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La educación pública en la pandemia o el valor de lo esencial

«Yo no he visto institución tan funcional en la vida como la de la escuela. En antropología se define «Función» como la contribución que hace una institución para el mantenimiento de toda la estructura social. La escuela, esa contribución la hace a la perfección.» (Juan Izuzquiza: Borregos que ladran)

Llega a su fin un extraordinario curso académico, es decir, un curso ajeno a lo ordinario o fuera de lo normal. Sin duda esa fue una de las primeras señales en marzo del año pasado de que algo verdaderamente grave estaba pasando. Cuando por aquel entonces se hizo incontestable que nos estábamos enfrentando a una pandemia ante la evidencia de la incontrolada propagación del SARS-CoV-2, uno de los acontecimientos de entre los muchos que se fueron precipitando y que nos hicieron afrontar ineludiblemente la cruda realidad fue el cierre de los centros educativos. Su funcionamiento es uno de esos elementos de nuestra cotidianeidad que son esenciales para otorgarnos esa sensación de normalidad que se nos olvida de tan naturalmente instalados que nos encontramos en ella, pero que es imprescindible para poder disfrutar de una existencia civilizada, es decir, una existencia en la que se dan las condiciones necesarias para que cada cual pueda plantearse la realización de un proyecto de vida propio con cierto nivel mínimo de confianza o, lo que es lo mismo, conviviendo con un grado de incertidumbre psíquicamente tolerable (no ansiogénico).

Un detalle que sintetiza lo dicho es que a la vuelta de las vacaciones de verano cada año, cuando en los medios de comunicación se habla de «la vuelta al cole» se la presenta como el reinicio irreversible de «la normalidad», o sea, del fin de esa etapa veraniega en la que parece que tácitamente hemos consensuado darnos una tregua, suspender –al menos aparentemente– el frenético flujo de actividades con las que tenemos ocupado nuestro tiempo diario según dicta esta omnímoda cultura del rendimiento.

Ciertamente era importante volver a la escuela en este curso que apura sus últimos días en el momento que escribo estas líneas. Se dijo el año pasado antes de su inicio que era fundamental, porque no era lo mismo la enseñanza telemática que la presencial. Que impedía que la institución cumpliera con una de sus funciones esenciales en nuestro Estado, el cual no sólo se define constitucionalmente como democrático y de derecho, sino también como social, lo que quiere decir que ha de procurar el cuidado de las condiciones mínimas que permitan el bienestar de sus ciudadanos. Entre esos mínimos se encuentra sin discusión la procura de una educación para todos ellos sin excepción.

No hay derechos sin obligaciones. Si se reconoce el derecho a la educación se está asumiendo una obligación por parte del Gobierno de garantizarla. Como se había constatado que la enseñanza por medios digitales y a distancia durante el confinamiento no cumplía satisfactoriamente con dicha obligación (la así llamada brecha digital acentuaba las injustas desigualdades sociales) era imperativo que los alumnos volvieran a los centros educativos. Lo que –no lo olvidemos– en plena pandemia suponía asumir un importante riesgo.

El verano pasado fue de mucha preocupación para el colectivo de los docentes. Los trabajadores de la sanidad eran los que entonces ya llevaban un largo tiempo en primera línea en la lucha contra la propagación de la COVID-19. Y estaban pagando un alto precio por ello. Todos lo reconocíamos, aunque sin duda no suficientemente. A partir del inicio del curso, tras ese verano, éramos los maestros y profesores los que con un riesgo significativo nos incorporábamos al colectivo de «los esenciales». La vuelta de los jóvenes a las aulas suponía la convivencia durante jornadas de unas seis horas al día de grupos de personas de número considerable en espacios cerrados. Con niños y adolescentes, por muy enmascarados que acudiesen al aula, no cabía seguridad de que su comportamiento se fuese a ajustar responsablemente a las exigencias de prevención que imponía la situación de pandemia.

Mientras que los funcionarios de casi todas las administraciones teletrabajaban y/o se bunkerizaban  en sus despachos y oficinas con el fin de protegerse de los posibles contagios, incluso colocando a la puerta de los distintos edificios administrativos guardias jurado que impedían la entrada a todo usuario que no hubiese logrado con mucho trabajo una cita, nosotros, los integrantes del personal docente, teníamos que hacer lo de siempre: encerrarnos en nuestras aulas hora tras hora con clases, en muchos casos, de en torno a treinta alumnos.

Es verdad que se nos dieron unas instrucciones; aquí, en Andalucía, muy poco tiempo antes del comienzo de la actividad lectiva. De los equipos directivos que se encontraban al frente de los centros tuvieron que salir improvisados técnicos de prevención de riesgos para implementar las medidas que debían servir para disminuir la aparición de brotes de contagio. Eso supuso un trabajo monumental con el que se dejó totalmente solo al personal docente a cargo. De él saldría un responsable coordinador Covid, que ha sobrellevado una responsabilidad abrumadora pues ha estado al frente de la supervisión del dispositivo de prevención y control de contagios. Se nos endosó a los claustros de profesores la difícil decisión de cómo organizar la enseñanza para lograr que, sin renunciar a la presencia mayoritaria de los alumnos, no se pusiera en riesgo su salud y la de sus familiares. Nosotros, los docentes, teníamos que afrontar a diario una situación objetivamente de peligro, y solo iba a depender de nosotros, de nuestra precaución y suerte que no nos contagiásemos.

