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El giro “kirchnerista” de Macri

Por: Fernando Rosso

La realidad impone a Cambiemos avanzar hacia menos de lo mismo. El 2017 como la nueva madre de todas las incógnitas.

«El Presupuesto del año que viene no tiene grandes cambios respecto a la política populista de Cristina Kirchner», afirmó recientemente el economista Guillermo Nielsen en declaraciones a radio El Mundo.

Según varios analistas que reconocen granos de verdad en la sentencia del exsecretario de Finanzas de Roberto Lavagna, esta continuidad en el cambio se produce porque el Gobierno optó por subordinar la política económica a la contienda electoral de 2017. De ahí que el Presupuesto proponga más gasto en obra pública y un déficit fiscal similar al actual.

La realidad es que medido con su propia vara, el oficialismo está fracasando en todos los terrenos del plan original: no logró bajar el déficit fiscal, la inflación ahora moderada a golpes de enfriamiento terminará en un porcentaje alto cuando cierre el año y licuó parcialmente las supuestas ventajas “competitivas” de la devaluación, el salario real perderá alrededor de 10 puntos porcentuales promedio, pero la pauta fijada por el macrismo a principios de su gestión (25 %) fue superada. La principal medida de disciplinamiento fue el temor a los despidos, a partir de la campaña contra los estatales de principios de año y ataques varios en empresas privadas.

La propuesta más estratégica de un supuesto cambio de paradigma: del consumidor al inversor, fue un ostentoso relato que se desvanece con la realidad de los números crudos.

El jefe de Gabinete, Marcos Peña, afirmó semanas atrás que desde la salida del default hubo anuncios de inversiones por más de 25 mil millones de dólares a desembolsarse en los próximos años.

El periodista del sitio Chequeado.com, Matías Di Santi, revisó ese dato en fuentes oficiales y constató que del ranking de los diez principales anuncios (que suman 17 mil millones de dólares), el 50 % se hizo antes del balotaje, el 23 % entre el balotaje y la salida del default y sólo el 27 % se produjo pos acuerdo con los buitres.

Para el consultor Dante Sica, cercano al macrismo, en Argentina «de 2008 a 2016, las inversiones promediaron 82.690 millones de dólares anuales, lo que representa el 16,4 % del PBI». Según Sica, el país necesita 131 mil millones de dólares para alcanzar un crecimiento más o menos equilibrado. Conclusión: faltan unos 50 mil millones anuales de inversiones nuevas. Lo anunciado es escaso para el “crecimiento equilibrado”. Último dato no menos importante: todavía son anuncios y todo el mundo conoce la distancia que puede separar a las palabras y las cosas en el universo del capital.

Cuando se apagaron las luces del esplendoroso Mini-Davos, se enciende el frío de la realidad argentina y cuando las promesas se pasan a valores se conoce la verdad que subyace al marketing.

Este contexto impulsó a Macri hacia un giro que configura un proyecto peculiar: la narrativa ortodoxa combinada con el reimpulso a una política económica “kirchnerista”, con la impronta de Cambiemos. Anclar el tipo de cambio, estimular el consumo y la obra pública como ariete para algún tipo de reactivación de una economía en recesión que acaba de ser confirmada por el propio INDEC (3,4 de caída del PBI en el segundo trimestre).

Esto da como resultado un déficit casi igual al de la administración anterior, con inflación más alta. La diferencia específica es que reemplaza la emisión monetaria por un violento endeudamiento. Toda semejanza con el plan de Daniel Scioli no es pura coincidencia (y ahí están sus asesores, Miguel Bein y Mario Blejer festejando los “éxitos” del plan de Cambiemos).

Hay cálculos que estiman que tras los canjes de deuda y luego de las sucesivas devaluaciones, en los últimos cuatro años la deuda pública total aumentó en 50.000 millones de dólares y subió de 38,7 % al 55,5 % del PBI. Nación, provincias y empresas iniciaron un nuevo festival de endeudamiento que hipoteca al país.

Para esto, Cambiemos usufructúa la “herencia recibida” de los pagadores seriales que entregaron cerca de 200 mil millones de dólares en una década y bautizaron el tremendo desembolso como un… “desendeudamiento soberano”. No se puede negar que fueron audaces en las licencias poéticas para hablar de economía.

Hay que tener en cuenta que este camino “al mundo” lo abrió el kirchnerismo a billetazo limpio con los acuerdos con el Ciadi, el pago indemnizatorio a Repsol y el acuerdo con Club de París. La “sintonía fina” (quita de subsidios para nuevos tarifazos) fue un intento frustrado de Cristina Fernández en 2012 y debió frenarlo por imposición de las circunstancias. En 2014, Axel Kicillof devaluó y produjo un alza inflacionaria y una pérdida del poder adquisitivo del salario (también despidos). Su ensayo de “lluvia de inversiones” se produciría en Vaca Muerta, para lo cual firmaron acuerdos secretos con Chevron.

El macrismo tomó el bastón de mariscal de las frágiles manos kirchneristas y aseguró al establishment que ellos sabían cómo hacer las cosas. Intentó una “sintonía gruesa” y la realidad le impuso una sintonía media (fallos judiciales mediante, que olfatearon el peligro del malestar social), pagó con generosidad a los buitres residuales, devaluó -como Kicillof en 2014- y congeló la economía con tasas por las nubes para controlar la inflación, que de todos modos superará el 40 % anual.

Otra diferencia específica es que abrió impetuosamente las puertas a las importaciones en los primeros meses y empujó a la crisis a una parte de la industria golpeada también por los tarifazos, la recesión, el bajón del consumo y el encarecimiento del crédito.

Incluso, el Estado “neoliberal” mantiene nichos de dirigismo estatal: un precio sostén para el petróleo (por arriba del precio internacional) y aprobó un aumento en el gas, mediante el método de una contabilidad creativa que dolariza la tarifa y triplica el valor real de extracción, producción y distribución. El Estado ausente está más presente que nunca a los pies de las petroleras.

El impasse y el 2017

Desde el punto de vista político, el macrismo aplica un clásico de los años kirchneristas: el bonapartismo de caja.

El republicanismo de Cambiemos utiliza el método de premios y castigos a los gobernadores e intendentes -además de la burocracia sindical-, quienes garantizan la gobernabilidad con la aprobación de leyes en el Senado y el control regimentado del conflicto social, que puede incluir o no un paro dominguero. La democracia del toma y daca, otra continuidad sin cambios.

Las causas de fondo que explican esta situación radican en que el kirchnerismo gobernó determinado por la impronta de la crisis y el contexto que dejaron las jornadas del 2001. Su intento de configurar un proyecto político que permitiese avanzar con el ajuste, cuando se agotaron las condiciones especiales que habilitaron su esquema, nunca pudo concretarse. Daniel Scioli fue el nombre de la última esperanza blanca que terminó en derrota.

Pero el macrismo tampoco pudo congregar las condiciones políticas para el ajuste que necesitan y exigen los dueños del país y el capital internacional. Cambiamos, pero no tanto.

Por eso, en la cumbre “económica” del Mini-Davos, la principal preocupación fue política: el mayor interrogante que invadía a los CEO que colmaron el Centro Cultural Kirchner, fue sobre la gobernabilidad y las eventuales alianzas para las elecciones del año que viene. El pliego de demandas patronales fue claro: ponerle el cascabel al gato del movimiento obrero y producir una baja significativa de las conquistas que garanticen una recomposición de la tasa de ganancia. El macrismo tiene proyectos para este objetivo, pero también debe ir con pie de plomo.

Para garantizar la continuidad de su proyecto político el año que viene y luego de varios traspiés, Cambiemos da un giro hacia menos de lo mismo.

