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La razón postcolonial: herencias coloniales y teorías postcoloniales

América del Sur/Argentina/Octubre 2016/Water Mignolio/http://www.adversus.org
Walter D. Mignolo

Resumen:
El concepto de razón postcolonial trata de insinuar una forma de pensar que se articula en los legados coloniales y, a partir de la construcción  de esos legados, trata de pensar la modernidad. La razón postcolonial sería aquella que desplaza el concepto de razón construido en la modernidad, reincorporando las cualidades secundarias (emociones, pasiones) y, a partir de ese gesto, intenta repensar la modernidad y postmodernidad  desde la postcolonialidad. Si bien el concepto de “locus de enunciación” no es privativo de la razón postcolonial, es necesario para desmontar el concepto monolítico de sujeto de conocimiento cómplice de la razón moderna y concebir la diversidad del conocimiento como distintos espacios epistemológicos de enunciación.

Palabras clave:
Locus de enunciación – Modernidad – Crítica cultural

.

Lo postcolonial o la postcolonialidad ha sido observado (McClintock 1992; Shohat 1992; Radhakrishnan 1993; Dirlik, 1994), es una expresión ambigua, algunas veces peligrosa, otras veces confusa y generalmente limitada e inconscientemente empleada. Es ambigua cuando es usada para referirse a situaciones socio-históricas conectadas con la expansión colonial y la descolonización a través del tiempo y del espacio. Por ejemplo, Algeria, los Estados Unidos del siglo XIX y el Brasil del siglo XIX son todos categorizados como países postcoloniales. El peligro surge cuando este término es usado como una dirección “post” teórica más en la academia, y se convierte en fuente principal en contra de las prácticas de oposición para la “gente de color”, “intelectuales del tercer mundo” o “grupos étnicos” en la academia. Es confuso cuando expresiones como “hibridización”, “mestizaje”, “espacio entre medio” y otras expresiones equivalentes se convierten en el objeto de reflexión y crítica de las teorías postcoloniales porque ellas sugieren una discontinuidad entre la configuración colonial del objeto o tema de estudio y la posición postcolonial del lugar de la teoría. Es inconscientemente empleada cuando es desarraigada de las condiciones de su manifestación (ej. en ciertos casos como un sustituto de la “literatura de Commonwealth”, y como poder en la “literatura del tercer mundo” en otros). Por consiguiente, “postcolonialidad” es un término problemático cuando es aplicado a las prácticas culturales tanto del siglo XIX como del siglo XX.

A pesar de todas las dificultades que este término implica, propondría que no debiéramos perder de vista el hecho de que lo postcolonial revela un cambio radical epistemo/hermenéutico en la producción teórica e intelectual. No es tanto la condición histórica postcolonial la que debe atraer nuestra atención, sino los loci de enunciación de lo postcolonial. En este artículo asumiré que la transformación más fundamental del espacio intelectual se está llevando a cabo, a raíz de la configuración de una razón postcolonial tanto en el lugar de práctica oposicional en la esfera pública como el de una lucha teórica en la academia. En este contexto me siento compelido por la descripción de Ella Shohat sobre las teorías postcoloniales como loci de enunciación y su opinión de que la teoría postcolonial ha formado un espacio de fuerza para la erudición crítica y de resistencia, mientras que, en general, los discursos postcoloniales proporcionan prácticas oposicionales en países con una gran herencia colonial. En palabras de Shohat:

The term “post-colonial” would be more precise, therefore, if articulated as “post—First/Third Worlds theory”, or “post anticolonial critique” as a movement beyond a relatively binaristic, fixed and stable mapping of power relations between “colonizer/colonized” and “center/Periphery. Such rearticulations suggest a more nuanced discourse, which allow for movement, mobility and fluidity. Here, the prefix “post” would make sense less as “after” than as following, going beyond and commenting upon a certain intellectual movement –third wordlist anti colonial critique— rather than beyond a certain point in history–colonialism; for here “neo-colonialism” would be a less passive form of addressing the situation of neocolonized countries, and a politically more active mode of engagement (Shohat 1992:108).

A pesar de todas las ambigüedades del término analizado por Shohat, la cita anterior subraya un aspecto crucial de las prácticas contemporáneas identificadas como “postcolonialidad”, aunque el término va más allá de su propia descripción. Por consiguiente, argumentaré a favor de la razón postcolonial entendida como un grupo diverso de prácticas teóricas que se manifiestan a raíz de las herencias coloniales en la intersección de la historia moderna europea y las historias contramodernas coloniales. No iré tan lejos como para decir o mirar a lo postcolonial como un nuevo paradigma, sino para visualizarlo como parte de uno, aún más grande. Me gustaría insistir en el hecho de que el ”post” en “postcolonial” es notablemente diferente de otros “post” de la crítica cultural contemporánea. Iré aún más allá, al sugerir que cuando se compara con la razón postmoderna, nos encontramos con dos maneras fundamentales para criticar la modernidad: una, la postcolonial, desde las historias y herencias coloniales; la otra, la postmoderna, desde los límites de la narrativa hegemónica de la historia Occidental.

Comenzaré pues con un recuento de la manera en la que hablo acerca de las situaciones y condiciones postcoloniales. Primero, limito mi comprensión acerca del “colonialismo” a la constitución geopolítica y geohistórica de la modernidad occidental europea (conceptualización de Hegel) en sus dos sentidos: la configuración económica y política del mundo moderno, como, también, el espacio intelectual (desde la filosofía hasta la religión, desde la historia antigua hasta las ciencias sociales modernas) justificando tal configuración. La razón postcolonial presenta lo contramoderno como un lugar de disputa desde el primer momento de la expansión Occidental (ej. La Nueva crónica y buen gobierno de Guaman Poma de Ayala, terminada alrededor de 1615), haciendo posible cuestionar el espacio intelectual de la modernidad y la inscripción del orden mundial en la cual el Occidente y el Oriente, el Yo y el Otro, el Civilizado y el Bárbaro, fueron inscritos como entidades naturales. Desde 1500 aproximadamente, el proceso de consolidación de Europa Occidental como entidad geocultural (Morín 1987) navegó junto con los viajes de Ultramar y la expansión del Imperio portugués y del Imperio español. Durante el siglo XVI y la primera mitad del siglo XVII, Italia, España (o Castilla) y Portugal eran el “corazón de Europa”, usando un término que Hegel finalmente aplicó a Inglaterra, Francia y Alemania al principio del XIX. Limitaré entonces mi compresión de las situaciones/condiciones postcoloniales a la configuración sociohistórica manifestada a través de los pueblos que ganan independencia o emancipación de los poderes imperiales y coloniales de Occidente (tales como Europa hasta 1945, o los Estados Unidos desde el comienzo del siglo XX). La razón postcolonial precede y coexiste con las situaciones/condiciones postcoloniales. Por supuesto, el prefijo “post” está, semánticamente hablando, en contención con la idea de “precedencia”. Sin embargo, podría ser justificada en términos de condiciones postcoloniales, como utopía o como equivalente a la razón anticolonial (contramoderna), antes y después de la independencia política

Una de las primeras dificultades que encontramos en este mapa de herencias coloniales y teorías postcoloniales, es que los Estados Unidos no es aceptado fácilmente como una situación postcolonial y, por consiguiente, como una realidad con la cual podríamos contar, en términos de teorías postcoloniales (Shohat 1993:102; Mc Clintock 1993:1986-1987). La dificultad surge, no solamente causada por las diferencias entre las herencias coloniales en los Estados Unidos y, digamos, Jamaica, sino principalmente porque la postcolonialidad (tanto en términos de situación en condición, como de producción teórica y discursiva) tiende a estar conectada con las experiencias del Tercer Mundo. El hecho es que, a pesar de que los Estados Unidos no tienen el mismo tipo de herencia colonial que el Perú o Indonesia, es, sin embargo, una consecuencia de la expansión europea y no otro país europeo, propiamente hablando. A raíz del liderazgo norteamericano en la comunidad de la expansión europea, la razón postmoderna sería conectada más fácilmente con los Estados Unidos en vez de la razón postcolonial. Se podría decir que las herencias coloniales encontradas en países como los Estados Unidos se adhieren a las teorías postmodernas que se encuentran en Fredric Jameson (1991), donde el espacio contestatario es, mejor dicho, el resultado de las herencias del capitalismo más que las herencias del colonialismo. La clásica discusión entre Jameson (1986) y Ahmad (1987) fácilmente podría ser releída en este contexto. Si es necesario otro ejemplo de la historia intelectual de los Estados Unidos para justificar el razonamiento postmoderno en complicidad con lo postcolonial, se puede considerar seriamente el argumento de Cornel West (1989) acerca de la evasión norteamericana de la filosofía como genealogía del pragmatismo. Al leer a Emerson, Peirce, Royce, Du Bois, James y Rorty (entre otros), West ha sugerido de una manera muy persuasiva, que la evasión filosófica norteamericana es, precisamente, el resultado del filosofar fuera del lugar. En otras palabras, de la práctica de una reflexión filosófica cuya base no ha sido fundada en la necesidad de separación de los centros coloniales, sino en la necesidades de los países coloniales mismos. Por eso, West afirma que “el pragmatismo profético se manifiesta en un momento específico en la historia de la civilización del Atlántico Norte —el momento de la postmodernidad”, y va aún más allá cuando afirma que “la postmodernidad puede ser comprendida bajo la luz de tres procesos históricos fundamentales”:

1. El final de la Edad europea (1492-1845), que diezmó la confianza propia europea e inspiró la crítica personal. De acuerdo a West “este monumental descentramiento de Europa produjo reflexiones intelectuales ejemplares, tales como la desmitificación de la hegemonía cultura europea, la destrucción de las tradiciones metafísicas occidentales, y la deconstrucción de los sistemas filosóficos del Atlántico Norte” (1989: 253).

2. La manifestación inicial de los Estados Unidos como el poder económico y militar, ofreciendo direcciones en el ambiente político y la producción cultural.

3. El “primer paso de descolonización del tercer Mundo” promulgado por la independencia política en Asia y África” (1989:236).

Primero notemos que los tres procesos históricos fundamentales que West ofrece para la compresión de la postmodernidad, podrían ser también invocados con la intención de entender el concepto de postcolonialidad. En un juego de palabras, se podría decir que la postmodernidad es el discurso de la contramodernidad emergida de las colonias de asentamiento; mientras que postcolonialidad es el discurso de la contramodernidad manifestada por la colonización de profundo asentamiento (ej. Algeria, India, Kenya, Jamaica, Indonesia, etc.),1 donde el poder colonial se mantuvo con una particular brutalidad.

Segundo, notemos que si el primer paso de desconolonización después de 1945 ha de ser tomado en cuenta (lo cual ubica, principalmente, la descolonización en relación al Imperio Británico y las colonias alemanas y francesas), entonces la Latinoamericana (ej. Hispana y Lusoamérica), no es considerada como un proceso prematuro de descolonización y su posición como un grupo de países del Tercer Mundo no es siempre aceptada. Ésta es otra de las razones por las cuales el concepto de postcolonialidad sólo comenzó recientemente a ser discutido en los círculos académicos latinoamericanos de los Estados Unidos, y se mantiene mayormente ignorado en los países de Latinoamérica, mientras que los conceptos de modernidad y postmodernidad gozan ya de una extensa bibliografía, tanto en la academia de los Estados Unidos como en Latinoamérica, particularmente en aquellos países con una gran población de descendencia europea (ej. Brasil y el Cono Sur).

El mapa presentado por West sugiere una herencia colonial dividida en tres partes: a) colonias de asentamiento; b) colonias de profundo asentamiento antes de 1945; c) colonias de profundo asentamiento después de 1945. En este mapa, el surgimiento del pragmatismo norteamericano en una colonia de asentamiento sería el equivalente de las teorías postcoloniales de las colonias de profundo asentamiento de antes y después de 1945:

It is no accident that American pragmatism once again rises to the surface of North Atlantic intellectual life at the present moment (…). The distinctive appeal of American pragmatism in our postmodern moment is its unashamedly moral emphasis and its unequivocally ameloriative impulse (West 1989:4).

