by insisting that the plan does nothing to challenge the rapacious system of unfettered capitalism the Democrats and Republicans have supported since the 1970s. Democrats are completely unrepentant about having supported the deregulation of capital and thus ushered in a new form of US authoritarianism. Moreover, any reform policy worth its name would directly address income inequality and the power of the military-industrial complex, while fighting for single-payer health care and a redistribution of wealth and power. There will have to be a massive refiguring of power and redistribution of wealth to address the health care crisis, poverty, climate change, inadequacies in education and the plague of mass incarceration — problems not addressed in the Better Deal. It is not unreasonable to assume that such vexing challenges cannot be addressed within a two-party system that supports the foundational elements of predatory capitalism.

In spite of the horrendous neoliberal ideology and reactionary policies driving the Democratic Party, various Democrats and progressives cannot bring themselves to denounce either capitalism as the bane of democracy nor its suffocating hold on its reform efforts. They appear thunderstruck when asked to denounce a corrupt two-party system and develop a social movement and political apparatus that supports democratic socialism.

For instance, unrepentant centrist liberals, such as Mark Penn and Andrew Stein, have castigated progressives within the party while unapologetically embracing neoliberalism as a reform strategy. They believe that the Democratic Party has lost its base because it rushed to defend «identity politics» and leftist ideas and that workers felt abandoned by the party’s «shift away from moderate positions on trade and immigration, from backing police and tough anti-crime measures.» Instead, they claim that the Democratic Party needs «to reject socialist ideas and adopt an agenda of renewed growth, greater protection for American workers … return to fiscal responsibility, and give up on … defending sanctuary cities.»

This sounds like a script written by a Trump policy advisor. It gets worse. Others such as Leonard Steinhorn have argued that the real challenge facing the Democratic Party is not to change their policies but their brand and messaging techniques. This argument suggests that the Democrats lost their base because they failed to win the messaging battle rather than the loss being due to moving to the right and aligning themselves with corporate and moneyed interests.

Suffering from an acute loss of historical memory, Jonathan Chait argues that the Democratic Party never embraced the policies of neoliberalism and has in its recent incarnations actually moved to the left, upholding the principles of the New Deal and Great Society. As Leah Hunt-Hendrix observes:

One need not be anti-capitalist to understand that the Democratic [Party] … allowed for policies that deregulated the finance sector (under President Bill Clinton), allowed for the privatization of many public goods (including the weakening of the public education system through the promotion of charter schools) and bailed out Wall Street banks without taking measures to truly address the needs of struggling working Americans.

Chait seems to have overlooked the fact that Trump and Sanders have proved conclusively that the working class no longer belongs to the Democratic Party or that the Democratic Party under Clinton and Obama became the vanguard of neoliberalism. He goes even further, arguing implausibly that neoliberalism is simply an epithet used by the left to discredit liberals and progressive Democrats. Chait appears oblivious to the transformation of the Democratic Party into an adjunct of the rich and corporate elite.

Is Chait unaware of Clinton’s elimination of the Glass-Steagall Act, his gutting of the welfare system and love affair with Wall Street, among his many missteps? How did he miss Obama’s bailout of Goldman-Sachs, the abandonment of education as a public good, his attack on whistleblowers, or the Democrats’ assault on organized labor via NAFTA? Was he unware that, in a White House interview given to Noticias Univision 23, Obama admitted that his «policies are so mainstream that if I had set the same policies that I had back in the 1980s, I would be considered a moderate Republican?»

In the end, Chait is most concerned about what he calls an attempt on the part of the left to engage in the trick of bracketing «the center-left with the right as ‘neoliberal’ and force progressives to choose between that and socialism.» He goes on to say that «The ‘neoliberal’ accusation is a synecdoche for the American left’s renewed offensive against the center-left and a touchstone in the struggle to define progressivism after Barack Obama [and] is an attempt to win an argument with an epithet.» Because of his fear of democratic socialism, Chait is like many other centrists in the Democratic Party who are oblivious to the damaging effects of the scorched-earth neoliberal polices adopted under the Clinton and Obama administrations.

Other progressive spokespersons, such as John Nichols and Leah Hunt-Hendrix, and groups, such as Our Revolution and the Incorruptibles, want to rebuild the Democratic Party from the base up by running candidates with progressive values «for local offices: in state houses, city councils, planning commissions, select boards and more.» The emphasis here would be for activists to revitalize and take over the Democratic Party by turning it to the left so that it will stand up for the poor and underprivileged.

