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Ser “tonta” está de moda

Emma Näslund-Hadley

niña tonta

Dibujo: Nathaly Bonilla

Gran parte de mi vida, he estado obsesionada con el tema de género y matemáticas. Cuando era niña, me encantaba cuando mi padre inventaba juegos y acertijos matemáticos y me retaba a resolverlos. Sin embargo, estaba claro que no todos los niños y niñas de mi escuela compartían mi amor por los números. Lamentablemente, décadas después, esa  misma aversión a las matemáticas que vi entre mis amigas de infancia ha seguido replicándose en las nuevas generaciones.

Durante los primeros años de escuela, a las niñas generalmente no les gustan las matemáticas, incluso cuando su desempeño está a la par del de los niños. Cuando crecen, no entran en carreras matemáticas con la frecuencia que sus pares masculinos. Como resultado, tenemos un menor número de mujeres en las finanzas, los negocios y los campos de las llamadas “STEM (por sus siglas en inglés)” como ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas. Precisamente esos campos en los que, debido al creciente uso de la tecnología en nuestra sociedad, están las mejores oportunidades laborales.

¿Por qué es tan difícil inculcar el amor por las matemáticas en las niñas? Parece ser que las  normas culturales contribuyen y forman las definiciones que los niños tienen de sí mismos, lo que lleva a las niñas a asimilar el estereotipo de que las matemáticas no son para ellas. Estas normas están tan arraigadas en nuestra sociedad que son difíciles de cambiar. Varios estudios muestran cómo los padres han indicado que sus hijos son mejores que sus hijas en las matemáticas, aun cuando este no era el caso. Incluso cuando las niñas tienen padres instruidos en el tema de género, reciben el mensaje ¨anti-matemáticas¨ a través de los medios de comunicación, el entretenimiento, la ropa y los juguetes.

Uno pensaría que la reacción popular en contra de la Barbie que hablaba (en la década de 1990)  y que decía frases como “La clase de matemáticas es muy dura” haría que las empresas tuviesen más cuidado con este tema. Sin embargo, aún hoy en día seguimos viendo mensajes “anti-matemáticas” que son promovidos a través de algunos productos dirigidos a las niñas. Hace algunos años, la tienda de ropa The Children’s Place produjo una camiseta enumerando como temas preferidos por las niñas el “ir de compras, la música y el baile”, pero no las matemáticas porque…”bueno, nadie es perfecto”. La compañía David & Goliath comercializó una camisa similar que en letras rosadas declaraba “soy demasiado bonita para hacer matemáticas”. Este tipo de afirmaciones parecen decir  a nuestras niñas y jóvenes que ser malas en matemáticas es un logro. O hacen, como lo dijo un comentarista, que “ser tonta esté de moda”.

Los estereotipos como estos no son solo fastidiosos, sino que también predeterminan. Un estudio transcultural en 36 países dirigido por un investigador de la Universidad de Virginia (Nosek, B. et al., 2009) encontró que los estereotipos de género predicen el rendimiento en matemáticas y ciencia de las niñas. Por otra parte, la Asociación Americana de Psicología muestra investigación sobre cómo estudiantes mujeres con altos resultados académicos en matemáticas obtienen peores resultados que sus pares masculinos en una prueba de matemáticas simplemente diciéndoles que las niñas tienden a rendir menos que los varones en la prueba. A las estudiantes a quienes no se les dijo nada acerca de las diferencias de género, o a las que se dijo que la prueba tiende a producir la misma puntuación para ambos géneros, presentaron un puntaje igual a los varones.

Lamentablemente, las chicas asimilan claramente ese tipo de mensajes, por lo que tal vez no debería sorprendernos que cuando crezcan crean que las matemáticas no son un campo al que ellas pertenecen. Este sentido de “no pertenencia” comienza desde temprano. Mi hija de nueve años,recientemente me dijo que abandonaría la clase de ajedrez. “Mamá, las niñas no juegan al ajedrez”, me explicó. Sabiendo lo mucho que ama el ajedrez y la forma en que este juego está directamente relacionado con el desarrollo de habilidades para resolver problemas matemáticos, asumí el papel de abogada y logré convencer a otros padres de inscribir a sus niñas. Como padres y educadores no podemos dejar que los estereotipos de género ganen. Las matemáticas son simplemente demasiado importantes y divertidas para estar reservadas solo para la mitad de la población.

 

Publicado originalmente en la pagina del BID: La educación de calidad es posible

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Una pedagogía emancipadora para Nuestra América

Por Pablo Imen*

El siglo XIX fue un siglo de grandes sueños y realizaciones. También el prólogo de derrotas -algunas trágicas- así como el anuncio de otros futuros deseables y posibles. En Europa, Marx informaba que un fantasma –el del comunismo- advertía, sin medias tintas, que el sistema capitalista estaba históricamente condenado.

 

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La entonces denominada América española emprendía sin desmayo una gesta emancipadora. Precisemos: en nuestra lectura de la historia ha sido la Revolución de Haití la que inauguró la gran empresa de nuestra independencia originaria como proyecto colectivo1. En 1791 la más próspera colonia francesa iniciaba un movimiento de significación y alcance tan profundos que jamás serían perdonados por los poderes imperiales. En el marco de la naciente Revolución Francesa, en que la metrópolis agitaba las banderas de libertad, igualdad y fraternidad, se libraba una inédita e impensable insurrección en su seno que culminó en 1804 con una Constitución que proclamaba en su artículo 14° que todos los ciudadanos de Haití serían denominados negros. Los afrodescendientes que regaron con su sangre el proceso libertador en la isla, pusieron el nombre de Haití a la naciente república en homenaje a los originarios que fueron exterminados en el “proceso civilizatorio” de la España realista primero y de la Francia monárquica más tarde. Esos mismos insurgentes haitianos apoyaron a Bolívar en la campaña emancipadora ofreciendo hombres, armas y dinero con la condición de que donde triunfara la revolución se declarara el fin de la esclavitud. Esa es la marca de origen de Nuestra América, toda una lección histórica, una verdadera pedagogía de la emancipación.

Nuestro camino, en aquel contexto, transitó lejos de la independencia de EE.UU. y, con ella, nos alejamos y denunciamos las posteriores evoluciones de ese país –autoproclamado como Pueblo Elegido- en dirección a una suerte de “anexionismo panamericanista”. Muy tempranamente, en 1823, Estados Unidos declaró a través de Monroe la célebre sentencia: “América para los (norte) americanos”, que Bolívar denunció de modo clarividente poco después cuando le afirmó en una misiva a Patricio Campbell, encargado de Negocios de EE.UU., que «Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad». El texto está fechado en agosto de 1829. También Simón Rodríguez advirtió que “la sabiduría de Europa y la prosperidad de Estados Unidos son dos enemigos de la libertad de pensar en América.”

Esos llamados a la independencia, a la autonomía, a sociedades plenas de justicia fueron desoídos durante doscientos años por la mayoría de los gobiernos –dictatoriales o electos democráticamente- de la región. Casi dos siglos después se retoma el proyecto interrumpido de Patria Grande.

Hoy los pueblos y sus gobiernos cuestionan y revisan, para superar definitivamente, aquel proyecto de pequeñas repúblicas confrontadas entre sí y sometidas a los poderes imperiales metropolitanos. Y visto a doscientos años, el siglo XXI resulta un escenario donde circulan otros espectros –parecidos y diferentes- a los que vislumbró Marx en Europa hace 166 en su Manifiesto Comunista.

En la región resurgen hoy, en promisorios inicios de este siglo XXI, las apuestas de Bolívar, San Martín, Artigas, Bartolina Sisa, Juana Azurduy, Manuelita Sáenz. Y detrás de ellas y ellos Pueblos y Repúblicas que reavivan el gran sueño nacional que adquiere, hoy, nuevas perspectivas. Este momento del proceso histórico largo2 fue abierto con el triunfo de Hugo Rafael Chávez Frías en 1998. Cierto es que esta etapa “institucional” de la lucha por la segunda emancipación nuestroamericana se asienta en la acción rebelde y resistente de los movimientos sociales que en muchos países encontraron un cauce político e institucional. Pero nada de esto puede comprenderse sin la persistente práctica de oposición y proposición que fueron desplegando las mayorías sociales frente a la predominancia de la entonces denominada Nueva Derecha. Así, la región vivió bajo la hegemonía neoliberal-conservadora desde mediados de los setenta hasta fines de los noventa, coyuntura que, como advertimos, abrió un nuevo tiempo latinoamericano y caribeño. Por vía electoral se fueron instalando gobiernos que, como nunca antes, se parecieron a sus pueblos. Brasil, Uruguay, Argentina, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Paraguay, El Salvador, se convirtieron en actores de una nueva realidad en proceso: la renovada reconstrucción por la unidad de Nuestra América.

La unidad tiene expresiones concretas y también desarrollos complejos. La sepultura del ALCA en 2005 (Mar del Plata); la reformulación y ampliación del MERCOSUR; la creación de UNASUR, CELAC, ALBA; el ensayo del Banco del Sur, constituyen marcas de una construcción inconclusa que ha permitido a nuestra región sostener posiciones de autonomía desde una posición de soberanía colectiva.

Frente a estas novedades, la derecha continental siempre estimulada por EE.UU. y sus fracciones monroístas más acendradas, de sus grupos más conservadores3, dentro y fuera del Estado, impulsaron la creación de la Alianza del Pacífico como contrapeso de las demás iniciativas progresistas y transformadoras  a favor de los intereses de los pueblos.

La construcción de este proyecto de unidad tiene sus rasgos contradictorios: el hecho de que haya diversidad de proyectos nacionales en curso –que van desde los que sostienen políticas neoliberal-conservadoras a los que asumen el desafío de construir el socialismo del siglo XXI- convierten en un verdadero de-safío el proceso de integración.

Si el primer punto del programa emancipador del siglo XXI es la construcción de la  Patria Grande, el segundo es la superación definitiva del neoliberal-conservadurismo y el avance, hasta donde sea posible, de nuevas formas de organización social que establezcan sociedades igualitarias, profundamente democráticas, formadoras de hombres y mujeres libres, solidarios, capaces de construir un proyecto común de presente y de futuro. En este marco cobra sentido la discusión (y la creación) de una pedagogía emancipadora nuestroamericana. Si las apuestas colectivas avanzan a un orden social fundado en la justicia, dicha organización requerirá un proyecto político educativo congruente, descolonizador, emancipatorio, diverso.

¿Dónde iremos –se preguntaba Simón Rodríguez- a buscar modelos? El “inventamos o erramos” que proponía en el siglo XIX tiene plena validez. Pero esa invención no parte de cero, reconoce un acervo de pedagogías y pedagogos que han sentado las bases de una pedagogía nuestroamericana.

Simón Rodríguez, José Martí, Pedro Figari, la Escuela Rural Mexicana y José Vasconcelos, Florencia Fossatti,  Luis Iglesias, Jesualdo Sosa, las hermanas Olga y Leticia Cossetini, Paulo  Freire, constituyen fuentes en las que abrevar para construir una pedagogía propia, sin negar los valiosos aportes que puedan incorporarse desde otras latitudes. 4

Llegados a este punto nos planteamos dos interrogantes. En primer lugar, ¿para qué educación debiéramos consultar a nuestros antecesores? En segundo término, ¿en qué fuentes abrevar para construir esa pedagogía adecuada a los desafíos de Nuestra América en este esperanzado siglo XXI?

Este planteo y estas preguntas no son abstractas sino que responden a muy concretas condiciones históricas heredadas del último cuarto del siglo XX. El neoliberal-conservadurismo ha sido un proyecto civilizatorio integral que tuvo su propuesta de política pública y de política educativa. Estas propuestas fueron aplicadas con tenacidad durante décadas con sus efectos devastadores. Nunca hubo tanta injusticia, tanta exclusión y tanta desigualdad (tras la ruptura colonial y el inicio de las realidades neocoloniales), como en la transición del siglo XX al XXI. Es desde esta realidad histórico-política concreta que resulta imperioso pensar una respuesta.

 

¿Qué Educación Emancipadora?

El neoliberalismo ha exacerbado un proyecto político educativo que, hasta hoy, goza de enorme consenso no solo en el mundo capitalista desarrollado sino inclusive entre muchos de nuestros gobiernos populares. Ocurre la paradoja de que mientras la ortodoxia de los economistas ha sido desalojada de las casas de gobierno, muchos tecnócratas educativos gozan de prestigio y escucha entre presidentes y ministros de indudable compromiso igualitario y democrático. Paradojas del momento histórico -y desafío esencial de la batalla de ideas en el campo educativo- prima la idea de que la “calidad educativa” es equivalente a buenos resultados de operativos estandarizados de evaluación de conocimientos elaborados por tecnoexpertos, traducidos por manuales, operativizados por docentes (aplicadores de esos paquetes pedagógicos) absorbidos por “alumnos” (traducido como “sin luz” del griego a-luminis) y medidos por el Ministerio de Educación que se convierte en un Tribunal cuya función es esencialmente la vigilancia y la adecuada rotulación de ganadores y perdedores a partir del rendimiento en dichos exámenes.

Ese modelo pedagógico supone un tipo de relación pedagógica enajenada: conocimientos que son vividos por los estudiantes como lejanos, sin anclaje en sus propias necesidades y demandas y, para peor, amenazantes de su continuidad escolar. Para los trabajadores de  la educación se convierten en verdaderos yugos que no solo dicen lo que los “alumnos” deben aprender sino lo que los docentes deben enseñar, y cómo hacerlo. Esta idea de evaluación como sinónimo de examen y acreditación supone al mismo tiempo una escisión entre la educación y la vida, entre teoría y práctica, una subordinación de lo pedagógico a lo burocrático, un estímulo a la idea de aprendizaje como mera repetición, la aceptación de un tipo de vínculo y regla basada en la competencia y el rendimiento sin atender a los procesos. En suma: una combinación trágica de autoritarismo, mercantilismo y tecnocracia.5 Una recorrida por la política educativa de Chile o de la propia Ciudad de Buenos Aires puede dar acabada cuenta de estos proyectos que existen no como promesas sino como duras realidades. Las pruebas del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes –PISA por su denominación en inglés- constituyen un dispositivo ejemplar del modelo que se está proponiendo como parámetro universal de esta pedagogía de la opresión, la desigualdad, la enajenación y la injusticia.

Frente a este modelo es preciso entonces oponer una alternativa pedagógica contrahegemónica. Formar para la soberanía cognitiva (entendida como capacidad de pensar con cabeza propia); desplegar todos los aspectos de la personalidad (saber pensar, saber decir, saber sentir, saber hacer, saber convivir); educar gobernantes y productores libres son elementos que, muy resumidamente, deben aportar a una pedagogía emancipadora latinoamericana. Estas definiciones no son invenciones de escritorio, sino, más bien, la conclusión que se desprende de un análisis que mira la perspectiva histórica nuestroamericana y las necesidades de formación para un proyecto colectivo de dignidad, soberanía y justicia.

 

escuela

Una primera dimensión política de la educación es su aporte a la construcción de un cierto modelo de ciudadanía, de democracia, de lo público. Los procesos nacionales más transformadores apuntan a una expansión sostenida de la democracia a todos los resquicios de la vida social. La esfera institucional pero también la de la producción y distribución de riquezas llegando al ámbito más íntimo de las relaciones familiares. Una democracia integral que haga de cada sujeto un gobernante de sí mismo y un activo constructor de una sociedad emancipada e igualitaria.

Una segunda dimensión política es el vínculo de la educación con el trabajo. Las alternativas de la educación neoliberal aspiran a la formación de sujetos ideológicamente dóciles y con competencias prácticas para elevar su productividad como fuerza creadora de riqueza. O, como alternativa funcional a un orden competitivo e injusto, variantes orientadas a la formación de “emprendedores” a través de programas como Junior Achievement6, u otras puestas de manifiesto en la voz de funcionarios de la educación que impulsaron proyectos neoliberales, como el caso de Mauricio Macri en la Ciudad de Buenos Aires.7

Frente a esta propuesta hay otras concepciones que cuestionan lo que la perspectiva neoliberal naturaliza (y aquello que oculta): que la producción, distribución y apropiación de riqueza no es un proceso “naturalmente” fundado en relaciones de explotación, dominio y desigualdad sino que es materia de debate y de combate. Qué se produce, para qué y cómo constituyen8 aspectos que ameritan esclarecerse. No es lo mismo transformar la naturaleza a través del esfuerzo humano para satisfacer necesidades que promover una explotación sin límites del medio ambiente para asegurar la acumulación capitalista. No es similar organizar democráticamente la producción de la riqueza que someterla a la tiranía del capital sobre los trabajadores; ni es igual todo modelo de desarrollo económico y social.

Las dimensiones de la formación del ser humano como productores libres y ciudadanos-gobernantes es una opción política. Y también lo es su alternativa antagónica: la formación de ciudadanos conformistas, trabajadores enajenados y consumistas seriales.