El énfasis sobre el concepto de la postmodernidad (en lugar de la postcolonialidad) de una colonia de asentamiento que posteriormente se convirtió en un poder mundial, explica la atención que el concepto de postmodernidad ha recibido en Latinoamérica. El hecho de que comencemos a ver artículos que mezclan la postcolonialidad y Latinoamérica, parece ser el resultado del hecho que el concepto de postcolonialidad se ha convertido en un importante tema de discusión en los círculos académicos de las mismas colonias de asentamiento que se elevaron a un nivel de poder mundial, aunque la distinción entre la manifestación y los usos de la postmodernidad y la postcolonialidad no se hace siempre ni sus consecuencias son evaluadas. Por ejemplo, cuando Dirlik, abierta y provocativamente afirma que “lo postcolonial comienza cuando los intelectuales del Tercer Mundo han llegado al mundo académico del primer Mundo” (Dirlik 1994:329), no se puede evitar la misma pregunta referente a los postmoderno, y a la vez, considerar el argumento de West como una respuesta a los postmoderno en Estados Unidos.

Si miramos atrás a las colonias de profundo asentamiento como la mayoría de los países latinoamericanos (tipo b), las preocupaciones con los temas que hoy serán identificadas como discursos postcoloniales que coexisten con las condiciones postcoloniales pueden se encontradas inmediatamente después de la revolución bolchevique, y algunas de las diferentes manifestaciones pueden ser subrayadas: el caso del marxismo de José Carlos Mariátegui, en Perú (alrededor de 1920); Enrique Dussel en Argentina (desde 1970); también pensadores liberales como Leopoldo Zea y Edmundo O’Gorman, desde 1960 hasta hoy, en México.

En 1958 Zea publicó América en la historia (Zea 1958), el cual es hoy un texto más bien de teoría postcolonial que podríamos describir como liberal, acerca de países de profundo asentamiento emancipados directamente del poder colonial alrededor del comienzo del siglo XIX. La problemática presentada por Zea está enraizada en una larga y duradera tradición entre los intelectuales hispanoamericanos desde el siglo XIX: la conflictiva relación con Europa y, hacia el fin del siglo XIX, con los Estados Unidos; en otras palabras con occidentalismo. En este texto, Zea representa tanto a España y a Rusia como marginales para el Occidente. Hay dos capítulos muy significativos, “España al margen de Occidente” y “Rusia al margen de Occidente”. Se puede conjeturar que las situaciones postcoloniales en las colonias de profundo asentamiento (tipo b) en Latinoamérica, tienen algunas similitudes con la transformación de Rusia en la Unión Soviética, a pesar de que transcurrió casi un siglo entre la descolonización de Latinoamérica y la revolución rusa. Una similitud muy obvia a la que Zea señala, proviene de la modernidad marginal de España y Rusia durante los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, existen enormes diferencias, a raíz de las distintas épocas en las cuales ocurrió cada proceso histórico, y por el hecho de que, mientras la descolonización en Latinoamérica se llevó a cabo en las primeras colonias españolas y portuguesas de profundo asentamiento (algunas interacciones con las culturas indígenas [ej., los Andes y Mesoamérica] y otras que tratan con la esclavitud como migraciones forzadas), la revolución Rusa se llevó a cabo en el mismo corazón del imperio. Tanto España como Rusia tuvieron una relación semejante con el “eurocentrismo” al cual Zea le dedica un capítulo de su más reciente producción (Zea, 1988) y que él ubica en la fundación y consecuencia de las conceptualizaciones cartesianas y hegelianas de la “razón”, como también el invertido hegelianismo de Marx y Engels como una utopía que no se materializa en Europa sino en sus márgenes. Sin embargo, la herencia histórica y su implementación revolucionaria en la Unión Soviética no están conectadas con la herencia colonial y el pensamiento postcolonial por razones que ya describiré.

Jorge Klor de Alva reaccionó fuertemente en contra al pensar en las Américas en términos postcoloniales, y al hacerlo trajo a primer plano la diferencia entre las herencias coloniales de asentamiento y profundo asentamiento. Al hacer una larga cita de su tesis, podemos ver la diferencia entre un pensador neoliberal mexicano de los años sesenta como L. Zea y un pensador chicano de los años noventa enfrentándose con la occidentalización y las herencias coloniales.

The first part of my thesis is simple: Given that the indigenoust populations of the Americas began to suffer a devastating demographic collapse on contact with the Europeans: given that the indigenous population loss had the effect, by the late sixteenth century, of restricting those who identify, themselves as natives to the periphery of the nascent national politics; given that the greater part of the mestizos who quickly began to replace them fashioned themselves primarily after European models;  given that together with Euro—Americans (criollos) and some Europeans (peninsulares) these westernized mestizos made up the forces that defeated Spain during the nineteenth-century ears of independence; and, finally, given that the new countries under criollo/mestizo leaders-hip constructed their national identities overwhelmingly out of Euro-American practices, the Spanish language, and Christianity, it is misguided to present the pre-independece non-native sectors as colonized, it is inconsistent to explain the wars of independence as anti-colonial struggles, and it is misleading to the characterize the Americas, following the civil wars of separation, as postcolonial. In short, the Americas were neither Asia nor Africa; Mexico in not India, Peru is not Indonesia, and Latinos un the U.S. –although tragically opposed by an exclusionary will– are not Algerians (1992:3).

Klor de Alva formuló esta tesis, como él mismo aclara, basado en sus investigaciones dentro de la construcción de identidades entre los Latinoamericanos y Mexicoamericanos de los Estados Unidos de hoy. Además, aunque no deja muy en claro su concepto de ”las Américas”, excluye el Caribe (Inglés, Francés, Español) cuya consideración cambiará radicalmente la visión de lo colonial y lo postcolonial ya que el Caribe Inglés y Francés pertenecen a las colonias de profundo asentamiento de tipo (c), mientras que el Caribe Español es del tipo (b). Básicamente, la idea de Klor de Alva sobre “las Américas” es puramente Hispana y Angloamericana.

Existen aquí dos problemas que merecen ser aclarados. Uno es la diferencia entre las situaciones postcoloniales, y el otro, entre los discursos y las teorías postcoloniales. Mi inclinación inmediata sería comprender “las situaciones y discursos postcoloniales” como una configuración manifestada por la liberación de las reglas coloniales y las diferentes etapas del período moderno; por ejemplo, la independencia de Angloamérica e Hispanoamérica, al final del siglo XVIII y principios del XIX, respectivamente; como también la descolonización de Indonesia o Algeria. Es decir, que son situaciones y discursos postcoloniales de tipo (a), (b) y (c). Tal formulación es tal vez muy esquemática, pero nos ayuda a separar algunas de las confusiones y ambigüedades que conlleva la expresión.

En contraste, las teorías postcoloniales no son parte de ninguno de los tres tipos de situaciones y discursos postcoloniales, sino más bien de una manifestación de las consecuencias de las situaciones y discursos postcoloniales de tipo (b); especialmente de tipo (c). Además, es la construcción de la conciencia de la teoría postcolonial la que permite describir y separar (ej. construir) las diferentes experiencias coloniales y postcoloniales (ej. situaciones y discursos). Ahora, si entendemos la postcolonialidad y la postmodernindad como construcción de teorías, ambos términos se manifiestan desde diferentes tipos de herencias coloniales [tipo (a) la postmodernidad; tipo (b) y (c) la postcolonialidad], entonces ambos tipos de teorías son movimientos contramodernos que responden a diferentes clases de herencias coloniales y tienen en común el proceso de la expansión Occidental identificado como la modernidad.

El lector puede objetar diciendo que la postmodernidad no es particularmente Angloamericana, ni siquiera un fenómeno europeo, sino que pertenece a la historia del ser humano. Si usamos una lógica similar, se puede argüir que la misma observación podría ser hecha de la postcolonialidad, diciendo que ésta es solamente un problema de modernidad y países colonizados entre 1492 y 1945, sino más bien un problema global o un problema trasnacional. Estaría de acuerdo con ambos debates. La modernidad es tanto la consolidación de los imperios coloniales de Europa, incluyendo sus consecuencias; como también la subyugación de pueblos y culturas en su lucha por liberación, aunque su historia puede haber sido relatada principalmente por discursos coloniales producidos por aquellos en el poder y en la posición para hacerlo efectivo. De esta manera, si la modernidad consiste tanto en la consolidación de la historia europea como en la historia silenciosa de las colonias de la periferia, la postmodernidad y la postcolonialidad como operaciones de construcción literaria son lados distintos de un proceso para contrarrestar la modernidad desde diferentes herencias coloniales: 1. herencias desde/en el centro de imperios coloniales (ej. Lyotard); 2. herencias coloniales en colonias de asentamiento (ej., Jameson en los Estados Unidos); y 3. herencias coloniales de colonias de profundo asentamiento (ej. Said, Spivak, Glissant).

Mi argumento, entonces, es que la teorización de lo postcolonial permite descentrar las prácticas teóricas en términos de ubicación geo-cultural. Es precisamente en este aspecto que la diferencia entre los discursos postcoloniales y las teorías es difícil de rastrear. Las teorías postcoloniales son, por así decir, discursos postcoloniales (ej., políticos, legales, históricos, y discursos literarios de emancipación) con la autoconciencia de ser una práctica teórica en el concepto erudito de la expresión (ej., discursos eruditos conectados a la academia y a las tradiciones y reglas de instituciones disciplinarias). Por eso es que hubiera sido muy difícil concebir a Fanon como un teórico postcolonial en 1961. Su discurso, a pesar de que fue atractivo y seductor (aún lo es), no era parte del marco conceptual que, en esa época, se concebía en términos del discurso teórico por la academia. La teoría en las humanidades, en ese entonces, era concebida principalmente en términos de modelos lingüísticos, y en las ciencias sociales en términos de leyes ya establecidas. Fanon se convierte en un teórico postcolonial después de que la academia conceptualiza una nueva clase de práctica teórica, inventa un nombre para distinguirla de las demás y la sitúa dentro de un campo académico específico.

Las dificultades de trazar límites claros proveen a la teorización poscolonial de un lugar distintivo. Primero, porque el lugar geocultural se hace explícito. Las prácticas teóricas postcoloniales son asociadas con individuos que provienen de sociedades con fuertes herencias coloniales, que han estudiado y/o están en algún lugar del corazón del imperio. Yo soy consciente de que esta afirmación puede ser peligrosa, si se toma para asegurar que solamente ciertos individuos pueden producir un determinado discurso. sin embargo, no estoy moldeando el problema en términos de determinismo ontológico, sino más bien, en términos de opciones y posibilidades. Estoy seguro que, mientras no es necesario ser X para entender los X (ej., chicanos, mujeres, mujeres de color, hispanos, etc.), cuando se habla de prácticas teóricas como intervenciones culturales y políticas, la política de identificación se convierte en parte de la política de colocación: identificarse a sí mismo como X sería parte del mismo proceso de teorización de la condición social en la cual los X han estado y son colocados. Por consiguiente, parece que las posibilidades de teorización de las herencias coloniales pueden ser llevadas a cabo en diferentes direcciones: desde un lugar estrictamente disciplinario; desde el lugar de alguien para quien las herencias coloniales son históricas, pero no algo personal; finalmente, desde el lugar de alguien para quien las herencias coloniales están atrincheradas en su propia sensibilidad. Hoy, parte de la confusión y la ambigüedad del término se debe, creo, a las varias posibilidades de comprometerse uno mismo en teorizaciones postcoloniales. Creo, sin embargo, que el prejuicio opuesto es lo más común: que las personas que son de un lugar en el corazón del imperio tienen la competencia necesaria para teorizar, sin darle importancia al lugar donde están. Este prejuicio está anclado en la distribución ideológica del conocimiento en las ciencias sociales y en las humanidades, que va unido con la distribución geopolítica en primero, segundo y tercer “mundos”. O para ponerlo de otra manera, mientras la razón postcolonial revela un cambio de terreno con respecto a su propio fundamento como práctica cognitiva, política y teórica, la razón moderna habla por el fundamento de las humanidades y las ciencias sociales durante el siglo XIX, basada en herencias del Renacimiento y la Ilustración, en lugar de las herencias coloniales.

