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La constitución política colombiana, una perspectiva social.

Cultura de paz, cátedra obligatoria en el currículum

13 de febrero de 2016/ América/ Colombia/ Cali/ Luis Eduardo Lobato Paz / Información publicada en el periódico digital El Pueblo

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 Para cualquier país es importante que la Constitución declare en sus preceptos los principios que garanticen los derechos fundamentales sobre la base de saldar la deuda social en una relación entre iguales que asegure en plenitud igualdad de oportunidades y condiciones para que todos puedan vivir en una patria donde se respete al ser en su dimensión humana más amplia.

Desde esta perspectiva, en Colombia se debate entre críticos e intelectuales la revisión de varios artículos de la actual Constitución Política o incluso llevar a la promulgación de una nueva Carta Constitucional. Esta salida implicaría un proceso político de mediano y largo alcance.

Se puede advertir entre los partidarios de reformar la Constitución el anhelo de allanar el camino para que se cambie el modelo económico del país, se avance en la superación de las desigualdades económicas en que vive la población colombiana o se fortalezca una cultura de paz. Es más factible que se propenda por allanar caminos para reducir las desigualdades sociales y generar un marco político en el que quepan todos los colombianos sin importar su impronta ideológica.

Si se examina la historia reciente del país, se recuerda que la Constitución del 91 tuvo ese mismo propósito y fue asumida como la concreción de un nuevo pacto social. Acuerdo que permitió consignar un articulado muy amplio por medio del cual se aspiraba a constituir una sociedad más incluyente, fortalecer el estado de derecho, la cultura participativa y promover en las nuevas generaciones la convivencia en paz. Si partimos de esa premisa, el camino no sería embarcarse en la promulgación de una nueva constitución con todas las complicaciones que ello traería, sino poner en práctica todo aquello que quedó establecido en la Carta de 1991.

En los artículos que recogen los principios fundamentales, especialmente el 1 y el 7 la sola mención de que Colombia es un Estado social de derecho y que protege la diversidad étnica y cultural de la Nación, lleva a pensar que el Estado colombiano asume como una de sus finalidades básicas garantizar, no solo la protección de los derechos fundamentales sino también avanzar en mejorar las condiciones sociales de sus habitantes más desfavorecidos. Esta promesa de acción, queda reforzada por numerosos artículos en los que el Estado declara que buscará los medios para garantizar el acceso a los servicios de agua, energía, saneamiento, educación, salud, seguridad social, vivienda y recreación a todos los sectores de la sociedad. Así mismo en varios de ellos, se insiste en dar prelación para la asignación de recursos estatales a las zonas de menor desarrollo.

Con nombre propio se promulgaron artículos para favorecer las condiciones de vida de discapacitados, disminuidos físicos y psicológicos, mujeres cabezas de hogar, personas en situación de indigencia, campesinos, afrocolombianos e indígenas. Todo esto puede interpretarse como el reconocimiento de una deuda social e histórica con amplios sectores de la sociedad, que durante décadas no han tenido igualdad de oportunidades y no han podido acceder a los servicios básicos que cualquier ser humano necesita para llevar una vida digna.

Una revisión de los programas, políticas públicas o decretos establecidos por el gobierno colombiano en los 25 años que lleva de promulgada la vigente Constitución Política, puede establecerse que falta mucho por hacerse para materializar ese Estado social de derecho. Hay logros evidentes como la universalización de los servicios de salud y educación primaria, aunque la prestación del primer servicio por las EPS o SISBEN es deficiente o inequitativo en muchos casos; en la educación debe trabajarse mucho por mejorar la calidad educativa de los colegios públicos.

En lo referente a la creación de una cultura de paz, el articulado es vasto. Desde el artículo 22 y 41 que hablan de la paz como derecho y de la obligatoriedad de la enseñanza de la Constitución Política en todas las instituciones educativas del país.

Cómo puede colegirse hay suficientes herramientas para reducir el autoritarismo, fortalecer la democracia participativa, garantizar el respeto de los derechos humanos y formar a las nuevas generaciones en una cultura de paz. Aunque falta una voluntad política para llevarlas a cabo. Si miramos un hecho puntual, solo a partir de este año existe la obligatoriedad de los centros educativos para implantar la Cátedra de Paz en sus currículos.

La educación del país es clave para determinar las relaciones prácticas y axiológicas, por consiguientes no basta que la Constitución del país declare los principios que fundamentan, que la regulan en lo político, legal y social. Demanda que las Políticas de Estado en materia educativa estén cimentadas en esos preceptos constitucionales, aunado a una práctica pedagógica congruente y consistente.

Como política educativa se debe garantizar que en la práctica pedagógica cotidiana se desarrolle ese currículo que conlleve a potenciar una cultura por la paz y la sana convivencia que redimensione al ser en su justo potencial humano. En este sentido, todo cambio curricular amerita ser evaluado para implementar las medidas de reajuste según cada caso que aplique. Solo así se puede medir el nivel de impacto social.

Fuente:

http://elpueblo.com.co/constitucion-politica-colombiana-pacto-social-y-cultura-de-paz/

Fuente de la imagen:

http://elpueblo.com.co/constitucion-politica-colombiana-pacto-social-y-cultura-de-paz/

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¿Nuevas cartografías educacionales?

En la búsqueda de repensar la educación, para dar cuenta de las complejas inminencias actuales, requerimos de nuevas cartografías educacionales. Nos conviene –creemos-  tanto inventar nuevas miradas que apunten hacia territorios inéditos, vivibles, profundizando el sentido de lo humano, como reapropiarnos de toda la herencia de experiencias exitosas, teorías fructíferas, esquemas videntes, métodos efectivos de los mundos de la educación.

¿Cómo hemos de mirar la educación y lo educativo, desde la mayor criticidad posible, sin desdeñar sus historias y aportes milenarios? ¿Cómo hemos de reinventar la educación para reinventar también la sociedad, superando las trampas de las miradas reduccionistas, sesgadas, monointeresadas? ¿Es posible dar cuenta de infinitas experiencias de específicos resultados, sin falsearlas, sin encasillarlas, y al mismo tiempo avanzar en la generación y enriquecimiento de interpretaciones más sistemáticas, más teóricas? ¿Dónde hemos de situarnos para readmirar procesos de formación-investigación-interacción-proyección que florecen en todos los espacios sociales, de modo pancrónico, con la participación imbricada de la totalidad humana? ¿Mirar desde un proyecto político; un ángulo epistémico; una teoría fortalecida…?

Así, la urdimbre educacional, en toda su extensión y complejidad, parece siempre trascendernos, eludirnos, desencontrarnos. Por ello, parece urgente la tarea de generar continuamente cartografías, tal vez sin quedarnos demasiado en alguna de ellas. Más, lo anterior no implica que desdeñemos nuestros valores y horizontes como seres humanos concretos, con despliegues procesuales y proyectos que nos comprometen. En tal sentido, nuestras cartografías, lejos de ser un cúmulo de ópticas desechables,  vienen a ser miradas que nos van constituyendo, enfoques plenos de nuestras búsquedas y esquemas valorativos, pero también en apertura creciente, susceptibles de mutaciones inesperadas.