El curso dio comienzo –como es bien sabido– en septiembre: con mascarillas, con ventanas abiertas de par en par, con más limpieza. Dar una clase con mascarilla no es fácil cuando tratas de explicar contenidos académicos a nutridos grupos de chavales cuya atención has de captar, sobre todo cuando hace calor y notas que el sudor resbala por tu boca tras la dichosa tela. Entrar en un aula gélida las mañanas de invierno porque no se pueden cerrar puertas y ventanas para así evitar el efecto mórbido de los aerosoles exige mucho sentido del deber. Llevar adelante la enseñanza presencial cuando tienes que mantener la virtual duplica el trabajo, amén de convertirse en una tarea plagada de obstáculos cuando cuentas con una infraestructura informática obsoleta que no para de dar problemas y que requiere de un mantenimiento del que se encarga un profesor o profesora que, además, tiene que dedicarse a sus clases. Al mismo tiempo hemos sido vigilantes sanitarios de vanguardia tratando de detectar síntomas de contagio, en perpetuo contacto con los enlaces del servicio de salud, corrigiendo continuamente a los jóvenes que podían incurrir en un comportamiento que facilitara la transmisión del virus. En fin, ha sido duro, pero lo hemos hecho funcionar.

Hemos hecho funcionar la escuela, y al hacerla funcionar volvió la normalidad, esa normalidad tan necesaria para que esa esfera de nuestra existencia que parece haberse convertido en la dominante sobre todas la demás, a saber, la economía, echara a andar camino a la senda de recuperación que demanda el actual modelo capitalista en vigencia, y que exige el continuo crecimiento, porque la alternativa implica la ruina para muchos.

Creo que pocas inversiones tienen un efecto multiplicador tan alto en beneficios sociales como la educación. La inversión en educación –que no gasto– es el mejor factor favorecedor de la paz social. En las sociedades multiculturales como la nuestra es más preciso que nunca un espacio en el que se encuentren los integrantes de las nuevas generaciones donde se practique la convivencia de las diferencias culturales y de identidad procurando la corrección de las actitudes que puedan dar lugar a conflicto. La escuela es ese espacio, el único diría yo, en el que los jóvenes aprendices de ciudadanos no tienen más remedio que compartir su tiempo cada día con otros con los que sería difícil que pudiesen coincidir en otros lugares. Este ha sido un cambio notable del que yo he sido testigo en las últimas décadas: el paso de una sociedad como la española, relativamente homogénea desde el punto de vista de la identidad cultural, a una sociedad multicultural (la población extranjera pasó del 2% en 1990, por ejemplo, a casi un 13% en 2019) que puede correr el peligro en la actualidad de acabar fragmentándose y polarizándose más y más por el efecto de la tecnología digital que potencia las burbujas de filtro y las cámaras de eco, lo que facilita al mismo tiempo que prospere la ideología del rechazo al distinto.

Las aulas son hoy por hoy un lugar fundamental en el que aprender la práctica de la convivencia democrática. Todos los centros educativos de la red pública conforman una república del acogimiento cívico, formalmente exenta de factores que incidan en el agravamiento de las diferencias sociales, económicas, étnicas, culturales (la religión incluida), y de los que no hay garantías que estén libres los colegios propiedad de instituciones privadas como la Iglesia Católica o empresas que hacen de un derecho constitucional básico su negocio.

La escuela pública es el albergue social que a todos acoge dedicado a dar forma al complejo proceso de humanización, porque no hay humanidad en el individuo sin su integración social. A nuestros hijos les da la oportunidad de vivir la experiencia social extramuros de sus familias, porque cada particular familia no es la sociedad. Los expone en una primera ágora, imprescindible sobre todo en comunidades multiculturales como las nuestras. En sus aulas tienen que relacionarse con sus pares diversos con los que tendrán la oportunidad de comunicarse, intercambiarse ideas y creencias, contrastarlas y discutirlas. En este sentido nunca se subrayará suficientemente la importancia del componente laicista en una escuela pública verdaderamente democrática, que garantice el efectivo cumplimiento del derecho de libertad de conciencia.

En el muro exterior de un instituto en el que di clase durante bastantes años se podía leer una pintada que perduró curso tras curso. Rezaba así: «sistema de enseñanza, enseñanza del sistema». Es la condición paradójica de la educación institucionalizada de las sociedades democráticas. Por un lado es una pieza primordial sin la cual sería imposible el mantenimiento del sistema, pues transmite valores y conocimientos asentados como válidos de una generación a la siguiente; por otro lado, se supone que tiene que dotar a las ciudadanas y ciudadanos en formación de ese componente imprescindible para mantener la salud de tales sociedades y que no es otro que el libre pensamiento, la capacidad de contemplar con ojos críticos lo dado, lo recibido en herencia de las sucesivas generaciones a través de la tradición cultural; y aprender a procesar de manera razonable el conflicto, ineludible en  sociedades como la nuestra donde se asume la diversidad y la discrepancia ideológica como hechos naturales.

¿Sería practicable nuestro estilo de vida sin los colegios e institutos? En una sociedad del rendimiento que sacraliza el trabajo, para el que parece que es éticamente justificable que no se conciba límite en cuanto al tiempo que se le dedica, la institución educativa contribuye a eso que se llama la conciliación entre la vida familiar y la laboral, que a mi modo de ver, en un modelo de sociedad como el nuestro actual, tiene más de disputa que de conciliación. Podría decirse que criar hijos en estos tiempos tiene mucho de heroicidad. No es de extrañar, pues, que los índices de natalidad en nuestro país, y en Europa en general, estén por los suelos.

No es capítulo menor en el asunto del modelo educativo la cuestión sobre el grado de autoridad y confianza que le otorgamos al maestro. Creo que pocos servidores públicos están tan sujetos a una continua inspección como lo está el docente. Sospechoso de adoctrinar para unos, de indolencia profesional para otros, obligado a dar cuenta permanentemente de las decisiones que toma ante sus alumnos, los padres de estos y la propia administración educativa, el salario emocional que se recibe en el desempeño de este oficio (del económico, mejor no hablar) es ciertamente escaso. No es de extrañar, pues, que entre los trabajos con mayores niveles del síndrome llamado burn out (o desgaste emocional por el desempeño de la profesión) se encuentre el docente.

