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La lista EDU-COMP una herramienta para el desarrollo de la educación comparada

Luis M. Naya*

RESUMEN

En este artículo se presentan las diferentes redes académicas que se han creado en torno a la educación comparada y se hace hincapié en las listas de distribución, especialmente en las específicas de la Educación Comparada (Compared, AFEC-Info y Edu-Comp). La lista Edu-Comp, desde su creación en 1999 ha supuesto una fuente de información fundamental para los profesionales de la Educación Comparada (docentes, investigadores y técnicos de organismos internacionales). Sin duda, el espacio virtual es una herramienta útil para los investigadores en Educación Comparada, pues no podemos olvidar que el acceso a fuentes de información primaria es un elemento clave para la elaboración de todo tipo de investigaciones y, especialmente, comparadas.

PALABRAS CLAVE: Educación Comparada; Tecnologías de información y comunicación; Fuentes de información; Listas de distribución.

 

ABSTRACT

 

 

In this article several academic networks which have been created concerning the compared education are presented and lists of distribution are emphasized, especially the specific ones of the Compared Education (Compared, AFEC-Info and Edu-Comp). The Edu-Comp list, from its creation in 1999, has meant a source of fundamental information for the professionals of the  Compared Education (professors, researchers and technical personnel of international organizations. Undoubtedly, the virtual space is a useful tool for the researchers in Compared Education, since we cannot forget that the  access  to  the sources to primary information is a key element for the production of all kind of researches and, specifically, compared ones.

 

KEY WORDS: Comparative education; Information and communication technologies; Sources of information; Distribution lists.

 

***** INTRODUCCIÓN

En la Sociedad de la Información y de la Comunicación, y más aún en el campo específico de la Educación Comparada, es absolutamente imprescindible trabajar en coordinación o, al menos, en comunicación con otras personas que estén desarrollando estudios e investigaciones en el mismo campo. En esta aportación partimos del que es, en nuestra opinión, el precursor del trabajo en red en la Educación Comparada, Marc Antoine Jullien de París, para luego centrarnos en un entorno de red más informal, como son las listas de distribución, un ejemplo de trabajo colaborativo en torno a un fin común, para, finalmente, extraer algunas conclusiones.

 

Una de las características de la globalización es la sociedad en red, la intercomunicación, e incluso la dependencia de las herramientas de comunicación. Hoy en día se está extendiendo la nomofobia (ansiedad por no poder consultar nuestro teléfono móvil) y podemos decir que, algo similar ocurre, si no podemos responder rápidamente a nuestro correo electrónico, enviar tweets, participar en las redes sociales, etc. La comunicación a través de dispositivos electrónicos está mediatizando nuestra vida y la está modelando en formas distintas. Participamos de grupos y tareas que hace unos años estaban fuera de nuestro alcance y mantenemos contactos informales inmediatos con personas que se encuentran a miles de kilómetros de distancia, aunque muchas veces ignoremos lo que ocurre a escasos cien metros de nuestra residencia.

 

La Sociedad del inicio del siglo XXI no la podemos entender sin las redes y, evidentemente, tampoco sin Internet. Castells (2001:161) nos decía que Internet es una herramienta que se adapta especialmente bien a las características de los movimientos que están surgiendo en la era de la información, principalmente por tres razones:

 

  • Los movimientos sociales de la era de la información se movilizan esencialmente en torno a valores culturales
  • Tienen la  tarea  de  rellenar  el  vacío  dejado  por  la  crisis  de  las  organizaciones verticalmente integradas
  • Las redes globales sortean en gran medida a las instituciones del Estado-nación.

 

En el momento actual no es posible trabajar en casi ningún campo científico sin el apoyo y los recursos que nos ofrecen distintas redes de trabajo internacional. El trabajo en red se ha impuesto como el paradigma del Siglo XXI. Probablemente esta situación sea todavía más importante si nos referimos al campo de trabajo de la Educación Comparada e Internacional, tal y como podremos ver a continuación.

 

  • EL TRABAJO EN RED Y LAS LISTAS DE DISTRIBUCIÓN EN EDUCACIÓN COMPARADA

La educación comparada es un campo abonado para el trabajo en red y podemos decir que es una de las disciplinas de las Ciencias de la Educación en las que el trabajo en red es más necesario.

 

  • Marc Antoine Jullien, precursor del trabajo en red

Marc Antoine Jullien1 de Paris hace casi 200 años, en 1816, hizo del trabajo en red la base de su propuesta. Su Comisión Especial de Educación no era otra que una red de trabajo internacional, compuesta por expertos con un fin muy concreto: la mejora de la educación. Como él mismo decía su objetivo era:

“Organizar, bajo los auspicios y con la protección de uno o de varios príncipes soberanos, y con el concurso de las sociedades de educación ya existentes, una Comisión Especial de Educación, poco numerosa, compuesta por hombres encargados de recoger, por ellos mismos, y por corresponsales asociados elegidos con cuidado, los materiales de un trabajo general sobre los establecimientos y los métodos de educación y de instrucción de los diferentes estados de Europa, reunidos y comparados entre ellos bajo este punto de vista […]. Esta empresa pedagógica, destinada a procurar medios rápidos y seguros de regenerar y de mejorar la educación pública y privada, en todas las modalidades de la sociedad, de estrechar los lazos religiosos, morales y sociales, que han sido distendidos y casi disueltos en la mayor parte de los estados, reclamaría el concurso de un cierto número de observadores atentos, juiciosos, ilustrados: no podría ejecutarse, en toda su extensión, más que con la ayuda  y  por  la  voluntad  de  varios  jefes  de  gobierno,  los  cuales  obtendrían,  para  sus  estados A pesar de que la mayoría de fuentes afirman que la edición del libro de Marc Antoine Jullien de Paris « Esquisse d’un ouvrage sur l’éducation comparée et séries de questions sur l’éducation» fue publicado en 1817, sus contenidos ya fueron editados en dos revistas (una en París y otra en Ginebra) en 1816.

Ciertamente, a pesar de que en muchos manuales de Educación Comparada se mantiene una historia romántica sobre la “desaparición” del Esquisse y su recuperación por el pedagogo polaco Ferenc Kémeny, la realidad es muy diferente. El Esquisse fue traducido parcialmente al castellano en 1818, al polaco en 1819, al inglés en 1827, etc. Por lo tanto, no podemos hablar de una obra desconocida, sino más bien de una obra que, en el momento en el que se publicó, fue una aportación claramente incomprendida y que caló poco o nada entre la comunidad científica de la época. La obra de Marc Antoine Jullien fue la acción de una persona fuera de su tiempo y que se alejaba de las pretensiones importadoras de los gestores de la mayor parte de los ministerios de educación de aquel momento. Cuando Pedro Rosselló conoce esta obra, allá por los  años 30 del siglo XX, está buscando la legitimación histórica del proyecto que estaba llevando a cabo en la Oficina Internacional de Educación, hecho que encuentra claramente en el Esquisse y afirma que “el lector se percatará de la fidelidad con que la Oficina ha ejecutado, sin conocerlo, el programa de investigaciones que constituye el testamento pedagógico del creador de la pedagogía comparada” (ROSSELLÓ, 1943:43). De todos modos, como afirma Gautherin (1993), la idea de ejecutar un programa sin conocerlo resulta, como mínimo, sorprendente, se podría haber hablado de concordancia de objetivos, vías comunes, etc. pero no de la ejecución de un desconocido programa. Independientemente de su hipotética aportación a la creación de este importante  organismo internacional, no cabe duda  de que  Jullien si hay algo que intentó fue crear una red internacional con un objetivo fundamental, la mejora de la educación, aunque los apoyos necesarios para poder lograr su objetivo no llegarán hasta pasado más un siglo.

 

  • Las listas de distribución en Educación Comparada. Redes informales de colaboración

Desde la propuesta quasi fundadora de una red de trabajo internacional en el campo de la educación comparada de Marc Antoine Jullien, muchas han sido las redes que han sido organizadas, algunas de ellas siguen en vigor, otras, por el contrario, han desaparecido a lo largo del tiempo, son casi como las corrientes educativas que proponía Pedro Rosselló.

Por nuestra parte hemos intentado hacer una clasificación de las redes en el campo de la educación comparada en relación a diferentes características que, en nuestra opinión, son elementos constitutivos de las mismas, así lo podemos hacer en relación al organismo que las promueve, en relación a su actividad académica o en relación a su estructura interna (NAYA y FERRER, 2013).

Independientemente de la necesidad de que las redes tengan un alto grado de cohesión y formalismo. En el mundo actual, sobre todo en el campo de las redes sociales, hay que tener en cuenta que las redes informales se han convertido en un medio importante para poner en contacto, de formas diversas, a personas interesadas en un tema, cualquiera que este sea. Según el informe, publicado por el Instituto Nacional de Tecnologías Educativas y de Formación del Profesorado – INTEF (2013), las redes que más se utilizan entre el profesorado son Facebook (80%) y Twiter (53%), la primera de ellas por  su facilidad para gestionar grupos y compartir documentos y la segunda como fuente de información, de comunicación entre profesores y para compartir información con otros docentes. En este estudio queda claro que el principal objetivo de una red docente es el intercambio de información, muy lejos del cual quedan, por ejemplo, compartir proyectos o el desarrollo profesional.

Las listas de distribución no cabe duda de que son una herramienta útil y dinámica para el intercambio de información relevante, pero, en muchos casos, su falta de estructuración, que es uno de sus puntos fuertes, puede convertirse asimismo en su talón de Aquiles, ya que al no depender jerárquicamente de una institución su existencia se puede diluir en caso de que la causa que las pusiera en marcha haya perdido su impulso inicial, como ha ocurrido en muchos casos.

Una lista de distribución, tal y como viene recogido en el Servidor de Red Iris2, no es más que un conjunto de direcciones de correo electrónico para enviar mensajes  o anuncios con un contenido de interés general para todos los miembros de la red. La lista es gestionada por uno o varios coordinadores con misiones diversas, la principal de ellas es hacer que se respeten las normas mínimas establecidas en las bases de la lista. A través de estas direcciones electrónicas los miembros de la lista intercambian mensajes sobre una temática particular, compartiendo sus conocimientos y debatiendo temas de interés común, pudiendo llegar a constituir una Comunidad Virtual.

L-Soft, productor del software Listserv tiene catalogadas más de 500.000 listas en todo el mundo que funcionan con dicho programa, de las cuales algo más de un 10% son públicas (L_SOFT, 2013). Este software no es el único que se puede utilizar para la gestión de listas, pero es el más utilizado. De todas ellas menos de 300 listas tienen más de 10.000 suscriptores y menos de 3000 más de 1000 suscriptores. Por lo tanto podemos ver que estas comunidades virtuales no suelen ser muy numerosas, aunque están extendidas por todo el globo.

La Educación Comparada, por razones intrínsecas a su objeto de estudio y visión internacional no podía estar ausente de un espacio colaborativo tan rico y útil como son las listas, por eso hace ya unos cuantos años ya planteábamos, cuando dimos los primeros pasos que dimos para conformar la lista que:

“un buen comparatista en el mundo de hoy ya no puede refugiarse en la excusa de la dificultad de las comunicaciones para no estar al día de los cambios que se producen en los sistemas educativos. Los organismos internacionales, los Ministerios de Educación de los diferentes países, las asociaciones profesionales y las sociedades científicas del ámbito educativo, todos ellos incorporan cada vez sus documentos, leyes, proyectos de reforma, debates,… a sus páginas web. Intercambiar opiniones y conocimiento, orientar en la ‘navegación’ dentro de este mar de información, constituyen elementos de gran valor para mejorar nuestra formación y en consecuencia elevar el nivel académico de la Educación Comparada” (FERRER y NAYA, 1999).

 

  • ComparEd

Es la lista decana de las tres que están en funcionamiento. Surgió en marzo de 1995 en la facultad de Educación de la Universidad de Hong Kong, con el objetivo principal de proporcionar un forum mundial sobre Educación Comparada.

  • La Lista Edu-Comp está alojada en el Servidor de Red Iris (Interconexión de los Recursos InformáticoS). RedIRIS es la red académica y de investigación española y proporciona servicios avanzados de comunicaciones a la comunidad científica y universitaria nacional. Está financiada por el Ministerio de Economía y Competitividad, e incluida en su mapa de Instalaciones Científico-Técnicas Singulares (ICTS). Se hace cargo de su gestión la entidad pública empresarial Red.es, del Ministerio de Industria, Energía y Turismo. RedIRIS cuenta con más de 450 instituciones afiliadas, principalmente universidades y centros públicos de investigación. http://www.rediris.es/rediris/ (consultada el 2 de enero de 2014).

 

ComparEd es una lista de suscripción moderada, por lo tanto las personas que deseen ser incluidas deben enviar un mensaje al moderador quien aprobará o no la inclusión del solicitante en la lista. Una vez una dirección es miembro de la misma podrá enviar los mensajes que considere oportunos a la lista.

Esta es una lista que no distribuye un alto número de mensajes, aunque los que llegan son muy relevantes. La gran mayoría de los mensajes distribuidos son en lengua inglesa. El número de suscriptores superó los 600 en febrero de 2004.

Podemos decir que es, en este momento, una lista “dormida” ya que desde hace más de dos años no ha distribuido ningún mensaje.

 

  • Afec-Info

La lista Afec-Info fue creada en mayo de 2001 por la Association Francophone d’Éducation Comparée (AFEC) y, actualmente, comparte su gestión con la Réseau Africain Francophone d’Education Comparée (RAFEC).

La lista es de suscripción libre, pero todos los mensajes que se distribuyen exigen la aprobación del moderador de la lista.

El objetivo de Afec-Info es difundir información relativa a la Educación Comparada a un público amplio: anuncios de congresos o coloquios, jornadas de estudios, sumarios de revistas, convocatorias de investigación, etc. Su objetivo es principalmente informar, de ahí también su nombre, aunque no descarte permitir el establecimiento de relaciones directas entre los equipos y los investigadores, enseñantes, expertos internacionales, etc.

Afec-Info está instalada en el CRU (Comité Réseau des Universités), organismo público francés de apoyo a la infraestructura informática para la investigación que aloja, a su vez, el archivo histórico de los mensajes transmitidos en la lista.

Al igual que ComparEd, Afec-info no ha estado casi activa en los últimos cinco años y, como la primera, podemos decir que es, en este momento, una lista “dormida”.

 

  • EduComp

La idear de crear la lista Edu-Comp surgió a finales de 1998 como una iniciativa particular de Ferran Ferrer y Luis Mª Naya, sin ninguna dependencia jerárquica ni institucional con sociedad, organismo o institución. La lista surgió ya que, desde tiempo atrás, ambos compartíamos los recursos que, sobre nuestra disciplina, encontrábamos en la red y que podían ser útiles para el desarrollo de la docencia en investigación en el campo de la  educación  comparada,  así  que  pensamos  que  aquello que,  ciertamente,  era útil  para nosotros también lo podría ser para la comunidad científica. Partiendo de esta base, en diciembre de 1998, nos dirigimos a Red Iris, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que aprobaron inmediatamente la propuesta y comenzamos el trabajo con los siguientes objetivos principales:

 

  • Intercambiar información  sobre  eventos,  libros,  páginas  web…  de  Educación Comparada.
  • Compartir documentación de interés para nuestra actividad docente e investigadora.
  • Debatir sobre temas de actualidad en la medida que lo consideremos de utilida

 

El primer mensaje fue distribuido el 12 de febrero de 1999, por lo tanto cuando este artículo vea la luz, la lista ya habrá cumplido 15 años de actividad ininterrumpida. Posteriormente, en diciembre de 1999, con motivo de la celebración de las II Jornadas Científicas de Educación Comparada, celebradas en Murcia, hicimos la primera “presentación pública” de la  misma  a la comunidad científica  que,  desde  entonces,  ha mantenido esta iniciativa.

Edu-Comp es una lista de suscripción moderada y en la actualidad la forman 138 investigadores o docentes de Educación Comparada, así como gestores de organismos internacionales de Educación.

La mayoría de los mensajes distribuidos en la lista se hace en castellano, aunque no es extraño que se distribuyan mensajes en francés o en inglés.

Para gestionar y/o ser miembro de una lista de distribución no hacen falta conocimientos avanzados de informática, tan sólo debe dominarse el uso del correo electrónico y, especialmente, querer compartir información y discutir sobre temas comunes, ya que su uso diario es extremadamente sencillo. Los mensajes se reciben en el buzón electrónico personal y si alguien quiere hacer alguna aportación tan sólo tiene que escribirla y enviarla a una dirección electrónica, que posteriormente se encarga de distribuirlo automáticamente a todos los miembros de la lista. En el caso de la lista Edu-Comp la dirección a la cual hay  que remitir los mensajes es: edu-comp@listserv.rediris.es. Los moderadores de la lista Edu-Comp, a diferencia de otras listas, no controlan los mensajes que se van a distribuir entre los miembros, es decir, cuando un miembro envía un mensaje a la dirección determinada, éste es transmitido inmediatamente a las direcciones electrónicas de todos los miembros de la lista sin ningún tipo de supervisión previa.

Asimismo dentro del servidor de la Red Iris existe un archivo histórico en el cual los miembros de la lista pueden consultar todos los mensajes que, desde su puesta en marcha, han sido enviados y distribuidos a través de la lista3. Aunque, en muchos casos, esta es una herramienta casi desconocida para los miembros de la lista (NAYA y FERRER, 2002).

Los administradores de Edu-Comp, podemos decir que en sus casi 15 años de funcionamiento la lista ha proporcionado gran cantidad de información a los usuarios, así en todo este tiempo se han distribuido 3468 mensajes, lo cual da una media de algo más de 4 mensajes por semana. Consideramos que esta cantidad, que no es muy elevada, ayuda a que los mensajes sean leídos por los usuarios ya que todos somos conscientes de que la consulta del correo electrónico, fundamentalmente debido a la gran cantidad de mensajes irrelevantes que nos llegan, se está convirtiendo en una tarea muy tediosa.

 

Tabla 1. Mensajes distribuidos en la lista Edu-Comp por año

Año Número de mensajes
2013 334
2012 290
2011 242
2010 214
2009 294
2008 205
2007 262
2006 208
2005 247
2004 293
2003 221
2002 205
2001 196
2000 170
1999 87
Total 3468

Fuente: elaboración propia.

 

¿Quiénes componemos Edu-Comp en este momento? Como ya hemos planteado previamente, en este momento hay en Edu-Comp 138 direcciones suscritas.

 

Tabla 2. Miembros de Edu-Comp por país de residencia

Ps Número de miembros Ps Número de miembros
Alemania 1 Francia 2
Argentina 17 Gran Bretaña 2
Bélgica 1 Grecia 2
Brasil 2 Italia 2
Canadá 1 México 2
Chile 3 Perú 1
China 1 Portugal 2
Costa Rica 3 Suiza 4
España 85 Uruguay 1
Estados Unidos 4 Venezuela 2

 

 

Fuente: elaboración propia.

Tal y como puede verse en la tabla 2, el 74% de los miembros de Edu-Comp residen en Europa y la casi totalidad del resto en América Latina. La mayoría de ellos provienen de países castellano parlantes y la lengua de funcionamiento habitual es el castellano. En lo relativa al género de los miembros de la lista, un 40% son mujeres, lo cual no nos sitúa en una situación de igualdad de género, pero al menos estamos en límites de cercanía a la misma.

A entender de los administradores, la lista ha cumplido con creces sus objetivos iniciales y entres sus puntos fuertes podemos destacar:

  • El alto grado de satisfacción de los miembr En todas las conversaciones públicas y privadas los miembros de la lista han afirmado que ha sido una herramienta que ha servido para su actualización docente, recepción de nuevas fuentes  de información etc.
  • El perfil de los miembros de la lista es coherente con sus objetivo Esta misma coherencia también se da entre los objetivos y los beneficios que finalmente reciben los integrantes de la misma. De ahí su alto grado de adhesión y las escasas solicitudes de baja en la lista desde el inicio de su funcionamiento.
  • Vistas otras experiencias en el campo internacional de listas similares a la nuestra podemos decir que Edu-Comp es una lista con gran actividad y relevancia, tanto por el número como por la calidad de los mensaje Por otra parte la pertinencia de los mensajes distribuidos tiene una relación directa con la satisfacción de los miembros ya que la mayor parte de los mismos tienen una relación directa con el trabajo académico e investigador de los miembros de la lista.
  • Uno de los aspectos positivos de la lista, no previsto inicialmente, es precisamente poner en contacto a especialistas que trabajan en ámbitos e instituciones diferentes dentro de la Educación Comparada: bien para iniciar y/o consolidar proyectos en común, bien para tener un conocimiento más aproximado de lo que se produce en un entorno diferente al de cada uno de nosotros.
  • La no dependencia jerárquica de ninguna institución científica, pública o privada da grandes opciones a la libertad de comunicación y no obliga a los miembros a adscribirse a ningún tipo de entida
  • Por último,  que  los  servicios  técnicos  necesarios  para  su  funcionamiento  estén soportados por la Red Iris, permiten que no haya ningún tipo de canon por ser miembro de la lista, lo que evita también dificultades administrativas y de gestión que podrían llegar a ser un impedimento importante para su funcionamiento.

 

Pero no por ello podemos olvidarnos que también hay una serie de puntos débiles de la lista, que, a nuestro entender son los siguientes:

  • Debemos intentar alejarnos del grave riesgo que supone que unos sean informadores y otros receptores de información. Debemos procurar que no haya una división de funciones en la lista a partir de esto: por ejemplo, los administradores informan, el resto reciben; los miembros de organismos internacionales informan, los profesores universitarios reciben,… En este sentido hay que señalar que la gran mayoría de los miembros han enviado, al menos, un mensaje a la lista. Aunque también hay que reconocer que algo más de la mitad de los mensajes distribuidos (1882 de 3468) han sido emitidos por los administradores de Edu-Com
  • Necesitamos tener una actitud más activa en la lista, alterando la tendencia de los miembros de la misma a pensar más en la lista como servicio que se ofrece para obtener determinados productos y menos como servicio compartido que se enriquece en la medida en que todos aportamos algo.
  • Aún parece existir una cierta tentación a no compartir la información de que disponemo Es preciso impregnar al colectivo de miembros de la lista, y especialmente a los profesores universitarios, de que compartir la información no supone pérdida de poder sino más bien potenciación de nuestras actuaciones y, en consecuencia, mayores posibilidades de demandas de nuevos proyectos por parte de las diferentes entidades interesadas. En definitiva, en la medida que un colega de la lista mejora su actuación profesional, y prestigia por tanto los estudios comparados, más fácil es que el resto de miembros salgamos beneficiados de una forma u otra. Pensemos que la situación contraria, también, se puede producir.
  • En definitiva, debemos avanzar para que la lista siga siendo un elemento cooperativo en el cual la mayoría comparta una mayor cantidad de información y en donde se establezcan debates científicos, tarea que es también una de las asignaturas pendiente

 

  1. CONCLUSIONES

El tiempo en el que el investigador trabajaba aislado en su biblioteca o laboratorio concluyó. En el siglo XXI no es concebible un trabajo que no tenga una plasmación en una red, una comunicación con el resto de la comunidad científica. El trabajo de investigación se convierte así en una colaboración en tiempo real con una mayor y mejor acceso a la información y la posibilidad de trabajos más profundos y compartidos. En este sentido, el trabajo en red permite un análisis más profundo del objeto de estudio; ya que las visiones de los miembros de la red complementan el análisis del mismo, asimismo, por las mismas razones, el trabajo en red supone una mayor complejidad y profundidad del trabajo comparativo.