Debo esta idea a Carl Pletsch (1981). Pletsch trazó la división social y científica del trabajo en relación con la división geopolítica del Primero, Segundo y Tercer mundo, entre 1950 y 1975, período en el cual la labor social y científica es reorganizada de acuerdo a un nuevo orden mundial, coincidentemente, el período desde donde el surgimiento de los discursos coloniales y las bases de las teorías postcoloniales están siendo establecidos. Los discursos coloniales y las teorías no eran todavía un tema de discusión en la época en que Pletsch escribió su artículo, dedicado principalmente a las ciencias sociales. El período escogido por Pletsch es importante también por las conexiones implícitas entre la descolonización y el surgimiento de la Guerra Fría, que puso de nuevo a Rusia/Unión Soviética en el panorama, en el margen de la modernidad Occidental, como Segundo Mundo. La tesis de Pletsch es simple: la ansiedad Occidental debida al surgimiento de las naciones socialistas y, sobre todo, del crecimiento económico y tecnológico de la unión Soviética, inspiró la división del mundo en tres grandes categorías: los países tecnológica y económicamente desarrollados, organizados democráticamente; los países tecnológica y económicamente desarrollados, gobernados por la ideología; y los países tecnológica y económicamente subdesarrollados. Las bases de tal distribución no pueden necesariamente ser unidas a las propiedades de los objetos clasificados, sino al lugar de enunciación que construye la clasificación: la enunciación se encuentra en el Primer Mundo y no en el Segundo ni en el Tercero. Ya que la clasificación se originó en países capitalistas democráticamente desarrollados, éstos naturalmente se convirtieron en el Primer Mundo y el modelo para las clasificaciones posteriores. Mi primera suposición, entonces, es que la teorización postcolonial lucha por un desplazamiento del locusde enunciación del Primero al Tercer Mundo.2

Mi suposición se puede entender mejor si proseguimos con Pletsch un poco más. La fuerza de su argumento descansa en el hecho de que la redistribución académica de la labor científica no es paralela a la nueva ubicación política ni económica de los mundos culturales. O, como Pletsch mismo lo cita:

Terms evoking ethnocentrism, condescension, imperialism, and aggression were systematically replaced by apparently natural and scientific terms — euphemisms. Not only did dormer colonies become “developing nations” and primitive tribes become “traditional people”, the War and Navy Departments of the United States Government were transformed into the “Defense” Department… It would have been simply impossible to explain the need for foreign aid and vast military expenditures in a time of peace with categories any more differentiated than those marshaled under the three worlds umbrella (Pletsch 1981:575)

Desde una colocación epistemológica, la distinción clásica entre las sociedades tradicionales y modernas puede re-colocarse y redistribuirse. Así, el mundo moderno se divide en dos: el Primer Mundo es tecnológicamente avanzado, libre de restricciones ideológicas y del pensamiento utilitario, por consiguiente natural. El Segundo Mundo es también tecnológicamente avanzado pero sobrecargado con una elite ideológica que impide el pensamiento utilitario y el libre acceso a la creencia. El mundo tradicional es económica y tecnológicamente subdesarrollado, con una mentalidad que obstruye la posibilidad del pensamiento utilitario y científico. Por eso es que la distribución epistemológica del trabajo fue parte integrante de la distribución ideológica del mundo y de la reconceptualización de la ciencia, la ideología y la cultura.

Western social scientists have reserved the concept of culture for the mentalities of traditional societies in their pristine states. They have designated the socialists societies of the second world the province of ideology. And they have long assumed –not unanimously, to be sure– that the modern West is the natural heaven of science and utilitarian thinking. Consistent with this scheme, one clan of social scientists is set apart to study the pristine societies of the third world (anthropologists). Other clans –economists, sociologist, and political scientists– study the third world only insofar as the process of modernization has already begun. The true province of these latter social sciences is the modern world, specially the natural societies of the West. But again, subclans of each one of these sciences of the modern world ar specially outfitted to make forays into the ideological, regions of the second world. Much as their fellow economists, sociologists, and political scientists who study the process of modernization in the third world, these students of the second world are engaged in area studies. What distinguishes their area is the danger associated with ideology, as opposed to the now innocent otherness of traditional cultures. But the larger contrast is between all of these areas specialists, whether of the second or third worlds, ant the disciplinary generalists who study the natural societies of the first world (Pletsch 1981: 579).

Cito a Pletsch de una forma extensa por la substancial redistribución del orden de las cosas y de las ciencias humanas que Michael Foucault (1966, 1969) describió para el siglo XIX; y también porque ayuda para aclarar el lugar de las prácticas teóricas postcoloniales y postmodernas hacia el final del siglo XX, poco después del colapso del orden de los tres mundos y el fin de la Guerra Fría. Se puede conjeturar que una característica substancial de lo postcolonial lo constituye la emergencia de loci de enunciación de acciones sociales que surgen de los países del tercer Mundo, y que invierten la imagen contraria producida y sostenida por una larga tradición desde la herencia colonial, hasta la redistribución de la labor científica analizada por Pletsch. Es decir, si alguien es de un país económica y tecnológicamente subdesarrollado, con una forma oscura de pensar, él o ella no puede producir ningún tipo de pensamiento teórico significativo cuando la teoría es definida de acuerdo a los modelos del primer mundo. De acuerdo a esta lógica , la teoría y las ciencias son producidas en los países del primer mundo donde no existen las obstrucciones ideológicas para el pensamiento científico y teórico.
Mi segunda suposición entonces, es que el locus de la teorización postmoderna (de acuerdo a lo articulado por Jameson, 1991) está puesto en el Primer Mundo, aunque en oposición a la configuración epistemológica de las ciencias sociales bis-a-bis el Tercer Mundo analizado por Pletsch. Se podría argumentar que la razón postmoderna mezcla de prácticas y entrenamiento teórico del Primer Mundo con las bases ideológicas del Segundo. Sin embargo mantiene como tal su diferencia con la razón postcolonial en la que la alianza está entre la producción cultural del tercer Mundo y la imaginación teórica del Primero. En el artículo de Pletsch hay la referencia a la literatura. Sin embargo, no nos podemos olvidar del enorme impacto de la producción literaria de los países del Tercer Mundo (ej., García Márquez, Assia Djebar, Salman Rushdie, Naguib Mahfouz, Michelle Cliff). El hecho de que tal impacto tuvo lugar en el campo literario (es decir, en el campo de la producción “cultural” más que en las ciencias sociales) apoya la hipótesis de Pletsch sobre la distribución del conocimiento en correlación con las áreas geoculturales. Explica también por qué el realismo mágico se convirtió en el símbolo de la producción cultural del Tercer Mundo.

Repensemos ahora la distinción entre venir de estar en, y se de. Si tanto los discursos postcoloniales (incluyendo la literatura) como las teorías están asociados con la gente (que viene) de países con herencias coloniales, es precisamente por el desplazamiento del locus de producción intelectual del Primer al Tercer Mundo. Sin embargo, mientras la producción literaria puede ser fácilmente atribuida a la producción cultural del Tercer Mundo, la teoría es más difícil de justificar porque –de acuerdo a la distribución científica del trabajo, analizada por Pletsch– el locus de la producción teórica es del Primero más que del Tercer Mundo. Entonces, mi tercera suposición es que las prácticas teóricas coloniales no sólo están cambiando nuestra visión de los procesos coloniales, sino que también están desafiando la misma base del concepto Occidental del conocimiento y del entendimiento al establecer conexiones epistemológicas entre el lugar geocultural y la producción teórica.
Al insistir en la conexión entre el lugar de la teorización (ser de, venir de, y estar en) y el locusde enunciación, estoy enfatizando que los loci de enunciación no son dados, sino representados; y no estoy suponiendo que solamente la gente que viene de tal o cual lugar puede teorizar X. Deseo insistir en el hecho de que no estoy presentando el argumento en términos deterministas, sino en el campo abierto de las posibilidades lógicas, de circunstancias históricas y sensibilidad personal. Estoy sugiriendo, en otras palabras, que aquellos para quienes las herencias coloniales son reales (ej., les duele) están más (lógica, histórica, y emocionalmente) inclinados que otros a teorizar el pasado en términos de historias coloniales. También estoy sugiriendo que la teorización postcolonial restablece los límites entre el conocimiento, lo conocido y el sujeto cognoscente (lo cual es mi razón para acentuar las complicidades de las teorías postcoloniales con “las minorías”). Mientras que, por un lado, percibo el lugar del sujeto cognoscente en la economía social del conocimiento y del entendimiento como la contribución principal de las teorías postcoloniales siento, por otro lado, que la descripción o explicación de lo conocido es la contribución principal de las teorías postmodernas.

II

Me gustaría desplazarme hacia la segunda parte de mi argumento: las teorías postcoloniales como contramodernidad y loci de enunciación diferencial.

Enrique Dussel, filósofo argentino asociado con la filosofía de la liberación, articuló una idea similar de una manera clara y convincente. Cito de la introducción de sus conferencias en Frankfurt.

Modernity is, for many (for Jurgen Habermas or Charles Taylor, for example), an essentially or exclusively European phenomenon. In these lectures, I will argue that modernity is, un fact, a European phenomenon, but one constituted in  a dialectical relation with a non-European alterity that is its ultimate content. Modernity appears when Europe affirms itself as the “center” of a World history that it inaugurates; the “periphery” that surrounds this center is consequently part of its self-definition. The occlusion of this periphery (and of the role of Spain and Portugal in the formation of the modern world system from the late fifteenth to the mid-seventeenth centuries), leads the major contemporary thinkers of the “center” into a Eurocentric fallacy in their under—standing of modernity. If their understanding of the genealogy of modernity is thus partial an provincial, their attempts at a critique or defense of it are likewise unilateral and, in part, false (Dussel (1993): 65).

La construcción de la idea de la modernidad conectada a la expansión europea, y también forjada por los intelectuales europeos, fue lo suficientemente poderosa para durar casi quinientos años. Los discursos y las teorías postcoloniales comenzaron a desafiar directamente esa hegemonía, un desafío que era impensable (y tal vez inesperado) por aquellos que construyeron y supusieron de antemano la idea de la modernidad como un período histórico e implícitamente como EL locus de enunciación. Un locus de enunciación que en el nombre de la racionalidad, la ciencia y la filosofía afirmó su propio privilegio sobre otras formas de racionalidad o sobre formas de pensamiento que, desde la perspectiva de la razón moderna, fueran racionales. Por consiguiente, propondría que los discursos y las teorías postcoloniales están construyendo una razón postcolonial como un locus de enunciación diferencial. Por supuesto, estoy sobresimplificando; pero lo estoy haciendo con el propósito de acentuar mi percepción dela razón postcolonial como un locus de enunciación diferencial.

“Diferencial” aquí significa también un desplazamiento de los conceptos y las prácticas de las nociones del conocimiento y también de las formas de entendimiento articuladas durante el período moderno.3 Por otro lado, si un proyecto similar pudiera ser unido a lo que puede ser llamado, en este contexto, razón postmoderna, la posición de Dussel es semejante a la de Homi Bhabha cuando habla desde las diferentes herencias coloniales (tipo [b] y [c]):

Driven by the subaltern history of the margins of modernity –rather than by the failures of logocentrism– I have tired, in some small measure, to revise the known, to rename the postmodern from the position of the postcolonial (italics mine) (Bhabha 1994).

Encuentro una coincidencia digna de notar entre Dussel y Bhabha, aunque con algunas diferencias significativas en cuanto al acento. La coincidencia radica en el importante hecho de la tarea del razonamiento postcolonial no está solamente conectada a la necesidad política de descolonización (en Asia, África y el Caribe), sino principalmente, a la re-lectura del paradigma de la razón moderna. Esta tarea es llevada a cabo por Dussel y Babha de maneras diferentes, aunque no contradictorias.

Después de un detallado análisis de la construcción kantiana y hegeliana, de la idea de Ilustración en la historia europea, Dussel resume los elementos que constituyen el mito de la modernidad.

(1) Modern (European) civilization understands itself as the most developed, the superior, civilization; (2) This sense of superiority obliges it, in the form of categorical imperative, as it were, to “develop” civilize, uplift, educate) the more primitive, barbarous, underdeveloped civilizations; (3) the path of such development should be that followed by Europe in its own development out of antiquity and the Middle Ages; (4) where the barbarians or the primitive opposes the civilizing process, the praxis of modernity must, in the last instance, have recourse to the violence necessary to remove the obstacles to modernization; (5) this violence which produces in many different ways, victims, takes on almost ritualist character: the civilizing hero invests his victims (the colonized, the slave, the woman, the ecological destruction of the earth, etc) with the character of being participants in a process of redemptive sacrifice; (6) from the point of view of modernity, the barbarian or primitive is in a state of quilt (for, among other things, opposing the civilizing process). This allows modernity to present itself not only as innocent bt also as a force that will emancipate or redeem its victims from their quilt; (7) given this “civilizing” and redemptive character of modernity, the suffering and sacrifices the costs) of modernization imposed on “immature” peoples, slaves, races, the “weaker” sex, etcetera, are inevitable and necessary (Dussel (1993)).

