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La oportunidad Trump

Por: Raúl Zibechi

Dos puntos de partida. Uno, los cambios de fondo nunca se procesan en períodos de calma chicha sino en medio de tempestades que ponen todo patas arriba. Es en esos momentos cuando las fuerzas antisistémicas, forjadas en largos períodos en los sótanos de las sociedades, pueden aprovechar la debilidad y la crueldad del capital para mostrar a las mayorías que hay otros caminos más allá de la subordinación al sistema.

Dos, que uno de los más importantes problemas que enfrenta hoy lucha emancipatoria es la subordinación de los movimientos antisistémicos al capital financiero y a los estados, como lo señala Nancy Fraser en el memorable artículo “Trump o el fin de neoliberalismo progresista” (Rebelion, 23 de enero de 2017).

El aturdidor cacareo de los más poderosos medios del sistema, encabezado por The New York Times y seguido dócilmente por la inmensa mayoría de los medios del mundo, tiene un objetivo muy claro: reforzar la alianza Wall Street-Sillicon Valley-Hollywood con los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y LGBTQ), como señala Fraser.

Esta alianza es un cortafuegos levantado por Bill Clinton en 1992, lo que la feminista estadunidense denomina “neoliberalismo progresista”, como forma de aislar a la clase obrera –vapuleada por el capital financiero y la globalización- de los movimientos sociales. Donde hubo exitosas luchas contra el neoliberalismo, fue donde se tejieron alianzas de hecho entre ambos sectores. El Argentinazo de diciembre de 2001 fue la convergencia de “piquete y cacerola”, o sea los obreros desocupados y las clases medias empobrecidas, algo que los de arriba buscan evitar de cualquier modo.

Ese neoliberalismo progresista es el que ha gobernado buena parte de Sudamérica en la última década. Salvando las distancias, hay también entre nosotros la intención de cooptar a los nuevos movimientos, de un modo que Fraser describe de modo sencillo y potente: “Al identificar progreso con meritocracia, en lugar de igualdad, se equiparaba la emancipación con el ascenso de una pequeña elite de mujeres, minorías y gays “con talento” en la jerarquía empresarial basada en la noción de “quien gana se queda con todo” (validando la jerarquía en lugar de abolirla)”.

Estas minorías juegan el mismo papel que tuvieron las direcciones sindicales y de la socialdemocracia europea durante la primera guerra mundial, frenando las aspiraciones revolucionarias de una parte importante del proletariado. En casos extremos como en Alemania en 1919, esa socialdemocracia llegó a asesinar a dirigentes como Rosa Luxemburg, mostrando así la verdadera cara de su proyecto de sostener el sistema capitalista enfrentando a la izquierda rebelde.

Dicho de otro modo, sin el apoyo de ese sector el sistema estaría tambaleándose. Al comienzo de la globalización, conscientes de que afectaría a la clase obrera industrial, las elites del mundo tejieron una amplia alianza con los nuevos movimientos, que Fraser describe como “alianza entre emancipación y financierización”. La rabia de Wall Street y de los medios del sistema es que la victoria de Trump deja dicha alianza en estado de máxima debilidad, por eso su empeño en movilizar a los jóvenes para evitar fracturas.

Apenas dos ejemplos. El muro de Trump ya existe y fue levantado por diversas administraciones, “programado por Bill Clinton y construido en su tercera parte por Baby Bush”, según Alfredo Jalife-Rahme (La Jornada, 3 de febrero de 2017). Sin embargo, presentan el muro como una novedad, ignominiosa por cierto, cuando deberían decir que Trump se propone terminar el muro que comenzaron los neoliberales republicanos y demócratas.

Lo segundo es la vergonzosa propaganda en defensa de los derechos humanos y de los musulmanes. Paul Craig Roberts critica con dureza el oportunismo de la representante de la ONG Human Rights First, quien atacó las medidas contra los musulmanes: “¿Dónde estaba Human Rights First cuando el régimen Bush/Cheney/Obama mataba, mutilaba y desplazaba a millones de musulmanes en siete países en el transcurso de cuatro presidencias?” (paulcraigroberts.org, 3 de febrero de 2017).

El doble rasero de los lobbistas de los movimientos no hace más que enlodar los derechos humanos, el feminismo, las causas antirracista y LGBTQ, mientras guarda silencio sobre criminales de guerra como Hillary Clinton, responsable directa de la invasión de Libia y de la masacre de la Primavera Árabe.

Es evidente que el gobierno de Trump será muy agresivo y violento contra los sectores populares de todo el mundo, y sus efectos ya se hacen sentir en países como México y en breve en toda la región latinoamericana. Sin embargo, no son pocos los que aseguran que se llegará al mundo nuevo a través de procesos serenos y calmos, cuando sabemos que la estabilidad es el mejor caldo de cultivo para la reproducción del sistema. Quienes necesitan la estabilidad son precisamente las elites de los movimientos, incrustadas en el poder, desde donde pretenden evitar que la opresión las afecte en un camino de salvación individualista.

Para los de abajo, la llegada del energúmeno Trump al gobierno de la mayor potencia del mundo, es síntoma de descomposición del sistema que nos afecta como los latigazos de una tormenta. Es en medio del caos sistémico como nos empeñamos en construir lo nuevo, con todos los riesgos que eso implica, pero con la voluntad intacta.

Fuente: http://desinformemonos.org/la-oportunidad-trump/

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El malestar como energía de transformación social

Por: Amador Fernández- Savater 

Entramos en un «período oscuro» en el cual el malestar social es canalizado por la derecha populista (Trump, Brexit, etc.). ¿Podemos reconvertir el malestar en una energía de transformación social?

Hay historias que parecen resumir épocas o momentos históricos. Willy Pelletier cuenta una de ellas en el último número de Le Monde Diplomatique que lleva por título: «Mi vecino vota al Frente Nacional».

Pelletier es un militante de largo recorrido en organizaciones antirracistas de extrema izquierda y narra en el artículo distintas acciones desarrolladas contra el Frente Nacional. Pero todo su relato está punteado por la duda y la autocrítica: al fin y al cabo, esas movilizaciones no han logrado frenar el ascenso del FN. Entre líneas nos ofrece una explicación: sucede que ninguna de esas acciones tocaba jamás a un simpatizante del FN, porque se desarrollaban siempre en circuitos muy cerrados (entre militantes políticos que habitan determinados barrios, hablan de determinada forma, tienen determinados valores, etc.).

Pelletier conoce (¿por primera vez?) a un simpatizante del FN cuando, medio «jubilado» del activismo, se va a vivir con su pareja al campo en la zona de Aisne (Picardía). Se trata de Éric, un obrero especializado en embalaje industrial. Se hacen muy amigos y un día, algo borrachos, Éric le confiesa que vota por Marine Le Pen: «Se me eriza el vello cuando la escucho, la manera en que habla de los franceses te hace sentir orgulloso. Además, en esta zona el FN ha ayudado a mucha gente».

¿Qué tipo de zona es Aisne? Un escenario típico de la crisis, según lo pinta Pelletier. Muy degradado, apenas sin equipamientos (salud o transportes), ni lugares de encuentro (los bares, las parroquias y las asociaciones deportivas cierran). No hay trabajo, todo el mundo está endeudado, los jóvenes se marchan, la violencia contra las mujeres aumenta y también la «sensación» general de inseguridad (aunque los robos no sean frecuentes). Por contra, hay guetos de ricos por todo el territorio: son ejecutivos o profesionales liberales que vienen de París y compran buenas casas de piedra o granjas abandonadas a precio de saldo.