Con el paso del tiempo y la evolución de la sociedad –sobre todo en lo referente a la situación de la mujer y la complejidad de los modelos de familia– el papel del maestro de educación primaria y del profesor de secundaria se ha ido cargando de responsabilidades que van más allá de su tarea de enseñanza de unos determinados conocimientos académicos. A menudo conducen a que el docente se vea implicado en aspectos emocionales y familiares muy delicados que afectan al alumnado. Es indiscutible que lo puramente académico ha ido perdiendo peso comparado con todo lo que tiene que ver con el bienestar físico y afectivo de los jóvenes. Ahora bien –quede esto claro–, no puede la institución educativa pública asumir como misión la corrección del creciente repertorio de taras sociales de origen extraescolar, máxime cuando colegios e institutos son territorios asediados por las presiones ideológicas de toda laya. Tanto poder no tienen. Lo tienen mucho más el inabarcable universo de las pantallas.

Es verdad que el sistema educativo es demasiado rígido y está sujeto a servidumbres políticas y sociales que le impiden desarrollar todo el potencial que podría si se confiase más en el trabajo docente. Tendría que aligerarse de burocracia y admitir un mayor margen de creatividad, al menos durante las etapas educativas en las que no entra en juego el factor de la competitividad, el cual exige el sometimiento a la evaluación de estándares cuantificables mediante los cuales clasificar a los jóvenes según las carreras académicas y profesionales que podrían cursar. Seguramente este aspecto escapa a las posibilidades de decisión de lo que quiere ser la escuela, pues tiene que ver más con lo que quiere ser la sociedad en la que la institución educativa se halla inserta. Es en ésta donde cabe detectar los talentos de los jóvenes, por lo que debe contar con las condiciones necesarias para que los profesores puedan hacerlo, que estos sepan reconocerlos y que tengan a su disposición los medios necesarios para cultivarlos y sacarles partido. Es esencial para un país que quiera estar vivo y con posibilidades de prosperar.

Fuente: https://rebelion.org/la-educacion-publica-en-la-pandemia-o-el-valor-de-lo-esencial-2/
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“Brutal y sin precedentes”: alarmante informe de la Unesco sobre las industrias culturales en pandemia

Por: Daniel Gigena

En 2020, se perdieron 750.000 millones de dólares respecto de 2019 y más de diez millones de puestos de trabajo se vieron afectados en el sector cultural.

“Brutal y sin precedentes”. Así califica un informe de la Unesco, titulado Las industrias culturales y creativas frente a la Covid-19. Panorama del impacto económico y elaborado por Richard Naylor, Jonathan Todd, Marta Moretto y Rossella Traverso a partir de diversas fuentes y bases de datos (la de LinkedIn, en especial), el efecto de la pandemia en el ecosistema creativo mundial, que incluye a instituciones públicas y privadas, grupos transnacionales, empresas medianas y pequeñas, y a millones de trabajadores independientes.

Según la Unesco, que ya había emitido a comienzos de año un comunicado en el que pedía a los estados que no descuiden a la culturael sector fue uno de los más golpeados por los confinamientos y las medidas sanitarias de distanciamiento físico en 2020. Los autores dividieron las industrias culturales y creativas (ICC) en seis subsectores: patrimonio cultural y natural (como museos y sitios históricos), artes escénicas y festividades, artes visuales y artesanías, libros y prensa, medios audiovisuales e interactivos y diseño y servicios creativos, como arquitectura y publicidad.

“Muchas personas en todo el mundo dependen de las ICC para sus medios de vida. Sin embargo, su trabajo, de carácter a menudo precario (o no contractual), ha hecho que los artistas y profesionales de la cultura sean particularmente vulnerables a los choques económicos provocados por la pandemia”, comienza el informe, que estima que en 2020 hubo una contracción de 750.000 millones de dólares en el valor añadido bruto (VAB) generado por estas industrias a nivel mundial, respecto de 2019. La magnitud de esta pérdida equivale a alrededor del 1% del PIB nominal mundial en 2019, y representa una “caída dramática en la capacidad de las ICC para mantener resultados positivos desde un punto de vista social y cultural”.

Esa caída corresponde a una pérdida de diez millones de empleos en el mundo en 2020, sin contar el impacto en sectores asociados a la cultura como el turismo. Desde ya, las ICC que más dependen de la presencialidad en lugares específicos –cines, salas de concierto y teatros, por ejemplo- son las que sufrieron las pérdidas económicas más importantes en términos relativos en los diferentes contextos nacionales. Para la Unesco, cuanto más tiempo se retrase la recuperación de las actividades artísticas y culturales, más se verán afectadas en forma duradera.
Por otro lado, se destaca que el rendimiento de las ICC en diferentes países fue sistemáticamente peor que el rendimiento general de sus economías nacionales y que su suerte en distintos territorios estuvo atada a la gestión de la pandemia en los países. Las pérdidas en los ingresos de estas industrias en 2020 oscilaron en torno al 20% y el 40% y las mayores caídas absolutas en la contribución económica de las ICC se dieron en las megaciudades y otros grandes centros urbanos.

Por último, se consigna que los trabajadores por cuenta propia experimentaron mayores niveles de pérdida de ingresos y desempleo que otras categorías de trabajadores culturales y creativos. “Puede ser que, cuando disminuya la propagación de la Covid-19 y se puedan reanudar las actividades culturales, aquellos que hayan perdido sus empleos en las industrias culturales y creativas durante 2020 puedan volver a trabajar en las ICC -conjeturan los autores-. Sin embargo, cuanto más tiempo tarden los países en controlar la propagación del virus en la medida suficiente como para facilitar esta recuperación cultural, más probabilidades hay de que los trabajadores desempleados de las ICC busquen empleo en otros sectores o salgan por completo del mercado laboral”. Esto representa una disminución de los conocimientos y las competencias del sector cultural.

