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Y después de la jubilación… ¿qué sigue?

Por: Abelardo Carro Nava

Generalmente, para quienes tenemos la oportunidad de encontrarnos “activos” dentro del Sistema Educativo Mexicano (SME), la pregunta que da entrada a esta serie de reflexiones, impostergablemente, llega. Y llega en el momento en que las circunstancias de naturaleza administrativa nos lo hacen saber pero, además, los que la propia constitución biológica de los seres humanos, lo confirma.

Pareciera ser fácil tomar esa decisión: jubilarse. Pero no es así. De hecho, bien a bien no acabo de comprender dicho termino, porque por más que los diccionarios y las normas establecidas que he consultado me brindan cierta información al respecto, la verdad de las cosas, es que estas definiciones son nada frente al significado que cada ser humano le otorga al mismo y, mucho menos, al proceso que cada individuo vive llegado ese momento.

Pensemos pues, en esos maestros que por más de 30 años dedicaron su vida a la enseñanza. ¿Será fácil desprenderse de todo ese cúmulo de elementos que forman parte de ese proceso de enseñanza y de aprendizaje?, ¿cómo dejar de buenas a primeras las actividades que por años llevaron a cabo para favorecer los aprendizajes de sus estudiante?, ¿cómo eliminar de tajo la convivencia – en sus distintas formas – con colegas, alumnos y padres de familia?, ¿cómo desligarse de todo lo que el medio educativo significa?

No sé si usted mi apreciable lector, se haya detenido un momento a pensar cada uno de las interrogantes que he planteado. Sinceramente, quienes nos encontramos insertos y “activos” en el SEM, sólo lo hacemos o hemos hecho, cuando el fantasma de la jubilación ronda nuestra puerta. Asunto nada menor que muy pocos nos hemos detenido a analizar e indagar. ¿Las razones? Aunque ilógicas e irracionales, son en buena medida, entendibles, porque aquel trabajador de la educación que se jubila “ya no es parte de ese sistema” dado que su ciclo ha culminado, no obstante que éste se incorpora a otro, a ese en el que la vejez lo cobija, lo comprende y lo acepta.

Triste realidad es ésta. Y la hemos aceptado como un proceso natural en los seres humanos, dada la etapa productiva que pueden ejercer en tal o cual profesión los hombres. Sin embargo, permítame ser un poco “quisquilloso” al respecto: la Secretaría de Educación Pública (SEP) no se ha ocupado de capacitar a los que ingresan al medio y, mucho menos, ha considerado brindar un apoyo a quienes transitan por ese proceso jubilatorio.

¿Cuántas veces no habremos escuchado a algunos de nuestros mentores expresar que si se jubilan se mueren?, ¿cuántas veces no hemos oído decir a los profesores que su futuro será incierto una vez que se jubilen?, ¿cuántas veces no hemos visto a esos maestros, que fueron nuestros maestros, en las clínicas y/o hospitales porque sus enfermedades se agravaron después de su retiro?

Cierto es, que buena parte de quienes toman la decisión de jubilarse, tienen y viven un proceso favorable. Tal vez las circunstancias sociales y económicas les permiten o permitieron gozar felizmente de esa jubilación a la que tienen “derecho”. No obstante, también es cierto que buena parte de esos docentes, no viven ese proceso como debiera, y es ahí donde quisiera ocuparme un poco. Porque finalmente, como prestadores de servicio y empleados del gobierno, también somos seres humanos que amamos y sentimos, que pensamos y reflexionamos, que valoramos y somos valorados, en fin, que vivimos.

Justo por esta última razón, y en aras de comprender el proceso de desprendimiento de la profesión docente, es que quien escribe estas líneas, conjuntamente con la Mtra. Rocío Acosta Jaimes, colega de la Normal Urbana Federal Cuautla, Morelos; decidimos iniciar un proyecto de investigación con profesores jubilados de escuelas normales en el estado de Tlaxcala y, como parece obvio, de Morelos, con la finalidad de reconstruir su identidad profesional a partir de los espacios de sociabilidad y procesos discursivos que los llevaron a ser maestros normalistas. Es indudable que el tema de la jubilación saldrá a relucir, sin embargo, nuestro objeto de estudio se centra en ese proceso que han vivido los profesores que serán sujetos de estudio.

En este sentido, es que la metodología jugará un papel importante; sin embargo, creemos que a través del método biográfico y las historias de vida, podremos acercarnos a la comprensión del fenómeno que deseamos indagar y, cuyo propósito, será el de exponer dicho proceso para generar un conocimiento sobre tan importante tema de estudio.

Alguna vez se ha preguntado cuántos estudios se han o habrán hecho al respecto. Pues bien, esa fue una de las primeras interrogantes que nos planteamos y partir de las cuales, pretendemos lograr el objetivo propuesto.

En suma, considero que la educación es un campo muy amplio de posibilidades en cuanto a la investigación se refiere. De hecho, en caso de ser aprobado, estaremos exponiendo este anteproyecto de indagación en el Primer Congreso Nacional de Investigación de Educación Normal en Mérida, Yucatán, pero, si no fuera así, dicho proyecto seguirá su curso hasta encontrar los hallazgos que la misma indagatoria nos regale.

Estoy seguro y convencido, que la educación puede cambiar al mundo y, trabajos como éste, y como los de cientos de colegas que realizan a diario en sus propios espacios, brindan la posibilidad de tener una perspectiva diferente de las cosas o de los fenómenos.

Ojalá, el Secretario de Educación, Aurelio Nuño, o el mismo Juan Díaz de la Torre, volteara su mirada a los cientos de maestros y maestras jubilados. Su vida se vivió en el magisterio, esa vida de la que muy probablemente, solo quedan: recuerdos.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/y-despues-de-la-jubilacion-que-sigue/

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En las puertas del nazismo

Por: Marcelo Colussi

I

El sistema capitalista ha impulsado prodigiosos avances en la historia de la Humanidad. El portentoso desarrollo científico-técnico que se viene experimentando desde hace dos o tres siglos, que ha cambiado la fisonomía del mundo, va de la mano de la industria moderna surgida a la luz del capitalismo. Problemas ancestrales de los seres humanos comenzaron a resolverse con estos nuevos aires, que desde el Renacimiento europeo en adelante se expandieron por todo el planeta.

Pero ese monumental crecimiento tiene un alto precio: el modo de producción capitalista sigue siendo tan pernicioso para las grandes mayorías como lo fue el esclavismo en la antigüedad. Para que hoy un 15% de la población mundial goce las mieles del “progreso” y la “prosperidad” (oligarquías de todos los países y masa trabajadora del Norte), la inmensa mayoría planetaria pasa penurias. Con el agravante –cosa que toda la anterior historia humana no presentó– de la catástrofe medioambiental que su insaciable afán de lucro ha producido. No olvidar que para constituirse como sistema con mayoría de edad debió masacrar millones de nativos americanos y africanos, produciendo así la acumulación originaria que posibilitó la industria moderna en Europa. En síntesis: el capitalismo es sinónimo no tanto de desarrollo y prosperidad, sino de muerte y destrucción.