La lista Edu-Comp ha demostrado, a lo largo de estos 15 años, ser una potente herramienta transmisión y difusión de la información, pero no lo ha sido tanto para generar un espacio para la discusión. Los nuevos medios y redes sociales que están surgiendo, como Twitter, Academia.edu, etc., como plantea BAIGET (2013) “éstas, mucho más fulgurantes, han quitado bastante protagonismo a las listas, que a los ojos de todos aparecen como muy ‘clásicas’, sabiendo ya todo el mundo lo que dan de sí”. Nuestro planteamiento es el de la complementariedad, todos los medios son y deben ser útiles para el objetivo fundamental que no es otro que mejorar nuestra docencia e investigación en el campo de la educación comparada. Las listas moderadas consiguen reducir notablemente el “ruido” y los mensajes “off-topic”, que se repiten cansinamente en muchas redes sociales.

Porque ¿Cómo debe ser el docente e investigador en Educación Comparada en la actualidad? En nuestra opinión además tener de un profundo conocimiento de la materia, debe ser una persona activa en las redes sociales, con un conocimiento avanzado de las Tecnologías de la Información y Comunicación, que le posibiliten dominar  sus posibilidades y ser consciente de sus límites, asimismo debe estar dotado de la necesaria infraestructura, que le permita comunicar y hacer llegar sus trabajos a la comunidad científica. Las listas de distribución, entre otros medios, pueden ser un elemento que favorezca la comunicación horizontal y que permita su actualización, tanto de contenidos como de metodologías de trabajo o contactos para el desarrollo de nuevos proyectos.

Como ya planteábamos previamente:

“Es cierto que la educación comparada ha sido, en muchas ocasiones, pionera en España en este ámbito – y también en el de la investigación – a la hora de proporcionar instrumentos. Sin embargo el reto es aún más complejo al tener un universo de información muy amplio. Es ahí donde el rol de una buena docencia en Educación Comparada no está tan sólo en estar bien conectado a las fuentes de información sino en ser constructores de conocimiento en nuestro ámbito. Pero en los aspectos relativos específicamente a la docencia con nuestros estudiantes el rol sufre un cambio relevante. Debemos pasar de ser informadores a ser orientadores en la búsqueda de información así como ser agentes críticos de la misma, proporcionándoles las claves de  interpretación  necesarios  para  el mundo educativo de hoy” (NAYA, FERRER y MARTINEZ, 2009:290).

En resumen, el docente e investigador en educación comparada debe ser una persona con actitud positiva a los nuevos retos tecnológicos, profesionales, intelectuales, etc. con un espíritu colaborativo y de necesaria difusión y contraste de los conocimientos. Un nuevo modelo de profesional de la educación que, además de poseer los necesarios conocimientos los pueda transmitir de forma significativa y atractiva. Un importante reto al que obligatoriamente necesitamos responder.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

 

CASTELLS, M. (2001): La Galaxia Internet. (Madrid, Plaza y Janés).

GAUTHERIN, J. (1993): Marc-Antoine Jullien, en Perspectivas, vol. XXIII, 3-4, pp. 805- 821.

 

 

 

JULLIEN, M. A. (1817): Esquisse d’un ouvrage sur l’éducation comparée (Paris, Colas).

NAYA, L.M. y FERRER, F. (2002): Evaluación de la lista Edu-Comp. Balance de una época, en GONZÁLEZ, A. y AYALA, A.: Realidad y Prospectiva de la Educación Superior: un enfoque comparado. Murcia, Diego Marín Librero, pp. 363-371.

NAYA, L.M. y FERRER, F. (2013): Las redes y la Educación Comparada ¿Hay otro camino?, en VV.AA.: Conversaciones con un maestro (Liber Amicorum). pp. 469- 480 (Madrid, UNED, Ediciones Académicas).

NAYA, L.M.; FERRER, F. Y MARTÍNEZ, M.J. (2009): Pasado, presente y futuro de la enseñanza de la Educación Comparada en España, Revista Española de Educación Comparada, nº 15, pp. 277-294.

ROSSELLÓ, P. (1943): Les précurseurs du Bureau International  d’Education(Ginebra, OIE).

ROSSELLÓ, P. (2007): La teoría de las corrientes educativas y otros ensayos. Edición a cargo de Julio Ruiz Berrio (Madrid, Biblioteca Nueva).

 

REFERENCIAS INFORMÁTICAS

 

AFEC-INFO: http://afecinfo.free.fr/ (consultada el 2 de enero de 2014).

BAIGET, T. (2013): “20 aniversario de la lista de correo Iwetel”, en http://www.thinkepi.net/20-aniversario-lista-correo-iwetel (consultada el 2 de enero de 2014).

COMPARED:  http://www.fe.hku.hk/cerc/cercweb.htm (consultada el 2 de enero de 2014).

FERRER,        F.        Y       NAYA,        L.M.        (1999):       “Lista        Edu-Comp”       en

http://www.rediris.es/list/info/edu-comp.html (consultada el 2 de enero de 2014). INSTITUTO  NACIONAL  DE  TECNOLOGÍAS  EDUCATIVAS  Y  DE  FORMACIÓN

DEL PROFESORADO (2013): Encuesta Redes Sociales y Docentes. Resumen disponible en http://www.slideshare.net/xarxatic/informeredessociales02?ref=http:// (consultada el 2 de enero de 2014).

L-SOFT     (2013):     “CataList,     the     official    catalog     of    LISTSERV®       lists”     en

http://www.lsoft.se/catalist.html (consultada el 2 de enero de 2014)

 

 

 

 

PROFESIOGRAFÍA

 

Luis M. Naya

 

 

Profesor titular del Departamento de Teoría e Historia de la Educación de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea. Fue el creador, junto a Ferran Ferrer, de la lista Edu-Comp en 1999. Ha sido secretario de la Sociedad Española de Educación Comparada de 2002 a 2006 y presidente del X Congreso Nacional de Educación Comparada que se celebró en Donostia-San Sebastián en 2006. Ha publicado y coordinado diversos libros y artículos, entre los que destacan “La Educación y los Derechos Humanos”, “El Derecho a la Educación en un mundo globalizado” y más recientemente, junto con Paulí Dávila, ha coordinado el libro “Derechos de la infancia y educación inclusiva en América Latina” (Buenos Aires, Granica). Asimismo es miembro del Grupo de Estudios Históricos y Comparados en Educación – Garaian, reconocido por el Gobierno Vasco con el número IT 603-13, y coordinador de la Unidad de Formación e Investigación “Educación, Cultura y Sociedad (UFI 11/54)” de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea UPV/EHU. Sus principales líneas de investigación son el derecho a la educación y los derechos de los niños, niñas y adolescentes desde una perspectiva educativa y comparada. Datos de contacto: Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea, Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación, Avda. de Tolosa, 70 – Apto. 1249, 20080 Donostia-San Sebastián, Teléfono: 943 015601. E-mail: luisma.naya@ehu.es.

 

 

 

 

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Luis Antonio Bigott o La pedagogía del cimarronaje

Bigott siempre estaba presente con su palabra crítica, contundente, alentadora y comprensiva

El maestro Luis Antonio Bigott fue un irreverente con humildad y profundidad, académico recio, solidario, humano mil veces humano y leal aún en las peores condiciones

No es fácil para mi escribir sobre mi amigo, hermano y maestro Luis Antonio Bigott. Igual me sucedió en otra oportunidad, cuando me agarró la depresión digital en el momento que repentinamente otros seres queridos pasaron de la vida terrenal a la vida espiritual.

Irreverente con humildad y profundidad, académico recio, solidario, humano mil veces humano y leal aún en las peores condiciones por las que he transitado a lo largo de mi vida. Siempre estuvo ahí.

Él siempre estaba ahí con su palabra crítica, contundente, pero alentadora, comprensiva y siempre buscando soluciones menos dolorosas para nuestros problemas. Sin discusión el «Iyamba», el «Monina», como le decía, ha sido el aliado académico más extraordinario que han tenido en toda nuestra historia de lucha las y los afrodescendientes en este país.

La comprension afrodescendiente

Las etapas de Luis como académico son conocidas por casi todos quienes han estado en las luchas pedagógicas de este país. Mi primer acercamiento a Bigott fue el momento en el cual era director de la Escuela de Educación de la Universidad Central de Venezuela y tenía la intención de cambiar radicalmente el currículo de una escuela que no reflejaba la diversidad e identidad múltiple de nuestro país.

Para esos momentos, Luis había creado los llamados Estudios Universitarios Supervisados para que las comunidades indígenas pudieran obtener un titulo en educación, asi como miles de activistas hicieron lo propio a través de este sistema que luego asumió, para ese momento, la victoria revolucionaria sandinista.

Una vez, cuando era director de la Escuela de Educación de la UCV, me invitó a su cátedra de análisis de los procesos educativos, en la cual expuse los primeros balbuceos de mis trabajos de investigación que había realizado en Barlovento.

De ahí lo invite a recorrer las comunidades afro conjuntamente con otros cimarrones y cimarronas: Chuao-Ocumare (Aragua), La Sabana (Vargas), Farriar, los Cañizos Palo Quema’o, Palmerejo (Yaracuy) y Barlovento, donde conoció a los cultores Aureliano Huice, Celsa Duarte, Alejandro El Mocho Burguillo y la gente del Mango de Ocoyta. Todo ese contacto que hicimos le abrió ese otro mundo, el de la afrovenezolanidad.

En 1987 le sugiero, cuando fue director académico de la Facultad de Humanidades y Educación, crear el Centro de Estudios Afroamericanos Miguel Acosta Saignes, donde trabajamos tres líneas estratégicas, como fueron el trabajo de campo desde una perspectiva de construir currículo con y para las comunidades; la creación del taller permanente de estudios afroamericanos, el cual realizamos cada 15 días sobre investigaciones históricas, culturales, religiosas, ecológicas en comunidades afro; y los encuentros nacionales e internacionales en homenaje a Acosta Saignes(1988) como el que hicimos en homenaje al gran investigador de la cultura afrocubana Don Fernando Ortiz (1989).
Lamentablemente, al cambio de autoridades, esta experiencia, fue castrada por la actitud racista e inquisidora de las nuevas autoridades.

Pero con el Iyamba seguimos abriendo nuevos famba (espacios).

A comienzos de los noventa es designado director de artesanías del viejo Ministerio de Cultura, desde donde impulsamos espacios para los artesanos afrovenezolanos, migrantes haitianos, afrocolombianos e indígenas.

Bigott y la inclusión Afroandina

Cuando, este pedagogo cimarron, asume como diputado, la comisión de Derechos Humanos del Parlamento Andino, me invita a formular políticas de inclusión afro en los cincos países del área: Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú y Venezuela. Recorrimos juntos zonas de conflictos infectadas por paramilitares.

No nos importaba el riesgo. Acudimos a escuchar testimonios de hombres y mujeres que han sufrido en carne propia el descuartizamiento de sus seres queridos. Denunciamos abiertamente esa situación ante los organismos correspondientes. Recibimos amenazas del sector paramilitar, lo que no fue obstáculo en nuestras luchas.

Bigott en Barlovento

Ya en su última etapa regresa a Barlovento con un proyecto que es un reto dentro de la planificación estratégica del país, ya que se trata de convertir a Barlovento en una zona de conocimiento. Ante la problemática de Tacarigua de la Laguna viajó hasta allá para sumarse al combate ecológico.

Discutimos, dialogamos críticamente, incluso algunos de nuestros foros en el mes de octubre fueron saboteados por alguno que otro político o personeros del gobierno y me decía: «pa’lante hermano, esta vaina hay que defenderla contra los que creen que el poder se reduce a un partido y a una dirección que no entiende la participación real y efectiva de los pueblos ante esta enorme crisis que estamos viviendo».

Entendió la necesidad de cimarronear con dignidad los espacios contemporáneos a como diera lugar. «Chucho, la pedagogía cimarrona continúa», fue lo que me dijo la última vez que hablamos telefónicamente, antes del 26 de febrero.

EPÍGRAFE

«Pa’lante hermano, esta vaina hay que defenderla contra los que creen que el poder se reduce a un partido y a una dirección que no entiende la participación real y efectiva de los pueblos ante esta enorme crisis que estamos viviendo…»
Luis Antonio Bigott

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Poisoned City: Flint and the Specter of Domestic Terrorism

In the current age of free-market frenzy, privatization, commodification and deregulation, Americans are no longer bound by or interested in historical memory, connecting narratives or modes of thinking that allow them to translate private troubles into broader systemic considerations. As Irving Howe once noted, «the rhetoric of apocalypse haunts the air» accompanied by a relentless spectacle that flattens time, disconnects events, obsesses with the moment and leaves no traces of the past, resistance or previous totalitarian dangers. The United States has become a privatized «culture of the immediate,» in the words of Zygmunt Bauman and Carlo Bordoni: It is a society in which the past is erased and the future appears ominous. And as scholar Wendy Brown has noted in Undoing the Demos, under the rule of neoliberalism, the dissolution of historical and public memory «cauterizes democracy’s more radical expressions.»

To read more articles by Henry A. Giroux and other authors in the Public Intellectual Project, click here.

Particularly now, in the era of Donald Trump, US politics denotes an age of forgetting civil rights, full inclusion and the promise of democracy. There is a divorce between thought and its historical determinants, a severance of events both from each other and the conditions that produce them. The growing acceptance of state violence, even its normalization, can be found in repeated statements by Trump, the leading Republican Party presidential candidate, who has voiced his support for torture, mass deportations, internment camps and beating up protesters, and embraced what Umberto Eco once called a cult of «action for action’s sake» – a term Eco associated with fascism. Ominously, Trump’s campaign of violence has attracted a commanding number of followers, including the anti-Semitic and former Klu Klux Klan leader David Duke, and other white supremacists. But a death-dealing state can operate in less spectacular but in no less lethal ways. Cost-cutting negligence, malfeasance, omissions, and the withholding of social protections and civil rights can also inflict untold suffering.

Flint provides a tragic example of what happens to a society when democracy begins to disappear.

The recent crisis over the poisoning of the water supply in Flint, Michigan, and the ways in which it has been taken up by many analysts in the mainstream media provide a classic example of how public issues have been emptied of any substance and divorced from historical understanding. This is a politics that fails to offer a comprehensive mode of analysis, one that refuses to link what is wrongly viewed as an isolated issue to a broader set of social, political and economic factors. Under such circumstances shared dangers are isolated and collapse into either insulated acts of governmental incompetence, a case of misguided bureaucratic ineptitude or unfortunate acts of individual misconduct, and other narratives of depoliticized disconnection. In this instance, there is more at work than flawed arguments or conceptual straitjackets. There is also a refusal to address a neoliberal politics in which state violence is used to hurt, abuse and humiliate those populations who are vulnerable, powerless and considered disposable. In Flint, the unimaginable has become imaginable as 8,657 children under 6 years of age have been subjected to potential lead poisoning. Flint provides a tragic example of what happens to a society when democracy begins to disappear and is surpassed by a state remade in the image of the corporation.

A more appropriate way to analyze the water crisis in Flint is to examine it within wider contexts of power and politics, addressing it as a form of domestic terrorism – or what Mark LeVine has called in a different context a «necropolitics of the oppressed.» This is a form of systemic terror and violence instituted intentionally by different levels of government against populations at home in order to realize economic gains and achieve political benefits through practices that range from assassination, extortion, incarceration, violence and intimidation to coercion of a civilian population. Angela Davis details much of this violence in her new bookFreedom Is a Constant Struggle.

Some of the more notorious expressions of US domestic terrorism include the assassination of Black Panther Party leader Fred Hampton by the Chicago Police Department on December 4, 1969; the MOVE bombing by the Philadelphia Police Department in 1985; the existence of Cointelpro, the illegal counterintelligence program designed to harass antiwar and Black resistance fighters in the 1960s and 1970s; the use of extortion by the local police and courts practiced on the largely poor Black inhabitants of Ferguson, Missouri; and the more recent killings of Freddie Gray and Tamir Rice by the police – to name just a few incidents.

Connecting the Dots: From Katrina to Flint

At first glance, the dual tragedies that engulfed New Orleans as a result of Hurricane Katrina and the water contamination crisis in Flint, Michigan, appear to have little in common. In the aftermath of Hurricane Katrina and the Bush administration’s failure to govern, the world was awash in shocking images of thousands of poor people, mostly Black, stranded on rooftops, isolated on dry roads with no food or packed into the New Orleans Superdome desperate for food, medical help and a place to sleep. Even more troubling were images of the bloated bodies of the dead, some floating in the flood waters, others decomposing on the streets for days and others left to die in their homes and apartments.

«We don’t have just a water problem. We’ve got a problem of being stripped of our democracy as we’ve known it over the years.»

Flint, Michigan, also represents this different order of terrorism and tragedy. Whereas Katrina unleashed images of dead bodies uncollected on porches, in hospitals, in nursing homes and in collapsed houses in New Orleans, Flint unleashed inconceivable reports that thousands of children had been subjected to lead poisoning because of austerity measures sanctioned by Republican Gov. Rick Snyder and imposed by Ed Kurtz, the then-unelected emergency manager of Flint. The poor Black populations of both New Orleans and Flint share the experience of disenfranchisement, and of potential exclusion from the institutional decisions that drastically affect peoples’ lives. They live the consequences of neoliberal policies that relegate them to zones of abandonment elevated beyond the sphere of democratic governance and accountability. Both populations suffer from a machinery of domestic terrorism in which state violence was waged upon precarious populations considered unknowable, ungovernable, unworthy and devoid of human rights. Such populations have become all too frequent in the United States and suffer from what Richard Sennett has called a «specter of uselessness,» one that renders disposable those individuals and groups who are most vulnerable to exploitation, expulsion and state violence.

In New Orleans, state violence took the form of a refusal by the Bush administration to invest financially in infrastructure designed to protect against floods, a decision that was as much about saving money as it was about allegiance to a violent, racist logic, cloaked in the discourse of austerity and willfully indifferent to the needs of the powerless and underserved in Black communities. In Flint, austerity as a weapon of race and class warfare played out in a similar way. With the imposition of unelected emergency managers in 2011, democratically elected officials were displaced in predominantly Black cities such as Detroit and Flint and rendered powerless to influence important policy decisions and their implementation. The recent deployment of emergency managers reflects the frontline shock troops of casino capitalism who represent a new mode of authoritarian rule wrapped in the discourse of financial exigency. As the editors of Third Coast Conspiracy observe:

For more than [a] decade now, Michigan governors have been appointing so-called «emergency managers» (EMs) to run school districts and cities for which a «state of financial emergency» has been declared. These unelected administrators rule by fiat – they can override local elected officials, break union contracts, and sell off public assets and privatize public functions at will. It’s not incidental that thevast majorityof the people who have lived under emergency management are black. Flint, whose population was 55.6% black as of the2010 census(in a state whosepopulationis 14.2% black overall), was under emergency management from December 2011 to April 2015. [Moreover] it was during that period that the decision was made to stop purchasing water from Detroit and start drawing water directly from the Flint River.

Rather than invest in cities such as Flint and Detroit, Governor Snyder decided to downsize the budgets of these predominantly Black cities. For instance, according to a Socialist Worker article by Dorian Bon, in Detroit, «Snyder’s appointed manager decided to push Detroit into bankruptcy … and gain the necessary legal footing to obliterate pensions, social assistance, public schools and other bottom-line city structures.» In Flint, emergency manager Kurtz followed the austerity playbook to downsize Flint’s budget and put into play a water crisis of devastating proportions. Under the claim of fiscal responsibility, a succession of emergency managers succeeded in privatizing parks and garbage collection, and in conjunction with the Snyder administration aggressively pushed to privatize the water supply. Claire McClinton, a Flint resident, summed up the larger political issue well. She told Democracy Now!: «And that’s the untold story about the problem we have here. We don’t have just a water problem. We’ve got a democracy problem. We’ve got a dictatorship problem. We’ve got a problem of being stripped of our democracy as we’ve known it over the years.»

The backdrop to the Flint water crisis is the restructuring of the global economy, the deindustrialization of manufacturing cities like Flint and the departure of the auto industry, all of which greatly reduced the city’s revenues. Yet, these oft-repeated events only constitute part of the story. As Jacob Lederman points out, Flint’s ongoing economic and environmental crisis is the consequence of years of destructive free-market reforms.

According to the Michigan Municipal League, between 2003-2013, Flint lost close to $60 million in revenue sharing from the state, tied to the sales tax, which increased over the same decade. During this period, the city cut its police force in half while violent crime doubled, from 12.2 per 1000 people in 2003, to 23.4 in 2011. Such a loss of revenue is larger than the entire 2015 Flint general fund budget. In fact, cuts to Michigan cities like Flint and Detroit have occurred as state authorities raided so-called statutory revenue sharing funds to balance their own budgets and pay for cuts in business taxes. Unlike «constitutional» revenue sharing in Michigan, state authorities could divert these resources at their discretion. It is estimated that between 2003-2013 the state withheld over $6 billion from Michigan cities. And cuts to revenue sharing increased in line with the state’s political turn.