También hay una dimensión en torno a la cultura y los conocimientos que deben tener lugar en la institución escolar. Mientras la escuela tradicional reduce la actividad cognitiva legítima a una versión lineal y reduccionista del conocimiento científico, una educación distinta contempla, primero, una visión crítica del conocimiento científico, promueve su comprensión situada y ensaya modos de imbricación de dicho conocimiento con el interés, necesidades y demandas de educandos y educadores. Segundo, amplía el campo de los saberes legítimos, incorporando otras perspectivas, saberes que integran el acervo de la vida comunitaria. Tercero, se amplía el campo de cosas que deben aprenderse, se involucran las dimensiones éticas, expresivas, productivas subvirtiendo la perspectiva unilateral, teoricista, jerárquica de la educación capitalista y proponiendo una nueva educación, fundada en una lógica distinta: formar hombres y mujeres libres, íntegros e integrales, para un proyecto colectivo fundado en la justicia.

Ahora, estas palabras dibujan un modelo deseable y plausible de educación (emancipadora) que reconoce las marcas del pasado y la existencia de elementos fragmentarios disueltos hoy en muchas prácticas pedagógicas y dinámicas institucionales. Es preciso reconocer un largo período de investigación-acción, sistematización, formación; comunicación y organización que oriente el esfuerzo individual y colectivo hacia ese proyecto pedagógico que reivindicamos. Se trata de un arduo proceso creador, que podríamos denominar “pedagogía de la transición”. La tozuda decisión de sostener el paso asume los tiempos, los errores, los límites a expandir en el trabajo de parto. Si hacia aquí marchamos, la pregunta que sigue nos conduce a las fuentes en las que abrevar para avanzar en este proceso creador.

 

¿De dónde surgirá esta pedagogía emancipadora?

La creación de esta pedagogía reconoce diversas fuentes, que deben complementarse y articularse. En primer lugar, el rescate crítico y actualizado del acumulado pedagógico emergente de nuestra propia historia y la de todos los pueblos del mundo. El inventario, necesariamente, debe comenzar por nuestras propias experiencias. No se espera, claro está, que Simón Rodríguez tenga todas las respuestas para la educación que necesitamos en este contexto de segunda emancipación americana. Pero resulta imperioso conocer su visión, su práctica, sus sueños porque constituyen asignaturas pendientes y porque muchos de sus aportes tienen una indudable vigencia.9

Un segundo e imprescindible elemento es la sistematización de la práctica de los actuales docentes: no hay posibilidad de construir ningún proyecto pedagógico – y menos de inspiración emancipadora- si no es con la activa intervención consciente de los colectivos laborales docentes en diálogo con las comunidades donde las instituciones educativas hacen vida.

Se trata de construir una práctica pedagógica reflexiva, con docentes investigadores que construyan conocimiento sobre su práctica y que produzcan nuevas conceptualizaciones que profundicen la imbricación de teoría y práctica. Docentes que pongan en diálogo múltiples culturas, que generen nuevo conocimiento y que en ese proceso se produzcan nuevas propuestas pedagógicas. Con ello resulta fundamental desplegar tanto estrategias comunicacionales10 como organizativas. La reciente creación del Movimiento Pedagógico Latinoamericano va en esa dirección.

Resulta claro que estas características que proponemos para los y las docentes son hoy realidades parciales: la “pedagogía de la transición” que mencionamos arriba lo es en varios sentidos. Primero, ya vimos, porque ese proyecto pedagógico (pendiente y en construcción) solo existe hoy de manera difusa, fragmenataria. Segundo, porque el propio colectivo laboral docente es un verdadero territorio de disputa. Muchos trabajadores y trabajadores de la educación generan prácticas democráticas, solidarias, de inspiración emancipadoras. Muchos otros y otras, por el contrario, reproducen relaciones fundadas en la lógica excluyente de la escuela liberal o de la educación neoliberal. Lo cierto es que los dispositivos sistémicos tanto habilitan prácticas fundadas en la justicia como en la injusticia y ese hecho revela la complejidad de la batalla y la construcción. Se trata, así, de trabajar con la subjetividad de los y las docentes, pero también de operar sobre las políticas educativas subvirtiendo aquellos dispositivos, estructuras, dinámicas, vínculos,  procesos y resultados reproductores de la desigualdad educativa. Tercero, el involucramiento de las mayorías populares, sus organizaciones y las comunidades territoriales donde las instituciones hacen vida resulta  un apoyo insustituible para avanzar en el cambio profundo de la educación pública. Se verá, entonces, la magnitud de un desafío complejo, prolongado y sin ningún éxito asegurado de antemano.

 

Herencias y porvenires

Nuestros pedagogos han dejado una marca indeleble en las tradiciones democráticas y emancipadoras de la América, al menos desde Simón Rodríguez en adelante. No es posible resumir en breves líneas todo ese acervo con los que de manera imperiosa hay que contar como punto de partida de esta construcción colectiva: una educación emancipadora, un Movimiento Pedagógico Latinoamericano en una Patria Grande que construye un orden social, económico, cultural y pedagógico descolonializado y de plena justicia.

 

pedagogia-emancipadora

Simón Rodríguez defendía una educación pública y popular: “El único medio de establecer la  buena inteligencia es que TODOS PIENSEN en el bien común y que este bien común es la REPÚBLICA. Sin Conocimientos el hombre no sale de la esfera de los BRUTOS y sin conocimientos sociales es ESCLAVO. El que manda pueblos en este estado se embrutece con ellos. En creer que Gobierna porque Manda prueba ya que piensa POCO. En sostener que solo por la ciega obediencia subsiste el Gobierno prueba que YA NO PIENSA. (…) Los Conocimientos son PROPIEDAD PÚBLICA”11

El Estado debía asumir una responsabilidad indelegable: “Asuma el GOBIERNO las funciones de PADRE COMÚN en la educación, GENERALICE la instrucción y el arte social progresará, como progresan todas las artes que se cultivan con esmero.”12 Y esa definición se acompañaba con una aguda crítica a la noción de educación como mercancía: “Hacer NEGOCIO  con la EDUCACIÓN es… diga cada Lector todo lo malo que pueda, todavía le quedará mucho por decir.”13

Su idea era una educación omnilateral: “Piénsese en las cualidades que constituyen la Sociabilidad, y se verá que, los hombres deben prepararse al goce de la ciudadanía con cuatro especies de conocimiento: por consiguiente, que han de recibir cuatro especies de instrucción en la primera y segunda edad. Instrucción social, para hacer una nación prudente. Instrucción corporal, para hacerla fuerte. Instrucción técnica, para hacerla experta. Instrucción científica, para hacerla pensadora…”14

La soberanía cognitiva y la descolonialización de la educación nuesetroamericana aparecía en estas notables definiciones: “No será ciudadano el que para el año de tantos no sepa leer y escribir (han dicho los Congresos de América), está bueno; pero no es bastante: ¡Ideas! ¡Ideas! Primero que Letras. La Sabiduría de Europa y la prosperidad de los Estados-Unidos son dos enemigos de la Libertad de pensar, en América. Enseñen, enseñen: repítaseles mil veces: enseñen.”15

¿Para qué educar? Diría José Martí: “Educar es depositar en cada hombre toda la obra humana que le ha antecedido. Es hacer a cada hombre resumen del mundo viviente, hasta el día en que vive. Es ponerlo al nivel de su tiempo, para que flote sobre él, y no dejarlo debajo de su tiempo, con lo que no podrá salir a flote. Es preparar al hombre para la vida.”16

Estos maestros y maestras, sus ideas, sus apuestas, sus sueños, han trascendido en el tiempo. Hoy perviven y se  prolongan en prácticas que, de manera colectiva o individual, florecen aquí y allá en nuestras escuelas públicas. Son retomadas, recreadas y se van organizando alrededor del Movimiento Pedagógico Latinoamericano en construcción.

Queremos cerrar con el testimonio de un maestro que se reconoce discípulo de Luis Iglesias, y que escribió un texto de enorme profundidad y belleza: “Diario de Ruta”.

Cuando se pregunta para qué hay que educar asumiendo la injusticia del actual orden de cosas, responde con el derecho de enseñar a soñar y a luchar. Horacio Cárdenas cuenta que en el pizarrón dibuja cada día un gatito que va reflejando el día. Se lo dibuja con paraguas cuando llueve, con anteojos para el sol, con bufanda cuando hace frío. “Hoy se nos ocurre pintarle una almohada, porque reina un silencio parecido al sopor. De ese letargo surge la voz de Melisa que comenta:

 

¡Ah, ese gatito es remillonario!

 

¿Por qué?- le pregunto perplejo

 

Porque tiene almohada

 

Y sentimos el puñal despiadado de la injusticia, sin anestesia. Las almohadas son lujo en la vida de Melisa, joyas añoradas para Ivana, bienes preciados en los que tal vez algún día descansará Agustín. Si estos pibes sueñan mucho, aunque sea sin almohadas, puede ser que algún día la consigan.” 17

Horacio –como tantos otros- construye y disputa, cuestiona y se pregunta, y ensaya y crea: “Como nos preocupa la enseñanza, pensamos el aprendizaje. Si consideramos que aprender es atajar pelotazos que manda el mundo, entonces practicamos penales. Si pensamos que es jugar al ‘cerebro mágico’ hasta que suene la luz roja, entonces regalamos pescaditos por el triunfo. En cambio, si sabemos que aprender es construir creando, entonces procuramos que la escuela sea un taller de trabajo e intercambio, una comunidad alegre donde nos encontramos con la realidad para conocerla y transformarla.”18

En esa gigantesca batalla cultural, política y pedagógica nos encuentra la actual coyuntura histórica mundial y nuestroamericana. Educar para la libertad, educar para la igualdad y educar para la justicia son los horizontes que orientan nuestros pasos, desde el fondo de la historia a las esperanzas de un porvenir que venimos construyendo hace al menos 500 años.

 

REFERENCIAS

1 Podríamos señalar que hubo, desde luego, acciones anticipatorias como la fuerte resistencia de los Caribes en el siglo XVI o Tupac Amaru y Tupac Katari en 1781.

2 El inicio se plantea en términos institucionales, pues reconoce antecedentes mediatos (citados en nota al pie anterior) e inmediatos (como el Caracazo ocurrido en 1989 o la insurrección cívico-militar en 1992).

3 Nos referimos a aquellas fuerzas que promovieron las sucesivas oleadas de golpes de Estado que asolaron a la región a lo largo de todo el siglo XX. Los ejemplos abundan.

4 No contamos con el espacio para abordar el delicado tema de lo propio y lo ajeno… Nuestra América se reconoce como parte de la Humanidad, y quienes asumimos la identidad propia leemos con atención los innumerables aportes construidos en otras geografías con la misma pasión liberadora: la apuesta del anarquista Ferrer y Guardia con su Escuela Moderna; Makarenko, Lunacharsky y los ensayos de la pedagogía soviética o el cooperativismo en la escuela de Freinet constituyen valiosas fuentes en las que abrevar para pensar y hacer una pedagogía propia. El propio Simón Rodríguez vivió veinte años en su exilio europeo, de donde extrajo indudables influencias para pensar y hacer su pedagogía. En suma, con la misma apertura con la que aprendemos de y compartimos con otras corrientes del mundo la búsqueda de esa educación liberadora, defendemos con todo derecho, tras siglos de colonialismo y neocolonialismo a ser nosotros mismos, a pensar un mundo más justo desde nuestra identidad latinoamericana y caribeña. La tensión queda por tanto informada y requiere una “vigilancia epistemológica permanente” para superar las viejas perspectivas neocoloniales o un nacionalismo miope y estrecho que nos empobrece.

5 Autoritario porque se aplica, como vimos, sin atender y aún en contra de las necesidades e intereses de docentes y estudiantes. Mercantilista porque se basa en una relación de competencia entre alumnos y entre docentes. Más aún, a su sombra crecen oportunidades de negocios como agencias de evaluación educativa y otras opciones rentables. Tecnocrática en cuanto reduce el acto educativo a la incorporación y medición de un conocimiento “científico” o “cientificoide” cuya rigurosidad es materia de controversia.

6 Ver Imen, Pablo, “Junior Achievement o la pedagogía del capital”, publicado en Revista Realidad Económica N° 271, 1° de Octubre-15 de Noviembre de 2012. Disponible en Internet.

7 La directora de Planeamiento Educativo Porteño, Mercedes Miguel afirmó en INFOBAE, en edición del 29 de mayo de 2014, que “Estamos frente a un desafío muy grande que consiste en el emprendizaje; de generar tanto en docentes como en estudiantes, la capacidad de ser emprendedores”.

8 Parecidos y distintos debates y disputas ocurren en las esferas de la distribución/apropiación de la riqueza socialmente producida y privadamente apropiada.

9 En 1793 esto proponía Simón Rodríguez sobre el trabajo colectivo: “El día último de todos los meses deberán los maestros (…) presidiendo el director juntarse en la escuela principal, a tratar sobre lo que cada uno haya observado así en el método como en la economía de las escuelas; y según lo que resulte, y se determine, quedarán de acuerdo para lo que deban practicar al mes siguiente. A este efecto, se hará un libro foliado y rubricado por el director, y en él se escribirán todas las consultas y providencias que se dieran autorizándose con las firmas de todos. El encabezamiento de este libro debe ser La Nueva Construcción, régimen y método en las Escuelas, para tener un principio seguro en qué fundarse, y una noticia de las materias que deben tratarse.” (En Imen, P. “Educación Rodrigueana para el Siglo XXI, p. 51).

10 En el marco de contextos de fuerte ofensiva de la derecha neoliberal en su prédica contra la escuela pública resulta imprescindible – al paso de la creación de esa pedagogía emancipadora- dar a conocer las novedades que hacen a los avances de ese proyecto político educativo en proceso de creación.

11 Rodríguez, S. “O inventamos o erramos”, pgs. 91-92. En “1840. Luces y Virtudes Sociales”.

12 Rodríguez, S. “O inventamos o erramos”, p. 60 En “1840. Luces y Virtudes Sociales”.

13 Rodríguez, S. “O inventamos o erramos”, pgs. 75. En “1840. Luces y Virtudes Sociales”.

14 Rodríguez, S. “O inventamos o erramos”, pgs. 68-69. En “1840. Luces y Virtudes Sociales”.

15 Rodríguez, S. “O inventamos o erramos”, p. 63 En “1840. Luces y Virtudes Sociales”.

16 Martí, J. Ideario Pedagógico. En Escuela de Electricidad- “La América”, Nueva York, noviembre de 1883, OC.,T.8, pp. 281-284; p. 68.

17 Cárdenas, Horacio. Diario de Ruta. Enseñar y Aprender en Tiempos del Renacer Indoamericano, Ediciones Colihue, Colección Nuevos Caminos, Buenos Aires,  2013, p. 19.

18 Cárdenas, Horacio, Ob. Cit., p. 173.

 

Este articulo fue originalmente publicado en Anduma Revista.

 

 

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Mafalda y la esperanza

Pablo Gentili

 

En marzo Mafalda cumple años.

Me disponía a festejarlo recorriendo páginas y portales que, durante los últimos días, han recopilado frases, tiras, dibujos, historias de esta genial creación de Quino. Dicen que Mafalda es una de las imágenes que más ha circulado y circula por el mundo y, junto con la de otro ícono argentino, el Che Guevara, ha ilustrado millones y millones de camisetas, cuadernos escolares, pósters, adhesivos, revistas, periódicos y agendas, en un aquelarre iconográfico que revela admiración, respeto y la más absoluta devoción por esa niña de cabellos rebeldes y frases de una inteligencia demoledora.

MAFALDA 1

Me disponía a festejarlo, decía, cuando me topé con uno de los recientes vídeos de una excelente serie producida por UNICEF, 2 Lifes: 2 Miles Apart, donde se presenta un contrapunto entre la vida de dos niños o niñas separadas por dos millas de distancia, en una misma ciudad, en una única realidad, pero en dos mundos diferentes. La historia de este nuevo capítulo transcurre en Mumbai, India, donde conviven sin saberlo dos niñas. Manisha es muy pobre, realiza trabajos domésticos, ha abandonado la escuela, aunque quizás sospecha que fue la escuela la que la abandonó a ella. Maansi, es una entusiasta y animada pequeña que ama su colegio, pertenece a una familia de clase media y, como tantas otras niñas de su edad, llena su armario con adhesivos de princesas. El video construye el contraste polifónico entre esas dos vidas pequeñas, en las que se refleja un futuro de injusticias y un futuro de oportunidades.

Manisha llora. Llora cuando recuerda que tuvo que abandonar la escuela, porque ella quiso, porque ella no pudo, porque ella tuvo que hacerlo, porque en las condiciones en las que vivía su familia no pudo evitarlo. Llora como llora cualquier niña, pero sus lágrimas nos pertenecen a todos, mojan nuestras mejillas a más de dos millas de distancia. Sus lágrimas son como las de cualquier niño, cualquier niña. Lágrimas que parten el corazón e interpelan nuestra perezosa conciencia. Cuando una niña llora, en cualquier lugar del planeta, lo hace de la misma forma. Cuando llora por una injusticia, su dolor es universal.

Me disponía a festejar el cumpleaños de Mafalda, decía. Después de todo, aunque ella se mantenga bastante mejor que yo, tenemos casi la misma edad. Las lágrimas de Manisha me habían conmovido. No sabía cómo hacerlo. Las frases certeras de esa pequeña que odia la sopa y dialoga con su tortuga Burocracia, atravesaban mi cabeza buscándole alguna explicación a la barbarie que supone negarle a un niño, a una niña sus derechos.