Tras el encuentro con Éric, Pelletier se hace nuevas preguntas. La superioridad moral con la que antes juzgaba a los votantes del FN (abstractos, desconocidos) ya no le parece de recibo. Ahora tiene a uno enfrente suyo de carne y hueso, con su historia y sus razones. Y es su amigo. Pelletier concluye el artículo así: «En el trabajo, Éric considera que ‘los jóvenes’ no le escuchan ni le respetan… Al vivir allí, inmovilizado en un espacio en decadencia, impotente frente al derrumbe de un mundo que ya no resiste, viendo que su territorio se llena de ‘parisinos’, ¿cómo podría Éric sentirse ‘orgulloso’?».

Crisis de la presencia

Abandono y falta de recursos, paro y endeudamiento, ruptura del hilo generacional y destrucción de los lugares de encuentro… La crisis no es sólo «crisis económica», sino también de referencias y fidelidades, de creencias y valores. Una crisis cultural, en el sentido antropológico de «formas de vida», muy profunda.

El colectivo Tiqqun nos propone pensarla como «crisis de la presencia». ¿Qué significa esto? Que nuestra presencia, es decir nuestro estar en el mundo, ya no es firme, no está asegurado, ni garantizado. Golpeados en el plano de lo económico (el paro), de lo social (los contextos degradados) o de los valores (la ausencia de comunidad o hilo generacional), lo que entra en crisis «por debajo» es precisamente nuestra misma facultad de mantenernos «erguidos» ante el mundo. Lo que parecía sólido comienza a desintegrarse: el sentido de la vida y de la realidad, la consistencia subjetiva y la fijeza misma de las cosas.

Pero la crisis de la presencia no es sólo pérdida o peligro, sino también ocasión y oportunidad. ¿En qué sentido? La presencia que se tambalea es la «presencia soberana»: un tipo de relación con el mundo en términos verticales de dominio y control. Una experiencia de vida basada en la distinción nítida entre un sujeto (que gobierna) y un objeto (el mundo a gobernar). Una concepción de la libertad como «dominio» (sobre la naturaleza, sobre los demás, sobre el tiempo, sobre la realidad). Como autosuficiencia e independencia.

Crisis de la presencia significa que una zozobra muy íntima nos atraviesa (tanto más fuerte cuanto más hemos sido educados en el molde de la presencia soberana: como hombres blancos, adultos y propietarios, trabajadores en un mundo sin trabajo, etc.). Lo que nace de esa zozobra, de ese tambaleo, es la inquietud, el malestar. La sensación de no encajar, de que ya nada lo hace. El malestar es la manifestación sensible de la crisis de la presencia.

Por tanto, con la crisis de la presencia se abre la posibilidad de una bifurcación, de un desplazamiento, de la invención de otras formas de estar y relacionarnos con el mundo, tanto personales como colectivas. El malestar social puede ser el motor y el centro de energía de una transformación profunda, a un tiempo política, económica, cultural, existencial, etc.

Un período oscuro

¿Estamos entrando en un «período oscuro»? Vamos a llamar «período oscuro» a aquel en el cual el malestar –esa inquietud, ese no encajar, esa energía potencial de cambio– es canalizado por derecha.

Una derecha que no es simplemente establishment, sino una suerte de paradoja andante: establishment anti-establishment, élite anti-elitista, neoliberalismo antiliberal, etc. Es el Frente Nacional, es Trump, es el Brexit y las demás variantes de derecha populista apoyadas por todos los Éric del mundo. Proscritas por la «cultura consensual» que ha definido el marco de lo posible durante las últimas décadas y que hoy se cae en pedazos (aquí la Cultura de la Transición). Rechazadas porque no guardan las formas de lo «políticamente correcto» (lo liberal-democrático): polarizan, exageran y mienten sin ningún pudor, son agresivas y fomentan el odio machista, xenófobo, etc.

La derecha populista parece satisfacer a su modo las dos pulsiones que Freud hallaba en nuestro inconsciente: el eros y la pulsión de muerte, es decir, la pulsión de orden y la pulsión de desorden.

— Orden: me refiero a la promesa de restauración de la subjetividad en crisis. La fuerza cautivadora de la promesa de un trabajo, de un lugar en el mundo, de una continuidad con la tradición, de la pertenencia a una comunidad, etc.

«Make America great again«, exclama Trump. «Let’s take back control«, proponen los partidarios del Brexit. Recuperemos el control que una vez tuvimos. Y con él la normalidad, la grandeza incluso. ¿Y cómo? A través de la exclusión, mediante altos muros y todo tipo de barreras, de aquello que nos amenaza. De lo que ha traído la decadencia a nuestro mundo y a nuestras coordenadas de sentido. El chivo expiatorio pueden ser los «parisinos» de Éric, o los «refugiados», o los «mexicanos», o la «igualdad de género» (preguntado por su voto, un taxista de procedencia africana le dijo a un amigo en la ciudad estadounidense de Baltimore: «No puedo votar, pero si pudiera lo haría por Trump. Porque si gana Hillary las mujeres tendrán mucho poder en este país. Los hombres ya no importan aquí. Se necesita un hombre fuerte»).

En cualquiera de los casos, el malestar se concibe como un «daño» que nos inflige un «otro» al que debemos dejar «fuera» del «nosotros» para recuperar la normalidad. Y de ese modo, cerraremos la herida, calmaremos tanta inquietud, detendremos la zozobra y recuperaremos el equilibrio, revirtiendo nuestra «decadencia».

Deseo de orden y normalidad, deseo de protección y soberanía. Eso por un lado, pero no sólo. También deseo de que todo salte por los aires.

Desorden: me refiero al gozo de «dar una patada al consenso» que, con buenos modales y bonitos discursos, nos ha traído la ruina. A una izquierda que extiende por todas partes la desigualdad, la guerra y la deportación de personas, pero «guardando las formas». A la élite progresista del Partido Demócrata que vive ajena e insensible a las preocupaciones de las clases populares y se burla además de sus modos de vida, sus gustos y sus referentes. A los «parisinos» que votan socialista, compran a precio de saldo las casas y las granjas que los habitantes de Aisne ya no pueden sostener y despotrican contra los pobres que votan a la derecha. Etc.

En un mundo en el que todo parece atado y bien atado, en el que ningún gesto (por arriba o por abajo) parece capaz de cortocircuitar el estado de cosas y abrir lo posible, Trump, el Brexit, el FN canalizan las ganas de que «pase algo», de ver ocurrir «lo imposible», eso justamente que todas las voces políticamente correctas consideran «que no puede ni debe pasar», lo demoníaco… ¿Quién da más? ¡Y sólo con un voto! Es decir, sin perder en ningún momento la posición del espectador en la película de catátrofes.

Debates en el campo progresista

Más allá de la «superioridad moral», que renuncia a preguntarse por lo que no entiende, etiquetándolo simplemente como el resurgir de la ignorancia y la brutalidad, hay otras dos lecturas de la situación actual en el campo «progresista» que merecen atención y discusión: la «marxista» y la «populista».

La lectura «marxista» encuentra el origen-causa de lo que pasa en la desconfiguración de la izquierda (y, en general, del paradigma de la lucha de clases). Es decir: el malestar social, que antes tenía estructuras organizativas y cognitivas para enfocarse por izquierda, hoy ha quedado huérfano.