These policy changes and reforms provided a rationale for the apostles of neoliberalism to use calamitous budget deficits of their own design to impose severe austerity policies, gut public funding and cut benefits for autoworkers. As General Motors relocated jobs to the South in order to increase its profits, its workforce in Flint went from 80,000 in the 1970s to its current number of 8,000. These festering economic conditions were worsened under the Snyder administration, which was hell-bent on imposing its neoliberal game plan on Michigan, with the worse effects being visited on cities inhabited largely by poor Black people and immigrants. Under strict austerity measures imposed by the Snyder administration, public services were reduced and poverty ballooned to over 40 percent of the population. Meanwhile, schools deteriorated (with many closing), grocery stores vanished and entire neighborhoods fell into disrepair.

Through the rubric of a financial crisis, intensified by neoliberal policies aimed at destroying any vestige of the social contract and a civic culture, the Snyder administration appointed a series of emergency managers to undermine and sidestep democratic governance in a number of cities, including Flint. In this instance, a criminal economy produced in Flint an egregious form of environmental racism that was part of a broader neoliberal rationality designed to punish poor and underserved Black communities while diverting resources to the financial coffers of the rich and corporations. What emerged from such neoliberal slash-and-burn policies was a politics that transformed cities such as Flint into zones of social and economic abandonment. Michael Moore sums up the practice at work in Flintsuccinctly:

When Governor Snyder took office in 2011, one of the first things he did was to get a multi-billion-dollar tax break passed by the Republican legislature for the wealthy and for corporations. But with less tax revenues, that meant he had to start cutting costs. So, many things – schools, pensions, welfare, safe drinking water – were slashed. Then he invoked an executive privilege to take over cities (all of them majority black) by firing the mayors and city councils whom the local people had elected, and installing his cronies to act as «dictators» over these cities. Their mission? Cut services to save money so he could give the rich even more breaks. That’s where the idea of switching Flint to river water came from. To save $15 million! It was easy. Suspend democracy. Cut taxes for the rich. Make the poor drink toxic river water. And everybody’s happy. Except those who were poisoned in the process. All 102,000 of them. In the richest country in the world.

In spite of the dire consequences of such practices, Snyder’s appointed officials proceeded to promote neoliberal economic policies that exacerbated Flint’s crumbling infrastructure, its high levels of violence, and its corroding and underfunded public school system. Similar policies followed in Detroit, where the schools were so bad that teachers and students reported conditions frankly impossible to imagine. For instance, Wisdom Morales, a student at one of Detroit’s public schools, told journalist Amy Goodman, «I’ve gotten used to seeing rats everywhere. I’ve gotten used to seeing the dead bugs…. I want to be able to go to school and not have to worry about being bitten by mice, being knocked out by the gases, being cold in the rooms.» In a New York Times article, titled «Crumbling, Destitute Schools Threaten Detroit’s Recovery,» Julie Bosman further highlights the rancid conditions of Detroit’s destitute schools:

In Kathy Aaron’s decrepit public school, the heat fills the air with a moldy, rancid odor. Cockroaches, some three inches long, scuttle about until they are squashed by a student who volunteers for the task. Water drips from a leaky roof onto the gymnasium floor. ‘We have rodents out in the middle of the day,’ said Ms. Aaron, a teacher of 18 years. ‘Like they’re coming to class.’ Detroit’s public schools are a daily shock to the senses, run down after years of neglect and mismanagement, while failing academically and teetering on the edge of financial collapse.

Under Snyder, «emergency management» laws gave authoritarian powers to unelected officials in cities that have Black majorities who were also made objects of devastating forms of environmental racism and economic terrorism. As Flint’s economy was hollowed out and held ransom by the financial elite, the Black and immigrant population not only became more vulnerable to a host of deprivations but also more disposable. They lost control not only of their material possessions but also the sanctity of their bodies and their health to the necessities of surviving on a daily basis. In this instance, exchange value became the only value that counted and one outcome was that institutions and policies meant to eliminate human suffering, protect the environment and provide social provisions were transformed into mechanisms of state terror. In both cities, poor Black populations experienced a threshold of disappearance as a consequence of a systematic dismantling of the state’s political machinery, regulatory agencies and political institutions whose first priority had been to serve residents rather than corporations and the financial elite.

Both Katrina and Flint laid bare a new kind of politics in which entire populations, even children, are considered disposable.

This particular confluence of market forces and right-wing politics that privileges private financial gain over human needs and public values took a drastic and dangerous turn in Flint. As a cost-saving measure, Darnell Earley, the emergency manager appointed by Snyder, and in charge of Flint in April 2014, went ahead and allowed the switch of Flint’s water supply from Lake Huron, which was treated at the Detroit water plant and had supplied Flint’s water for 50 years. The switch was done in spite of the fact that the Flint River had long been contaminated, having served as an industrial waste dumping ground, particularly for the auto industry. Via this switch, the state expected to save about $19 million over eight years. In short, peanuts for city budgets.

As part of the cost-saving efforts, the Snyder administration refused to add an anti-corrosive additive used to seal the lead in the pipes and prevent the toxin from entering the water supply. The cost of such a measure was only «a $100 a day for three months.» Yet the refusal to do so had catastrophic consequences as the Flint water supply was soon poisoned with lead and other contaminants leaching from corroded pipes.

As soon as the switch began in 2014, Flint residents noticed that the water was discolored, tasted bad and had a horrible smell. Many residents who bathed in the water developed severe rashes, some lost their hair and others experienced a range of other health symptoms. The water was so corrosive and toxic that it leached lead from the city’s aging pipe infrastructure. Soon afterwards a host of problems emerged. As Amy Goodman points out,

First, the water was infested with bacteria. Then it had cancerous chemicals called trihalomethanes, or TTHMs. A deadly outbreak of Legionnaires’ disease, which is caused by a water-borne bacteria, spread throughout the city, killing 10 people. And quietly, underground, the Flint River water was corroding the city’s aging pipes, poisoning the drinking water with lead, which can cause permanent developmental delays and neurological impairment, especially in children.

It gets worse. The genesis of the Flint water crisis reveals the disturbing degree to which the political economy of neoliberalism is deeply wedded to deceit and radiates violence. In the early stages of the crisis, according to Daniel Dale of the Toronto Star, people showed up at meetings «with brown gunk from their taps … LeeAnne Walter’s 4-year old son, Gavin was diagnosed with lead poisoning» and yet the Snyder administration stated repeatedly that the water was safe. Dale argues that the Snyder administration poisoned the people of Flint and that «they were deceived for a year and a half,» not only exposed to disposable waste, but also being made into an extension of disposable waste.

For more than a year, the Snyder administration dismissed the complaints of parents, residents and health officials who insisted that the water was unsafe to drink and constituted a major health hazard. The crisis grew dire especially for children. The horror of this act of purposive poisoning and its effects on the Flint population, both children and adults, is echoed in the words of Melissa Mays who was asked by Amy Goodman if she had been affected by the toxic water. She responded with a sense of utter despair and urgency:

Well, all three of my sons are anemic now. They have bone pain every single day. They miss a lot of school because they’re constantly sick. Their immune systems are compromised. Myself, I have seizures. I have diverticulosis now. I have to go in February 25th for a consultation on a liver biopsy. Almost every system of our bodies have been damaged. And I know that we’re not the only one. I’m getting calls from people that are so sick, and they don’t know what to do.

The health effects of lead poisoning can affect children for their entire lives and the financial cost can be incalculable – to say nothing of the emotional cost to families.According to David Rosner and Gerald Markowitz, «As little as a few specks of lead [when] ingested can change the course of a life. The amount of lead dust that covers a thumbnail is enough to send a child into a coma or into convulsions leading to death … cause IQ loss, hearing loss, or behavioral problems like attention deficit hyperactivity disorder and dyslexia.» According to the Centers for Disease Control and Prevention (CDC), «No safe blood lead level in children has been identified

Unmournable Bodies

In spite of a number of dire warnings from a range of experts about the risks that lead poisoning posed for young children, the Snyder administration refused to act even when repeated concerns were aired about the poisoned water. But there is more at work here on the part of Michigan officials than an obstinate refusal to acknowledge scientific facts or an unwillingness to suspend their cruel indifference to a major crisis and the appropriate governmental action. Those who complained about the water crisis and the effects it was having on the city’s children and adults were met initially with a «persistent tone of scorn and derision.» When a local physician, Dr. Mona Hanna-Attisha, reported elevated levels of lead in the blood of Flint’s children, she was dismissed as a quack and «attacked for sowing hysteria.» When the US Environmental Protection Agency (EPA) warned that the state was «testing the water in a way that could profoundly understate the lead levels,» they were met with silence.

War and terror as a form of state violence are part of the regime of cruelty let loose upon the children and adults of Flint.

The New York Times added fuel to the fireengulfing key government officials by noting that «a top aide to Michigan’s governor referred to people raising questions about the quality of Flint’s water as an ‘anti-everything group.’ Other critics were accused of turning complaints about water into a ‘political football.’ And worrisome findings about lead by a concerned pediatrician were dismissed as ‘data,’ in quotes.» As a last straw, government officials blamed both landlords and tenants for neglecting to service lead-laden pipes that ran through most of the city. What they failed to mention was that the state’s attempt to save money by refusing to add an anti-corrosive chemical to the water is what caused the pipes to leach lead. Many states have lead-laden pipes but the water supplies are treated in order to prevent corrosion and toxic contamination.

Comparably, Hurricane Katrina revealed what right-wing Republicans and Democrats never wanted the public to see: the needless suffering and deaths of poor residents, the elderly, the homeless and others who were the most vulnerable and powerless to fight against the ravages of a political and economic system that considered them redundant, a drain on the economic system and ultimately disposable. Flint imposed a different order of misery – and one more consciously malevolent – creating a generation of children with developmental disabilities for whom there will more than likely be no adequate services, either at present or when they become adults. These are the populations the Republicans and some right-wing Democrats since the 1980s have been teaching us to disdain and view as undeserving of the social, political and personal rights accorded to middle-class and ruling elites.

Both Katrina and Flint laid bare a new kind of politics in which entire populations, even children, are considered disposable, an unnecessary burden on state coffers, and consigned to fend for themselves. In the case of Flint, children were knowingly poisoned while people who were warning the Snyder administration and Flint residents about the dangerous levels of lead in the water were derided and shamed. Also laid bare was the neoliberal mantra that government services are wasteful and that market forces can take care of everything. This is a profit-driven politics that strips government of its civic functions, gives rise to massive inequality and makes clear a three-decades-long official policy of benign neglect being systemically transformed into a deadly form of criminal malfeasance.

How else to explain that while Snyder eventually admitted to the crisis in Flint, he not only tried to blame the usual suspect, inefficient government, but also once again made clear that the culture of cruelty underlying his neoliberal policies is alive and well? This was evident in his decision to charge residents extremely high bills for poisoned water and his decision to continue sending shutoff notices to past-due accounts despite widespread popular condemnation. At stake here is a politics of disposability, one that views an expanding number of individuals and groups as redundant, superfluous and unworthy of care, help and social provisions. The poor Black residents of Flint and countless other cities in the United States now represent disposable populations that do not present an ethical dilemma for the financial elite and the politically corrupt. Social death now works in tandem with physical death as social provisions necessary to enable people to live with dignity, decency and good health are taken away, regardless of the misery and suffering that results.

As democracy enters a twilight existence, organized and collective resistance is a necessity.

The confluence of finance, militarization and corporate power has not only destroyed essential collective structures in support of the public good, but such forces have destroyed democracy itself in the United States. In a society in which it is more profitable to poison children rather than give them a decent life, incarcerate people rather than educate them and replace a pernicious species of self-interest for any vestige of morality and social responsibility, politics is emptied out, thoughtlessness prevails and the commanding institutions of society become saturated with violence. Americans are now living in an age of forgetting, an age in which a flight from responsibility is measured in increasing acts of corruption, violence, trauma and the struggle to survive.

Decaying schools, poisoned water and the imposition of emergency managers on cities largely populated by poor Black people represent more than «the catastrophe of indifference» described by psychoanalyst Stephen Grosz: There is also a systemic, conscious act of criminality and lawlessness in which people of color and poor people no longer count and are rendered expendable. The Flint water crisis is not an isolated incident. Nor is it a function of an anarchic lawlessness administered by blundering politicians and administrators. Rather, it is a corporate lawlessness that thrives on and underwrites the power and corruption of the financial elite. Such lawlessness owes its dismal life to a failure of conscience and a politics of disposability in the service of a «political economy which has become a criminal economy

Flint is symptomatic of a mode of politics and governance in which the categories of citizens and democratic representation, once integral to a functioning polity, are no longer recognized, and vast populations are subject to conditions that confer upon them the status of the living dead. Under the auspices of life-threatening austerity policies, not only are public goods defunded and the commons devalued, but the very notion of what it means to be a citizen is reduced to narrow forms of consumerism. At the same time, politics is hijacked by corporate power and the ultra-rich. As Wendy Brown writes in Undoing the Demos, this makes politics «unappealing and toxic – full of ranting and posturing, emptied of intellectual seriousness, and pandering to an uneducated and manipulable electorate and a celebrity-and-scandal-hungry corporate media.» Nowhere is this better exemplified than in Donald Trump’s rise to political power in the United States.

What happened in Flint is not about the failure of electoral politics, nor can it be attributed to bureaucratic mishaps or the bungling of an incompetent administration. As Third Coast Conspiracy points out, the Flint crisis is necessarily understood through the lens of disposability, one that makes visible new modes of governance for those populations, particularly low-income groups, that are «rendered permanently superfluous to the needs of capital, and are expelled from the labor process, waged employment, and, increasingly, from what remains of the welfare state.» These are raced populations – poor Black and Brown people who are not simply the victims of prejudice, but subject to «systems that orchestrate the siphoning of resources away from some populations and redirect them toward others. These systems do more than just define which lives matter and which lives don’t – they materially make some lives matter by killing others more,» according to Third Coast Conspiracy.

As democratic institutions are hollowed out, powerful forms of social exclusion and social homelessness organized at the intersection of race and poverty come into play. In Identity: Conversations With Benedetto Vecchi, Zygmunt Bauman discusses how these forms of social exclusion produce without apology «the most conspicuous cases of social polarization, of deepening inequality, and of rising volumes of human poverty, misery and humiliation.» How else to explain the criminal inaction on the part of the Snyder administration once they learned that Flint’s residential drinking water was contaminated by lead and other toxic chemicals?

Cruel Hypocrisy

A number of emails from various administration officials later revealed that Snyder had received quite a few signs that the city’s water was contaminated and unsafe to drink long before he made a decision to switch back to the Detroit water system. Unfortunately, he acted in bad faith by not taking any action. A few months after the initial water switch, General Motors discovered that the water from the Flint River was causing their car parts to erode and negotiated with the state to have the water supply at their corporate offices switched back to the Detroit water system. Similarly, a Flint hospital noticed that the water was damaging its instruments and decided to set up its own private filtering system. A local university did the same thing.

Flint is a wake-up call to make the power of the financial elite and their political lackeys both visible and accountable.

David Rosner and Gerald Markowitz observed that «10 months before the administration of Governor Snyder admitted that Flint’s water was unsafe to drink, the state had already begun trucking water into that city and setting up water coolers next to drinking fountains in state buildings» in order for state workers to be able to drink a safe alternative to the Flint water. And Dorian Bon notes that at the beginning of 2015, «an Environmental Protection Agency official had notified the state about lead contamination, only to be ignored by the Snyder administration and taken off the investigation by his EPA superiors.»

It was only after a lead scientist from the EPA and a volunteer team of researchers from Virginia Tech University conducted a study of Flint’s water supply and concluded that it was unsafe that the Snyder administration came clean about the poisoned water supply – but not before the Michigan Department of Environmental Quality had tried to discredit the research findings of the group. As one of the volunteers, Siddhartha Roy, pointed out in an interview with Sonali Kolhatkar, «we were surprised and shocked to see [the government] downplaying the effects of lead in water, ridiculing the results that all of us had released, and even questioning the results of a local Flint pediatrician. They tried to discredit us researchers.» But it was too late. The scientists may have been vindicated, but not before close to 9,000 children under the age of 6 had been poisoned.

Historical Memory and the Politics of Disappearance

These acts of state-sponsored violence have reinforced the claim by the Black Lives Matter movement that Snyder’s actions represent a racist act and that it is part of «systemic, structurally based brutality» and that «the water crisis would never have happened in more affluent, white communities like Grand Rapids or Grosse Pointe,» as Susan J. Douglas has pointed out. Poor people of color suffer the most from such practices of environmental racism, and poor Black and Brown children in particular suffer needlessly, not just in Flint, but also in cities all over the United States. This is a crisis that rarely receives national attention because most of the children it affects are Black, Brown, poor and powerless. Some health experts have called lead poisoning a form of «state-sponsored child abuse» and a «silent epidemic in America.» As Nicholas Kristof makes clear:

In Flint, 4.9 percent of children tested for lead turned out to have elevated levels. That’s inexcusable. But in 2014 in New York State outside of New York City, the figure was 6.7 percent. In Pennsylvania, 8.5 percent. On the west side of Detroit, one-fifth of the children tested in 2014 had lead poisoning. In Iowa for 2012, the most recent year available, an astonishing 32 percent of children tested had elevated lead levels. (I calculated most of these numbers from C.D.C. data.). Across America, 535,000 children ages 1 through 5 suffer lead poisoning, by C.D.C. estimates. «We are indeed all Flint,» says Dr. Philip Landrigan, a professor of preventive medicine at the Icahn School of Medicine at Mount Sinai. «Lead poisoning continues to be a silent epidemic in the United States.»

This is a manufactured crisis parading as a cost-cutting measure under Republican and Democratic parties that supported neoliberal-inspired austerity measures and aggressive deregulation. For instance, Congress in 2012 slashed funding for lead programs at the CDC by 93 percent; in addition, lobbyists for the chemical industry have worked assiduously to prevent their corporate polluters from being regulated.

The United States has a long history of reckless endangerment of the environment, producing toxic consumer goods such as lead paint, lead gasoline and cigarettes, and other pollutants produced and sold for profit. Moreover, it has an equally long history of scientists both studying and calling for prevention, but who have been too often unsuccessful in their efforts to fight the corporate machineries of death with their armies of lobbyists defending the industry polluters. Contemporary lead poisoning is not simply about a failure of governance, deregulation and corporate malfeasance; it is also the toxic byproduct of a form of predatory neoliberal capitalism that places profits above all human needs and social costs.

As Rosner and Markowitz argue, the poisoning of Black and Latino children represents a broader political and economic crisis fed by a «mix of racism and corporate greed that have put lead and other pollutants into millions of homes in the United States.» But pointing to a mix of racism and corporate greed does not tell the entire story either about the crisis in Flint or the broader crisis of environmental racism. And solutions demand more than fixing the nation’s infrastructure, replacing the country’s lead pipes, curbing the power of polluting corporations or making visible what amounts nationally to a public health crisis. Flint suffers from a much broader crisis of politics, agency, memory and democracy that now haunts the future of the United States with the threat of an impending authoritarianism.

The Politics of Domestic Terrorism

Snyder’s decision to keep quiet for over a year about the contaminated water was comparable in my view to an act of domestic terrorism – a form of systemic intimidation and violence done by the state against powerless people. Historical memory might serve us well here. After the 9/11 attacks, various environmental protection and intelligence agencies warned that «water supplied to U.S. communities is potentially vulnerable to terrorist attacks,» according to an essay inThreats to Global Water Security by J. Anthony A. Jones titled «Population Growth, Terrorism, Climate Change, or Commercialization?» Jones writes, «The possibility of attack is of considerable concern [and] these agents … inserted at a critical point in the system … could cause a larger number of casualties.»

If we expand the definition of terrorism to include instances in which the state inflicts suffering on its own populations, the poisoning of Flint’s water supply represents a form of domestic terrorism. Rev. William J. Barber is right in arguingthat we need a new language for understanding terrorism. Not only is terror one of the United States’ chief exports, but it is also a part of a long legacy that extends from the genocide of indigenous peoples and the violence of slavery to «racist police shootings of unarmed black adults and youth and males and females in Chicago … Charlotte, and New York.»

Economics cannot drive politics, violence cannot be the organizing principle of the state and markets cannot define the present and future.

What is happening in Flint is an expression of a broader narrative, ideology, set of policies and values bound up with a politics of disposability that has become one of the distinctive features of neoliberal capitalism. Disposability has a long history in the United States but it has taken on a greater significance under neoliberalism and has become an organizing principle of the authoritarian state, one that has intensified and expanded the dynamics of class and racial warfare. Privatization, commodification and deregulation are now merged with what historian David Harvey has called the process of «accumulation by dispossession.'»

Extracting capital, labor, time, land and profits from the poor and powerless is now a central feature of austerity in the age of precarity, and has become a first principle of casino capitalism. How else to interpret the right-wing call to impose higher tax rates on the poor while subsidizing tax breaks for megacorporations, force poor people to pay for poisoned water, refuse to invest in repairing crumbling schools in poor Black neighborhoods, allow CEOs to make 350 times as much as their workers, bail out corrupt banks but impose huge debts through student loans on young people or allow 250,000 people to die each year from poverty – more than from heart attacks, strokes and lung cancer combined?

Disposability and unnecessary human suffering now engulf large swaths of the American people, often pushing them into situations that are not merely tragic but also life threatening. According to Paul Buchheit, the top .01 percent of Americans, approximately 16,000 of the richest families, «now own the same as the total wealth of 256,000,000 people.» Buchheit rightly labels the ultra-rich in the United States as «the real terrorists» who buy off politicians and lobbyists responsible for making poor children disposable, gutting the welfare state, enabling billionaires to hide their wealth in offshore accounts, corrupting politics, militarizing the police and producing a war culture. In addition, they fund populist movements that embrace hate, racism, militarism, Islamophobia, ignorance, xenophobia and a close affinity to the racial politics of fascism. War and terror as a form of state violence are part of the regime of cruelty let loose upon the children and adults of Flint, revealing all too clearly how in an authoritarian state the move from justice to violence becomes normalized, without apology.

What the Flint catastrophe reveals is a survival-of-the-fittest ethic that replaces any reasonable notion of solidarity, social responsibility and compassion for the other. Flint makes clear that rather than considering children its most valuable resource, contemporary neoliberal society considers them surplus and disposable in the unflagging pursuit of profits, power and the accumulation of capital. Chris Hedges isright in stating, «The crisis in Flint is far more ominous than lead-contaminated water. It is symptomatic of the collapse of our democracy. Corporate power is not held accountable for its crimes. Everything is up for sale, including children.» Flint points to a dangerous threat to US democracy in which a neoliberal capitalism no longer simply throws away goods, but also human beings who do not fit into the script of a militarized, market-driven social order.