El mito de la modernidad es expuesto por Dussel para confrontar otras alternativas de interpretación. Mientras que Horkheimer y Adorno como también otros pensadores postmodernistas como Lyotard, Rorty o Vattimo, proponen una crítica de la razón (una razón violenta, coercitiva y genocida), Dussel mismo propone una crítica del momento irracional de la Ilustración como un mito sacrifical; e intenta hacerlo no como una negación dela razón, sino afirmando la razón del otro. La intersección entre la idea de una modernidad egocéntrica basada en su apropiación de las herencias Greco-Romanas (clásicas) y el surgimiento de la idea de la modernidad desde las márgenes (o contramodernidad), aclara que la historia no comienza en Grecia, y que los diferentes comienzos históricos están, al mismo tiempo, sujetos a diversos loci de enunciación. Propondría que este simple axioma es fundamental de y para la razón postcolonial. Finalmente, el proyecto de Bhabha de nombrar lo postmoderno desde la posición de lo postcolonial, lo acerca a Dussel y encuentra su nicho en la razón postcolonial como locus de enunciación diferencial.

Mientras que Dussel dibuja de nuevo el mapa de la modernidad incluyendo en su geografía la expansión del Imperio español y portugués después de 1500, y revisa la narrativa de la Ilustración recogiendo el fantasma de los relatos coloniales, Bhabha trabaja hacia la articulación de las instancias enunciativas. La sugerencia programática de Dussel de que el ascenso de la modernidad radica hoy, no necesariamente en el proceso que sobrepasa la modernidad desde adentro (ej., la postmodernidad), sino mas bien en un proceso de trans-modernidad, parece también coincidir con la preocupación de Bhabha. Dussel declara:

Transmodernity (as a project of political, economic, ecological, erotic, pedagogical and religious liberation) is the co-realization of that which it is impossible for modernity to accomplish by itself: that is of an incorporative solidarity, which I have called analectic, between center / Periphery, man/woman, different races, different ethnic groups, different classes, civilization/nature, Western culture /Third World cultures, etcetera (Dussel (1993)).

Si como afirma Dussel, la superación de esas dicotomías presupone en primer lugar, que el lado más oscuro de la modernidad (ej., la periferia colonial) se descubre a sí misma como inocente, ese mismo descubrimiento presupondrá afirmar primero, los loci de enunciación en los bordes de la expansión colonial y, segundo, la construcción de la razón postcolonial a partir de los escombros de la modernidad europea y de las herencias (transformadas) de la cultura universal.

La contribución de Bhabha a la articulación de la razón postcolonial radica, a mi parecer, en que los loci de enunciación toman prioridad ética y política por encima de la rearticulación de lo enunciado. Es por esta razón que Baba sitúa la representación frente a la epistemología y explora la política de la colocación enunciativa en torno al concepto de “racionalidad mínima” de Charles Taylor.4 El  concepto de racionalidad mínima le permite a Bhabha poner la representación frente a la epistemología en un esfuerzo por traer en primer plano la instancia humana en vez de la representación:

Minimal rationality, as the activity of articulation, embodied in the language metaphor, alter the subject of culture from an epistemological function to an enunciative practice. If culture as epistemology focuses on function and intention, then culture as enunciation focuses on signification and institutionalization; if the epistemological tends towards a reflection of its empirical referent or object, the enunciative attempts repeatedly to reinscribe and relocate the political claim to cultural priority and hierarchy ( … ) in the social institution of the signifying activity… (Bhabha 1994:177).

Lo postcolonial como el puesto del locus de enunciación diferencial organiza el discurso contramoderno de Bhabha. Sin embargo, estos puestos de enunciación no se oponen dialécticamente al locus de enunciación creado por la modernidad (ej., el sujeto moderno y la subjetividad) en la constante invención y reconstrucción del yo y de los conceptos monotópicos de la razón. Son, por el contrario, lugares de intervención, interrupciones de la propia invención de la modernidad. La “dilación temporal” que Johannes Fabian (1982) identifica como una negación de la coetaneidad es, en mi argumento, el tiempo presente de la enunciación desde donde, al reclamar su propio presente, relega otros loci de enunciación al tiempo pasado. Bhabha responde desde las herencias coloniales de la India británica a la misma preocupación expresada por Dussel desde las herencias coloniales de Hispanoamérica, o Fabian desde una crítica de la ideología de la temporalidad en la práctica antropológica. Leamos a Bhabha:

I am posing these questions from within the problematic of modernity because of a shift within contemporary critical traditions of postcolonial writing. There us no longer an influential separatist emphasis on simply elaborating an anti-imperialist or black nationalist tradition “in itself”. There is an attempt to interrupt the Western discourses of modernity through these displacing, interrogative subaltern or postslavery narratives and the critical theoretical perspectives they engender (1994:241).

Además, en el siguiente párrafo:

The power of the postcolonial translation of modernity rests in its performative, deformative, structure that does not simply revalue the contest of a cultural tradition, or transpose values “cross-culturally” (1994: 241).

En una anotación reveladora de la conclusión a su The Location of Culture (anotación 15), Bhabha recuerda al lector que el término “dilación temporal” fue presentado y usado en los capítulos anteriores (8 y 9), y que él visualiza ese concepto como una expresión que captura “la división” del discurso colonial. La “dilación temporal” se convierte entonces en una nueva forma del discurso colonial como objeto de estudio, y la teorización postcolonial como el locusde enunciación a causa del diálogo conflictivo entre personas con cosmologías y epistemologías diferenciales. La teorización postcolonial asume tanto la división del objeto colonial (de estudio) como la división del sujeto de la teorización postcolonial (el locus de enunciación). Una discusión epistemológica similar fue señalada por Norma Alarcón dentro del contexto de los estudios femeninos de género y etnicidad, particularmente cuando ella declara que “El sujeto (y objeto) del conocimiento es ahora la mujer, pero el punto de vista heredado no ha sido cuestionado de ninguna manera. Como resultado, algunas feministas anglo-americanas tiende a convertirse en una parodia del sujeto masculino de la conciencia, revelando de esta manera su base liberal etnocéntrica” (1994:337). La controversia epistemológica en la teorización postcolonial reside en que el sujeto dividido del discurso colonial se mira en el sujeto dividido de la teorización postcolonial; de la misma forma, la mujer como sujeto cognoscente se mira en la mujer como sujeto a ser conocido. Es por esta razón que un giro epistemológico está en vías de realizarse, en el cual la enunciación como promulgación toma prioridad sobre la acción como representación.

La “dilación temporal” es el concepto relevante de Bhabha para explorar la epistemología revolucionaria de la teorización postcolonial. El concepto surge de la intersección entre dos marcos teóricos dispares. Uno proviene de los resultados del aparato formal dela enunciación (teorizado por Benveniste en los años sesenta), la teoría de los actos de habla (teorizado por Austin y Searle en los años sesenta y setenta), y el acento colonial puesto por Gayatri-Spivak formulan la pregunta “¿pueden los subalternos hablar?” El otro marco teórico fue formulado por Fabian en su análisis de la negación de la coetaneidad en el discurso antropológico (colonial). Cuando la negación de la coetaneidad no es presentada en términos de comparación cultural o en etapas de la civilización basadas en una presupuesta idea de progreso, sino que es aplicada al locus de enunciación, la “dilación temporal” podría admitir la negación de la coetaneidad enunciativa y, por lo tanto, admitir también la violenta negación de la libertad, de las razones y calificaciones para la intervención política y cultural.

La discusión del olvido colonial de Foucault, al final del capítulo de Bhabha sobre lo postmoderno y lo postcolonial, es un momento especial de un argumento constante y complejo que Bhabha desarrolla a lo largo de su libro:

There is a certain position in the Western ratio that was constituted in it history provides a foundation for the relation it can have with all other societies, even with thesociety in which it historically appeared (citado por Bhabha, 1994:195).

La interpretación que Bhabha hace de Foulcault apunta al hecho de que al “desconocer el momento colonial como presente enunciativo en la condición histórica y epistemológica de la modernidad Occidental”, Foucault cierra la posibilidad de interpretar la proporción Occidental en el diálogo conflictivo entre el Occidente y las colonias. Aún más, de acuerdo con Bhabha, Foucault “desconoce precisamente el texto colonial como la base para tal relación de proporción que el Occidente pueda tener, ‘aún con la sociedad en la que [lo colonial] apareció históricamente’” (Bhabha, 1994: 196). En otras palabras, el presente enunciativo es el presente del tiempo Occidental y de su locus de enunciación. Los loci de enunciación coloniales son disueltos por la falta de contemporaneidad: las colonias producen la cultura, mientras que los centros metropolitanos producen discursos intelectuales que interpretan la producción cultural y colonial y se reinscriben a sí mismos como el único locus de enunciación. Finalmente, Bhabha reinscribe así el diálogo entre la modernidad y la postmodernidad, por un lado, y entre el colonialismo y el discurso critico postcolonial por el otro:

Reading from the transferential perspective, where the Western ratio returns to itself from the time lag of the colonial relation, we se how modernity and postmodernity are themselves constituted from the marginal perspective of cultural difference. They encounter themselves contingently at the point at which the internal difference of their owr society in reiterated in terms of the difference of the order, the alterity of tune postcolonial site (1994:196)

La consecuencia del proyecto de la Ilustración que Bhabha critica en Foucault, también es subrayada por Paul Gilroy (1993) en su crítica de Jurgen Habermas y Marshall Berman. Gilroy declara en oposición a la creencia en las promesas insatisfechas de la modernidad, que la historia de la diáspora africana y, por consiguiente una revalorización del papel de la esclavitud en la construcción de la modernidad “requiere una revisión más completa de los términos en los cales los debates de la modernidad han sido construido que cualquiera de sus participantes académicos esté dispuesto [a] conceder” (Gilroy, 1993:46). La configuración descentrada y plural de las subjetividades e identidades modernas adoptadas por Gilroy están en contra de la creencia de Berman en la”unidad íntima del yo y del ambiente moderno” (Gilroy, 1993:46). Bhabha y Gilroy se unen, así, a Dussel en su crítica de la construcción de la modernidad en el pensamiento postmoderno. Lo que diferencia sus teorizaciones postcoloniales son sus herencias coloniales: española y latinoamericana para Dussel; diáspora africana, Imperio francés alemán y británico para Gilroy; imperio británico y la colonización de la India para Baba.

Mi interés en explorar estas distinciones se localiza en una pregunta más fundamental con respecto a las implicaciones políticas de las decisiones académicas al ocuparse de los discursos coloniales (o postcoloniales) en la investigación y la enseñanza. El punto que estoy tratando de elucidar fue subrayado por Patricia Seed (1992) en los siguientes términos:

Many anthropologists, historians, and literary critics writing of those who are lumped together as “Third World people” adopt a stance of advocacy for those they have been studyng and working with. Hence, they are reluctant to criticize pos —independence forms of nationalism… The early theoreticians of the colonial discourse field —Said, Spivak, and Bhabha— are themselves ambivalently located between the so-called First and Third Worlds: born and educated in places like Palestine and Bengal, they have nonetheless made their academic reputation in the West. They speak from the West but are not of it. Yet by virtue of reputation and lengthy residence in the West, they are no longer of the  East. Hence their contribution to shaping the field has arisen within the same context of the internationalization that they are attempting  to study(1992:198; mi énfasis).