Y es la derecha populista la que adopta al huérfano, elevando el tono de voz e interpelando al descontento, ofreciendo al malestar (el miedo, la rabia, la incertidumbre) esquemas explicativos, vías para canalizarlo y enemigos contra los que dirigirse. A través de las «guerras culturales» (en torno al aborto, las creencias religiosas, los estilos de vida, etc.), la derecha populista capta el «resentimiento de clase» redirigiéndolo contra «los enemigos de los valores tradicionales». Es decir, traduce los conflictos político-económicos como conflictos morales e identitarios. «La guerra cultural es una guerra de clases, pero deformada», dice Zizek.

¿De qué se trata entonces? De re-crear las estructuras cognitivas y organizativas de la lucha de clases, politizando la economía, hablando de intereses materiales, reconstruyendo la izquierda. Pero, ¿podemos reducir el malestar contemporáneo a una cuestión económica-de clase? En la propia historia de Éric hemos visto que convergen muchas situaciones, procesos y factores; cómo se mezcla lo económico, lo social, lo cultural, lo existencial, etc. ¿Podemos pensar las cuestiones culturales como meros «engaños», «distracciones» o «cortinas de humo» que nos impiden ver lo «esencial»? ¿Podemos suponer que el racismo o el machismo de los votantes de Trump son «fenómenos ideológicos» (secundarios) que se esfumarán una vez que el malestar se enfoque en las cuestiones económicas y de clase?

Me parece que la derecha populista tiene éxito, no porque hable de cuestiones culturales disimulando lo económico-de clase, sino porque tiene algo que decir al respecto. Porque sitúa la pelea política en el terreno ético, antropológico y de las formas de vida. Es decir, de las maneras de verse uno mismo, de relacionarse con los demás, de hacer las cosas y de estar en el mundo. ¿Qué tiene la izquierda que proponer sobre ello? Me temo que muy poco: apenas el «ideal militante», con tan poco alcance y tan poco atractivo como ya sabemos.

La lectura «populista» (hablo ahora del populismo progresista) vendría a decir que no se trata tanto de encontrar las «verdaderas causas» del malestar como de «construir su sentido» e imprimirle una dirección. La política es, por tanto, una pelea por «definir los acontecimientos». Por ejemplo, ¿cuál es el significado que vamos a dar a la crisis? ¿Es responsabilidad de «la gente que ha vivido por encima de sus posibilidades» o más bien de «la casta» oligárquica que ha saqueado el país? Lo decidirá una «batalla cultural» entre discursos y relatos cuyo desenlace no depende de la verdad de la que son portadores, sino de la eficacia comunicativa de las metáforas en juego.

La construcción de sentido, desde estos planteamientos, obedece una lógica formal. Es decir, no se trata del sentido que deriva de la «experiencia misma», sino del sentido que recibe de un discurso (en sentido amplio) que la articula en cierto código. A estas alturas en España, con la presencia constante de los líderes de Podemos en los medios de comunicación, todos hemos aprendido ya cuál es el «código» populista: la articulación, a través de «significantes vacíos» y del antagonismo con un Otro, de las demandas insatisfechas de la sociedad en un nuevo bloque histórico (identidades nacional-populares capaces de representar al todo, no sólo a una parte).

Sin lugar a dudas Íñigo Errejón es el maestro del código, el Señor de los signos. Me recuerda a veces a aquel niño prodigio que en clase era siempre capaz de resolver el maldito cubo de Rubik a increíble velocidad. A partir de lo que sea que pase, a partir de cualquier colección de datos que ofrezca la realidad, Errejón es capaz de armar una y otra vez el rompecabezas: lo cuadra todo en el código de las demandas, los significantes vacíos, la frontera antagónica y las identidades nacional-populares. De ahí también la sensación recurrente de que siempre dice lo mismo, aunque los contenidos sean distintos. Porque el código está siempre ahí, antes de cada situación, antes de cada proceso, antes de cada palabra y antes de cada gesto, lo que requiere es una inteligencia combinatoria capaz de hacer encajar las piezas y los colores de la realidad.

El problema aquí es todo lo que perdemos pensando el mundo (y la política) como el juego de Rubik, con sus ejes y sus modos de girar pre-establecidos. Se pierde la materialidad de lo real (porque lo que se interpretan son signos-mensajes, el resto no interesa y se abstrae). Se pierde la singularidad irreductible de los acontecimientos y sus relaciones (que nos requiere una inteligencia sensible más que combinatoria). Se pierde la autonomía de los procesos (que pueden ser pensados-dirigidos-codificados desde el exterior, sin mantener ninguna relación de interioridad o intimidad con ellos). Y se pierde, finalmente, la posibilidad de creación de nuevos sentidos para la vida social (porque una y otra vez se reintroduce lo «otro», lo nuevo o desconocido, en una lógica de lo mismo).

El malestar como energía de transformación

Volvamos un momento a Éric, «inmovilizado en un espacio en decadencia, impotente frente al derrumbe de un mundo que ya no resiste». Esa inmovilización, esa impotencia hacen de él una víctima. El malestar se asume como daño, pérdida. La culpa de todo la tienen «otros». Y lo que se desea es «devolver el golpe» (ver rodar la cabeza de los culpables) para reequilibrar de nuevo las cosas y el mundo (la presencia), regresar a la normalidad.

¿Cuánto tiempo más podremos sostener esta condición de víctimas? ¿No nos cansamos de ella? No cambiamos mucho sustituyendo un enemigo por otro: «los inmigrantes» por «la casta». Mantenemos intacta la subjetividad victimista que critica pero no emprende ningún cambio, que piensa que el mal viene de otro (tal grupo o persona) y que si lo eliminamos todo estará bien, que delega siempre en el salvador de turno la tarea de «restaurar el equilibrio» (muchas veces nostalgia de algo que nunca existió).

No necesitamos crítica victimista y resentida, sino fuerza afirmativa y de transformación. Otra relación, pues, con nuestro malestar. Es lo más difícil porque apenas nada en nuestra cultura occidental nos educa para ello. El ideal normativo de la «presencia soberana» (el control, el dominio, la autosuficiencia) nos hace ver las crisis como algo «que no debería pasar» o, en todo caso, como algo de lo que tenemos que salir enseguida, algo que debemos «reparar» cuanto antes para volver a la normalidad. Otra relación con el malestar supone no verlo sólo como daño o pérdida, sino también como ocasión y oportunidad, motor de cambio.

¿Podemos salir de la inmovilización e impotencia usando el malestar mismo como palanca? Es un planteamiento «energético» del malestar: las energías que se desatan en él son «conmutables», es decir, transformables en otras cosas (en acciones, en palabras, en «obras», en otros modos de vida, en nuevas sensibilidades y referencias, etc.). Las lágrimas que no se tragan, sino que comparten y se elaboran pueden metamorfosearse en acciones colectivas, en procesos de ayuda mutua, en la creatividad de nuevas imágenes y palabras, en gestos de rechazo y desafío. La sanación no pasa entonces por la reparación, sino por la (auto)transformación.

Un ejemplo. Suele decirse que en España la derecha populista no tiene apenas vigor (aún) porque el 15M nos hizo «entender» que el enemigo es el 1% (políticos y banqueros) y no el 99% (los inmigrantes, los refugiados, los pobres). Pero así permanecemos en el planteamiento «semiótico» y de lucha de interpretaciones. Sería mejor ver las plazas del 15M como lugares de un proceso casi «alquímico» por el cual un tipo de energía (el malestar vivido en soledad e impotencia) se convirtió en otra (la alegría de la potencia colectiva). A través del estar-juntos, de la presencia compartida, del acompañamiento mutuo, de la «complicidad afectuosa entre los cuerpos», como dice Franco Berardi (Bifo).