As we have learned from the scandalous condition of the public schools in Detroit and in many other collapsing public institutions in the United States, the victims are mostly children who inhabit immense pockets of poverty, attend broken-down schools with rats and other infestations, and live in environments filled with toxins. The characteristics of this new regime of disposability are all around us: the rise of finance capital, the elimination of the welfare state, the emergence of the punishing state, escalating police brutality against Black people, the expansion of the war machine, the selling off of public goods to private and corporate interests, the refusal to address the nation’s crumbling infrastructure, the increasing impoverishment of larger segments of the population, environmental racism, unemployment for large numbers of young people as well as low-skill jobs, and skyrocketing debt.

At work here is a systemic attempt to eliminate public spheres and the common good whose first allegiance is to democratic values rather than the conversion of every human need, aspiration and social relationship into a profitable investment and entrepreneurial enterprise. But there is more. Neoliberal capitalism thrives on producing subjects, identities, values and social relations that mimic the logic of the market and in doing so it undermines the public’s desire for democracy. It works through a notion of common sense and a language that views people primarily as consumers, atomized and depoliticized individuals who are led to believe that they have to face the world alone and that all relationships are subordinated to self-promotion, self-interest and self-aggrandizement.

The ultra-rich and financial elite now dominate all aspects of American life, and their ideological toxicity finds expression in the language of hate, policies of disenfranchisement, assault on the planet and the elevation of greed, possessive individualism and flight from reason to heights we have never seen before or could have imagined. Flint is just one fault line that registers new forms of domestic terrorism that have emerged due to the death of politics in the United States. As Jean and John Comaroff observe in their essay on «Millennial Capitalism» in Public Culture:

There is a strong argument to be made that neoliberal capitalism in its millennial moment, portends the death of politics by hiding its own ideological underpinnings in the dictates of economic efficiency: in the fetishism of the free market, in the inexorable, expanding needs of business, in the imperatives of science and technology. Or, if it does not conduce to the death of politics, it tends to reduce them to the pursuit of pure interest, individual or collective.

The deliberate policies that led to the poisoning of the Flint waterways and the untold damage to its children and other members of the community point to the disintegration of public values, the hardening of the culture and the emergence of a kind of self-righteous brutalism that takes delight in the suffering of others. What Flint exemplifies is that the United States is awash in a culture of cruelty fueled by a pathological disdain for community, public values and the common good, all of which readily capitulate to the characteristics assigned to domestic terrorism. As Zygmunt Bauman points out in The Individualized Society, under such circumstances, public and historical memory withers, only to be matched by «a weakening of democratic pressures, a growing inability to act politically, [and] a massive exit from politics and from responsible citizenship.»

Rather than inform the social imagination, memory under the reign of neoliberalism has become an obstacle to power, a liability that is constantly under assault by the anti-public intellectuals and cultural apparatuses that fuel what I have called the disimagination machines that dominate US culture. Memory must once again become the contested activity of self-criticism, renewal and collective struggle. Resistance is no longer simply an option in an age when the language of politics has morphed into the narrow discourse of the market. The promise of shared rule has been eclipsed and given way to the promise of a large stock portfolio for some and the despair and anxiety of facing daily the challenge of simply trying to survive for hundreds of millions more. One consequence is that a market economy is transformed into a market society, making it easier to normalize the notion that capitalism and democracy are synonymous. As democracy enters a twilight existence and the drumbeat of authoritarianism becomes louder and more menacing, organized and collective resistance is a necessity.

Flint reveals the omissions, lies and deceptions at the core of this neoliberal public pedagogy and provides an opening to mobilize and harness a developing sense of injustice and moral outrage against neoliberal common sense and its predatory policies. Doing so is a crucial part of a sustained struggle to democratize the economy and society. Flint is a wake-up call to make the power of the financial elite and their political lackeys both visible and accountable. Moral outrage over the poisoning of the children and adults of Flint must draw upon history to make visible the long list of acts of violence and domestic terrorism that has come to mark the last three decades of neoliberal governance and corruption. Flint speaks to both a moral crisis and a political crisis of legitimation. Democracy has lost its ability to breathe and must be brought back to life. The tragedy of Flint provides a space of intervention, and we are seeing glimpses of it in the reaction of Black youth all over the United States who are organizing to connect acts of violence to widespread structural and ideological motivations. Flint offers us a time of temporal reflection, a rupture in common sense and a recognition that with shared convictions, hopes and collective struggle, history can be ruptured and opened to new possibilities.

Flint calls out not only for resistance, but also for the search for an alternative to an economic system whose means and ends are used to discipline and punish both the general public and its most powerless populations. Today we are witnessing a new kind of fidelity to a distinctively radical politics. What young people such as those backing Bernie Sanders and those in the Black Lives Matter movement are making clear is that economics cannot drive politics, violence cannot be the organizing principle of the state and markets cannot define the present and future.

There has never been a more important time to rethink the meaning of politics, justice, struggle, collective action and the development of new political parties and social movements. The Flint crisis demands a new language for developing modes of creative and long-term resistance, a wider understanding of politics and a new urgency to develop modes of collective struggles rooted in wider social formations. At a time when democracy seems to have disappeared and all facets of everyday life are defined by a toxic economic rationality, Americans need a new discourse to resuscitate historical memories of resistance and address the connections among the destruction of the environment, poverty, inequality, mass incarceration and the poisoning of children in the United States.

But most importantly, if the ideals and practices of democratic governance are not to be lost, educators, artists, intellectuals, young people and emerging political formations such as the Black Lives Matter movement need to continue producing the critical formative cultures capable of building new social, collective and political institutions that can both fight against the impending authoritarianism in the United States and imagine a society in which democracy is viewed no longer as a remnant of the past but rather as an ideal that is worthy of continuous struggle.

Note: A longer version of this article will appear in Henry Giroux’s forthcoming book, America at War With Itself, which will be published by City Lights later this year.

Copyright, Truthout. May not be reprinted without permission of the author.

HENRY A. GIROUX

Henry A. Giroux currently is the McMaster University Professor for Scholarship in the Public Interest and The Paulo Freire Distinguished Scholar in Critical Pedagogy. He also is a Distinguished Visiting Professor at Ryerson University. His most recent books include The Violence of Organized Forgetting (City Lights, 2014), Dangerous Thinking in the Age of the New Authoritarianism (Routledge, 2015) and  coauthored with Brad Evans, Disposable Futures: The Seduction of Violence in the Age of Spectacle (City Lights, 2015). Giroux is also a member of Truthout’s Board of Directors. His website is www.henryagiroux.com.

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Pedagogía del Miedo

Artículo Otras Voces en Educación
Pedagogía del Miedo
Venezuela/febrero 2016/Autor: Oscar José Fernández Galindez

Pedagogía del Miedo

   El miedo no es natural en nosotros. No nacemos temerosos a menos que la madre haya pasado por traumas muy fuertes. En tal sentido sería la madre y su entorno quien generaría dicha condición antinatura. A diferencia de lo que muchos creen, el miedo es lo contrario al amor. Quien toma decisiones desde el miedo, está propiciando una cadena de eventos que no conducirán a nada bueno. El miedo desequilibra, altera las emociones y en casos extremos puede congelar y hasta matar a una persona. Sólo la calma, la paciencia y el amor pueden hacer que el miedo desaparezca y se convierta en la luz que nos guie para propiciar las transformaciones necesarias. El miedo es el arma más fuerte del enemigo que nos confunde y nos hace creer que la irracionalidad es la alternativa para superar los momentos difíciles. La respuesta oportuna siempre es necesaria ante una eventualidad pero el temor no debe ser el estímulo inicial. No pocas veces utilizamos la pedagogía del miedo para tranquilizar a nuestros niños inquietos. “Viene el coco, te va a llevar el señor del aseo, te va a llevar la policía”, entre otras expresiones. Y esas expresiones luego se traducen en expresiones tales como: “no me dejes, le temo a la soledad, no me siento seguro, no creo en la gente”. Todas las fobias que conocemos son el resultado de esta pedagogía del miedo. Y me atrevería a decir que aquellas personas que son temerarias, que se hacen adictas a la adrenalina, a diferencia de lo que muchos creen, también son temerosas. En este caso, temerosos de una vida tranquila y en paz con ellos mismos. Cambiemos la pedagogía del miedo por la pedagogía del amor y de la alegría. Eso, sólo eso es lo que necesitamos para transformar al mundo.

Oscar Fernández Galindez Educador e Investigador

osfernandezve@hotmail.com

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Vivir en un mundo lleno

Jorge Riechmann

“El desarrollo de la tecnología y el avance en armamento han originado algo parecido a una reducción del tamaño de nuestro planeta. La unión económica ha llevado el destino de las naciones a un grado de dependencia muy diferente al de años anteriores. El armamento de destrucción disponible es de tal magnitud que ningún lugar de la tierra se ve a salvo de una destrucción total y repentina. La única esperanza de protección es asegurar la paz de una manera supranacional.”

Albert Einstein[1]

“Hasta hace poco, era posible ver como prácticamente infinito, casi inagotable, el patrimonio que nos es accesible. Los mapas del planeta incluían grandes manchas blancas designadas como Terra incognita; los bienes que nos prodigaba eran renovables indefinidamente; si nos expulsaban de un territorio podíamos encontrar otro en otra parte. Ahora ya no tenemos otra parte.”

Albert Jacquard[2]

“Los problemas medioambientales causados por las actividades humanas están empezando a amenazar la sostenibilidad de los sistemas de soporte de la vida en el planeta Tierra…”

Ecological Society of America[3]

“Si no podemos estabilizar la población y el clima, no habrá un solo ecosistema del planeta que podamos salvar.”

Lester R. Brown[4]

 

Cinco rasgos básicos de nuestra situación

 

Llevo algún tiempo[5] intentado desarrollar un análisis de la cuestión sostenibilidad/ desarrollo sostenible, en el contexto de la crisis ecológica global, que parte de las siguientes cuatro premisas (o rasgos básicos de nuestra situación actual):

  1. Hemos “llenado” el mundo, saturándolo en términos de espacio ecológico (como nos ha hecho ver el economista ecológico Herman E. Daly desde hace más de dos decenios). A esto me referiré, en el curso de este libro, como el problema de escala.
  2. Nuestra tecnosfera está mal diseñada, y por eso –como nos enseñó el biólogo Barry Commoner hace cuatro decenios— se halla “en guerra” con la biosfera. A esto lo llamaré el problema de diseño.
  3. Además, somos terriblemente ineficientes en nuestro uso de las materias primas y la energía (como han mostrado, entre otros, los esposos Lovins y Ernst Ulrich von Weizsäcker en Factor 4). Denominaré a esto el problema de eficiencia.
  4. Por último, nuestro poderoso sistema ciencia/ técnica (que ahora podemos cabalmente llamar tecnociencia, tal y como insiste Javier Echeverría) anda demasiado descontrolado. Cabe referirnos a ello como el problema fáustico.

De cada uno de esos rasgos problemáticos puede deducirse –en un sentido muy laxo del término deducción— un importante principio para la reconstrucción ecológica de los sistemas humanos, esto es, para avanzar hacia sociedades ecológicamente sostenibles:

 

problema de escala: hemos “llenado” el mundo à principio de autolimitación (o de gestión generalizada de la demanda)
problema de diseño: nuestra tecnosfera está mal diseñada à principio de biomímesis
problema de eficiencia: somos terriblemente ineficientes à principio de ecoeficiencia
problema fáustico: nuestra poderosa tecnociencia anda demasiado descontrolada à principio de precaución

 

A estas alturas de los debates sobre sostenibilidad –que duran ya más de un cuarto de siglo–, los dos últimos principios –ecoeficiencia y precaución– deberían resultarnos familiares[6]; en cambio, los dos primeros resultan menos conocidos, y por ello a lo largo de este libro centré mi atención sobre todo en ambos. Pero merece la pena indicar dos dificultades:

(A) Hace falta práctica humana basada en los cuatro principios para avanzar hacia sociedades ecológicamente sostenibles, pero, de los cuatro, sólo el principio de ecoeficiencia encaja de forma más o menos “natural” con la dinámica del capitalismo. Ésa es la razón de que “desarrollo sostenible” –que, como sabemos, es un concepto sobre cuyo contenido existen intensas controversias– sea entendido por las empresas, y en general también por las autoridades públicas, de manera muy reductiva, en términos de ecoeficiencia, y de casi nada más. Volveré sobre esta importante cuestión en el capítulo 4.

(B) Esos cuatro principios bastarían –creo— para orientar hacia la pacificación nuestras relaciones con la naturaleza, pero no para lograr una ciudad humana habitable. Una sociedad podría poner en práctica los cuatro principios, y mantener sin embargo grados extremos de desigualdad social o de opresión sobre las mujeres. Podrían existir sociedades ecológicamente sustentables que fuesen al mismo tiempo ecofascistas y/o ecomachistas. El grado de desigualdad social que hoy prevalece en el mundo es históricamente inaudito, sigue en aumento y conduce a un terrible desastre. No es tolerable –ni tampoco viable a la larga– que el 80% de los recursos del mundo estén en manos del 20% de la población.[7]

Conscientes del problema (B), el problema de igualdad social (que sin duda hemos de considerar como un quinto rasgo básico de nuestra situación actual), sabemos que, al menos desde los valores emancipatorios de la izquierda, tenemos que defender un fuerte principio de igualdad social[8] (o mejor, la vieja buena tríada de la Gran Revolución de 1789: libertad + igualdad + fraternidad o solidaridad, todos ellos adecuadamente corregidos por la mirada feminista sobre la realidad)[9]. No nos basta con una sociedad ecológicamente sustentable: deseamos una sociedad ecosocialista. Lo que entiendo por ello comencé a ponerlo por escrito en un libro escrito a medias con Paco Fernández Buey y publicado en 1996, Ni tribunos[10]; por otra parte, ahondaremos en la cuestión en los capítulos 11 y 12 de este libro.

Traer a colación la tríada de valores liberté, égalité, fraternité supone reconocer la suprema importancia de la cuestión de la alteridad: en nuestra relación con el otro se juegan los asuntos ético-políticos más básicos de todos (en ello han insistido con lucidez Emmanuel Levinas o Zygmunt Bauman, por ejemplo), sobre todo cuando tenemos presente que no se trata solamente del otro humano, sino también del otro animal.[11]

Ahora ya puedo completar el cuadro que antes comencé a esbozar.

 

CINCO RASGOS PROBLEMÁTICOS DE NUESTRA SITUACIÓN ACTUAL,

Y CINCO PRINCIPIOS PARA HACER FRENTE A LOS PROBLEMAS

problema de escala hemos “llenado” el mundo principio de autolimitación (o de gestión generalizada de la demanda)
problema de diseño nuestra tecnosfera está mal diseñada principio de biomímesis
problema de eficiencia somos terriblemente ineficientes principio de ecoeficiencia
problema fáustico nuestra poderosa tecnociencia anda demasiado descontrolada principio de precaución
problema de desigualdad desigualdad social planetaria históricamente inaudita, y creciente principio de igualdad social

Nota: cabe añadir a este cuadro, de forma natural, el principio democrático (para responder al problema de falta de democracia a múltiples niveles); lo haremos en el capítulo 7.

Por otra parte, es interesante recordar que desde el pensamiento socialista se ha utilizado la expresión problema de diseño en un sentido diferente: aplicada no a la inadecuada tecnosfera existente, sino a la falta de diseños institucionales adecuados para una sociedad socialista. “Desde mi punto de vista” –escribe Gerald Cohen— “el problema principal con que se enfrenta el ideal socialista es que no sabemos cómo diseñar la maquinaria que lo haría funcionar. Nuestro problema no es, primordialmente, el egoísmo humano, sino nuestra carencia de una tecnología organizacional apropiada: nuestro problema es un problema de diseño” (Gerald Cohen, “¿Por qué no el socialismo?”, en Roberto Gargarella y Félix Ovejero (comps.): Razones para el socialismo. Paidos, Barcelona 2001, p. 78).

Una última observación: en el ámbito de lengua alemana, se han identificado desde hace años tres estrategias hacia la sostenibilidad que vienen a coincidir con los tres primeros principios del cuadro anterior: la elegante terna SUFICIENCIA/ COHERENCIA (entre tecnosfera y biosfera)/ EFICIENCIA correspondería con gestión generalizada de la demanda/ biomímesis/ ecoeficiencia. Véase Joseph Huber, “Nachhaltige Entwicklung durch Suffizienz, Effizienz und Konsistenz”, en Peter Fritz y otros, Nachhaltigkeit in naturwissenschaftlicher und sozialwissenschaftlicher Perspektive, Hirzel, Stuttgart 1995; Joseph Huber, Nachhaltige Entwicklung. Strategien für eine ökologische und soziale Erdpolitik, Sigma, Berlín 1995; y también –como uno de los frutos de un proyecto de investigación interdisciplinar del Instituto Wuppertal que coordina Manfred Linz (“Öko-Suffizienz und Lebensqualität”, vale decir, “Eco-suficiencia y calidad de vida”)– Manfred Linz: Weder Mangel noch Übermass. Über Suffizienz und Suffizienzforschung, Wuppertal Institut (Wuppertal Paper 145), Wuppertal, julio de 2004, p. 7 y ss.

 

La idea de “mundo lleno”

 

Durante el siglo XX tuvo lugar un acontecimiento decisivo, cuyas consecuencias estamos aún lejos de haber asimilado. La humanidad, que durante milenios vivió dentro de lo que en términos ecológicos puede describirse como un “mundo vacío”, ha pasado a vivir en un “mundo lleno”.[12] Habitamos hoy un planeta dominado por el ser humano, en una escala que no admite parangón con ningún momento anterior del pasado. La humanidad extrae recursos de las fuentes de la biosfera y deposita residuos y contaminación en sus sumideros, además de depender de las funciones vitales básicas más generales que proporciona la biosfera. Pero el crecimiento en el uso de recursos naturales y funciones de los ecosistemas está alterando la Tierra globalmente, hasta llegar incluso a trastocar los grandes ciclos biogeoquímicos del planeta: la circulación del nitrógeno o el almacenamiento del carbono en la atmósfera, por ejemplo.

 

DOMINIO HUMANO SOBRE LOS ECOSISTEMAS DEL PLANETA TIERRA

En un bien documentado artículo, el biólogo P.M. Vitousek y sus colaboradores han resumido el alcance de la dominación humana sobre la Tierra en seis fenómenos:

  • entre la mitad y una tercera parte de la superficie terrestre ha sido ya transformada por la acción humana.
  • La concentración de dióxido de carbono en la atmósfera se ha incrementado más de un 30% desde el comienzo de la Revolución Industrial.
  • La acción humana fija más nitrógeno atmosférico que la combinación de todas las fuentes terrestres naturales.
  • La humanidad utiliza más de la mitad de toda el agua dulce accesible en la superficie del planeta.
  • Aproximadamente una cuarta parte de las especies de aves del planeta ha sido extinguida por la acción humana.
  • Las dos terceras partes de las principales pesquerías marinas se hallan sobreexplotadas o agotadas.

P.M. Vitousek/ Harold A. Mooney/ Jane Lubchenco/ Jerry M. Melillo: “Human domination of Earth’s ecosystems”, Science vol. 255 nº 5.325 (del 25 de julio de 1997).

 

Incluso puede fecharse, con cierta exactitud, el momento en que las demandas colectivas de la humanidad superaron por vez primera la capacidad regenerativa de la Tierra: según un grupo de científicos dirigidos por Mathis Wackernagel –uno de los creadores del concepto de “huella ecológica”— eso sucedió hacia 1980, y treinta años más tarde nuestras demandas excedían esa biocapacidad de la Tierra en un 50% aproximadamente[13]. Nos hallamos, entonces, en una situación crecientemente insostenible.

“Lo que está empezando a limitar nuestro desarrollo no es el suministro de petróleo o cobre, sino la vida misma. La continuidad de nuestro progreso está restringida hoy, pero no por el número de barcos de pesca disponibles, sino por la disminución de las reservas de peces; no por la potencia de las bombas extractoras, sino por el agotamiento de los acuíferos; no por el número de sierras mecánicas, sino por la desaparición de los bosques primarios. Aun cuando los sistemas vivos son la fuente de materiales tan deseados como la madera, el pescado u otros alimentos, los servicios que ellos ofrecen son de la máxima importancia y resultan mucho más decisivos para la prosperidad humana que los recursos no renovables. Un bosque no sólo proporciona el recurso de la madera, sino también los servicios de almacenamiento de agua y control de inundaciones. Un medio ambiente sano aporta en forma automática no sólo agua y aire limpios, lluvia, productividad oceánica, suelo fértil y cuencas fluviales resilientes, sino también otras funciones menos apreciadas, como el procesamiento de desechos (tanto naturales como industriales), su función de amortiguador contra los extremos del clima, y la regeneración de la atmósfera. (…) El debate en torno del clima es una cuestión pública en la cual lo que está en riesgo no son recursos específicos, como petróleo, pescado o madera, sino un sistema de soporte de la vida. Uno de los ciclos más críticos de la naturaleza es el intercambio continuo de dióxido de carbono y oxígeno entre plantas y animales. Este ‘servicio de reciclaje’ lo provee la naturaleza en forma gratuita. Sin embargo, el dióxido de carbono se está acumulando hoy en la atmósfera, en parte, por el uso de combustibles fósiles. En efecto, la capacidad del sistema natural para reciclar el dióxido de carbono ha sido rebasada, del mismo modo que la pesca excesiva ha superado la capacidad de las aguas para reabastecer las reservas piscícolas. Resulta de importancia especial comprender que no existe ningún sustituto conocido del servicio que nos brinda el ciclo del carbono de la naturaleza.”[14]

Tiene interés notar que este “chocar contra los límites” ecológicos coincide aproximadamente en el tiempo con otro “chocar contra los límites”, sociopolíticos en el segundo caso, que han analizado teóricos sociales e historiadores en términos de conflictos de acumulación y legitimación en el capitalismo tardío. Cabe pensar que hacia 1970, en efecto, el sistema capitalista mundial llegó a los límites de lo que podía ofrecerse en la redistribución mundial del excedente sin que tuviera impactos serios sobre la porción de plusvalor adjudicada a las clases dominantes y sus aliados.[15] Y por otra parte, también estamos llegando a los límites en lo que a desruralización del mundo se refiere (con la reducción constante del campesinado), lo que tiene importantes consecuencias sobre el precio de la fuerza de trabajo para el capital: al ir menguando el segmento más débil del ejército laboral de reserva (los campesinos desarraigados y recién trasladados a las áreas urbanas), aumenta el precio medio del trabajo, lo que tiende a deprimir la tasa media de ganancia, y por tanto a dificultar la acumulación, y con ello lleva al capital a buscar salidas por otra parte (rechazando las medidas de protección de la naturaleza, por ejemplo).[16]

Ahora vivimos, por consiguiente, en un “mundo lleno” o saturado en términos ecológicos[17]. Podríamos establecer un paralelismo con otro momento histórico crucial en que, de otra forma, el mundo se encontró lleno. Me refiero a la fase que antecedió a la “Revolución Neolítica” (que tuvo lugar hace unos diez mil años). Por entonces los grupos de cazadores-recolectores topaban con dificultades crecientes, al menos en ciertas zonas del planeta, para proseguir su modo de vida habitual: la caza y el forrajeo no proporcionaban suficiente sustento, y la emigración a zonas vírgenes era cada vez más difícil: ya se encontraban grupos humanos en casi todas partes. Los historiadores conjeturan que aquella situación de saturación o “mundo lleno” catalizó el desarrollo de la agricultura en varias regiones del mundo (valles del Nilo, del Indo, del Eúfrates, del Yangzé, valles de los Andes, mesetas de México…), y con ello condujo a una transformación radical de la humanidad[18]. La densidad aproximada de un habitante por cada diez km2 propia de los cazadores-recolectores del Paleolítico se vio multiplicada por varios cientos en las tierras con trigo, y por varios miles en las zonas del arroz.