Me gustaría situar la última frase entre el desde y el de y subrayar la correlación entre formar un campo de estudio “ser de” y “no ser de”. El asunto aquí no es si una persona que ha nacido en Holanda deber ser un[a] molinero[a] y otra nacida en New York deber un[a] corredora] de bolsa, tampoco si alguien nacido en Holanda o en New York tiene más autoridad en cuanto a molinos o a la bolsa se refiere, sino más bien, quién está hablando, de qué, desde dónde y por qué. Existen dos puntos para ser desenredados aquí. Uno es la agenda política de aquellos de “nosotros” (una categoría vacía para ser llenada) de Norte a Suramérica, la India, Irán o África, pero escribiendo y enseñando aquí, en los Estados Unidos preocupados por las herencias coloniales y las teorías postcoloniales. El otro punto es la agenda de aquellos de “nosotros” (una categoría vacía para ser llenada) de y escribiendo aquí. Soy consciente que en un mundo transnacional tales distinciones pueden ser percibidas con sospecha. Sin embargo, creo que ellas deben ser tomadas no tanto en términos de identidades nacionales sino en relación allocus de enunciación de la representación de donde las teorías son construidas, y el locus de enunciación y la representación construida en el proceso de la teorización.

III

Me gustaría concluir abriendo la discusión a nuevas áreas de cuestionamiento metateórico postcolonial. He estado limitando la discusión a los loci de enunciación y a categorías geoculturales. Este es el terreno en el cual las herencias coloniales y las teorías postcoloniales han sido principalmente discutidas en el pasado. Tales conceptos como Primero y Tercer Mundo, Occidente y Oriente, margen y periferia, colonialismo español o británico, etc., son todas categorías socioculturales. Cuando concebí lo que estoy diciendo como una ruptura epistemológica, lo hice en términos de la política del lugar geocultural, sumiendo que uno de los motivos de la teorización postcolonial es el lugar geocultural de la producción y la distribución del conocimiento. La política y la sensibilidad del lugar geocultural son comparadas en mi argumento, con la política y la sensibilidad del género, la raza o la posición de clase. En todos estos casos, la producción del conocimiento y la necesidad de teorías ya no son guiadas por un deseo abstracto y lo racional de decir la verdad, sino (tal vez principalmente) por preocupaciones éticas y políticas sobre la emancipación humana. Debemos anotar, que si la producción del conocimiento fuera siempre manejada con fines de emancipación humana, deberíamos enfatizar que la emancipación que las teorías postcoloniales promueven, es la emancipación de las categorías de conocimiento fabricadas y establecidas en Europa, las cuales forman parte de la modernidad y fueron construidas, parcialmente, en complicidad con la expansión colonial.
La importante distinción cronológica presentada por Sara Suleri al destacar “la India inglesa” corta a través de las categorías geoculturales, y es capaz de poner las situaciones y los discursos coloniales y postcoloniales bajo una nueva luz:

If English India represents a discursive field that includes booth colonial and postcolonial narratives, it further represents an alternative to the trouble chronology of nationalism in the Indian subcontinent. As long as the concept of nation is interpreted as the colonizer’s gift to its erstwhile colony, the unimaginable community produced by colonial encounter can never be sufficiently read (1992b:3)

Lo que debería mantener nuestra atención en esta cita es el hecho de que la rearticulación cronológica de lo colonial-postcolonial está sujeta a la conspiración entre lenguaje e imperio. Decir “la India inglesa” es similar a decir “Hispano” o “Anglo América” en tanto que la construcción de categorías geoculturales está muy conectada con las lenguas imperiales.

No obstante, no toda la teorización postcolonial está relacionada a la política y a la sensibilidad del lugar geocultural. Trinh Minh-ha (1989), Chandra Mohanty (1988) y Sara Suleri (1992a; 1992b), entre otras, presentan una nueva dimensión en la configuración de teorías al leer el género y el feminismo en la condición postcolonial. Al hacerlo, sis argumentos ayudan en una orientación de las prácticas teóricas postcoloniales hacia un encuentro con los puntos puestos en relieve por mujeres de color como también de quienes teorizan las fronteras (ej., Anzaldúa, Saldiva y la diáspora africana, ej., Gilroy 1993). Suleri visualiza dos temas importantes para el futuro de la crítica cultural y las teorías postcoloniales: uno es el realineamiento de las polaridades (“Oriente-Occidente”; “colonizador-colonizado”; “nosotros-ellos”, etc.) en la cual la teorización inicial fue fundada; la otra es la pregunta por la articulación del genero y la condición postcolonial:

If the materiality of cultural criticism must now located its idiom in the productive absence of alterity, it must realign its relation to the figure of gender. The figurative status of gender poses a somewhat uncritical discourse reliant on metaphors of sexuality, or does it merely reify the sorry biologism that dictates traditional decodings of the colonial encounter? Since the “feminity” of the colonized subcontinent has provided Orientalists narratives with their most prevailing trope for the exercise considerable cultural tact in the feminization of its own discourse. In other words, a simple correlation of gender with colonizer and colonized can lead only to interpretative intransigence of a different order, through which an attempt to recognize marginality lead to an opposite replication of the uncrossable distance between margin and center. The taut ambivalence of colonial complicity, however, demands a more nuanced reading of how equally ambivalently gender functions in the tropologies of both colonial and postcolonial narratives (Suleri, 1992b:15).

La introducción del género y el feminismo dentro de la crítica colonial confirman los avances epistemológicos siendo presentados por la teorización postcolonial en dos diferentes y complementarias direcciones, como mínimo: una, la rearticulación de la complicidad entre la modernidad y la violencia de la razón al descubrir la supresión de cualidades secundarias del campo del conocimiento; la otra, al abrir el trabajo erudito y la búsqueda académica a la esfera pública más allá de la academia. La fuerza de la teorización postcolonial (tanto como otras prácticas teóricas en el campo del discurso de las “minorías”) reside en su capacidad para una transformación epistemológica como también social y cultural. Además, ayuda a redefinir y a restablecer el trabajo de las Humanidades en un mundo trasnacional el cual es, al mismo tiempo, uno de los resultados de varias herencias coloniales e imperiales.

[1]He usado la distinción entre “colonias de asentamiento” (ej., Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, etc.) y “colonias de profundo asentamiento (ej. Algeria, Perú, India, etc.) de McClintock (1993:88-89).

[2]Se me ha dicho en un par de ocasiones que no debería hablar de Primero, Segundo ni Tercer Mundo porque tales entidades no existen. Quisiera enfatizar aquí que no estoy hablando de las entidades, sino de las divisiones conceptuales del mundo  que, como tal, existieron y todavía existen, aunque la configuración del mundo no es la que inspiró dicha distinción. Siento la necesidad de disculparme por presentar esta anotación, a la vez que no puedo evitarla.

[3] Un ejemplo relevador de lo que estoy tratando de articular es la contralectura de Norma Alarcón sobre el significado de la asignación teórica de Jean-Luc Nancy. Mientras que Nancy asigna un significado a la cultura chicana a través de su lectura desde el espacio donde la etnicidad y el lenguaje no interfiere con su propio discurso (ej., la ausencia total de referencia al Maghreb en el lenguaje y la cultura francesa) , el discurso de Alarcón es una nueva ubicación necesaria desde el espacio en el cual la etnicidad y el lenguaje trastornan la posición del conocimiento y del entendimiento (Alarcón 1994).

[4]Aunque Taylor no elabora el concepto de “racionalidad mínima” en el libro citado por Dussel, las consideraciones epistemológicas que surgen de la trayectoria colonial no son los ejemplos paradigmáticos de los argumentos de Taylor.

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Fuente :

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Fuente Imagen :

https://lh3.googleusercontent.com/tNErY1CEm8L_LFxNQJZEDTMYCYlhGEwi0m0cCaXlV9bnxYX0w7296HFZaMX8CbCpEoDg16I=s107

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Teorías en debate «Teorías sin disciplina «

América del Sur/Uruguay/Octubre 2016/Mabel Moraña/http://www.ensayistas.org/

«EL BOOM DEL SUBALTERNO»

Mabel Moraña

La invitación a reflexionar sobre la cultura latinoamericana «más allá de la hibridez» propone la tarea de desafiar los límites de un concepto que hasta hace poco tiempo se presentaba como incuestionablemente operativo para la captación de una cualidad distintiva y definitoria de la historia latinoamericana, marcada desde sus orígenes occidentales por la violencia de la apropiación colonial. En estas páginas quiero referirme a las relaciones entre hibridez y subalternidad, y particularmente a las implicancias de la apropiación de ambos conceptos en el espacio teórico del Latinoamericanismo internacional, es decir, a las elaboraciones desde y sobre América Latina, en relación con la creación de ese Tercer Espacio de que habla Homi Bhabha para referirse al lugar contradictorio y ambivalente desde el que se enuncia, se discrimina y se interpreta un campo cultural.

Desde la década de los años sesenta, los latinoamericanos asumimos que el concepto de hibridez captaba el rasgo más saliente de la experiencia cotidiana y de la producción cultural en formaciones sociales que desde la colonia a nuestros días han debido negociar su existencia a partir del entrecruzamiento de proyectos y agendas que definíamos en términos de lo propio y lo foráneo, aunque los intercambios entre uno y otro nivel implicaran la comprensión de complejos procesos de representación simbólica y la implementación de estrategias interpretativas que nos permitían, como hace mucho advirtiera Althusser, complementar nuestra ignorancia con el trasiego interdisciplinario. La noción de hibridez era utilizada de manera «plana», como sinónimo de sincretismo, cruce o intercambio cultural, y como forma de contrarrestar la ideología colonialista que desde el Descubrimiento aplicara, con pocas variaciones, el principio de «un dios, un rey, una lengua», como fórmula de sojuzgamiento político y homogeneización cultural. En la década de los años sesenta, los trabajos de Cornejo Polar formalizan en torno al concepto de heterogeneidad un campo semántico que incluía y superaba el nivel descriptivo que estaba implícito en la noción de hibridez. Sus estudios sobre el área andina rescatan la existencia de sistemas culturales diferenciados que revela a la nación como totalidad contradictoria y fragmentada, atravesada por formas comunicacionales, modos de producción económica y cultural y agendas políticas que contradicen la utopía liberal de la unficación nacionalista. En la misma década, el concepto de transculturación extendido por Rama desde el campo de la antropología al de la crítica literaria vuelve a explorar el tema de la transitividad cultural como intento por comprender, en el contexto de las políticas desarrollistas, el lugar y función del intelectual y las posibilidades y riesgos de cooptación de éste por parte de los proyectos e instituciones del Estado, en el contexto de la modernidad.

Con la microsociología de García Canclini la hibridez vuelve por sus fueros, como cualidad central de un proceso de transnacionalización cultural e intercambios sistémicos que reemplaza el esencialismo identitario con la mitificación del mercado como espacio de conciliación civil, donde el valor de cambio de los bienes culturales incorpora una nueva dinámica social e ideológica sobre la base de la reconversión cultural y la democratización por el consumo. En el contexto de la globalización, la hibridez es entonces el dispositivo que incorpora el particularismo a la nueva universalidad del capitalismo transnacionalizado. Más que como concepto reivindicativo de la diferencia, la hibridez aparece en Canclini como fórmula de conciliación y negociación ideológica entre los grandes centros del capitalismo mundial, los Estados nacionales y los distintos sectores que componen la sociedad civil en América Latina, cada uno desde su determinada adscripción económica y cultural.

Hasta aquí, la crítica latinoamericana utiliza la noción de hibridez para una crítica «desde adentro» de la modernidad y del nacionalismo liberal, como superación de los esquemas dependentistas y las dicotomías que oponían cultura popular/alta cultura, elementos vernáculos y foráneos, centro/periferia. Sin haber efectuado un cambio epistemológico radical, la noción de hibridez incorporó cierta fluidez culturalista en los análisis de clases. Permitió, por ejemplo, inscribir en el mapa político latinoamericano la topografía de la diversidad étnica, linguística, genérica, desafiando sólo relativamente los límites de una cartografía impuesta desde afuera, con los instrumentos que el imperialismo ha usado siempre para marcar el territorio, establecer sus fronteras y definir las rutas de acceso al corazón de las colonias. En este sentido, más que como ideologema que se sitúa en el intersticio de los discursos y proyectos hegemónicos, la noción de hibridez pareció abrir para Latinoamerica un espacio alternativo descentrando los parámetros del gusto, el valor, y la pragmática burguesa, y anunciando en la narrativa cultural del continente el protagonismo de un personaje colectivo largamente elaborado, desde todos los frentes culturales y políticos: la masa, el pueblo, la ciudadanía, el subalterno, antes representado vicaria y parcialmente en la épica de los movimientos de resistencia antiimperialista y de liberación nacional, pero ahora incorporado por derecho propio a la performance de la posmodernidad.