Algunas cifras que arroja el informe son alarmantes. El 90% de los museos del mundo estuvieron cerrados temporalmente y un 13% enfrenta la posibilidad de no volver a abrir. Casi un tercio de los grandes eventos internacionales de arte fueron cancelados entre marzo de 2020 e inicios de 2021, y la mayoría de los que no fueron cancelados se celebraron de manera digital. La gran mayoría de las ferias internacionales del libro fueron canceladas y un 60% de la producción de contenidos televisivos debió aplazarse.

El informe también consigna las “nuevas oportunidades” en el ámbito digital, al que muchas ICC (en particular, la industria audiovisual) se vieron obligadas a reconvertirse. “La pandemia ha suscitado la aparición de innovadores patrones de producción, distribución y consumo digital. A medio y largo plazo, esta tendencia también podría inspirar nuevos modelos de negocio”, aventuran los autores del informe.

No obstante, no todo es streaming. “No se puede decir lo mismo de gran parte de la adaptación digital en los otros ámbitos culturales por una multitud de razones -advierten los autores-. La producción y distribución digital en museos, patrimonio, teatro, ópera, danza, música en vivo y festivales tiene una historia mucho más reciente y está menos arraigada que en el campo de los juegos, la música grabada, la televisión y el cine”. Salvo algunas excepciones, los modelos de negocio digitales no prosperaron en gran parte de la actividad cultural. En muchos casos, las organizaciones se han reconvertido al ámbito digital en una acción de “bien público” y para mantener el contacto con los espectadores, a la espera del retorno de la presencialidad.

Fuente e Imagen: https://www-lanacion-com-ar.cdn.ampproject.org/c/s/www.lanacion.com.ar/cultura/brutal-y-sin-precedentes-alarmante-informe-de-la-unesco-sobre-las-industrias-culturales-en-pandemia-nid24062021/?outputType=amp

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La educación secundaria dominicana precovid-19

Por: Emilio Vargas Santiago

La pandemia ha sido una etapa de sobrevivencia educativa, con consecuencias que hay que afrontar para nivelar los aprendizajes de cada grado.

El año pasado, noviembre de 2020, fue publicado el I Informe Regional del Sistema Flacso, titulado: ESTADO DE LA EDUCACIÓN SECUNDARIA EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE: APORTES  PARA UNA MIRADA REGIONAL. Esta iniciativa responde a que este nivel educativo “ha atravesado un proceso de expansión y, en algunos casos, de transformación acelerada”. Es una radiografía de la situación previa a la pandemia de Covid-19. El propósito es “Fortalecer el conocimiento sobre la educación secundaria en la región por medio del trabajo conjunto”.

Este Informe reconoce que todos los países de la región realizaron esfuerzos que incrementaron notablemente la escolarización de adolescentes y jóvenes, así como franquear el acceso a un nivel educativo que hasta finales del siglo XX era abiertamente elitista en muchos de ellos. Sin embargo, la persistencia de problemas estructurales y de desigualdades regionales y por país, actualiza la necesidad de estimular reflexiones que impulsen al centro de la agenda educativa las problemáticas y desafíos que enfrenta la educación secundaria en Latinoamérica.  .

En el año  2013, la UNESCO informó que “la insatisfacción con la calidad de la escuela secundaria es generalizada y ha sido persistente en el tiempo en la mayoría de los países de América Latina”. De ahí que “la FLACSO espera contribuir a la circulación, a la reflexión y al debate de las problemáticas educativas que enfrenta la región”.

El capítulo referente al país, los autores Oscar Amargós y Magda Pepén Peguero de la Unidad Académica de FLACSO, lo titulan: Educación secundaria y la desigualdad social en República Dominicana.  A continuación, aspectos relevantes de este Informe.

En el año 1995, el sistema educativo preuniversitario quedó estructurado en los niveles Inicial, Básico y Medio. Dieciocho años después se asumió la Clasificación Internacional Normalizada de la Educación de la UNESCO. Mediante la Ordenanza N° 3-2013 los niveles educativos se denominaron: Inicial, Primario y Secundario, con duración de 6 años, subdivididos en dos ciclos de 3 años cada uno. Esta modificación comenzó a implementarse en el año 2017-2018.

El Nivel Secundario ofrece tres Modalidades: Académica, Técnico-Profesional  y en Artes. El Primer Ciclo de este nivel es común a las 3 modalidades. La Modalidad Académica ofrece una formación general e integral que profundiza en diferentes áreas del saber científico y humanístico. La Modalidad Técnico-Profesional ofrece una formación general y técnico-profesional que capacita para la inserción laboral en una determinada actividad productiva o de servicios. La Modalidad en Artes ofrece la formación de una actitud crítica, sensible y participativa en la producción v recreación del arte y la cultura. Ofrece oportunidades para el desarrollo de competencias profesionalizantes y ocupacionales en el campo del arte. Las tres modalidades habilitan para continuar estudios a nivel superior. La edad normativa para el Primer Ciclo de Secundaria es de 12 a 14 años y de 15 a 17 años el Segundo Ciclo.

En el año escolar 2008-2009, la matrícula  total de secundaria era de 574 mil estudiantes. Se  mantuvo prácticamente igual hasta 2016-2017 al aumentar a 575 mil estudiantes. En 2017-2018, la matrícula total de secundaria alcanzó 924,714 estudiantes, representaba el 33.8% de la matrícula total del sistema educativo, ascendente a 2, 736,697 estudiantes. Mientras que la matrícula del Segundo Ciclo fue de 433,031 estudiantes. El 80% (360 mil), correspondió a la Modalidad Académica (MA); el 18.6% (67,109) a Técnico-Profesional (TP) y el (1.4%) restante (5,922) a Artes. Se estima que la población no escolarizada del país entre 12 y 17 años era en 2018 alrededor de 228 mil. En el período 2013–2018, se incorporaron 5,061 nuevas aulas a la educación secundaria.