La cuestión de fondo que expresa el debate sobre la gobernabilidad y las elecciones de medio término es que ni el kirchnerismo ni el macrismo, con las diferencias específicas por las fracciones empresariales que intentan representar, lograron cambiar cualitativamente la relación de fuerzas.

Por eso colocan al 2017 como la nueva madre de todas las batallas: unos (Cambiemos) para asentarse y apretar el acelerador del ajuste y los otros (los muchos peronismos) para “volver” con la promesa de terminar la tarea inconclusa.

El autor de la denuncia que encabeza esta nota (Nielsen) revista en las filas del Frente Renovador de Sergio Massa, de quien Cristina Fernández acaba de asegurar que “no es el enemigo” y mandó a borrar millones de tuits a todo el planeta K. Con su propuesta de amplia “nueva mayoría”, los nacionales y populares conducidos por la jefa llegan bancar hasta a los que corren por derecha a Macri.

Es claro que ninguna de estas dos opciones, de estos dos “partidos” expresados en diferentes coaliciones en construcción, será favorable a las mayorías obreras y populares que deben conquistar una alternativa, un “tercer partido” de la clase trabajadora, para evitar pagar los platos rotos de una crisis aún sin resolución.

Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/El-giro-kirchnerista-de-Macri

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Aprender lengua viva: el aprendizaje de idiomas mediante la cultura

09 de noviembre / Fuente: http://blog.tiching.com/

Por: Cristina Eugenia Nóvoa Presas

Dominar una o varios idiomas hoy en día con la revolución tecnológica en la que estamos inmersos, se antoja imprescindible. Si en este aprendizaje hacemos una conjunción entre TICs y cultura del país de la lengua a trabajar, le añadimos aplicaciones móviles y lo regamos todo ello con inteligencias múltiples y nuevas metodologías, inequívocamente estamos llevando a nuestros alumnos a un aprendizaje motivador, innovador y lleno de retos. Si a esto le añadimos que será el alumno el creador de su propio aprendizaje y que el maestro será un mero guía y facilitador de recursos y que la interacción de la cultura se hará directamente con los recursos de la web y con niños de otros países de forma oral, escrita y por grabaciones de vídeo, tenemos casi todos los ingredientes para conseguir un aprendizaje global de la lengua extranjera.

Nuestro libro de texto a partir de este momento será el mapa del mundo y todos los países donde se habla el idioma a trabajar. Todos serán susceptibles de estudio.

Seleccionamos el país que mejor se adecúe a los objetivos del currículo. Buscamos: geografía, historia, vegetación y/o fauna, canción tradicional, receta de cocina típica, periódicos, literatura, TV, radio… o cualquier aspecto de su cultura que nos sea útil. Es importante seleccionar materiales auténticos, como periódicos, televisión, radio y por supuesto internet, además de involucrar a los niños en la creación y propuesta de materiales por ellos mismos. Debemos tener en cuenta las inteligencias múltiples de cada alumno a la hora de diseñar cada actividad.  Esto contribuirá a los alumnos a adquirir la competencia comunicativa y sociocultural que es el fin último de la enseñanza de idiomas.

Este curso hemos elegido Nueva Zelanda. Llevamos a cabo esta metodología en CRA Ribera de Cañedo. Esta metodología lleva poniéndose en práctica durante los últimos cuatro cursos escolares. Hemos trabajado Londres (The Town), Reino Unido (The Gingerbread Man) y Australia (Animals).

¿Qué recursos hemos utilizado?

  • Utilizaremos tres aplicaciones móviles: Duolingo, Códigos QR y Quiver. Con Duolingo comenzaremos a introducirnos en el mundo de la Gamificación, con los códigos QR  accedemos fácilmente a todos los vídeos de la unidad, y con Quiver lo que trabajamos es la realidad aumentada.
  • Llevamos a cabo tres proyectos E-Twinning cuyo objetivo es promover y facilitar  el contacto, el intercambio de ideas y el trabajo en colaboración entre el profesorado y el alumnado de los países de Europa a través de las Tics.
    • Butterflies across Europe: Fue propuesto por Dave Sherratt, de Inverness, Reino Unido.
    • All about school: Grabamos un video presentándonos y enseñando nuestro colegio a niños de Opole, en Polonia. A su vez, ellos nos envían su vídeo usando la lengua inglesa para presentarse y enseñarnos su colegio.
    • Skype: Hablamos con niños de 6-7 años de  un colegio de Manchester, Inglaterra.
  • Literatura: Trabajamos un cuento típico neozelandés titulado How the kiwi lost its wings. Kiwi, el personaje protagonista de la historia, es a la vez un animal propio de la fauna de Nueva Zelanda.
  • Damos nuestros primeros pasitos en la Flipped Classroom: Es un modelo pedagógico que transfiere el trabajo de determinados procesos de aprendizaje fuera del aula. En nuestro caso, hemos grabado las partes de gramática que queremos trabajar, y los propios alumnos serán los actores de los videos que trabajarán en casa.
  • Paseamos por las calles de Nueva Zelanda gracias a Google Maps Street View.
  • No podría faltar en nuestro método una canción típica, el himno de Nueva Zelanda, en inglés y maorí.
  • Trabajamos un poquito de historia, geografía, fauna…Visionamos videos en los que se nos explica lo más representativo de Nueva Zelanda.
  • Programa School to School de la Fundación Vicente Ferrer: En este programa nos hermanamos con un colegio de la India. Intercambiamos un dossier con la cultura de nuestros países.
  • Cocinar en clase es siempre muy motivador: Por supuesto lo incluimos en nuestra metodología, en este caso cocinamos un típico pan de Kiwi.
  • Interactuamos con periódicos online de Nueva Zelanda y manipulamos revistas británicas y estadounidenses, en papel. Buscamos en ellos información que tenga que ver con lo estudiado en la unidad de Nueva Zelanda a lo largo de estas cuatro semanas a modo de repaso y evaluación.

(Para más información, consulta la presentación sobre el proyecto en este enlace)Aprender lengua vivaLa experiencia tanto este curso como anteriores ha resultado muy enriquecedora, motivadora y global. Los alumnos expresan su deseo de continuar con esta metodología en el aprendizaje de lengua extranjera frente a la tradicional.

Fuente artículo: http://blog.tiching.com/aprender-lengua-viva-aprendizaje-idiomas-mediante-la-cultura/

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Diálogo en lugar de golpe, derrocamiento y tragedia

Por: Aram Aharonian

El diálogo entre gobierno y oposición comenzado en Venezuela posterga sine die el referendo revocatorio y el juicio político al presidente Nicolás Maduro y abre un arcoiris de esperanza tendiente a encaminar políticamente la situación del país, garantizar el abastecimiento de alimentos y medicinas a la población, y consensuar una agenda electoral, eliminando la posibilidad del apocalipsis anunciado.

Si uno se remite a la información mediática, pareciera que se trata de un diálogo “obligado” pero sin compromiso con el presente y futuro del país. Pero, de fracasar, los pronósticos no son para nada halagüeños, y la confrontación puede transformarse en formas más complejas, violentas y peligrosas, las que son estimuladas y desestimuladas –a la vez y contradictoriamente- desde el exterior.

Hoy se lo presenta como un proceso más complejo que las negociaciones en Colombia, El Salvador y Guatemala, donde hubo guerras con miles de muertos, pero también existió el convencimiento de que para recibir hay que hacer concesiones. Y por eso, el éxito de este proceso de diálogo dependerá de la voluntad de encontrar puntos comunes y también del uso del lenguaje y el abandono de la persistente guerra de micrófonos, acicateada desde el exterior.

