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Raquel Yotti: “Hay que llamar a una ciencia feminista”

Por: Núria Jar/SINC

Las científicas del coronavirus, episodio 1: ‘Gestión de una crisis’

Las mujeres han trabajado en primera línea de la pandemia; no obstante, han estado infrarrepresentadas en la toma de decisiones. Una excepción es Raquel Yotti, directora del Instituto de Salud Carlos III y experta del comité de coronavirus del Gobierno español. En el primer episodio de esta audioserie, cuenta cómo ha vivido estos meses intensos en los que ella misma ha pasado la covid-19; y reflexiona sobre la necesidad de trabajar por una igualdad de oportunidades “que nos enriquezca a todos”.

Los profesionales de la salud han trabajado sin descanso para atender a las personas enfermas de la covid-19. Tres de cada cuatro profesionales sanitarios son mujeres, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). El mismo organismo advierte del alto riesgo de infección, la fatiga, el estrés y la violencia y estigma al que se enfrenta este colectivo, sobre todo ellas.

Solo en España y durante la primera ola, el 76 % de los sanitarios contagiados por COVID-19 fueron mujeres, según recogía un informe del Instituto de Salud Carlos III publicado en mayo.

A pesar de que las sanitarias han vivido la pandemia en primera línea, las mujeres han estado infrarrepresentadas en las posiciones de liderazgo y toma de decisiones, tal y como pone de manifiesto un informe sobre el impacto de género en la pandemia del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal). Raquel Yotti (Madrid, 1973) es una excepción.

Esta cardióloga ha trabajado casi veinte años de su vida en el Hospital General Universitario Gregorio Marañón, pero ahora le ha tocado enfrentarse a esta crisis sanitaria mundial desde «otra trinchera», como cuenta ella misma. En agosto de 2018, Yotti fue nombrada directora del Instituto de Salud Carlos III y se convirtió en la segunda mujer que ocupa el cargo de responsable del principal organismo público de investigación de biomedicina y salud en España, que depende del Ministerio de Ciencia e Innovación.

“Se nos juntaba el día con la noche todos los días de la semana. No recuerdo en qué momento existió por primera vez un lunes o un domingo, todos los días eran iguales”

“Se nos juntaba el día con la noche, todos los días de la semana —rememora sobre el inicio de la pandemia—. No recuerdo en qué momento existió por primera vez un lunes o un domingo, todos los días eran exactamente iguales”. En la gestión de esta crisis, ella también ha sido una de las expertas del comité de gestión técnica del coronavirus del gobierno español.

En estos meses ha liderado el estudio nacional de seroprevalencia ENE-COVID, cuyos resultados se publicaron en la revista The Lancet; ha fomentado la investigación a través del Fondo COVID-19, dotado con 24 millones de euros; y ha coordinado la respuesta diagnóstica del Sistema Nacional de Salud (SNS) mediante test de PCR, a través del Centro Nacional de Microbiología. No obstante, asegura que siempre ha tenido presentes a sus compañeros de hospital. “El impulso de ponerte la bata y el fonendo y ofrecerte para atender a pacientes yo creo que para cualquier clínico es inevitable”, confiesa.

La covid-19 en primera persona

El primer episodio de la audioserie Las científicas del coronavirus, retratos sonoros de una pandemia está protagonizado por Raquel Yotti. En él habla de cómo ha vivido desde dentro la gestión de la crisis sanitaria en España. Esta entrevista es la única de la audioserie que no se grabó presencialmente, sino por teleconferencia. El día anterior a nuestra cita Raquel ya no pudo asistir al homenaje que brindó el Instituto de Salud Carlos III a su primer director, Rafael Nájera, ya que se encontraba aislada al ser positivo por coronavirus.