Ahora bien: ese desarrollo material fabuloso no logra repartir equitativamente, con auténtica solidaridad, los productos de su colosal producción: se llega al planeta Marte o se desarrolla inteligencia artificial más inteligente que la misma inteligencia humana, pero no se puede acabar con el hambre. Sin dudas, algo anda mal en el sistema capitalista. Y no se trata de algún error coyuntural, alguna tuerca suelta que se pueda ajustar: el problema es estructural, de base.

Dicho de otro modo: el sistema capitalista no puede ofrecer soluciones reales a los problemas de toda la Humanidad. No puede, aunque quiera, pues en su esencia misma están los límites: como se produce en función de la ganancia, del lucro personal del dueño del capital, el bien común queda relegado. Por más que lo intente –capitalismo de rostro humano, medidas caritativas para los más necesitados, válvulas de escape para permitir algunas mejoras paliativas– el sistema en su conjunto se erige 1) en contra del colectivo, al que convierte en esclavo asalariado explotándolo en forma inmisericorde, y 2) en contra de la naturaleza, a la que convierte en una mercadería más para consumir, obviando así que si la destruimos nos quedamos sin casa donde vivir.

Como sistema, el capitalismo tiene momentos de expansión y de repliegue, pues la producción no está planificada. Se supone que “la mano invisible del mercado” la regula; pero esa “mano” no resuelve a favor de las grandes mayorías, sino siempre en función de los capitales. Por tanto, periódicamente se asiste a crisis sistémicas generales, que siempre terminan pagando los más desposeídos (es decir: las mayorías populares).

Ahora, desde 2008, se cursa una de las más grandes de esas crisis, comparable a la de 1930 en el pasado siglo. La especulación financiera sin par llevó a un quiebre de las economías, produciendo una recesión fenomenal que empobreció más aún a los más pobres, haciendo desaparecer enormes cantidades de sectores medios y acabando con numerosos puestos de trabajo. El sistema no termina de salir de su marasmo, aunque los grandes capitales en aprietos (bancos de primer nivel, grandes empresas industriales como la General Motors) sí reciben asistencia de sus Estados, en tanto las grandes masas de empobrecidos tienen que ajustarse más el cinturón y resignarse. En otros términos: las ganancias quedan siempre para el capital, las pérdidas se socializan y las paga la clase trabajadora, el pobrerío en su conjunto.

II

En las potencias capitalistas (Estados Unidos, Europa Occidental, Japón), la crisis se siente de una manera distinta a como afecta en los países históricamente empobrecidos (el Sur, el antes llamado Tercer Mundo). El fantasma en juego en el Norte no es, exactamente, el hambre; pero sí la precarización de la vida, la falta de trabajo, el estancamiento económico. La pobreza, de todos modos, siempre es pobreza. Los planes de capitalismo salvaje de estas últimas décadas (eufemísticamente llamado neoliberalismo), además de acumular más riquezas en los ya históricamente más ricos, pauperizaron de una forma alarmante al conjunto de trabajadores en todas partes del mundo.

Por una combinación de causas (planes neoliberales de ajuste hacia las masas trabajadoras, robotización creciente que prescinde de mano de obra humana, traslado de plantas industriales desde la metrópoli hacia la periferia buscando condiciones de mayor explotación), los trabajadores del llamado Primer Mundo vienen sufriendo un descenso en su nivel de vida. En Estados Unidos, la primera potencia capitalista mundial, ello es más que evidente en estas últimas décadas.

Si bien el país no dejó de ser un gigante, la calidad de vida de sus ciudadanos no está en franca mejoría, en expansión, como pasó por varias décadas después de terminada la Segunda Guerra Mundial. De ser la “locomotora de la Humanidad”, como se la consideró por largos años, la economía estadounidense no está en sana expansión. El hiperconsumismo sin freno en que entró llevó a un hiperendeudamiento (a nivel personal-familiar y a nivel nacional) técnicamente impagable. El poder de Estados Unidos viene asentándose, cada vez más, en ser “el grandote del barrio”: la discrecionalidad con que fijó su moneda, el dólar, como patrón económico dominante a escala planetaria, y unas faraónicas fuerzas armadas que representan, ellas solas, la mitad de todos los gastos militares globales, son los soportes en que se apoya su actual grandiosidad. Pero la misma no es sostenible en forma sana, genuina. En otros términos: la principal potencia capitalista del mundo tiene, de alguna forma, pies de barro. La interdependencia de todos los capitales que fue tomando el sistema a nivel global permite a la clase dominante estadounidense seguir teniendo supremacía, y su Estado funciona como gendarme del orden mundial, ahora sin fantasma del comunismo a la vista. Pero su dependencia de capitales de otros puntos (China, Japón) es vital.

Por otro lado, su monumentalidad se basa, en muy buena medida, en los recursos naturales que roba en distintas latitudes (petróleo, minerales estratégicos, agua dulce, biodiversidad), por lo que sin ese militarismo desbocado –causa de muertes por millones, de destrucción, de avasallamiento de grupos más vulnerables– su supremacía económica no sería tal. James Paul, en un informe del Global Policy Forum, lo dice sin ambages: “Así como los gobiernos de los Estados Unidos. (…) necesitan las empresas petroleras para garantizar el combustible necesario para su capacidad de guerra global, las compañías petroleras necesitan de sus gobiernos y su poder militar para asegurar el control de yacimientos de petróleo en todo el mundo y las rutas de transporte”.

Pero esa economía próspera de las décadas del 50 y del 60 del siglo pasado se terminó. Estados Unidos, que de ningún modo ahora es un país pobre, está en decadencia. Los homeless (gente sin hogar) son cada vez más. Los trabajadores que han perdido sus puestos, y con ello todos los beneficios sociales, se cuentan por millones. Industrias florecientes de hace algunas décadas, ahora languidecen, pues para el capital es más rentable invertir en la periferia, con salarios de hambre, que en el propio territorio estadounidense.

Para ejemplo icónico de todo esto: la ciudad de Detroit. La que algunas décadas atrás fuera el centro mundial de la producción de automóviles, que nucleaba todas las grandes empresas de capital netamente norteamericano con casi tres millones de habitantes, ahora es una ciudad fantasma, con apenas trescientos mil pobladores, con fábricas cerradas, entre pandillas y calles sin luz. ¿Por qué? Porque lisa y llanamente el capital no tiene patria, no tiene nacionalismos sentimentales. Si los accionistas de la General Motors, la Ford Company o la Chrysler encuentran que les es más lucrativo montar sus plantas industriales en cualquier enclave del Tercer Mundo dejando en la calle a sus propios trabajadores estadounidenses, no tienen ningún reparo en hacerlo. Y de hecho, eso es lo que han hecho.

Esa es la situación que viene dándose en Estados Unidos, y también en otros países de Europa Occidental: los trabajadores van empobreciéndose. Es por ello que votaron a favor de la salida de la Unión Europea por parte de los británicos (así como quieren hacerlo también en Francia y en Holanda), o a favor de un ultraderechista como Donald Trump en Estados Unidos. El motivo para esa creciente derechización es el deterioro de la economía que, por supuesto, afecta a la clase desposeída y no a las oligarquías.