Un sector de la oposición venezolana sustenta su estrategia política en el supuesto de que en el país gobierna una “dictadura” o un “régimen”, que se ha tratado de imponer como imaginario colectivo a través de la prensa hegemónica continental e internacional. Maniqueo el argumento, ya que se trata de un gobierno surgido bajo los mismos mecanismos que le permiten a la oposición elegir gobernantes de municipios y estados y obtener una representación mayoritaria en la unicameral Asamblea Nacional.

No hay posibilidad de diálogo sin el reconocimiento del “otro”. Hay varios sectores de la oposición que no reconocen al bolivarianismo como un adversario político sino como un enemigo a aniquilar. Hoy se ven en la necesidad de re-convertirse en actor político, más allá de su obstinación en derrocar a un gobierno.

Para el “catedrático” chileno Fernando Mires, el objetivo del supuesto diálogo es para el gobierno dividir a la oposición entre dialoguistas y radicales destruyendo así el centro político que “hasta ahora mantiene su hegemonía gracias al liderazgo ejercido dentro y fuera de la Mesa de Unidad Democrática por Jesús Torrealba desde la MUD, Henry Ramos Allup desde la AN, Leopoldo López desde la prisión, y Henrique Capriles en comunicación con la mayoría ciudadana.

Mires señala que diálogo es la palabra mágica que permite a los gobiernos latinoamericanos escurrir el bulto del problema. Al haberse imbricado el propio Vaticano el “régimen” ha logrado neutralizar en parte la abierta oposición ejercida por la Iglesia Católica venezolana y con ello ha obligado a la MUD a participar en el simulacro de diálogo, añade. Argumentos desde el exterior para quienes diálogo es una mala palabra.

El Vaticano y los mediadores coinciden en que Venezuela no puede celebrar elecciones en medio de los desastrosos resultados de su economía, porque supondría, de ganar la oposición, el inicio de un período incierto y de alta probabilidad de violencia. Esa lectura cuenta con el apoyo de Estados Unidos. Sobre todo, ante la negativa de la oposición de garantizar –de ganar las elecciones- que no se tocarán los beneficios sociales logrados por el chavismo en los últimos tres lustros.

Obviamente, la salida política no dependerá del Vaticano, que quiere darle un voto de confianza a Maduro para que se logre primero la estabilidad de Venezuela, estrategia a la que se suman dos de los mediadores de Unasur: el expresidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero y el expresidente de Panamá, Martín Torrijos, quienes intentan un acuerdo para lograr que las instituciones recuperen su credibilidad e independencia.

Lo que no han logrado los mediadores es bajar los decibeles de la guerra de micrófonos. Para sectores de la oposición, el 11 de noviembre deviene en fecha decisiva en torno al éxito o fracaso del diálogo, y afirma que “no son momentos para ceder”, “no están dadas las condiciones” y el “que se haya abierto este diálogo no quiere decir ni de lejos que se va a paralizar la lucha”.

Mientras, desde el oficialismo se señala que “no se puede pretender darle un ultimátum a las conversaciones, a los diálogos y a la paz” y no se aceptan “amenazas” ni “condicionamientos”.

¿Cuál es la finalidad del diálogo?

Muchos son los que apuestan, desde antes de iniciarlo, a su fracaso. No es difícil hacer aflorar las dudas y las vulnerabilidades, en detrimento de la construcción de consensos perdurables. La paz y la violencia no se instauran ni terminan por decreto: hay que construir un camino, un proceso, del que participen no solo los dirigentes sino la sociedad.

El diálogo pareciera una suerte de comodín que toma distintos valores y cumple diversas funciones según convenga políticamente (ya que) la debilidad estructural y coyuntural, con la que el diálogo comienza, afecta los acuerdos y concesiones iniciales, que se desdibujan con la reactivación del sistema de amenazas de parte y parte, señala la socióloga Maryclén Stelling.

Hay frentes de batalla que se deben ir desmontando: el conflicto de poderes entre Ejecutivo y Legislativo, las acciones de calle, el tema el electoral (suspendido hasta nuevo aviso); y el poderoso transmediático.

Los facilitadores

Llaman la atención algunas frases de los facilitadores del diálogo: “Si fracasa el diálogo nacional entre el gobierno venezolano y la oposición, no es el Papa sino el pueblo de Venezuela el que va a perder, porque el camino podría ser el de la sangre”, señaló monseñor Claudio Maria Celli, el enviado del Papa.

Mientras, el subsecretario del Estado de EE-UU., Thomas Shannon, señaló que es impredecible lo que pueda ocurrir en la negociación entre el gobierno y la oposición venezolana. «Al final de cuentas son los venezolanos los que determinarán el éxito o fracaso de todo esto», tras indicar que el proceso está todavía en “una fase crítica y delicada”

¨Pero también toma partido: “En muchos aspectos el gobierno tiene la llave del éxito de este diálogo porque es quien tiene a los presos, controla las organizaciones electorales que toman decisiones sobre las elecciones y es el que tiene que acceder a sentarse con los miembros de la sociedad civil y la oposición para determinar los próximos pasos que Venezuela puede tomar”, condicionó

Samper, por su parte, alertó a las partes a no crear falsas expectativas sobre los resultados en el plazo inicial de valoración de lo acordado hasta el 11 de noviembre y dejó en claro que el diálogo debe ser entendido como fruto del compromiso y voluntad real del gobierno y de la oposición por encontrar caminos de una convivencia democrática.

El diálogo, insistió, está basado en el respeto y reconocimiento mutuo, bajo las premisas de a) confianza en la neutralidad de la tarea y propuestas de los acompañantes, b) Nadie se levanta de la mesa, c) El proceso no será utilizado con fines partidistas., d) Nada está acordado hasta que todo esté acordado, e) Respeto, reconocimiento y convivencia entre las partes, e) La comunicación de los resultados es responsabilidad de los acompañantes, f) Respeto a la soberanía de Venezuela.

Avances reales

Las partes acordaron organizar el trabajo en las siguientes mesas temáticas: 1) Paz, Respeto al Estado de Derecho y a la Soberanía Nacional, coordinada por José Luis Rodríguez Zapatero; 2) Verdad, Justicia, Derechos Humanos, Reparación de Víctimas y Reconciliación, coordinada por el representante del Vaticano; 3) Económico-Social, coordinada por el ex presidente dominicano Leonel Fernández, y 4). Generación de Confianza y Cronograma Electoral, coordinada por el ex mandatario panameño Martín Torrijos.

En la primera semana se han estado reuniendo tres de las cuatro comisiones de trabajo designadas. Ernesto Samper, secretario general de Unasur, señaló que están “construyendo espacios de confianza para avanzar en temas fundamentales”. Se trata de un proceso difícil, espinoso, frágil, quebradizo, pero de una trascendencia que en ocasiones parecen olvidar algunos.

El Vaticano salta al ruedo

A mediados de septiembre se hizo pública una carta en la que monseñor Pietro Parolín, secretario de Estado del Vaticano, aceptaba la oferta de Unasur, la organización regional que facilita el diálogo, de sumarse a las conversaciones como mediador, tras una petición especial de la oposición, sin fuerzas para la recolección de las firmas de la segunda etapa del referéndum revocatorio.

Henrique Capriles, dos veces derrotado candidato presidencial de la oposición, denunció el 24 fde octubre un golpe de Estado en Venezuela, anunció que la Asamblea –de mayoría opositora- iniciaría un juicio político a Maduro e instó a los venezolanos a acudir, en una marcha, hasta el Palacio de Miraflores, la sede presidencial, la que fracasó. Fue el detonante (¿esperado?) para que el vaticano pusiera manos a la obra.