 

 

Choque de las sociedades industriales contra los límites de la biosfera

 

El «tema de nuestro tiempo» –repito desde hace tiempo– es el choque de las sociedades industriales contra los límites de la biosfera. ¿Cuáles son estos límites? En 2009, un grupo internacional de científicos de primer nivel ha tratado de precisarlos en nueve «líneas rojas» cuyo respeto resulta fundamental para preservar la salud de la biosfera –algunas de las cuales han sido traspasadas ya[19]:

  1. Emisiones de C02 descontroladas. Las emisiones de CO2 deberían reducirse a 350 partes por millón si no se quiere llegar a un punto sin retorno; pero el exceso de dióxido de carbono atmosférico es uno de los límites que ya se han sobrepasado. Las emisiones actuales son de 387 partes por millón (ppm), mientras que antes de la Revolución Industrial eran de 280 ppm. Los científicos proponen un límite de seguridad de 350 ppm.[20]
  2. Aumenta dramáticamente la extinción de especies animales y vegetales. La desaparición de especies vivas es entre cien y mil veces superior a la que existía antes de la Revolución Industrial, y el ser humano es el principal responsable. Los científicos autores del trabajo al que me estoy refiriendo han fijado un límite de diez especies por cada millón de especies/años año (la tasa “natural” de extinción sería de una especie por cada millón de especies/ años).[21]
  3. El ciclo de nitrógeno se ve gravemente perturbado. El ser humano está fijando más nitrógeno (a través de un uso excesivo y/o inadecuado de los fertilizantes de síntesis, sobre todo) de lo que lo hacen los procesos naturales, lo que aumenta el calentamiento climático y la contaminación de acuíferos, cursos de agua y océanos. Estos expertos proponen reducir la producción artificial de nitrógeno un 75%.
  4. Acidificación de los océanos. Las aguas de los océanos se están haciendo más ácidas debido al exceso de dióxido de carbono, lo cual amenaza directamente a corales y moluscos.[22] El aumento de la acidez de los océanos limita la capacidad de generar los resistentes productos que componen las conchas de estos organismos, que resultan esenciales para su supervivencia. Esto tendría a su vez un impacto en el resto de especies que aún se desconoce, señalan los científicos. Proponen tomar como medida la abundancia en el agua de aragonita, uno de los compuestos en las conchas de los moluscos cuya saturación en el océano viene bajando desde tiempos preindustriales. Señalan un límite de saturación de 2,75. El actual es 2,90.
  5. Excesivas demandas de agua dulce. La injerencia del ser humano en el curso natural de la Tierra es tal que ya resulta el principal responsable del flujo de los ríos (por eso se dice a veces que el ciclo hidrológico ha entrado en una nueva era: el Antropoceno).[23] La línea roja en el consumo de agua dulce se situaría en los 4.000 kilómetros cúbicos al año. Actualmente, alcanza los 2.600 y sigue en aumento.
  6. Cambios en los usos de la tierra. La expansión de los cultivos también amenaza la sostenibilidad a largo plazo. La conversión de bosques y otros ecosistemas en tierras agrícolas se ha producido a un ritmo medio del 0,8% cada año en los últimos 40-50 años. Los científicos proponen que no más del 15% de la superficie de la Tierra –excluyendo los polos– se convierta en tierras de cultivo, y alertan de que, en este momento, la cifra ronda el 12%. [24]
  7. Una posible catástrofe marina a causa del exceso de fósforo. También aquí la humanidad está cerca de cruzar un umbral peligroso: cada año, alrededor de 9 millones de toneladas de fósforo, procedentes sobre todo de los fertilizantes agrícolas acaban en el océano. Si esta cantidad supera los 11 millones de toneladas, advierten estos científicos, se producirá una extinción masiva de la vida marina, como ya ha ocurrido otras veces a lo largo de la historia.[25]
  8. Reducción de la protectora capa de ozono estratosférico. El agujero en la capa de ozono sobre la Antártida persistirá aún durante varias décadas. Los autores alaban la efectividad del Protocolo de Montreal, en el que la mayoría de países del mundo fijaron una estrategia común. El pacto ha permitido que la concentración de los productos químicos que destruyen el ozono en la atmósfera haya disminuido casi un 10%. Sin embargo, la capa de ozono tarda mucho en recuperarse, por lo que los expertos proponen un límite global a la disminución de ozono de 276 unidades Dobson. El nivel actual es de 283 y el preindustrial era de 290.
  9. Los aerosoles en la atmósfera se duplican. Producto de la actividad humana desde el comienzo de la era industrial, la concentración atmosférica de aerosoles se ha duplicado. Numerosos estudios vinculan la acumulación de partículas en suspensión con cambios en el clima, ya que reflejan la radiación solar incidente, así como con la formación de nubes, lo que afecta a los ciclos de precipitaciones. Además, los aerosoles afectan directamente a la salud de las personas. Sin embargo, la compleja naturaleza de las distintas partículas dificulta el establecimiento de un único valor límite.

 

EVALUACIÓN DE LOS ECOSISTEMAS DEL MILENIO:

ADVERTENCIAS SOMBRÍAS

Un análisis de los ecosistemas mundiales realizado en 2000 por las Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Instituto de Recursos Mundiales afirmaba: «Hay signos importantes de que la capacidad de los ecosistemas, los motores biológicos del planeta, para producir muchos de los bienes y servicios de los que dependemos, está decayendo rápidamente»[26]. Cinco años después se hizo público –el treinta de marzo de 2005– el informe de Evaluación de los Ecosistemas del Milenio, auspiciado por la ONU, y elaborado por 1.300 expertos de 95 países.

El informe concluye que “la degradación actual de los servicios que prestan los ecosistemas es un obstáculo”. Según este importante esfuerzo de investigación, dos terceras partes de los ecosistemas de los que depende la vida sobre la Tierra están sobreexplotados o se utilizan de manera insostenible, lo que podría tener consecuencias desastrosas para la humanidad en las próximas décadas.

“Los expertos están en condiciones de afirmar que la degradación se está produciendo en 15 los 24 servicios que los ecosistemas prestan”, leemos. Algunos ejemplos serían “la aparición de nuevas enfermedades, los cambios súbitos en la calidad del agua, la aparición de zonas muertas en las costas, el colapso de las pesquerías o los cambios de clima regionales”.

La Evaluación de los Ecosistemas del Milenio llega a algunas conclusiones básicas. La primera sería que “en los últimos 50 años los seres humanos han modificado los ecosistemas de manera más rápida e intensa que en cualquier otro periodo de la historia”. Se utilizaron más tierras, más abonos de síntesis y más recursos pesqueros que nunca para satisfacer la demanda creciente de la Humanidad. A cambio, entre el 10% y el 30% de las especies están en peligro de extinción.

Sólo cuatro mejoras han proporcionado los ecosistemas las pasadas cinco décadas: más cereal, más carne, más pescado de acuicultura y más absorción de carbono. A cambio, “la pesca y el agua dulce han sobrepasado los límites de su capacidad para la demanda actual”, y mucho peor será en la demanda futura. Muchos servicios de los ecosistemas se han degradado seriamente, con el riesgo de cambios no lineales: la prolongación de estos procesos, de no ser corregida, disminuirá considerablemente los beneficios que las generaciones futuras podrán obtener de los ecosistemas.

Aunque el informe prevé una reducción del hambre, ésta será mucho más lenta de lo deseable. Entre otras cosas, las epidemias han mermado la riqueza de continentes enteros. Si hubiera desaparecido la malaria (o paludismo), el PIB africano contaría con 100.000 millones de dólares más. La degradación de los servicios de la naturaleza –según este informe— podría empeorar durante la primera mitad del presente siglo, haciendo imposible la reducción de la pobreza, la mejora de la salud y el acceso a los servicios básicos para buena parte de la población mundial.

Estamos gastando más de lo que tenemos, se titula el estudio. El derroche de los recursos naturales tiene claras consecuencias en el “capital natural y bienestar humano”, que es como se subtitula el informe. Aunque la degradación de los ecosistemas podría ser parcialmente revertida mediante cambios sustanciales en las políticas, las instituciones y las prácticas sociales, de momento tales cambios no están produciéndose.[27]

 

 

Sobre comunidades de vecinos en bloques de viviendas

 

De manera que a comienzos del siglo XXI resulta plausible creer que ya se han alcanzado the limits to growth, los límites del crecimiento sobre los que alertaba el primer informe al Club de Roma hace más de cuatro decenios; que un ulterior crecimiento basado en el consumo de mayor cantidad de recursos naturales y mayor ocupación de espacio ambiental alejará todavía más al planeta de una economía sostenible; y que, al sobrepasar los límites, estamos bloqueando aceleradamente opciones que podríamos necesitar en el futuro[28]. La época en que las sociedades humanas y sus economías eran relativamente pequeñas con respecto a la biosfera, y tenían sobre ésta relativamente poco impacto, pertenece irrevocablemente al pasado. El efecto acaso más importante de este cambio –que no resultaría exagerado calificar con el algo pedante adjetivo “epocal”— es que vuelve a situarnos cara a cara a todos los seres humanos. Me explicaré.

Una metáfora adecuada puede ser la contraposición entre habitar un chalé aislado (el modelo “la casa de la pradera”, digamos), o un piso de un bloque de viviendas. En el primer caso, puede uno hacerse la ilusión de que su forma de vivir no afecta a los demás, y –si cuenta con recursos suficientes— organizarse básicamente sin tener en cuenta a los otros. En el segundo caso, ello es manifiestamente imposible. Ahora bien: para generalizar en nuestra biosfera la manera de vivir que metaforiza “la casa de la pradera”, tendríamos que ser muy pocos y muy ricos, y sabemos que ése no es el caso a comienzos del siglo XXI (hemos llegado a ser 7.000 millones de habitantes a finales de 2011, con cientos de millones de pobres de solemnidad y un nivel aberrante de desigualdad social a escala planetaria)[29]. Estamos abocados entonces a un modelo de convivencia que se parecerá más a la de la comunidad de vecinos en el bloque de viviendas[30]. (Dicho sea de paso: el Centro de Tecnología de Vecindarios de Chicago estimó, a finales de los noventa, que el desarrollo urbanístico difuso provoca un consumo –y los impactos ambientales asociados con el mismo— 2’5 veces mayor que el urbanismo compacto.) [31]

A cualquiera que haya vivido las aburridas y muchas veces difíciles reuniones de los vecinos de la escalera, donde hay que aguantar las excentricidades de la del tercero derecha, las inaguantables pretensiones del morador del ático y el aburrido tostón que nos endilga el del segundo izquierda, la perspectiva podrá parecerle descorazonadora. Y sin embargo, ésa es la situación en que nos hallamos, y no va a modificarse ni un ápice por intentar ignorarla practicando la política del proverbial avestruz. Tendremos que mejorar la calidad de la convivencia con los vecinos de nuestra escalera, darnos buenas reglas para el aprovechamiento compartido de lo que poseemos en común, y educarnos mutuamente con grandes dosis de paciencia, tolerancia y liberalidad. Estamos obligados a llegar a entendernos con esos vecinos, so pena de una degradación catastrófica de nuestra calidad de vida… o quizá, incluso, de la desaparición de esa gran comunidad de vecinos que es la humanidad, cuya supervivencia a corto plazo en el planeta Tierra no está ni mucho menos asegurada. [32]

 

 

La nueva interdependencia

 

La metáfora se ajusta bien a la situación en que nos hallamos, como inquilinos de la biosfera que es nuestra casa común, a principios del siglo XXI. En este “mundo lleno” en términos ecológicos, no es posible ya imaginar ningún tipo de “espléndido aislamiento”, semejante al del opulento habitante del chalé aislado. La consecuencia más importante de la finitud del planeta es la estrecha interdependencia humana. En otro lugar he caracterizado esta situación como “la época moral del largo alcance”[33], pues las consecuencias de nuestros actos llegan más lejos –en el tiempo y en el espacio— que en ninguna fase anterior de la historia humana.

“Las decisiones de uno, ya sea un individuo, una colectividad o una nación, tienen necesariamente consecuencias, a mayor o menor plazo, para todos los otros. Cada uno incide entonces en las decisiones de todos. Esta sujeción puede parecer penosa. En realidad, es la clave para el acceso de todos a un estatuto verdaderamente humano. Intentar escapar de ella sería renunciar a una riqueza esencial, nuestra humanitud, que no recibimos de la naturaleza, sino que la construimos nosotros.” [34]

Somos mucha gente viviendo dentro de un espacio ambiental limitado. Las reglas de convivencia que resultan adecuadas para esta situación son diferentes, sin duda, de aquellas que hemos desarrollado en el pasado, cuando éramos pocos seres humanos viviendo dentro de un espacio ambiental que nos parecía ilimitado. Pensemos por ejemplo en que, todavía hoy, las subvenciones para actividades que destruyen el medio ambiente (como la quema de combustibles fósiles, la tala de los bosques, la sobreexplotación de acuíferos o la pesca esquilmadora) alcanzan en todo el mundo la increíble cifra de 700.000 millones de dólares cada año[35]. Sólo los subsidios a los combustibles fósiles suman anualmente (con datos de la Agencia Internacional de la Energía para 2009) 224.000 millones de euros (mientras que las energías renovables reciben apenas 41.000 millones: cinco veces menos); en 2010 los subsidios a los combustibles fósiles aumentaron todavía más, sobrepasando los 409.000 millones de dólares, frente a 64.000 millones para las renovables (6’5 veces menos)[36]. Se trata, evidentemente, de una situación heredada de tiempos pasados, cuando en un “mundo vacío” podía tener sentido incentivar económicamente semejantes actividades extractivas. En un “mundo lleno” resulta suicida: hacen falta nuevas reglas de convivencia (gravar tales actividades con ecoimpuestos o tasas ambientales en lugar de subvencionarlas, por ejemplo).

Un asunto que en la nueva situación se torna imperioso es la necesidad de incrementar la cantidad y la calidad de la cooperación. En un “mundo lleno”, los intereses comunes de los seres humanos son cada vez más numerosos, e igualmente lo son los peligros que afectan a todos y todas. Se hace cada vez más difícil lograr ventajas individuales a costa de los otros. Incluso para defender eficazmente el interés propio se torna necesario incrementar la cooperación. El cowboy del Lejano Oeste podía intentar prosperar en solitario (aunque quizá al precio de una vida empobrecida, breve y violenta); para el ser humano del siglo XXI esa opción ni siquiera puede plantearse.

 

 

En un “mundo lleno”, no cooperar sale muy caro

 

“El barco está lleno”, dice la propaganda anti- inmigración de la extrema derecha en algunos países europeos desde los años noventa del siglo XX. La respuesta adecuada es: depende. El barco está lleno con muy pocos pasajeros si todos viajan en primera; y admite a muchos más si viajan en tercera. Y lo más importante es que, si se elimina la división entre primera y tercera clase redistribuyendo espacios y recursos, entonces el barco puede transportar en buenas condiciones a todos los pasajeros previstos para los decenios futuros[37] (la población mundial se estabilizará a mediados del siglo XXI, ya lo señalamos antes).

Somos muchos, y estamos destinados a vivir cerca unos de otros. Tal situación no es necesariamente una condena: podemos y debemos transformarla en una ocasión para mejorar juntos. Pero eso nos exige pensar de otra manera sobre los valores de lo individual y lo colectivo, y en cierta forma nos convoca a reinventar lo colectivo. De ahí la importancia de la nueva reflexión acerca de los bienes comunes y servicios públicos emprendida en los últimos años por numerosos pensadores.[38]

“La alternativa a la guerra pasa ante todo por la promoción de una economía basada en una serie de bienes comunes y servicios públicos mundiales. Urge reconocer que el aire, el agua, la energía solar, los bosques, el conocimiento, la biodiversidad del planeta, la seguridad alimentaria, la salud, los océanos, el espacio hertziano, la educación, la estabilidad económica, la seguridad colectiva, son bienes y servicios que deben ser garantizados por la colectividad mundial y bajo su responsabilidad.”[39]

 

En un “mundo lleno”, el comportamiento no cooperativo no sólo destruye a otros: es también autodestructivo. Ser egoísta sale muy caro cuando las cosas vienen mal dadas. Y ser egoísta no es “natural” en ningún sentido interesante de la palabra “natural”, como los etnólogos y antropólogos saben muy bien.

Aunque he tratado este importante asunto por extenso en un texto que pregunta si “¿Somos los seres humanos egoístas por naturaleza?”[40], recordemos al menos aquí un par de cuestiones básicas. “En las sociedades que viven en el límite de la subsistencia no existe el hambre”, señalaba el antropólogo estadounidense Melville Jean Herskovits (en su obra de 1940 The Economic Life of Tribal Peoples): no porque no se den situaciones de escasez, sino cuando alguien padece necesidad está seguro de recibir ayuda. Sin compartir, estas sociedades “primitivas” no sobreviven. La humanidad preindustrial no conocía la clase de egoísmo competitivo que la ideología dominante adscribe con alucinante desparpajo a la “naturaleza humana”. Una anécdota de los años cincuenta ilustra bien lo que está en juego. Durante una partida de caza en Sudáfrica, un grupo de blancos conducidos por el explorador Laurens van der Post topó con un grupo de bosquimanos San, una docena entre adultos y niños. Van der Post y los suyos dedicaron unas horas a cazar, de manera que los San pudieran llevar algo más de comida en su viaje «hacia el relámpago en el horizonte», donde estaban comenzando las lluvias estacionales. Uno de los blancos observó que los San no daban las gracias al resultar así favorecidos, y censuró su ingratitud.

“Ben, otro de los participantes que comprendía la cultura bosquimana, replicó que dar a otro ser humano comida y agua es sólo comportamiento correcto, pura rutina entre los bosquimanos. Si los blancos se hubiesen hallado perdidos en el desierto y muriendo de hambre, y los bosquimanos les hubieran hallado, de inmediato habrían compartido su comida y agua, incluso arriesgando su propia supervivencia. Y no hubieran esperado que les dieran las gracias a cambio.”[41]

 

 

Una fase de reflexividad acrecentada (contaminación en un “mundo lleno”)

 

Las reglas de gestión, los criterios económicos y los principios de convivencia que han de regir en un “mundo lleno” son diferentes a los que desarrollamos en el pasado para un “mundo vacío”. Como bien saben el matemático o el teórico de sistemas, el cambio en las “condiciones en los límites” transforma el equilibrio del sistema.

Cuando alcanzamos los límites del planeta, todo parece volver a nosotros en una suerte de “efecto bumerán” ubicuo y multiforme, y se vuelve imperiosa la necesidad de organizar de una manera radicalmente distinta nuestra manera de habitarlo. En todas partes retornan a nosotros los efectos de nuestra actividad –a menudo de forma muy problemática. Podríamos aducir muchos ejemplos, pero uno importante es el de los desechos y residuos que generamos. Los sistemas locales de gestión de la contaminación nos hacen creer que nos desembarazamos de las sustancias nocivas, pero en realidad lo que suele suceder es que las trasladamos más lejos, a menudo haciendo surgir en otro lugar problemas que pueden ser más graves que los iniciales. Y no encontramos ya centímetro cúbico de aire o agua, o gramo de materia viva, donde no podamos rastrear las trazas de nuestros sistemas de producción y consumo.

 

NUESTRAS MARCAS IMPRESAS HASTA EN LO MÁS ÍNTIMO Y REMOTO

(A) Investigadores del CSIC hallan contaminantes en las truchas de once lagos de alta montaña europeos

Un estudio llevado a cabo por investigadores del CSIC, en colaboración con el Norwegian Institut for Water Research, ha detectado la presencia del contaminante polibromodifenil éter (PBDE) en truchas de once lagos de alta montaña de Europa y Groenlandia. El descubrimiento se realizó tras analizar muestras de músculo e hígado, y grasa de ambos tejidos. El interés científico del trabajo está en que muestra cómo en relativamente pocos años los PBDE se han distribuido a zonas tan remotas como los lagos de alta montaña.

Las muestras analizadas revelan concentraciones medias de 0,1 a 1,3 nanogramos por gramo en hígado (de 2,4 a 40 nanogramos en grasa), y de 0,06 a 0,7 nanogramos por gramo en músculo (de 2,9 a 410 nanogramos por gramo en grasa). Los polibromodifenil éteres (PBDE) son compuestos bromados retardantes de llama que se emplean en la industria y en numerosos componentes para prevenir incendios. Se empezaron a utilizar hace unos años como sustitutos de los más tóxicos PCB y se pueden encontrar en gran variedad de aplicaciones sobre plásticos, textiles, circuitos electrónicos y otros materiales. Su uso está en aumento. De hecho, se estima que entre 1990 y 2000 se pasó de 145.000 a 310.000 toneladas anuales de compuestos bromados.