Con el fin de la Guerra Fría, la crisis del socialismo de estado y el consecuente debilitamiento del pensamiento marxista como parámetro para contrarrestar la implementación del neoliberalismo y los efectos de la globalización capitalista, se producen dos fenómenos fundamentales para la teorización latinoamericanista a nivel internacional: primero, la necesidad de refundamentar la centralidad de los espacios y discursos que definen el lugar y función de América Latina a nivel internacional. Segundo: la urgencia por redefinir las formas de agencia política en el sub-continente, y el correlativo problema de la representación de una alteridad capaz de subvertir el nuevo orden (la nueva hegemonía) de la posmodernidad. No es de extrañar que, por este camino, la noción de hibridez se haya visto potenciada por lecturas «centrales» que le adjudican una cualidad interpelativa creciente, una especie de «valor agregado» que permite reconstruir la imagen de América Latina dentro del campo de influencia teórica del occidentalismo finisecular. No es tampoco casual que esta apropiación del concepto coincida con el tema de la agencia política, los debates en torno a la función del intelectual en el contexto de la globalidad, la redefinición de las fronteras disciplinarias y las reflexiones acerca de la ética de la representación cultural.

Particularmente en los Estados Unidos, la noción de hibridez se articula tanto al pensamiento poscolonial como a la ideología de las minorías y a la que Bhabha llama con razón la «anodina noción liberal de multiculturalismo», inscribiéndose en un debate transdisciplinario que costruye a América Latina, otra vez, como objeto de representación, como imagen que verifica la existencia y función del ojo que la mira. En este contexto, la hibridez ha pasado a convertirse en uno de los ideologemas del pensamiento poscolonial, marcando el espacio de la periferia con la perspectiva de un neoexotismo crítico que mantiene a América Latina en el lugar del otro, un lugar preteórico, calibanesco y marginal, con respecto a los discursos metropolitanos. La hibridez facilita, de esta manera, una seudointegración de lo latinoamericano a un aparato teórico creado para otras realidades histórico-culturales, proveyendo la ilusión de un rescate de la especificidad tercermundista que no supera, en muchos casos, los lugares comunes de la crítica sesentista.

Para dar un ejemplo, en The Post-Colonial Studies Reader editado por Bill Ashcroft, Gareth Griffiths y Helen Tiffin (Routledge, 1995), uno de los textos más usados para la difusión académica de la teorización potcolonial, América Latina aparece representada justamente a partir de la puerta que abre la noción de hibridez, la cual titula uno de los apartados de esta antología crítica. Pero incluso en esa mínima inclusión, se rescata solamente la fórmula de lo real maravilloso, como intento por demostrar cómo el pensamiento postcolonial integra en sus nuevos productos culturales (en los procesos de creolización, por ejemplo) las formas del pasado, sin renunciar a las bases epistemológicas desde las que se construía la alteridad desde el horizonte desarrollista de la modernidad. Spivak y Said también se han referido a la hibridez latinoamericana ligándola a la obra de Carpentier, García Márquez y otros representantes del «boom», instrumentando así la inscripción de la cuestión latinoamericana en el contexto teórico del poscolonialismo. Nueva demostración de que América Latina no se repuso nunca del realismo mágico, que proporcionara en medio de las luchas por la liberación y la resistencia antiimperialista de los ’60 la imagen exportable de una hibridez neocolonial gozosa y sólo moderadamente desafiante, capaz de captar brillantemente la imaginación occidental y cotizarse en los mercados internacionales, incluyendo la academia sueca.

A todo esto, en el contexto de este proceso de negociaciones y apropiaciones teóricas, y ante el quiebre ideológico que registra la modernidad, ¿dónde reside la agencia cultural, y cómo devolver a un panorama marcado por el descaecimiento de las grandes narrativas, los pequeños relatos sectoriales, las reivindicaciones, levantamientos y agendas de grupos que resisten el control de un poder transnacionalizado desde posiciones que rebasan, sin superarlo, el verticalismo de clases? ¿Cómo entender la heterogeneidad desde el fragmentarismo de los centros que se enfrentan al desafío de proponer las bases ideológicas para una nueva hegemonía postcolonial, postoccidental, posthistórica? ¿Desde qué posiciones reinstaurar el nivel de lo político, en análisis marcados por un culturalismo sin precedentes? ¿Cómo redefinir las relaciones Norte/Sur y el lugar ideológico desde donde se piensa y se contruye América Latina como el espacio irrenunciable de una otredad sin la cual el «yo» que habla (que puede hablar, como indicaba Spivak) se des-centra, se des-estabiliza epistemológica y políticamente? ¿Cómo arbitrar la entrada a la postmodernidad de formaciones sociales que viven aún una (pre)modernidad híbrida, donde se enquistan enclaves neofeudales, dependientes, patriarcales, autoritarios, donde sobrevive la tortura y el colonialismo interno, la impunidad política, la explotación, la marginalidad? ¿Cómo re-establecer el papel del intelectual, su mesianismo irrenunciable, su mediación privilegiada, desde una crítica de la nación, del centralismo estatal y metropolitano, de la escritura, como violencia de las élites? Finalmente, ¿desde qué autoridad (autoría, autorización) reivindicar el programa de una nueva izquierda letrada, entronizada en la academia, en las fundaciones de apoyo a la cultura, en la tecnocracia de un humanismo postmoderno, sin dar la espalda a los derechos humanos, las clases sumergidas, y a la esperanza de una integración real, de igual a igual, entre las regiones globalizadas?

Creo que queda claro que estas preguntas intentan sugerir al menos dos problemas vinculados con la centralidad de los discursos. El primero, relacionado a la necesidad de repensar el papel que jugarán en la etapa actual los espacios que se identifican, por su mismo grado de desarrollo interno y de influencia internacional, con el programa de la postmodernidad. Segundo, qué papel corresponderá en este proceso de rearticulaciones político-ideológicas a la intelligentsia central y periférica en su función de interpretar los nuevos movimientos sociales. A pesar de que la teorización de la globalidad incorpora sin duda nuevos parámetros al problema de la representación latinoamericana, muchos aspectos de la problemática actual crean un dejá vu que vale la pena analizar. Para la etapa que se abre a comienzos del siglo XX, Angel Rama caracterizaba el surgimiento de un «pensamiento crítico opositor», con conceptos que podrían sostenerse, casi intactos, para explicar la coyuntura actual. Para aquel contexto, Rama indicaba que la fuerza del intelectual opositor residía en su capacidad de definir la siguiente agenda: «constituir una doctrina de regeneración social que habrá de ser idealista, emocionalista y espiritualista; desarrollar un discurso crítico altamente denigrativo de la modernización, ignorando las contribuciones de ésta a su propia emergencia; encarar el asalto a la ciudad letrada para reemplazar a sus miembros y parcialmente su orientación, aunque no su funcionamiento jerárquico» (Rama 1984: 128).

La construcción de la nueva versión postmoderna de América Latina elaborada desde los centros responde en gran medida a esos mismos propósitos: hacer de América Latina un constructo que confirme la centralidad y el vanguardismo teórico globalizante de quienes la interpretan y aspiran a representarla discursivamente. La noción de subalternidad toma vuelo en la última década principalmente como consecuencia de este movimiento de recentralización epistemológica que se origina en los cambios sociales que incluyen el debilitamiento del modelo marxista a nivel histórico y teórico. Mientras los sectores marginados y explotados pierden voz y representatividad política, afluye el rostro multifacético del indio, la mujer, el campesino, el «lumpen», el vagabundo, el cual entrega en música, videos, testimonios, novelas, etc. una imagen que penetra rápidamente el mercado internacional, dando lugar no sólo a la comercialización de este producto cultural desde los centros internacionales, sino también a su trasiego teórico que intenta totalizar la empiria híbrida latinoamericana con conceptos y principios niveladores y universalizantes.

Cuando hago referencia al «boom del subalterno» me refiero al fenómeno de diseminación ideológica de una categoría englobante, esencializante y homogenizadora por la cual se intenta abarcar a todos aquellos sectores subordinados a los discursos y praxis del poder. Entiendo que se trata de una categoría relacional y «migrante», que se define en términos situacionales y que trata de escapar a todo riesgo de sustancialismo ahistórico y a todo marco de estricto verticalismo teórico. Sin embargo, ¿qué nos entrega de nuevo este concepto? ¿Dónde coloca al «otro» y desde qué sistemas de control ideológico se legitima esa reubicación? El concepto de subalternidad no es nuevo en el imaginario latinoamericano. En el discurso de los libertadores -discurso «autorizado» por la legitimidad de la praxis política- el término aparece incluido para hacer referencia a los desposeídos y marginalizados por el régimen colonial, pero la connotación denigratoria del término impide utilizarlo como interpelación de los vastos sectores a los cuales debe abarcar el utopismo de la emancipación. En las teorizaciones actuales el concepto de subalternidad se vuelve a potenciar a partir de la elaboración gramsciana, en la cual el marxista italiano hace referencia a los estratos populares que ante la unidad histórica de las clases dirigentes, se hacen presentes a través de una activación episódica, presentándose como un nivel disgregado y discontinuo con grados variables y negociados de adhesión a los discursos y praxis hegemónicos. La elaboración actual del concepto violenta, de algún modo, esa disgregación, convirtiendo la subalternidad en una narrativa globalizante, sustituyendo el activismo político que fundamentaba los textos incluidos en los Cuadernos de la cárcel por un ejercicio intelectual desde el que puede leerse, más que el relato de las estrategias de resistencia de los dominados del Sur, la historia de la hegemonía representacional del Norte, en su nueva etapa de rearticulación postcolonial.

Con la expresión el «boom del subalterno» intento poner en articulación tres niveles: Primero, lo de «boom» hace alusión al montaje ideológico-conceptual que promueve la subalternidad como parte de una agenda exterior, vinculada a un mercado donde aquella noción se afirma como un valor de uso e intercambio ideológico y como marca de un producto que se incorpora, a través de diversas estrategias de promoción y reproducción ideológica, al consumo cultural globalizado. En un segundo nivel, la expresión se refiere al modo en que las relaciones de subordinación (explotación, sujeción, marginación, dependencia) político-social se transforman en campo de conocimiento, o sea se re-producen como objeto de interpretación y espacio de poder representacional. En un tercer nivel, la expresión se refiere al modo en que ese objeto de conocimiento es elaborado (tematizado) desde una determinada posición de discurso o lugar de enunciación: la academia, los centros culturales y fundaciones a nivel internacional, la «vanguardia» ideológica, donde la misma ubicación jerárquica del emisor parece eximirlo de la necesidad de legitimar el lugar desde donde se habla.

Me atrevería a decir que para el sujeto latinoamericano, que a lo largo de su historia fuera sucesivamente conquistado, colonizado, emancipado, civilizado, modernizado, europeizado, desarrollado, concientizado, desdemocratizado (y, con toda impunidad, redemocratizado), y ahora globalizado y subalternizado por discursos que prometieron, cada uno en su contexto, la liberación de su alma, la etapa presente podría ser interpretada como el modo en que la izquierda que perdió la revolución intenta recomponer su agenda, su misión histórica y su centralidad letrado-escrituraria buscando definir una nueva «otredad» para pasar, «desde fuera y desde arriba», de la representación a la representatividad. Y que ese mismo sujeto que fuera súbdito, ciudadano, «hombre nuevo», entra ahora a la épica neocolonial por la puerta falsa de una condición denigrante elevada al status de categoría teórica que, justamente ahora, en medio del vacío dejado por los proyectos de izquierda que están también ellos recomponiendo su programa, promete reivindicarlo discursivamente. Pero siempre podrá decirse que son las trampas de la alienación las que impiden a ese sujeto reconocer su imagen en las elaboraciones que lo objetivizan. Desde que la hibridez se convirtiera en materia rentable en discursos que intentan superar y reemplazar la ideología del «melting-pot» y el mestizaje con la del multiculturalismo y la diferencia, la cuestión latinoamericana pasó a integrar el pastiche de la postmodernidad. En las nuevas reelaboraciones sobre hibridez y subalternidad de alguna manera la historia se disuelve (en la medida en que aumenta la desconfianza en la historiografía burguesa) o aparece subsumida en la hermenéutica y el montaje culturalista, y la heterogeneidad se convierte, paradójicamente, en una categoría niveladora que sacrifica el particularismo empírico a la necesidad de coherencia y homogeneización teórica.