El 25 de octubre, el nuncio en Caracas, Aldo Giordano, se reunió con el secretario general de la Mesa de la Unidad Democrática, Chúo Torrealba y los representantes de Un Nuevo Tiempo, Acción Democrática, Primero Justicia y Voluntad Popular. Este último grupo sigue creyendo que la violencia callejera llevará a la negociación política, y no participa del diálogo. El Vaticano dio a conoc er un comunicado para que la oposición superara sus diferencias y señaló que era al menos descortés reclamar la presencia de un enviado del Papa Francisco para luego no acudir a la cita.

El lunes siguiente, el enviado del Papa, monseñor Claudio Maria Celli, pidió a la oposición que suspendiera el proyectado juicio político al Presidente Nicolás Maduro y que desviaran la anunciada marcha hacia el palacio de Miraflores prevista para el jueves. La oposición aceptó a cambio de que el Gobierno excarcelara a seis presos.

Sin embargo, los llamados del Vaticano no encuentran eco en el arzobispado venezolano ni en la jesuita Universidad Católica Andrés Bello, convertida en punta de lanza de la oposición.

Las dudas de la oposición

Sin lugar a duda, hay disidencias políticas al interior del bolivarianismo y sectores que combaten al gobierno con tanta o más fiereza que a la oposición: exministros de Chávez, grupos de izquierda radical y trotskista, generales y altos oficiales en retiro (chavistas) que no vacilaron en apoyar al referéndum revocatorio de Maduro. No todo el chavismo apoya a Maduro, pero, obviamente, menos aún a la MUD

En 18 años de gobiernos bolivarianos se llevaron a cabo 18 elecciones, pese a lo que el chavismo ha estado bajo permanente sospecha antidemocrática por parte del poder mediático hegemónico. Además, en reacción a las continuas derrotas electorales, la oposición ha reaccionado organizando acciones desestabilizadoras como el golpe cívico-militar en el 2002, el paro petrolero en 2002-2003 y las más recientes medidas de desestabilización con “guarimbas” callejeras desde 2014.

Con la prioridad económica establecida (garantizar el abastecimiento de alimentos y medicinas) el referéndum revocatorio o el juicio político a Maduro ya lucen un asunto del pasado y hoy la oposición duda sobre lograr un acuerdo político que permita, a través de una enmienda constitucional, adelantar las elecciones generales para finales de 2017. O sea, un año más de gobierno para Maduro.

La oposición tiene experiencias que ponen en duda su poderío real (y no el virtual, que es inmensamente mayor, sobre todo en el exterior) y recuerda que en 2003, tras el golpe de Estado frustrado al presidente Hugo Chávez –con el apoyo, entonces, de la OEA- se instaló una mesa de diálogo, que allanó el camino para un referéndum revocatorio de su mandato. En ese año, Chávez redobló sus exitosos programas sociales y elección tras elección gobernó con altísima popularidad hasta el día de su muerte.

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«Me gusta ser profesor de primer grado»

Por: Rosa María Torres

Para Edgar

«Yo soy profesor de secundaria, pero me pusieron en primaria, quien sabe por qué motivos. La cosa es que el director de frente me mandó a primer grado. Yo era nuevo, llegaba recién de la Sierra, todo eso debe haber influido.

Mi primer día de clases en primer grado fue algo terrible. Quería salir volando. No sabía nada, estaba en la luna.

Me mandaron a capacitarme. Fui y me gustó. Desde el primer día me gustó. Aprendí muchas cosas y con eso que aprendí les fui llevando a mis niños.

Enseñar en primer grado es bien difícil. Mucha gente cree que es fácil, porque es con niños pequeños, porque no saben nada. Pero no es así; ahora soy de los que creo que enseñar en primer grado es inclusive más difícil que enseñar en la secundaria. Pero tiene enormes compensaciones. El gusto es cuando los niños le muestran a uno su cariño y su afecto. Las niñitas me dan un beso, los niños me dan la mano al entrar y al salir. En la secundaria muchas veces ni le saludan a uno.

Yo pensé que era como un castigo que me hubieran mandado aquí. Ahora pienso diferente. Me gusta ser profesor de primer grado».

Esto me cuenta Egdar, profesor, joven, peruano, en una escuela pública de la ciudad de Lima. Su confesión, fresca y espontánea, me alegra el día.

Porque no es esto lo que escucha uno frecuentemente por el mundo. Un mundo en el que ser profesor de primer grado equivale a ubicarse en la escala más baja de los respetos, el salario, las oportunidades, los apoyos materiales y humanos.

Mezcla de ignorancia y de desprecio hacia los niños, se ha construido la idea de que enseñar en primer grado es asunto sencillo – asunto de niños – no requerido ni de calificación ni de experiencia. No obstante, el primer grado constituye la puerta de entrada al sistema escolar y a la lectura y la escritura como objetos de enseñanza y aprendizaje sistemático. Profunda ignorancia e incoherencia han convertido al primer grado en el reducto por excelencia de la repetición escolar, y a millones de recién llegados en repitentes, «lentos», «tontos» y hasta «ineducables».

El testimonio de Edgar me recuerda en el acto una memorable reunión en la que tuve oportunidad de participar en Nepal. Cerca de veinte directores de escuelas primarias de Natanpurwa, una zona rural del país, planteaban con preocupación el hecho de que ningún profesor quería enseñar en primer grado. El supervisor, quien coordinaba la reunión, intervino con lo que él consideraba la solución al problema: «Deben decir a los profesores de primer grado que no se descorazonen pues no van a quedarse allí para siempre». A lo que siguió una interesantísima discusión acerca de las razones por las cuales los profesores prefieren la secundaria a la primaria (el salario es dos veces mayor) y los niveles superiores de la primaria a los inferiores (en estos últimos la enseñanza es más difícil). Al mismo tiempo, la mayoría opinó que es más difícil enseñar en la secundaria que en la primaria, pues se requiere tener más conocimientos, lo que justificaría los salarios más altos. Se cerraba así el círculo vicioso y la imposibilidad de resolver el problema de la falta de maestros, y de maestros bien formados, en los primeros grados.

Edgar, profesor de secundaria, fue enviado al primer grado – según él mismo percibe – por castigo, por nuevo, por recién llegado, por ser de la Sierra. Con castigo o sin él, la mayoría de maestros y maestras se inician en el primer grado, considerado el lugar obvio y propicio para empezar la carrera, aprender y ganar experiencia, equivocarse sin que nadie lo perciba o pida cuentas. Los niños de primer grado son al fin y al cabo los más pequeños de todo el sistema escolar, conejillos de Indias con los que se puede improvisar y experimentar.

Cuando los países decidan contradecir este estado de cosas, asignando los mejores profesores a los primeros grados, no como castigo sino como premio a su calidad docente, con los incentivos profesionales y salariales del caso, la revolución educativa habrá dado un paso firme, mucho más firme y duradero que las pequeñas reformas que picotean por aquí y por allá sin consecuencias. Con solo adoptar esta medida bajarían las abultadas tasas de repetición que ahogan a los sistemas escolares y mejorarían sustancialmente la felicidad y los aprendizajes infantiles.

Fuente: http://otra-educacion.blogspot.com/2015/04/me-gusta-ser-profesor-de-primer-grado.html

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La creación de una “democracia” tipo Estado de la seguridad nacional o cómo cambió el sistema político de Estados Unidos y nadie se dio cuenta.

Por: Tom Engelhardt

Hago regresar a mis padres de la muerte para las elecciones de 2016.

Decir que esta es una elección infernal es insultar al infiernoNo ha habido nada parecido desde que Washington pasó el Rubicón, o Trump cruzó el Delaware o pronunció el discurso de Gettysburg (ya sabéis; el que empieza “Hace cuatro tantos y once mujeres…”). Si preferís, elegid vuestro propio momento seminal en la historia de Estados Unidos.