Pensé que Manisha quizás jamás conocería a Mafalda. Y pensé que era eso lo que Mafalda tanto trataba de hacernos entender: las lágrimas de Manisha no pueden derramarse en vano. Las lágrimas de Manisha deben ser nuestra guía, nuestra energía. Negarle a un pequeño el derecho a la palabra, el derecho a escribir su propio nombre, a leer el mundo, a contarlo, es una de las más brutales injusticias que aún se perpetúan en un planeta indiferente al sufrimiento de los más débiles.

Mafalda, esa niña que hace 50 años nos aguijonea con su inteligencia, lo sabe.

Cómo me gustaría celebrar el cumpleaños de Mafalda con Manisha. Sus nombres suenan tan dulces, tan tiernos, tan parecidos.

No entraré hoy en ninguna página, en ningún portal o periódico que recuerde a Mafalda. Con esto me basta.

Lo entendí.

Mafalda vive en las lágrimas y en las risas de todas las Manishas que habitan sobre la faz de la tierra. Y es a ellas a las que debemos todo nuestro esfuerzo y todo nuestro compromiso.

Mafalda, una vez más, se salió con la suya. No hay mejor festejo que luchar para que todos los seres humanos tengan derecho a la palabra. No hay mejor festejo que luchar por la comunión de la esperanza, donde hombres y mujeres se anidan en el compromiso de hacer que las lágrimas de Manisha no nos sean indiferentes.

Festejemos este cumpleaños, construyendo un mundo donde sea posible, como alguna vez lo recordara Gianni Rodari, “el uso total de la palabra para todos. No para que todos sean artistas, si no para que nadie sea esclavo.”

 

(Desde Río de Janeiro)

 

OVE: Este hermosos texto fue publicado originalmente en Contrapuntos para celebrar los 50 años de Mafalda. Al estar nuevamente en el mes de Marzo nos pareció oportuno retomar este texto para nuestros lectores de Otras Voces en Educación, con una pequeña modificación.

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¿Por qué debemos cambiar el mundo?

Moacir Gadotti

cambiar el mundo 1

“Tenemos derecho a luchar por otro

mundo posible cuando el mundo tal

 como es ahora se ha hecho imposible»

Eduardo Galeano

 

Dice la creencia que Dios creó el mundo por medio de la palabra: “al principio era el verbo”. Para cambiar el mundo que Dios creó – o, para ser más exactos, que los hombres crearon en su nombre – necesitaremos otra palabra, otra mirada, una palabra alternativa, otros logos, una nueva lógica.

No se puede cambiar el mundo sin mirarlo de otra forma. La cuestión está en trabajar en su funcionamiento. En realidad, se trata de cambiar el modo mediante el cual los seres humanos producen y reproducen su existencia. Karl Marx (1818-1883) intuyó genialmente, basado en la filosofía hegeliana, ese “principio del mundo”; descubrió que lo que cambia es el espíritu y no la materia – llámese ese espíritu consciencia de clase, espíritu colectivo, estado, ideología, utopía, mano invisible, inteligencia colectiva – o mejor dicho, el espíritu como materia altamente organizada. Marx no negaba el espíritu como organización superior de la materia. Él negaba la visión “fantasmagórica” (ideología alemana) del espíritu. Un Karl Marx renovado, revisado nuevamente a la luz del contexto actual, continúa siendo una referencia necesaria para entender el mundo y transformarlo.

Entiendo la palabra generadora o transformadora como lo que une a las personas, no físicamente, sino espiritualmente. Y es bueno que se entienda ese “espiritualmente” como una “mano invisible” trascendental. Es un espíritu inmanente a la capacidad humana de soñar con otros mundos posibles. Sólo la acción y la reflexión humanas pueden cambiar el mundo. El mundo es una construcción histórica, humana. Así como el mundo fue construido, puede ser deconstruido o reconstruido.

La esperanza de cambio no yace en la  autorregulación de ningún espíritu sobrenatural, sino en la forma cómo los seres humanos construyen colectivamente su futuro, una misión histórica de la humanidad como un todo y no la misión de un sujeto o de una clase social.

El mundo es lo que es y lo que está siendo: es condicionamiento y posibilidad. Muchos murieron creyendo en eso. Pensaban, y siguen pensando, que pueden cambiar el mundo. Marx debe servir de inspiración para la renovación que requieren nuestros días. Sin embargo, necesitamos retomar la dialéctica y leerla desde otra óptica: la de la esperanza y el diálogo. Debemos leer a Marx con osadía, enfrentando las mistificaciones y fetiches creados por su doctrina a lo largo de más de 150 años de éxitos y fracasos.

El planeta Tierra está siendo transformado por la forma en que el ser humano produce y reproduce su existencia, por nuestra manera de vivir en este pequeño espacio. La manera en que vivimos también está supeditada a lo que nos enseña la educación, lo que escogemos pensar, los valores que ella transmite. Hablo como educador: si la educación puede influir sobre la manera en que vivimos, entonces puede tener un peso fundamental para cambiar el rumbo. Veamos cuántos somos.

La Tierra tiene 5 mil millones de años. Se estima que las primeras especies vivas aparecieron en este planeta entre 2 mil millones y medio y 3 mil millones de años atrás. Podemos situar nuestros ancestros comunes en hace apenas 10 millones  de años. Hace 10 mil años surgió, en el Medio Oriente, la agricultura, lo que cambió el modo de vida en que los seres humanos producían y reproducían su existencia. De nómadas, los seres humanos pasaron a vivir más sedentariamente, en algunos lugares, y poblaron la Tierra.

Llegaron a mil millones en 1830, forzados por la era industrial. Desde entonces, este número no para de crecer vertiginosamente, hecho que pone en riesgo el planeta, que puede soportar un número limitado de seres humanos. En 1930, cien años después, la población se duplicó: 2 mil millones. Bastaron 30 años para llegar a 3 mil millones (1930). En 1975, alcanzamos la cifra de 4 mil millones; en 1987, 5 mil millones; y actualmente somos 6 mil millones (Moura 2004:16). El Informe de la ONU Estado de la Población Mundial 2001 estima que en 2050 seremos 10,9 mil millones y que, para el año 2100, debemos llegar a 12 mil millones, el límite máximo soportable para el planeta. Ese aumento se deberá, principalmente, a la contribución de los estados “en desarrollo”.

El mayor problema es que vivimos de forma muy desigual. Todos conocemos las estadísticas: cerca de mil millones de personas vive con menos de un dólar diario y 1,8 mil millones vive con apenas dos dólares al día.

Quiere decir que para la mitad de la humanidad la vida es insostenible. Es un modo de producción y de reproducción de la vida que produce muerte, es un modo de vida que sólo beneficia a 1,6 mil millones de personas de 6 mil millones. Esto llevó a Anthony Giddens (1995) a afirmar que la sociedad actual se caracteriza por el “cambio en el perfil de riesgo”, es decir, si antes los hombres estaban sujetos a los desastres naturales, al hambre, las epidemias, etc, el hombre actual está sujeto a los riesgos creados por él mismo, entre ellos, los riesgos ambientales. La contaminación del agua, por ejemplo, actualmente es la causa del 80% de las hospitalizaciones en los países pobres. El agua es un indicador importante de la calidad de vida humana y la sustentabilidad del planeta.

 

1.1. Transformar el riesgo en oportunidad

La injusticia en el mundo ha venido despertando mucha indignación y mucha rebeldía, pero no basta con que estemos indignados, que chillemos, gritemos, pataleemos, ni siquiera para que nos escuchen. No basta con gruñir para cambiar el orden de las cosas.  ¿A quién va dirigida esa indignación? Acaso contra un sistema que “condena a la mitad de la humanidad a la pobreza, a un tercio a la miseria, a 800 millones a la desnutrición y a mil millones al analfabetismo; que deja a 1,5 mil millones de personas sin acceso al agua potable y a 2 mil millones sin luz eléctrica; que concentra la riqueza y la tierra, lo que hace que 400 multimillonarios dispongan de un ingreso anual superior al del 45% de la población más pobre (2,6 mil millones de personas); que reduce la violencia al campo de los derechos humanos; que genera un desempleo estructural, exclusión social e inseguridad en las grandes metrópolis; que justifica la depredación ambiental por la inmediatez de la ganancia” (Dutra 2008:3).

Pero no es suficiente denunciar. También necesitamos traducir nuestra indignación en prácticas generadoras de propuestas. Un informe  coordinado por el economista Jeffrey Sachs, director del Instituto de Tierra, de la Universidad de Columbia (Estados Unidos), entregado al Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, el 17 de enero de 2005, sostiene que el hambre, la pobreza y la miseria en el mundo podrían acabar en una década si los países ricos hicieran un pequeño esfuerzo en esa dirección y aumentaran la ayuda que dan a los países pobres. Millones de muertes se podrían evitar, sería suficiente tan solo garantizar el acceso a agua potable y sistemas de saneamiento adecuados. En ese informe participaron 265 especialistas y su conclusión es clara: el mundo actual es injusto, el sistema no funciona, es necesario cambiar de aires.

No sé si la ONU será capaz de dirigir ese proceso de cambio. Los gobiernos han hecho muchas promesas, estampadas en innumerables documentos. Las “Metas del Milenio”, aprobadas por 191 países de la ONU en el año 2000, son un bello ejemplo. Las Naciones Unidas asumieron como meta para 2015:

1) acabar con el hambre y la miseria;

2) dar educación básica de calidad para todos;

3) promover la igualdad entre sexos y la valoración de la mujer;

4) reducir la mortalidad infantil;

5) mejorar la salud de las embarazadas;

6) combatir el Sida, la malaria y otras enfermedades;

7) promover la calidad de vida y el respeto al medio ambiente;

y 8) lograr que todo el mundo trabaje por el desarrollo.

 

El problema con esas declaraciones es que no proveen los medios para cumplir esas promesas y, cuando lo hacen, los medios no se ponen en práctica. Generalmente, las grandes declaraciones gubernamentales e intergubernamentales, multilaterales quedan en el baúl de los recuerdos, no sólo del público sino de el que las elaboró. Hoy el mundo sería mucho mejor si tan sólo se hubiese respetado la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU, de hace 50 años, así lo manifestó José Saramago en un pronunciamiento enviado al FSM 2003 de Porto Alegre. Por lo general, esas fastuosas declaraciones no tocan la estructura de privilegios de la sociedad que impide la justicia social y la igualdad. Es necesario presionar a los gobiernos que se comprometieron con las “Metas del Milenio” para que cumplan sus promesas .

Lo que necesita cambiar es el modelo capitalista neoliberal responsable de la concentración del ingreso y la desigualdad. Según Gaudêncio  Frigotto, el proyecto  neoliberal  se caracteriza  por tres estrategias articuladas y complementarias:

  1. a) la desreglamentación: eliminar las leyes y normas que regulan los derechos de los trabajadores;
  2. b) la descentralización: transferencia de responsabilidades del estado a los ciudadanos, quienes compran servicios en lugar de gozar de derechos;
  3. c) la privatización: entrega al mercado del comando de la economía.

Según Frigotto, “la idea-fuerza que guía el ideal neoliberal es que el sector público (estado) es responsable de la crisis, la ineficiencia, el privilegio, y que los términos mercado y privado son sinónimos de eficiencia, calidad y equidad. De esta idea clave sobreviene la tesis del estado mínimo y la necesidad de reducir a cero todas las conquistas sociales, como el derecho a la estabilidad laboral, el derecho a la salud, la educación, el transporte público, etc. La férrea lógica de las leyes del mercado pasa a comprar y regir todo lo anterior. En realidad, la idea del estado mínimo significa el estado suficiente y necesario únicamente para los intereses de la reproducción del capital” (Gaudêncio Frigotto, opud Gentili 1995:83). Casi la totalidad de las economías del mundo camina en esa dirección, lo que plantea el tema de la naturaleza del estado y, sobre todo, si es posible cambiar el mundo por medio del estado.

 

– ¿Por qué debemos cambiar el mundo?

– La respuesta a esa pregunta ya estaba muy clara en el manifiesto de los movimientos sociales al final de la primera edición del FSM del año 2001 en Porto Alegre: porque  la  globalización neoliberal “refuerza un sistema sexista, excluyente y patriarcal”, “desata el racismo, continuidad del verdadero genocidio de siglos de esclavitud y colonialismo, que destruyó las bases civilizadoras de las poblaciones negras de África”; porque “destruye el medio ambiente, la salud y las condiciones de vida del pueblo” .

Debemos cambiar el mundo por muchas razones. Porque el mundo en que vivimos es un mundo donde muchos mueren de hambre y muchos mueren de tanto comer. Algunos mueren de malnutrición y otros mueren por enfermedades causadas por el exceso de comida. Debemos cambiarlo porque la cantidad de comida almacenada hoy en el mundo daría para saciar el hambre de todos. Debemos cambiar el mundo porque es un mundo injusto y desigual. Datos divulgados por informes internacionales, principalmente de la ONU, Unicef, la OMS, la FAO y ONUSIDA, demostraron las alarmantes desigualdades sociales, causantes del sufrimiento y la muerte de millones de personas en el mundo actual: el 1% más rico del mundo percibe el ingreso equivalente al del 57% más pobre. La diferencia entre países ricos y pobres aumentó desde comienzos de los años 90. Cada siete segundos un niño muere de hambre. El capitalismo que produjo esa realidad es un sistema perverso de dominación política y explotación económica que debemos dejar atrás.

Necesitamos una economía solidaria que no coloque el libre mercado y la ganancia como el centro de todo. Las relaciones, los recursos naturales, los bienes públicos, el conocimiento, la educación y, especialmente, los seres humanos, no deben quedar sujetos al libre mercado. Los seres humanos no sólo necesitan comida, también dignidad, poder para decidir sobre su existencia, necesitan autodeterminación. “El capitalismo crea la ilusión de que las oportunidades son iguales para todos, la ilusión de que triunfan los mejores, los más trabajadores, los más diligentes, los más ‘económicos’ (…). Sin embargo, la situación de partida siempre es desigual, porque el mismo capitalismo, la misma competencia, entre empresas y hombres, permanentemente recrea asimetrías entre ellos” (Mello y Novais 1998:581-2).

Necesitamos otro modo de producir y reproducir nuestra existencia en el planeta. El modo capitalista nos llevará al desastre. Otro mundo es necesario y debemos creer en esa posibilidad. Otra globalización es posible y necesaria.

La globalización capitalista es una “fábula”, como  afirma Milton Santos (2000), en la medida en que el mundo no fue globalizado para la mayoría de las personas. Así es cómo los “globalistas” quieren que lo veamos. En realidad, la globalización capitalista es perversa para la gran mayoría de los seres humanos. Para la mayoría de las personas, la globalización es apenas una ilusión, una fantasía: pensar que todos estamos globalizados. Tenemos la ilusión de que nos estamos comunicando con todo el mundo y que formamos parte de la globalización. No obstante, el mundo sólo está mejor para las grandes corporaciones. La globalización capitalista sólo favorece a pocas personas, muy pocas.

Como sostiene Zygmunt Bauman (1999), el concepto central de la globalización es el de movilidad. Para él, la globalización capitalista dividió al mundo entre aquellos que se pueden mover de un lado a otro, de un país a otro, los globalizados; y los que no se pueden mover, los que están fijos en sus lugares, los no globalizados, los que necesitan quedarse donde están para recoger la basura de los que se fueron. El cuadro es sombrío: por una parte, está el aislamiento de los “globales” que quieren su libertad total de movimiento y, por otra, el aislamiento de los “locales”, inmovilizados cada vez más en los lugares donde viven, de los cuales poseen cada vez menos control. Esto sucede tanto para las personas como para los estados. El estado-nación es débil ante el capital. Si el estado-nación plantea algún problema para el capital, el capital se mueve para otro territorio  más favorable. “Si la nueva extraterritorialidad de la elite parece una libertad intoxicante, la territorialidad del resto se parece cada vez menos a una base doméstica y cada vez más a una prisión” (Bauman 1999:31).

Se habla de “aldea global” y enseguida se piensa que todas las personas están verdaderamente informadas. Las distancias sólo se redujeron para pocas personas. Realmente, el mundo no es de todos, no está al alcance de todos. Las diferencias entre las personas son profundas. No estamos unidos. El capitalismo, al inculcar el culto al consumo competitivo de objetos, nos separa, nos mercantiliza, nos desvincula y hace más distante la idea de una “ciudadanía mundial”: el capitalismo ha sido un programa para mercantilizarlo todo. Los capitalistas aún no lo han implementado completamente, pero ya han dado pasos de gigante en esa dirección, con todas las consecuencias negativas que conocemos. El socialismo debe ser un programa para la desmercantilización de todo. De aquí a 500 años, si recorremos ese camino, posiblemente aún no lo habremos recorrido totalmente pero podremos haber avanzado mucho en esa dirección (Wallerstein 2002:36).

Algunos podrían decir que al enfocar el modelo capitalista como la única causa de todos esos males cometemos un error. Tal vez podríamos distinguir entre el capitalismo y su lógica, pero eso no resolvería el asunto, todavía estaríamos hablando de capitalismo. Es verdad, el problema no está en el capital producido por las manos y mentes de los trabajadores a través de la historia, el problema está en el capitalismo, es decir, en la lógica capitalista de apropiación y acumulación del capital, orientada por la explotación económica y la dominación política. En última instancia, nos referimos al modo capitalista de producir y reproducir nuestra existencia en el planeta y su lógica. Cuando hablamos de capital en la actualidad nos referimos al modo capitalista de producir y reproducir la existencia.