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Tal vez nuestras cartografías (¿o sólo se trata de una cartografía en evolución constante?) pueda aprehenderse en la medida que vayamos clarificando qué intentamos desmontar o deconstruir, y qué pretendemos afirmar, validar. Por ejemplo, nos inscribimos en aquellos grupos humanos que suponemos la necesidad de ir desmontando progresivamente las estructuras fundantes de una sociedad en crisis, que intensifican diariamente situaciones globales de injusticia, inequidad y asimetrías. Y pensamos que asistimos y participamos en una búsqueda compartida de fundamentos para repensar y reasumir la vida y la condición social, invocando las cualidades de la sociedad que pretendemos crear, viviendo de manera compartida la justicia y la equidad, reorganizando el saber social desde la democracia cognitiva, generando condiciones de solidaridad y búsqueda compartida.

Lo anterior nos lleva a replantearnos críticamente las concepciones dominantes de lo educativo, entendiendo que lo educativo ocurre en todos los lugares de modo permanente, siendo las instituciones educacionales (escuela, liceo, universidad) sólo parte de esa totalidad. Necesitamos desmontar la visión dominante que atiende una mirada sesgada de lo social definiéndonos como individuos llamados a competir de modo permanente entre sí; del saber entendido como un método único, de supuesta validez universal, para mirar e intervenir la realidad; del aprendizaje como una mera adquisición de ciertas competencias aplicables en ámbitos delimitados, sin cuestionar los fundamentos societales; en fin, desmontar esa visión educativa que se despliega en procesos lineales, fragmentarios, competitivos, inmersos en un materialismo ramplón…

Requerimos, pues, apuntar hacia la pluralización de sistemas permanentes de aprendizaje (autopoiéticos), horizontales, reticulares, de control compartido, que florezcan en todos los espacios sociales posible (incluyendo los del sistema escolar), capaces de reinventarse a si mismo constantemente. Nos urge crear modos de generar aprendizajes y conocimientos desde la vida y para la vida, desde el diálogo y la construcción colectiva, desde lo transdisciplinario y lo transmetodológico.

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Para leer en 2050[i]

Boaventura Sousa Santos[ii]

BOA

Nota del editor de OVE: En este articulo Boaventura inicia una reflexión sobre la inversión de las perspectivas, los valores y la propia percepción de la realidad en el tiempo actual, interrogándonos eb clave de futurica respecto al momento en el cual “sustituimos la causalidad por la simultaneidad, la historia por las noticias, la memoria por el silencio, el futuro por el pasado, el problema por la solución”


Quando um dia se puder caracterizar a época em que vivemos, o espanto maior será que se viveu tudo sem antes nem depois, substituindo a causalidade pela simultaneidade, a história pela notícia, a memória pelo silêncio, o futuro pelo passado, o problema pela solução. Assim, as atrocidades puderam ser atribuídas às vítimas, os agressores foram condecorados pela sua coragem na luta contra as agressões,os ladrões foram juízes, os grandes decisores políticos puderam ter uma qualidade moral minúscula quando comparada com a enormidade das consequências das suas decisões. Foi uma época de excessos vividos como carências; a velocidade foi sempre menor do que devia ser; a destruição foi sempre justifi cada pela urgência em construir.  O ouro foi o fundamento de tudo, mas estava fundado numa nuvem. Todos foram empreendedores até prova em contrário, mas a prova em contrário foi proibida pelas provas a favor. Houve inadaptados, mas a inadaptação mal se distinguia da adaptação, tantos foram os campos de concentração da heterodoxia dispersos pela cidade, pelos bares, pelas discotecas, pelo Facebook. A opinião pública passou a ser igual à privada de quem tinha poder para a publicitar. O insulto tornou-se o meio mais efi caz de um ignorante ser intelectualmente igual a um sábio. Desenvolveu-se o modo de as embalagens inventarem os seus próprios produtos e de não haver produtos para além delas. Por isso, as paisagens converteram-se em pacotes turísticos e as fontes e nascentes tomaram a forma de garrafa. Mudaram os nomes às coisas para as coisas se esquecerem do que eram. Assim, desigualdade passou a chamar-se mérito; miséria, austeridade; hipocrisia, direitos humanos; guerra civil descontrolada, intervenção humanitária; guerra civil mitigada, democracia. A própria guerra passou a chamar-se paz para poderser infi nita. Também a Guernika passou a ser apenas um quadro de Picasso para não estorvar o futuro do eterno presente.

Foi uma época que começou com uma catástrofe mas que em breve conseguiu transformar catástrofes em entretenimento. Quando uma catástrofe a sério sobreveio, parecia apenas uma nova série. Todas as épocas vivem com tensões, mas esta época passou a funcionar em permanente desequilíbrio, quer ao nível colectivo, quer ao nível individual. As virtudes foram cultivadas como vícios e os vícios como virtudes. O enaltecimento das virtudes ou da qualidade moral de alguém deixou de residir em qualquer criterio de mérito próprio para passar a ser o simples refl exo do aviltamento, da degradação ou da negação das qualidades ou virtudes de outrem.

Acreditava-se que a escuridão iluminava a luz, e não o contrário. Operavam três poderes em simultâneo, nenhum deles democrático: capitalismo, colonialismo e patriarcado; servidos por vários subpoderes, religiosos, mediáticos, geracionais, étnico-culturais, regionais. Curiosamente, não sendo nenhum democrático, eram o sustentáculo da democracia-realmente-existente. Eram tão fortes que era difícil falar de qualquer deles sem incorrer na ira da censura, na diabolização da heterodoxia, na estigmatização da diferença. O capitalismo, que assentava nas trocas desiguais entre seres humanos supostamente iguais, disfarçava-se tão bem de realidade que o próprio nome caiu em desuso. Os direitos dos trabalhadores eram considerados pouco mais que pretextos para não trabalhar. O colonialismo, que assentava na discriminação contra seres humanos que apenas eram iguais de modo diferente, tinha de ser aceite como algo tão natural como a preferência estética. As supostas vítimas de racismo e de xenofobia eram sempre provocadores antes de serem vítimas. Por sua vez, o patriarcado, que assentava na dominação das mulheres e na estigmatização das orientações não heterossexuais, tinha de ser aceite como algo tão natural como uma preferência moral sufragada por quase todos. Às mulheres, homossexuais e transexuais, haveria que impor limites se elas e eles não soubessem manter-se nos seus limites.