Billones de palabras, esa cara, esos gestos, los interminables insultos, las mujeres maltratadas y los correos electrónicos, el espectáculo que dura las 24 horas de los siete días de cada semana que muestra todo esto… Pase lo que pase el día de las elecciones, admitamos una realidad: en este país, hemos entrado en una nueva era política. Solo que no nos hemos dado cuenta del todo. De verdad que no.

Olvidaos de Donald Trump.

¡Caramba! ¿Por qué escribí esto? ¿Cómo podría alguien olvidarse del primer candidato presidencial de nuestra historia que anticipó que no está dispuesto a aceptar el resultado de las elecciones? (en 1860, hasta los sureños aceptaron la elección de Abraham Lincoln antes de intentar separarse de la Unión). ¿Quién podría olvidar al hombre que denunció que con la ley actual las mujeres podían abortar el mismo día del nacimiento o apenas un día antes? ¿Quién podría olvidar al hombre que aseguró ante una audiencia de unos 72 millones de estadounidenses que no conocía a las mujeres que le acusaban de agresión sexual y maltrato, entre ellas la periodista de la revista Peopleque lo entrevistaba? ¿Quién podría olvidar al candidato que se jactaba mes tras mes de los resultados positivos de los sondeos en los mítines políticos y en twits antes de que (cuando esos mismos sondeos se volvieron contra él) se descubriera que todos ellos estaban amañados?

Piénsese lo que se piense de Donald, ¿quién en este mundo –y con esto quiero decir todo el mundo, incluyendo a los iraníes– podría olvidarse de él o de las elecciones por las que apostó tan ominosamente? Sin embargo, cuando pensemos en él no lo convirtamos en la causa de la disfunción política de Estados Unidos. Él no es más que el síntoma –extravagante, trastornado e inquietante– de la transformación del sistema político de Estados Unidos.

Admitámoslo, Donald es un “político” que no tiene igual, incluso entre sus colegas de la emergente derecha nacionalista y movimientos anti-todo del ámbito global. Él hace que la francesa Marine Le Pen parezca la racionalidad personificada y que el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, se asemeje a un experto táctico de nuestra época. Pero lo que de verdad convierte a Donald Trump y su carrera por la presidencia en algo fascinante y desconcertante es que no estamos hablando solo de la presidencia de un país: Estados Unidos es el país. El país que, en términos del despliegue de sus fuerzas armadas y su poder económico y cultural para influir en el funcionamiento de todo en prácticamente cualquier sitio, sigue siendo la gran nación imperial del planeta Tierra. Aun así, sobre la base de lo acontecido en este insólito año de campaña electoral, cuesta mucho no pensar que hay algo –y no se trata solo de Donald– incómodamente equivocado en el contexto estadounidense.

La generación de la Segunda Guerra Mundial en 2016

Algunas veces, cuando me dejo llevar por mis fantasías (me pasó mientras miraba el último debate presidencial), monto un milagro privado y traigo –de regreso de la muerte– a mis padres para que observen nuestro mundo estadounidense. Con ellos en la sala, trato de imaginar la incredulidad que muchos de la generación de quienes vivieron la Segunda Guerra Mundial con toda seguridad sentirían ante nuestro tiempo presente. Por supuesto, ellos debieron soportar una devastadora depresión económica, a años luz de cuanto hemos experimentado en la gran recesión de 2007-2008, como también una conflagración mundial de una magnitud como nunca se había experimentado, y –aparte de una guerra nuclear– es improbable que vuelva a suceder.

A pesar de esto, no dudo que nuestro mundo les dejaría boquiabiertos, sobre todo el particular caos con el que convivimos. Para empezar, en el ámbito global, tanto mi madre (que murió en 1977) como mi padre (que falleció en 1983) vivieron varias décadas de la era nuclear, la era de los más grandes –para quienes querían un mundo mejor– logros de la humanidad. Después de todo, por primera vez en la historia, los seres humanos tomamos el Apocalipsis de las manos de dios (o de los dioses) –donde había estado durante miles de años– y nos apropiamos de él. Sin embargo, lo que no llegaron a vivir fue, potencialmente, el segundo rompimiento de contrato –el cambio climático–, que ya está trastornando el planeta y amenazándolo con un Apocalipsis en cámara lenta del que no hay precedentes.

Ciertamente, las armas nucleares no fueron utilizadas hasta el 9 de agosto de 1945, aunque se diseminaron por los arsenales de numerosos países; el cambio climático será visto como la versión paso de tortuga de la guerra nuclear; no olvidéis que la humanidad continúa bombeando gases de efecto invernadero en la atmósfera en volúmenes siempre cercanos al récord. Imagino el asombro de mis padres si supieran que el tema más peligroso y maldito en la Tierra no mereció una sola pregunta –por no hablar de una respuesta– en los tres debates presidenciales de 2016; las cuatro horas y media de acusaciones, insultos e interrupciones que acaban de pasar. Ni un moderador, evidentemente, tampoco un votante indeciso (en el segundo debate en el ayuntamiento), ni un candidato presidencial –cada uno de ellos preparado para cambiar de tema en un momento de apuro con preguntas sobre agresiones sexuales, correos electrónicos o cualquier otra cosa– pensó que eso mereciese la menor atención. En resumen, era un problema demasiado grande para discutirlo, uno cuya existencia Donald Trump (como cualquier otro republicano) niega, o mejor aún, en su caso, rotula como un “engaño” y solo atribuye a una conspiración china para hundir a Estados Unidos.

Otro tanto de locura (y de estupidez) cuando se trata de la cuestión más vasta de todas. En una algo más modesta escala, mi madre y mi padre no habrían reconocido como estadounidense nuestro ámbito político de hoy, y no solo debido a Donald Trump. Se hubieran quedado pasmados por el dinero que se vierte en él: por lo menos 6.600 millones de dólares en estas elecciones según la última estimación; más del 10 por ciento del cual provino de solo 100 familias. Se habrían sorprendido por nuestras elecciones del 1 por ciento; por nuestra nueva Era Dorada; por un famoso multimillonario de la televisión que se presenta como un «populista» y tiene el apoyo de la gente blanca de clase trabajadora que antes era demócrata y que ahora se siente atraída por personas como Trump y su marca de capitalismo de casino, fraudes y espectáculo; por todos esos otros multimillonarios que derraman dinero en las arcas del Partido Republicano para crear un Congreso manipulable que responda a sus pujas obstruccionistas; y por las enormes cantidades de dinero que en estos días se puede “invertir” en muestro sistema político de una forma perfectamente legal. Y ni siquiera he mencionado a la Otra Candidata, que dedicó todo agosto a la verdadera “campaña electoral”, codeándose no con estadounidenses de a pie sino con millonarios y multimillonarios (y una colección de celebridades) para llenar su fenomenal “arcón de guerra”.

Yo debería haber aspirado profundamente y explicado a mis padres que en el Estados Unidos del siglo XXI, por decisión del Tribunal Supremo, el dinero se ha convertido en el equivalente del discurso, aunque sea cualquier cosa menos “libre”. Y no olvidemos esa otra atracción financiera en una elección estadounidense de estos días: las noticias televisadas, por no hablar de los demás medios. ¿Cómo podría siquiera empezar a esbozar eso a mis padres –para quienes las elecciones presidenciales eran un acotado acontecimiento otoñal– la naturaleza extravagante de una temporada de elecciones que se inicia con la especulación mediática justo cuando la temporada anterior está acabando y desde entonces continúa más o menos sin interrupción? ¿O el espectáculo de los comentaristas discutiendo las 24 horas de los siete días de la semana sobre nada que no sean las elecciones en la televisión por cable durante al año entero, o los miles de millones en anuncios que alimentan esta interminable Súper Copa de campañas, llenando las arcas de los propietarios de los cables y las redes de noticias?