El Ministerio de Educación (MINERD) en su Plan Estratégico 2017-2020 prioriza a TP del Nivel Secundario. Un total 4,570 centros públicos, privados y semioficiales ofrecían este nivel. De estos, 3,577 funcionan en Jornada Escolar Extendida. El curriculum con enfoque de competencias laborales contempla 17 familias profesionales y 52 titulaciones de bachilleratos técnicos.

La asistencia escolar a la escuela secundaria disminuye conforme aumenta la edad. En el año 2019, el MINERD reportó que la participación de los que tenían 12 años era de 92.7%, mientras que los de 17 años disminuían a 74.9%. Esto incide en el número de adolescentes y jóvenes que se encontraban fuera de la educación secundaria. En efecto, según el repositorio de datos del Banco Mundial, en 2017 habría alrededor de 139 mil jóvenes fuera del Segundo Ciclo del Nivel Secundario. Sin embargo, en los últimos 7 años se  produjo una contracción significativa, pues en 2010 sobrepasaban los 200 mil, una reducción de 31%.

Según las modalidades, las diferencias entre la cantidad de promovidos, reprobados y excluidos favorece a los estudiantes de TP. La proporción de los promovidos es de 92.7%. Este porcentaje disminuye a 84.8% en la MA. Los reprobados y los que abandonan es de casi 5% en perjuicio de los de la MA. Idealmente, la tasa de abandono escolar debería aproximarse a cero, en consecuencia, este indicador revela la alta ineficiencia del sistema. Según datos de 2019 del MINERD, la tasa neta de conclusión del año lectivo 2017-2018 fue de 53.2%. Esto significa  que de cada 100 adolescentes con 17 años que asistieron a la escuela, más de la mitad terminó el Nivel Secundario. En 2015-2016 fue de 47.7%. Significa también que 47 estudiantes de cada cohorte no lograron graduase en el tiempo estipulado y un aumento de costos para el Estado y las familias.

En los últimos nueve años el promedio anual de  bachilleres es de 90,400. El crecimiento promedio anual de graduados, en los últimos siete años, se sitúa en 1%, con altibajos. En el año lectivo 2017-2018 alcanzó los 100 mil. De estos, el 79.4% y el 20% proceden de las MA y TP, respectivamente.  El 57.2% corresponde al sexo femenino.  Según zona de residencia, los egresados del Nivel Secundario se distribuyen en un 62.8% los  de la zona urbana y 51.3% los de la zona rural. Asimismo, los de sexo femenino, 70.3%,  superan los de sexo masculino,  55.4%. En el año 2018, los estudiantes de 12 a 17 años no escolarizados  en secundaria rondaban alrededor de los 228 mil. Y República Dominicana es de los países con la proporción más baja en el balance entre la Modalidad Académica y la Técnico Profesional; por cada 4.3 estudiantes de la primera, uno está adscrito a la segunda.

Por último, agregar que los avances y las falencias que persisten en la educación preuniversitaria dominicana están documentados y permanentemente presentes en cada ciudadano consciente del país. La pandemia ha sido una etapa de sobrevivencia educativa, con consecuencias que hay que afrontar para nivelar los aprendizajes de cada grado. Poco a poco el país va construyendo su normalidad. Pero esa normalidad demanda otra educación que mejore la vida de la mayoría. Las respuestas atañen a toda la sociedad, pero los responsables de redireccionar  la educación nacional descansa en las autoridades nacionales, regionales y locales. La escuela dominicana requiere de un liderazgo empoderado, que actúe con mayores niveles de compromiso y lealtad para mejorar la calidad educativa en todos sus niveles.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/la-educacion-secundaria-dominicana-precovid-19-8959878.html

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¿Cómo empezar la revalorización de los docentes normalistas?

Por: Carlos Aguilar Castillo

Desde que inició el sexenio, una de las mayores improntas del gobierno federal fue la revalorización del magisterio. Se sentenció que era momento de apoyar a las y los docentes y también a quienes estuvieran en formación. Aunque se prometió mejorar las condiciones laborales del personal docente en activo y las condiciones educativas del estudiantado normalista, los hechos dicen más que las promesas. Sin embargo, ¿cómo entender la revalorización del personal docente?, ¿qué acciones lograrían ser clasificadas como propias de una “revalorización”?

Quizá sea ambicioso colocar en la misma categoría a docentes en activo y a estudiantes normalistas para hablar de “revalorización”. A continuación, únicamente se presentan algunas reflexiones sobre la revalorización de la educación normal como una profesión que, con el paso del tiempo, se ha situado en el entrecruce de políticas educativas y recortes presupuestales. Como se ha señalado, en las reformas educativas se plantean cambios grandes y cíclicos bajo el supuesto de que todo lo anterior debe ser sustituido por prácticas innovadoras y diferentes, ¿qué tal si se pudiera revalorizar al magisterio desde la formación que reciben los futuros docentes en las escuelas normales?, ¿por qué no asegurar una educación superior menos centralizada, más flexible y con mayor autonomía?, ¿qué política educativa podría implementarse para mejorar de manera paulatina la formación de los futuros docentes?, ¿sería posible revalorizar la labor docente si se les ofrecieran mejores condiciones educativas a los estudiantes normalistas?