III

Aquí es donde entra a jugar un agravante extremadamente pernicioso: la ideología dominante, por supuesto de derecha y conservadora. De acuerdo a esta tendenciosa visión de las cosas, se omite la verdadera causa de esta creciente pauperización, buscándose un “chivo expiatorio”. El mismo está dado por los “extranjeros”, aquellos que, según esa deleznable ideología, “van al Primer Mundo a robar puestos de trabajo y a aprovecharse de la seguridad social”.

En otros términos: un otro distinto, proveniente de fuera del colectivo dominante, es puesto como causa de los males. Se está ahí ante el inicio del nazismo.

En la Alemania de la post guerra del 1918, ante su derrota y humillación a manos de las otras potencias europeas que le ganaron en la carrera por el reparto de las colonias africanas, fue apareciendo un espíritu revanchista. Adolf Hitler, independientemente de su posible psicopatología, encarnó ese ideal. El Führer decía lo que buena parte de la población alemana quería escuchar; él, como ninguno, supo levantar el ultrajado nacionalismo pangermánico, llevando el ideal teutón de “raza superior” como estandarte privilegiado. Para el caso, los judíos ocuparon el lugar de chivo expiatorio.

No puede decirse que los movimientos nazi en Alemania, o fascista en Italia, con Mussolini a la cabeza, sean atribuibles solo a la personalidad desequilibrada de líderes carismáticos; eso puede ser un elemento, pero definitivamente ellos representaban el ideal de buena parte de la población. Los alemanes querían recuperar el tiempo perdido, la moral pisoteada en la derrota de la Primera Guerra Mundial: ahí apareció entonces esa loca idea de la eugenesia, y de un blanco al que atacar, supuesto fundamento de todos los males y desgracias. Los campos de concentración atestados de judíos fueron el resultado de ello.

En los Estados Unidos actuales (y en buena parte de Europa Occidental que no termina de salir de la crisis financiera iniciada en el 2008) está sucediendo algo similar: una clase trabajadora golpeada, en camino de empobrecimiento paulatino, necesita encontrar una razón de sus males. El sistema, a través de los fabulosos medios de manipulación que dispone (medios masivos de comunicación, aparatos ideológicos del Estado, iglesias varias) impide ver las causas reales de la situación, poniendo a esos extranjeros en el lugar de los demonios que atacan. De esa forma, los inmigrantes indocumentados de Latinoamérica y el Caribe en Estados Unidos, o los africanos llegados en las infernales pateras a través del Mediterráneo, así como musulmanes y gente del Medio Oriente, se van transformando en el elemento satanizado que representa la supuesta fuente de todas las desventuras.

Hoy día no hay campos de concentración, ni en Europa ni en Estados Unidos; pero poco falta para ello. De alguna manera, esa exclusión de corte nazi ya comenzó. Donald Trump, así como lo hizo Hitler en su momento, encarna esa misión redentora, purificadora: su lenguaje xenofóbico, racista, ultranacionalista, quasi paranoico en algún sentido, rescata lo que una clase trabajadora golpeada quiere oír. “¡Fuera inmigrantes!” es la consigna.

El mundo de la opulencia del Norte va tornándose cada vez más hostil y refractario a los inmigrantes del Sur. No solo no quiere “hispanos”, “negros” o “musulmanes”; procede a deshacerse de ellos. El presidente Trump está empezando a poner en práctica esos valores, institucionalizándolos. Sus primeras medidas como mandatario de la Casa Blanca lo evidencian. La promesa del muro fronterizo con México, más allá de una bravuconada pirotécnica de campaña, pareciera querer concretarse en la realidad. La negativa de permitir ingresar “indeseables” musulmanes a suelo estadounidense se inscribe en esa línea.

En esa misma línea, también comienzan a darse, cada vez con mayor frecuencia y virulencia, actos de corte nazi en Europa. Como expresión sintetizada de esto, lo recientemente ocurrido en los canales de Venecia, donde un joven negro de origen africano se ahogó ante la mirada impávida de europeos que, incluso en algún caso, le proferían insultos racistas.

Todo esto bien pudiera ser el preámbulo a nuevos Auschwitz o Buchenwald. Los chivos expiatorios –la Psicología Social nos lo enseña con claridad meridiana– sirven justamente como elemento unificador para el grupo excluyente, que reafirma así su identidad supremacista excluyendo a los “inferiores” no deseables, satanizados como plaga bíblica.

El Brexit en Gran Bretaña, o Donald Trump en Estados Unidos, expresan ese encono visceral (fascista) contra el otro distinto, “malo de la película” que funciona como causa de todas las penurias, escamoteando las verdaderas causas del problema: el sistema capitalista.

Más allá que Trump pueda ser un megalomaníaco con profundas desequilibrios psicológicos, él representa lo que muchos ciudadanos estadounidenses comunes piensan, sienten, anhelan: volver a los tiempos dorados de su economía de 50 o 60 años atrás, presuntamente arruinada por los inmigrantes ilegales. Se olvida así que Estados Unidos es, ante todo, un país hecho por inmigrantes. Y, fundamentalmente, se omite el verdadero problema en cuestión: el empobrecimiento de los trabajadores no es por culpa de esos “indeseables” extranjeros, sino producto de un sistema que no ofrece salidas.

El nazismo inició así en los años 30 en Alemania, cuando un cabo del ejército, probablemente desequilibrado en términos psicológicos (eyaculaba solo dando sus discursos, emocionado como estaba), pudo ser el representante de lo que una mayoría empobrecida quería hacer: renacer como “raza superior”. Donald Trump sigue ese camino: representa el ideal supremacista de los wasp (white, anglosaxon and protestant –blanco, anglosajón y protestante–). El Ku Kux Klan supremacista (equivalente a los campos de concentración nazi y las cámaras de gas para judíos) se siente ahora dueño de la situación.

La llegada de Trump puede marcar un punto de inflexión en Estados Unidos. No está claro todavía cómo y para dónde seguirán las cosas. Como mínimo, queda más que evidente que para el campo popular no vienen los mejores tiempos. Es por eso que tenemos que estar extremadamente alertas a lo que siga, y prepararnos para enfrentar la locura en ciernes.

El capitalismo no tiene salida, y el nazismo, expresión afiebrada de un capitalismo enloquecido, es más pernicioso aún, porque hace del racismo su motor primordial. ¡Preparemos para enfrentar la tormenta que se viene!

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=222492&titular=en-las-puertas-del-nazismo-

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¿Sirven las tareas escolares?

Por: Julián de Zubiría

Parlamentarios, investigadores, padres de familia y educadores han pedido la abolición de los deberes extraescolares. ¿Es razonable su propuesta?