Tom Gallagher adds to this reform strategy by arguing that Bernie Sanders should join the Democratic Party — forgetting that when he supported Hillary Clinton in the presidential election, he presented himself as a defacto member of the party in all but name.

Many of the strategies proposed to move the Democratic Party away from its history of centrism and the violence of neoliberalism are noble: If they were enacted at the level of policies and power relations, they would certainly make life easier for the poor, vulnerable and excluded. Progressives are right to be motivated and inspired by Sanders’s courage and policies. Sanders’s campaign against a rigged economy that redistributed wealth and income upward on a massive scale to the rich and corporate robber barons, coupled with his critique of the fixed political system that protected neoliberalism, provided a new language that had the potential to be visionary. But there is a difference between calling for reform and offering a new and compelling vision with an emphasis on a radical transformation of the political and economic systems.

At the same time, calls for a new vision and supporting values for radical democratic change do not mean abandoning attempts at reforming the Democratic Party as much as viewing such attempts as part of a broader strategy designed to make immediate progressive gains on a number of fronts. Most importantly, such a strategy moves beyond reform by pushing the party to its ideological and political limits so as to make visible the endpoint of liberal reform. At stake here is the assumption that such a strategy will make clear that the Democratic Party is incapable of being transformed radically and as such should not be expected to be on the forefront of radical democratic change.

Political and ideological centrism is endemic to the Democratic Party: It has never called for restructuring a system that is corrupt to the core. As a result, in the words of Nancy Fraser, the antidote to authoritarianism «is a left project that redirects the rage and the pain of the dispossessed towards a deep societal restructuring and a democratic political ‘revolution’.» The power of a left-progressive presence in the United States will, in part, depend on developing a comprehensive and accessible narrative that is able, as Nancy Fraser observes, to «articulate the legitimate grievances of Trump supporters with a fulsome critique of financialization on the one hand, and with an anti-racist, anti-sexist and anti-hierarchical vision of emancipation on the other.» The left needs a populism with a social conscience, one that allows young people, workers, the middle class, and others to see how their futures might develop in a way that speaks to their needs and a more just and equitable life, one in which the utopian possibilities of a radical democracy appear possible.

Looking Beyond the Democratic Party

A new vision for change cannot be built on the legacy of the Democratic Party. What is needed is a concerted attempt to figure out what democratic socialism will mean and look like in the 21st century. This suggests rethinking the meaning of politics, one that can rekindle the social imagination. Central to such a struggle is the role education must play in creating the formative culture capable of creating critical and engaged citizens. In this case, politics moves beyond ephemeral protests and recalibrates itself to create the public spheres that enable progressives to think about what long term movements, organizations and institutions can be aligned to create new political formations willing to confront neoliberal capitalism and other forms of oppression, not simply as symptoms of a distorted democracy but as part of a more radical project unwilling to compromise on identifying root causes.

Michelle Alexander is right in warning us that it would be a tragedy to waste the growing resistance against Trump «by settling for any Democrat the next time around.» I would similarly argue that we should not settle for a choice between good or bad Democrats. We must instead struggle for a radical restructuring of society, one that gives meaning to a substantive democracy. Resistance cannot be either defensive or ephemeral, reduced to either a narrow criticism of Trump’s policies or to short-lived expressions of protests. As Michael Lerner has pointed out, protests are moments, and however pedagogically and politically valuable, do not constitute a movement. As Zygmunt Bauman and Leonidas Donskis have suggested in their book Liquid Evil, protests function as «an explosion of political subjectivity» and generally tell us what people are against but not what they want. Coupled with a new vision, moral language and democratic values, the left and other progressives need a platform for thinking beyond neoliberal capitalism.

As David Harvey observes, the problems Americans face are too intractable and extensive to resolve without a strong anti-capitalist movement. This will only take place if progressives create a broad-based social movement that aligns struggles at the local, state and national level with democratic movements at the global level. The peripheral demands of single-issue movements cannot be abandoned, but they must translate into wider opportunities for social change. There should be no contradiction between the call for educational reform, women’s rights and ecological change and what Katrina Forrester calls an alternative economic and political vision for America. At the same time, it is a mistake for progressives to look at society only in terms of economic structures and issues. A mass-based movement to challenge neoliberalism and authoritarianism cannot be constructed unless it also commits to struggle against the many forms of oppression extending from sexism and racism to xenophobia and transphobia. Only a movement that unifies these diverse struggles will lead us toward a radical democracy.