En esta misma línea se encuentra otro trabajo realizado por un equipo de científicos del Instituto de Investigaciones Químicas y Ambientales de Barcelona (CSIC) y de la Confederación Hidrográfica del Ebro. Este trabajo, dirigido por el profesor de investigación del CSIC Damiá Barceló, analiza la presencia de PBDE y hexabromociclododecano (HBCD) en peces y sedimentos de cuatro localizaciones del río Cinca. Las muestras analizadas provienen de las partes más extremas del mencionado río a su paso por Monzón, población muy industrializada. Se han analizado las concentraciones de PBDE y HBCD en el hígado y el músculo de 23 ejemplares de barbos de Graells (pez normalmente no destinado a alimentación) y en los sedimentos del río.

En las muestras de sedimentos se han encontrado concentraciones de PBDE que van desde dos hasta 42 nanogramos por gramo en seco y, en el caso del HBCD, desde niveles no detectables hasta 514 nanogramos por gramo. Más elevadas son las concentraciones en los peces. Se han hallado desde niveles no detectables hasta 446 nanogramos por gramo de PBDE. Y desde niveles no detectables hasta 1.172 nanogramos de HBCD. También se han encontrado otros compuestos bromados de la misma familia, en sedimentos y en peces.

Fuente: El Mundo, 22 de abril de 2004.

 

(B) Océanos de plástico

Científicos británicos han descubierto fragmentos microscópicos de nylon, poliéster y otros siete tipos de plásticos en aguas y sedimentos del Atlántico Norte. Esos minúsculos plásticos son ingeridos por percebes y diminutos crustáceos con consecuencias ambientales aún impredecibles.

Cuatro décadas de producción masiva, a un ritmo anual de millones de toneladas, ha originado una peligrosa acumulación de plástico en los océanos. En las orillas de islas remotas y de los territorios polares se ha documentado la llegada de esa basura, que puede persistir siglos en esos frágiles hábitats. Ahora, científicos británicos de las Universidades de Plymouth y Southampton aportan pruebas de que también existe una generalizada contaminación por fragmentos microscópicos de plástico en zonas pelágicas y sedimentarias, que sería el resultado de la degradación de ropas, cuerdas, embalajes y objetos de mayor tamaño arrojados como basura a los mares.

«Esos minúsculos plásticos son ingeridos por organismos marinos, aunque las consecuencias ambientales son todavía desconocidas», matiza Richard Thompson y sus colaboradores. La microbasura plástica había suscitado poca preocupación científica porque su potencial contaminante era considerado bajo a escala global. La mayoría de los plásticos son resistentes a la biodegradación y por eso sólo se consideraban peligrosos para el medio ambiente los objetos relativamente grandes fabricados con esos materiales sintéticos. En realidad, la mayoría acaba fragmentándose por el batir del mar. Y además hay muchos productos, como ciertos agentes limpiadores, que contienen pequeños fragmentos de plástico abrasivos.

Para cuantificar la abundancia de microplásticos en los océanos, este equipo recogió sedimentos en playas y estuarios de la zona de Plymouth. La mayoría de partículas filtradas en laboratorio tenía un origen natural, aunque un tercio eran polímeros sintéticos de varias clases, como acrílicos, poliéster, polietilenos, polivinilos, nylon, polipropilenos y metacrilato. Los rastreos se ampliaron a playas de todo el litoral británico, lo que permitió comprobar la generalizada contaminación de los hábitats sedimentarios.

La situación en mar abierto es similar. Se examinaron muestras de plancton recogidas desde los años 60 en la ruta marítima entre Abeerden y las islas Shetland, de 315 kilómetros de distancia, y en la ruta entre Sule Skerry e Islandia, de 850 km. Estos científicos hallaron numerosos fragmentos de polímeros similares y observaron que la concentración era superior cuanto más reciente había sido la recogida de la muestra. La mayoría de estos fragmentos tenía un tamaño que no superaba las 20 micras de diámetro. En la cadena alimenticia las consecuencias de estas diminutas partículas sobre los seres vivos están por determinar. Se sabe que los grandes objetos de plástico arrojados a los mares causan problemas a peces, mamíferos y pájaros. Para determinar los efectos de la basura microscópica, los investigadores introdujeron micropartículas plásticas en acuarios con tres clases de pequeños organismos marinos: anfípodos (pequeños crustáceos que se alimentan de detritus), lombrices de arena y organismos que filtran agua, como los percebes. El grupo de Thompson observó que todos los especímenes ingerían los plásticos en cuestión de días. En las conclusiones de este estudio, publicado hoy en la revista Science, se matiza que la posibilidad de que las sustancias tóxicas presentes en los plásticos pasen a la cadena alimenticia está aún por demostrar.

Fuente: ABC, 7 de mayo de 2004

 

(C) Productos químicos dañinos en nuestra sangre

Ordenadores, secadores, televisiones, sartenes antiadherentes, biberones, prendas de ropa, alfombras o productos cosméticos contienen sustancias químicas tales como retardantes de fuego, compuestos químicos perfluorados, plaguicidas, antibacterianos y almizcles sintéticos, que se concentran sobre todo en la sangre de los más jóvenes y de las personas mayores. La organización ecologista WWF ha analizado tres generaciones pertenecientes a trece familias europeas, con el objetivo de detectar la presencia de 107 productos químicos en nuestro organismo: y ha confirmado la presencia de 73 de ellos. Los niños están a menudo más contaminados que sus padres. De las tres generaciones estudiadas, los abuelos son los que contienen un mayor número de productos químicos en la sangre, elevándose a 63 sustancias, seguidos de los más jóvenes que, con 59 productos químicos presentes en su sangre, superan la contaminación sanguínea de sus progenitores.

     Una de las participantes en el análisis, Marie-Christine, madre de familia belga, asegura haberse quedado atónita con los resultados del estudio y advierte de ‘la falta de conocimiento sobre los riesgos potenciales de los productos que utilizamos a diario’. Y es que el impacto de las sustancias químicas en la salud y en el medio ambiente sólo puede ser observado a largo plazo, lo que hace que todavía hoy exista un gran desconocimiento de su verdadero efecto. De ahí también que su regulación y control sean precarios.

     El mismo experimento ya se hizo en 2003 con miembros del Parlamento europeo, ministros de la UE, científicos y celebridades. Dos años después los resultados se confirmaron. ‘Somos cobayas involuntarios de una experiencia desprovista de cualquier control’, afirma Kurt Wagner, director de la campaña de WWF en Europa. La mayoría de los productos detectados fueron prohibidos hace años por la UE, pero continúan siendo una de las mayores amenazas para el hombre y para la fauna salvaje. Es el caso del DDT, un insecticida altamente persistente en organismos vivos y en el medio ambiente, y del PCB, bioacumulable y con claros efectos negativos en el desarrollo neurológico.

Una de las sustancias con mayor presencia en la sangre es el retardante de fuego TBBP-A, utilizado en secadores, microondas, televisiones, tapicerías o prendas de ropa. Se trata de un producto químico que a priori puede resultar ventajoso por su capacidad para retrasar la propagación de fuego, pero que podría causar trastornos hormonales a largo plazo. Lo mismo ocurre con las grandes concentraciones de bisfenol-A en niños, que tiene un efecto imitador de hormonas y que está presente en ciertos envases de botellas de plástico y en las cajas de CD.

En la mayoría de los casos, estos productos podrían ser sustituidos por otros con menor impacto, pero ello requeriría profundas investigaciones y análisis que la industria química y de otros sectores que hacen uso de esas sustancias no están dispuestos a pagar.

Fuente: ABC, 27 de octubre de 2005

 

Veamos otro ejemplo. En un “mundo vacío”, las sustancias tóxicas se diluyen, y podríamos quizá despreocuparnos de lo toxificados que están nuestros sistemas productivos; pero en un “mundo lleno” los tóxicos acaban siempre retornando a nosotros, produciendo daño. De ahí la importancia de propuestas como las que avanza la química verde[42], que diseña procesos y productos químicos que eliminan (o reducen al máximo) el uso o la generación de sustancias peligrosas. Lo decisivo, aquí, es incorporar ya en la fase inicial de diseño la previsión de los riesgos que pueden surgir después, cuando el compuesto químico marcha a vivir su vida dentro de ecosistemas, sociosistemas, mercados y organismos vivos[43]. De nuevo vemos cómo producir en un “mundo lleno” exige un salto cualitativo en lo que a reflexividad se refiere: la anticipación de daños futuros obliga a intervenir en el momento de diseño inicial.[44]

 

LOS DOCE PRINCIPIOS DE LA QUÍMICA VERDE

SEGÚN PAUL ANASTAS Y JOHN WARNER

  1. Evitar los residuos (insumos no empleados, fluidos reactivos gastados).
  2. Maximizar la incorporación de todos los materiales del proceso en el producto acabado.
  3. Usar y generar sustancias que posean poca o ninguna toxicidad.
  4. Preservar la eficacia funcional, mientras se reduce la toxicidad.
  5. Minimizar las sustancias auxiliares (por ejemplo disolventes o agentes de separación).
  6. Minimizar los insumos de energía (procesos a presión y temperatura ambiental).
  7. Preferir materiales renovables frente a los no renovables.
  8. Evitar derivaciones innecesarias (por ejemplo grupos de bloqueo, pasos de protección y desprotección).
  9. Preferir reactivos catalíticos frente a reactivos estequiométricos.
  10. Diseñar los productos para su descomposición natural tras el uso.
  11. Vigilancia y control “desde dentro del proceso” para evitar la formación de sustancias peligrosas.
  12. Seleccionar los procesos y las sustancias para minimizar el potencial de siniestralidad.

Fuente: Paul T. Anastas y John C. Warner: Green Chemistry, Theory and Practice, Oxford University Press 1998, p. 30.

 

Por cierto que el ejemplo de la química verde nos ha servido para introducir una cuestión importante: la del mal diseño de nuestros sistemas tecnológicos. De manera análoga a como la ingeniería química necesita un importante proceso de “rediseño” para que sus procesos y productos “encajen bien” en la biosfera, lo mismo sucede con la gran mayoría de nuestros sistemas socio-tecnológicos, cuyo conjunto podemos llamar tecnosfera. Volveremos después sobre este asunto (en los capítulos 2, 8 y 9).

 

 

Productividad en un “mundo lleno”

 

Uno de los elementos determinantes de la Revolución Industrial fue el gigantesco salto en la productividad humana que permitió. La historia es bien conocida: la conjunción de una serie de procesos como la privatización de bienes comunes (las enclosures en el campo inglés), la acumulación primitiva de capital, la dinámica comercial y mercantilizadora, ciertas mejoras técnicas, una creciente división del trabajo, una también creciente proletarización del campesinado, la mecanización intensiva y el uso masivo de una nueva fuente de energía (el carbón) condujeron a una transformación de los sistemas productivos que hizo crecer exponencialmente las capacidades productivas humanas. En la industria textil británica, lo que hacían doscientos obreros en 1770 lo realizaba uno solo ya en 1812, y esta poderosa tendencia al incremento constante de la productividad del trabajo ha proseguido desde entonces: en los últimos decenios, como es bien sabido, ha recibido nuevos impulsos (automatización, informatización, robotización). En definitiva, una tendencia histórica del capitalismo industrial ha sido producir cantidades crecientes de bienes y servicios con cantidades decrecientes de trabajo.

Ahora bien, los comienzos de la Revolución Industrial tuvieron lugar en un “mundo vacío” en términos ecológicos, y –consiguientemente— la preocupación por la productividad de las materias primas y la energía fue solamente marginal. Los recursos naturales y el capital natural se consideraban prácticamente “bienes libres”. Ciertamente se han producido en los últimos dos siglos importantes avances en la productividad del factor productivo naturaleza, pero sólo como subproducto de otras búsquedas orientadas a aumentar los beneficios, y no como objetivo de una estrategia sistemática y deliberada.

La situación ha de cambiar radicalmente en un “mundo lleno”. Observemos que la racionalidad económica requiere que se maximice la productividad del factor de producción más escaso. Ahora bien: entre los tres factores clásicos de producción –trabajo, capital y tierra/naturaleza–, a largo plazo –y ya en nuestro “mundo lleno”– la naturaleza es el factor de producción más escaso. En efecto: la fuerza de trabajo es reproducible si existen alimentos y recursos naturales; el capital es reproducible si existe trabajo y recursos naturales; pero la naturaleza no es reproducible de la misma forma. Existen recursos naturales –los combustibles fósiles, por ejemplo– que se están agotando irreversiblemente, los recursos renovables se vuelven en la práctica no renovables cuando se sobreexplotan, muchos ecosistemas están degradándose irreversiblemente. Hoy, los únicos recursos renovables infrautilizados parecen ser la energía solar directa y la fuerza de trabajo humana: “la evolución de la economía humana ha conducido de una era en la que el capital manufacturado era el factor limitante para el desarrollo económico a otra era en la que el restante capital natural se ha convertido en el factor limitante.” [45]

En el “mundo vacío” de los comienzos de la industrialización, donde el factor trabajo escaseaba y el factor naturaleza abundaba, tenía sentido concentrarse en la productividad humana; en un “mundo lleno” en términos ecológicos, donde la situación es inversa (el factor trabajo abunda y el factor naturaleza escasea), hay que invertir en protección y restauración de la naturaleza, así como buscar incrementos radicales de la productividad con que la empleamos[46]. Es el importante tema de la ecoeficiencia[47], que trataremos con detalle más adelante en este libro. Observamos de nuevo cómo cuando se ha “llenado” o saturado ecológicamente el mundo, han de cambiar las reglas básicas de juego (en este caso, las estrategias de producción de bienes y servicios).

El problema de fondo con la productividad es que las ganancias en un ámbito suelen ir de consuno con pérdidas en otro, y que los seres humanos solemos ser propensos a ocultárnoslo tenazmente a nosotros mismos.

 

 

Insostenibilidad en un “mundo lleno”

 

El historiador ambiental John R. McNeill, en su contribución a las jornadas sobre “Políticas de la Tierra” en Salamanca, señaló que desde luego vivimos en sociedades ecológicamente insostenibles (aun más: la inmensa mayoría de las comunidades y sociedades humanas, hasta hoy, han sido insostenibles, esto es, las consecuencias ecológicas de sus comportamientos imposibilitaban que estos pudieran prolongarse a largo plazo); y que, por añadidura, si uno examina fríamente la cuestión, no hay razones para esperar cambios hacia la sostenibilidad a corto plazo, a pesar de las preocupaciones de los científicos y de la retórica sostenibilista oficial.

“Es cierto que en los últimos decenios algunos estados han hecho de la sostenibilidad ecológica un objetivo oficial explícito de su política. Nueva Zelanda, por ejemplo, se comprometió con este objetivo en 1992. Pero estos compromisos oficiales, en Nueva Zelanda, en los Países Bajos, o en cualquier otro lugar, siguen siendo esencialmente fórmulas retóricas. Los poderes ejecutivo y legislativo aceptaron esos compromisos sólo porque imaginaron (correctamente) que los pasos necesarios no se darían, o si se daban sería en un futuro lejano que no les afectaría. Los estamentos más poderosos del gobierno y de la sociedad siguen empeñados en garantizar que otras prioridades prevalezcan sobre la sostenibilidad ecológica. Las prioridades más importantes suelen ser la seguridad y el crecimiento económico, ninguna de las cuales es fácil de compatibilizar con la sostenibilidad ecológica.”[48]

Su conclusión, sin embargo, no es pesimista: según el historiador de la Universidad de Georgetown, no estamos abocados a un colapso rápido, y la insostenibilidad podría durar todavía bastante tiempo, quizá uno o dos siglos más.

“Para ver cómo puede funcionar esto, volvamos a la historia de China y al análisis de Mark Elvin. China es la civilización más antigua del mundo, con una continuidad cultural que se mantuvo durante más de 3.500 años. Pero China jamás ha organizado en estos últimos 3.500 años una economía sostenible. En vez de eso, ha desarrollado sucesivamente varios regímenes insostenibles sucesivos, cada uno de ellos distinto de los anteriores. China se enfrentó a distintas crisis, y tuvo que desarrollar nuevas tecnologías, nuevos cultivos, cambiar sus modelos de comercio, etc., con lo que fue acumulando un régimen insostenible tras otro para evitar, o al menos posponer, el colapso total.”[49]

No obstante, cabe preguntarse si este análisis moderadamente optimista no está dejando de considerar cuestiones importantes. Para mí, dos son decisivas. La primera: aunque continuar la “huida hacia delante” pudiera permitir la subsistencia humana en condiciones de extrema degradación ecológica, está por ver que valiese la pena –en términos de una existencia humana decente— subsistir en semejantes condiciones (que podrían incluir, por ejemplo, terribles tiranías y atroces desigualdades sociales “congeladas”).

La segunda cuestión básica es que, aunque en el pasado muchos grupos humanos lograsen practicar la “huida hacia delante” que McNeill –apoyándose en Mark Elvin— identifica en China, lo hacían en condiciones de “mundo vacío”. Pero sucede que en un “mundo lleno” ya no hay lugar donde huir: las estrategias de crecimiento extensivo son directamente inviables, y las estrategias de intensificación chocan contra límites cada vez más estrechos[50]. Por ello, quizá en el pasado se lograse escapar desde una situación insostenible a otra según pautas que no resulten ya practicables en el futuro. Lo factible en un “mundo vacío” no tiene por qué serlo en un “mundo lleno”.

 

 

Costes externos (o externalidades) en un “mundo lleno”

 

La teoría económica (y también la experiencia cotidiana) ha identificado hace tiempo el problema de los costes externos o «externalidades negativas»: las actividades económicas generan –a menudo como subproducto indeseado— costes externos para terceros, en forma de daños y molestias de tipo social y ecológico, como la contaminación, el agotamiento de recursos, la degradación de los suelos fértiles, la destrucción de la belleza natural, la pérdida de diversidad (biológica y cultural), la desintegración de las comunidades… Al producir “bienes” económicos, producimos también inevitablemente “males” socioecológicos (trataremos esta cuestión con más profundidad en el capítulo 5 de este libro, recurriendo al concepto de producción conjunta).

La magnitud de estos costes externos es enorme: de la persistencia de tales mecanismos de “exportación de daños” depende la supervivencia económica de las mayores empresas del mundo, y el dominio que los ricos y poderosos ejercen sobre los empobrecidos. Por ejemplo, el economista estadounidense Ralph Estes calculó que, sólo tomando en cuenta externalidades “irrefutables” bien establecidas en estudios serios, en 1994 se permitió a las empresas estadounidenses infligir daño social y ecológico por valor de 2’6 billones de dólares: es decir, cinco veces más que sus beneficios totales.[51]

La cuestión, de nuevo, es que la escala y la naturaleza de las externalidades negativas es completamente diferente en un “mundo vacío” y en un “mundo lleno”. En el primero hay mucho espacio ecológico disponible para que los costes externos (todavía de naturaleza fundamentalmente local) se diluyan, y las personas se trasladen a lugares afectados por menos daños y molestias; en el segundo aparecen “externalidades” generalizadas (como el “efecto de invernadero” o la difusión de tóxicos organoclorados por toda la biosfera), se saturan las funciones que producen los ecosistemas para la economía humana (fuentes de recursos, sumideros de residuos, servicios esenciales para el mantenimiento de la vida) y no quedan zonas más o menos intactas a las que escapar.

Por eso, las reglas de juego han de cambiar radicalmente cuando pasamos del “mundo vacío” al “mundo lleno”. En el primero, podría tener sentido tratar al aire puro, el agua limpia y la tranquilidad como bienes libres; en el segundo se trata de bienes ineluctablemente escasos. En un “mundo vacío” podía hallar alguna justificación el que prevaleciese el “derecho a contaminar” de la industria sobre los derechos de las personas afectadas (por no hablar ahora de los restantes seres vivos afectados); en un “mundo lleno” la situación debería invertirse, con cambios institucionales de largo alcance. Así, se ha propuesto reconocer derechos de apacibilidad (amenity rights), de salud y de integridad ecológica, derechos reconocidos por la ley y exigibles en los tribunales[52]. Una vez reconocidos tales derechos no se podría forzar a nadie, en contra de su voluntad, a que absorbiese los subproductos nocivos de la actividad de otros.

“Basta con imaginar un país en el que los individuos se viesen investidos por la ley con derechos de propiedad por lo que respecta al aislamiento, la tranquilidad y el aire puro –cosas todas ellas muy simples, pero indispensables para muchos para disfrutar de la vida— para reconocer que la amplitud de los pagos compensatorios [en economías con mercados competitivos, J.R.], que forzosamente deberían acompañar a la actuación de las industrias, del tráfico motorizado y de las líneas de aviación, obligaría a muchos de ellos a retirarse, o quizás a operar a niveles situados muy por debajo de aquellos que prevalecerían en ausencia de tal legislación, por lo menos hasta que la industria y el transporte descubriesen formas baratas de controlar sus subproductos nocivos. (…) Aquello que proponemos puede considerarse como una alteración del marco legal dentro del cual operan las empresas privadas con el fin de que se dirijan a objetivos que estén más de acuerdo con los intereses de la sociedad moderna.”[53]

La propuesta de los amenity rights es una vía interesante para “internalizar las externalidades” generadas en economías de mercado que operan dentro de un “mundo lleno” (otra vía sería una amplia y bien meditada reforma fiscal ecológica)[54]. Es muy importante señalar que los “fracasos del mercado” pueden interpretarse en muchos casos, más bien, como fracasos del marco legal que ordena los mercados. “En especial, debemos recordar que lo que constituye un coste para la empresa depende de la legislación existente. Si la ley aceptase la esclavitud, los costes de la mano de obra se reducirían a los costes implicados en la captura de un hombre y en mantenerlo al nivel de subsistencia”[55].

En un “mundo vacío”, “internalizar las externalidades” podía considerarse un desideratum de rango secundario para el buen funcionamiento de la economía; en un “mundo lleno” se convierte en un imperativo político-moral de primer orden, y en algunos casos incluso en un requisito de supervivencia.

 

 

Apropiación justa en un “mundo lleno”

 

Pensemos, por otra parte, en los criterios de apropiación justa que desarrolló la filosofía política occidental. Clásica al respecto es la reflexión de John Locke, quien sentó las bases de la teoría liberal de la propiedad. Como es sabido, el principio fundamental propuesto por Locke es el derecho del autor a su obra, que remite a la idea del hombre como ser propietario: propietario de sí mismo, en cuerpo y alma, y de cuanto haga, produzca u obtenga con su cuerpo y su alma (es la figura del individualismo posesivo que C.B. MacPherson analizó profundamente[56]). Locke insiste una y otra vez en que “el trabajo de su cuerpo y la obra de sus manos son propiedad suya”[57] (del ser humano), en la medida en que el trabajo mezcla los dones de la naturaleza con el esfuerzo físico e intelectual humano. Ahora bien, cabe preguntarse enseguida, ¿cuáles son las condiciones para que la apropiación resultante de ese trabajo humanizador de la naturaleza resulte justa? Locke establece tres cláusulas de apropiación justa, una de las cuales es la que nos interesa aquí. Dice así: “Esta apropiación es válida cuando existe la cosa en cantidad suficiente y quede de igual calidad en común para los otros”[58].