Al tipo de fuerza que se genera en esta presencia compartida la llamaremos «fuerza vulnerable». Es decir: una fuerza que nace –paradójicamente– de la debilidad. Del hecho de haber sido tocados, afectados, «golpeados» por el mundo. No es la fuerza de voluntad de la presencia soberana, que se pone a distancia del mundo para empujarlo en la «buena dirección», sino una fuerza afectada por el mundo y que precisamente por eso puede afectarlo a su vez. Es la fuerza de los afectados: los del atentado del 11M de 2004, los de la PAH o de cualquiera capaz de convertir el sufrimiento en energía de transformación

El malestar, como energía (no como objeto a movilizar ni como signo a interpretar), es entonces la materia prima del cambio social. Pero su «politización» hace estallar sin embargo las formas tradicionales de lo político.

Supone mantener un vínculo vivo entre lo existencial y lo político tan ajeno al grupo militante (donde no caben los problemas personales) como al grupo de autoayuda (donde no entran los problemas del mundo). Nos requiere un «saber hacer con el no saber», porque no pueden conocerse de antemano las elaboraciones de sentido a las que puede dar lugar el contacto con el malestar (no hay código-maestro que tenga de antemano las respuestas). Necesita espacios capaces de acoger el malestar sin juzgarlo (¿qué espacio «anticapitalista» sería capaz de acoger a Éric, por ejemplo?). Nos exige formas de acompañamiento horizontal: no se trata de «organizar» o «interpretar» lo que les pasa a otros, sino de hacer un viaje juntos. Y mucho más.

Abrir una bifurcación

En el «derrumbe de un mundo que ya no resiste», la derecha populista nos promete la vuelta al orden y la normalidad. Una salida falsa. Canaliza el malestar señalando chivos expiatorios, pero no da ninguna respuesta a los problemas de fondo (crisis de representación, crisis económica, crisis ecológica, etc.). Todo lo contrario: ocultando y reproduciendo sus condiciones, convirtiéndonos en víctimas y bloqueando toda posibilidad de transformación, prepara los nuevos desastres.

El populismo progresista también nos promete volver al orden y la normalidad (del Estado del bienestar, la soberanía nacional, etc.), desalojando a «la casta» del poder y planteando «un horizonte alternativo de certezas y seguridades». Los contenidos son diferentes (qué tipo de orden, qué tipo de enemigo), pero se trata de un mismo planteamiento que interpela principalmente a la subjetividad victimista necesitada de compensar la sensación de pérdida y reforzar las referencias en crisis (un poco de «orgullo»). Esta opción puede ofrecernos un «mínimo de protección» si llega al poder. Nada que despreciar, pero muy insuficiente si pretendemos un cambio en profundidad.

Entre la «vuelta atrás» (imposible) o la «fuga hacia adelante» (suicida), ¿hay una tercera opción? Más difícil todavía: no pensar en «salir de la crisis», sino abrir en ella una bifurcación. Convertir la «crisis civilizatoria» en «mutación civilizatoria». No agarrarse desesperadamente a algo, sino emprender un viaje. No contener el derrumbe, ni soñar con revertirlo para volver donde estábamos, sino abrir y sostener otros mundos aquí y ahora: otros modos de relación con el trabajo, el cuerpo, el lenguaje, la tierra, la ciudad, el nosotros, etc. Aprovechar la crisis, hacer palanca en la fuerza vulnerable.

Históricamente, las mujeres han sido muy capaces de convertir situaciones y lugares de dependencia en focos de potencia: desplegar fuerza vulnerable. En ese sentido, la mejor noticia sobre la victoria de Trump han sido las masivas marchas de mujeres que tuvieron lugar en Estados Unidos el día de la proclamación. Convocadas anónimamente por tres mujeres «cualquiera» apoyadas en la capacidad de contagio de las redes sociales (así se propagan los movimientos por afectación, a través del anonimato y la horizontalidad), permiten imaginar una oposición a Trump que va más allá de la mera reacción anti-Trump. Una oposición que no es sólo ideológica o partidista, que no es sólo defensiva o resistencialista (aunque por supuesto haya muchísimas cosas que defender), sino sobre todo afirmativa y de paradigma, con planteamientos (teóricos y prácticos) de mutación civilizatoria en torno al trabajo, los cuidados, la familia, las relaciones, etc.

«Un mundo sólo se para con otro mundo». No se trata sólo de oponernos a Trump, sino al mundo del que Trump es la figura insignia. El mundo de la presencia soberana hoy tocada, que sólo sabe revolverse ante ello con violencia y que amenaza con hundirnos a todos y a todas consigo.

** Este texto es una versión de la ponencia presentada en el encuentro «Politizaciones del malestar» al que fui invitado por Laia Manonelles, Daniel Gasol y Nora Ancarola.

** Más sobre Tiqqun, la «crisis de la presencia» y la «fuerza vulnerable».

** El planteamiento «energético» sobre el malestar está ampliamente inspirado en Economía libidinal, el libro de Jean-François Lyotard.

Fuente: http://www.eldiario.es/interferencias/malestar-energia-transformacion_social_6_606199392.html

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El profesor no tiene que enseñar, tiene que lograr que sus alumnos aprendan

Por: Javier Tourón

Las escuelas y sus profesores ven aparecer, de cuando en cuando, ciertas modas o enfoques pedagógicos que prometen ser revolucionarios y resolver todos los problemas existentes en las aulas de los colegios o de las universidades. La mayor parte de las veces estas modas son pasajeras, pues nacen fuera de las aulas, otras veces el escaso valor pedagógico de las mismas u otros intereses ajenos a lo educativo hacen que no progresen mucho más allá de los titulares de la prensa.

Parece una obviedad decir que la escuela y el sistema educativo necesitan un cambio. Esto es debido a diversas razones. Una, no menor, es que no es posible alcanzar los objetivos que requiere un aprendizaje profundo (dominio de las materias, capacidad de resolución de problemas, pensamiento creativo, trabajo en equipo, producción de contenidos, etc.) con un modelo basado en la transmisión de conocimientos por parte de los profesores y ello, entre otras razones, porque las citadas competencias —y tantas otras— solo pueden lograrse a través de la acción del que aprende y no a partir de la actividad del que enseña. Por ello es preciso volverse hacia el alumno, convertirlo de sujeto paciente a sujeto agente. El profesor, por su parte, debe transformarse en un orientador, en un facilitador del aprendizaje que ayude a cada alumno en sus necesidades particulares y que estimule a cada uno en razón de su capacidad y competencia.

Es decir, hay que darle la vuelta a la escuela. Un enfoque que permite hacer esto es el Flipped Classroom. ¿Por qué? Porque siendo nuevo está enraizado en principios universales de larga tradición pedagógica y didáctica. Se trata de poner al alumno en el centro de su aprendizaje, haciéndolo responsable del mismo. ¿Es esto nuevo? Pretende que el profesor sea un facilitador del aprendizaje más que un transmisor de conocimientos. ¿No era así ya?

Por otra parte, se pretende personalizar el aprendizaje, pero ¿no buscaban ya esto los enfoques clásicos de la Pedagogía Diferencial o los programas de enseñanza adaptativa? ¿Y qué decir de los programas como el ‘Mastery Learning’, el ‘Personalize System of Instruction’ de Keller y tantos otros de esta corriente?

¿Qué es Flipped Learning?

La definición oficial dice así: “El aprendizaje inverso (Flipped Learning) es un enfoque pedagógico en el que la instrucción directa se desplaza, del espacio del aprendizaje en grupo, al espacio del aprendizaje individual, como resultado de ello, el espacio del grupo se transforma en un ambiente de aprendizaje dinámico e interactivo, en el que el educador guía a los estudiantes mientras estos aplican los conceptos y se implican creativamente en la materia”.