En noviembre del año pasado, en España, los padres de familia se revelaron y marcharon para pedir la eliminación de los deberes escolares de sus hijos. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud ha dicho que ve muy limitado su impacto y pide su abolición; al mismo tiempo, algunos parlamentos, en diversos países del mundo, han terminado por prohibir las tareas en casa. En Colombia, el Instituto Pedagógico (IPN) ha decidido eliminarlas recurriendo a argumentos similares, a los que se suma la presunción de que limitan el tiempo libre de niños y jóvenes para hacer deporte, socializar o simplemente para descansar.
Aun así, me temo que sus detractores cometen un error elemental, pero muy generalizado: confunden los síntomas con la enfermedad. Ven la fiebre, pero no la infección que la está produciendo. Sin duda, si evaluamos el impacto sobre el aprendizaje de resolver múltiples algoritmos en casa, la conclusión será que no lo favorece. Lo mismo encontraremos si hacemos un seguimiento para ver de qué sirve escribir infinidad de planas, copiar la biografía de un prócer, hacer listados de plantas, accidentes geográficos o reglas ortográficas. Y no hallaremos una respuesta diferente si de lo que se trata es de copiar apartes del libro al cuaderno, construir el sistema solar con esferas de icopor o responder preguntas mecánicas y repetitivas, como efectivamente suele preguntársele a los niños y jóvenes colombianos en la mayoría de ejercicios que los docentes dejamos a los alumnos para sus casas. Esas tareas no sirven y no ayudan al aprehendizaje, porque no favorecen la reflexión, la interpretación, la convivencia, el diálogo o a la lectura reflexiva, entre otros. Son impertinentes. De eso no hay duda. Eso es lo que demuestran dichas investigaciones, pero nada más.

En lo que se equivocan los contradictores de las tareas en casa es en no identificar adecuadamente el problema: La enfermedad no está en las sábanas. Las tareas son impertinentes, porque también lo es el modelo pedagógico que las genera. El que está enfermo es el sistema educativo basado en la trasmisión de informaciones. No tiene sentido que, en pleno siglo XXI, la mayoría de las clases sigan consistiendo en transmitir datos fragmentados a los estudiantes. No obstante, ese modelo logra sobrevivir, porque sigue siendo el que domina la representación de las Secretarías y los Ministerios de Educación, las editoriales y los medios masivos de comunicación. También, porque los padres y maestros –casi sin saberlo– lo defienden en sus prácticas, aunque lo rechacen verbalmente.
Lo que hay que acabar es el modelo pedagógico tradicional sustentado en la transmisión de la información y las tareas que genera. Tanto estas clases como estos deberes, deben ser completamente abandonados. No deberíamos ir a la escuela a aprender informaciones. Mucho menos si son impertinentes y descontextualizadas.

Pero si las clases consistieran en ejercitar el pensamiento. Si en ellas se trabajara sobre situaciones hipotéticas; si fortaleciéramos en el aula la clasificación, las competencias investigativas y las deducciones; si fuéramos a los colegios a aprehender a argumentar y a hacerle preguntas a la vida, o si la escuela fuera un espacio democrático y participativo para favorecer la tolerancia y el respeto a la diferencia, la situación sería muy distinta.

En cualquiera de los casos anteriores, las tareas no desaparecerían, sino que tendrían que reinventarse. Podríamos, por ejemplo, pedirles a los alumnos que llevaran ideas o preguntas originales a las clases o que entablaran diálogos con los padres y abuelos sobre cómo era la vida cuando ellos eran niños. Podríamos, mediante tareas, conocer las aspiraciones, los hitos en sus vidas o las angustias de sus compañeros. Podrían consistir en cambiar el final de un cuento o en encontrar diversas estrategias para resolver el mismo problema. Si hiciéramos eso, las nuevas tareas generarían nuevas preguntas, ideas y soluciones creativas a problemas ya resueltos. Si los niños aprehendieran a leer y escribir en la escuela, las tareas serían otras. Si los niños aprehendieran a pensar en los colegios, las nuevas tareas podrían desarrollar sus procesos cognitivos y la reflexión y conciencia sobre ellos, o metacognición.

En consecuencia, comparto plenamente la necesidad de replantear por completo las tareas. Pero lo que pienso es que hay que ir mucho más allá. Hay que volver a pensar el sentido y el fin de la escuela. Hay que garantizar que vayamos a la escuela a cosas muchísimo más importantes de las que hoy lo hacemos. Si hiciéramos esa profunda reforma en los fines, los currículos y los sistemas de formación de los docentes, sin duda, aparecerían nuevas y creativas tareas que ayudarían a consolidar los procesos cognitivos y valorativos de los estudiantes. Serían tareas más breves y creativas para los niños, y más profundas, reflexivas y diversas para los jóvenes. Enfatizaríamos más en la relectura y la reescritura. En la duda y la reflexión, que en la certeza. En la pregunta, que en la respuesta. En el compartir y colaborar, que el competir.

Lo que necesita el país no es acabar las tareas, sino con un modelo pedagógico tradicional enquistado en el sistema educativo colombiano. En un mundo en el que tenemos acceso a casi todas las informaciones con tan solo teclear una tecla del computador o del celular, necesitamos y podemos abandonar por completo la transmisión de la información como la finalidad de la escuela. La información está al alcance de todos en las redes, los satélites, las memorias externas y en los computadores. No tiene sentido seguir transmitiendo informaciones en las clases y solicitándolas luego, en las tareas escolares y en las evaluaciones. Como puede verse, lo que necesitamos en una verdadera revolución que ponga el desarrollo humano en el centro de todo proceso educativo.
Si los padres quieren más tiempo con sus hijos, ojalá apaguen los televisores y salgan a los parques y las ciclovías a compartir con ellos. Si los padres quieren compartir más tiempo, ojalá no conviertan los centros comerciales en las nuevas iglesias del siglo XXI. Tiempo de sobra tendría un niño si perdiéramos menos en una educación trivial, en los centros comerciales o frente a los televisores.

Pero si vamos a construir escuelas que favorezcan el desarrollo, ello no será posible si al mismo tiempo no impulsamos un cambio cultural. Lo que nos muestran los estudios es que los niños ven televisión en exceso y que interactúan hasta la saciedad en las redes. Lo que está en cuestión no es que les falta tiempo; lo que les falta son padres, madres y hermanos para que dialoguen e interactúen con ellos en sus casas. También les faltan vecinos y primos para jugar y compartir en el parque. No están los niños agobiados de tiempo. Lo que los agobia es la falta de posibilidades para hacer deporte en los espacios libres, actividades culturales y artísticas en los barrios, y, sobre todo, diálogo, juego y conversación profunda en sus casas. Por eso es que viven conectados al computador y al televisor.
Cuando enviemos a los anaqueles de la historia esta escuela que hemos construido a imagen de las fábricas y, al hacerlo, repensemos la educación y el modelo pedagógico, también replantearemos las tareas. Porque si en clases enseñamos a pensar, a convivir y a comunicarse, en la casa lo que deberán hacer los niños es seguir pensando, formulando nuevas preguntas, creando nuevos espacios e interactuando con amigos y hermanos. Sin duda, habrán desaparecido estas tareas impertinentes que hoy dominan la educación colombiana. Pero antes de ello, habrá desaparecido una escuela pensada para formar empleados y trabajadores de bajo nivel y que sean fácilmente manipulables por los intereses políticos y económicos que hoy nos gobiernan. Intereses, que siguen ajenos a las necesidades del desarrollo humano.

Fuente: http://www.semana.com/educacion/articulo/las-tareas-sirven/514195

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¿Un pacto educativo sin equidad?

Por: Gerardo Echeita

Las políticas de equidad deben mirar a la escuela, sí, pero también han de atender factores sociales, urbanísticos y laborales, más allá de las puertas de la escuela.