Al combatir el neoliberalismo, Paulo Freire se refiere a la lucha entre la “ética del mercado” y la “ética del género humano” (Pedagogía de la autonomía), una ética particular frente a una ética planetaria, universal, de todos los seres humanos y no sólo de algunos. Así como hablamos de una ética, también podemos hablar de una lógica: una “lógica del mercado” frente a una “lógica del género humano”, una lógica volcada a las necesidades del capital y una lógica dedicada a las necesidades humanas. Paulo Freire, al trabajar con una “teoría de la conciencia opresora” más allá del capital, nos indica el camino a seguir. Para cambiar es necesario crear otra teoría, otra lógica, más allá de la lógica del capital y del mercado, a fin de reinventar el capital y el mercado .

Entonces, el problema no es combatir el capital, la riqueza construida por la humanidad, sino crear una nueva lógica. Sin duda, no se puede superar el capitalismo sin presentar la viabilidad de otro modo de producir y reproducir nuestra existencia . Aquí lo que vale es la alternativa y no la mera negación de un sistema, como veremos más adelante. Entonces, el problema no sería ni el capitalismo ni el mercado, estaría en nuestra capacidad de producir alternativas prácticas a partir de otra lógica. El problema está en la lógica que rige la unidad del capital y del mercado. Para cambiar el modo a través del cual los hombres actualmente producen y reproducen su existencia, el modo capitalista, es necesario cambiar la lógica que rige ese modo humano de existir. No se trata de extinguir el capital, la riqueza y el mercado que la hace circular, se trata de hacer circular la riqueza con otra lógica: de la lógica de la concentración de riqueza a la lógica de su desconcentración, de la lógica de la competencia, que rige al libre mercado, a la lógica de la cooperación, que rige al mercado solidario. Sólo podemos revolucionar nuestro modo de existir en el planeta interfiriendo en la lógica, en el espíritu invisible del capital. Gastar todas nuestras energías luchando contra el capitalismo es inútil. Pasamos mucho tiempo haciéndole la guerra al “sistema” capitalista. Mientras más lo combatamos sin alternativas, más se fortalecerá; mientras más combatamos el sistema capitalista sin otra lógica, más fortalecerá su lógica, más mañas y artimañas encontrará para defenderse. Sólo se puede dejar atrás, transformar el capitalismo introduciendo otra lógica, con alternativas económico-política y socialmente viables. Eso es lo que nos ha enseñado nuestra “vieja” dialéctica.

George Soros (1999) afirma en su libro La crisis del capitalismo que, si queremos encontrar la solidaridad, la comprensión, la compasión, no debemos buscar en el mercado. Me gustaría decir que está equivocado, pues sólo está considerando un tipo de mercado y un tipo de economía, apenas está pensando en el modo en que el libre mercado está funcionando actualmente, dentro de una lógica de la conciencia opresora. El mercado puede regirse por otra lógica. El mercado también puede ser solidario, puede existir una economía solidaria . El mercado no lo inventó la mano invisible de un dios que lo hizo necesariamente excluyente y perverso, lo inventó el hombre y todo lo que él inventa, él mismo puede reinventarlo. Se construyó socialmente y puede ser socialmente reconstruido, bajo otra visión, bajo otra lógica,  una lógica solidaria. Somos seres incompletos e inconclusos. Por eso, podemos deconstruir y reconstruir lo que hacemos. Desarrollamos una economía del capital, necesitamos construir una “economía del trabajo” (cf. Coraggio 2004).

El problema está en nosotros que, apasionados por una lógica lineal, no hemos tenido la oportunidad de profundizar nuestras alternativas de ese otro mundo posible que deseamos construir. Tenemos miedo de pensar radicalmente diferente a lo que estamos acostumbrados a pensar. Para construir el otro mundo posible, no podemos economizar nuestra capacidad de atrevernos. Necesitamos dosis excesivas de osadía, necesitamos exponernos al sublime ridículo de pensar alternativamente. Más que conocer, necesitamos pensar. “Conocer es apropiarse intelectualmente de un campo determinado de hechos o ideas que constituyen el saber establecido. Pensar es desentrañar la inteligibilidad de una experiencia opaca que se ofrece como materia al trabajo de reflexión para ser comprendida y, así, negada como experiencia inmediata. Conocer es tomar posesión. Pensar es trabajo de reflexión. El conocimiento se mueve en la región de lo instituido, el pensamiento, en la de lo instituyente” (Chauí 1984:60).

Ahora podemos, con más facilidad, entender  por  qué  otro mundo es necesario. Basta con recurrir a los hechos, a lo instituido. Hasta sabemos cuál es ese otro mundo posible, pensando al contrario del mundo en que vivimos. Pero necesitamos mucha más osadía al construir las alternativas, porque son ellas las que rompen con nuestro modo cotidiano de pensar.

El capitalismo mundializado no opera a favor de la mayoría de la población del planeta, no representa ninguna alternativa para todos: “la alternativa sólo puede venir de las luchas emprendidas contra ese sistema por parte de las clases populares y los pueblos que son víctimas de él (…).

Se trata de construcciones nuevas y no de la reconstrucción (remake) de lo que fueron en el pasado. Las nuevas realidades imponen nuevas respuestas, más abiertas y más radicales de lo que fueron anteriormente” (Amin y Houtart (orgs.) 2003:393-4). Según Samir Amin y François Houtart, Presidente y Secretario Ejecutivo del “Foro Mundial de las Alternativas” respectivamente , las alternativas están surgiendo de la construcción de alianzas entre los segmentos de las clases trabajadoras, de los movimientos campesinos que se oponen al agronegocio, de las luchas de los ciudadanos por la verdadera democratización,  de los “pueblos del sur” y de otros frentes como el de las mujeres, el de las poblaciones indígenas, el de los indocumentados, etc. El objetivo es un “sistema mundial nuevo”, pluralista. “El proyecto de una respuesta humanista al desafío de la mundialización inaugurado por la expansión capitalista no es utópico. Por el contrario, es el único proyecto realista posible, en el sentido de que el preludio de una transformación en su dirección deberá reunir rápidamente fuerzas sociales poderosas en todas las regiones del mundo, capaces de imponer su lógica. Si existe una utopía, en el sentido banal y negativo del término, es la utopía del proyecto de una gestión del sistema reducido a su regulación ‘espontánea’ por parte del mercado mundial. El meollo del asunto está es saber hasta qué punto las luchas emprendidas en el transcurso de los últimos años habrán permitido que los movimientos sociales avancen en esas direcciones. Las convergencias actuales, estamos convencidos de ello, pueden contribuir ampliamente con ello” (Idem, p. 396).

Otra globalización posible tendrá que ocuparse de aspectos fundamentales que sostienen el sistema actual, como la deuda externa, el crecimiento de la pobreza ante la concentración del ingreso, las fuentes de energía, principalmente el petróleo, el agua, el medio ambiente y la guerra. Es necesario abordar estos aspectos no sólo desde la perspectiva económica, sino también en cuanto a su dimensión social, política y cultural.

William Fisher y Thomas Ponniah (2003), en base a las discusiones surgidas en los Foros, apuntan hacia una nueva agenda global de alternativas que debería incluir los siguientes puntos: la condonación de la deuda externa de los países pobres ; el control de capitales e impuestos internacionales para la redistribución de riquezas; el atraso de la OMC para reorientar el comercio internacional; el control público de las empresas transnacionales; la defensa de los derechos de los trabajadores; el desarrollo de un sector de la economía solidaria; la creación y extensión de los sistemas de salud y educación públicos y universales; la soberanía alimentaria; la democratización de los medios de comunicación de masa; la defensa de la identidad de los pueblos; la defensa de los derechos de los inmigrantes y el combate contra el tráfico de personas; el desarme; los derechos humanos integrales y la creación de nuevas instituciones internacionales de gobierno global.

 

1.2. De la antiglobalización a la alterglobalización

La globalización es el ápice de un proceso de internacionalización del capital impulsado por las nuevas tecnologías, principalmente las tecnologías de la información. El mercado se globalizó, por lo tanto, la globalización posee una cara técnico-tecnológica y otra política. Una no está desconectada de la otra.

Con frecuencia, los medios de comunicación se refieren a los movimientos altermundistas, llamándolos “antiglobalizadores”. Sin embargo, esto no es así: “las protestas contra la globalización no se refieren a la globalización. Los manifestantes catalogados como adversarios de la globalización difícilmente, de manera general, merecen ese título, ya que sus protestas pueden considerarse una de las más globalizadas del mundo contemporáneo. Los manifestantes en Seattle, Melbourne, Praga, Quebec y otras partes no son sólo jóvenes locales, sino hombres y mujeres de todo el mundo que se dirigen a los lugares de los eventos a fin de exponer quejas de alcance global” (Amartya Sen 2001:8).

Podemos decir que la antiglobalización parece querer deshacerse del capitalismo y también de la riqueza y la tecnología. Pero no se trata de deshacerse de la riqueza construida por la humanidad. Como advierte Amartya Sen (2004:8), “el tema central, directa o indirectamente, es la desigualdad. El principal reto tiene que ver con la desigualdad de una u otra forma entre los países y/o dentro de ellos. Las desigualdades relevantes incluyen disparidad de afluencia, pero también asimetrías descomunales en cuanto al poder político, económico y social. Una cuestión crucial es cómo dividir las ganancias de la globalización entre los países ricos y pobres y entre los diferentes grupos dentro de esos países”. Entonces, no basta estar en contra de la globalización, es necesario ser altermundista. Algunas veces ha faltado “sentido común” (Gramsci)  en la lucha antiglobalización. También ha faltado “cuidado”  y podemos pagar muy caro por eso, en lo que sería otra oportunidad histórica más que arrojamos a la basura.

El Foro Social Mundial vive un momento crucial de su existencia, principalmente después del FSM 2006. Necesitamos definir mejor los caminos a seguir, y no se trata de tener o no tener una plataforma de luchas, como fue propuesto por algunos intelectuales en Porto Alegre, al final del FSM 2005. La originalidad del FSM es ser un espacio abierto y auto-organizado. Si eso se pierde, el FSM perderá su originalidad política. El FSM debe avanzar, generar propuestas, sin contrariar, a pesar de ello, su Carta de Principios con un “documento final”. El FSM se caracteriza por una enorme diversidad y una declaración final dejaría a mucha gente afuera, lo que debilitaría el movimiento. Considero que el FSM no debería tener propuestas propias, generales, sino que, como espacio abierto, los espacios que agrupan a los movimientos, las redes existentes dentro de él, deberían juntarse en torno a programas comunes. Esto ya está sucediendo, por ejemplo, en el Foro Mundial de Educación y otros Foros sectoriales, así como en Foros regionales, nacionales y locales. Esta es la dinámica del FSM: de abajo hacia arriba se está formando, autónoma y espontáneamente, un programa de luchas del FSM. La respuesta a la pregunta: “¿cuál es ese nuevo mundo posible?” ya empieza a aflorar, de múltiples formas,  en las prácticas sociales  de  los  movimientos y redes que componen el FSM. El FSM no asume propuestas en nombre propio, sino que facilita la articulación entre las redes y los movimientos que lo componen al formar, poco a poco, planes de acción colectiva, globales y locales.

Para cambiar el mundo, es necesario pensar estratégicamente y actuar tácticamente, sin perder el rumbo, paso a paso, sin deshacerse del pasado. El capitalismo no es un paquete que debemos cargar a cuestas, es una fuerza increíble, bien estructurada, capaz de operar cambios asombrosos en la sociedad. Su fuerza demostrada a través de los últimos siglos es innegable, pero también es una fuerza que arruina a la humanidad y la está conduciendo a la catástrofe.

La lucha entre el pasado capitalista y el futuro no capitalista no es una lucha de exterminio, como si no existiese historia. No es posible crear el futuro negando todo lo que existe. Goethe estaba equivocado cuando escribió, en Fausto, que para cambiarlo todo era necesario negarlo todo, personificando en Mefisto a ese demiurgo que todo lo niega y que, por lo tanto, tiene la misión de construir todo de nuevo. No necesitamos ningún demiurgo, ningún salvador, necesitamos revisar el orden de las cosas, crear un nuevo orden. Pero necesitamos preservar muchas cosas de la historia de luchas, de creación y de producción de la humanidad. Como dice Hannah Arendt en su obra Entre el pasado y el futuro, “nuestra esperanza siempre está pendiente de lo nuevo que cada generación aporta; sin embargo, precisamente por basar nuestra esperanza sólo en eso, destruimos todo si intentamos controlar a los nuevos de tal modo que nosotros, los viejos, podamos dictar los parámetros de su apariencia futura. Justamente en beneficio de aquello que es nuevo y revolucionario en cada niño es que la educación requiere ser conservadora, debe preservar esa novedad e introducirla como algo nuevo en un mundo viejo, que siempre es, por más revolucionario que sea en sus acciones y desde el punto de vista de la generación siguiente, obsoleto y próximo a la destrucción” (Arendt 1972:243).

Hannah Arendt plantea a la educación como un puente entre el pasado y el futuro. Aún consideramos que la economía y la política tienen un papel más significativo que la pedagogía en el proceso de cambio. Y tal vez Marx tenga parte importante de responsabilidad en ese sentido, por sobrevalorar el papel de la infraestructura en el cambio. Actualmente, confiar en el joven es importante para pensar en el mañana, en el futuro de la humanidad. Abandonarlo a su propia suerte es destruir la posibilidad y el papel que él puede llegar a jugar en la transformación del mundo. Ante el fracaso de tantos “planes económicos” y el espectáculo deprimente de tantos partidos políticos, parlamentos y “representantes” del pueblo, la esperanza gira en torno al papel de la educación en la transformación social: “el cambio de paradigma social lleva a transformar el orden económico, político y cultural, lo que es impensable sin una transformación de las conciencias y comportamientos de las personas. En ese sentido, la educación se convierte en un proceso estratégico con el propósito de formar los valores, habilidades y capacidades para orientar la transición hacia la sustentabilidad” (Leff  2001:237).

 

– ¿Por qué es necesario otro mundo?

– Porque ya no es posible convivir con la cultura de guerra e insustentabilidad promovida por el “imperio” (Hardt y Negri 2001). Un cuarto del presupuesto militar de Estados Unidos podría garantizar a todos los seres humanos el acceso a la educación, a la salud, a la alimentación, al agua potable y a la infraestructura sanitaria… La lógica del libre mercado, actualmente dominante, jamás cubrirá esas necesidades. Esa lógica atiende a las necesidades del capitalismo y no a las necesidades humanas. Por eso, otro mundo es urgentemente necesario. Michael Hardt y Antonio Negri (2001:21) citan a Tácito: “ellos practican una matanza y lo llaman paz”. Ese es el mundo que necesitamos cambiar, el mundo orientado por la “fría lógica del lucro capitalista” (Idem, p 11). Sin embargo, dialécticamente, el imperio posee tanto esa visión como la visión opuesta. Son dos paradigmas de futuro antagónicos: el de la globalización capitalista que divide, explota y aterroriza, sustentado por estados-nación, por un complejo industrial-militar-religioso, y el de la planetarización , es decir, el paradigma de una humanidad una y diversa, representado             actualmente por los Foros y por organismos no gubernamentales, organismos del pueblo, que forman la naciente sociedad civil global. Ese nuevo paradigma busca la inclusión en las diversidades, no una inclusión-sumisión como en el imperio, sino una inclusión con identidad propia, con participación en la ciudadanía global.

Muchas discusiones en torno al concepto de alterglobalización abordan el tema de la radicalización de la democracia y de los efectos más notables de la globalización que son, según Michael Hardt y Antonio Negri, el imperio y la multitud. En el libro Imperio (Hardt y Negri 2001), los autores muestran que imperio y multitud se confrontan y, al mismo tiempo, se complementan. El imperio es un sistema generado por la globalización que controla la producción y el flujo económico. Pero la globalización también generó la multitud al abrir las fronteras nacionales y mundializar las relaciones entre personas y redes. La multitud se comunica fuera de la esfera del estado y sin el estimulo de las viejas ideologías, puede no ser revolucionaria, pero puede construir una conciencia de transformación profunda. “A diferencia del imperialismo, el Imperio no establece un centro territorial de poder, ni se basa en fronteras o barreras fijas, es un aparato de descentralización y desterritorialización de lo general que incorpora gradualmente al mundo entero dentro de sus fronteras abiertas y en expansión (…). El concepto de Imperio se caracteriza fundamentalmente por la ausencia de fronteras: el poder ejercido por el Imperio no tiene límites” (Hardt y Negri 2001:12-5).