Nosotros hemos crecido extrañamente habituados a todo esto, pero mi madre y mi padre sin duda pensarían que estaban en otro país -y eso hubiera ocurrido incluso antes de conocer el sistema político actual, cuyo estrafalario representante es Donald Trump.

De cualquier modo, ¿qué planeta es este?

Me gustaría haber conservado un texto de educación cívica de la escuela secundaria. Si tienes cierta edad, lo recordarás: aquel en que un marciano pone pie en Main Street, Estados Unidos, para escuchar una conferencia sobre las glorias de la democracia estadounidense y la cuidadosamente construida, comprobada y equilibrada división de poderes de nuestros órganos de gobierno. Estoy seguro de que el conocimiento de este sistema cambió la vida en Marte para mejor, aunque en tiempos de mis padres ya hubiese algo de fantasía en este rincón de la Tierra. Después de todo, el presidente republicano Dwight D. Eisenhower –mis padres votaron al demócrata Adlai Stevenson– fue quien, en 1961, en su discurso de despedida llamó la atención de los estadounidenses por primera vez sobre “la desastrosa posibilidad de conceder poder a quien no lo merece” y sobre “el complejo militar-industrial”.

Es cierto; todo eso ya estaba cambiando en aquellos días y, aun en tiempos de paz, el país estaba convirtiéndose en una maquinaria de guerra de un tamaño sin precedentes en la historia. Aun así, 30 extraños años después de la muerte de mi padre, observando el panorama estadounidense, es posible que mis padres se creyeran en Marte. Sin duda se preguntarían qué le podría haber pasado al país que ellos conocían. Después de todo, gracias a las tácticas de tierra arrasada del Partido Republicano en estos últimos años en la bipolar Washington, el Congreso, esa colección de supuestos representantes del pueblo (hoy, un grupo de bien pagados y mejor financiados representantes de los intereses especiales del país en una capital plagada de grupos de presión corporativos), ya rara vez funciona. Carente de relevancia, merodea entre los pórticos del Capitolio. Por ejemplo, hace poco tiempo. John McCain (en general considerado un senador republicano relativamente “moderado”) sugirió (antes de dar un paso atrás en sus comentarios) que si Hillary Clinton fuera elegida para la presidencia, sus compañeros senadores republicanos podrían decidir anticipadamente no confirmar cualquier nominación que ella hiciera para el Tribunal Supremo mientras estuviese en el cargo. Esto, por supuesto, significaría que un tribunal, que ahora parece ser un equipo permanente de ocho miembros, encogería en consecuencia. Los comentarios de McCain que alguna vez habían conmocionado profundamente a Estados Unidos, apenas provocaron una marejadilla de incomodidad y protesta.

En mi paseo por este nuevo mundo, yo podría comenzar señalando a mi madre y mi padre que Estados Unidos está hoy en permanente estado de guerra; en este momento está operando en por lo menos seis países del Gran Oriente Medio y África. Todos estos conflictos armados son esencialmente presidenciales; el Congreso ya no tiene un papel real en ellos (como no sea para soltar el dinero que haga falta y batir el parche para apoyarlos). Cuando se trata de asuntos de guerra, que alguna vez eran controlados y contrapesados por la Constitución, el poder ejecutivo está solo.

De ningún modo pretendería que mis padres se limitaran a observar qué sucede en el extranjero. La militarización de Estados Unidos se ha realizado a ritmo acelerado y de una forma que –no tengo la menor duda– los horrorizaría. Por ejemplo, podría llevar a mis padres a la Gran Estación Central, cerca del centro de Manhattan, el barrio donde ellos vivían y sigue siendo el mío; cualquiera que fuese el día de la semana, verían algo inconcebible en otros tiempos: soldados de guardia con armamento de guerra y uniforme de camuflaje. Yo podría comentarles que, en mi estación de metro, vi varias veces un grupo de agentes de la unidad antiterrorista de la policía de Nueva York que muy bien podría tomarse por un grupo de operaciones especiales del ejército, con sus fusiles de asalto, pero ya nadie se detiene para mirarlos con la boca abierta. Podría agregar que los cuerpos policiales de todo el país se parecen más cada día a unidades militares y son pertrechados directamente por el Pentágono con armamento y equipo igual al utilizado en los lejanos campos de batalla de Estados Unidos, incluyendo vehículos blindados de distinto tipo. También podría mencionar que los drones militares de vigilancia, los precursores de la futura guerra robótica (salidos, para mis padres, de las novelas infantiles de ciencia ficción que yo acostumbraba leer), surcan ahora regularmente los cielos de Estados Unidos; que dispositivos de vigilancia de última generación diseñados para operar en remotas zonas de guerra, hoy en día son utilizados por la policía en el ámbito nacional; y que, a pesar de que el asesinato por razones políticas fue oficialmente prohibido en los años setenta del pasado siglo, después del Watergate, en estos tiempos el presidente está al mando de una formidable fuerza aérea de drones operada por la CIA que se ocupa regularmente de tales asesinatos –de los que no se salvan ni los ciudadanos estadounidenses– en grandes zonas del planeta, sin que sea necesario el ‘visto bueno’ de nadie fuera de la Casa Blanca, tampoco de los tribunales. Podría mencionar que quien era presidente en tiempos de mis padres comandó un ejército secreto de modestas proporciones –los paramilitares de la CIA–; en estos momentos, el presidente es el jefe de una fuerza armada secreta –el Comando de Operaciones Especiales (SOC, por sus siglas en inglés)– formada por 70.000 soldados de elite ocultos dentro del ámbito mayor de las fuerzas armadas de Estados Unidos. En el SOC hay equipos de elite preparados para ser desplegados y realizar misiones de tipo ‘comando’ en cualquier sitio del mundo.

Yo podría señalar que en el siglo XXI, el espionaje estadounidense ha erigido un estado de vigilancia de ámbito global que habría avergonzado a las potencias totalitarias del siglo precedente. Todos los ciudadanos de Estados Unidos –absolutamente todos– están en la mira de este estado de vigilancia; nuestros correos electrónicos (algo desconocido por mis padres) son recogidos por millones, nuestras llamadas telefónicas están a disposición de este estado. En resumen, que la intimidad ha sido declarada anti-estadounidense. También podría observar que, sobre la base de un día aciago [el 11-S] y de lo que en última instancia es la más modesta de las amenazas que se ciernen sobre los estadounidenses, un solo temor –al terror islamista– ha sido el pretexto para la puesta en marcha del estado de la seguridad nacional ya existente hasta transformarse en una construcción de proporciones poco más o menos increíbles a la que se ha dotado de unos poderes que en otros tiempos eran inimaginables y financiada de una manera que dejaría atónito a cualquiera (no solo a los visitantes del pasado estadounidense) y hasta llegar a ser el cuarto poder del Gobierno de Estados Unidos sin haber sido debatido ni votado previamente.

Poco de lo que hace –y hace mucho– está abierto al escrutinio público. Por su propia “seguridad”, “el Pueblo”, no debe saber nada de su funcionamiento (excepto lo que ese poder quiera que se sepa). Mientras tanto, un claustrofóbico secretismo se ha propagado por importantes partes del Estado. En 2011, el gobierno de Estados Unidos declaró secretos 92 millones de documentos, y desde entonces las cosas no parecen haber mejorado. Además, el estado de la seguridad nacional ha estado elaborando un cuerpo de “legislación secreta” –en la que se incluyen normas, regulaciones e interpretaciones de leyes existentes, todo ello debidamente clasificado– que permanece oculto al público y, en algunos casos, hasta a las comisiones de control del Congreso.