Se trata, como se ha dicho, de un enfoque activo en el que el alumno es el protagonista de su aprendizaje (¿podría ser de otro modo?) y el profesor una ayuda necesaria. Así, profesores y alumnos se convierten en aliados en una aventura conjunta. El profesor no tiene que enseñar, tiene que lograr que sus alumnos aprendan.

Este modo de entender la escuela está próximo a toda la corriente de personalización del aprendizaje, del enfoque basado en competencias y del uso de la tecnología para hacerlo posible. Precisamente por estas razones entiendo que el Flipped Learning está aquí para quedarse, si somos capaces de implantarlo de manera correcta, con objetivos de aprendizaje valiosos.

Fuente: http://www.educaciontrespuntocero.com/opinion/javier-touron-profesor-no-ensenar-lograr-alumnos-aprendan/39786.html

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Ni una menos: el 8M

Por: Carolina Vasquez Araya

3 millones de mujeres en las calles de Washington dieron la pauta.
Los movimientos masivos de protesta se han convertido en el único mecanismo posible de incidencia para las minorías alrededor del mundo. Aun cuando las mujeres somos mayoría en términos demográficos, nuestra presencia en los escenarios de toma de decisiones es mínima y muy pocas veces determinante. Esto se refleja en un alto grado de vulnerabilidad para aquellas mujeres que por razón de su sexo han sido marginadas, abusadas y violadas en sus derechos humanos a través de distintas formas de violencia, tanto individual como colectiva.

Es muy complejo el entramado de poder mediante el cual se ha elevado una muralla de obstáculos para evitar el empoderamiento femenino. Una de las estrategias más recurrentes ha sido manipular la cultura y las tradiciones, sacralizándolas para conseguir de este segmento la complicidad indispensable con el fin de reproducir los patrones machistas desde el seno del hogar y desde la más tierna infancia.

Esto, porque apoderarse del enorme poder de las mujeres para la transmisión de ideas y actitudes a través de la relación con sus hijos e hijas ha sido una de las mayores victorias de la cultura patriarcal. Pero los tiempos cambian y también las personas. Lo que antes era correcto y deseable ha pasado a formar parte de una larga lista de conceptos para analizar, desmenuzar y, en muchos casos, descartar.

La situación de desventaja para este inmenso conglomerado de seres humanos obligados a aceptar la subordinación, al extremarse ha estallado en un grito sonoro de ¡No más!:

No más embarazos de niñas, no más muertes maternas evitables, no más feminicidios, no más desnutrición crónica, no más violaciones sexuales, no más matrimonios infantiles, no más salarios desiguales ni discriminación por sexo.

Estas son algunas de las muchas y poderosas razones para la convocatoria a una gran marcha por los derechos de las mujeres a realizarse el 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer, la cual ya ha sido recibida con entusiasmo en más de 30 países alrededor del mundo.

Una marcha pacífica –porque las mujeres somos portadoras de paz y de vida, no de guerra y muerte- capaz de poner en agenda los temas de los cuales hemos sido tradicionalmente excluidas. Levantar la voz en una fecha simbólica es una manera de dar a conocer al mundo la fuerza y la pertinencia de nuestras demandas y esa voz debe ser escuchada por el bien de toda la sociedad.

Ser mujer y vivir en una sociedad machista es algo que pocos hombres son capaces de comprender. Ser mujer campesina, indígena, pobre e iletrada es como el último sótano de esa pirámide de derechos humanos repartidos en cuotas.

Por este y muchos otros motivos de la más elemental justicia, es imperativo respetar su derecho a manifestarse, a elevar sus voces, a decir aquellas verdades celosamente ocultas por una sociedad permisiva hacia el abuso contra la mujer y los más desamparados.

De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y El Caribe, Cepal, cada día mueren asesinadas por razón de su sexo 12 mujeres en los países latinoamericanos y caribeños. Esta estadística muestra solo casos en los cuales no se encontró ningún otro motivo posible para la eliminación física de una mujer.

En nuestros países, en donde la violencia doméstica es una norma de vida, son muchas más las muertes no contabilizadas cuyo origen reside en la discriminación por sexo, como las ocurridas durante partos mal atendidos, trata de personas, negación de servicio de salud por carencia de insumos o abortos clandestinos,.

¡No más! ¡Ni una menos!

Fuente: https://carolinavasquezaraya.com/
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La educación libre: Una alternativa en Andalucía, España

Por : Ricardo Román Chacón

LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA, JUNTO A LA ASOCIACIÓN EDUCALIBRE Y DIVERSOS PROYECTOS DEL SUR DEL ESTADO ESPAÑOL, HAN DESARROLLADO JORNADAS PARA CONOCER LA SITUACIÓN ACTUAL DE MUCHAS DE LAS PERSONAS QUE VIENEN IMPULSANDO LA TRANSFORMACIÓN EDUCATIVA. MUCHOS PROYECTOS VIENEN TRABAJANDO DESDE HACE AÑOS PARA DARSE A CONOCER, TEJER REDES Y COMPARTIR LAS CUESTIONES QUE LOS ATRAVIESAN.

Las jornadas se llevaron a cabo los días 20, 21 y 22 de octubre a través de ponencias y círculos conversatorios en la Facultad de Turismo y Educación de la ciudad de Sevilla. El último día se llevo a cabo en el proyecto ambiental del Parque Miraflores, un espacio al aire libre con animales silvestres, horno de barro,etc.

Durante las jornadas se cuestionó la utilización del espacio universitario, ya que dificultaba la posibilidad de crear conversaciones y debates horizontales donde todas las voces tuvieran la misma cabida.

Quizás esto marque el inicio de la creación de una red de proyectos y personas que vienen transitando caminos diferentes y alejados de las pautas de la escuela tradicional. En Andalucía actualmente no existe tal vinculación entre proyectos “alternativos” pero hay una gran cantidad funcionando por toda la comunidad. Por eso, desde EducaLibre tratan de acompañar a los que están en la provincia de Sevilla para armar esta red.
En estas jornadas hubo representantes de diferentes posturas pedagógicas. La Educación Libre fue nombrada con insistencia, pero también Sudbury School, Montessori, y una constante referencia al proyecto de Mauricio y Rebeca Wild.

Espacio verde

PROYECTOS Y POSIBILIDADES

Javier Herrero de Ojo de Agua , experiencia en el pueblo de Orba, Alicante, donde reciben niños y niñas de 3 a 17 años, nos cuenta que en la actualidad participan más de cincuenta familias.
Una de las cuestiones que Javier compartió sobre el funcionamiento de este lugar, es que se pide a las familias que visiten el proyecto antes de formar parte de él. Confían en la educación democrática como herramienta transformadora y el juego constituye la mayor parte del desarrollo del aprendizaje.
Desarrollan un importante proceso de sostenibilidad a través de la utilización de energías renovables y de Permacultura.

“ME LO IMAGINO, ME LO CREO Y LO CREO”


Cinta Vazquez
, una de las impulsoras del proyecto Mami Teta y Savia, explicó que el aprendizaje se da desde la propia voluntad y en contraposición, la educación es siempre intencional y viene desde fuera.
Hay que confiar en la/el niña/o y preparar un entorno que no tenga obstáculos y no emitir juicios sobre ellos/ellas. Hay una gran dificultad para poder sostener crianzas alternativas y libres, sin normas, Surgen complicación de los/as adultos/as para entender que veces

“NO ESTAMOS PREPARADOS PARA SOSTENER ESTE TIPO DE CRIANZAS”


Quizás haya que asumir que se necesitan límites y que como adultos/as es necesario establecerlos para poder acompañar.
Cinta puso sobre la mesa la cuestión del placer en la infancia y en la adultez como un problema de desarrollo que nos acompaña a lo largo de la vida.