Hardt y Negri advierten que se trata de “fronteras temporales” (Idem, p. 15), no de barreras físicas (muros o rejas) que impiden el “fantasma de la migración” (Idem, p. 233). Las fuerzas y movimientos que cuestionan al imperio, como la sociedad civil global, tampoco están limitadas a cualquier región geográfica, tampoco tienen fronteras temporales. La batalla por la alterglobalización se está dando también en el campo simbólico. “La comunicación no sólo manifiesta, sino también organiza el movimiento de la globalización” (Idem, p. 51). El imperialismo estaba basado en la fuerza y el imperio en la comunicación, en la “capacidad de presentar la fuerza como algo al servicio del derecho y la paz” (Idem, p. 33). Su legitimidad se basa, aparentemente, en la búsqueda de la paz, la justicia y el equilibrio y, cuando interviene, incluso militarmente, lo hace, supuestamente, “por razones humanitarias”.

El imperialismo ejercía la soberanía de los estados-nación más fuertes, más allá de sus fronteras. Al no tener fronteras, el imperio ejerce su soberanía en todas partes, no tiene límites. En los estados- nación el “pueblo” es quien otorga la representación, él mismo que tiene voluntad propia. Por el contrario, en el imperio existe la multitud, que es algo múltiple, inclusivo, compuesto de singularidades, no es homogéneo. Mientras la multitud es inclusiva, el pueblo tiende a la homogeneidad. “El pueblo ofrece una voluntad y una acción únicas, independientes de las diferentes voluntades acciones de la multitud, y generalmente en conflicto con ellas. Toda nación necesita hacer de la multitud un pueblo” (Idem, p. 120).

Estos autores citan a Michel Foucault para definir cómo opera el imperio: “ahora la vida se convirtió en objeto de poder”. En el imperio, el biopoder se encarga de todo. Éste “se refiere a una situación donde lo que está directamente en juego en el poder, es la producción y reproducción de la vida misma (…). Biopoder es la forma de poder que regula la vida social por dentro, acompañándola, interpretándola, absorbiéndola… Un control que se extiende por las profundidades de la conciencia y de los cuerpos de la población” (Idem, p. 43-4). El biopoder controla todos los aspectos de la vida; se extiende a los cuerpos, a la vida personal; regula la vida y no sólo mata y elimina al enemigo. Debido a que el biopoder depende de la subordinación de los sujetos, que se pueden transformar en “insurgentes”, surge la importancia del papel de la educación para formar la dependencia y la subordinación. Una educación emancipadora se convierte, así, en una contraeducación (cf. Gadotti 1980), una educación para la desalienación, una educación para otros mundos posibles. Esta también puede convertirse en un contrapoder.

En el imperio ya no existe el “lado de afuera” (Hardt y Negri 2001:77). Todos estamos del lado de adentro, lo que también significa que el imperio puede ser atacado desde cualquier parte: “la única estrategia accesible a las luchas es la del contrapoder constituyente que emerge del interior del Imperio” (Idem, p. 77). Estos autores sostienen que “el Imperio sólo puede ser efectivamente cuestionado en su propio nivel de generalidad y llevando los procesos que este ofrece más allá de sus limitaciones actuales. Tenemos que aceptar el reto de aprender a pensar y actuar globalmente. Para hacer frente a la globalización se debe invocar la contraglobalización, el Imperio con un contraimperio” (Idem, p. 227). Necesitamos globalizar nuestras luchas. Tanto los amigos como los enemigos no están separados territorialmente, pueden estar en cualquier lugar. Todos y todas están dentro del imperio y forman parte de él, cada uno en su individualidad, en la multitud. Amigos y enemigos se globalizaron o están en proceso de globalizarse. Están en todas partes. Tanto la guerra como la lucha contra ella, la lucha por la paz, se universalizaron.

 

– ¿Cuál es el programa mínimo de la multitud contra el imperio?

– Según los autores de Imperio, el proyecto de la multitud contra el imperio posee un programa con dos propuestas fundamentales:

  1. a) el derecho a la ciudadanía global: “lo que podemos ver, sin embargo, es un primer elemento de programa político para la multitud global, una primera demanda política: ciudadanía global” (Idem, p. 423); y
  2. b) el derecho a un salario social. Como el proletariado produce en todas partes del mundo, 24 horas diarias, existe una “segunda demanda política programática de la multitud: un salario social y un ingreso garantizado para todos” (Idem, p. 427).

No hay cómo escapar a las reivindicaciones clásicas de la clase trabajadora: ciudadanía mundial, ingreso mínimo, reapropiación de los medios de producción y de comunicación. Esto no está lejos de lo que Marx defendía: para apropiarnos del mundo es necesario apropiarnos colectivamente de los medios de producción. Ya no se trata de apropiarse de la riqueza a través de la conquista del estado nacional por parte de un partido político, se trata se subordinar el estado y el mercado a la ciudadanía planetaria. Estos autores no quieren responder “cómo”. Ésa es tarea de la política y su libro es de “filosofía” (Idem, p. 16). La ciudadanía planetaria supone considerar el sistema mundo como una polis, como una voluntad política común. La democratización de las instituciones globales sería un paso importante para la creación de esa comunidad planetaria, una y diversa. Ellos sugieren que, para realizar su proyecto, la multitud necesita apropiarse de las tecnologías de la comunicación. La batalla final de la multitud contra el imperio se librará en el campo de la cultura y la comunicación.

En otro libro, Multitud: guerra y democracia en la era del imperio, el enfoque de los autores es aún más transdiciplinario: “el tema de nuestro estudio exige esa amplia interdisciplinariedad una vez que en el Imperio las fronteras, que antes quizás justificaban un enfoque disciplinario estrecho, están siendo derrumbadas. En el mundo imperial, el economista, para citar un ejemplo, debe tener conocimiento básico de la producción cultural a fin de comprender la economía y, de la misma forma, el crítico cultural necesita tener conocimiento    básico sobre los procesos económicos para comprender la cultura” (Hardt y Negri 2005:16).

En ese segundo libro los autores retoman ciertos temas del primero, pero ahondan mucho más en el tema de la guerra y la forma de combatirla a través de la democracia. Es en ese nuevo libro donde el concepto de multitud queda aún más claro. Según los autores, es necesario distinguir entre multitud, en términos conceptuales, y otras nociones como pueblo, masa, clase : “el pueblo es uno, la población, evidentemente, está compuesta de numerosos individuos y diferentes clases, pero el pueblo resume o reduce esas diferencias sociales a una identidad. La multitud, en contraste, no es unificada, se mantiene plural y múltiple” (Idem, p. 139). La vieja clase obrera, encerrada en sí misma, jerarquizaba las luchas, excluía a los pobres, a las mujeres. Por el contrario, la multitud abarca más y es más inclusiva que la clase obrera.

La multitud se caracteriza por tener incontables diferencias: culturas, razas, etnias, géneros y orientaciones sexuales, formas de trabajo, modos de vivir, visiones de mundo y diferentes deseos. Esas singularidades no se pueden resumir en una identidad. La multitud no es algo determinado, sino en proceso. Ella es y no es. Es un concepto ambiguo. La multitud está llena de hibridismos, no existe identidad clara, hay fracturas, fragmentos, indeterminación. Puede que hoy en día la multitud sea amorfa, pero es creadora y la tendencia es que se convierta en un “cuerpo social global” (Idem, p.211).

Estos autores insisten en que el proyecto de la multitud es la democracia a escala global, es la creación de una “sociedad global alternativa” (Idem, p. 17), por un nuevo paradigma de democracia, una nueva forma de soberanía: “en la medida en que la multitud no es una identidad (como el pueblo) ni es uniforme (como las masas), sus diferencias internas deben descubrir lo común (the common) que les permite comunicarse y actuar en conjunto” (Idem, p. 14). Hardt y Negri señalan el “deseo de democracia” como ese “común”: “desear y reivindicar la democracia global no garantiza su concreción, pero no debemos subestimar el poder que esas demandas pueden tener” (Idem, p. 15). Actualmente, los estados dividen el control con los grandes conglomerados económicos y los organismos internaciones. El concepto de multitud sobrepasa la distancia entre lo estatal y lo privado, como lo hacen hoy las ONGs, a favor de lo que es común a todos, lo público. El antagonismo ya no está entre lo estatal y lo privado, sino entre lo público y lo mercantil.

Los autores atribuyen gran importancia al papel de trabajo inmaterial en la transformación social porque sólo se puede realizar en común: “el trabajo inmaterial tiende a salir del mundo limitado del terreno estrictamente económico y se asocia a la producción y reproducción general de la sociedad como un todo. Asume también la  forma social de redes basadas en la comunicación, en la elaboración y en las relaciones afectivas. El trabajo inmaterial sólo se puede realizar en común y cada vez más está inventando nuevas redes independientes de cooperación para producir. Estas características pueden servir como un esbozo previo a la composición social de la multitud que actualmente anima a los movimientos de resistencia al estado global permanente de guerra” (Idem, p. 101). La red se convirtió en una forma común que tiende a definir nuestras formas de entender el mundo y de actuar en él. Desde nuestra perspectiva, las redes son, básicamente, la forma de organización de las relaciones cooperativas y comunicativas determinadas por el paradigma inmaterial de producción” (Idem, p.191). Al organizarse en red, la multitud puede actuar democráticamente en diversos frentes de lucha sobre temas universales, a pesar de su diversidad. Diferentes movimientos pueden estar unidos en redes distintas por una causa común. Hardt y Negri insisten en que el proyecto de la multitud es la reforma global de la representación. Para ellos, la ONU debería ser radicalmente democratizada, con la participación de organizaciones y comunidades como el Foro Social Mundial, sin poderes de veto.

Ellos apuntan hacia la creación de un Parlamento Global y el fortalecimiento del Tribunal Penal Internacional, para garantizar los derechos y la justicia a nivel global, y la creación de una Comisión de la Verdad Internacional, a quien competería arbitrar las situaciones globales de injusticias, violación de los derechos o temas como la deuda externa de los países pobres. Proponen la democratización de organismos internacionales como el BIRD (Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo), el FMI y la OMC. Sólo la democracia puede evitar la guerra imperial.

El imperio está constituido por una red densa y autónoma del poder capitalista que pasa por encima de estados y naciones. Este ejerce su control por medio de una forma sutil de manipulación que contamina nuestros cerebros y nos lleva a internalizar los valores del capitalismo. El imperio es “positivo” en la medida en que supera los nacionalismos y posibilita, en su interior, dialécticamente, la organización de la oposición a él mismo, a través de lo que denominamos movimientos de alterglobalización. En la alterglobalización  está la turba, la multitud, el oprimido, las redes solidarias, la economía solidaria (otra economía posible), en lucha por una ciudadanía global, como lo soñaba el comunismo.

No todos están de acuerdo con esa visión “optimista” de la nueva globalización en curso. Tal es el caso del sociólogo Atilio Boron. En una visión más disciplinaria, este autor critica el “paradigma político” de los autores de Imperio: la “ciudadanía global” y el “derecho a un salario social”. Para él, la propuesta de la “ciudadanía global” permanece en el nivel de la abstracción: “quien habla de ciudadanía habla de poder, de relaciones de fuerzas, y del estado como la frontera básica dentro de la cual se elabora y sustenta un orden jurídico” (Boron 2002:108). Para Boron, Hardt y Negri creen demasiado en la fuerza de la sociedad civil global.

La obra de Hardt y Negri generó mucha polémica: para algunos, es una obra oscura, débil; para otros, es brillante y reveladora. Sus provocaciones despiertan la ira apasionada de muchos. Según Alan Rush (2006:310-22), las críticas a Hardt y Negri son, muchas veces, “parciales” y, en algunas oportunidades, “excesivas”: “lo que muchos críticos no parecen considerar es el doble nivel en que funciona  la  ‘multitud’.  Antes que nada se trata de un concepto ontológico y antropológico, cuya vigencia se debe situar especialmente a partir de la revolución humanista renacentista”. Para Néstor Kohan, el libro Imperio “constituye el balance maduro de su febril y apasionada biografía política”, o “pensamiento maduro de un militante y no de un académico apolítico” (2006:348-9), como los medios de comunicación lo caracterizan. Sea cual sea la visión que tengamos de esa obra, la misma no puede ser ignorada en un momento donde estamos discutiendo cómo educar para otro mundo posible. Las tesis provocativas de estos autores nos ayudan a reflexionar y a proponer caminos para la acción político-pedagógica en tiempos de globalización.

Los autores de Imperio recuerdan la actitud propositiva de San Francisco de Asís que dejó la riqueza para vivir en la “condición común de la multitud” y en oposición a la “mortificación de la carne” propuso “una vida de alegrías, incluyendo a todos los seres y la naturaleza, los animales, la hermana luna, el hermano sol, las aves del campo, los humanos pobres y explotados, juntos contra la voluntad de poder y corrupción” (Hardt y Negri 2001:437). Contra la miseria del poder, ellos oponen una nueva ética, la fuerza de la alegría de ser. Recordando el viejo y el nuevo sueño de la revolución comunista, los autores finalizan el libro diciendo que “esta es la revolución que ningún poder controlará – porque el biopoder y el comunismo, la cooperación y la revolución continúan juntos, en amor, simplicidad y también inocencia. Esta es la irreprimible levedad y alegría de ser comunista”.

Paulo Freire nos incitaba a leer el mundo. Leemos el mundo a partir del espacio, del lugar donde nos “ubicamos”, para utilizar una palabra  expresiva del español. No se trata de un lugar fijo, pues siempre estamos en camino, en movimiento. Nuestro punto de vista siempre determina nuestra visión del mundo. No es por nada que nuestros puntos de vista son tan diversos. Nos “ubicamos” en muchos lugares. Esta diversidad es la riqueza de la humanidad, sin ella no habría cambio, el mundo sería estático, eternamente inmutable, sin sentido, sin perspectiva. El respeto a la diversidad, la valoración de la diversidad y la convivencia en la diversidad no son sólo una exigencia ética, es condición de la humanidad, es condición sine qua non para el avance de la misma humanidad.

Paulo Freire nos hizo soñar porque hablaba desde un punto de vista que no es otro que el del oprimido, del excluido, a partir del cual podemos pensar un nuevo paradigma humanitario, el sueño de otro mundo posible, necesario y mejor. Podríamos decir, basados en la praxis de Paulo Freire, que hoy en día existen, metafóricamente, dos perspectivas de mundo: la perspectiva de Washington y la perspectiva de Angicos. Hablo de Washington como metáfora, símbolo de un poder, de una política, de una visión de mundo, de un punto de vista. Para los freireanos, Angicos es tan conocida como Washington, pues fue allá donde Paulo Freire realizó la práctica más importante de su método pedagógico. Fue a partir del éxito obtenido allá, en 1963, que se hizo conocido en el mundo.

Actualmente, Angicos y Washington se pueden tomar como metáforas de paradigmas opuestos de civilización. Incluso analizando dialécticamente esos dos puntos de vista, como unidad y oposición de contrarios, estos contienen una irreductibilidad de fondo: la que existe entre guerra y paz, entre poder militar y utopía, entre fundamentalismo y diálogo. El mundo está lleno de contradicciones, por eso existen los cambios. Al proponer esa reflexión sobre esas dos vías opuestas de humanidad, no pretendemos defender esa irreductibilidad, al contrario, estamos buscando superarla dialécticamente para que en el “otro mundo posible” no exista hambre y pobreza como existen hoy, sustentadas por guerras y fundamentalismos. La belleza de la diversidad no debe ser confundida con la brutalidad de la miseria frente a la riqueza.

Estamos ante una escogencia a hacer entre diálogo y guerra. Contra la visión necrófila del mundo, que opone un fundamentalismo a otro fundamentalismo, que lleva a la depredación ambiental, a la violencia, que suscita y alimenta el terrorismo (político, económico, religioso, militar, de estado…), existe otra visión, una visión biófila, que promueve el diálogo y la solidaridad. Por más difícil que sea esa vía, es la única capaz de evitar la guerra, la barbarie y el exterminio . El terrorismo no nos puede impedir pensar con lucidez.

El fundamentalismo religioso que forma parte de nuestra cultura occidental es sólo un tipo de fundamentalismo. Existe otro, que es el fundamentalismo político-económico. Como dice Leonardo Boff, “el primero y más visible de todos es el fundamentalismo de la ideología política del neoliberalismo, del modo de producción capitalista y de su mejor expresión, el mercado mundialmente integrado. Éste se presenta como la única solución para todos los países y para todas las carencias de la humanidad” (2001:38). La lógica del libre mercado en la cual se basa ignora las carencias de la humanidad a favor del lucro. Esta es la visión de Edgar Morin cuando afirma que “el desarrollo, del modo como se concibe, ignora aquello que no es calculable ni mesurable: la vida, el sufrimiento, la alegría, el amor, y el único criterio por el cual mide la satisfacción es el crecimiento (de la producción, de la productividad, del ingreso monetario). Definido únicamente en términos cuantitativos, ignora las condiciones, las condiciones de existencia, las condiciones de solidaridad, las condiciones del medio, las condiciones de vida” (2001:A-17).

Ante el estado del mundo de hoy, el diálogo ya no es sólo una opción política. En la actualidad, el diálogo es un imperativo histórico y existencial. La alternativa al diálogo es el terrorismo, es la globalización de la crueldad, la guerra. Ambas posibilidades están presentes en la actual coyuntura: por un lado, la legitimidad democrática y, por el otro, la legitimidad de la fuerza.