En otras palabras, los estadounidenses saben cada día menos de lo que sus gobernantes hacen en su nombre, tanto en el ámbito nacional como en el internacional.

Yo podría sugerir a mis padres que solo imaginen que en estos años la Constitución de Estados Unidos esta en un proceso de permanente reescritura y enmienda realizado con total secretismo y entre bambalinas, con poco más que un gesto de cabeza a “Nosotros, el Pueblo”*. De este modo, al mismo tiempo que nuestras elecciones se transforman en un elaborado espectáculo, la democracia ha sido vaciada de contenido y desechada en todo salvo el nombre; ese nombre es –no cabe ninguna duda– Donald Trump.

Considerad esta nota, entonces, una versión abreviada de cómo describiría yo a mis asombrados padres este nuevo mundo estadounidense.

Estados Unidos, un estado de la seguridad nacional

De nada de esto es responsable Donald Trump. En los años en que el nuevo sistema estadounidense se estaba desarrollando, él estaba echando gente en la televisión. Por supuesto, podéis verle como el muchacho de un cartel en el que se muestra un Estados Unidos donde el espectáculo, los famosos, la clase dorada del 1 por ciento y el estado de la seguridad nacional se combinan en un bebedizo narcisista y autorreferencial de extraordinaria toxicidad.

Ya sea que Hillary Clinton sea electa presidente o que el electo sea Donald Trump, hay una cosa incuestionable: la vasta construcción que es el estado de la seguridad nacional, con su 17 agencias de inteligencia y unas formidables fuerzas armadas imperiales, continuará creciendo y expandiendo su poderío en nuestro mundo estadounidense. Ambos candidatos han jurado volcar todavía más dinero en esas fuerzas armadas y el aparato de espionaje y Seguridad Interior que les acompañan. Por supuesto, nada de esto tiene algo que ver con la democracia en Estados Unidos tal como una vez fue imaginada.

Tal vez algún día, al igual que mis padres, “yo” sea llamado del más allá por alguno de mis hijos para ver con espanto y horror el mundo de esos días. Mucho tiempo después de que una inimaginable presidencia de Donald Trump o de que un mucho menos imaginable mandato de Hillary Clinton sean un párrafo de un maldito y a medias olvidado capítulo de nuestra historia, yo me pregunto si en ese momento eso “me” sorprendería o “me” desconcertaría. En 2045, ¿con qué país y con qué planeta “me” enfrentaría?

* We the People son las palabras con que comienza la Constitución de Estados Unidos, que desde 1789 es la ley suprema de esta nación. (N. del T.)

Tom Engelhardt es cofundador del American Empire Project, autor de The United States of Fear y de una historia de la Guerra Fría, The End of Victory Culture. Forma parte del cuerpo docente del Nation Institute y es administrador de TomDispatch.com. Su libro más reciente es Shadow Government: Surveillance, Secret Wars, and a Global Security State in a Single-Superpower World.

 

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Educación superior: ¿Es lo estatal sinónimo de calidad?

Por: Raúl Figueroa Salas

La incorporación automática a la gratuidad de unas universidades estatales y la exclusión de otras privadas que tienen igual acreditación es una señal evidente de que la calidad no es el elemento central al momento de diseñar políticas públicas. De hecho, se instala una noción de calidad que carece de todo fundamento: esto es, que las instituciones del Estado, por el solo hecho de existir, cumplen con estándares de calidad que el resto debe demostrar.

Definir la calidad de las instituciones de educación superior es complejo y siempre polémico. Los factores que la determinan son diversos y, por lo mismo, no es razonable atribuirle a una característica específica la posibilidad de distinguir inequívocamente entre un proyecto bueno y uno malo, sobre todo considerando que la subjetividad juega un rol importante que no puede desconocerse. En ese sentido, los sistemas modernos de aseguramiento de la calidad apuntan a reconocer que la coexistencia de proyectos distintos no es un obstáculo para que cada uno de ellos, con sus propias particularidades, sea considerado de calidad. Nuestro sistema de acreditación reconoce esta dificultad y contempla un mecanismo de certificación voluntario que se basa en identificar si una institución de educación superior tiene una misión clara y cuenta con los medios adecuados para llevarla a cabo, sin que el carácter estatal o privado de la institución sea relevante.

Uno de los elementos que varían entre las instituciones dice relación, precisamente, con la forma en que las universidades e instituciones técnicas están organizadas. Más específicamente, si se trata de iniciativas privadas o estatales. En Chile existen 62 universidades, de las cuales 18 son del Estado. De las privadas, en la actualidad existen ocho universidades que carecen de acreditación habiéndose presentado al proceso. De las estatales, la Universidad de Aysén y la de O’Higgins fueron creadas por ley el año pasado y aún no cuentan con acreditación. Tampoco pasaron estas últimas por el proceso de licenciamiento, al que debe someterse cualquier universidad privada que pretenda crearse y que comprende la aprobación del proyecto institucional por parte del Consejo Nacional de Educación, así como  la evaluación del avance y concreción del proyecto educativo de la nueva entidad.

Como se mencionó, la acreditación en Chile es voluntaria, pero tiene importantes efectos en lo que a financiamiento estudiantil se refiere. De acuerdo al proyecto de ley de presupuestos para el próximo año, uno de los requisitos para que las instituciones adhieran a la política de gratuidad en la educación superior es contar con una acreditación de al menos cuatro años. Sin perjuicio de las críticas que uno pueda hacerle a la citada gratuidad, parece razonable que su implementación esté relacionada con algún criterio de calidad para las instituciones que pretendan incorporarse, pero lo curioso es que ese estándar no se aplica por igual a todas las instituciones. En efecto, borrando con el codo lo que con la mano se escribió, todas las universidades del Estado quedan eximidas de esa exigencia y pasan a ser automáticamente parte de una política de gratuidad que, al menos en el papel, estaba reservada a las instituciones que cumplieran ciertos criterios mínimos.

A las dos universidades ya mencionadas que no están acreditadas, hay que agregar otras tres que no cumplen con el período de acreditación exigido, a saber: la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM), la Universidad Arturo Prat de Iquique y la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE). La incorporación automática a la gratuidad de unas universidades estatales y la exclusión de otras privadas que tienen igual acreditación es una señal evidente de que la calidad no es el elemento central al momento de diseñar políticas públicas. Se trata de una discriminación arbitraria que perjudica a los jóvenes e interfiere en su elección, forzándolos a optar por un determinado proyecto ya no por sus características pedagógicas, sino por los beneficios económicos que ofrece. Asimismo, se instala una noción de calidad que carece de todo fundamento: esto es, que las instituciones del Estado, por el solo hecho de existir, cumplen con estándares de calidad que el resto debe demostrar.

En momentos en que se discute el futuro de la educación superior en Chile sería conveniente transparentar el debate, de forma tal que quienes buscan imponer la primacía del Estado en el sistema educacional lo digan derechamente.

 Fuente: http://ellibero.cl/opinion/educacion-superior-es-lo-estatal-sinonimo-de-calidad/

 

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Fidel y el periodismo: ejemplo y magisterio

Por: José Dos Santos

Sagacidad y valentía, objetivos claros y voluntad de alcanzarlos, visión unitaria y calibre de argumentos, precisión en
lenguaje y cifras, intencionalidad a prueba de coyunturas, defensa de principios y oído atento al pulso de todos los tiempos. Esas son, entre otras muchas, enseñanzas de Fidel a los periodistas honestos, de Cuba y el mundo, para ahora y siempre. Tarea casi imposible resumir su impronta en una profesión de profesiones, esta que ejercemos unos miles en su terruño y que tiene como misión abordar lo que hacen las demás, y expandir la mirada hacia lo divino y humano que sucede en el entorno, con la misión de darlo a conocer a todos, ayudar a comprenderlo y aportar al análisis y las soluciones.