“¿QUÉ PASA CON EL PLACER?” “¿QUE NECESITAS PARA ESTAR BIEN?”
TENEMOS QUE DEJAR EXPERIMENTAR A LOS/AS NIÑOS/AS.

Jorge Ruiz, uno de los miembros de la Asociación EducaLibre, presentó su propuesta. Para él, transitar estas cuestiones es un proceso de desaprendizaje. Deconstruir todo lo que nos ha configurado y que no nos sirve o ya no queremos. Apuntó a la educación actual del estado español como el fruto de un modelo patriarcal y franquista (dictadura sufrida desde 1939 hasta 1975) Descubrir una nueva forma de educar desde estas bases es un proceso de auto-construcción personal. Trajo a la mesa un tema importante, la precariedad de los profesionales que impulsan proyectos alternativos. Hay que construir un marco que regule las condiciones laborales de estas personas. Es fundamental hacer visible estas iniciativas para que cobren relevancia y construir objetivos comunes.

Paula Quintana del proyecto Sudbury en Madrid, inspirada en el modelo Sudbury School. Inicia en septiembre de este año y acompañan a los/as niños/as sin horarios fijos, ni curriculum. Los/as adultos/as evitan hacer propuestas sobre las actividades que se desarrollan en el espacio. Ellos/as solos/as descubren, inventan y crean iniciativas. Para tomar decisiones entre ellos/as, llevan a cabo la asamblea. Respecto a las familias, quedan fuera de las discusiones que el grupo tiene sobre la rutina que van creando ellos/as mismos/as en el espacio.

Consensúan sus propias normas y si alguno/a no las cumple, tienen la posibilidad de poder tratar este asunto en un grupo al que llaman “Comisión Judicial” donde deciden que sanción se aplica. Si los/as niños/as establecen sus propias normas, también son ellos/as quienes deben encontrar la forma de resolver el conflicto si alguien no las cumple.

“SIENTEN QUE LA ESCUELA ES SUYA, PORQUE REALMENTE ES SUYA”

Los/as adultos/as presentes en el espacio son acompañantes y no guías, consideran que no guían nada. Existen pautas reguladas mediante el Proyecto Sudbury School, en el cual se inspiran, para poner en marcha un lugar como este.

COMUNES IBEROAMERICANOS

Mi experiencia en el desarrollo de los procesos en América Latina, y sobre todo en Argentina, me lleva a reflexionar sobre las cuestiones que se reproducen con exactitud en continentes diferentes: homologación, rol de los/as acompañantes y sus condiciones laborales, la evaluación, lo privado vs. lo público, etc. Sin embargo, me sorprendió la escasa referencia y conocimiento sobre las propuestas que ya existen en países cómo Argentina o Perú.

Argentina, desarrolla, múltiples propuestas alternativas por fuera del marco formal, y desde la creación del documental “La Educación Prohibida” y “Reevo” disponen de una red para crear estrategias entre estos proyectos.
En Bogotá, Colombia, durante el mes de agosto de 2015, se llevo a cabo un gran evento que reunió a personalidades de diferentes partes del mundo para conversar la posibilidad de otros modelos a los clásicos de educación. Sin embargo, no se conversó nada sobre esto, una clara muestra de lo complicado de visibilizar y buscar alianzas para este cambio.
La creación de vínculos aúna fuerzas y encuentra comunes, más allá de las particularidades de cada zona geográfica. Las problemáticas que atraviesa en la actualidad el sur de Europa no son las mismas que las de América Latina, pero si, muchas de las cuestiones que estos proyectos viven en la actualidad.

En Buenos Aires, se esta configurando una ley de Gestión Social para crear un marco regulador de estas iniciativas,que sirva para normalizar las condiciones laborales de los/as acompañantes o guías, por ejemplo.

En Argentina, hace tres años se llevan a cabo los “Encuentros de Escuelas Posibles” que son una fuente de recursos y un potencial tejido para fortalecer cada vez más vínculos y experiencias para sostenerse, compartir e intentar que permanezcan en el tiempo. En Noviembre, el encuentro tuvo lugar en Córdoba.

Todas estas propuestas son dignas de ser estudiadas y observadas desde Andalucía.

Diversas miradas

¿CÓMO HACER PARA AUNAR ESFUERZOS?

Tenemos un deseo claro de visibilizar y cuestionar en profundidad el modelo educativo y la sociedad en la que estamos criando a las nuevas generaciones. Debemos apostar por las redes y el rastreo continuo, sumar personas que puedan alzar la mano y contar lo que pasa en otros sitios, escuchar atentos/as lo que otras personas ya han hecho y ver qué podemos compartir. Las redes son uno de los caminos más necesarios, si de verdad estamos pensando en un cambio que ponga en jaque el individualismo. Lo local es esencial, pero no perdamos la referencia de lo global.

¿PARA CUÁNDO LAS CUESTIONES DE GÉNERO Y EL FEMINISMO?

Otra cuestión interesante, es la ausencia de feminismo y reflexiones sobren la construcción del sistema de género. En España, la escuela pública da cabida a estas cuestiones a través de la coeducación y en Argentina se lucha sin descanso por la Ley de Sexualidad Integral y su implantación en las escuelas. Sin embargo, no se dialoga sobre estos temas en estos espacios.

Los modelos de familia tradicional, hoy día desfasados, tienen que dar lugar a “otras familias”: homoparentales, de madres o padres solteros/as, etc. que también van y deben formar parte de este tejido. Además hay que hablar de la construcción de ser mujer o ser varón, del rosa y el azul, de las infancias gays/lesbianas/trans/intersexuales,etc. Encontrar una postura frente al patriarcado, que es un sistema opresor que también cae sobre nuestros cuerpos y el cuerpo de los/as niñas/os.

Rosa o azul

Dudo que pueda existir lo alternativo a lo “normal” si no cuestionamos nuestro rol como varones, todos aquellos mandatos impuestos por un sistema que no hemos elegido, que discrimina y violenta a las niñas y a las mujeres. Y si queremos cuestionar las normas sociales, como lo hacemos con el sistema médico y las vacunas, el sistema de producción alimenticia, el sistema educativo caduco desde hace tiempo, ¿por qué no empezamos a pinchar “cómo ser” niña o niño?

Para ello, hay que mostrar otras infancias, otros modelos de ser, crear los márgenes, cuestionar el rosa y el azul, revisar los cuentos sexistas de nuestras colecciones de libros y limitar los estereotipos.

Fuente: http://insurgenciamagisterial.com/la-educacion-libre-una-alternativa-en-andalucia-espana/

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Educar en la fraternidad

Por: Pedro Badía

El gran reto es recuperar el espacio de aprendizaje cooperativo y solidario, no de acumulación de conocimiento y la escuela sigue siendo el espacio más importante.

Se impone el voto de aquellas personas que cuidan de sí mismas sin escrúpulos. No es mayoritario, pero se impone, y propicia el gobierno de la derecha y el ascenso de la ultraderecha. No es un votante indignado, es un votante inmoral, insolidario, racista, xenófobo conforme con los discursos y los programas que representan los políticos y las políticas de moda en Europa y que desde hace unas semanas gobierna los Estados Unidos. Es el tiempo de una generación desprevenida. Aquella que cree que los derechos se heredan. Vivimos en una época en la que comprender exige un gran esfuerzo, y permanecer fiel a los ideales de solidaridad y cooperación requiere un coraje inmenso.