Al enfrentarse a la comunicación pública durante la pandemia dice haberle ayudado “pensar que quien estaba al otro lado de esa cámara era uno de mis pacientes o una persona normal que tenía inquietud y quería entender lo que estaba pasando”

“Me siento con mucha empatía con muchas de las personas que han tenido que pasar la enfermedad y que han estado en casa y que a lo mejor hasta han tenido algún momento de preocupación, porque el curso clínico de esta enfermedad es bastante curioso. Parece que uno mejora y luego empeora”, me cuenta desde casa, aislada, a través de la pantalla de su iPad.

En la conversación, Raquel explica que haber vivido la enfermedad en carne propia y el aislamiento de dos semanas le han dado mucho que pensar. “Hay que hacerse consciente del privilegio que supone poder pasar la enfermedad en casa y además tener una red de apoyo. Yo he sido una afortunada tanto desde el punto de vista clínico [no requirió de hospitalización] como de los recursos alrededor”, se sincera con el pudor de quien no es dada a hablar de su vida privada.

Su experiencia clínica con pacientes ha esculpido su capacidad comunicativa, esencial en esta pandemia; por ejemplo, a la hora de comparer serena en Moncloa para dar los resultados de las diferentes rondas del estudio ENE-COVID: “Pensar que quien tenía al otro lado de esa cámara era uno de mis pacientes o una persona normal que tenía inquietud y quería entender lo que estaba pasando” dice haberle ayudado a enfrentarse a una situación que vivió como “excepcional”.

El secretario general del Ministerio de Sanidad, Faustino Blanco, la directora del Centro Nacional de Epidemiología, Marina Pollán y la directora del Instituto de Salud Carlos III, Raquel Yotti, durante una rueda de prensa celebrada el 6 de julio en el Palacio de la Moncloa para dar a conocer las conclusiones del Estudio nacional de seroepidemiología de la infección por SARS-Cov-2 en España. EFE/ Fernando Alvarado

Preocupación por la brecha de género

Días después de la declaración del primer estado de alarma en España, el gobierno aprobó un Real Decreto-ley de medidas urgentes para facilitar la investigación en coronavirus. Desde estudios biológicos del patógeno al desarrollo de pruebas diagnósticas y ensayos clínicos para probar nuevos fármacos. El objetivo era desentrañar las incógnitas de una enfermedad nueva, desconocida por todos, con un presupuesto de 24 millones de euros.

Yotti reclama “una ciencia que no esté hecha por y para unos pocos, sino en la que tengan cabida todas las personas que puedan contribuir, independientemente del género y de otros factores de desigualdad”.

En pocos días, esta convocatoria extraordinaria recibió más de 1.500 propuestas, la mayoría presentadas por hombres. “La pandemia por coronavirus ha acentuado la brecha de género”, admite Yotti, que recurre a los resultados del cuestionario sobre el impacto del confinamiento en investigadores del Ministerio de Ciencia e Innovación para dimensionar el problema. “Esto puede impactar en los currículos de las investigadoras y especialmente de las madres investigadoras, y es algo que realmente no nos deberíamos permitir”, subraya con preocupación.

De cara al futuro, Raquel considera que la ciencia será feminista o no será. Este es su deseo de cara a los próximos años: “Una ciencia que no esté hecha por y para unos pocos, sino en la que tengan cabida todas las personas que puedan contribuir, independientemente del género y otros factores de desigualdad. Actualmente no estamos en esa situación, por eso hay que llamar a una ciencia feminista. Porque el feminismo lo que persigue es alcanzar esta meta de igualdad de oportunidades en la que nos enriquezcamos todos”.

Fuente:

SINC
Fuente e Imagen: https://www.agenciasinc.es/Entrevistas/Raquel-Yotti-Hay-que-llamar-a-una-ciencia-feminista
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Boaventura de Sousa Santos: «El capitalismo no funciona sin sexismo y sin racismo»

Por: Bernarda Llorente

Las tres salidas a la pandemia según Boaventura de Sousa Santos.