Se sabe que los estudiantes normalistas, además de ser buenos maestros, son “docentes enseñantes y docentes técnicos”. Esa tradición bajo la que se han formado es heredera de los cambios que han experimentado las normales a lo largo de décadas. Los retos y virajes de políticas educativas definieron paulatinamente sus actividades, su quehacer y, en consecuencia, un estilo propio para formar docentes. Las estudiantes normalistas son reconocidas por antonomasia como las futuras docentes del país. A nivel nacional, se observaba que las egresadas normalistas tendían a obtener mejores puntuaciones en el examen de ingreso al Servicio profesional docente (SPD) en comparación con otras profesionistas de la educación. Esto podría ser el reflejo de acciones estratégicas llevadas a cabo en las escuelas normales; entre ellas, que el estudiantado adquiriera habilidades frente a grupo como resultado de la tutoría del docente de la escuela normal y del docente del lugar en donde realizaban prácticas. Otra de las grandes bondades que poseen las escuelas normales radica en ofrecer a los estudiantes un tipo de materias específicas relativas al desarrollo infantil y de las y los adolescentes. De esta manera, se coloca a los estudiantes normalistas en situaciones de aprendizaje y se articulan las experiencias de la práctica con la teoría respecto a la realidad escolar. Sin embargo, este no es el único rasgo distintivo entre ellas; también se caracterizan por los aspectos heterogéneos que las conforman, por ejemplo: financiamiento y gasto educativo, nivel de estudios de los formadores de docentes, formación de cuerpos académicos, participación en programas de movilidad internacional y capacidad de autogestión.

Ilustración: Estelí Meza

Revalorizar las escuelas normales: considerarlas instituciones de educación superior

Como se muestra, aunque con severas dificultades, las escuelas normales han logrado mantenerse como las instituciones de educación superior (IES) formadoras de docentes del sistema público federal en comparación con otras IES como universidades públicas o escuelas normales privadas. No obstante, contrario a lo que se podría imaginar, la matrícula de ingreso a las escuelas normales se encuentra en declive. De hecho, para los cuatro ciclos escolares de 2013 a 2017, se identificó un descenso del 58.95 % en las solicitudes de ingreso.

Entre las razones que ayudan a comprender la contracción de la matrícula en licenciatura se encuentran los efectos de la modificación legislativa de 2013, que permitió que otros profesionales afines a la educación concursaran por una plaza docente en el sistema público. Frente a esta situación, algunos otros elementos indirectos también incidieron en la cantidad de estudiantes que deciden cursar estudios superiores en escuelas normales, entre ellos: estudiar con un programa educativo centralizado, carecer de infraestructura como salas de cómputo, acceso a internet, biblioteca con acervo actualizado, talleres culturales, colaboración con investigadores para acercarse a la investigación, o participar en programas de movilidad estudiantil nacional o internacional. Este último componente de la educación superior permite unir con el ámbito internacional las discusiones sobre temas educativos, de investigación o de vinculación con la sociedad.

Programas de movilidad internacional para normalistas

Recientemente, la Organización de los Estados Iberoamericanos (OEI) para la Educación, la Ciencias y la Cultura publicó el estudio “Movilidad académica Iberoamericana de estudiantes normalistas. Proyecto Paulo Freire-México: voces, experiencias y propuestas”. En él, se presentan datos estadísticos que muestran un panorama general de la movilidad estudiantil internacional de estudiantes normalistas. El trabajo permite vislumbrar el avance que se ha hecho en los casi seis años de operación del programa, el cual permitió que entre 2016 y 2019 participaran 225 estudiantes. La cifra es muy pequeña si se contrasta con la matrícula nacional de estudiantes en escuelas normales urbanas, rurales, experimentales, entre otras. De acuerdo con el anuario estadístico de educación superior de la ANUIES, para el ciclo escolar 2019-2020, la matrícula de normalistas era de 91 375 estudiantes. Frente al total, únicamente 0.24 % del estudiantado normalista ha participado, a lo largo de casi seis años, en programas de movilidad internacional, cifra bastante discreta en comparación con otras IES.

El punto de discusión por ahora no es la cantidad de estudiantes que han participado de este programa. El reporte presenta datos estadísticos como cantidad de hombres y mujeres participantes, semestre, edad, escuela normal de procedencia, entidad federativa de origen; no obstante, no ofrece datos sociodemográficos que permitan reflexionar por qué, para un cierto segmento de estudiantes normalistas con orígenes socioeconómicos y educativos familiares particulares, una movilidad estudiantil internacional podría ser un punto de inflexión en sus trayectorias personales, profesionales y laborales. Tampoco habla sobre cómo la inversión en ese programa podría ser parte de una política de revalorización de los estudiantes normalistas.

Una investigación de corte cualitativo que conduje identificó la manera en la que los estudiantes normalistas construyen aspiraciones al concluir la movilidad estudiantil internacional. Se encontró que algunos normalistas consideraban que la movilidad era un beneficio exclusivo de universidades privadas o de algunas IES públicas de renombre. Sonia —los nombres son ficticios—, estudiante normalista entrevistada que realizó movilidad en Francia, mencionó:

Cuando yo dije que iba a entrar a la normal, ni por la cabeza me pasaba…o sea, yo sabía que existían becas, pero yo pensaba que esos programas de movilidad al extranjero sólo eran para las escuelas privadas, o sea, nunca pensé que fueran para las normales.

Esta investigación consideró aspectos socioeconómicos y educativos de los familiares de los estudiantes para indagar la forma en la que una movilidad internacional había incidido en los normalistas después de su estancia en el extranjero. Al respecto, contrario al uso arbitrario de expectativas en el reporte de la OEI, se utilizó el concepto de aspiración para acercarse a los horizontes que los estudiantes normalistas habían integrado a su ventana cognitiva. Se observó una marcada tendencia. Aquellos estudiantes que reportaron un ingreso del hogar entre el decil dos y cuatro —con padres cuya escolaridad básica era trunca o incompleta— construyeron aspiraciones educativas más amplias en comparación con sus compañeros que se ubicaban en los deciles altos y cuyos padres eran profesionistas (en algunos casos docentes normalistas). En la investigación participaron treinta estudiantes de diferentes entidades federativas. También se observó que los estudiantes provenientes de hogares con ingresos bajos estudiaban en escuelas normales que dentro del subsistema no gozan de las mejores condiciones de infraestructura, equipamiento o de profesores capacitados. Esta exposición se resume en palabras de Jessica —estudiante normalista que realizó movilidad internacional en Ecuador—, originaria de Villahermosa, Tabasco, cuyo padre es vendedor y su madre ama de casa:

Me quiero volver una docente-investigadora, investigar […] ese fue uno de mis propósitos después de la movilidad, seguir investigando porque yo la investigación antes de la movilidad la tomaba así: “¡Ay!, ¿investigar?, ¡qué aburrido!”, porque en la normal casi no nos enseñan los profes, pero ya luego con la movilidad, con las clases que me dieron, me di cuenta que no, que es muy importante investigar y más para la docencia, o sea, ser docentes investigadores, yo dije: “Con una ponencia o con un artículo puedo realizar el impacto que tuvo la movilidad en mí”.