Es necesario ampliar nuestro punto de vista. Necesitamos ver la Tierra desde lejos, en su totalidad, en su planetariedad. Aún pensamos en bloques de naciones contra otros bloques de naciones: Comunidad Europea, bloque de Japón, bloque de Estados Unidos, de China… todos característicos del modelo de fragmentación neoliberal. Estos bloques estimulan la competitividad sin solidaridad y promueven las máquinas de guerra contra la vida. Por el contrario, necesitamos pensar en la cultura de la justicia  y la sustentabilidad, pensar globalmente, planetariamente, a favor de toda la comunidad de vida.

En fin, debemos salir de una visión antropocéntrica para cultivar una visión holística, fundada en una referencia ética planetaria, por encima de géneros, especies y reinos. Paulo Freire nos hablaba en su último libro de una “ética del género humano” y apuntaba hacia el sueño posible de una humanidad unida en función de un objetivo común de justicia, paz y prosperidad para todos. Ese es el sueño. Se trata de hacerlo viable históricamente, hacer lo “inédito” “viable”, para usar palabras tan características de Freire.

Como dice Gandhi, “no existe camino para la paz, la paz es el camino”. Cambiar el mundo es difícil. Existen muchas injusticias. Sin embargo, debemos intentar. Si no intentamos, no nos mostraremos propiamente humanos. “No habría nada de humano en nosotros si no intentásemos cambiar el mundo”, dijo, en cierta oportunidad, el historiador Eric Hobsbawm. Y no podría estar más de acuerdo.

 

 

 

 

 

 

 

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Grandes “temas de nuestro tiempo”

 

Jorge Reichmann

ecosocialismo 1

“No nos dejemos adormecer por la calma actual. Es engañosa. Es un momento de calma entre dos tempestades, el sueño que el mundo de monstruos puede permitirse entre las monstruosidades de ayer y de mañana.”

Günther Anders[1]

“Para hacerse rápidamente una idea de lo que quiere decir hoy plétora miserable lo mejor es pasar de la observación acerca de cómo viven los pobres en la mayoría de los países de África, Asia y América Latina o en los suburbios de las megaurbes a la comparación de eso con lo que se anuncia y publicita (relojes, joyas, perfumes, vestidos, hoteles, residencias, etc.) en las revistas que reparten gratuitamente las grandes compañías aéreas en sus vuelos internacionales. Una vez hecha la comparación, salen sobrando los discursos ideológicos sobre la guerra de civilizaciones.”

Francisco Fernández Buey[2]

“La crisis actual avanza hacia un punto en el que o bien nos enfrentaremos con una catástrofe natural o social, o bien, antes o después de esto, los seres humanos reaccionarán y tratarán de establecer nuevas formas de vida social que tengan un sentido para ellos. Esto no podemos hacerlo por ellos y en su lugar; ni tampoco podemos decir cómo se podría hacer. Lo único que está a nuestro alcance es destruir los mitos que, más que el dinero y las armas, constituyen el obstáculo más formidable en la vía de una reconstrucción de la sociedad humana.”

Cornelius Castoriadis[3]

 

Tres grandes “temas de nuestro tiempo”

En repetidas ocasiones, Javier Echeverría ha instado a los filósofos y filósofas españoles a abordar en serio “los temas de nuestro tiempo”[4] –mencionando entre ellos la crisis ecológica o la sociedad de la información, por ejemplo–, sin caer en las tentaciones del “absentismo filosófico” y la irresponsabilidad. En este texto trato de situarme a la altura de esa responsabilidad cívica (y también filosófica), profundizando en el análisis de algunas cuestiones ya abordadas antes, con mayor o menor fortuna, en otras obras. Como ya declaré en alguna ocasión, creo que los tres grandes “temas de nuestro tiempo” son la crisis ecológica global en primer lugar (que a efectos analíticos podemos dividir en tres grandes problemas, según propondré en este texto: problema de escala, problema de diseño y problema de eficiencia), la planetaria desigualdad social creciente –e históricamente inaudita– en segundo lugar (podemos referirnos a ella como problema de igualdad), y por último los desafíos planteados por la tecnociencia que emergió en el siglo XX, y que desborda en aspectos significativos el sistema ciencia/ técnica gestado durante los tres siglos anteriores (cabe referirnos a este asunto como el problema fáustico)[5]. Así, no sorprenderá que plantee como tarea fundamental para el pensamiento crítico la de habérselas con las dos nociones de sostenibilidad –o sustentabilidad— y desarrollo sostenible: puesto que ambas aparecen como la más importante respuesta de las sociedades industriales contemporáneas a aquellos tres grandes “temas de nuestro tiempo”, articulados en alguna especie de trabazón.

En este texto quiero esclarecer –en la medida de mis fuerzas— estas dos ideas, proponiendo para ello, junto a categorías bien conocidas, otras relativamente novedosas, como las de biomímesis, producción conjunta o gestión generalizada de la demanda. Pero para llegar a las propuestas en positivo previamente habrá que desbrozar camino, indicando también qué no es sostenible. Y así iré argumentando que sostenibilidad no es sólo ecoeficiencia, porque históricamente las sociedades industriales han sido cada vez más ecoeficientes y cada vez más insostenibles; o que sostenibilidad no puede ser exportación de insostenibilidad, manteniendo determinados parámetros de calidad ambiental y calidad de vida dentro de un territorio de referencia al tiempo que se degrada inexorablemente el resto; o que la “sostenibilidad débil” que defienden muchos economistas ambientales no es auténtica sostenibilidad

Defenderé una idea de sostenibilidad como viabilidad ecológica, y de desarrollo sostenible como buena vida dentro de los límites de los ecosistemas, que en cualquier caso no puede hacer abstracción de las importantes tensiones internas entre desarrollismo y sostenibilidad puestas de manifiesto en los debates y conflictos de los últimos veinte años.

 

Necesidad de una perspectiva socioecológica

La verdad es que no se puede separar limpiamente sociedad y naturaleza: ni las sociedades humanas pueden escapar nunca del todo a sus determinaciones naturales, por más ilusiones que se hagan al respecto (y los seres humanos pertenecientes a la tradición cultural europea nos hemos hecho bastantes), ni la naturaleza es desde hace ya milenios otra cosa que naturaleza humanizada (al menos desde la Revolución Neolítica con la que comenzó la agricultura y la formación de estados, y desde luego en mucho mayor medida desde los comienzos de la Revolución Industrial). De manera que, según creo, una teoría social adecuada a los desafíos de nuestra época –los tres “temas de nuestro tiempo” que antes mencioné– ha de ser necesariamente una teoría socio-ecológica. Y también una teoría ecológica adecuada habrá de incorporar esa radical dimensión socioecológica, al menos desde que el ser humano se transformó en una “fuerza geológica planetaria” (y eso ya lo vio Vladimir Vernadsky hace muchos decenios[6]) y desde que el ámbito de la intervención humana se hizo coextensivo con la biosfera toda. Es posible que llevemos diez milenios haciendo “geoingeniería” sin conciencia del asunto: William Ruddiman formuló en 2003 la hipótesis de que la anómala estabilidad climática del planeta en este período haya tenido origen antropogénico, al haber contrarrestado las emisiones de dióxido de carbono causadas por la masiva desforestación neolítica la tendencia natural del clima al enfriamiento[7].

En cualquier caso, hemos llegado así a una época crucial para la historia humana (y para la historia de la vida sobre nuestro planeta). Somos una “fuerza geológica planetaria”. Necesitamos asumirlo, responsabilizarnos de ello –y ninguna cantidad de humildad ni prudencia será suficiente para hacerlo, a la vista de la magnitud delos desafíos.

“Tal vez no sea hipérbole absurda, ni siquiera exageración, afirmar que el punto más crucial en el espacio y en el tiempo (aparte del propio big bang) sea aquí y ahora. Creo que la probabilidad de que nuestra actual civilización sobreviva hasta el final del presente siglo no pasa del 50%. Nuestras decisiones y acciones pueden asegurar el futuro perpetuo de la vida (…). Pero, por el contrario, ya sea por intención perversa o por desventura, la tecnología del siglo XXI podría hacer peligrar el potencial de la vida.”[8]

Tras la opinión del científico natural, el parecer del filósofo social:

“Algunas fuentes de daño pueden haber sido reconocidas y desactivadas –sin que por ello se desvanezca la auténtica amenaza. Ésta consiste en la expansión mundial de un sistema económico y una forma de vida que ya hoy, cuando probablemente sólo abarca a una cuarta parte de la humanidad, excede claramente la capacidad ecológica de nuestro planeta. Sigue siendo verdad que esa cuarta parte consume tres cuartos de los recursos y emite tres cuartos de la contaminación. (…) Lo que se nos viene encima, por todo cuanto podemos saber, no admite comparación con nada que hayamos experimentado anteriormente.” [9]

La crisis ecológica es una crisis social. Lo que está fallando no es la naturaleza, es nuestra sociedad: su estructuración interna y sus formas de intercambio con la naturaleza. Y cuando vivimos en un “mundo lleno” o saturado (en términos de espacio ambiental)[10], la perspectiva teórica adecuada no puede ser sino socioecológica. Se puede llegar a una conclusión semejante tanto desde la sociología ambiental académica (y ahí tenemos, por ejemplo, el enfoque del “ecosistema social” de Juan Díez Nicolás) como desde la aspiración a un renovado materialismo ecológico de matriz marxista (como muestra, entre otros, el trabajo de John Bellamy Foster en los últimos años)[11].

Coevolución (entre sistemas humanos y sistemas naturales) e interacción (entre los seres humanos y el medio ambiente) son conceptos clave para la perspectiva ecosocialista donde me intento situar para escribir este volumen. Los desafíos planteados por la cuestión ecológica, lejos de reducirse a una cuestión de valores, atañen a las relaciones metabólicas básicas entre los seres humanos y la naturaleza; por eso, la mirada propia de la filosofía moral sobre estas cuestiones no puede evitar cruzarse con las miradas del ecólogo, de la socióloga ambiental, del teórico de sistemas, de la economista ecológica, del investigador sobre estética, de la pensadora feminista… Desde la perspectiva ecosocialista, comprender lo mejor posible el metabolismo sociedad/ naturaleza y sus perturbaciones (en términos de intercambio de energía, materia e información) es básico para la racionalidad de nuestro análisis ético-político y para la sensatez de las propuestas emancipatorias que pudieran derivarse de éste.

 

Población, ecosistemas, fuerzas productivas, relaciones sociales

¿Con qué herramientas conceptuales abordar el estudio del metabolismo entre seres humanos y naturaleza? Un esquema útil para empezar lo proporciona el “enfoque del ecosistema social” que lleva muchos años propugnando el sociólogo Juan Díez Nicolás, quien lo aprendió de sus maestros Amos H. Hawley y Otis D. Duncan.[12] Según éste enfoque, los cuatro factores básicos para lograr entender qué hacemos aquí (quiero decir, sobre esta Tierra) son población, medio ambiente, tecnología y relaciones sociales.

Bueno, esto no queda lejos de la perspectiva ecosocialista, o ecomarxista, que trato de desarrollar desde hace años[13]. Permítaseme evocar unas pocas palabras mías de un libro publicado en 1994: “En el plano macrosocial el análisis de las interrelaciones entre población, medio ambiente, fuerzas productivas y organización social sigue proporcionando, a mi entender, explicaciones plausibles para la mayoría de los grandes y dramáticos cambios que se están produciendo a finales del siglo XX. Un marxismo ecológicamente informado no debería tropezar con demasiadas dificultades teóricas para la comprensión de lo que pasa en este final de siglo.”[14] Y proseguía citando a Manuel Sacristán:

“Creo que el modelo marxiano del papel de las fuerzas productivas en el cambio social es correcto; creo que la historia conocida sustancia bien la concepción marxiana; ésta es coherente en el plano teórico y plausible en el histórico- empírico. De modo que no creo que sea necesario revisar esas tesis. (…) La novedad consiste en que ahora tenemos motivos para sospechar que el cambio social en cuyas puertas estamos no va a ser necesariamente liberador por el mero efecto de la dinámica, que ahora consideramos, de una parte del modelo marxiano. No tenemos ninguna garantía de que la tensión entre las fuerzas productivo-destructivas y las relaciones de producción hoy existentes haya de dar lugar a una perspectiva emancipatoria. También podría ocurrir todo lo contrario.”[15]

Cabe añadir, redundando un poco, que un marxismo ecológicamente informado ha de ser por fuerza un marxismo autocrítico, en gran medida “revisionista” con respecto a los hilos productivistas –o “produccionistas”, como preferiría Enric Tello— que se entretejen en su propia tradición. Desde el trasfondo de la crisis ecológica, la mayor carencia teórica de Marx y Engels (así como de las principales corrientes marxistas posteriores) seguramente es la incomprensión de los límites naturales impuestos al desarrollo de las fuerzas productivas, tal y como mostró por ejemplo Ted Benton[16]. La hipótesis de abundancia es, a la vez, central para las corrientes principales del marxismo e indefendible (por cuanto sabemos hoy sobre constricciones ecológicas).

“La relevancia [del supuesto optimista de abundancia] en el esquema de Marx nunca será suficientemente destacada. Para Marx el comunismo se fundamentaba en la posibilidad de la abundancia, en el crecimiento ilimitado de las fuerzas productivas. Pero la abundancia no sólo era el supuesto sobre el que se cimentaba la sociedad comunista, sino también el combustible que, bajo la forma de las demandas insatisfechas [de la clase proletaria], de su necesidad histórica, estaba entre los mecanismos que relacionaban en ‘ahora mismo’ con el ‘dónde llegaremos’. (…) Vivimos en un planeta con recursos limitados y nunca podrá existir una sociedad donde todos los deseos de todos se puedan satisfacer simultáneamente. El supuesto de abundancia resulta insostenible y, si hay algún mecanismo inflexible que gobierne los procesos históricos, antes parece conducir a la barbarie que al comunismo. Si no hay de todo para todos, si no estamos en una sociedad de la abundancia, aparecen los problemas de la distribución: ¿qué se debe distribuir? ¿Con qué criterios? ¿A quién?”[17]

Por eso, una perspectiva ecosocialista debe enfatizar el carácter de pensamiento de los límites que es propio de la razón ecológica; y en particular debe mostrar el “lado oscuro” de las fuerzas productivas, vale decir la parte de destrucción que necesariamente entraña toda producción. Una buena herramienta para ello es el concepto de producción conjunta.

 

Saltan las alarmas

¿Qué está pasando con los cuatro componentes de este esquema o modelo en nuestro terrible comienzo de siglo XXI, marcado por dinámicas como la crisis ecológica planetaria, la globalización socioeconómica, el ahondamiento de la fractura Norte/ Sur o las tensiones militaristas y neoimperialistas? Podríamos esquematizarlo de la siguiente forma:

Población à explosión demográfica (cuyo fin ya avistamos: transición demográfica global prevista para mediados del siglo XXI. Con la “bomba poblacional” desactivada se abrirán nuevas perspectivas para una humanidad que busque su equilibrio con la naturaleza)

Medio ambiente à crisis ecológica global, que enseguida abordaré con más detalle

Fuerzas productivas (tecnología) à desarrollo explosivo de la tecnociencia[18]

Relaciones sociales à interdependencia creciente; quiebra de muchos vínculos sociales; incremento de las desigualdades sociales y simultáneo aumento de la conectividad social; dominio del capital financiero sobre la economía; emergencia incipiente de “una sola humanidad”, contradicha por la profunda fractura Norte/ Sur

En este texto apenas abordaré la temática demográfica[19], y el énfasis de mi reflexión no se situará sobre la problemática de la tecnociencia[20]; pero en cambio voy a dedicar un esfuerzo considerable a las cuestiones que plantean la crisis ecológica y las relaciones sociales. Hasta el punto de que una de mis tesis principales será que los problemas ambientales, lejos de reclamar principalmente soluciones tecnológicas, lo que exigen sobre todo es una reconstrucción de la socialidad humana. (Sé que la expresión “reconstruir la socialidad humana” es algo grandilocuente. A quien por ello le resulte incómoda, quizá pueda aceptar la paráfrasis siguiente: transformar el ethos dominante en las sociedades industriales de manera que se favorezcan prácticas más cooperativas.)[21]

Durante estos últimos años han menudeado en Europa y EE.UU. las manifestaciones de inquietud sobre China (y en menor grado sobre la India), es decir, sobre las tensiones que en los mercados mundiales está creando el intenso dinamismo de la economía china. Con tasas de crecimiento del PNB cercanas al 10% durante bastantes años seguidos, el país asiático ha emprendido un avance rapidísimo por la autovía del “desarrollo”, y ello ha bastado para hacer saltar las alarmas en lo que a disponibilidad de factores económicos se refiere: desde soja hasta petróleo, desde acero a capitales para inversión, el tirón de la enorme demanda china basta para poner en peligro abastecimientos o amenazar con elevaciones de precios en los lugares más diversos del planeta. El sorpasso de China (respecto a EEUU) como primer país consumidor de energía primaria en el planeta se produjo en 2010.[22]

“Cuando Gran Bretaña, Alemania, EE.UU. y Japón se estaban industrializando con gran rapidez hace cien años, se enzarzaron en una batalla internacional para hacerse con las fuentes energéticas mundiales, estuviesen donde estuviesen. Hoy está ocurriendo lo mismo, y seguirá ocurriendo en los próximos años. Una triple rivalidad por los recursos de petróleo y gas entre EE.UU., China e India, con la participación de Japón y Europa, intentando encontrar desesperadamente otras fuentes y escapar de la carrera (probablemente imposible desde el punto de vista tecnológico), no es una hipótesis optimista. Pero cada vez es más probable.”[23]

¿Qué está pasando aquí? En el fondo, lo que el crecimiento chino nos pone ante los ojos es la reducción al absurdo del modelo de producción y consumo del que hoy nos beneficiamos las elites del planeta, menos del 20% de la población mundial. China muestra que basta con que otro 20% se tome en serio lo que hemos venido predicando sobre el “desarrollo”, e intente ponerlo en práctica, para que el modelo cruja por todas sus junturas, y acabe saltando por los aires. La biosfera no puede acoger otros 1.200 ó 1.400 millones de personas viviendo según las pautas insostenibles de producción y consumo que han generado las sociedades industriales desde hace dos siglos, y sobre todo en la segunda mitad del siglo XX: y no digamos si se pretendiese generalizarlo a la totalidad de los habitantes del planeta… En éste sencillamente no hay “espacio ecológico” para que todos los seres humanos que hoy lo pueblan puedan vivir como hoy lo hace la minoría rica y dispendiosa.