Las reformas educativas, como la LOMCE en España, propician ese vacío inmenso que es vivir un exilio interior que termina por desmembrarnos como personas sociales que necesitamos de las otras personas. Las reformas no son simples transformaciones técnicas de los programas de estudios, sino que orientan, hacia una dirección u otra, el sentido de la educación. ¿Para qué educar? Ahora, en el año 2017, si me preguntaran qué destacaría de una educación consistente y de calidad para el siglo XXI, diría que la educación en valores. Nunca hemos estado tan necesitados de valores como en estos tiempos en los que la pobreza y la desigualdad se han asumido como un signo de modernidad, la izquierda más fraccionada e irreconocible que no comparece ante la ciudadanía, y el voto de los temerosos, de aquellos y de aquellas que ya son rehenes del discurso del miedo y de la insolidaridad. Hoy, Adam Smith sería tratado como un comunista peligroso por los sectores predominantes en la política y en la economía. Sus palabras “para cualquier persona, un impuesto es un emblema, no de esclavitud sino de libertad” serían consideradas como las de un izquierdista trasnochado. La ausencia de moral y la falta de referentes éticos son una amenaza mayor para la libertad y para el progreso que cualquier dictadura.

Ya sabemos que el conocimiento no es intrínsecamente liberador y que mientras el progreso científico y tecnológico es imparable, en términos morales, de ética, de democracia y de libertades todo se puede perder en un instante. Y aunque no es tarea fácil, porque como explica John Grey a lo largo de la Historia la barbarie se repite continuamente, el profesorado en particular y la comunidad educativa en general tenemos la tarea de proteger y extender la civilización movilizando al máximo de las personas posibles contra la política del odio y la trivialidad. Contra la inevitable aceptación de la infamia. Cuando lo trivial nos invade perdemos el control de lo esencial.

Los modelos educativos en alza engendran una cultura de la subordinación irreflexiva, de la dependencia de objetos y bienes y de la distracción que conduce a la insolidaridad en las que juegan un papel fundamental las nuevas tecnologías. Ni el progreso tecnológico ni su uso abusivo significa progreso social ni libertades ni más derechos. La educación puede acabar por restringir el horizonte de las personas en vez de ensancharlo. Tendremos que esforzarnos mucho para que la inmensa mayoría de los ciudadanos y de las ciudadanas vuelvan a apreciar nobles valores como la solidaridad y la justicia social. Y para este inmenso trabajo se necesita coraje, convicciones y capacidad para confrontar modelos educativos contra aquellas personas y colectivos sociales y económicos que facilitan el gobierno a Trump en Estados Unidos, propician el “brexit” en Inglaterra, enloquecen con el ascenso de la ultraderecha en la Unión Europea y otorgan su consentimiento a los gobiernos del Este de Europa que se afianzan, cada vez más como estados autoritarios con un discurso pensado para movilizar a la población contra las minorías, contra “el otro”. Una educación desprovista de toda inteligencia, cultura y moral es una de las premisas más importante para un viraje a la actitud más reaccionaria.

El gran reto de la educación del siglo XXI es el de educar en la Fraternidad. No es el reto de las tecnologías, ni el de agrupar muchos contenidos y muchas horas de estudio para hacer frente a las cientos de pruebas estándares ideadas por descerebrados sociales, y que proporcionan enormes beneficios a las multinacionales que las controlan, para horror de los niños, las niñas y los jóvenes y desasosiego de las familias. Ya no me creo estas “historias”. El gran reto es recuperar los lugares comunes como espacio de aprendizaje cooperativo y solidario, no de acumulación de conocimiento y, en este sentido, la institución escolar sigue siendo el espacio más importante. Aquí se van a educar en el amor al conocimiento porque queremos ciudadanos y ciudadanas cultos, pero también se han de formar para saber apreciar los valores más nobles del ser humano: la solidaridad, la justicia, la libertad. Educar en la Fraternidad es educar para una cultura de paz y contra el odio “al otro”.

Para esta tarea el profesorado tendrá que ser más un intelectual que un instructor, además de ser capaz de entender, y compartir, el alcance político y social de su profesión.

Fuente:

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Educación y cuarta revolución industrial

Por: Xavier Martínez Celorrio

Estamos ante un dilema de una magnitud muy similar a la que planteó Theodor W. Adorno con ‘La educación después de Auschwitz’ (1966), con la que abría un debate moral de enorme trascendencia.

La cuarta revolución industrial ya está aquí entre nosotros aunque no la percibamos. Avanza imparable en centros de investigación y desarrollo tecnológico bajo una fuerte competitividad por conquistar nuevas fronteras y límites sin tener en cuenta sus costes sociales y humanos. Diversos informes, algunos cuestionados como siempre, nos dicen que el 57% de los empleos de los países de la OCDE están en riesgo o son vulnerables ante la robotización y el desarrollo de la inteligencia artificial. Otro informe corporativo del banco Merril Lynch (los bancos siempre tienen torres Mordor que hacen de observatorios del porvenir), alerta que el 45% de los puestos de trabajo de fabricación en el sector industrial serán robotizados en los próximos 20 años, afectando a las fábricas asiáticas pero también a las europeas.

Se estima que en cuatro años, los taxis de Japón serán robots y una parte importante de la logística se realizará con drones y camiones dirigidos sin conductor, prescindiendo gradualmente de miles de empleos humanos. Los recepcionistas de hotel o las cajeras de supermercado son ejemplos de los millones de empleos sustituibles por robots. Buena parte de los obreros de fabricación de la industria, de la venta en comercios, de las rutinas administrativas e, incluso, de ciertas rutinas expertas como la de analistas financieros, abogados y periodistas serán fácilmente prescindibles ante el avance de la robótica y la inteligencia artificial.

La inteligencia artificial crecerá un 36% ligada al Internet de las cosas (IoT) y a la denominada Industria 4.0 (realidad virtual, impresión 3D…). Su aplicación será rápida y transversal, tanto en el hogar, en los servicios, en el transporte, en la sanidad, en las finanzas, en el ocio y en la industria militar y de seguridad. Estados Unidos, Japón, China, Corea del Sur y la India se perfilan como los nuevos centros de poder y de liderazgo de la cuarta revolución industrial, deduciéndose un nuevo tablero mundial de hegemonía económica no exento de dura rivalidad.

Robotización y nuevo contrato social

A diferencia de las otras revoluciones económicas que ha vivido la humanidad, la cuarta revolución industrial es previsible y calculable. Nos anticipamos a lo que nos espera a través de informes, foros y reflexividad llegando a amplias capas de la opinión pública, algo inexistente en los siglos XVIII, XIX y casi todo el siglo XX. Podernos anticipar y conocer las pros y contras siendo un ejemplo más de la sociedad del riesgo definida por Ulrich Beck que, al menos, genera reflexividad crítica y por tanto, repolitización de las agendas para negociar condiciones y consecuencias.

Sin embargo, los expertos ya nos anticipan que, a diferencia del resto de grandes cambios tecnológicos, esta vez, el reparto de los beneficios de la nueva revolución industrial no será generalizados ni compartidos, agravándose las brechas de desigualdad socio-económica y de consumo que pueden amenazar el funcionamiento mismo del sistema capitalista que entraría en colapso. Por tanto, no estamos ante un cambio tecnológico menor o una simple innovación incremental que evoluciona y avanza en línea ascendente, tal y como vemos en el gráfico.