El contexto político actual, sin mayorías absolutas en el Parlamento, parece estar creando la disposición para construir iniciativas legislativas entre las distintas fuerzas políticas con mayor grado de participación y consenso. Si así fuera, es posible que la reforma de nuestro sistema educativo tenga por delante una nueva oportunidad. Es el momento, por tanto, de debatir sobre aspectos críticos que no conviene olvidar o minimizar.

Muchos pensamos que la prioridad de nuestro sistema educativo (y, por lo tanto, también del proyecto social que queremos para este país), es el reto de mejorar la equidad. En el último año, informes y análisis procedentes de diversas fuentes -por ejemplo, el elaborado por Save the Children– destacan la enorme desigualdad de nuestro sistema educativo, asociada a factores como la pobreza o el territorio donde se vive. Sin lugar a dudas, nuestra educación tendrá que repensarse desde muchos parámetros y aspiraciones, ya que la nueva “ecología del aprendizaje” no solo está alargando para todos el tiempo de aprender, sino que lo está ensanchando y enriqueciendo con oportunidades de aprendizaje y desarrollo fuera de la escuela pero conectadas (o conectables) con aquella y, sobre todo, expandidas (o expandibles) casi ad infinitum, por medio de las TIC. Sea como fuere, lo cierto es que sería inaceptable que se dejara fuera de ese futuro deseable a muchas y muchos alumnas y alumnos por razón de nacimiento, salud, género, capacidad, pertenencia o identidad afectivo-sexual, entre otros factores.

Quiero compartir algunas reflexiones sobre las relaciones que establezco entre equidad y otros dos conceptos afines (inclusión y atención a la diversidad), muy importantes para este debate y que en ocasiones aparecen casi como sinónimos o como asuntos y preocupaciones distintas y poco conexas. Con otros colegas de la Universidad Autónoma de Madrid (1) pensamos que se trata de tres procesos interrelacionados e interdependientes, que cabe describir como si fueran puntos de vista o perspectivas desde los que analizar una realidad compleja. Equidad, inclusión y atención a la diversidad son miradas complementarias sobre una aspiración común: avanzar hacia un sistema educativo de calidad que aúne excelencia y justicia social.

Sin duda el principio más incluyente y global es el de equidad. Guiados por él, los sistemas educativos buscan minimizar o eliminar las relaciones negativas entre factores personales o sociales del alumnado (género, procedencia, lugar de residencia, etc.), y sus posibilidades de acceder a los estudios que necesita o quiere elegir (lo que se traduce en políticas de igualdad de acceso al sistema y de oferta educativa para todos), y de alcanzar los mejores resultados posibles (igualdad de resultados), con vistas a tener oportunidades equiparables de conseguir una inserción social y una calidad de vida acorde con las aspiraciones de cada uno.

Pero a los tres parámetros clásicos de referencia para la equidad (acceso, oferta y resultados) es preciso añadir uno más, que cabe llamar igualdad de reconocimiento. Con ella se resalta la necesidad de que los sistemas educativos contribuyan al respeto y reconocimiento de la diversidad humana, toda vez que hemos vivido (¡y seguimos viviendo!) en contextos sociales y educativos que, con frecuencia, discriminan, menosprecian y violentan la dignidad de muchas y muchos estudiantes por razones de capacidad, salud u orientación afectivo sexual, por señalar las más lacerantes.

Es bien sabido que nuestros sistemas educativos han respondido a dicha diversidad con políticas de exclusión abierta del sistema educativo común [como en el caso de los estudiantes considerados con (dis)capacidad] o de exclusión encubierta (lo que ocurre cuando en un contexto, sea común o específico, uno no se siente partícipe ni respetado por lo que es). Conviene no olvidar que los distintos factores personales y sociales interactúan entre sí, dando lugar a situaciones de doble o triple discriminación a resultas de las cuales determinados grupos tienen mayor riesgo de desigualdad.

En este sentido, no es de extrañar que estos colectivos hayan reclamado para sí políticas y prácticas que cabe definir como de inclusión, para poder estar escolarizados donde se escolariza la mayoría de sus iguales y, sobre todo, para ser aceptados tal y como son y no como supuestos seres devaluados, inferiores o “menos válidos” que el resto. Obviamente, también para poder aprender lo que necesitarán para una vida de calidad. Todo el movimiento relativamente reciente a favor de una educación inclusiva  debe interpretarse como un enriquecimiento del principio de equidad, al que dota de un sentido y una amplitud de miras que no siempre ha tenido.

Las políticas de equidad que tratan de garantizar el acceso, la oferta educativa igualitaria y el reconocimiento de la diversidad del alumnado no son condiciones suficientes para que se generen los resultados de aprendizaje esperados. Los resultados dependen, en último término, de que el profesorado sea capaz de articular modos de enseñar y evaluar que propicien un adecuado ajuste a la diversidad de estilos, motivaciones, capacidades de aprendizaje e intereses de sus estudiantes. Cabría decir, entonces, que las políticas y prácticas de enseñanza y evaluación que aseguren una adecuada atención a la diversidad del alumnado o una mejor personalización del aprendizaje, son el criterio final mediante el cual debe juzgarse el grado de equidad e inclusión de un sistema educativo, pues de poco serviría estar y participar si no hay un aprendizaje adecuado. Por lo general, este principio de atención a la diversidad no se ha entendido y concretado así en nuestro sistema educativo, más bien se ha configurado como el aglutinante de las viejas políticas de integración y de compensación de las desigualdades, herederas de un modo de pensar y actuar que hoy no se corresponden con nuestra comprensión avanzada del papel de la escuela ante la diversidad humana.

Concluyo advirtiendo que las políticas de equidad no pueden quedar constreñidas al espacio que corresponde a la educación escolar. Todos los estudios disponibles señalan, una y otra vez, la importancia determinante de los factores sociales, urbanísticos, económicos y laborales que se encuentran “más allá de las puertas de la escuela”. Ello nos debe hacer muy conscientes de la necesidad de afrontar políticas de equidad que sean sistémicas e intersectoriales, articuladas y sostenidas en el tiempo, otorgando en este marco a la educación escolar el papel que le corresponde pero sin olvidarnos de que es solo un factor frente al desafío global de una sociedad que quiera aspirar a mayor igualdad y justicia social.

(1) [ Curso MOOC de UAMx. Echeita, G., Martín, E., Sandoval, M. y Simón, C. «Educación de calidad para todos. Equidad, inclusión y atención a la diversidad”. Accesible en: https://www.edx.org/course/educacion-de-calidad-para-todos-equidad-uamx-equidad801x-0 ]

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/02/03/un-pacto-educativo-sin-equidad/

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Segregar por sexos en una escuela mixta

Por: Saray Marqués

Mientras quienes trabajan para fomentar la igualdad alertan de que no todo está conseguido, surgen reductos que plantean una vuelta a la educación segregada, para niños y para niñas, como el remedio a parte de nuestros males.