Nunca as leis gerais e universais foram tão impunemente violadas e selectivamente aplicadas, com tanto respeito aparente pela legalidade. O primado do direito vivía em ameno convívio com o primado da ilegalidade. Era normal desconstituir as Constituições em nome delas.  O extremismo mais radical foi o imobilismo e a estagnação. A voracidade das imagens e dos sons criava turbilhões estáticos. Viveram obcecados pelo tempo e pela falta de tempo. Foi uma época que conheceu a esperança mas a certa altura achou-a muito exigente e cansativa. Preferiu, em geral, a resignação. Os inconformados com tal desistência tiveram de emigrar. Foram três os destinos que tomaram: iam para fora, onde a remuneração económica da resignação era melhor e por isso se confundia com a esperança; iam para dentro, onde a esperança vivia nas ruas da indignação ou morria na violencia doméstica, na raiva silenciada das casas, das salas de espera das urgências, das prisões, e dos ansiolíticos e antidepressivos; o terceiro grupo fi cava entre dentro e fora, em espera, onde a esperança e a falta dela alternavam como as luzes nos semáforos. Pareceu estar tudo à beira da explosão, mas nunca explodiu porque foi explodindo, e quem sofria com as explosões ou estava morto, ou era pobre, subdesenvolvido, velho, atrasado, ignorante, preguiçoso, inútil, louco — em qualquer caso, descartável. Era a grande maioria, mas uma insidiosa ilusão de óptica tornava-a invisível. Foi tão grande o medo da esperança que a esperança acabou por ter medo de si própria e entregou os seus adeptos à confusão. Com o tempo, o povo transformou-se no maior problema, pelo simples facto de haver gente a mais.

A grande questão passou a ser o que fazer de tanta gente que em nada contribuía para o bem-estar dos que o mereciam. A racionalidade foi tão levada a sério que se preparou meticulosamente uma solução fi nal para os que menos produziam, ou seja, os velhos. Para não violar os códigos ambientais, sempre que não foi possível eliminá-los, foram biodegradados. O éxito desta solução fez com que depois fosse aplicada a outras populações descartáveis, tais como os imigrantes. A simultaneidade dos deuses com os humanos foi uma das conquistas mais fáceis da época. Para tal bastou comercializá-los e vendê-los nos três mercados celestiais existentes, o do futuro para além da morte, o da caridade, e o da guerra. Surgiram muitas religiões, cada uma delas parecida com os defeitos atribuídos às religiões rivais, mas todas coincidiam em serem o que mais diziam não ser: mercado de emoções. As religiões eram mercados e os mercados eram religiões.

É estranho que uma época que começou como só tendo futuro (catástrofes e atrocidades anteriores eram a prova da possibilidade de um novo futuro sem catástrofes nem atrocidades) tenha terminado como só tendo passado. Quando começou a ser doloroso pensar o futuro, o único tempo disponível era tempo passado. Como nunca nenhum grande acontecimento histórico foi previsto, também esta época terminou de modo que colheu todos de surpresa. Apesar de ser aceite que o bem comum não podia deixar de assentar no luxuoso bem-estar de poucos e no miserável mal-estar das grandes maiorias, havia quem não estivesse de acordo com tal normalidade e se rebelasse. Os inconformados dividiamse em três estratégias: tentar melhorar o que havia, tentar romper com o que havia, tentar não depender do que havia. Visto hoje, a tanta distância, era óbvio que as três estratégias deviam ser utilizadas articuladamente, ao modo da divisão de tarefas em qualquer trabalho complexo, uma espécie de divisão do trabalho do inconformismo. Mas, na época, tal não foi possível, porque os rebeldes não viam que, sendo produto da sociedade contra a qual lutavam, teriam de começar por se rebelar contra si próprios, transformando-se eles próprios antes de quererem transformar a sociedade. A sua cegueira fazia-os dividir-se a respeito do que os deveria unir e unir-se a respeito do que os devia dividir. Por isso, aconteceu o que aconteceu. O quão terrível foi está bem inscrito no modo como vamos tentando curar as feridas da carne e do espírito ao mesmo tempo que reinventamos uma e outro. Porque teimamos, depois de tudo? Porque estamos a reaprender a alimentar-nos da erva daninha que a época passada mais radicalmente tentou erradicar, recorrendo para isso aos mais potentes e destrutivos herbicidas mentais — a utopia.

[i] Publicado originalmente en la sección Debate y Sociedad del periódico  Público

[ii]  Doctor en Sociología del derecho por la Universidad de Yale y profesor catedrático de Sociología en la Universidad de Coímbra.1 Es director del Centro de Estudios Sociales y del Centro de Documentación 25 de Abril de esa misma universidad; además, profesor distinguido del Institute for Legal Studies de la Universidad de Wisconsin-Madison.1 Se lo considera uno de los principales intelectuales en el área de ciencias sociales, con reconocimiento internacional, con especial popularidad en Brasil, principalmente, después de su participación en varias ediciones del Foro Social Mundial en Porto Alegre. Es uno de los académicos e investigadores más importantes en el área de la sociología jurídica a nivel mundial

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La Educación, proceso esencial para construir el Socialismo Bolivariano en la actual coyuntura geopolítica

Eduardo Piñate[i]

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El 10 de enero de este año escribí una ponencia para el IV Coloquio de Educadores del Municipio Mejías (San Antonio del Golfo) del estado Sucre (Desafíos para una Educación Emancipadora en la Coyuntura Geopolítica del Presente: un enfoque geohistórico). El asesinato del camarada Ricardo Durán me impidió asistir a dicho coloquio, no obstante, pude enviar la ponencia que fue leída y debatida en el marco de esa actividad. Por considerarla de interés para el debate que está abierto sobre la Educación en esta etapa de la Revolución Bolivariana y las amenazas que contra ella ya comienzan a perfilar –otra vez- los sectores contrarrevolucionarios, la reproduzco integra en esta oportunidad.

 

En la IV República Venezuela careció de Proyecto Nacional y de Proyecto Educativo propio hasta la Revolución Bolivariana.