Salta a la vista que se trata de una condición pensada para el “mundo vacío”: Locke siempre pensó en la infinitud de la naturaleza, porque en su época, como decía, existían amplias extensiones de tierra sin ser explotadas. Así, para el pensador inglés, la privatización absoluta de la tierra en la Europa del XVII no incumplía la regla de apropiación justa, puesto que aún quedaban extensas tierras vírgenes en América

“La regla de apropiación, es decir, que cada hombre posea tanto cuanto pueda aprovechar, podía seguir siendo válida en el mundo, sin que nadie se sintiera estrecho y molesto, porque hay en él tierra bastante para mantener al doble de sus habitantes, si la invención del dinero, y el acuerdo tácito de los hombres de atribuirle un valor, no hubiera introducido (por consenso) posesiones mayores y un derecho a ellas.”[59]

En un “mundo lleno”, no quedan ya tierras vírgenes por explotar, y la teoría liberal de la apropiación justa deja de rendir los servicios de legitimación para los que fue ideada.

 

 

Desigualdad en un “mundo lleno”

 

En un “mundo lleno”, los problemas de desigualdad sociopolítica y de justicia distributiva se plantean de forma muy diferente a como lo hacían en el mundo que acabamos de dejar atrás. En efecto: en los años de fuerte crecimiento económico que siguieron a la segunda guerra mundial –años de “pacto social fordista” y de expansión del “Estado del bienestar” en el Occidente industrial, y de expectativas de avance en los países eufemísticamente llamados “en vías de desarrollo”–, cabía esperar que, incluso dentro de estructuras sociales profundamente desiguales, el enriquecimiento general permitiría que los “beneficios del progreso” mejorasen la situación de todos, incluso de los más pobres y desprotegidos. Como evoca Paco Fernández Buey:

“Hubo un tiempo no muy lejano en el que los economistas defensores del modo capitalista de producir y de vivir argumentaban que este sistema es el mejor de los posibles (en época de vacas gordas, naturalmente) porque la mano invisible del mercado permite hacer crecer una tarta maravillosa cuyos restos, en última instancia, aprovechan a todos, incluso a los parias explotados y desempleados. Pero no es nada seguro que esta imagen se adecúe al momento presente. Pues estos son tiempos de negocios ecológicos y de reciclaje en curso de todo lo divino y lo humano, y en ellos los restos de la tarta que queda para los pobres y proletarios del mundo ni siquiera son ya pastel: son residuos, basura.[60]

Fernández Buey se refiere sobre todo a la calidad del pastel que ha de repartirse, pero también su cantidad cuenta (de hecho, ambas cuestiones están interrelacionadas, como sería fácil mostrar). En un mundo lleno el pastel no puede seguir creciendo, y por lo tanto cae por su propio peso la que probablemente sea más fuerte justificación del mantenimiento de las desigualdades (que pueden mejorar la situación de los que peor están, al estimular el crecimiento general de la riqueza, vía los incentivos económicos a los “más capaces y productivos” en contextos de mercado). A partir de la crisis ecológica y la situación de haber “llenado el mundo” hay, por tanto, nuevas y más fuertes razones para exigir la igualdad social.[61] El enorme –y creciente— nivel de desigualdad existente se vuelve moralmente aún más intolerable cuando la perspectiva de una mejora material ilimitada deja de ser una opción.[62]

En un planeta finito cuyos límites se han alcanzado, ya no es posible desembarazarse de los efectos indeseados de nuestras acciones (por ejemplo, la contaminación) desplazándolos a otra parte: ya no hay “otra parte”. Una vez hemos “llenado el mundo”, volvemos a hallarnos de repente delante de nosotros mismos: recuperamos de alguna forma la idea kantiana de que en un mundo redondo nos acabamos encontrando. Por eso, en la era de la crisis ecológica global, la filosofía, las ciencias sociales y la política entran en una nueva fase de acrecentada reflexividad. Y la humanidad debe hacer frente a una importante autotransformación… que acaso puede ser iluminada por el ciclo vital de una humilde ameba, como nos sugiere Albert Jacquard.

 

AUTOTRANSFORMACIÓN: LA AVENTURA

DE LA AMEBA DICTYOSTELIUM DISCOIDEUM

“Los desarrollos exponenciales tienen necesariamente un límite. El desarrollo tecnológico de la humanidad acaba de alcanzar ese límite. Su desarrollo demográfico lo alcanzará antes de un siglo, situación comparable a la aventura de la ameba Dictyostelium discoideum. Cuando el medio le aporta alimentación suficiente, cada ameba, unicelular, vive y se reproduce por su propia cuenta, en competencia con las otras. Pero si este medio es limitado, la expansión de la colonia agota las riquezas que aquél aporta. La falta de alimento y de espacio provoca entonces una modificación radical. Las células se reúnen para formar sólo un ser único; luego se diferencian, unas constituyendo la base de ese ser, las otras el equivalente de su cabeza. Si el medio se vuelve más favorable, esta cabeza se abre para difundir esporas que se reconvertirán en amebas aisladas, y el ciclo recomienza.

En un planeta que se pudiera considerar como infinito, inagotable, el espléndido aislamiento de los egoísmos, individuales o colectivos, sería posible. En nuestro planeta cada vez más pequeño, de recursos no renovados, esta actitud es suicida para todos. Nos hace falta, como a la ameba, reunirnos para formar un ser único. Pero, al contrario que la ameba, no tenemos ninguna esperanza de ver un día ensancharse y enriquecerse nuestro medio. Estamos definitivamente condenados a la solidaridad de las células de un mismo ser. No cabe alegrarse de ello ni deplorarlo: hay que sacar consecuencias. (…) Desde mañana, la humanidad debe ser diferente de lo que era ayer, del mismo modo que el hombre adulto se diferencia del niño.”[63]

 

Topar con los límites de su medio obliga a la ameba a dar un impresionante salto cualitativo; de forma análoga la humanidad, en una situación de “mundo lleno”, tendría que autotransformarse adoptando nuevas pautas organizativas, reconstruyendo sus sistemas productivos, potenciando otras normas y valores…

 

 

Un mundo sin alrededores

 

Nuestro “mundo lleno”, que es un mundo vulnerable[64], ha de ser pensado también como un mundo sin alrededores, según la acertada sugerencia de Daniel Innerarity. Para este investigador, todas las explicaciones que se ofrecen para aclarar lo que significa la globalización se contienen en la metáfora de que el mundo se ha quedado sin márgenes, sin afueras, sin extrarradios. Global es lo que no deja nada fuera de sí, lo que contiene todo, vincula e integra de manera que no queda nada suelto, aislado, independiente, perdido o protegido, a salvo o condenado, en su exterior. El “resto del mundo” es una ficción o una manera de hablar cuando no hay nada que no forme de algún modo parte de nuestro mundo común. No hay alrededores, no hay “resto del mundo”: nos encontramos –hay que insistir en ello– cara a cara con todos los demás seres humanos, y regresan a nosotros las consecuencias de nuestros actos en un “efecto bumerán”.

“La mayor parte de los problemas que tenemos se deben a esta circunstancia o los experimentamos como tales porque no nos resulta posible sustraernos de ellos o domesticarlos fijando unos límites tras los que externalizarlos: destrucción del medio ambiente, cambio climático, riesgos alimentarios, tempestades financieras, emigraciones, nuevo terrorismo. Se trata de problemas que nos sitúan en una unidad cosmopolita de destino, que suscitan una comunidad involuntaria, de modo que nadie se queda fuera de esa suerte común. Cuando existían los alrededores había un conjunto de operaciones que permitían disponer de esos espacios marginales. Cabía huir, desentenderse, ignorar, proteger. Tenía algún sentido la exclusividad de lo propio, la clientela particular, las razones de Estado. Y casi todo podía resolverse con la sencilla operación de externalizar el problema, traspasarlo a un ‘alrededor’, fuera del alcance de la vista, en un lugar alejado o hacia otro tiempo. Un alrededor es precisamente un sitio donde depositar pacíficamente los problemas no resueltos, los desperdicios, un basurero. (…) Tal vez pueda formularse con esta idea de la supresión de los alrededores la cara más benéfica del proceso civilizador y la línea de avance en la construcción de los espacios del mundo común. Sin necesidad de que alguien lo sancione expresamente, cada vez es más difícil ‘pasarle el muerto’ a otros, a regiones lejanas, a las generaciones futuras, a otros sectores sociales. Esta articulación de lo propio y lo de otros plantea un escenario de responsabilidad que resumía muy bien un chiste de El Roto: «En un mundo globalizado es imposible intentar no ver lo que pasa mirando para otro lado, porque no lo hay».”[65]

Zygmunt Bauman, el gran sociólogo polaco, llama la atención sobre el fin de las tierras vacías[66]. Benjamin R. Barber, el catedrático de la Universidad de Maryland, ha desarrollado en varias de sus obras recientes las consecuencias políticas de la nueva interdependencia humana. En un mundo donde interior y exterior de las fronteras nacionales tienden a confundirse, donde las crisis de la ecología, la salud pública, los mercados, la tecnología o la política acaban afectando a todos, “la interdependencia es una cruda realidad de la que depende la supervivencia de la especie humana”[67]. En un “mundo lleno”, nos enfrentamos a la inaplazable necesidad de reinventar lo colectivo, y quizá tengamos que reevaluar los valores socialistas básicos –igualdad, cooperación, comunidad— también y destacadamente por razones ecológicas.

 

 

[1] Albert Einstein, “Hacia un gobierno mundial”, 24 de mayo de 1946; ahora en Sobre el humanismo, Paidos, Barcelona 1995, p. 25.

[2] Albert Jacquard, “Finitud de nuestro patrimonio”, Le Monde Diplomatique (edición española) 103, mayo 2004, p. 28.

[3] Jane Lubchenco y otros, “The sustainable biosphere initiative – An ecological research agenda – A report from the Ecological Society of America”, Ecology vol. 72 nº2 (abril de 1991).

[4] Lester R. Brown, Plan B. Salvar el planeta: ecología para un mundo en peligro. Paidos, Barcelona 2004, p. 20.

[5] Remito a mis libros Un mundo vulnerable (Los Libros de la Catarata, Madrid 2000), Todos los animales somos hermanos (Universidad de Granada 2003) y Gente que no quiere viajar a Marte (Los Libros de la Catarata, Madrid 2004). Los dos primeros volúmenes se han reeditado en 2005 (editorial Los Libros de la Catarata).

[6] Sobre el principio de ecoeficiencia, Ernst Ulrich von Weizsäcker, L. Hunter Lovins y Amory B. Lovins: Factor 4. Duplicar el bienestar con la mitad de los recursos naturales (informe al Club de Roma), Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, Barcelona 1997. En cuanto al último de los cuatro principios, véase Jorge Riechmann y Joel Tickner (eds.), El principio de precaución, Icaria, Barcelona 2002. Una interesante revisión del problema de la tecnociencia, escrita por un científico –astrónomo y cosmólogo— “más allá de toda sospecha”: Martin Rees, Nuestra hora final. Crítica, Barcelona 2004.

[7] Algunas tendencias hoy ya bien dibujadas en el mundo contemporáneo deberían producir verdadero terror. Como ha señalado Félix Ovejero, “la situación de escasez, si se quiere hacer compatible con un sistema donde la desigualdad opera como ‘estímulo’, exigiría una tiranía de ámbito planetario (de los privilegiados para defenderse de los excluidos) de una brutalidad inimaginable. En una situación de aguda escasez, los excluidos pasan a ser un estorbo para los privilegiados. Es lo que técnicamente se llama una situación de dominación. Mientras en una situación de explotación el privilegiado está interesado en que el explotado exista, en una situación de dominación prefiere que desaparezca. En una situación de explotación, la riqueza de unos puede ser causa de la ‘pobreza’ de otros; en una de dominación, la pobreza de unos es condición necesaria de la riqueza de otros (para que los países del primer mundo puedan mantener sus elevados consumos energéticos, esto es, puedan mantener sus actuales condiciones de vida, es condición que los países pobres consuman poco” (en Roberto Gargarella y Félix Ovejero (comps.): Razones para el socialismo, Paidos, Barcelona 2001, p. 19). En sentido análogo Francisco Fernández Buey, Otro mundo es posible –Guía para una globalización alternativa, Ediciones B, Barcelona 2004, p. 40. Nunca me cansaré de recomendar la lectura de dos libros importantes: Carl Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, Turner/ FCE, Madrid 2002. Y Susan George, El informe Lugano, Icaria, Barcelona 2001.

[8] Los debates conceptuales y normativos sobre la igualdad, en el seno de la filosofía práctica, son complejos y extensos: no podré abordarlos aquí. Mi propia respuesta a la pregunta básica  “¿igualdad respecto a qué?” sería más o menos: igualdad en lo relativo a las capacidades humanas necesarias para vivir una vida buena. El lector o lectora interesados podrán hallar una buena introducción a estos debates en los tres libros siguientes: Amartya Sen, Nuevo examen a la desigualdad, Alianza, Madrid 1995. Alex Callinicos: Igualdad, Siglo XXI, Madrid 2003. Y Gerald A. Cohen, Si eres igualitarista, ¿cómo es que eres tan rico?, Paidos, Barcelona 2001.

[9] Para una reflexión actual sobre los valores socialistas véase Gerald A. Cohen, “Vuelta a los principios socialistas”, mientras tanto 74, Barcelona 1999; y Félix Ovejero, capítulos 1 y 2 de Proceso abierto –El socialismo después del socialismo, Tusquets, Barcelona 2005. Una importante relectura de las tradiciones socialistas con mirada republicana en Antoni Domènech, El eclipse de la fraternidad, Crítica, Barcelona 2004.

[10] Francisco Fernández Buey y Jorge Riechmann, Ni tribunos. Ideas y materiales para un programa ecosocialista, Siglo XXI, Madrid 1996.

[11] Jorge Riechmann, Todos los animales somos hermanos, Universidad de Granada 2003; segunda edición en Libros de la Catarata, Madrid 2005.

[12] Ha sido el economista ecológico Herman E. Daly quien más lúcidamente ha argumentado que ya no nos encontramos en una “economía del mundo vacío”, sino en un “mundo lleno” o saturado en términos ecológicos (porque los sistemas socioeconómicos humanos han crecido demasiado en relación con la biosfera que los contiene): Véase Daly y y John B. Cobb, Para el bien común, FCE, México 1993, p. 218. También Daly, “De la economía del mundo vacío a la economía del mundo lleno”, en Robert Goodland, Herman Daly, Salah El Serafy y Bernd von Droste: Medio ambiente y desarrollo sostenible; más allá del Informe Brundtland, Trotta, Madrid 1997, p. 37-50.

[13] Mathis Wackernagel y otros, “Tracking the ecological overshoot of the human economy”, Proceedings of the National Academy of Sciences, 9 de julio de 2002, p. 9266-9271. De mucho interés también es la actualización del clásico informe al Club de Roma Los límites del crecimiento (originalmente publicado en 1972): Donella H. Meadows, Dennis L. Meadows y Jorgen Randers, Limits to Growth: The 30 Year Update, Chelsea Green Publishing 2004.

[14] Paul Hawken, L. Hunter Lovins y Amory B. Lovins: Natural Capitalism. Creating the Next Industrial Revolution, Little, Brown & Co., Boston/ Nueva York 1999, p. 3.

[15] Immanuel Wallerstein, El futuro de la civilización capitalista, Icaria, Barcelona 1997, p. 79-80. Para Wallerstein, el sistema-mundo capitalista está herido de muerte aunque no sea más que porque “siendo un sistema que necesita una expansión espacial constante, ha alcanzado sus límites” una vez que se ha hecho coextensivo con el mundo (Wallerstein, “The World-System after the Cold War”, Journal of Peace Research vol. 30 número 1, 1993, p. 3). De ahí que, desde la perspectiva de las clases dominantes, resulte “natural” el salto fuera de la biosfera y la conquista del expacio exterior: he tratado esta cuestión en Gente que no quiere viajar a Marte (Los Libros de la Catarata, Madrid 2004).

[16] Immanuel Wallerstein, “Ecología y costes de producción capitalistas: no hay salida”, Iniciativa Socialista 50, otoño de 1998, p. 58. Pero estos son asuntos que superan la perspectiva que me he dado en este libro, y simplemente los menciono en este lugar, aunque sin desarrollar más semejante análisis.

[17] Lo justifica convincentemente por ejemplo Robert Goodland, “La tesis de que el mundo está en sus límites”, en Robert Goodland Herman Daly, Salah El Serafy y Bernd von Droste: Medio ambiente y desarrollo sostenible; más allá del Informe Brundtland, Trotta, Madrid 1997, p. 19-36. Después de algunas consideraciones teóricas generales, Goodland va examinando pormenorizadamente las cinco “pruebas” básicas de su tesis: la excesiva apropiación de biomasa por los seres humanos, el calentamiento global, la rotura de la capa protectora de ozono, la degradación del suelo fértil y la masiva hecatombe de biodiversidad.

[18] Véase por ejemplo Jean Baechler, Esquisse d’une histoire universelle, Fayard, París 2002.

[19] La prensa española se ha hecho eco de este estudio: Público el 24 de septiembre de 2009, y El País el 4 de octubre. El artículo original es Johan Rockström, Will Steffen y otros: «Planetary boundaries: Exploring the safe operating space for humanity». Ecology and Society, septiembre de 2009. Puede accederse a este importante artículo en http://www.stockholmresilience.org/planetary-boundaries

[20] Este límite permitiría asumir el margen de error de los actuales modelos climáticos, cuyas conservadoras estimaciones de ascenso de las temperaturas en función de las emisiones podrían minusvalorar hasta dos grados la tendencia en curso. También permitirían conservar las dos placas polares, deteniendo el retroceso del hielo en el Ártico y en la Antártida.

[21] La pérdida de especies puede afectar al equilibrio global del planeta: la reducción hace más vulnerables los ecosistemas en los que viven a otros cambios ambientales potenciados por el hombre. Se espera que este siglo el 30% de los mamíferos, aves y anfibios estén amenazados de extinción.

[22] En efecto, el exceso de CO2 que produce el ser humano no sólo potencia el calentamiento, sino también un proceso paralelo que acidifica las aguas del océano. Este fenómeno afecta directamente a multitud de especies que son muy sensibles a los cambios del pH, especialmente el coral y los moluscos que cubren su cuerpo con conchas.

[23] Se estima que el 25% de las cuencas fluviales del mundo se seca antes de llegar a los océanos a causa de la descontrolada utilización del agua dulce. A juicio del grupo de científicos, la amenaza que se cierne sobre la humanidad por el deterioro de los recursos globales de agua es triple: la pérdida de la humedad del suelo, a causa de la deforestación; el desplazamiento de las escorrentías y el impacto en el volumen de precipitaciones.

[24] El estudio apunta que los sistemas agrícolas que mejor imitan los procesos naturales (biomímesis) podrían permitir una ampliación de este límite, aunque otros factores deberían controlarse. La degradación de la tierra, la pérdida de agua de riego, la competencia con el suelo urbano o la producción de biocombustibles son algunos de ellos. Reservar las tierras más productivas para la agricultura es una de sus principales recomendaciones.

[25] Este fenómeno, conocido como “evento anóxico oceánico”, es una eutrofización masiva que se desencadena por el agotamiento del oxígeno en el agua marina a consecuencia de la sobredosis de fósforo. Los umbrales que provocarían la catástrofe ya se han superado en algunos estuarios y sistemas de agua dulce, pero los científicos creen que, si se mantienen los flujos de fósforo actuales, el riesgo se evitará durante el próximo milenio.

[26] World Resources Institute: A Guide to World Resources, People and Ecosystems, the Fraying Web of Life, WRI 2000.

[27] W.V. Reid y otros: Millennium Ecosystem Asessment Synthesis Report, 2005. Puede consultarse en www.millenniumasessment.org. Véase también Gustavo Catalan Deus: “Alerta de la ONU ante la explotación insostenible de los recursos naturales”, El Mundo, 31 de marzo de 2005. El estudio se ha acometido para evaluar si los Objetivos del Milenio adoptados por Naciones Unidas en el año 2000 son posibles: básicamente, lo que los expertos analizan es si el agua dulce, la pesca, la regulación del aire, el agua, el clima o las enfermedades van a permitir alcanzar las cuotas de bienestar humano que se han marcado los países para 2015.

[28] Goodland, loc. cit., p. 19.

[29] Recordemos que en poco más de siglo y medio la población mundial se ha multiplicado por siete: de mil millones de habitantes hacia 1850, a siete mil millones en 2011. En 2004, la población mundial era de 6.377 millones de habitantes, y en 2005 aumentó a 6.465 (cifras oficiales del Fondo de NN.UU. para la Población), a los que cada año se añaden unos 75 millones más. El bebé que aumentó la población humana a 7.000 millones nació a finales de 2011.

Las previsiones de NN.UU. suponen una estabilización cerca de los nueve mil millones de personas en 2050. Pero Ernest Garcia suele recomendar cautela: para tal estabilización la tasa de fecundidad debería haberse situado ya en la tasa de reemplazo (dos hijos por mujer, o muy poquito más, 2’01), mientras que en 2011 la tasa de fecundidad se sitúa (en el promedio mundial) todavía en 2’5 hijos por mujer.

En 2004, dos de cada cinco personas (2.800 millones en todo el mundo) vivían con menos de dos dólares al día (1’64 euros); en 2005, las mujeres asalariadas ganaban en promedio un 23% menos que los varones en los países ricos, y un 27% menos en los países pobres.

[30] Siempre que conservemos entre nuestros valores el aprecio por la justicia sin el cual “condición humana” se volvería una palabra huera. Si no fuera así, son concebibles modelos de organización socioecológica donde unos pocos viven en espléndidos chalés protegidos por alambre de espinos, campos minados y ejércitos privados –por seguir con nuestra metáfora de antes— mientras que la mayoría se hacina en míseras chabolas en las favelas circundantes. Al respecto, insisto en recomendar la lectura de dos libros importantes: Carl Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, Turner/ FCE, Madrid 2002. Y Susan George, El informe Lugano, Icaria, Barcelona 2001.