Juan Antonio Perteguer es el director del colegio (concertado, católico) Edith Stein del barrio de Orcasitas, en Madrid. ¿Es mixto? ¿Es segregado? Ni lo uno ni lo otro. Es más bien una fórmula descafeinada de segregado, en que niños y niñas comparten las entradas y salidas, los recreos, el comedor y las extraescolares pero asisten a aulas distintas en primaria y secundaria (no así en infantil -según Perteguer los estudios no aclaran que en este nivel separar sea mejor- y bachillerato). Se busca, además, que su tutor sea hombre en el aula de chicos y mujer, en la de chicas, “para fomentar la cercanía y el sentimiento de pertenencia”, según Perteguer, que prefiere, para su centro, la etiqueta “mixto diferenciado”.

Asegura que con él armonizan “las bondades en cuanto a nivel académico de la educación diferenciada y las ventajas para la socialización del modelo mixto”. Según el director, obtienen mejores resultados -“En España hay oposición a los rankings, pero en el Reino Unido, de los 50 mejores colegios, el 80% son diferenciados, cuando no suponen más del 5 o 10%”-, llegan antes a ellos y se reduce la brecha de género: “No se elimina del todo, porque también hay factores genéticos, pero se reduce bastante. De hecho, hay muchas muchachas que abandonan las ciencias, por miedo o prevención, porque se ven inferiores, y se decantan poco por vocaciones STEM, pero en nuestro modelo es muy normal que elijan carreras de ciencias”.

Reconoce Perteguer, que también es profesor del máster de dirección de centros escolares de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, que son pocos los centros que en España siguen su filosofía, y apenas cita un puñado de ellos en Madrid: “Es necesario ser línea par, si se es impar no se puede hacer, pero no somos los únicos, ahí están el Monte Tabor de Pozuelo, el Juan Pablo Segundo de Alcorcón, algunos de los colegios Arenales [todos concertados católicos]… y en el Reino Unido también existe este modelo”.

Asume que algunos padres muestran reticencias: “No les acaba de convencer, pero ahí están las pruebas externas de la Comunidad de Madrid, la comparación con otros centros de la zona… Yo les digo que hagan la experiencia, que lo vean, y que en unos meses hablamos. Muchos acaban con su prejuicio social de relacionar diferenciado con segregador, y me dicen: ‘Que sepa que estoy en contra del modelo, pero no de como lo hacen aquí…’”.

Perteguer está dispuesto a defender a capa y espada su fórmula que, dice, tiene en los propios alumnos sus mejores valedores: “Hay alumnas de secundaria que han venido de fuera y dicen que es lo que más les gusta del colegio, que el ambiente sea mixto pero que, en el aula, puedan aprender según su ritmo, su forma de ser, su desarrollo evolutivo”. Y cuando le preguntamos si esos rankings del Reino Unido no estarán condicionados por el nivel socioeconómico, si no será que esos centros solo de niños o solo de niñas que figuran entre los mejores no serán centros de élite, tiene a mano una respuesta que se nota que ha dado muchas veces: “Es la eterna discusión, y quizá sea así en el modelo británico, pero en EEUU también la mixta diferenciada funciona bastante bien, y allí se emplea más en zonas marginales… Orcasitas no es un lugar de élite, por lo que nosotros estamos más en el modelo americano, de luchar contra el fracaso escolar, de lograr para todos, nuestros alumnos y nuestras alumnas, el mejor nivel”.

Para la catedrática emérita de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona Marina Subirats, parte de la asociación CoeducAcció y autora de libros como Rosa y azul: la transmisión de géneros en la escuela mixta, detrás de esta vuelta a la escuela segregada hay una clara intención de la Iglesia: “Juntar es pecaminoso, peligroso, surgen los deseos ilícitos… Frente a esto, se habla de buenos resultados, que muchas veces obedecen a una segregación de clase, porque son centros de clase alta, y se invoca este mejor rendimiento académico para trasladarlo a otros lugares: a la pública también, si se pudiera, a barrios pobres, para demostrar que no es solo de élites, y se aferran a investigaciones que existen tanto en un sentido como en el contrario para sentenciar que en el resto del mundo ya se sabía que diferenciada era mejor”.

Otros modos de separar

Según Subirats, existen experiencias interesantes de educación diferenciada en los países nórdicos, pero en una línea diametralmente opuesta: “Se considera que cuando llegan a las escuelas, los niños y las niñas ya están muy marcados por el género: sin ser conscientes siquiera a los niños se les ha estimulado mucho la movilidad, y a las niñas se les ha reprimido y se les ha restado protagonismo. Por eso se cree que es bueno separarles en determinados momentos para reestablecer el equilibrio, para paliar esas carencias con las que llegan, para ponerlos a un mismo nivel y educarles mejor”. Así, expone, las niñas saltan una cierta altura, corren por la nieve, gritan “¡Somos las mejooores!” mientras los niños practican masajes con crema, tumbados en el suelo, se estimula el contacto suave entre ellos.

Algo muy distinto de lo que se plantea en nuestro país como educación diferenciada, a la que hace alusión Subirats en su artículo ‘¿Coeducación o escuela segregada? Un viejo y persistente debate’, y que en algunos casos puede parecer una artimaña para conservar la financiación por parte del Estado en caso de que los conciertos con centros que segregan por sexo peligren. Así, según Perteguer: “Hoy por hoy no hay ninguna norma que prohíba que haya una organización interna diferenciada, y los tratados internacionales que España ha suscrito la reconocen como una opción legítima… ¿Que no debe estar subvencionada? A mi juicio, este planteamiento afecta solo a los centros single sex, a nosotros no nos afectaría una eventual reforma en este sentido que, en cualquier caso, estaría basada en prejuicios, ¿Por qué no los desterramos y trabajamos sobre la evidencia y les damos lo mejor a los chicos y las familias?”.

Colegio Edith_Stein

Avances y retrocesos

Para el experto en relaciones positivas y buen trato Erick Pescador, la educación mixta diferenciada por condición religiosa o ideología vulnera el derecho a la igualdad recogido en el artículo 14 de la Constitución y, “con disfraz”, es “una vuelta atrás y un ahondamiento en las diferencias de género desde la escuela en un tiempo extraño en que los machismos, más evidentes o más sutiles, están más presentes, y nosotros, de vuelta de valores como la coeducación, que apenas hace tres décadas que se instauró”.

Según Pescador, es fundamental que en la escuela se respeten las diversidades y se dé valor a la igualdad en derechos y oportunidades, “pero quienes trabajamos en el terreno de la igualdad nos damos cuenta de que es como llevar un carro cuesta arriba, entre hombres y mujeres, pero con el riesgo de que nos suelten la cuerda y el carro caiga cuesta abajo y sin frenos”. Estamos en un momento, alerta el experto, en que consideramos que ya lo hemos conseguido y miramos para otro lado, sin darnos cuenta de que sigue habiendo gente interesada en que la segregación continúe. “Frente a esto, deberíamos trabajar mucho la coeducación del cuidado, de las relaciones en igualdad, el aprendizaje en equilibrio, centrándonos más con los hombres en la parte de cuidado y con las mujeres, en derechos y oportunidades propias… pero este equilibrio sigue siendo incómodo para muchos hombres, para las políticas más tradicionales”.

Marian Moreno, experta en coeducación y coautora del libro de la asignatura de secundaria Cambios sociales y género de la editorial Anaya y de Escuelas libres de violencias machistas (de próxima aparición), cree que la mixta diferenciada es lo mismo de toda la vida pero con distinto collar: “Para mí es absurdo, es convertir la escuela en un laboratorio, y separar por heterocentrismo y miedo a la sexualidad”.