  1. Luego de la derrota del proyecto Bolivariano en 1830 y durante toda la IV República (1830-1998) Venezuela no tuvo un proyecto nacional, nuestro país fue subordinado al proyecto de las grandes potencias capitalistas, primero Inglaterra y desde la segunda década del siglo XX, a partir del comienzo de la explotación petrolera, los Estados Unidos.
  2. Por tal circunstancia Venezuela tampoco tuvo proyecto educativo propio durante la IV República. La educación durante todo el período respondió a los intereses de las potencias imperialistas y a las clases dominantes criollas, subordinadas a los intereses imperiales, de modo que durante más de cien años la mayoría de la población venezolana estuvo excluida del acceso al sistema educativo.
  3. La masificación de la educación comienza en nuestro país apenas durante el trienio adeco (1945-1948) y con mayor fuerza luego de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. No obstante, tal masificación dura muy poco, pues ya para los años 70 del siglo pasado se comienza a imponer una tendencia hacia la elitización de la educación que para la década del 80 ya estaba consolidada. Se contrapuso la masificación a la calidad de la educación, presentándolas como mutuamente excluyentes y con ese falso argumento, se justificó el proceso de privatización y elitización que ya mencionamos. Esto se acompañó con políticas que abiertamente atentaban contra las posibilidades de un desarrollo nacional independiente como la eliminación de las Escuelas Técnicas, donde se formaban los técnicos medios y las Escuelas Normales, donde se formaban los maestros y las maestras.
  4. Con la consolidación de la hegemonía neoliberal en los años 80 se impusieron las tendencias privatizadoras que llegaron hasta la educación pública. De modo que ya para finales de esa década estaban conformados en la educación venezolana dos circuitos; uno llamado de “excelencia” que incluía a las instituciones educativas privadas y algunas públicas como la Universidad Simón Bolívar, que debía formar los cuadros gerenciales del aparato económico neocolonial y dependiente, y un circuito deprimido conformado por la mayoría de las escuelas, liceos y universidades públicas, donde, en el mejor de los casos, se formaba la mano de obra barata para poner a funcionar ese aparato económico.
  5. Por eso se abandonó la educación pública, la inversión en ella disminuyó en términos reales y porcentuales y ya para los años 90 eran impresionantemente grandes los niveles de exclusión (los sectores dominantes lo llamaron “deserción”) de los pobres del sistema educativo.
  6. No es sino hasta 1997, cuando el sistema político puntofijista tenía el agua al cuello, cuando se comienza a discutir lo que se llamó pomposamente el “Proyecto Educativo Nacional”, cuyo sesgo –no podía ser de otra manera- era privatizador y neoliberal.
  7. Todo esto comienza a cambiar con la llegada de la Revolución Bolivariana al gobierno bajo la dirección del Comandante Supremo Hugo Chávez, quien desarrolla la propuesta Constituyente que concreta en sus decisiones, el texto Constitucional de la República Bolivariana de Venezuela, el Proyecto de construcción del Socialismo Bolivariano. Desde ese momento, después de 168 años, comenzamos a tener, otra vez, un proyecto nacional.

 

Nuestro Proyecto Revolucionario, Socialista, Bolivariano y Chavista.

En todas las sociedades existe una estrecha relación entre el proyecto político (nacional) y el proyecto educativo, no es cierto que el proyecto educativo pueda ir por un lado diferente al proyecto político dominante, el cual, como se sabe, es el proyecto político de la clase social dominante en una sociedad cualquiera. El capitalismo oculta esta realidad con un discurso acerca de la supuesta neutralidad o independencia de la educación con respecto a los intereses de las clases que hegemonizan la sociedad (igual que la supuesta neutralidad de la ciencia y la tecnología). Nosotros no ocultamos, hacemos evidente, develamos nuestro proyecto educativo, que tiene como referente principal nuestro proyecto nacional, en el cual destacamos:

  1. Hemos rescatado la independencia y la soberanía de la Patria y hoy luchamos para preservarla, tal como nos lo orientó el Comandante Supremo Hugo Chávez en el objetivo histórico número 1 del Plan de la Patria.
  2. Estamos construyendo una nueva Democracia: la democracia participativa y protagónica en un Estado Democrático y Social de Derecho y de Justicia. La democracia basada en el ejercicio directo del poder por parte del pueblo, en el Poder Popular. La democracia concebida como un proceso cotidiano en todos los espacios de lucha, vida y trabajo y no como un acto que se realiza una vez cada 4, 5 o 6 años cuando se deposita un voto.
  3. Estamos iniciando la construcción de una nueva economía, que parte de la crítica al capitalismo y sus derivados el neoliberalismo y el modelo rentista petrolero. Avanzamos y tenemos que seguir avanzando en la edificación del modelo económico productivo socialista porque, como dijo Chávez: “La transformación del modelo económico es fundamental si queremos construir un verdadero socialismo. Entonces, hay que socializar la economía, el modelo productivo, crear un modelo verdaderamente nuevo que privilegie el trabajo sobre el capital, que coloque el acento sobre la propiedad social, que genere nuevas relaciones de producción, que oriente el esfuerzo productivo a satisfacer las necesidades de todo el pueblo.” (Hugo Chávez. “Discurso de la Unidad. Un Socialismo Indovenezolano” en Pensamiento Pedagógico Emancipador Latinoamericano. UBV. P. 518).
  4. Nuestro modelo de democracia socialista, profundamente Bolivariana y Chavista, demanda una nueva cultura que rompa, que pulverice los cánones culturales que nos impusieron las potencias imperiales durante siglos de dominación. Una cultura para la liberación que asuma, desde nuestras raíces históricas y culturales, la riqueza de la diversidad cultural nuestra americana y mundial. Pero también demanda una nueva cultura política, la cultura política de la participación y el protagonismo, que es muy superior a la de la representatividad. Son desafíos fundamentales para construir nuestro proyecto socialista.
  5. Todos los anteriores serían –y en parte ya son- avances importantes, pero serían insuficientes si no completamos la obra de formar un nuevo ser humano (el hombre nuevo del Che Guevara), dotado de una nueva ética, la ética planteada por Fidel Castro cuando en mayo del 2000 definió Revolución; dijo entonces, entre muchas otras cosas, “Revolución es decir siempre la verdad”. La ética de la humildad, la solidaridad, la cooperación, entre otros valores.
  6. Y finalmente, luchamos por un mundo más justo, basado en un nuevo orden económico y político internacional, el “nuevo equilibrio del universo” que nos propuso el Libertador Simón Bolívar, un mundo multicéntrico y pluripolar, propuesto en el objetivo histórico número 4 del Plan de la Patria.

Pudiéramos agregar otros elementos que conforman nuestro proyecto nacional Bolivariano, Socialista y Chavista, por ejemplo la lucha contra todas las formas de discriminación o el combate por preservar la vida en el planeta y salvar la especie humana, taxativamente establecido en el objetivo histórico número 5 del Plan de la Patria. Todo lo dicho hasta ahora es la base de nuestro proyecto educativo Bolivariano y Robinsoniano, de profunda raigambre histórico-cultural y pertinencia social y política.

 

Algunos logros.