En términos de capital cultural y económico para construir aspiraciones, en el caso de Jessica se observa que, hasta antes de realizar la movilidad internacional, el bajo ingreso económico fue un factor familiar que condicionó la adquisición de materiales bibliográficos que le permitieran integrar una ventana de aspiraciones más amplia. En el cuestionario socioeconómico de la investigación, Jessica señaló no tener internet en su hogar; asimismo, reportó contar con una pequeña biblioteca de entre once y cincuenta libros de consulta, entre ellos, algunos libros de texto gratuito. Hay autores que consideran que las nuevas tecnologías digitales e internet han ayudado a los individuos a pensarse de manera diferente pues, al incidir en la imaginación, aumentan las aspiraciones. No obstante, para Jessica el acceso a internet como entrada a formas más amplias de conocer aquello que se encuentra al margen de su vida cotidiana estuvo fuera de su alcance: incluso su escuela normal carecía del servicio. De tal modo, al ser expuesta ante un contexto educativo internacional de corte universitario, Jessica sintió interés y curiosidad hacia aquello que ante sus ojos era nuevo: las clases en una universidad, la interacción con sus compañeros, decidir qué materias tomar e, incluso, ser ayudante de investigación en el departamento de psicopedagogía. En consecuencia, Jessica construyó una ventana de aspiraciones más amplia en el área de la investigación, así como el deseo de ser parte de ese campo.

La experiencia de Jessica durante la movilidad internacional que realizó en Ecuador se une a la de otros jóvenes normalistas que, al igual que ella, partían de condiciones socioeconómicas y educativas familiares desiguales respecto al grueso de los estudiantes. Es innegable que la movilidad internacional incrementa las desigualdades entre quienes viajan al extranjero y aquellos que no logran completar los requisitos. Ante la suspensión parcial de las actividades de movilidad internacional propiciadas por la contingencia sanitaria, es necesario reformular las políticas de internacionalización de las escuelas normales. Sobre todo aquellas que favorezcan a estudiantes en gran desventaja social: las y los hablantes de una lengua originaria, quienes provienen de hogares con ingresos bajos y aquellos estudiantes que sean la primera generación en acceder a la educación superior. La revalorización del magisterio puede comenzar desde que las y los futuros docentes se encuentran en formación. La revalorización de los maestros debería iniciar con la creación de políticas educativas que reconozcan al estudiantado normalista como alumnos autónomos en el nivel superior.

Fuente e Imagen: https://educacion.nexos.com.mx/como-empezar-la-revalorizacion-de-los-docentes-normalistas/

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Pedagogía de la Democracia

Por: Héctor Rodríguez Cruz

Las libertades democráticas se degradan cuando no sirven para resolver problemas sociales agudos, permitiendo que muchos se queden atrás.

Tiene razón Norberto Bobbio cuando afirma que la democracia se ha convertido en estos años en el denominador común de todas las cuestiones políticamente relevantes, tanto teóricas como prácticas. También cuando plantea que “la democracia no puede prescindir de la virtud, entendida como amor a la cosa pública, pues al mismo tiempo debe promoverla, alimentarla y fortalecerla”.

Desde esta perspectiva, la democracia requiere de ciudadanos activos, no pasivos. En general los gobernantes prefieren a los segundos más que a los primeros porque es más fácil mantenerlos controlados como sujetos dóciles e indiferentes. Pero la democracia necesita de los primeros.

 Siendo que la democracia, como eje de la convivencia, precisa de personas capaces de participar activamente en la construcción y mejora de la vida colectiva se hace necesario acercar la democracia a los ciudadanos y los ciudadanos a la democracia.

En este sentido, muchos países de Latinoamérica y de Europa vienen desarrollando proyectos de educación para la democracia, mediante  una “pedagogía de la democracia” que empieza por aplicar el principio básico y rector de este sistema de convivencia, que es, la participación: el derecho de todo individuo a opinar, a proponer y a gozar en igualdad de condiciones de todos los bienes y servicios públicos.

¿Qué tanto requiere nuestro país incentivar la pedagogía de la democracia? Pareciera que mucho. Según el Informe Regional de Desarrollo Humano 2021 del Programa  de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, divulgado a finales del mes pasado, al 68% de los dominicanos le resulta indiferente tener o no un gobierno democrático y el 50% da por bueno y válido el que el Presidente de la república pueda manejar los medios.  ¿Realidad o percepción? ¡Las cifras alertan y provocan!

 El Informe deja una llamativa lección aprendida: la necesidad de promover el conocimiento de la democracia en la cotidianidad política y social para reconocerla, amarla, vivirla, practicarla, defenderla y exigirla. Los defectos de la democracia demandan más democracia, y en ningún caso menos.

Provoca también la necesidad de un amplio debate nacional sobre la situación presentada, incluyendo el impacto presente y futuro en la democracia dominicana vista desde la óptica del  presente gobierno democrático.

Pese a su importancia, muchas personas perciben a la democracia como algo lejano, abstracto, inalcanzable e, incluso, como algo difícil de comprender y de aplicar. Pocos saben definirla o describirla, aunque tengan una leve idea que es algo bueno,  importante, algo por lo que las personas están dispuestas a luchar. Se requiere “intencionar” deliberadamente el aprendizaje sobre la democracia.