El sociólogo y ensayista portugués Boaventura de Sousa Santos es el gran pensador actual de los movimientos sociales, autor de una extensa obra en la que se destacan títulos como «Una epistemología del sur», «Democracia al borde del caos: Ensayo contra la autoflagelación» y «El fin del imperio cognitivo» se ocupa desde hace décadas de radiografiar la vida y los modos de subsistencia de las comunidades más vulnerables, un radio de acción que lo llevó a documentar desde las condiciones de un campo de refugiados en Europa hasta las formas de organización de las comunidades originarias de Amazonia o los barrios populares de Buenos Aires.

Sousa Santos nació hace 80 años en la ciudad portuguesa de Coímbra, donde reside la mitad del año tras haberse jubilado como docente de la Facultad de Economía. Obtuvo un doctorado en sociología de la Universidad Yale y dio clases también en la Facultad de Derecho de la Universidad de Wisconsin-Madison (Estados Unidos), donde pasa la otra mitad del año. En sus textos desmenuza los conceptos clásicos de las ciencias sociales para entender el mundo y los revitaliza con el objetivo de construir saberes «que otorguen visibilidad a los grupos históricamente oprimidos».

«El capitalismo no funciona sin racismo y sin sexismo -destaca el pensador-. Por el contrario, la resistencia no está articulada, está fragmentada, es por eso que muchos partidos de izquierda, con vocación anticapitalista, han sido racistas y sexistas. Incluso algunos movimientos feministas han sido racistas y han sido pro-capitalistas. El problema que enfrentamos es una dominación articulada y una resistencia fragmentada. Así no vamos a salir adelante porque sabemos que la intensificación del modelo es lo que agrava la vida de la gente».

Con un lenguaje directo que atraviesa toda su obra, propone un modelo de intelectual como agente de cambio, Sousa Santos analiza la refundación del estado y la democratización de la democracia . Se considera un «optimista trágico» , por eso cree que la pandemia es una gran oportunidad para replantear el modelo neoliberal, que considera agotado.

–¿Qué futuro podemos esperar después de la pandemia? ¿Cómo seremos capaces de pensar y de construir el mundo post pandemia?

–La pandemia ha creado tal incertidumbre que los gobiernos, los ciudadanos, los sociólogos y los epidemiólogos no saben qué va a pasar. Acabo de publicar «El futuro comienza ahora: de la pandemia a la utopía» y lo que planteo es que esta pandemia marca el inicio del siglo XXI. Tal como el siglo XIX no empezó el 1 de enero de 1800, sino en el 1830 con la Revolución Industrial, o el siglo XX en 1914 con la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa de 1917, el XXI comienza para mí con la pandemia, porque va a inscribirse como una marca muy fuerte en toda la sociabllidad de este siglo. Y lo será porque el modelo de desarrollo, de consumo, de producción que hemos creado, ha llevado a que no sea posible en este momento, por más vacunas que existan, poder salir de ella.

Entraremos en un período de «pandemia intermitente»: confinamos-desconfinamos, donde el virus tendrá mutaciones, habrá una vacuna eficaz y otra no, vendrán otros virus. El neoextractivismo, que es una explotación de la naturaleza sin precedentes, está destruyendo los ciclos vitales de restauración, y por eso los hábitats se ven afectados con la minería a cielo abierto, la agricultura industrial brutal, los insecticidas y pesticidas, la contaminación de los ríos, el desmonte de los bosques… Esto, junto al calentamiento global y la crisis ecológica, es lo que hace que cada vez más los virus pasen de los animales a los humanos. Y los humanos no estamos preparados: no tenemos inmunidad, no tenemos cómo enfrentarlos.