La Revolución Bolivariana incrementó como nunca la inversión social, en 16 años de revolución más de 750 mil millones de dólares, el 64% del ingreso nacional se destinó a la inversión social. Eso nos permitió elevar la inversión en Educación, que hoy se refleja en logros y realizaciones como las siguientes:

  1. El incremento de la matrícula escolar en todos los niveles del sistema educativo, lo cual nos ha llevado a ser el segundo país de América Latina y el quinto del mundo en matrícula universitaria, aunque todavía debemos resolver algunos cuellos de botella en los niveles de educación inicial y media.
  2. La atención a los estudiantes en su alimentación (Programa de Alimentación Escolar), el proyecto Canaima a través del cual se dota de una computadora personal a cada estudiante desde el primer grado hasta el último año de la secundaria y ya está comenzando a aplicarse en las universidades con la entrega de tabletas a los estudiantes, la Colección Bicentenaria que garantiza que cada estudiante de primaria y secundaria reciba sus libros de textos gratuitamente, el fortalecimiento de la dotación de bibliotecas y laboratorios, entre otras.
  3. Rescatamos la Educación Técnica y hoy el país está lleno de escuelas técnicas Robinsonianas (industriales, rurales y comerciales).
  4. Luchamos para que la comunidad, el Poder Popular, intervenga más en el hecho educativo, entendiendo que la escuela es un espacio de construcción de nuestro socialismo y la comunidad es un espacio de aprendizaje.

 

La coyuntura geopolítica.

  1. La contundente ratificación del Comandante Supremo en la presidencia de la República que con su voto hizo el pueblo venezolano en el referendo revocatorio del 15 de agosto de 2004, se convirtió en la tercera victoria estratégica de la Revolución Bolivariana en el período 2002-2004 (con las derrotas del golpe de Estado de abril de 2002 y del paro sabotaje petrolero de diciembre de 2002 a febrero de 2003), consolidó al Gigante Hugo Chávez como líder revolucionario, fortificó el carácter antiimperialista de nuestra revolución y creó las condiciones para definir al poco tiempo su carácter socialista.
  2. Al mismo tiempo, en el ámbito internacional acrecentó la corriente de simpatía y solidaridad de los pueblos en el mundo con una revolución, un pueblo y un líder que se enfrentaban y derrotaban al imperialismo en lo que este consideraba su patio trasero, cosa que nadie había logrado en territorio continental suramericano y lo hacía una revolución pacífica –pero no desarmada como decía Chávez- que comenzaba a enseñar que era posible construir una sociedad nueva, sin explotación capitalista ni opresión imperialista, siempre y cuando hubiese un pueblo y un líder unidos por un programa, dispuestos a luchar por esa sociedad.
  3. Además, esas tres victorias estratégicas permitieron ampliar el campo de las relaciones en todo el mundo y las alianzas estratégicas que hoy mantenemos con el Caribe y Suramérica –orientadas hacia el logro del sueño Bolivariano de la Unión de nuestro continente-, con China, Rusia; Irán y la India, entre otros. Al mismo tiempo, influyó decisivamente en la apertura de un período nuevo en nuestro continente que se caracteriza por el crecimiento de la conciencia antiimperialista de nuestros pueblos que han colocado en el poder a gobiernos revolucionarios y progresistas, que terminaron cambiando la correlación de fuerzas a favor de los pueblos y creando una nueva situación geopolítica que favorece el desarrollo independiente y soberano, rompiendo las cadenas que nos atan al imperialismo.
  4. En síntesis, el período revolucionario que se abre a partir de la derrota de la contraofensiva imperialista entre el golpe de Estado de abril de 2002 y el referéndum revocatorio de agosto de 2004, es el período que el presidente Rafael Correa conceptualizó como un “cambio de época”, luego de lo que él mismo calificó como “la larga noche neoliberal”. Es decir, un período de profundos cambios que no sólo ponen en cuestión políticas fundamentales del imperialismo sino que las derrotan, como el caso del ALCA y otras iniciativas que no han podido desarrollar con la fuerza que hubiesen querido, como varios TLC bilaterales y hasta los intentos por lograr acuerdos similares entre la Unión Europea y América Latina. Un período que ha permitido avances inusitados en la cooperación entre nuestros pueblos a través de instancias de integración como la ALBA, UNASUR, la CELAC y Petrocaribe, que surgieron bajo el empuje de esta nueva situación continental y el cambio que ya se observa en viejos mecanismos de integración como MERCOSUR y en menor medida en el CARICOM.
  5. Este período de profunda, estructural y global crisis del capitalismo cuestiona la hegemonía del imperialismo estadounidense en la economía y la política mundial con el apoyo de los países imperialistas de Europa y deslegitima la arquitectura de poder internacional que se estableció al termino de la Segunda Guerra Mundial con la ONU y sus órganos a la cabeza y en nuestro continente la OEA.
  6. Como contrapartida ganamos en independencia y soberanía de nuestros pueblos, el socialismo se revaloriza a partir de la Revolución Bolivariana y otras –como la Revolución Ciudadana en Ecuador, la Revolución Cultural en Bolivia, la Sandinista y obviamente, la Revolución Cubana- como la opción humana, superior a la inhumanidad de la explotación capitalista que conduce al planeta a la hecatombe y a la desaparición de la vida. Avanza la unión latinoamericana y caribeña y en el mundo se va configurando una nueva situación geopolítica que apunta a la multilapolaridad que planteó siempre nuestro Comandante Supremo Hugo Chávez, basada en un nuevo orden económico y político mundial, tal como lo plantearon los revolucionarios de todas las épocas, desde el Libertador Simón Bolívar, hasta Fidel Castro; el Che Guevara y Hugo Chávez.
  7. Frente a la situación que hemos descrito, el imperialismo desarrolla una contraofensiva en forma de conspiración global como la denunció el presidente Nicolás Maduro a mediados del año pasado, para detener a los gobiernos de izquierda. Como acertadamente lo expresó el presidente de Ecuador Rafael Correa, busca detener este “cambio de época” y restaurar la hegemonía imperialista estadounidense en el continente. El cambio cualitativo en este caso, es que ya no vienen a golpearnos al detal, como lo hicieron en la fase anterior de la contraofensiva imperialista, en la que primero comenzaron por Venezuela (período 2002-2004 ya descrito en este artículo), luego intentos de derrocamiento de los gobiernos de Evo Morales y Rafael Correa y el derrocamiento de los gobiernos de Manuel Zelaya en Honduras y Fernando Lugo en Paraguay.
  8. Hoy vienen contra todos los gobiernos que tienen contradicciones objetivas con el imperialismo, no importa si son socialistas o desarrollan una visión antineoliberal y nacionalista que no pone en cuestión el sistema capitalista. Igual desarrollan las mismas acciones de foquismo urbano, boicot económico y guerra política contra el gobierno de Rafael Correa que contra el de Cristina Fernández, el de Evo Morales y el de Vilma Roussef, el de Nicolás Maduro y el de Tabaré Vasquez.

 

  1. El imperialismo unificó el plan contrarrevolucionario y con sus lacayos en nuestros países está aplicando el mismo formato en todos al mismo tiempo, colocando más énfasis en uno u otro aspecto dependiendo de cada situación concreta. Nos toca a nosotros los pueblos, los movimientos y partidos revolucionarios de todo el continente, junto a nuestros gobiernos revolucionarios y progresistas, desarrollar toda una línea de movilización continental de calle que incluya la denuncia y el fortalecimiento de la conciencia de la independencia nacional, antiimperialista, latinoamericanista y socialista del pueblo de Nuestra América para derrotar el plan contrarrevolucionario dirigido por el imperialismo.

