Necesitamos abrirnos de imaginación y soñar caminos ciertos para reinventar la educación y la sociedad en todos sus sentidos. Desde el confinamiento por el Covid 19, que hogariza aún más las contradicciones sociales, y las acciones de bloqueo y asedio internacional contra nuestras naciones, que dificultan la satisfacción de nuestras necesidades básicas, tenemos que repensarnos y reasumirnos como sociedad, y con ella nuestra educación. como sociedad y pero también las posibilidades de generar nuevas pautas societales, necesitamos señalar posibilidades de vida que sinteticen lo económico, lo político, lo cultural, lo social. Y, sabemos, la educación (no solo la escolaridad) es un camino privilegiado para lograrlo.
En este proceso de mirar críticamente las realidades y las crisis que habitamos, y prefigurar formas de vida más solidarias, cooperativas, es decir, más humanas, contamos con importantes referencias históricas. Y queremos hoy considerar dos referencias importantes en nuestro historial latinoamericano, encarnadas en las vidas y pensamientos de dos personajes de dimensiones universales: Simón Rodríguez y Paulo Freire.
Rodríguez y Freire viven en momentos históricos diferentes. Rodríguez, en el proceso independentista americano de finales del siglo XVIII y la primera mitad del XIX. Freire durante el siglo XX. Rodríguez lidió con la decepción de una independencia que excluyo al pueblo del poder y de las posibilidades de crear una nueva sociedad, y se aboco a la creación de las nuevas repúblicas desde la educación. Freire se levanto contra las injusticias e inequidades de una sociedad que se vendía a sí misma como democrática, y solo amparaba dictaduras y opresión para las poblaciones más populares. Ambos se enfrentaron a grupos dominantes que encarnaban los intereses de poderosos imperios, y sometían al pueblo a sistemáticas formas de dominación economica, social, militar, cultural y política. Y, como consecuencia de esto, la instauración de mecanismos cada vez más sofisticados de colonización interior, ideológica, que controlaba pensamientos y acciones de las instituciones y las personas.
Tanto Rodríguez como Freire se planteaban, parafraseando al cantor Ali Primera, humanizar la humanidad. Es decir, generar condiciones y procesos que dieran a los seres humanos la posibilidad de crecimiento y desarrollo pleno, y protagonismo en sus vidas y en su desempeño social. Sin embargo, podemos apreciar coordenadas diferentes en cada uno, y es lo que hoy queremos destacar como referencias para abordar nuestras prácticas educativas.
Rodríguez, desde nuestra apreciación, practicaba un camino educativo centrado en una situación «externa» (válidas las comillas), como lo es el trabajo productivo. Los procesos formativos se inician y culminan en que las personas deben organizarse, de modo cooperativo y solidario, para producir bienes y aprender oficios. Más, en este proceso, el maestro se ocupaba del desarrollo del lenguaje, del quehacer científico, del desarrollo corporal y de las técnicas especificas. Pero la idea no era formar «mano de obra» para los patrones, sino de crear ciudadanos republicanos que fuesen sus propios «patrones», que se organizaran en empresas productivas con tanto impacto social que fuesen el factor determinante para que la propia comunidad se gobernara a si misma (Toparquía). Este camino fue luego avalado por personajes relevantes como José Martí, y en Venezuela por educadores tales como Luis Beltrán Prieto Figueroa, creador de las escuelas-granja que luego Cuba desarrollo con tanto ahínco.
Freire, por su parte, con influencia fenomenológica, desarrolla su práctica educativa centrada en la consciencia humana. Esta consciencia se alimenta del ejercicio progresivo de empleo de la palabra, de la lectura crítica del mundo, del dialogo como eje de transformación personal y social. El eje es, con cuidadosas comillas, mas «interno», mas personal (consciencia), pero que solo tiene sentido en la medida que interacciona dialécticamente con otras consciencias, nombrando el mundo y de hecho transformándolo desde este hecho de nombrarlo. Este ejercicio constante de la palabra, desde el mundo de vida de las personas (su universo vocabular) acciona que cada cual reconozca y valorice sus humanas dimensiones (curiosidad, ternura, amor), convirtiéndose en sujeto de su propia vida y de de los procesos sociales en general.
Alguien pudiese decir que la propuesta de Rodríguez es más bien marxista, si no fuese por el hecho de que el pensamiento robinsoniano precede al marxista, enfocado en un materialismo filosófico (los cambios sociales están vinculados directamente con las necesidades de seres humanos concretos), pero enfocado al bien común (sociabilidad, en lenguaje rodrigueano). Desde las necesidades reales fundamentales (alimento, casa, cobijo, compañía), la educación viabiliza el desarrollo de procesos productivos organizados, que conduce a los seres humanos a ser protagonistas de sus propios destinos sociales. El sendero freiriano, por su parte, luce imbuido en valores cristianos (amor, compasión), enfatiza como ya dijimos la consciencia como posibilidad de transformación humana, mediante el dialogo con afinidades buberianas al yo-tu y levinianas, en consideración al «otro».
No obstante, ambos autores convergen significativamente en diversos aspectos. Ambos toman como puntos de partida los seres humanos concretos, específicamente los más humildes, los más segregados, para propiciar las necesarias transformaciones sociales. Ambos suponen la educación como camino privilegiado para asumir esos procesos de transformación colectiva, enfatizando las posibilidades de relaciones humanas signadas por la horizontalidad, la solidaridad (entreayudarse, dialogar), el aprendizaje compartido, y la posibilidad de asumir proyectos colectivos para transmutar las condiciones de vida a una vida más humana, más vivible, si caben los términos. Ambos, como ya vimos, se oponen a los poderes dominantes (imperios, gobiernos cómplices) y a la llamada colonización interior.
Así, tanto Simón Rodríguez como Paulo Freire constituyen referencias importantes para que repensemos la educación, durante la pandemia y luego de ella. Podemos enfatizar, desde nuestras prácticas, el trabajo productivo como eje educacional, derivando de él los aprendizajes sociales necesarios para ejercer la humanidad y la toparquía, aprendiendo oficios (hemos visto que, en esta situación de crisis hasta los educadores y estudiantes requerimos otros trabajos y otros ingresos), pero alejándonos de la competencia ciega, del canibalismo socioeconómico, y enfatizando la socialibilidad, el bien común. O podemos asumir la educación desde el desarrollo de nuestra praxis critica, la concienciación, fortaleciendo la lectura del mundo, de los rostros humanos, y ejercitando infinitamente el dialogo creador, la búsqueda conjunta para salir adelante. O, tal vez, ensayar caminos donde se crucen ambas propuestas, el trabajo y el dialogo fecundo, pero este es tema de otro encuentro.
Por: Julio C Valdez