Politics becomes radical when it translates private troubles into broader systemic issues and challenges the commanding institutional and educational structures of neoliberalism. To be effective, it must do so in a language that speaks to people’s needs, enabling them to both identify and invest in narratives in which they can recognize themselves and the conditions that produce the suffering they experience. For this reason, the call for institutional change is inextricably connected to the politics of social transformation. Such transformation must propel us toward an international movement to build a society that embraces the beauty of universal emancipation and promise of a radical democracy. At a time in history when the stakes for democracy are so threatened and life on the planet itself so imperiled, collective action is the only way out of the age of illiberal democracy. It is time to go for broke.

Source:

http://www.truth-out.org/news/item/41672-why-the-democratic-party-can-t-save-us-from-trump-s-authoritarianism

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Canadá es un éxito educativo y las razones son sorprendentes: qué podemos aprender

Por: Héctor G.Barnés

Aunque no suele nombrarse a la hora de hablar de los mejores sistemas educativos, se encuentra ahí arriba, con Finlandia y los asiáticos. Pero su fórmula es mucho más compleja.

Cuando ojeamos los primeros puestos de ‘rankings’ educativos como el de PISA, solemos encontrar entre los consabidos Singapur, Finlandia y otros países orientales un convidado de piedra: Canadá, que destaca no tanto por sus resultados concretos como por su constancia en distintas materias. El ministro de Educación Doug Currie calificó de “trabajo soberbio” al realizado por el sistema educativo de su país a propósito de los resultados de PISA 2015, donde solo fueron superados por Japón, Estonia y Singapur. Tan solo esta última superó a Canadá en lectura.

No es un país que suela aparece en los listados de los países “milagrosos”, a pesar de que, en muchos sentidos –sus alrededor de 36 millones de habitantes se reparten por una gran extensión, su tasa de inmigración per cápita es la más alta en el mundo– tiene aún más mérito. Quizá ello se deba a la dificultad para identificar cuáles son los elementos diferenciales, principalmente por la organización de su sistema educativo, uno de los más descentralizados del mundo y que, por lo tanto, presenta grandes variaciones entre regiones. Como recordaba un reportaje de la ‘BBC‘, si fuesen países independientes, Alberta, Columbia Británica y Quebec superarían en ciencia a Hong Kong o Finlandia.

No solo los estudiantes lo hacen bien, sino que es algo independiente de su estatus socioeconómico o de si son nativos o inmigrantes

“Canadá es relativamente un recién llegado a lo alto de los ‘rankings’ internacionales”, explicaba un informe de la OCDE sobre su rendimiento educativo. “Al revés de Japón y Corea, no era un líder claro en las evaluaciones internacionales de los 80 y los 90, y solo fue después de la publicación en 2000 de PISA que se vio convertida en uno de los líderes el grupo”. El veredicto es claro: no solo el país americano obtiene resultados muy altos, sino que la diferencia entre los mejores y peores estudiantes es muy pequeña. En ciencia, por ejemplo, la variación es de apenas un 9%, mientras que en Singapur es del 20. En España se encuentra en el 13%.

Confiar en las provincias

El sistema educativo canadiense se organiza alrededor de 10 provincias y tres territorios muy diferentes entre sí y que, por lo tanto, tienen su propia historia y sus propias necesidades. El informe de la OCDE considera esta descentralización como el “rasgo más sorprendente” de dicho sistema, ya que es el único país de todo el mundo que no tiene un departamento de Educación como tal, sino que las competencias están transferidas casi por completo a cada una de las provincias, que desde hace 20 años, son quienes aportan el 100% del presupuesto.

Los currículos se desarrollan junto a los profesores, la financiación es equitativa y la selección de docentes, muy exigente

Entre ellas, las más importantes son las de Ontario (dos millones de estudiantes), Québec (un millón), Columbia Británica (610.000) y Alberta (530.000), que suman un 80% de estudiantes, y que por lo general son las que obtienen las mejores calificaciones. Al mismo tiempo, las provincias delegan parte de su responsabilidad en los municipios y, sobre todo, los colegios; las primeras fijan el currículo, las políticas generales y la financiación, pero los segundos contratan a los empleados y eligen a los directores de los centros.