Los argumentos biológicos de que unos y otras aprendemos de manera diferente no le sirven: “¿Y todas las matemáticas que en el mundo han sido? Mujeres como las que nos presenta la película Figuras ocultas, ¿tenían un cerebro de hombres? Supuestamente nosotras somos mejores en comunicación y escritura… ¿Y Cervantes?” se pregunta Moreno, que lamenta que, a día de hoy, tengamos educación mixta y no coeducación salvo que haya voluntad por parte de los docentes de llevar la igualdad a las aulas. “Incluso en Euskadi y Andalucía, con planes de igualdad muy potentes, la igualdad no está sistematizada, es algo voluntario”, y, mientras, se presentan como innovadoras experiencias en que se separa a niños y niñas “porque un científico australiano dijo que…”.

Con la ciencia hemos topado

Sin ir tan lejos, en nuestro país, también hay quienes, desde el terreno científico, tratan de sustentar la educación diferenciada. Es el caso del catedrático emérito de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid y autor de El sexo del cerebro (Temas de Hoy, 2007), Francisco J. Rubia, para quien “en España es tabú la separación, cuando la ciencia debería obligar a esta separación, es algo lógico”.

Defiende Rubia que, del mismo modo que en medicina el ideal es el tratamiento personalizado, en educación debería tenerse en cuenta cómo los niños y niñas aprenden de forma diferente: “Los niños son mejores en resolución de problemas, en orientación en el espacio guiada por la visión o en acertar tirando a meta, y las niñas, en cálculo, en lenguaje, que es más fluido en su caso al tenerlo bilateralizado, y en manualidades… Está confirmado por todos los laboratorios y procede de nuestras diferencias ancestrales, como demostró la científica canadiense Doreen Kimura. Desde el punto de vista científico la separación es deseable, porque sin ella lo más probable es que estemos perjudicando a ambos sexos. La convivencia se puede mantener en otras tareas, pero no en la enseñanza y el aprendizaje, porque tenemos predisposiciones distintas en un sexo y otro y hay que fomentar esas facultades de una manera distinta”.

Para Rubia es algo “evidente” y “con el tiempo la gente se convencerá” de que, “como dijo Napoleón, la felicidad está en el mayor desenvolvimiento de las facultades mentales”, lo que, según él, pasa por fomentar las cualidades que nos hacen ser mejores para unas cosas a unos y a otras: “A las feministas que me replican les contesto que luchen por la igualdad de salario, pero no por la igualdad biológica. No tiene ningún sentido, no existe”.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/02/02/segregar-por-sexos-en-una-escuela-mixta/

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A propósito de Trump… otra educación mundial

Por: Carlos Aldana

Necesitamos educarnos de manera mundial, anti-global, pero también opuesta a los reduccionismos nacionalistas o culturalistas.

Trump es una mala señal. Indica que la humanidad, y la vida entera en el planeta, están en peligro constante porque el poder no genera sabiduría. Porque la riqueza de un país como Estados Unidos, así como su inmenso poder y sus distintos monopolios, no les han permitido la inteligencia para impedir que la tragedia pueda ser el rasgo de sus decisiones políticas.

Este nuevo presidente de los Estados Unidos ya es un peligro real y concreto para la diversidad, para las y los migrantes, para el encuentro entre pueblos y culturas, para la construcción de una humanidad que sepa mostrar la enorme inteligencia filogenética que ha alcanzado. El irrespeto, la intolerancia y el absurdo manejo de poder, constituyen muestras de cuán necesaria y fundamental es la creación de redes, comunidades e interconexiones educativas que posibiliten la acción compartida, el esfuerzo conjunto y el aprendizaje multilateral.

No hablemos de la educación mundial desde esa visión que privilegia el uso de las tecnologías (convirtiendo el medio en fin), sino de una visión en la que aprendamos unos de otros, en la que nos comuniquemos permanentemente, en la que los medios y las redes sociales se pongan al servicio de la movilización. Que lo educativo esté al servicio de una ciudadanía mundial.

Nótese que privilegio el concepto de ciudadanía mundial sobre el de la ciudadanía global, porque pretendo enfatizar la necesidad de construir un mundo de culturas, de intercambio, de diversidades, de flujos de personas, ideas y conocimientos más que el flujo financiero, comercial o de cosas, como ocurre en la globalización que los ejes de poder han venido construyendo. Esa que se ve peligrar ante el ascenso de Trump. La globalización no ha sido encuentro, intimidad entre culturas. Ha estado orientada por el anhelo de imponer una visión eurocéntrica o nortecéntrica (según sea el ámbito de influencia), en la que se impone una Cultura (desde el inglés y desde la informática) por encima de culturas. Por eso no debemos pugnar por una ciudadanía global, sino por una ciudadanía mundial, que se funda en valores como la solidaridad, la inclusión, la tolerancia y la diversidad.

Otra educación mundial tiene que ver con inventar otras formas de aprender pero, sobre todo, otras maneras de sentir lo educativo, maneras en las que el gozo de lo diverso sea el motor para el encuentro con otros aprendientes. Trump debe recordarnos lo mal que lo están haciendo nuestros sistemas educativos porque no es solo Estados Unidos el que nos muestra los efectos de la carencia de una formación para la criticidad. Una educación mundial para la alternativa, la criticidad, la indignación, pero también para la demanda y la reivindicación de una vida plena es un factor que puede gestar conexiones y vínculos que nos devuelvan la posibilidad de la inteligencia política. Recordemos que “trumps” existen en todos nuestros países y, peor aún, en nuestras instituciones educativas y en las oficinas gubernamentales, en las que se decide el rumbo de la educación. He ahí la imposición, el acallamiento ciudadano y el apego a esquemas empresariales que se nota en el discurso y propuesta pedagógica.

Quienes vivimos al Sur de Estados Unidos, y sobre todo en una relativa cercanía, sentimos la enorme preocupación por lo que vendrá para millones de seres que, forzados por las condiciones y coyunturas, buscaron en ese país un lugar para asentarse. Pero quienes viven más lejos, y al Norte de Trump, también deben preocuparse, porque un mundo violento y fracturado a todos nos afecta y daña. Por eso, aprendamos a sentirnos ciudadanos mundiales. Necesitamos educarnos de manera mundial, anti-global, pero también opuesta a los reduccionismos nacionalistas o culturalistas. La educación mundial que necesitamos es aquella que nos ayude a comprometernos en la construcción de un mundo donde todos estemos y seamos visibles. Y maravillosamente diversos.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/02/02/a-proposito-de-trump-otra-educacion-mundial/

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Populismo y educación

Por: Ana Ayuste – Jaume Trilla

¿Cuál es la educación que quizás ha ayudado a que una opción populista como la de Trump tuviera el éxito que ha tenido? Nos referiremos a tres posibles factores educativos complementarios.