 

El papel de la Educación en este marco.

  1. La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela establece que “la educación y el trabajo son los procesos fundamentales para alcanzar” los fines del Estado. Esos fines son “la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad, el ejercicio democrático de la voluntad popular, la construcción de una sociedad justa y amante de la paz, la promoción de la prosperidad y bienestar del pueblo y la garantía del cumplimiento de los principios, derechos y deberes reconocidos y consagrados en esta Constitución”. (art.3 CRBV)
  2. Al mismo tiempo, nuestro texto Constitucional establece que “la educación es un derecho humano y un deber social fundamental, es democrática, gratuita y obligatoria. El Estado la asumirá como función indeclinable y de máximo interés en todos sus niveles y modalidades y como instrumento del conocimiento científico, humanístico y tecnológico al servicio de la sociedad…con la finalidad de desarrollar el potencial creativo de cada ser humano y el pleno ejercicio de su personalidad en una sociedad democrática basada en la valoración ética del trabajo y en la participación activa, consciente y solidaria en los procesos de transformación social, consustanciados con los valores de la identidad nacional y con una visión latinoamericana y mundial…” (art. 102 CRBV)
  3. En ocasión del lanzamiento del Tercer Motor Constituyente “Moral y Luces” en el año 2007, el Comandante Supremo Hugo Chávez, planteó: ¡Educación en Todos los Espacios, Toda la Patria una Escuela!, “No habrá revolución sin ideología revolucionaria, no habrá socialismo sin conciencia socialista, comunitaria, social…” (Hugo Chávez. “Educación con Valores Socialistas” en Pensamiento Pedagógico Emancipador Venezolano. UBV. P. 525).
  4. Queda claro que nuestro proyecto educativo está orientado a formar los hombres y las mujeres con la conciencia revolucionaria, la ética socialista, la formación cultural y tecnológica y la capacitación técnica para construir, desarrollar y consolidar nuestro proyecto de país soberano, independiente, bolivariano y socialista.
  5. Cuando hablamos de Educación emancipadora la tenemos que situar junto al conjunto de procesos económicos, políticos, sociales y culturales que garantizan la liberación del ser humano de la alienación cultural, la superación de la enajenación del trabajo y la ruptura epistemológica con los procesos que reproducen la dominación burguesa, capitalista e imperialista.
  6. Por esta razón, el 2 de septiembre del 2014, el compañero Presidente Obrero Nicolás Maduro lanzó la propuesta de las cinco revoluciones para entrar en una nueva fase del proceso de transición al Socialismo Bolivariano y Chavista. Ellas fueron: la revolución económica productiva, la revolución del conocimiento, la revolución de las misiones y grandes misiones, la revolución política del Estado y la revolución del socialismo territorial. Obviamente, tenemos que ver cada una de estas revoluciones interrelacionadas con las otras, no como compartimientos estancos y además, tenemos que verlas profundamente relacionadas con los objetivos históricos del Plan de la Patria.
  7. La Revolución del Conocimiento está orientada al desarrollo de la educación, la cultura, la ciencia y la tecnología para el desarrollo integral de la nación por una parte y la formación del hombre nuevo y la mujer nueva. Es la educación, la cultura, la ciencia y la tecnología, orientadas por una nueva ética, radicalmente antagónica a la capitalista, que todo lo convierte en mercancía.
  8. Para nuestra revolución Bolivariana, Socialista y Chavista, el conocimiento no es una mercancía, no es un producto que se tranza en el mercado, el acceso a él por parte del pueblo no está mediado por las relaciones mercantiles (compra-venta), sino que está puesto –el conocimiento- al servicio del pueblo, está orientado a la resolución de los problemas sociales y a la transformación de la realidad injusta que heredamos de la sociedad burguesa capitalista, por una realidad justa del Socialismo Bolivariano y Chavista.
  9. Allí la Educación se nos convierte en el instrumento principal para lograr la emancipación de la mente, para pensar con libertad como pensaban nuestros originarios antes de la llegada de la barbarie colonial primero y capitalista después.
  10. Educación para que alcancemos todos y todas un alto nivel cultural que nos conduzca a mayores grados de libertad todos los días, siguiendo al Apóstol de Cuba José Martí, cuando nos planteó la necesidad de “ser cultos para ser libres” y a nuestro Libertador cuando nos dijo que “Moral y luces son los polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades”. Una educación, ciencia y tecnología y una cultura llena de valores profundamente humanistas y por tanto, profundamente Bolivarianos y Socialistas: la libertad, la democracia, la solidaridad, la cooperación, la conciencia del deber social, en la sociedad del trabajo que es la sociedad socialista.
  11. La Revolución del Conocimiento nos plantea la urgencia de transformar todo lo que hemos venido haciendo en esta materia, sobre todo en el sistema educativo, donde nada haremos si no producimos mutaciones esenciales en el currículo de todos los niveles del sistema y en la formación de los y las docentes, por lo menos. Es asumir la Educación, no sólo la Escuela, como el proceso fundamental –junto al trabajo- para construir la conciencia y la base económica, política y ética que sustenta nuestro socialismo; es un arma para edificar las bases materiales y espirituales del Socialismo Bolivariano. He aquí parte de los desafíos que tenemos por delante para seguir construyendo nuestro socialismo, en el marco de esta coyuntura difícil, compleja y exigente para la Patria venezolana y latinoamericana, que pone a prueba el temple, el tesón, la creatividad y la combatividad de nuestro pueblo y el compromiso de quienes hemos entregado nuestra vida –como educadores y militantes revolucionarios- a la mejor de las causas, la de la emancipación humana.

 

 

Caracas, 2016

 

[i] Docente venezolano. Fundador del sindicato de educadores SINAFUM. Actualmente es el secretario permanente del PSUV Venezuela.

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Exile as a Space of Disruption in the Academy

Henry Giroux (*)

Giroux 1

Descripciòn en español: ¿Cómo no estar exiliado en el trabajo académico, especialmente si uno se niega a formar parte de las camarillas, la mediocridad, las formas histéricas de resentimiento, la murmuración, y la producción irrelevante, e incluso a veces no ética, como expresión de la investigación que cada vez que ha llegado a caracterizar mejor a la universidad corporativa?. En este artículo, Henry Giroux, uno de los más importantes teóricos de la pedagogía crítica reflexiona al respecto (Nota del Editor de OVE).