Nos enfrentamos a un nuevo modelo de desarrollo económico, inducido no sólo por la robótica, la IoT y la inteligencia artificial, sino por el crucial aumento de la innovación que expandirá nuevas posibilidades y aplicaciones en forma geométrica y muy acelerada en todos los ámbitos. La consecuencia previsible es un aumento inédito de la complejidad social y nuevas contradicciones en el modelo de relaciones productivas que, tarde o más pronto, implicarán una redefinición en profundidad del viejo contrato social construido en tiempos de la modernidad industrial.

Gráfico 1. Evolución de ciclos de desarrollo y grados de impacto

Fuente:Majesco (2016) Future Trends: A Seismic Shift Underway

La robotización de la industria y los servicios aumentará la productividad un 30% a cosa de reducir los costes laborales entre un 18% y un 33%, según ciertas estimaciones. Ahí está la clave de la cuestión. La historia del capitalismo es la historia de su plusvalía y su tasa de ganancia a costa del trabajo humano. Ahora estamos ante el umbral de una nueva época donde el trabajo humano se va a hacer masivamente prescindible como si se recortara una buena tajada del pastel y desapareciera para siempre. La pregunta es bajo qué condiciones y límites.

Si el futuro del trabajo es una robotización destructora de empleo humano, sin pagar impuestos, sin capacidad de protesta y devaluadora de los salarios de los que queden trabajando, la cuestión es cómo regular en clave de bienestar y equidad esta nueva revolución industrial. Se perfila una inédita alianza interclasista de las víctimas de la robotización donde las clases medias y obreras pueden emerger como nueva mayoría social determinante ¿Podemos decidir que ya toca repartir el tiempo de trabajo, adelantar la edad de jubilación, redistribuir las enormes plusvalías de la robotización y garantizar la co-gestión en las empresas? La robotización ya forma parte de la lucha de clases y de ahí las nuevas propuestas de hacer que los robots tributen y paguen impuestos.

Las nuevas condiciones fuerzan la definición de un nuevo contrato social, de nuevas formas de propiedad y de co-gestión en las empresas y una nueva fiscalidad equitativa que se responsabilice tanto de la huella ecológica sobre el medio ambiente como de la nueva huella robótica sobre la estructura social y laboral. Las utopías de una jornada semanal de 25 horas, con industrias y sectores que paguen impuestos por los robots que utilizan y con una renta básica de ciudadanía, ya no son ideas descabelladas. Son exigencias para un nuevo sindicalismo ciudadano e interclasista, capaz de proponer alternativas post-capitalistas que sean redistributivas y humanizantes ante un futuro que no podemos consentir que acabe siendo post-humano. De ahí, la necesidad de consensuar qué tipo de regulaciones públicas podemos decidir en común ante los nuevos riesgos y excesos que se avecinan. De ahí, que la educación pública esté concernida a pronunciarse y a transformarse, sí o sí, esta vez.

Yo, robot.

Educarse para vivir, decidir y dominar un nuevo entorno tecnológico

En el terreno de la educación nos enfrentamos a un hito o un punto grave de inflexión. La educación es el arma más poderosa para crear conciencia y reflexividad que, luego puede orientarse a fines transformadores o a fines reproductores del orden social y económico. En educación, creo que estamos ante un dilema, aún por abordar con valentía, de una magnitud muy similar al que planteó Theodor W. Adorno con “La educación después de Auschwitz” (1966) abriendo un debate moral de enorme trascendencia.

Teniendo en cuenta que los efectos de la educación son siempre a largo plazo (20 o 30 años) y eso choca con el presentismo y coyunturalismo que nos inunda y nos limita, podemos plantearnos algunos interrogantes profundos. ¿Cómo educar en la escuela cuando no haya trabajo humano para todos y se deba competir con robots como nuestros sustitutos potenciales? ¿Qué sentido tendrá educar para generar plusvalía o para asegurar la productividad cuando impere la robótica y la inteligencia artificial en todas partes, cuando las propias máquinas piensen, hagan su propio mantenimiento y se fabriquen a sí mismas? ¿Para qué nos servirá mantener un sistema escolar fordista pensado para disciplinar la mano de obra y dividirla entre la rama manual y la rama intelectual? ¿Qué sentido tendrá en el año 2050 mantener vigente el actual trívium y quadrivium que nos divide entre las ciencias y las letras por asignaturas? ¿Cómo se enfocará el curriculum en una economía post-humana y con grandes brechas de desigualdad? ¿Cómo asumirá la escuela las necesidades de socialización para una sociedad tan anómica y fragmentada?

Son preguntas angustiantes pero peor es no hacérselas y que otros decidan el futuro por nosotros. Todo ello nos conduce, de nuevo, a un dilema complejo sobre nuestra identidad. ¿Qué somos? ¿Qué queremos ser? ¿Podemos decidir cómo vivir, regular y poner bajo dominio moral los previsibles excesos de la robótica? ¿Tenemos un marco democrático donde la decisión pública se imponga a los mercados y a las grandes corporaciones? ¿Estamos resignados y apocados o nos sentimos empoderados para ejercer nuestra ciudadanía con nuevas exigencias para marcos de futuro a decidir? ¿Nuestro futuro está abierto o ya lo damos por perdido?

Son preguntas que, más pronto que tarde, la comunidad educativa y el conjunto de la sociedad deberán plantearse con valentía. Por eso conviene primero, perfilar qué nuevo contrato social es necesario y qué tipo de ciudadanía hay que formar y socializar para ponerlo en marcha y hacerlo realidad. En esas coordenadas, el gran objetivo de la nueva educación pública deberá ser elevar la inteligencia colectiva y el pro-común colaborativo e interdisciplinar en un nuevo contexto de socialización más igualitario y universal. La amenaza post-humana y anómica que implica el futuro robotizado ha de hacernos recuperar el sentido de semejanza con nuestros iguales (las personas) y el sentido moral de la equidad y la igualdad como un beneficio mutuo. Mi bienestar no es tal si no hay equidad y la igualdad siempre será más fuerte como arma preventiva contra ese futuro post-humano que nos amenaza. En el fondo, la epopeya mediática por excelencia de nuestros tiempos (la serie de televisión Juego de Tronos) acierta de lleno por plantear en la ficción, lo que será nuestro dilema de futuro. O una nueva alianza por la igualdad entre diferentes o un futuro post-humano donde gobiernen caminantes blancos o robots con auto-conciencia de su supremacía.

La nueva educación pública ha de diseñarse para asegurar la primacía de un futuro humano de dignidad con personas libres y críticas formadas para cooperar y decidir cómo diseñar la tecnología y la economía respetando las necesidades humanas. Este objetivo implica universalizar la igualdad, el sentido crítico, el trabajo en equipo, el pro-común, la creatividad, la argumentación, y la empatía emocional con la alteridad. Son virtudes y objetivos que están a años luz del actual sistema escolar zombie que, agotado y condenado, sigue vigente con su curriculum y su formato homogéneo para una sociedad industrial que ha dejado de existir.

El futuro robotizado y la economía digital apelan la necesidad de una educación que sea emancipatoria y crítica, asegurando el derecho a aprender con equidad para que todos desarrollen su pleno potencial y todas sus inquietudes. Supone un cambio cultural disruptivo y radical que algunas escuelas ya están empezando a concretar a contracorriente del actual sistema escolar. Son pequeñas hormigas con ejemplos pequeños que están construyendo una gran esperanza. Las fuerzas del mercado o las empresas tecnológicas no pueden dictar cómo ha de ser la educación del futuro sino el profesorado y las comunidades críticas y transformadoras que ya están cambiando la escuela desde abajo. ¿Qué educación pública queremos decidir?

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/02/06/educacion-y-cuarta-revolucion-industrial/

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