Pero si este modelo no es generalizable, si harían falta dos o tres planetas adicionales para que pudiese extenderse a todos, entonces tampoco es justo. Ni los ciudadanos y ciudadanas conscientes, ni los movimientos sociales críticos, pueden resignarse a una situación así: consolidarla sería afianzar una suerte de apartheid planetario. De ahí las esperanzas de cambio, tanto en el Norte como en el Sur de nuestro mundo dividido, que vehicula el concepto de desarrollo sostenible, con su triple dimensión de sustentabilidad ecológica, justicia social y eficiencia económica.

 

Tensión entre desarrollismo y sostenibilidad

Ahora bien: se aprecia una gran tensión entre desarrollismo y sostenibilidad entre muchos de quienes hoy se apuntan al discurso del desarrollo sostenible. Por no aducir más que un ejemplo, el Consejero de Ordenación del Territorio y Medio Ambiente del Gobierno Vasco, Sabin Intxaurraga, presentaba los objetivos de la Estrategia Ambiental Vasca de Desarrollo Sostenible 2002-2020 (aprobada el 4 de junio de 2002) en los siguientes términos: “La apuesta estratégica se fundamenta en un desarrollo en el cual el crecimiento económico apoye el progreso social y respete el medio ambiente, que la política social sustente los resultados económicos y que la política ambiental sea rentable”[24].

Como se ve, el énfasis economicista prevalece: ¿por qué tendría que ser rentable –y para quién— la política ambiental? ¿Por qué tiene que continuar el crecimiento? ¿Qué tiene que ver eso con la sostenibilidad? Saltando a otro ámbito, la Comisión Europea puede llenarse la boca con sus propósitos de “promover el crecimiento y el empleo de forma absolutamente coherente con los objetivos de desarrollo sostenible”[25]; cuando luego especifican qué van a hacer para materializar esos propósitos, nos dicen que “el Mercado Único necesita equiparse con infraestructuras modernas para facilitar el comercio y la movilidad” (p. 19), y resulta que la construcción de grandes infraestructuras de transporte, y el incremento de intercambios comerciales a larga distancia, son factores fundamentales de insostenibilidad en la UE. Continuamente parece repetirse la misma pauta: persecución de objetivos mutuamente incompatibles.[26]

Desarrollo sostenible no es –pongamos por caso– cumplir el Protocolo de Kyoto: habría de ir mucho más allá. Sin duda presupone la lucha contra el cambio climático para la cual el Protocolo de Kyoto representaba un pequeño primer paso: pero exige nada menos que el cambio de modelo de producción y consumo. La cuestión de fondo –hay que insistir sobre ello— es que el modelo de desarrollo que, en la segunda mitad del siglo XX, las elites de los países industrializados propusieron como meta para los esfuerzos y aspiraciones del conjunto de la humanidad, es esencialmente no generalizable. No hay recursos naturales ni espacio ecológico suficiente para que la forma de producir y consumir hoy dominante en EE.UU., la Unión Europea o Japón se extienda al planeta entero. Intentar perseguir el bienestar individual dentro de ese marco socioeconómico inviable nos está conduciendo a un desastre de dimensiones planetarias. No se trata, por consiguiente, de cambios incrementales dentro del sistema hoy imperante, sino de cambiar radicalmente las reglas de juego: se trata de otro modelo de producción y consumo.[27]

Desarrollo sostenible no es más crecimiento económico con una hoja de parra ambiental para taparle las peores vergüenzas. Desarrollo sostenible, en un país del Norte (vale decir: ya sobredesarrollado), implica no crecer más, e incluso decrecer en ciertas magnitudes. Ahí está toda la –enorme— dificultad, que nos exige distinguir radicalmente entre crecimiento y desarrollo sostenible:

“La mejora del bienestar y el logro del pleno desarrollo de las potencialidades humanas es algo que se realiza fuera del camino del crecimiento infinito de las cantidades producidas y consumidas, fuera del camino de la mercancía y el valor de cambio. Se realiza en el camino del valor de uso y de la calidad del tejido social que pueda nacer a su alrededor.”[28]

Si se desea una fórmula breve, desarrollo sostenible es desarrollo humano sin crecimiento cuantitativo (pues han de respetarse los límites impuestos por los ecosistemas). Los escenarios de contracción y convergencia que el Global Commons Institute lanzó ya en 1990 al debate internacional sobre cambio climático van en este sentido: contracción del impacto ambiental global y convergencia entre Norte y Sur.[29]

 

Preguntar por los fines, y también por los medios

El sociólogo ambiental Ernest García subraya que en la masa de información sobre la crisis ecológica mundial que se ha venido acumulando en los últimos años del siglo XX y los primeros del siglo XXI se aprecian dos rasgos muy especiales. Uno de ellos es el refinamiento y precisión de los datos, aspecto de la cuestión donde se ha dado un salto cualitativo en este período. Otro es un cambio perceptible en el tono: dentro de la sobriedad y neutralidad científicas del lenguaje, se habla cada vez menos de las amenazas futuras y cada vez más de la situación en que ya nos encontramos. “El futuro ha llegado, el lobo que nunca venía ya ha entrado en el redil. Todavía no puede verse sin el instrumental adecuado y sin la información adecuada sobre en qué dirección enfocar la mirada, y habrán de pasar algunos años –quizás diez o quince— antes de que la situación de extralimitación sea generalmente reconocida: pero ya no hay forma de eludirla.”[30]

El desafío al que hacemos frente es enorme: se trata de pasar de un mundo manifiestamente insostenible que pueblan hoy 7.000 millones de personas, a otro de 9.000 millones de habitantes que sea sostenible[31]. En un “mundo lleno” o ecológicamente saturado, cada actividad humana ha de ser evaluada en términos de (A) su contribución a la vida buena para los seres humanos (y quizá para todos los seres vivos[32]), y (B) su impacto ambiental. Es decir: superando el “sonambulismo tecnólogico” en que (al decir de Langdon Winner) nos movemos[33], y los sonambulismos políticos y morales concomitantes, hemos de preguntarnos sin desmayo por los fines, y también por los medios que usamos para perseguir aquellos fines.[34]

De forma general, contribuir a la vida buena –racionalmente escrutada— supondrá satisfacer necesidades y potenciar capacidades, teniendo en cuenta la autonomía del agente moral (o no teniéndola, si en lugar del sujeto humano tenemos que vérnoslas con un “paciente moral” no humano). Para ello pondremos en obra medios diversos –por ejemplo, satisfactores de necesidades que tendrán impactos ambientales (y sociales) muy diversos, susceptibles de comparación entre sí–.[35]

El “doble filtro” reflexivamente aplicado a nuestros fines y nuestros medios debería guiarnos hacia una vida buena que no sobrepase los límites de la biosfera (que es, como veremos más adelante, una adecuada definición sintética de desarrollo sostenible).

Para un ecologismo materialista, como el defendido en estas páginas, plantea problemas el avanzar hacia formas más frugales de habitar la Tierra sin por ello denigrar los bienes materiales ni la vida cismundana. Dentro de la historia del pensamiento, las reflexiones de Epicuro –de las que puede extraerse la propuesta de algo así como un hedonismo ascético— revisten el máximo interés para el ecologista o la ecologista que hoy se estén planteando estos problemas. Manuel Sacristán se refirió a la importancia de desarrollar, desde la izquierda, una idea de austeridad epicúrea, una sociedad más igualitaria y frugal donde –supuestas satisfechas las necesidades materiales básicas— el desarrollo lujoso se situase más bien del lado de las “necesidades espirituales”[36].

 

La “cuestión del sistema”

En el mismo día y en el mismo diario –El País del 5 de mayo de 2005–, dos artículos referidos a sendos países centrales de la Unión Europea –Alemania y Gran Bretaña— amontonaban algunas piedras adicionales sobre el túmulo donde se supone está enterrado el socialismo en cuanto alternativa al capitalismo. En uno de los artículos, con ocasión de las elecciones al parlamento británico, Timothy Garton Ash escribía que “cerrados los grandes conflictos ideológicos del siglo XX, lo que persiguen ambos partidos [conservadores y laboristas] son versiones del capitalismo de rostro humano”[37]. En otro José Comas, desde Berlín, criticaba por extemporánea la pequeña erupción anticapitalista del entonces presidente del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), Franz Müntefering, quien había osado atacar a los inversores financieros que “no conocen reglas ni límites” y “no gastan ni un pensamiento en las personas cuyos puestos de trabajo destruyen”. No contento con lo anterior, el desmelenado Müntefering remató: “Permanecen anónimos, no tienen cara y caen formando enjambres como la langosta sobre las empresas, las esquilman y se van. Contra esa forma de capitalismo luchamos”[38]. El periodista Comas quitaba importancia a la cuestión, aseverando que se trataba sobre todo de retórica electoral para movilizar a las bases del desmoralizado SPD ante las difíciles elecciones regionales en Renania del Norte-Westfalia.

Y sin embargo… ¿quizá la “cuestión del sistema” no está cerrada, mal que les pese a los defensores del statu quo, los enterradores como Garton Ash, Comas y tantos otros? ¿Quizá algo se remueve bajo el túmulo, a pesar de las toneladas de piedras acumuladas? Ésta será también una de las tesis del texto que sigue. Creo, en efecto, que tanto la crisis ecológica, como la creciente polarización social que induce el capitalismo sin controles de la economía globalizada, como la difícil compatibilidad del capitalismo con instituciones democráticas ambiciosas, así como –por último— los enormes problemas que plantea la necesidad de control democrático sobre la tecnociencia, vuelven a poner sobre la mesa de debate el dilema capitalismo/ socialismo. Y que un ecosocialismo a la altura de los problemas del siglo XXI es una propuesta política que merece ser analizada y tomada en serio[39].

Quien no quiera hablar de capitalismo, que no hable de fascismo, dice una famosa frase de Max Horkheimer. Podríamos parafrasear: quien no quiera hablar de capitalismo, que no hable tampoco de crisis ecológica.

 

Hemos estado viviendo por encima de nuestros medios… y de nuestro medio

Uno de los principales hilos conductores que seguiremos en este texto es la conjetura de que en lo que a “desarrollo” o “progreso” se refiere opera una suerte de ley de rendimientos decrecientes, de manera que, superados ciertos umbrales, intentar seguir avanzando por los caminos trillados se torna cada vez más contraproducente. Las fórmulas antiproductivistas ¿cuánto es suficiente? (debida al ensayista norteamericano Alan T. Durning) o momento de parar (que propuso con vigor el artista canario César Manrique) no expresan entonces ninguna nostalgia romántica, “pasadista” o anti-ilustrada, sino sencillamente exigencias básicas de racionalidad.

Se acaba la era del derroche energético, ese anómalo siglo XX en que la disponibilidad del petróleo barato posibilitó –para la minoría de la humanidad— una forma de vida tan dispendiosa como nunca antes se había conocido (sin que ello haya significado mayor felicidad o cumplimiento humano, cabe conjeturar). Ahora hemos entrado, o estamos a punto de hacerlo, en el peak oil, el “cenit” o “techo” del petróleo: los años en que la proximidad del agotamiento de este preciado recurso induce un contexto de precios altos y dificultades económicas crecientes[40].

Hemos estado viviendo por encima de nuestros medios, en lo que a uso de recursos naturales se refiere; y también por encima de nuestro medio, desbordando su capacidad para asimilar los resultados de la actividad humana. Se impone un movimiento de recapacitación y de “vuelta a lo esencial”: ¿cuáles son los valores que de verdad importan? ¿Qué es de verdad necesario, y qué superfluo? ¿En qué consiste la vida buena para los seres humanos?

En un contexto de austeridad, de uso más parsimonioso de la energía y los materiales, cabe que encontremos vías hacia órdenes sociales más justos y satisfactorios, si un fuerte aprecio por el valor de la igualdad ayuda a un reparto equitativo de los bienes y de las cargas que serán nuestro lote. Pero también es posible –si prevalecen las tendencias contraigualitarias— que los terribles rasgos fascistas, más o menos larvados, que hoy salen a la luz cuando nos confrontamos con las diferencias o hacemos frente a problemas de recursos escasos, se condensen y fortalezcan hasta desembocar en sociedades que podrían hacer palidecer a los totalitarismos del siglo XX[41].

Se me llamará pesimista si digo que este segundo camino me parece, hoy por hoy, mucho más probable que el primero. Pero, por desgracia, un mundo donde menos de la quinta parte de la humanidad acapara más de las cuatro quintas partes de los recursos, convirtiendo de hecho a la mayoría de la humanidad en seres de tercera clase, ya ha dado los primeros pasos hacia un fascismo de alcance planetario.

Por mucho internet, mucha televisión, mucho centro comercial, mucho turismo y mucha ONG que echemos al asunto, la realidad que estamos viviendo es así de dura.

 

Herramientas para comprender la realidad, herramientas para transformarla

La razón ecologista sabe bien que no son posibles soluciones tecnocráticas para la crisis ecológica global (ni para ninguna de las demás crisis cuyo entrelazamiento constituye la actual crisis de civilización). Las reformas económicas deben transformar un aparato productivo que engrana muy mal con las realidades naturales, pero no sustituyen a los imprescindibles cambios sociales (las relaciones sociales engloban y deben orientar la economía, advertía Karl Polanyi hace más de sesenta años en su clásica obra La gran transformación)[42]. El cambio tecnológico puede ayudar a resolver algunos de los problemas inmediatos (y necesitaremos que lo haga, por ejemplo para transformar nuestro sistema enérgetico basado en los combustibles fósiles en otro basado en las energías renovables, así como para mejorar sustancialmente la ecoeficiencia de nuestras sociedades), pero a menudo lo hace a costa de provocar otros mayores, sobre todo cuando alcanza la escala de la megatecnología.

Las tecnologías necesarias para la reconstrucción ecológica de nuestras sociedades existen ya (o alcanzarán su madurez en muy pocos años). Necesitamos innovación tecnológica, pero en mucha mayor medida necesitamos innovación social: creatividad y participación social. Las reflexiones y los esfuerzos de la ecología política son centrales en cualquier programa emancipatorio para el siglo XXI, y la idealidad socialista/ comunista precisa a mi entender una decidida inflexión hacia el ecosocialismo.

La disciplina dentro de la cual trabajo –la filosofía práctica— bulle y hormiguea hoy con proyectos de investigación subvencionados, congresos y publicaciones sobre ética de los negocios, ética empresarial, ética de la banca, ética de la publicidad, ética de los mass-media… Creo que hay que retroceder dos o tres pasos para plantear las disyuntivas previas y fundamentales: filosofía para los de arriba, o filosofía para los de abajo. Filosofía que ignore la diferencia sexual humana, o filosofía que la tenga en cuenta. Filosofía que sólo tenga moralmente en cuenta a los humanos, o filosofía que desborde el estrecho corsé del antropocentrismo. Filosofía que se haga cargo de que la entropía existe, o filosofía que se niegue a mirar de frente esa realidad.

 

JOHN HOLLOWAY: SOBRE INVESTIGACIÓN Y COMPLICIDAD CON EL MAL

“Está claro que el posmodernismo no es la única forma en la cual los científicos sociales se reconcilian con la amargura de la historia. Hay muchas formas de aceptar una reducción de las expectativas, una cerrazón de las categorías, una imposición de las anteojeras conceptuales. Las condiciones de la vida académica, la necesidad de terminar la tesis, de encontrar trabajo, la presión para conseguir becas: todo nos empuja a la misma dirección. Todo nos dice que hay que enfocarnos en nuestro fragmento especializado del conocimiento, que no hay que meternos con la complejidad del mundo. La complejidad se vuelve la gran coartada, tanto científica como moralmente. El mundo es tan complejo que lo podemos conceptualizar solamente en términos de narrativas fragmentadas o, lo que sigue siendo mucho más común a pesar de la moda del posmodernismo, en términos de estudios de casos positivos y positivistas. El mundo es tan complejo que no puedo aceptar ninguna responsabilidad para su desarrollo. La moral se contrae: la moral es ser amable con la gente que me rodea, más allá de ese círculo inmediato el mundo es demasiado complejo, la relación entre las acciones y sus consecuencias demasiado complicada.