Sobrevive, entonces, en este panorama de influjos transdisciplinarios y transnacionalizados, lo que hace bastante tiempo señalaba Jean Franco, entre otros, con respecto a la posición de América Latina en el mapa gnoseológico de la crítica cultural. Franco indicaba los efectos y peligros de la dominación teórica ejercida desde centros de poder económico y cultural situados en las grandes metrópolis del capitalismo neoliberal, desde las cuales se asumía la necesidad de teorizar no sólosobre y para América Latina sino por la totalidad de un continente al que se asumía como incapaz aún de producir sus propios parámetros de conocimiento. La supuesta virginidad de América, que la presentara desde la conquista como la página en blanco donde debía inscribirse la historia de Occidente, hizo del mundo americano un mundo «otro», un lugar del deseo situado en la alteridad que le asignaran los sucesivos imperios que lo apropiaron económica, política y culturalmente, con distintas estrategias y grados, a lo largo de un devenir enajenado de su propia memoria y noción del origen, a no ser aquel que le asignaran las agendas imperiales de la hora. Localizada teóricamente como «sub-continente», mundo Tercero, «patio de atrás» de los Estados Unidos, conjunto de naciones «jóvenes» que habían llegado tarde al banquete de la modernidad, países suspendidos en el proceso siempre incierto de satisfacer un modelo exterior, sociedad no realizada (siempre en vías de), Latinoamérica sigue siendo aún, para muchos, un espacio preteórico, virginal, sin Historia (en el sentido hegeliano), lugar de la sub-alteridad que se abre a la voracidad teórica tanto como a la apropiación económica. Sigue siendo vista, en este sentido, como exportadora de materias primas para el conocimiento e importadora de paradigmas manufacturados a sus expensas en los centros que se enriquecen con los productos que colocan en los mismos mercados que los abastecen.

En resumen, hibridez y subalternidad son, en este momento, más que conceptos productivos para una comprensión más profunda y descolonizada de América Latina, nociones claves para la comprensión de las relaciones Norte/Sur y para la refundamentación del «privilegio epistemológico» que ciertos lugares de enunciación siguen manteniendo en el contexto de la globalidad. Plantean, entre otras cosas, la pregunta acerca de la posición que se asigna a América Latina como constructo de la postmodernidad que, al definirla como espacio de observación y representación cultural, como laboratorio para las nuevas hermenéuticas neoliberales y como parte de la agenda de una nueva izquierda en busca de su voz y su misión histórica, refuerza la centralidad y predominio de una intelectualidad tecnocratizada que se propone como vanguardia de/en la globalidad. El binomio hibridez/subalternidad hace pensar en otras dos nociones: sub-identidad/sub-alteridad, y en los nuevos fundamentalismos a los que esas ideas pueden conducirnos. Finalmente, ambas nociones entregan a la reflexión teórica, nuevamente la problemática de la nación en tanto «aldea global» (conjunto conflictivo de regiones, espacios culturales y proyectos político-ideológicos) desde donde puede ejercerse la resistencia a nuevas formas de colonización cultural y de hegemonía -y, no hay por qué dudarlo, de marginación, autoritarismo y explotación colonialista- que se sumarán en esta nueva etapa a las nunca superadas estrategias excluyentes de la modernidad.

BIBLIOGRAFÍA

  • Ashcroft, Bill / Griffiths, Gareth / Tiffin, Hellen The Post-Colonial Studies Reader. London: Routledge 1995.
  • Rama, Angel. La ciudad letrada. Hanover: Ediciones del Norte 1984.

[Fuente: Santiago Castro-Gómez y Eduardo Mendieta, editores. Teorías sin disciplina (latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate).México: Miguel Ángel Porrúa, 1998.]

Fuente:

http://www.ensayistas.org/critica/teoria/castro/Mabel.htm

Fuente imagen

https://lh3.googleusercontent.com/WOXMsyxVczAlBit-H9_ccFNzVm4fs2Hh588w1E5jDDImQ2ATk5mXHQc6_WA2rvmPMGk52g=s85

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el valor de una noción dialéctica de resistencia para una teoría crítica de escolarización.

América del Norte/EEUU/Octubre 2016/Henry Giroux/

Tomado de : Teorías De La Reproducción Y La Resistencia
En La Nueva Sociología De La Educación:
Un Análisis Critico∗ Henry Goroux

El valor pedagógico de la resistencia se apoya, en parte, en las conexiones que hace entre estructura y agenciamiento humano por un lado y lacultura y el proceso de autoformación por el otro.

La teoría de la resistencia rechaza la idea de que las escuelas son sitios simplementeinstruccionales, no sólo politizando la noción de cultura sino analizando también las culturas escolares dentro del convulsionado terreno de la lucha y la protesta. En efecto,esto representa un nuevo contexto teórico para comprender el proceso de escolarización que ubica el conocimiento, valores y relaciones sociales educativas dentro del contexto de relaciones antagónicas y las examina dentro del interjuego de las culturas escolares dominante y subordinado.

Cuando se incorpora una teoría de la resistencia a la pedagogía radical, los elementos de la conducta de oposición en las escuelas devienen el punto focal para analizar relaciones sociales y experiencias diferentes, frecuentemente antagónicas, entre los estudiantes de la cultura dominante y subordinado. Dentro de este
modelo de análisis crítico se vuelve posible iluminar cómo los estudiantes pueden con los limitados recursos a su disposición reafirmar las dimensiones positivas de sus propias culturas e historias.

La teoría de la resistencia ilumina la complejidad de respuestas de los estudiantes a la lógica de la escolarización. En consecuencia, ilumina la necesidad de los educadores radicales de develar cómo la conducta de oposición frecuentemente emerge dentro de formas de conciencia contradictorias que no están nunca libres de la racionalidad reproductiva incluida en las relaciones sociales del capitalismo. Una pedagogía radical, entonces debe reconocer que la resistencia estudiantil en todas sus formas representa ensus manifestaciones de lucha y solidaridad que en su incompletitud (incompleteness), a la vez critican (challenge) y confirman la hegemonía capitalista. Lo que es más importante es la voluntad de los educadores radicales de buscar los intereses emancipatorios que
subyacen a tal resistencia y hacerlos visibles a los estudiantes y a otros como para que puedan ser objeto de debate y análisis político.

Una teoría de la resistencia es central para el desarrollo de una pedagogía radical por otras razones también. Ayuda a traer al foco aquellas prácticas sociales en las escuelas cuyo objetivo final es el control del proceso de aprendizaje y la capacidad para el pensamiento crítico y la acción. Por ejemplo, señala a la ideología subyacente del currículum hegemónico, a sus cuerpos de conocimiento jerárquicamente organizados, y particularmente a la manera en que este curriculum margina o descalifica el conocimiento de la clase trabajadora tanto como el conocimiento sobre la mujer y las minorías.

Másaún, la teoría de la resistencia revela la ideología que subyace en tal curriculum, con susénfasis en la apropiación del conocimiento individual más que grupal (colectivo) y cómoeste énfasis conduce a un “wedge” entre los estudiantes de las diferentes clases sociales.
Esto es particularmente evidente en las diferentes aproximaciones al conocimiento llevadas a cabo en muchas familias de clase trabajadora y clase media.

El conocimiento en la cultura de la clase trabajadora es frecuentemente construido sobre los principios de la solidaridad y el compartir, mientras que dentro de la cultura de clase media, el
conocimiento se forja en competencia individual y visto como una barrera de separación.

En resumen, la teoría de la resistencia llama la atención sobre la necesidad que tienen  los educadores radicales de descubrir (develar) los intereses ideológicos incluidos en los variados sistemas de mensajes de la escuela, particularmente aquellos encerrados en el curriculum, sistema de instrucción y modos de evaluación.

Lo que es más importante es que la teoría de la resistencia refuerza la necesidad de los educadores radicales de descifrar cómo las formas de producción cultural mostradas por los grupos subordinados, pueden ser analizados para revelar sus limitaciones y sus posibilidades para permitir un pensamiento crítico, discurso analítico y aprendizaje a través de la práctica colectiva.

Finalmente, la teoría de la resistencia sugiere que los educadores radicales deben desarrollar una relación crítica más que pragmática con los estudiantes. Esto significa que cualquier forma viable de pedagogía radical debe analizar cómo las relaciones dedominación en las escuelas se originan, cómo se sostienen y cómo los  estudiantes, en particular se relacionan con ellos. Esto implica mirar más allá de las escuelas. Esto sugiere tomar seriamente la contra-lógica que empuja a los estudiantes fuera de las escuelas, hacia las calles, los bares y la cultura subterránea (shopfloor)87.

En resumen, las bases para una nueva pedagogía radical deben ser extraídas de una comprensión teóricamente sofisticada de cómo el poder, la resistencia y el agenciarniento humano pueden devenir elementos centrales en la lucha por el pensamiento y aprendizaje
críticos.

Las escuelas no cambiarán la sociedad, pero podemos crear en ellas bolsas de resistencia que provean módulos pedagógicos para nuevas formas de aprendizaje y relaciones sociales, formas que pueden ser usadas en otras esferas más directamente involucradas en la lucha por una nueva moralidad y visión de la justicia social.

Para aquellos que sostienen que este es un objetivo político, replicaría que tienen razón, ya que es un objetivo que apunta a lo que debería ser la base de todo aprendizaje, la lucha por una vida cualitativamente mejor para todos.

Fuente

http://ecaths1.s3.amazonaws.com/teoriaeducacion/1638494347.06%20-%20Gi…

Libro de  Teorías De La Reproducción Y La Resistencia
En La Nueva Sociología De La Educación:
Un Análisis Critico∗ Henry Goroux

Fuente Imagen:

https://lh3.googleusercontent.com/aAX_cAWss-Z15PFs8Gqr-vek9Ozm2mz6VMJvTfTgCrkMO9pmFxKKGYMu1fnExefxG1oaUA=s85

 

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¿Qué futuro puede tener el pensamiento de paulo freire?

 América del Sur/Brasil/Octubre 2016/Moacir Gadotti/

Algunas reflexiones :

I-Parte:
En el desarrollo de su teoría de la educación, Paulo Freire consiguió, por un lado, desmitificar los sueños del pedagogismo de los años sesenta que pretendía,por lo menos en América Latina, que la  escuela hiciera todo; por el otro, consiguió superar el pesimismo de los años setenta, cuando se decía que la escuela era puramente reproductivista. Haciendo esto, superando el pedagogismo ingenuo y el pesimismo negativista, consiguió mantenerse fiel a la utopía, soñando sueños posibles.

Para responder a la pregunta hecha anteriormente, se cree que el futuro de la obra de Paulo Freire está íntimamente ligado al futuro de la educación popular, en tanto que concepción general de la educación. Poco más de 20 años después de la Pedagogía del oprimido, la educación popular, marcada por esa obra, continúa siendo la mayor contribución que el pensamiento latinoamericano
ha dado al pensamiento pedagógico universal.

Es el marco teórico que continúa inspirando numerosas experiencias tanto en América Latina como en el mundo; no sólo en los países del tercer mundo, sino también en aquéllos con alto desarrollo tecnológico y en realidades muy distintas.

Paulo Freire es tributario de este movimiento en el cual él está insterto y al que le dio y continúa prestando una enorme contribución. La educación popular ha pasado por varios momentos. Es un movimiento dinámico y alimentado por innumerables visiones que forman un inmenso mosaico.

No todas las visiones se identifican con el pensamiento de Paulo Freire, pero muchas se refieren a él, pasando del optimismo guerrero de la campaña de en Nicaragua, por las escuelas comunitarias de cariz no formal,hasta las experiencias estatales de educación, todas se remiten al paradigma teórico de Paulo Freire.

La obra de Paulo Freire deberá continuar desarrollándose en múltiples direcciones, tal vez irreconciliables. Él no podrá tener el control de esto, así como Marx no es responsable del marxismo ni de todo lo que se hizo en nombre de él, y las críticas positivas o negativas también deberán proseguir.