Bajo un título como el que encabeza este artículo podría hablarse de muchas cosas diferentes. Por ejemplo, sobre el tipo de educación que defienden -y aplican cuando llegan al poder- las corrientes políticas populistas. Pero otra cuestión que podría plantearse podría consistir en ver cuál es la educación que facilita que un partido o una candidatura populista acceda al poder. Ambas -y también algunas más que se podrían añadir a base de buscar posibles relaciones entre educación y populismo- son ciertamente complejas; entre otros motivos, debido a que tampoco todos los populismos ni son ni han sido el mismo: unos son de derechas y otros de izquierdas; los hay que fructifican en países ricos y otros en países pobres, etc., etc.

Pero está claro que no se nos hubiera ocurrido escribir ahora sobre populismo -ni El Diario de la Educación nos habría propuesto un artículo sobre este tema- si Donald Trump no hubiera ganado las elecciones a la presidencia de Estados Unidos. Por lo tanto, lo que haremos será centrarnos solo en el caso del nuevo presidente estadounidense. Y aún limitaremos más el contenido del artículo: nos referiremos solo a la segunda cuestión que planteábamos: [1] ¿Cuál es la educación que quizás ha ayudado a que una opción populista como la de Trump tuviera el éxito que ha tenido? Nos referiremos a tres posibles factores educativos complementarios.

El sistema educativo por la parte baja: “Amo a la gente con un nivel educativo bajo”

Una de las características que se atribuyen a los populismos es la de que sus líderes hacen planteamientos elementales que simplifican mucho la realidad. Y que lo hacen a base de un discurso más dirigido a movilizar las emociones y los sentimientos que los argumentos y el diálogo racional. Unos tipos de análisis y de discurso que tienen más posibilidades de arraigar entre los sectores de la población con menor nivel educativo. Seguramente por ello, con la frase que encabeza este párrafo, Donald Trump durante la campaña electoral declaraba su amor por la gente con pocos estudios. Esta frase, que se ha hecho famosa, la pronunció en un acto electoral en Nevada. Y, en este mismo sentido, en Wisconsin, en el curso de una charla con estudiantes universitarios, remachó el clavo diciendo: “Descubrirán cuando lleguen a tener mucho éxito que la gente que les caerá mejor será aquella que ha tenido menos éxito que ustedes. Porque cuando te sientas en una mesa con ellos, les puedes contar todo tipo de historias maravillosas y te escucharán. ¿Tiene sentido lo que les digo? ¿Ok? Siempre hay que estar rodeado de gente sin éxito porque te respetarán. ¿Lo entienden? “[2]

El sistema educativo por la parte alta

Con todo, el triunfo de Donald Trump no se explica solo con el voto de ese sector de la población: un cierto porcentaje de sus electores también tiene estudios superiores. En este caso, hay entonces que preguntarse ¿En qué han fallado estos estudios? Parecía que los diferentes niveles del sistema educativo -y con más razón las universidades que son las que se encargan del más alto nivel-, entre otras funciones tienen también la de educar para el ejercicio de una ciudadanía democrática y crítica; de una ciudadanía bien informada y capacitada para valorar las opciones políticas que se le presentan, tras someterlas a un examen racional. Una educación democrática que debería promover el desarrollo de la conciencia crítica para que las personas puedan comprender y evaluar concepciones competitivas del que hay que considerar como buena vida, buena sociedad y, por tanto, buen gobierno. Es decir, potenciar el carácter democrático o deliberativo, entendido -en palabras de Amy Gutmann [3]- como el hecho de tener mucho cuidado con los procesos de toma de decisiones, de debate de las razones a favor y en contra de cualquier propuesta o medida.

Quizás si las universidades norteamericanas hubieran cumplido satisfactoriamente esta función, Trump habría tenido algunos votos menos y no habría llegado a la Casablanca. Pero ya hace tiempo que algunos intelectuales críticos de aquel país, tanto del ámbito de la educación como de la filosofía y la cultura en general -como es el caso de Henry Giroux, Noam Chomsky y Marta Nussbaum para poner sólo tres ejemplos-, nos alertan sobre la deriva de la educación superior en los Estados Unidos. [4] Para estos autores, el predominio creciente de una visión neoliberal en la configuración de la enseñanza universitaria, que la concibe fundamentalmente como una formación especializada de carácter técnico y orientada solo a las necesidades del mercado laboral, pone en riesgo la calidad democrática y la formación integral de la persona. De esta crisis del pensamiento crítico en los lugares donde, de forma privilegiada, se debería cultivar y extender, seguramente sacó provecho el ya presidente de Estados Unidos.

Y también fuera del sistema educativo: el fenómeno de la post-verdad

Pero la falta de educación para una ciudadanía democrática, crítica, bien informada y deliberativa no puede hacerse responsable únicamente a la Universidad y al resto del sistema educativo formal. Trump también ganó porque una parte de lo que llamamos educación informal le ayudó y él supo beneficiarse. Nos referimos concretamente a la educación -buena o mala- que actualmente circula y llega a tantísima gente por medio de las redes sociales de Internet, en el marco de lo que se ha llamado la era de la post-verdad. Es decir, este fenómeno que consiste en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las llamadas a las emociones y las creencias personales. No será casualidad que populismo y post-verdad hayan sido proclamadas palabras del año 2016. [5]

Ya se sabe que la falta de educación casi siempre juega a favor de los populismos; y, por tanto, de esta se ha aprovechado Trump. Pero, como decíamos, también debe haber ayudado el hecho de que el sistema educativo (Universidad incluida), con las armas que se le suponen más propias -la cultura, el cultivo de la razón, el contraste de los hechos, la deliberación crítica…- no haya sabido contrarrestar la eclosión de esta era de la post-verdad.

Decíamos al principio que la relación entre el populismo de Trump y la educación podía llenarse de contenido tratando, entre otras, dos cuestiones diferentes: ¿cuál es la educación que él propugna por su país? y ¿cuál es la educación de su país que ha contribuido a su éxito en la carrera presidencial? En este artículo hemos elegido hablar de esta segunda. Pero ahora vemos que las respuestas a estas dos cuestiones posiblemente -y desgraciadamente- no sean muy diferentes. Si el populismo de Trump ha salido reforzado por los sectores sociales con pocos estudios, parece que lo que hay que esperar es que la igualdad de oportunidades educativas y el aumento del nivel educativo de los sectores más desfavorecidos no serán precisamente prioridades de su mandato. Si el nuevo presidente quiere tanto como dice a los que se han quedado en la parte baja de la pirámide educativa lo que seguramente le pide el cuerpo no es reducir esta base sino ampliarla, no sea que se fuera quedando sin gente a la que poder amar. Ya no nos queda espacio para mostrarlo y argumentarlo, pero si analizáramos los escasos contenidos de política educativa que Trump ha presentado en la campaña veríamos que justamente en sus propuestas (reedición de las clásicas privatizadoras del neoliberalismo) no destacan precisamente las medidas igualitarias y la promoción de los sectores populares.

Y quisiéramos terminar con un mensaje alentador, a pesar del crecimiento progresivo del populismo durante estos últimos años también en Europa. Un populismo que hoy por hoy se asocia a la derecha xenófoba francesa, británica u holandesa, y que hace pensar que encontrará en el nuevo escenario político norteamericano un aliado para continuar expandiéndose. Tenemos en la mochila pedagógica un buen número de propuestas y realizaciones con las que se puede hacer frente a populismos como estos.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/01/25/populismo-y-educacion/

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