How can one not be in exile working in academia, especially if one refuses the cliques, mediocrity, hysterical forms of resentment, backbiting, and endless production of irrelevant, if not sometimes unethical, research that increasingly has come to characterize the corporate university? The spaces of retreat from public life now occupy too many institutions of higher education and have transformed them into dead zones of the imagination mixed with a kind of brutalizing defense of their own decaying postures and search for status and profits. Leadership in too many academic departments is empty, disempowering, and insular, lacking any outward vision or sense of social responsibility. Mimicking the instrumental logic of a business culture, too many administrators lack the vision, totality of knowledge, or will to address what role the university should play in a democracy. Too many individuals are tied to endless committees, overwhelmed by the mediocrity they or others endorse, and fearful of anyone who steps outside of the boundaries of bureaucratic conformity and civility. Excellence has become part of an empty recruiting slogan that has little do with the actual work or scholarship of faculty who are often punished or resented for such work.

One thing is clear: The retreat from the ethical and political imagination in higher education in too many countries has become legion. Little is being done to address the army of subaltern labor that has become the new poor in higher education and elsewhere. Moreover, faculty are increasingly told that the most important register of scholarship is grant writing over and against activities of teaching, community engagement, or other forms of public scholarship. In addition, students are constantly being told that they should feel good instead of working hard and focusing while being burdened, at the same time, with an insufferable amount of financial debt. Too many academics no longer ask students what they think but how they feel. Everyone wants to be a happy consumer. When students are told that all that matters is feeling good, and that feeling uncomfortable is alien to learning itself, the critical nature of teaching and learning is compromised.

 

This is an academic version of the Dr. Phil show where infantilized pedagogies prove to be as demeaning to students as they are to professors. Professors are now increasingly expected to take on the role of therapists speaking in terms of comfort zones but are rarely offered support for the purpose of empowering students to confront difficult problems, examine hard truths, or their own prejudices. This is not to suggest that students should feel lousy while learning or that educators shouldn’t care about their students. To the contrary, caring in the most productive sense means providing students with the knowledge, skills, and theoretical rigor that offers them the kinds of intellectual challenges to engage and take risks in order to make critical connections and develop a sense of agency where they learn to think for themselves and become critical and responsible citizens. Students should feel good through their capacity to grow intellectually, emotionally, and ethically with others rather than being encouraged to retreat from difficult educational engagements. Caring also means that faculty share an important responsibility to protect students from conditions that sanction hate speech, racism, humiliation, sexism, and an individual and institutional attack on their dignity.

For a range of theorists extending from Theodor Adorno to the post colonialist theorist Edward Said, exile was a central metaphor for defining the role of academics. As oppositional public intellectuals, academics played an indispensible role in Adorno’s notion of critical theory and Said’s work in defending the university as a crucial public sphere. They also played a crucial role in engaging culture as a site informed by mechanisms of power, and taking seriously the idea of human interdependence while living on the border — one foot in and one foot out, an exile and an insider, for whom home was always a form of homelessness. In Representations of the Intellectual, Said argued that exile referenced a space of engagement and critique, serving as both a theoretical and political reminder that educators often occupy a similar role and space where they work to “publicly raise embarrassing questions, confront orthodoxy and dogma (rather than to produce them), and refuse to be easily co-opted by governments or corporations” while offering models of social engagement that redefined the role of academics as civically engaged public intellectuals. This politically charged notion of the oppositional intellectual as homeless—in exile and living on the border, occupying a shifting and fractured pedagogical space in which critique, difference, and a utopian potentiality can endure—has provided the conceptual framework for generations of educators fighting against the deadly instrumentalism and reactionary ideologies that have shaped contemporary educational models in public schools and universities.

Giroux 2

Under the regime of neoliberalism, too many institutions of higher education have transformed the culture of education into the culture of business and are now characterized by a withdrawal into the private and the irrelevant. In this view, education is driven largely by market forces that undermine any viable vision of education as a public good connected to wider social problems. Solidarity, rigor, public scholarship, and integrity are in short supply in many departments and are largely ignored by the new and expanding managerial class of administrators. In this context, exile is less a choice than a condition that is forced through policies of containment and procedure where contingent faculty are given short term contracts, struggle with course over loads, and bear the burden of time as a deprivation rather than a space of reflection and ownership over the conditions of their labor. Under such circumstances, exile is a state that can just as easily be manipulated to produce a key element of the neoliberal university which, as Noam Chomsky points out, is “designed to reduce labor costs and to increase labor servility.”[1]

Exile in this context speaks to new forms of faculty servitude that restrict and shut down spaces for dialogue, scholarship, dissent, and quality teaching. This is a form of forced exile, one wedded to expanding faculty powerlessness and undermining any sense of autonomy. It is against this notion of oppressive exile wedded to the market driven prescription of undermining faculty power while intensifying their labor that the concept of exile has to be rethought. Instead, exile must be seen and theorized as part of a larger political and empowering discourse connected to an affective and ideological space of struggle and resistance. Less an oppressive space of containment and deskilling, exile can become the grounds for a revitalized kind of public space and activism where a new language, a new understanding of politics, and new forms of solidarity can be nurtured among the displaced — that is, among those who refuse the neoliberal machinery of social and political violence that defines education solely as a source of profit, mode of commerce, and “feel good” pedagogy. The renowned sociologist Zygmunt Bauman’s comments on his notion of welcoming exile under certain circumstances should not therefore surprise us, especially in light of his own experience of marginality as a Jewish public intellectual and as a courageous exemplar of civic courage. What must be understood and emphasized here is that Bauman’s position, along with that of Adorno and Said’s, does not constitute a celebration of marginality. Rather, for all of these scholars, exile is an affirmation to keep going in the midst of what sometimes appears to be a deadening form of academic madness and insularity driven by forces which constantly seek to undermine the university as a democratic public sphere. Bauman writes:

I need to admit, however, that my view of the sociologists’ vocation does not necessarily overlap with the consensus of the profession. Dennis Smith has described me as an “outsider through and through.” It would be dishonest of me to deny that denomination. Indeed, throughout my academic life I did not truly “belong” to any school, monastic order, intellectual camaraderie, political caucus, or interest clique. I did not apply for admission to any of them, let alone did much to deserve an invitation; nor would I be listed by any of them—at least unqualifiedly—as “one of us.” I guess my claustrophobia—feeling as I do ill at ease in closed rooms, tempted to find out what is on the other side of the door—is incurable; I am doomed to remain an outsider to the end, lacking as I [do] the indispensable qualities of an academic insider: school loyalty, conformity to the procedure, and readiness to abide by the school-endorsed criteria of cohesion and consistency. And, frankly, I don’t mind.[2]

While I don’t want to romanticize positions of marginality and exile, they may represent some of the few spaces left in the university where one can develop a comprehensive vision of politics and social change, challenge the often deadening silos of disciplinarity, while making connections with wider social movements outside of the university. The fight for the university as a public good is essential to the development of a vibrant formative culture and democracy itself. Exile may be one of the few spaces left in neoliberal societies as democracy is pushed ever farther to the margins where individuals must learn to work together to cultivate a sense of meaningful connection, solidarity, and engaged citizenship that moves beyond an allegiance to narrow interest groups and fragmented, single issue politics. Exile might be the space where a kind of double consciousness can be cultivated that points beyond the structures of domination and repression to what the poet Claudia Rankine calls a new understanding of community, politics, and citizenship in which the social contract is revived as a kind of truce in which we allow ourselves to be flawed together. She writes:

You want to belong, you want to be here. In interactions with others you’re constantly waiting to see that they recognize that you’re a human being. That they can feel your heartbeat and you can feel theirs. And that together you will live—you will live together.The truce is that. You forgive all of these moments because you’re constantly waiting for the moment when you will be seen. As an equal. As just another person. As another first person. There’s a letting go that comes with it. I don’t know about forgiving, but it’s an “I’m still here.” And it’s not just because I have nowhere else to go. It’s because I believe in the possibility. I believe in the possibility of another way of being. Let’s make other kinds of mistakes; let’s be flawed differently.[3]

To be “flawed differently” works against a selfish desire for power and a sense of belonging to the often suffocating circles of certainty that define fundamentalisms of all ideological stripes. Being “flawed differently” also suggests the need to provide room for the emergence of new democratic public spheres, noisy conversations, and a kind of alternative third space informed by compassion and respect for the other. Under such circumstances, critical exchange and education matters not as a self-indulgent performance in which individuals simply interview themselves but as public acts of reaching out, a willingness to experience the other within the space of exile that heralds and precipitates a democracy to come. This would be a democracy where intellectual thought informs critique, embodies a sense of integrity, and reclaims education in the service of justice and equality.

 

What might it mean, then, to imagine the university as containing spaces in which the metaphor of exile provides a theoretical resource to engage in political and pedagogical work that is disruptive, transformative, and emancipatory? Such work would both challenge the mainstream notion of higher education as a kind of neoliberal factory, as well as the ideological fundamentalism that has emerged among many conservatives and some alleged progressive voices. What might it mean to address the work that we do in the university, especially with regards to teaching as a form of classroom grace– a place to think critically, ask troubling questions, and take risks, even though that may mean transgressing established norms and bureaucratic procedures?[4] 

Exile is not a prescription or rationale for cynicism, nor is it a retreat from one’s role as an informed and engaged faculty member. On the contrary, it is a space of possibility where the reality of the university as defined by the culture of business and a reductive instrumental rationality can be challenged by a view of the university as a public good, one that expands and deepens relations of power among faculty, administrators, and students while redefining the mission of the university. In an age of overwhelming violence, war, and oppression, universities must create formative cultures that allow students to assume the role of critically engaged citizens, informed about the ideologies, values, social relations, and institutions that bear down on their lives so that they can be challenged, changed, and held accountable. Exile in this sense is a space of critical dialogue, a posture of engaged dissent, a place filled with visions that refuse to normalize the present while imagining a more just future. It is a deeply political and moral space, one that makes education central to any viable notion of agency and politics, and works hard to create the public spaces and formative cultures that make democracy possible.

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[1] Noam Chomsky, “The Death of American Universities,” Reader Supported News, (March 30, 2015). Online at: http://readersupportednews.org/opinion2/277-75/29348-the-death-of-american-universities

[2] Efrain Kristal and Arne De Boever, “Disconnecting Acts: An Interview with Zygmunt Bauman Part II,” Los Angeles Review of Books (November 12, 2014). Online: http://lareviewofbooks.org/essay/disconnecting-acts-interview-zygmunt-bauman-part-ii

[3] Meara Sharma interviews Claudia Rankine, “Blackness as the Second Person,” Guernica (November 17, 2014). Online: https://www.guernicamag.com/interviews/blackness-as-the-second-person/

[4] Kristen Case, “The Other Public Humanities,” The Chronicle of Higher Education (January 13, 2014). Online:http://m.chronicle.com/article/Ahas-Ahead/143867/

 

(*)  Henry Giroux (Providence, 18 de septiembre de 1943) es un crítico cultural estadounidense y uno de los teóricos fundadores de la pedagogía crítica en dicho país. Es bien conocido por sus trabajos pioneros en pedagogía pública, estudios culturales, estudios juveniles, enseñanza superior, estudios acerca de los medios de comunicación, y la teoría crítica.

 

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Enfoque de Calidad en Educación Universitaria: una experiencia vivida

Enfoque de calidad en educación universitaria: una experiencia vivida

Una experiencia de reflexión crítica entre docentes universitarias/os sobre ‘calidad educativa’, desde las propias experiencias confrontadas con nuevos insumos y llevando a compromisos concretos para un nuevo año académico en UNAN-Managua / FAREM-Estelí y UNI-Norte, también en Estelí, Nicaragua.

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«Ser colaborador» del Movimiento social de niños, niñas y adolescentes trabajadores

“Ser Colaborador”

“Ser Colaborador”, concerniente al mundo real de la niñez trabajadora, es el título del estudio patrocinado por «Save the children» y escrito de la mano de dos importantes referentes cuando se habla de quienes han asumido como tarea militante acompañar las luchas de quienes reivindican el derecho  al trabajo digno y emancipador.En estos procesos, Colaboradores adultos los acompañan

En palabras de sus autores, la concepción de que se entiende con la figura del Colaborador que plantea el estudio, viene develada desde las voces vertidas por la misma niñez trabajadora, las expresadas por los Colaboradores que acompañan su quehacer cotidiano, y por la opinión de los Colaboradores referentes por su trayectoria, aportes y tiempos en el Movimiento social de niños, niñas y adolescentes trabajadores de América Latina y el Caribe (MOLACNATs). cuya data aproximada  es de cuatro décadas a escala nacional y de casi tres décadas a nivel regional en América Latina como MOLACNATs.

Este abordaje no podía ser de otra forma cuando el movimiento en si, ha sido colmado deliberadamente, y con especial cuido, por la conciencia crítica, la formación, la dinámica social, en síntesis, por el protagonismo, de los niños, niñas y adolescentes trabajadores (NATs), quienes en su quehacer social han reivindicado sus necesidades fundamentales, acompañados(as) por adultos(as) que ejerciendo una múltiple y permanente labor social colaborativa, han asumido roles como problematizadores problematizados, educadores, defensores de los derechos humanos de la niñez trabajadora y sistematizadores, entre muchas funciones.

Pensar al Colaborador, “con un polo a tierra” conectado con el sujeto de la realidad social, mediado por la amorosidad, es quizás el resultado de preguntarse: ¿Qué es ser Colaborador? desde un profundo, leal y militante respeto por las distintas voces consultadas, toda vez que cualquier traducción podría cercenar la riqueza de sentidos que tienen los NATs, su movimiento social y, en él, el significado de la presencia del Colaborador.

Para acceder a este interesante investigación militante, hacer clic aquí

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