Fuente:

 Descarga aquí:

http://s3.amazonaws.com/lcp/pedag-i-m-c/myfiles/Perspectivas-actuales-de-la-educacion—Gadotti.pdf

 

Fuente imagen:

https://lh3.googleusercontent.com/xwtKMu47uvKf_AXxqfQFf9JOdBfSilET-7b-BFcL46DL0B4BvYcUkYqCu8DyyC9xCtjwKA=s85

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Las palabras más polémicas en el diccionario de la RAE

Por: Susana Fernández

Cada pocos años, el diccionario de la Real Academia Española (RAE) se actualiza, y muchas veces incluye nuevos términos resultan extrañas o sumamente polémicas. Conoce los más recientes.

Las lenguas evolucionan y cambian a todo momento. Cada poco tiempo, las academias de lengua se reúnen para actualizar los contenidos, y muchas de las nuevas palabras son incluidas en el diccionario de la Real Academia Española (RAE). Recientemente el DRAE, como se le conoce en la actualidad, ha incluido nuevos términos, muchos de ellos extraños e incluso polémicos. Conócelos:

Los catetos

La RAE ha ampliado el espectro de la lengua española para incluir coloquialismos errados, conocidos como «catetos», que se han popularizado, pero para los que existe una correspondencia correcta. Definitivamente han sido fuente de polémica, porque si existe la terminología, ¿por qué deberíamos contemplar las palabras mal escritas?

Desde la Unidad Interactiva del Diccionario de la Real Academia Española explicaron al sitio Perfil.com que «esta selección será lo más completa en lo que se refiere al léxico de la lengua culta, mientras que en otros aspectos -dialectalismos españoles, americanos y filipinos, tecnicismos, vulgarismos y coloquialismos, arcaísmos, etc.- se limitará a  incorporar una representación de los usos más extendidos o característicos». No obstante, desde la institución advierten que a pesar de ser incluidos por su uso, no son correctos y no deben emplearse. Por eso figuran con las abreviaturas «vulg.» (vulgar) o «desus.» (en desuso).

Tal es el caso de las nuevas palabras como «murciégalo», «madalena», «moniato», «vagamundo», «dotor» y «otubre».

Términos como «almóndiga», «toballa» y «asín» no han sido incluidos recientemente al diccionario, sino que han estado registrados en el diccionario desde sus primeras ediciones (1726, 1739 y 1770, respectivamente), ya que son todas variantes del español antiguo y no son, como se piensa, variantes del español de hoy día. Desde la RAE, aseguran que «las únicas formas consideradas correctas hoy son ‘toalla’, ‘albóndiga’ y ‘así'».

Los préstamos lexicalizados

Hay palabras que provienen de otras lenguas, principalmente del inglés, que no tienen equivalente en español, en general porque son palabras completamente nuevas, que se incorporan adaptándose a las reglas gramaticales y de pronunciación del castellano. Estas palabras, conocidas como préstamos,

también se encuentran entre los nuevos términos que ha agregado la RAE.

El diccionario registra los usos, no aboga porque se adopten, sino que reconoce su existencia. La mayoría de las palabras incluidas, como es el caso de «serendipia» del inglés serendipity, «naturópata» de naturpath, «güisqui» de whisky, «botox», «kínder» apócope del alemán kindergarten, «tunear» del inglés tune, «feminicidio» del inglés feminicide o «identiquit» del inglés identikit, son términos que proceden del inglés pero que se han lexicalizado, es decir adaptado a las reglas del español e incluidos en el diccionario porque no existe equivalente en nuestra lengua.

No obstante, hay algunos como «backstage» que han sido incorporados exactamente con la misma grafía que el término original en el idioma extranjero, en este caso el inglés.

Los coloquialismos

En la actualidad, hay muchas variaciones geográficas de las lenguas, y el español de ninguna manera es excepción. De hecho, las variaciones entre los países hispanohablantes es una de las razones por las que es tan difícil aprender la la lengua. Como el DRAE incorpora los coloquialismos de las diferentes regiones hispanohablantes, esta categoría de palabras ha estado muy presente en esta actualización léxica.

Entre los nuevos coloqualismos aceptados encontramos «pompis» y «culomen» como eufemismos de nalgas o trasero, «papahuevos» (papanatas), «chupi», «cagaprisas», «basurita», «papichulo» o «amigovio»

Las palabras con connotaciones sexistas y racistas

Pese a que desde la Real Academia han intentado limitar la presencia de palabras y definiciones con connotaciones sexistas o racistas, por ejemplo con el término «femenino» que previamente se concebía como “débil, endeble”, sí existen palabras como «gitanada», «mariconada» o «judiada» que continúan teniendo estos tintes. Si bien se aclara que es un término «malsonante», aún se reconoce y figura como un uso corriente.

Desde la Academia sostienen que muchas de estas palabras aún son contempladas por razones de arraigo y porque no se originaron con significados negativos. Además, muchos de estos términos se conservan en el diccionario, advierte la RAE, «porque el diccionario pretende ser también válido para interpretar textos clásicos», permitiendo una mayor comprensión. Estos términos, como los mencionados.

Fuente: http://noticias.universia.es/cultura/noticia/2015/11/10/1133470/palabras-polemicas-diccionario-rae.html

 

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Inversión sostenida en ciencia y tecnología para crear riquezas. El mensaje de Salvador Moncada

Por: Salvador Moncada

Un logro relevante es el Programa de Jóvenes Talentos desarrollado desde 1997 en la Facultad de Ciencias Naturales y Matemática de la Universidad de El Salvador.

Uno de los más destacados científicos del mundo en las ciencias bionaturales en las últimas cuatro décadas, el Dr. Salvador Moncada, formado en la Facultad de Medicina de la Universidad de El Salvador en la década del sesenta, regresó a nuestro país donde vivió de los 4 a los 27 años. Nos dijo que necesitamos invertir en ciencia y tecnología de manera sostenida en las próximas décadas para crear riqueza y salir progresivamente de la pobreza. Este es un extracto de su ponencia.

En la conferencia pronunciada en la Universidad de El Salvador el lunes recién pasado –“América Latina: Retos y Perspectivas en la Sociedad del Conocimiento”–, el Dr. Moncada dijo que en el mundo de hoy crecientemente interconectado con casi la mitad de la población mundial conectada al internet, es mucho más fácil el acceso a la información y la interacción y cooperación científica. “La digitalización de la información y el internet han facilitado la aplicación del conocimiento a la actividad económica, volviéndose un factor predominante en la creación de riqueza”.

Efectivamente, “las conexiones de la gente, a través de canales formales e informales, comunidades de la diáspora, redes globales virtuales y comunidades profesionales de intereses compartidos, son importantes impulsores de colaboración internacional”, mientras países como China, India y Brasil ofrecen oportunidades para que los estudiantes talentosos en el exterior regresen después de graduarse a trabajar en sus países.

Esto llevó a Moncada y a varios de sus colegas hondureños a crear Honduras Global, la red de conocimiento para el desarrollo cuyo objetivo es identificar y conectar hondureños altamente calificados a nivel mundial con el fin de promover la transferencia de conocimientos y fomentar la innovación y el desarrollo científico, tecnológico y empresarial en Honduras. Un embrión de esta red ha dado inicio en El Salvador, debiendo potenciar El Salvador Global.

La inversión en el desarrollo de la ciencia se hace a través del gobierno, de los privados y de la cooperación internacional. Y las etapas de dicho desarrollo son el entrenamiento, el desarrollo de infraestructura, buenas condiciones para retornar, y redes y más redes de trabajo.

El gasto global mundial en investigación y desarrollo en 2013 ($1.48 trillones) respecto a 2007, creció más rápido (30.5%) que la economía global (20.1%), mientras Latinoamérica gasta solo 0.82% del producto interno bruto mundial frente a 2.63% de Norteamérica, 1.95% Oceanía, 1.89% Asia y 1.76% Europa. Y por cada millón de habitantes, hay 4,820 investigadores en Argentina, 1,440 en Chile, 850 en Cuba y 840 en México. Mientras 40.8% de las mejores universidades del mundo está en Europa, 34.6% en Norteamérica y 21.6% en Asia/Pacífico, solo 2.2% se encuentra en Latinoamérica.

Tres grandes recomendaciones generales nos dejó Moncada: 1. Los gobiernos nacionales necesitan mantener la inversión en la base de la ciencia para asegurar la prosperidad económica. 2. Las actividades y colaboración internacional deben de estar enraizados en la ciencia nacional y en estrategias innovadoras. 3. El compromiso con los esfuerzos de investigación multinacional y con la adquisición de infraestructuras no deben ser vistos como blancos fáciles de recortes durante períodos de turbulencia económica.

Un logro relevante es el Programa de Jóvenes Talentos desarrollado desde 1997 en la Facultad de Ciencias Naturales y Matemática de la Universidad de El Salvador de atención a estudiantes sobresalientes de los niveles básicos y medio del sistema educativo nacional en San Salvador, y desde 2006 en la Facultad Multidisciplinaria de Occidente. Prueba del éxito de dicho programa es el historial creciente de medallas de nuestros estudiantes en las olimpiadas centroamericanas, iberoamericanas e internacionales de matemática, física, química y biología, disputándose dos décadas después, los primeros lugares. Hasta hace 28 meses su director fue el actual ministro de Educación.

Otros dos logros importantes son la creación, desde el gobierno anterior, del Viceministerio de Ciencia y Tecnología, y desde hace un mes, de la sede regional del Consejo Internacional de Ciencias para América Latina y el Caribe para los próximos 5 años, en El Salvador. A ambos logros debemos sacarle el mejor provecho.

La excelente Facultad de Medicina de los tiempos de Fabio Castillo y María Isabel Rodríguez sentó las sólidas bases académicas y de investigación que le permitieron al talentoso médico e investigador centroamericano continuar su formación en las mejores universidades y centros de investigación europea. Y después, conquistar las estrellas… Gracias, Salvador, por regresar nuevamente a tu país del que no solo llevas su nombre, sino también especiales recuerdos y afectos de toda la vida.

Fuente: http://www.laprensagrafica.com/2016/10/20/inversion-sostenida-en-ciencia-y-tecnologia-para-crear-riqueza-el-mensaje-de-salvador-moncada

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Impulsemos el desarrollo humano

Por: Carlos Guillinta Domínguez

En efecto, los indicadores de la prueba tomada el año pasado pueden compararse con aquellos obtenidos en 2012. Recordemos que el Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes se elabora en forma estandarizada cada tres años en todo el mundo, lo cual nos permite ver si el Perú progresa, va por buen camino o ha mejorado en el trinomio educación, salud y capacitación laboral.

El Gobierno asumió la responsabilidad de optimizar algunos aspectos. Por ejemplo, el presidente del Consejo de Ministros, Fernando Zavala, anunció en el Congreso, durante su presentación para lograr la investidura del Gabinete Ministerial, que se redoblarán esfuerzos en la educación con un incremento salarial para los docentes, afirmando que ninguno percibirá menos de 2,000 soles en 2018.

Además, adelantó que en los primeros dos años de gobierno se creará el Servicio Nacional de Formación Docente y Directiva, que consolidará todos los esfuerzos dedicados al fortalecimiento de capacidades profesionales de los maestros, y que, para el Bicentenario de la República, el 75% de escuelas del país contará con todos los servicios básicos.

Los representantes del Banco Mundial han comentado recientemente que, como ejemplo de realización plena de sus habitantes, en los países del sudeste asiático, como Corea del Sur, Singapur, China, Tailandia y Vietnam, se apostó con gran interés por las reformas de capital humano logrando, de esta manera, un desarrollo y crecimiento económico destacado.

En el caso coreano, la reforma educativa y el empoderamiento del capital humano era un tema de seguridad nacional, estaba al nivel de lo militar, no se discutía en el ámbito político y ese interés e impulso que se dio a la educación generó en dicho país los resultados que hemos visto en la economía y la tecnología.

En el caso peruano debemos resaltar el interés del Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo (MTPE), mediante sus diversos programas, en potenciar los programas juveniles laborales para mejorar sus habilidades, como política de desarrollo de capital humano que busca fortalecer competencias y desarrollar capacidades productivas de la población en condición de pobreza y pobreza extrema. También facilita el acceso a la capacitación y asistencia técnica para el emprendimiento e intermediación laboral con el fin de ser agente de desarrollo más competitivo.

Con el diseño de esas medidas correctivas, el Ejecutivo demuestra que es consciente de la importancia de impulsar y fomentar el potencial humano para ser un país competitivo con desarrollo, innovación y tecnología calificada.

Fuente: http://www.elperuano.com.pe/noticia-impulsemos-desarrollo-humano-47683.aspx

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