No obstante, a pesar de las diferencias, hay ciertas pautas que se repiten en todas las regiones por asimilación entre ellas, y que matizan estas supuestas diferencias. Hay tres principios que se repiten: el desarrollo de currículos a partir de la consulta con profesores y expertos en las diferentes materias, con distintos niveles de libertad para los profesores; un proceso muy selectivo de elección de los docentes (por lo general, entre el 30% de los mejores de la promoción); y financiación equitativa, que ha conseguido solucionar los problemas de algunas de las regiones y alumnos más pobres otorgando más dinero a los centros que lo necesitan.

Dalton McGuinty fue Primer Ministro de Ontario entre 2003 y 2013. (Reuters/Mark Blinch)
Dalton McGuinty fue Primer Ministro de Ontario entre 2003 y 2013. (Reuters/Mark Blinch)

Uno de los grandes éxitos de la educación canadiense ha sido su capacidad de integrar a los niños inmigrantes. Ya no provienen de Europa, como había ocurrido hasta los años 70, sino de Asia (China o India) y otros países en vía de desarrollo, como Argelia o Colombia. En apenas tres años, estos alumnos alcanzan niveles educativos superiores a la media. Las razones son tres, según el informe: aparte de que muchos de los niños inmigrantes provienen de familias de alto nivel cultural, la forma de integrar a los alumnos, con apoyo fuera del colegio (a veces a través de ONG) las y decisiones políticas para ayudara los más desfavorecidos, por ejemplo, recibiendo refuerzo lingüístico (como ocurre en la Columbia Británica) son clave.

Los profesores, unidos

El informe destaca una de las características más peculiares del sistema educativo canadiense, y que contradice la popular idea de que los docentes suelen ser elementos de resistencia frente a los cambios promovidos desde la política o por agentes externos. Su caso es más “complejo”, señala elinforme: “Los profesores son un grupo crucial que pueden participar en una agenda de reforma mucho más amplia”. Esto se traduce a través de su organización no solo como asociación de profesionales, como ocurre en otros países, sino como sindicatos con gran influencia en la negociación.

Aunque la misión y el objetivo provenían de arriba, había un claro reconocimiento de que era a nivel de cada colegio donde debían tener lugar los cambios

Es lo que ocurre en Ontario, el caso analizado por la OCDE, donde entre 2003 y 2010 se llevaron a cabo distintas reformas promovidas por el Primer Ministro Dalton McGuinty. Este intentó revertir la tendencia del gobierno conservador antecedente, “extremadamente impopular entre los profesores”, y que había conducido a un abandono en masa de los colegios públicos. Se aprobaron 65 medidas, entre las que se encontraban la reducción del tamaño de las clases (lo que creó 5.000 nuevos puestos de trabajo) y que tenían ante todo dos objetivos: mejorar los niveles de habilidad lingüística y aumentar la cantidad de graduados en secundaria.

Para ello fue de radical importancia el apoyo de los profesores, quienes iban a realizar el esfuerzo en las aulas. Para ello, decidieron “darle menos importancia a la publicación de resultados y centrarse en que los colegios con mayores dificultades recibiesen un apoyo adicional y apoyo externo en lugar de ser castigados o cerradas”. 100 personas (profesores, directores, expertos) formaron parte de la secretaría que se encargó de aplicar las reformas. “Aunque la misión y el objetivo provenían de arriba, había un claro reconocimiento de que era a nivel del colegio donde debían tener lugar los cambios, y que el rol de otros actores en el sistema era el de apoyar el aprendizaje y los cambios que se estaban produciendo en los colegios”.

HÉCTOR G. BARNÉS

Los propios canadienses son, no obstante, muy críticos con los resultados obtenidos por su sistema educativo. A raíz de la publicación de los últimos resultados de PISA, hubo quien planteó el problema de que las calificaciones de matemáticas no hubiesen mejorado. A pesar de que los resultados son buenos, lamentaban los canadienses, el progreso no es positivo, y hay ciertas regiones (Manitoba, Saskatchewen o Newfoundland) que obtienen resultados muy inferiores a otras. En todas partes cuecen habas, pero ser capaces de identificar los problemas es uno de los factores decisivos del éxito.

Fuente: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2017-08-21/canada-exito-educativo_1429440/

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