Esa tarea originaria del periodismo no se circunscribe a lo dicho porque –incluso cada vez mas con la aplicación de las nuevas tecnologías- tiende a diluirse la frontera entre lo tradicional (léase entrevista, crónica, reportaje o la nota informativa) y lo novedoso (el twit o el msm que hoy inunda el ciberespacio). Los peligros de que la velocidad de la comunicación de masas lleve a la simplificación del mensaje, y que éste de pie a la banalidad y la superficialidad para conformar factores del pensamiento contemporáneo podrán ser conjurados en la medida que prevalezcan lecciones como las dadas por el Comandante.

En el ya lejano 17 de junio de 1955,  en su artículo “Aquí ya no se puede vivir”, publicado en el periódico La Calle, Fidel indicaba que la suya sería una voz con “la verdad de los que defienden a los humildes…la del hombre digno y honrado…” Desde entonces, ese “hereje incorregible” se batió “como un Quijote contra todos los farsantes” en cuanto medio de prensa estuvo a su alcance y tuviera el coraje de publicar su pensamiento y sus denuncias. Mostraba ya las características de su periodismo que luego se reproduciría en ejemplos como los que encontrará en esta edición, algunos de ellos escrito con la tinta invisible del jugo de limón con los que elaboraba artículos en prisión.

Nuestra publicación tuvo el privilegio de estar entre los dos primeros medios cubanos “que atravesaron las líneas enemigas y penetraron en la zona rebelde. Ellos son testigos de lo que aquí se ha hecho con el tesón y el sacrificio de humildes luchadores…” como él lo consignara el 2 de mayo de 1958 en un mensaje autógrafo desde la Sierra Maestra.

Y en ese papel de dar testimonio hemos pretendido ser consecuentes con los tiempos y sus enseñanzas.

A sólo cuatro días del triunfo de 1959, en el periódico La Tarde resaltaba su criterio “de constituir la prensa escrita un servicio público de extraordinario valor para orientar al pueblo y mantenerlo debidamente informado de los acontecimientos”. Similar consideración ha tenido, a lo largo de su activa vida como revolucionario, la radio –por algo Radio Rebelde fue el órgano de los insurrectos cubanos- y la televisión, a partir de que la rebelión victoriosa se convirtiera en Revolución.

Son legendarias sus prolongadas comparecencias de los primeros años -televisadas y radiadas- en momentos críticos para llevar la verdad a la mayor cantidad de pueblo posible. y así esclarecer y refutar, educar e impulsar la compleja y gigantesca obra transformadora que se emprendía. De aquellos primeros días fue un mensaje que nos enorgullece y
compromete a todos los que hoy trabajamos en ella: A la Revista Bohemia, mi primer saludo después de la victoria porque fue nuestro más firme baluarte. Espero que nos ayude en la paz como nos ayudó en estos largos años de lucha, porque ahora comienza nuestra tarea más difícil y dura.- Fidel Castro

De aquellas fechas son válidas sus afirmaciones: “el periodista trabaja para el pueblo, el periodista informa al pueblo. El pueblo solo necesita que le informen los hechos, las conclusiones las saca él, porque para eso es lo suficientemente inteligente…”

Una de sus mayores enseñanzas la proclamó tan temprano como el 8 de enero de 1959, cuando en el campamento militar de Colombia, el día de su llegada a La Habana, reflexionaba: ¿Cómo ganó la guerra el Ejército Rebelde? Diciendo la verdad. ¿Cómo perdió la guerra la tiranía? Engañando a los soldados” Poco después advertía  que “Nos parece como que el mundo se hunde cuando una verdad se dice, ¡como si no valiera más la pena de que el mundo se hundiera, antes de que vivir en la mentira!”.

Esos eran días en que denunciaba las campañas de mentiras y calumnias que desde el extranjero, con apoyo de la reacción interna, pretendían desestabilizar el proceso revolucionario. Entonces, con la habitual visión estratégica de sus decisiones, organizó la. Operación Verdad, hito en el combate por la soberanía informativa, no sólo de Cuba, que entonces hizo nacer la Agencia Latinoamericana de Noticias, Prensa Latina (en junio de ese 1959) y que constituye enseñanza válida de movilización para procesos progresistas hoy sometidos a similares –y peores- maniobras antipopulares.

Años después fui testigo de sus propuestas y análisis en el Encuentro Latinoamericano y Caribeño de Periodistas en La Habana y recordaba sus palabras de entonces: “La prensa de América Latina debiera estar en posesión de medios que le permitan conocer la verdad y no ser víctimas de la mentira”. De esa visión actualizada nacieron iniciativas de diversa índole y magnitud, desde la modesta Argenpress, en Argentina, hasta la multinacional televisiva Telesur, en Venezuela.

Cuando el 7 de junio se celebraba un Día Mundial de la Libertad de Prensa, en 1959, Fidel exponía otro de los pilares de su concepción sobre el periodismo, el cual “no quiere decir empresa… porque empresa quiere decir negocio y periodismo quiere decir esfuerzo intelectual, quiere decir pensamiento.

Tanto habría que decir sobre esta faceta de Fidel que un estudioso como nuestro querido colega Juan Marrero, historiador de la prensa cubana a la que el mismo aportó historia, realizó una recopilación que alcanzo casi 350 cuartillas de expresiones, citas y consideraciones al respecto. Ellas me han ayudado a eslabonar este texto, en particular porque soy de una generación posterior a esos pasajes fundacionales, aunque abrevé de experiencias como las suyas, las de Ernesto Vera, Elio Constantín, Enrique de la Osa, Baldomero Álvarez, Luis Báez, Julio García Luis y otros grandes del periodismo contemporáneo cubano que fueron colaboradores y discípulos directos suyos.

Mi primer contacto directo con él como periodista fue durante la celebración del aniversario 70 de la Revolución de Octubre, en 1987. A partir de entonces, durante casi una década, di cobertura de acontecimientos internacionales a los que estuvo vinculado. Como ya hice constar “Fue un privilegio multiplicador de mi profesión. Enseñanza permanente para tratar de no ser de esos que, cuando el hombre sabio señala a la luna, se quedan mirándole el dedo”.

Luego, desde el colectivo de la Presidencia de la Unión de Periodistas de Cuba, bajo la dirección de Tubal Páez, aprecié de primera mano la maduración de ideas y métodos en una nueva etapa, la del Período Especial, la desintegración del Campo Socialista y la ofensiva neoliberal global que pretendió acabar con la historia, tal y como ahora alguno quiere hacérnosla olvidar.

El advertía, en la década de los 90, “…una computadora conectada a la red de Internet es ya una posibilidad para hacer llegar… un pensamiento a millones de personas en el mundo”. Fue momentos en que naciera la Mesa Redonda como nueva fórmula comunicativa y se iniciara la creación de nuestras páginas digitales y blogs.

En el VII Congreso de la UPEC, en 1999, dio un nuevo mensaje trascendente al sector: “Necesitamos periodistas cada vez más preparados, maduros, con experiencia y vocación, de sólidos principios revolucionarios para enfrentar esta lucha en que estamos envueltos. Los periodistas son soldados de primera línea en esta batalla.”  Y como tales seguiremos sus enseñanzas.

Fuente:http://www.cubaperiodistas.cu/index.php/2016/08/fidel-y-el-periodismo-ejemplo-y-magisterio/

Imagen: http://1.bp.blogspot.com/–ekFoV3iPxg

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