Cuando me paro en un semáforo (la mayoría de los académicos en México son parte de la clase cochehabiente), doy (o no doy) un peso a la gente pidiendo limosna, pero no me pregunto acerca de una organización del mundo que crea más y más miseria y cómo esta organización se puede cambiar. Este tipo de pregunta se ha vuelto moral y científicamente ridícula. ¿Para qué plantearla si sabemos que no hay respuesta? El problema con esta reducción de las expectativas, con este cerrazón de las categorías, con este estrechamiento del concepto del trabajo científico, no es la calidad de la investigación que resulta. La investigación puede ser muy buena, los resultados pueden incluso ser correctos en cierto sentido. Pero el problema de las ciencias sociales (o de la ciencia en general) no es ser correcto, no es la exactitud. El problema de las ciencias sociales es la complicidad.

Nuestra investigación puede ser muy buena, pero si aceptamos la fragmentación que surge de la desilusión, si abandonamos en nuestro trabajo la exploración de la posibilidad de cambiar radicalmente un mundo en el cual la explotación y la miseria se vuelven cada día más intensas y en el cual la dinámica de la explotación va mucho más allá de cualquier ‘identidad’, ¿no nos hacemos cómplices entonces de la explotación de los humanos por los humanos, cómplices en la destrucción de la humanidad, cómplices finalmente en la muerte de nuestros muertos?”

John Holloway, “El zapatismo y las ciencias sociales en América Latina”, conferencia pronunciada en Puebla (México) en marzo de 2000; puede consultarse en http://www.revistachiapas.org/Holloway10.htm

Necesitamos herramientas para comprender la realidad, y herramientas para transformarla. En este texto propongo un surtido –espero que razonablemente bien compuesto y ordenado— de ambos tipos de herramientas intelectuales. Alexander von Humboldt y Bertolt Brecht dijeron que comprender es uno de los mayores placeres que nos son dados a los seres humanos, y es verdad. El placer de comprender se halla a la par con el sexo, con la buena mesa, y con muy pocos placeres más. Por eso, una de las mayores desgracias de nuestra época es que la combinación entre desigualdades brutales, especialización excesiva y una demasía de entretenimiento poco inteligente prive a la mayoría de las personas de la mayoría de las ocasiones para disfrutar de este placer. Yo me siento muy afortunado por trabajar dentro de una disciplina –la filosofía— y sobre un ámbito temático –el medio ambiente, con su exigencia de abordajes interdisciplinares— que precisamente favorecen las oportunidades para el disfrute. Doy gracias por poder ganarme la vida estudiando y enseñando de esta forma.

 

Fuente: Ediciones CIM

 

[1] Günther Anders, Nosotros, los hijos de Eichmann, Paidos, Barcelona 2001, p. 63.

[2] Francisco Fernández Buey, Otro mundo es posible –Guía para una globalización alternativa, Ediciones B, Barcelona 2004, p. 46.

[3] Castoriadis, “Reflexiones sobre el desarrollo y la racionalidad”, en Jacques Attali, Cornelius Castoriadis, Jean-Marie Domenach y otros: El mito del desarrollo. Kairós, Barcelona 1980, p. 209. (Ed. original francesa de 1977.) Hoy reproducido parcialmente en Castoriadis, Escritos políticos (ed. de Xavier Pedrol), Los Libros de la Catarata, Madrid 2005, p. 76 y ss.

[4] Por ejemplo, en su intervención ante el V Congreso Andaluz de Filosofía, Almonte (Huelva), 10 al 12 de septiembre de 2004.

[5] Una interesante reflexión sobre el Fausto de Goethe, en el marco de los debates contemporáneos sobre economía y ecología, en Hans-Christian Binswanger/ Malte Faber/ Reiner Manstetten: “¿Ecología o economía?”, El Viejo Topo 103, Barcelona, enero de 1997.

Hay además un problema de falta de democracia vinculado tanto con la crisis ecológica, como con el problema de la desigualdad y con el problema fáustico, pero en este texto sólo lo abordaré de forma parcial e insuficiente. No es que lo considere de menor calado que los tres grandes “temas de nuestro tiempo” que acabo de sugerir, sino que los desborda: no es tan específicamente contemporáneo como ellos y viene de mucho tiempo atrás. De todas formas, aportaré algunas someras indicaciones sobre ecología y democracia en el capítulo 7.

[6] Jean-Paul Deléage, Histoire de l’écologie, La Découverte, París 1991, p. 270. Esta obra se ha traducido al castellano (Historia de la ecología, Icaria, Barcelona 1992): la prefiero a la Historia de la ecología de Pascal Acot (Taurus, Madrid 1990). El texto clásico del biólogo ruso está disponible en castellano: Vladimir I. Vernadsky, La biosfera (introducción de Ramón Margalef), Fundación Argentaria/ Visor, Madrid 1997.

[7] Ferrán Puig Vilar, “¿Reducir emisiones para combatir el cambio climático? Depende”, en mientras tanto 117 (monográfico sobre Los límites del crecimiento: crisis energética y cambio climático), Barcelona 2012, p. 109-110. El artículo original de William F. Ruddiman se titula “The anthropogenic greenhouse era began thousands of years ago”.

[8] Martin Rees, Nuestra hora final, Crítica, Barcelona 2004, p. 16.

[9] Manfred Linz: Wie kann geschehen, was geschehen muss? Ökologische Ethik am Beginn dieses Jahrhunderts, Wuppertal Institut (Wuppertal Paper 111), Wuppertal, diciembre de 2000, p. 5.

[10] La noción de «mundo lleno», full-world, fue acuñada por Herman E. Daly, uno de los más importantes especialistas en economía ecológica. Un volumen compilado por él, con varios ensayos suyos, ha sido traducido al castellano: Daly (ed.), Economía, ecología y ética (Fondo de Cultura Económica, Méjico 1989). Para lectores de formación cristiana (pero no sólo para ellos, desde luego) puede resultar iluminador el libro que escribió junto con el teólogo John Cobb: Para el bien común. Reorientando la economía hacia la comunidad, el medio ambiente y un futuro sostenible (Fondo de Cultura Económica, Méjico 1993).

[11] John Bellamy Foster, La ecología de Marx. Materialismo y naturaleza, Libros de El Viejo Topo, Barcelona 2004.

[12] Véase una exposición sencilla en Juan Díez Nicolás, El dilema de la supervivencia: los españoles ante el medio ambiente, Caja Madrid 2004, p. 11 y ss.

[13] Y que he actualizado en El socialismo puede llegar sólo en bicleta, Los Libros de la Catarata, Madrid 2012.

[14] Jorge Riechmann, Los Verdes alemanes. Historia y análisis de un experimento ecopacifista a finales del siglo XX, Comares, Granada 1994, p. 10.

[15] Manuel Sacristán, Pacifismo, ecología y política alternativa, Icaria, Barcelona 1987, p. 104-105.

[16] En un conocido artículo de 1989 publicado en el número 178 de la New Left Review. Ahora accesible como: Ted Benton, “Marxisme et limites naturelles: critique et reconstruction écologique”, en Jean-Marie Harribey y Michael Löwy (eds.): Capital contre nature. PUF, París 2003.

[17] Félix Ovejero, Proceso abierto. El socialismo después del socialismo, Tusquets, Barcelona 2005, p. 58 y 63.

[18] En lo que a tecnología se refiere, cabe defender que las tres cuestiones básicas –si pensamos en cómo hacer frente a la crisis ecológica— son energía, transporte y comunicaciones. Energía: pues la actividad humana en general –y la económica en particular— depende crucialmente de cómo se capta energía exosomática de diversas fuentes, y cómo ese flujo energético se domina para aprovechar los recursos del entorno y lograr los fines perseguidos. Transporte: porque los cambios en la tecnología del transporte han ido ampliando el acceso a mayores recursos, hasta llegar a la situación actual, en la que las sociedades más industrializadas explotan los recursos del planeta entero. Comunicación: porque la conectividad creciente –aunque hoy tan desigual— entre todos los seres humanos es condición necesaria para la emergencia de esa conciencia planetaria o de especie que hoy necesitamos para desactivar el actual curso hacia el desastre. He desarrollado algunas reflexiones sobre tecnociencia y sostenibilidad en Jorge Riechmann: “¿Detener un reactor con frenos de bicicleta?”, capítulo 11 de Un mundo vulnerable (segunda edición), Los Libros de la Catarata, Madrid 2005.

[19] Puede verse un tratamiento de la misma a mi juicio adecuado en Robin Attfield, Environmental Ethics –An Overview for the Twenty-First Century, Polity Press, Cambridge 2003, p. 137-144.

[20] Sí lo he hecho en otras obras como Transgénicos: el haz y el envés (Los Libros de la Catarata, Madrid 2004) o Nanomundos, multiconflictos (junto con José Manuel de Cózar, Paulo Martins y otros; Icaria, Barcelona 2009).

[21] Los ethos dominantes en las sociedades –producidos y reproducidos por las conductas individuales– cambian, claro está. Una práctica puede ser completamente normal en un momento dado: golpear “educativamente” a los niños, pongamos por caso, decidir en el lugar de la propia esposa, torturar animales por entretenimiento, o arrojar basura en cualquier lugar. Entonces, contra estas prácticas generalizadas se alzan en cierto momento algunos disidentes, “pioneros morales” que van abriendo camino. La senda, durísima al principio, se vuelve más fácil cuanta más gente la siga, hasta que –tiempo después— las presiones sociales se alteran de forma que adherirse a las viejas prácticas bárbaras se torna más difícil que abandonarlas. Así, por ejemplo, cambia un ethos social.

[22] En ese año el consumo energético mundial supuso unas 12.000 millones de TEP (toneladas de equivalente de petróleo); el 20’3% correspondió a China y el 19% a EEUU.

[23] Paul Kennedy, “Dos estudios, una conclusión”, El País, 16 de marzo de 2005, p. 15.

[24] Edición del Gobierno Vasco y el IHOBE del Sexto Programa de Acción Comunitaria en Materia de Medio Ambiente, serie Programa Marco Ambiental nº 17, febrero de 2003, p. 3.

[25] Comunicación de la Comisión Europea al Consejo Europeo de Primavera: Working together for growth and jobs. A new start for the Lisbon strategy, COM (2005) 24, Bruselas 2005, p. 12.

[26] Algo parecido puede pensarse del Tratado Constitucional europeo propuesto en 2004-2005 (y aprobado en España mediante el referéndum del 20 de febrero de 2005): observaba José Vidal-Beneyto que el texto “forma un corpus heteróclito, dividido en cuatro partes de las que las dos primeras, de condición genérica y declarativa, se centran en los principios y valores de la Unión y tienen un estatus casi antagónico del de la tercera, que es de naturaleza dispositiva y relativa a las políticas concretas y al funcionamiento de las mismas” (“¿Leemos el mismo tratado?”, El País, 5 de febrero de 2005, p. 8).

[27] Una perspectiva interesante, que vale la pena retener para la reflexión: “En el próximo medio siglo sólo habrá los recursos energéticos suficientes para permitir, o bien una contienda horrible e inútil por los restos del botín, o bien un heroico esfuerzo cooperativo encaminado a una conservación [de la energía] radical y a la transición hacia un regimen energético post-combustibles fósiles. De una u otra forma, el siglo XXI verá el fin de la geopolítica global. Si nuestros descendientes son afortunados, el resultado último será un mundo de comunidades modestas, organizadas según biorregiones, que vivirán de la energía solar recibida. Las rivalidades locales continuarán existiendo, como siempre ha ocurrido en la historia humana, pero la hybris de los estrategas geopolíticos no amenazará nunca más a miles de millones con la extinción. Eso si todo va bien y todo el mundo actúa racionalmente.” (Richard Heinberg, “The US and Eurasia: End game for the Industrial Era?”, MuseLetter 132, febrero de 2003. Véase en www.museletter.com/archive/132.html)

[28] Jean-Marie Harribey, “El desarrollo no es necesariamente crecimiento”, Le Monde Diplomatique (edición española), julio de 2004, p. 18.

[29] Véase la página web del Global Commons Institute http://www.gci.org.uk. La estrategia de “contracción y convergencia” se opone al comportamiento actual de los sistemas socioeconómicos, que podríamos denominar de “expansión y divergencia”. En lo que hace al cambio climático, el enfoque consiste en establecer unas emisiones totales finales en el año “post-Kyoto” que se convenga, coherentes con un nivel de estabilización de concentraciones atmosféricas de gases de efecto invernadero que se acuerde previamente. La estimación de este nivel será objeto de negociación, pero en cualquier caso debe acercarse a aquélla que podamos considerar como “segura” en los términos políticos de la Convención Marco y en los términos científicos que exijan los modelos de ciclo de carbono utilizados en las comparaciones del IPCC (Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático). En todo caso se consideran como “no-seguras” las concentraciones de dióxido de carbono superiores a 450 ppmv. El objetivo es que se reconozca a cada habitante del planeta el derecho a una emisión per cápita igual y, en consecuencia, cada país arbitre políticas que lleven a converger a todos los países en algún momento –l¿2030, 2040?– hacia ese nivel común igualitario de emisiones.

[30] Ernest García: “El cambio social más allá de los límites al crecimiento: un nuevo referente para el realismo en la sociología ecológica”, ponencia presentada en las II Jornadas “Sociedad y Medio Ambiente”, Universidad de Salamanca, 16 al 19 de noviembre de 2005.

[31] Desde finales de 2011 somos 7.000 millones de personas en la Tierra, y las previsiones de NN.UU. en 2009 indicaban que en 2050 se alcanzarán 9.100 millones de habitantes. La investigadora Rosamund McDougall, directora adjunta de la ONG Fondo para una Población Óptima (OPT, en inglés) advierte que «una población de más de 9.000 millones de personas tendría un impacto terrible sobre la Tierra, no sólo en la calidad de vida. La cantidad de emisión de gases de efecto invernadero haría imposible vivir en el planeta en 2050». Citada por Verónica Calderón, “¿Somos demasiados?”, El País, 6 de noviembre de 2009.

[32] Tal es mi posición personal, expuesta en Todos los animales somos hermanos. Pero prefiero aquí una formulación más amplia, pues intento que mis reflexiones puedan ser compartidas por el mayor número posible de lectoras y lectores, incluyendo a los defensores de una ética ambiental antropocéntrica.

[33] “Una noción reveladora es la de sonambulismo tecnológico. (…) Caminamos dormidos voluntariamente a través del proceso de reconstrucción de las condiciones de la existencia humana [por la tecnología]”. Langdon Winner, La ballena y el reactor, Gedisa, Barcelona 1987, p. 26.

[34] Algunas reflexiones al respecto en Jorge Riechmann, “Sobre fines y medios (un poco de filosofía de andar por casa)”, en Resistencia de materiales, Montesinos, Barcelona 2006.

[35] Por ejemplo: la variedad de estímulos sensoriales e intelectuales es una necesidad para todos los mamíferos; si no se satisface adecuadamente, ni siquiera tiene lugar un desarrollo neuronal normal. Pero para ello un ser humano puede emplear satisfactores tan diversos como el cuidado de un jardín japonés, el estudio de las antiguas runas escandinavas, el turismo espacial o la tortura sádica de congéneres –sin ir más lejos, el infame tormento del toro de la vega en Tordesillas–: el impacto diferencial de estas actividades es obviamente muy diverso. He reflexionado sobre la cuestión de la vida buena en ¿Cómo vivir?, Los Libros de la Catarata, Madrid 2011.

[36] Manuel Sacristán, Seis conferencias –Sobre la tradición marxista y los nuevos problemas, edición de Salvador López Arnal, Los Libros del Viejo Topo, Barcelona 2005, p. 155.

[37] Timothy Garton Ash, “El voto inteligente es liberal-laborista”, El País, 5 de mayo de 2005, p. 17.

[38] José Comas, “Anticapitalismo en el SPD”, El País, 5 de mayo de 2005, p. 9.

[39] Véase al respecto el libro coordinado por Ángel Valencia: La izquierda verde, Icaria/ Fundació Nous Horitzons, Barcelona 2006. He vuelto a este asunto en Jorge Riechmann, El socialismo puede llegar sólo en bicicleta, Los Libros de la Catarata, Madrid 2012.

[40] Varios textos que discuten el peak oil en www.crisisenergetica.org. Véase también AA.VV., ¿Un mundo sin petróleo?, dossier 18 de La Vanguardia, enero-marzo de 2006. Joaquim Sempere y Enric Tello (coords.), El final de la era del petróleo barato, Icaria, Barcelona 2007. Pedro Linares y Joaquín Nieto (dirs.), Cambio global España 2010/ 2050. Energía, economía y sociedad, Fundación CONAMA/ CCEIM (Centro Complutense de Estudios e Información Ambiental), Madrid 2011.

[41] Me he referido a ello en Jorge Riechmann, “La crisis energética: algunas consideraciones políticas”. Economía Industrial 371, Madrid 2009 (monográfico sobre Industria y medio ambiente: el reto de la sostenibilidad).

[42] Karl Polanyi: La gran transformación: crítica del liberalismo económico. La Piqueta, Madrid 1989 (ed. original de 1944; hay otra traducción al español en FCE).

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