[31] Gary Gardner, Eric Assadourian y Radica Sarin: “La situación del consumo actual”, en Worldwatch Institue: La situación del mundo 2004, Icaria, Barcelona 2004, p. 55.

[32] Martin Rees, Nuestra hora final, Crítica, Barcelona 2004. Como ya cité en la introducción, este importante cosmólogo escribe: “Creo que la probabilidad de que nuestra actual civilización sobreviva hasta el final del presente siglo no pasa del 50%. Nuestras decisiones y acciones pueden asegurar el futuro perpetuo de la vida (…). Pero, por el contrario, ya sea por intención perversa o por desventura, la tecnología del siglo XXI podría hacer peligrar el potencial de la vida.” (p. 16).

[33] Jorge Riechmann, Un mundo vulnerable, segunda edición, Los Libros de la Catarata, Madrid 2005.

[34] Albert Jacquard, “Finitud de nuestro patrimonio”, Le Monde Diplomatique (edición española) 103, mayo 2004, p. 28.

[35] Lester R. Brown: Plan B. Salvar el planeta: ecología para un mundo en peligro. Paidos, Barcelona 2004, p. 307. Por ejemplo –según ha señalado WWF/ Adena en 2005–, la industria pesquera recibe en España 350 euros por tonelada de pescado capturada (totalizando más de 1.700 millones entre 2000 y 2006, según datos oficiales, y sin incluir los acuerdos pesqueros). Y eso ¡en una situación de caladeros sobreexplotados, tanto en nuestros mares próximos como en los más lejanos! Pues, según la AEMA (Agencia Europea de Medio Ambiente), entre el 62% y el 91% de los stocks comerciales –dependiendo del caladero— se encuentran fuera de los límites biológicos de seguridad en el Atlántico Noroeste, y en el Mediterráneo el 70%. A escala mundial, la FAO alertó en 2005 de que el 79% de las pesquerías se encuentran sobreexplotadas o agotadas…

[36] Informe de la AIE (Agencia Internacional de la Energía) World Energy Outlook 2011, publicado el 9 de noviembre de 2011. Puede consultarse toda la serie en http://www.worldenergyoutlook.org/. Véase también Duncan Clark, “Phasing out fossil fuel subsidies ‘could provide half of global carbon target’”, The Guardian, 19 de enero de 2012; puede consultarse en http://www.guardian.co.uk/environment/2012/jan/19/fossil-fuel-subsidies-carbon-target

[37] Y eso sin contar con que algunas reparaciones dentro del barco (mejoras tecnológicas esperables en los decenios futuros) pueden proporcionar cierta holgura adicional (mejores formas de aprovechar espacios y recursos).

[38] Es muy sugestiva la reflexión al respecto de Enric Tello, en su libro La historia cuenta y en varios artículos de estos últimos años (alguno de los cuales se citará más abajo).

[39] Ricardo Petrella, “Cambiar el mundo es posible”, Le Monde Diplomatique 118 (edición española), agosto de 2005, p. 3.

[40] Capítulo 9 de La habitación de Pascal, Los Libros de la Catarata, Madrid 2009.

[41] Entrada de blog de Tom Hartmann, el 4 de noviembre de 2007, que puede consultarse en http://www.thomhartmann.com/blog/2007/11/last-hours-ancient-sunlight-lessons-ancient-people-have-us

La fuente original de la anécdota es el libro de Laurensvan der Post The Heart of the Hunter, Harvest Books, New York 1961.

[42] Las ideas seminales de este movimiento fueron formuladas por Paul Anastas y Pietro Tundo a comienzos de los años noventa. Un manual básico es Paul T. Anastas y John C. Warner: Green Chemistry, Theory and Practice, Oxford University Press 1998. Dos útiles introducciones breves: Terry Collins, “Hacia una química sostenible”, y Ken Geiser, “Química verde: diseño de procesos y materiales sostenibles”, ambos en Estefanía Blount, Jorge Riechmann y otros, Industria como naturaleza: hacia la producción limpia, Los Libros de la Catarata, Madrid 2003. Dos buenos libros divulgativos son Xavier Domènech, Química verde, Rubes Ed., Barcelona 2005; y José Manuel López Nieto, La química verde, CSIC/ Los Libros de la Catarata, Madrid 2011. En España, el centro de referencia en química verde es el IUCT (Instituto Universitario de Ciencia y Tecnología, véase www.iuct.com), con sede en Mollet del Vallès, que entre otras iniciativas ha creado un programa interuniversitario de doctorado sobre química sostenible pionero en el mundo (participa en él una docena de universidades españolas: véase por ejemplo www.unavarra.es/organiza/pdf/pd_Quimica_Sostenible.pdf). Estos esfuerzos han sido honrados con la concesión del Permio Nobel de Química 2005 al investigador francés Yves Chauvin y a los norteamericanos Robert H. Grubbs y Richard R. Schrock por sus trabajos en química verde (en concreto, por el desarrollo del método de metatesis en síntesis orgánica, que permite reducir notablemente la formación de residuos peligrosos al producir nuevas sustancias químicas).

[43] Como introducción al ecodiseño puede servir Joan Rieradevall y Joan Vinyets, Ecodiseño y ecoproductos, Rubes Editorial, Barcelona 2000.

[44] Tengo presente, claro está, que la sociología de los últimos dos decenios –pienso sobre todo en Anthony Giddens y en Ulrich Beck— ha colocado la categoría de reflexividad en un lugar central. El ex director de la London School of Economics, por ejemplo, ha desarrollado en varias obras una idea optimista –y seguramente demasiado acrítica— de la reflexividad como característica del sujeto moderno. Giddens divide la modernidad en dos fases: la modernidad baja y la alta modernidad. La primera se basó en cuatro grupos de “complejos institucionales de modernidad”, que formaban la base del proceso: el poder administrativo, el militar, el capitalismo y el industrialismo. Para Giddens, la alta modernidad se apoya sobre tres procesos interrelacionados: la globalización, la reflexividad social y la destradicionalización. El sujeto de esta “alta modernidad” dirige su vida desde una vigilancia continua de su subjetividad, dentro de una cultura que ofrece una plétora de posibilidades de vida en un “proyecto reflexivo del yo”. Véase Anthony Giddens, Consecuencias de la modernidad, Alianza Editorial, Madrid 1997; Modernidad e identidad del yo, Ediciones Península, Barcelona 1997; Las transformaciones de la intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas, Cátedra, Madrid 2000.

[45] Herman E. Daly, “From empty-world economics to full-world economics”, en Robert Goodland, Herman Daly, Salah El Serafy y Bernd von Droste: Environmentally Sustainable Economic Development. UNESCO, París 1991, p. 29.

[46] Éste es el tema de libros importantes como Ernst Ulrich von Weizsäcker, L. Hunter Lovins y Amory B. Lovins: Factor 4. Duplicar el bienestar con la mitad de los recursos naturales (informe al Club de Roma), Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, Barcelona 1997; y Paul Hawken, L. Hunter Lovins y Amory B. Lovins: Natural Capitalism. Creating the Next Industrial Revolution, Little, Brown & Co., Boston/ Nueva York 1999.

[47] La idea de llegar al desarrollo sostenible promoviendo la ecoeficiencia tiene una fuerte impronta empresarial (del “sector ilustrado” del empresariado multinacional), y fue promovida vigorosamente por el Business Council for Sustainable Development (BCSD, hoy WBSCD) en la antesala de la “Cumbre de Río” de 1992. Un buen texto reciente coordinado por el Instituto Wuppertal: Jan-Dirk Seiler-Hausmann, Christa Liedtke y Ernst Ulrich von Weizsäcker, Eco-efficiency and Beyond. Towards the Sustainable Enterprise, Greenleaf Publishing, Sheffield 2004.

[48] John R. McNeill, “Sostenibilidad ambiental y políticas de estado: una visión histórica”, ponencia en las jornadas “Políticas de la Tierra” (Encuentros de Salamanca IV) organizadas por la Fundación Sistema, Salamanca, 22 al 25 de junio de 2005.

[49] McNeill, “Sostenibilidad ambiental y políticas de estado: una visión histórica”, loc. cit. El trabajo al que se está refiriendo es Mark Elvin: The Retreat of the Elephants: An Environmental History of China, Yale University Press, New Haven 2004.

[50] Salvo que uno sea un creyente de la huida al espacio exterior, claro está. Pero quienes no consideramos deseable, o posible, o ambas cosas a un tiempo, semejante perspectiva de expansión extraterrestre, tampoco nos dejamos confortar fácilmente con especulaciones de ciencia-ficción. Véase Jorge Riechmann: Gente que no quiere viajar a Marte, Los Libros de la Catarata, Madrid 2004.

[51] Ralph Estes, Tyranny of the Bottom Line: Why Corporations Make Good People Do Bad Things, 1996 (citado en George Monbiot: La Era del Consenso. Manifiesto para un nuevo orden mundial, Anagrama, Barcelona 2004, p. 209).

[52] E. J. Mishan, Los costes del desarrollo económico, Oikos-Tau, Barcelona 1971 (ed. original inglesa de 1969), capítulo 5. La perspectiva de Mishan es económica; para ver tratados algunos temas conexos desde perspectiva jurídica, Mª Eugenia Rodríguez Palop, “De la reivindicación ambiental y los derechos humanos”, en Jorge Riechmann (coord.), Ética ecológica. Propuestas para una reorientación, Nordan/ Comunidad, Montevideo 2004. También, de la misma autora, La nueva generación de derechos humanos. Origen y justificación, Dykinson/ Univ. Carlos III de Madrid, Madrid 2002.

[53] Mishan, Los costes del desarrollo económico, op. cit., p. 62 y 67.

[54] Véase al respecto Jorge Riechmann, «Necesitamos una reforma fiscal guiada por criterios igualitarios y ecologistas», en Jorge Riechmann, José Manuel Naredo y otros: De la economía a la ecología, Trotta, Madrid 1995, p. 79-116.

[55] Mishan, Los costes del desarrollo económico, op. cit., p. 60.

[56] C.B. MacPherson, La teoría política del individualismo posesivo, Fontanella, Barcelona 1979; hay reedición posterior en ed. Trotta.

[57] John Locke, Segundo tratado sobre el gobierno civil, sección 27.

[58] Ibid., sección 27.

[59] John Locke, Segundo tratado sobre el gobierno civil, sección 36.

[60] Francisco Fernández Buey, “Ecología política de la pobreza en la mundialización del capitalismo”, en Jorge Riechmann y Francisco Fernández Buey (coords.): Trabajar sin destruir. Trabajadores, sindicatos y ecologismo, HOAC, Madrid 1998, p. 65.

[61] Alguna reflexión adicional sobre estas cuestiones en Jorge Riechmann: “Un apartheid planetario. Sobre ecología, globalización y desigualdad socioeconómica”, capítulo 8 de Un mundo vulnerable (segunda edición), Los Libros de la Catarata, Madrid 2005.

[62] Una situación de “mundo lleno” plantea, por tanto, dificultades notables tanto a las políticas socialdemócratas como a las inspiradas por el liberalismo igualitario de John Rawls: en ambos casos se apuesta por el crecimiento fuerte (combinado con una redistribución moderada) sin cuestionar los grandes niveles de desigualdad reinantes. Ahora bien, también afecta, por supuesto, a las concepciones tradicionales del marxismo (ya lo mencioné en la introducción). En efecto: en la argumentación del marxismo tradicional, el supuesto de la abundancia material ilimitada era central. Se suponía que el capitalismo ponía en marcha un rápido crecimiento de las fuerzas productivas, hasta llegar a un punto en que las propias relaciones capitalistas de producción se convertían en una traba para el crecimiento ulterior. De ahí la necesidad de la transformación revolucionaria, que introducía nuevas relaciones de producción (socialistas/ comunistas) capaces de asegurar el despliegue sin trabas de las fuerzas productivas. En la sociedad postcapitalista, la abundancia material iba a ser tan grande –habría tanto de todo para todos y todas— que los problemas de justicia distributiva ni se plantearían… Ilusiones, terribles ilusiones. Como dice Gerald A. Cohen –y como reconoció mucho antes que él Manuel Sacristán–, tenemos que abandonar el extravagante optimismo materialista de Marx previo a la conciencia ecológica.

“El logro de la igualdad marxista (de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades) tiene como premisa la convicción de que el progreso industrial llevará a la sociedad a una condición tal de abundancia que será posible proporcionar lo que cada uno necesite para llevar una vida plenamente satisfactoria. Ya no habrá ocasión para competir por la primacía, ya sea entre individuos o entre grupos. Una razón para predecir la igualdad la constituía esa abundancia futura (supuestamente) inevitable. La escasez persistente es ahora una razón para exigirla” (Gerald A. Cohen, Si eres igualitarista, ¿cómo es que eres tan rico?, Paidos, Barcelona 2001, p. 154). Si el marxismo tradicional preveía un comunismo de la abundancia donde en realidad la ética y la política saldrían sobrando, la realidad de la escasez (y la consiguiente persistencia de los conflictos) nos obligan a pensar un ecosocialismo donde las cuestiones ético-políticas recobran su papel fundamental. La productividad industrial no jubilará a la moral.

[63] Albert Jacquard: Éste es el tiempo del mundo finito, Acento, Madrid 1994, p. 144.

[64] Jorge Riechmann, Un mundo vulnerable, Los Libros de la Catarata, Madrid 2000 (segunda edición reelaborada en Los Libros de la Catarata, Madrid 2005).

[65] Daniel Innerarity: “Un mundo sin alrededores”, El Correo, 23 de mayo de 2004.

[66] Zygmunt Bauman, Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias, Paidos, Barcelona 2005.

[67] Benjamin R. Barber, “El día de la interdependencia”, El País, 10 de septiembre de 2004.

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Usted perdone: Estamos aprendiendo

Manuel Gil Antón

En educación, 2016 será intenso: la SEP anunció iniciativas que merecen atención de todos, especialmente del magisterio, el actor ausente, a tres años aún, del diseño y ejecución de los cambios. Han sido concebidos como materia inerte, y moldeable, sobre la que las autoridades experimentan sin evidencia que asegure la idoneidad educativa de sus acciones. No ha prevalecido la racionalidad técnica y sus tiempos de maduración, sino la premura derivada de un conjunto de leyes mal elaboradas.

Se espera alguna iniciativa en torno a la Ley General de Educación, orientada por la idea de poner a la “escuela en el centro”. Ya van más de tres años en que esta reforma ha tenido, como punto central, a la evaluación como sea: un proceso que debería ser muy cuidado porque sus consecuencias son profundas, se ha usado para hacer variar a fondo la administración del sistema, mediante la modificación de las condiciones laborales de los y las profesoras: son, ya, empleados en condiciones de precariedad laboral, bajo amenaza constante, luego de ser desprestigiados sin medida.

Se anuncia también la propuesta del nuevo modelo educativo, hurtando de la crítica la noción de comunidades de aprendizaje, pues han operado bajo la idea que las escuelas serán “de calidad” merced a la adición simple de profesores idóneos al ingreso y satisfactorios en su desempeño. La propuesta del avance en el conocimiento, como producto de ambientes de aprendizaje complejos, no ha sido su horizonte: de haberlo sido, la valoración de las condiciones escolares para aprender sería otra.

A esta reforma se aferra el gobierno federal como clavo ardiente pues – al menos en apariencia – será la que tendrá mejores indicadores de “éxito” de todas las que derivaron del Pacto. Tiene la coartada que habrá de mostrar, si acaso, resultados a largo plazo (cuando ya no estén sus impulsores), de lo que deriva que festinen los medios empleados, sobre todo el sometimiento a la evaluación como mecanismo de control, ¡misión cumplida!, sin que haya posibilidad temporal de considerar, en efecto, su impacto en mejorar la educación.

Uno de los puntos cruciales del año será la publicación de los resultados de la evaluación para la permanencia en el servicio. Si se tratara de una evaluación diagnóstica para orientar las líneas de mejora del magisterio, estaríamos en un escenario interesante y prometedor. No obstante, y pese a que ese es el discurso oficial, los datos del proceso rebasan el diagnóstico: implican clasificar a los docentes, imputando a sus personas, no al resultado de la examinación, un adjetivo con gran carga simbólica: eres satisfactorio o no, y si lo eres, puedes ser bueno o destacado. De no serlo, el epíteto es rudo: no sirves. Además, de hacer pública la ubicación, de cada quien, en esas categorías, la distorsión en la comunidad escolar, así estratificada, y el reclamo de los padres para que atiendan a sus retoños los destacados, generará problemas.

Hay un factor adicional: la evaluación del desempeño a través de tres dimensiones (evidencias de trabajo, conocimientos y planeación argumentada) aplicada por la SEP, y aprobada por el INEE, no contó con los procesos previos indispensables para ser válida y confiable. Es un instrumento inseguro del que derivan consecuencias no triviales. Si va usted a recoger el resultado de un estudio de laboratorio, confía en que los sistemas y aparatos funcionen bien, de tal manera que lo que determine hacer el médico cuente con bases sólidas. Si el instrumental para el diagnóstico no se ha sometido a prueba, pero de todos modos se decide intervenir y hacer, por ejemplo, una cirugía, al revisarlo puede resultar fallido. Ya (mal) operado, ¿se conformaría con el clásico: usted perdone? ¿Le bastaría saber que así es porque “estamos aprendiendo”? No lo creo.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de

El Colegio de México

mgil@colmex.mx

@ManuelGilAnton

Publicado originalmente en El Universal de México

http://www.eluniversal.com.mx/

Fotografía publicada originalmente en Quadratin

 

 

 

 

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Cinco ideas simples sobre acreditación del aprendizaje por experiencia, para ser refutadas

acreditacion

Por: Julio C Valdez/ Venezuela

1. La Acreditación del Aprendizaje por Experiencia (AAPE), cuyo manejo es diverso y desigual de una a otra institución universitaria, ha devenido de ser una propuesta masiva y democrática de inclusión a una forma más de ingreso de las personas al subsistema universitario. Si bien exponía la posibilidad de valorar social y académicamente los aprendizajes humanos desde diversas fuentes (formales, no-formales y hasta in-formales), al punto de equipararle con los aprendizajes académicos propiamente dichos, tiende hoy en la práctica a ser un mero proceso administrativo de “traducción” –de adecuación- de aprendizajes previos diversos a los programas de estudio vigentes en las universidades. ¿No es un buen momento para revalorizar y repensar el ser y el hacer de la llamada AAPE en una dimensión mayor que implique un diálogo directo y frontal entre la sociedad total (no sólo los sujetos económicos) y las universidades, de cara a generar espacios permanentes de diálogos de saberes, atendiendo criterios de democracia cognitiva, de equidad discursiva?

2. El propio nombre de Acreditación (dar “créditos”) implica un signo, una marca, una visión predominantemente mercantil, en la forma como se aplica en las universidades hoy día; es una especie de préstamo que se hace con los aprendizajes de las personas para ingresar al negocio de la educación. Por otra parte, en diversas instituciones, se enfatiza este signo en la medida que este proceso de acreditación representa un significativo costo para los aspirantes, y un medio de obtención de recursos financieros por las universidades. ¿Es Acreditación un concepto amplio y multidimensional para comprender y desarrollar estrategias tan complejas que implican diálogos intersectoriales, generación y valorización compartida de códigos disciplinarios, interdisciplinarios y transdisciplinarios, o es predominantemente una estrategia de obtención de recursos financieros por parte de instituciones universitarias?

3. El lenguaje dominante en la AAPE es sin lugar a dudas “escolarcéntrico”, e implica una jerarquía muy clara. Un aprendizaje que provenga de fuentes formales (el sistema escolar) es acreditable prácticamente sin mayores consideraciones previas. Un aprendizaje que provenga de fuentes no formales, es decir, con estructuras y patrones muy similares a los escolarizados (por ejemplo, cursos y talleres de adiestramiento laborales), con algunas traducciones, puede pasar la prueba de validación con poco o mayor ajuste. Mientras, un aprendizaje in-formal (¿sin forma?), como el que desarrollamos en nuestros hogares, nuestras comunidades, aún tiene que recorrer un largo camino para estar a nivel de los otros aprendizajes. ¿No es hora de replantearnos una especie de revolución semiótica y semántica en el mundo de la AAPE? ¿No es hora de diversificar y revalorizar las diferentes fuentes de aprendizaje, al punto de que todas representen instancias convenientes y válidas para la generación y valoración de aprendizajes vitales?

4. La AAPE es sin duda un asunto de ejercicio del poder, académico en este caso. Como la lectura se da desde los programas regulares de estudio de la institución educativa, es ésta la que tiene el poder de decidir sobre la valoración de los aprendizajes de los aspirantes. Y esa decisión usualmente de carácter administrativo tiende a dejar por fuera diversos y ricos aprendizajes provenientes de diversas fuentes (generalmente de carácter “in-formal”), y aún con implicaciones y significados socialmente apreciados y valorados, como por ejemplo los saberes generados a partir de la militancia en los movimientos sociales. ¿Es posible que visualicemos la acción de reconocimiento y acreditación de aprendizajes como un diálogo de poder compartido, entre universidad y grupos y actores sociales diversos? ¿Es posible rebasar la intencionalidad única de “traducir” los aprendizajes humanos a los requerimientos de un programa de estudio, en vez de propiciar una ampliación creativa de lo curricular hacia dimensiones inéditas de crecimiento personal y pertinencia social?

5. La acreditación vive entre tensiones creativas, que suponen por un lado un proceso riguroso de nombrar y organizar saberes diversos para el desarrollo académico de alguien, y por el otro, la libertad creativa de las personas de nombrar y valorar sus propios saberes… está entre la adecuación y aceptación de una institución (tal vez reducida a un mero juicio de expertos) que determina si lo que alguien sabe es valioso o no, y la posibilidad de organización creativa de los aprendizajes por sus protagonistas en sus correspondientes contextos vitales. ¿Es factible abrir los espacios institucionales a las dinámicas históricas y sociales, de modo tal que propicien diálogos de saberes con diversos entes de la sociedad total? ¿Es posible repensar lo curricular propiciando que pueda rebasar sus linealidades inherentes (secuencias de “asignaturas por ver”), sus lógicas crediticias (acumulación de “contenidos dados”), su fragmentación mortal?

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