La educación para la democracia debe ser asumida por las escuelas públicas, colegios, universidades y centros de capacitación para el trabajo, destacando los procesos de toma de decisión que realmente les permiten a los niños, jóvenes y adultos formarse integralmente para incorporarse a una sociedad democrática.

Para que las instituciones educativas puedan asumir el compromiso de educar para la democracia deben contar con profesores bien formados mediante una pedagogía de la democracia que los sensibilice, motive y capacite para fomentar espacio democráticos de aprendizaje, disciplina, discusión pública y convivencia.

Sin embargo,  la formación democrática  será responsabilidad principal de la familia, lugar donde se cultiva la formación en valores, requisito indispensable para el surgimiento de una convivencia democrática basada en el respeto a los derechos de los demás.

Pero la educación para la democracia debe ser también responsabilidad de todas las  instituciones y organizaciones públicas y privadas entre las se cuentan los medios de comunicación, las instituciones políticas y electorales, las instituciones religiosas,  militares,  policíacas y comunitarias, los gobiernos locales,  los gremios profesionales y otras instancias de la sociedad civil. De lo que se trata es de despertar en todos los dominicanos, gobernantes y gobernados, un compromiso activo con la democracia.

La promoción y compromiso con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS, constituyen también un vigoroso referente democrático que no sólo expresa la urgencia de amplias necesidades y reivindicaciones colectivas, sino que también representa la expresión de las deudas incumplidas de las democracias. Siendo, además, que las libertades democráticas se degradan cuando no sirven para resolver problemas sociales agudos, permitiendo que muchos se queden atrás.

Una pedagogía de la democracia conducirá a una “democracia vigorosa”, que no surge espontáneamente, sino que es el resultado del esfuerzo consciente de ciudadanos que asumen y ponen en funcionamiento las capacidades de: reivindicación; deliberación; indignación y sentido de lo justo; agencia con sentido práctico; memoria y promesa.

Cada una de esas capacidades está ligada a uno de los atributos que se postulan como propios de una democracia vigorosa en el mundo actual, “entendida como un sistema de gobierno y un conjunto de prácticas que configuran un modo de vida deseable por resultar dignificante”.

Hagámoslo posible aquí. ¡Pongamos en práctica la pedagogía de la democracia!

Fuente: https://acento.com.do/opinion/pedagogia-de-la-democracia-8961689.html
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El impacto de la pandemia COVID-19: sus consecuencias educativas y laborales en el largo plazo

AUTOR: Morduchowicz, Alejandro

FECHA:  Jul 2021

Español (46 descargas)

DOI: http://dx.doi.org/10.18235/0003363

El cierre de escuelas, como consecuencia de la pandemia de COVID-19, tiene un impacto en la escolaridad de los estudiantes en México y este tendrá un impacto en sus ingresos en el mediano y largo plazo. Este documento cuantifica el potencial efecto económico y educativo de las decisiones educativas para mitigar cierre de escuelas para en los ciclos escolares 2019-2020 y 2020-2021. La falta de clases presenciales limitará el aprendizaje, en particular de la población más vulnerable. El presente documento presenta resultados que sugieren que hoy más inversión en educación y mejor distribución de estos recursos serán claves para mitigar la presente situación.

Descargar : https://publications.iadb.org/publications/spanish/document/El-impacto-de-la-pandemia-COVID-19-sus-consecuencias-educativas-y-laborales-en-el-largo-plazo.pdf

Fuente e Imagen: https://publications.iadb.org/es/el-impacto-de-la-pandemia-covid-19-sus-consecuencias-educativas-y-laborales-en-el-largo-plazo

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Educación y transformación

Por: Andrea Bárcena

Así como el lenguaje no es hereditario y un individuo al nacer puede aprender lo mismo alemán que ruso, chino o español, así también el pensamiento lógico y los valores morales tampoco se heredan. Se aprenden. Es decir, nacemos con la capacidad de hablar, pero sin idioma; con la facultad de pensar, pero sin conceptos, y con la posibilidad de amar y ser buenos, pero sin moral. El pueblo y sobre todo los hijos del pueblo tienen derecho a la educación, y además el derecho de anhelar ser doctores o bomberos, científicos o artistas, presidentes o trapecistas.

El derecho a la educación es el de toda persona a estar situada tempranamente y durante todo su crecimiento en un ambiente escolar y cultural que estimule sus capacidades, para que desarrolle lenguaje verbal, pensamiento lógico y madurez emocional, que le darán la posibilidad de aprender a pensar, a expresarse, a decidir y a actuar. Somos seres de aprendizaje: nacemos más incompletos y vulnerables que cualquier animal, pero también con una infinita capacidad de aprendizaje que, sin embargo, se pierde o se atrofia si no tienen oportunidades de desarrollo.

El cumplimiento del derecho a la educación por parte del Estado implica que haya escuelas y maestros en todo el territorio mexicano; supervisión amplia y rigurosa para que –como lo establece la Constitución– la asistencia a la escuela sea obligatoria y gratuita, y así evitar desperdiciar el tiempo de niñez y en cambio igualar las oportunidades desde las primeras edades. La educación es el arma más poderosa para transformar individuos y naciones. Pero, para que la educación cumpla su cometido en México, hay problemas sociales y éticos que deben ser atendidos con urgencia: a) Eliminar el hambre y la desnutrición infantiles; b) Abolir el trabajo infantil, y c) Asumir que nutrición y educación tempranas son las bases de igualdad, democracia y justicia sociales.

P.S. Más de mil días sin quimios para niños con cáncer recuerdan el Aktion T4, nombre de un programa secreto en Alemania fascista de exterminio de sus propios niños enfermos mentales y discapacitados, con los que se estrenaron los hornos del nazismo y que pretendía purificar la raza aria y evitar gastos para niños enfermos.

La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo: Nelson Mandela

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2021/07/03/opinion/031o1soc

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