–Hay conciencia sobre la gravedad? ¿Hay salidas?
–Veo tres escenarios posibles y no sé cuál resultará. El primero es el que pusieron a circular fundamentalmente los gobiernos de derecha y de extrema derecha -desde el Reino Unido a los Estados Unidos y Brasil- sosteniendo que esta pandemia es una gripe, que no tiene gravedad, que va a pasar y la sociedad regresará rápidamente a la normalidad. Claro que esta normalidad es el infierno para gran parte de la población mundial. Es la normalidad del hambre, de otras epidemias, de la pobreza, de las barriadas, de la vivienda impropia, de los trabajadores de la calle, de los informales. Es un escenario distópico, muy preocupante. Porque esa «normalidad» significa regresar a condiciones que ya la gente no aguantaba y colmaba las calles de muchos países gritando «basta».

El otro escenario posible es lo que llamo el gatopardismo, en referencia a la novela de Lampedusa, de 1958; la idea es que todo cambie para que todo siga igual. Las clases dominantes hoy están más atentas a la crisis social y económica. Los editoriales del Financial Times son un buen ejemplo de este segundo escenario. Dicen muy claramente que así no se puede continuar. Habrá que moderar un poco la destrucción de la naturaleza y cambiar en algo la matriz energética. Es hacer algunas concesiones para que nada cambie, y que el capitalismo vuelva a ser rentable. Por ello la destrucción de la naturaleza continuará y la crisis ecológica podrá ser retrasada pero no resuelta. Europa se encamina un poco por ese escenario cuando se habla de una transición energética, pero me parece que no va a resolver las cosas. Va a retrasar quizás el descontento, la protesta social, pero no va a poder saldar la cuestión pandémica.

El tercer escenario es, quizás, el menos probable, pero también representa la gran oportunidad que esta pandemia nos ha dado. Es la posibilidad de pensar de otra manera: otro modelo civilizatorio, distinto del que viene desde el siglo XVII y que se profundizó en los últimos 40 años con el neoliberalismo. Con el coronavirus, los sectores privilegiados quedaron más tiempo en sus casas, con sus familias, descubrieron otras maneras de vivir. Claro que fue una minoría, el mundo no es la clase media que puede cumplir con el distanciamiento social, lavarse las manos, usar las mascarillas… la gran mayoría no puede. Esta es la gran oportunidad para empezar una transición hacia un nuevo modelo civilizatorio, porque es imposible hacerlo de un día para otro. Y esa transición empezará en las partes donde haya más consensos. Hace mucho tiempo que este modelo está totalmente roto, desde un punto de vista social, ético y político. No tiene futuro. Es un cambio social, de conocimientos, político y cultural.

Difícil saber cuál escenario prevalecerá. Quizás tengamos una combinación de los tres; en algunas partes del mundo el primero, en otras el segundo, y en algunos países mayores avances. La política del futuro dependerá, fundamentalmente, de qué escenario prevalezca. Es el conflicto vital en las próximas décadas.

–El modelo de transición alimenta la esperanza de una sociedad distinta, pero presupone también replanteos y construcciones políticas diferentes, en términos ideológicos, económicos, modelos de desarrollo, sociales, culturales, diversos. ¿Cuáles serían las utopías frente a tantas distopías?

–Lo peor que el neoliberalismo nos ha creado es la ausencia de alternativa. La idea de que con el fin del socialismo soviético y de la caída del muro de Berlín solo queda el capitalismo. E incluso el capitalismo más antisocial, que es el neoliberalismo dominado por el capital financiero. En Argentina tuvieron una experiencia muy dolorosa con los fondos buitres. Hemos vivido estos 40 años en confinamiento -pandémico y político- encerrados en el neoliberalismo. La pandemia nos da una esperanza de que podemos salir del confinamiento. Nos obliga a confinarnos y simultáneamente nos abre las puertas a alternativas. Porque devela que este modelo está completamente viciado; hay un capitalismo corsario que ha hecho más millonarios a quienes ya lo eran. El dueño de este sistema que estamos usando (Zoom) puede ganar 1500 millones de dólares en un mes y hasta el confinamiento poca gente lo usaba o conocía. O el caso de Jeff Bezos, con Amazon. El aumento de las compras online lo convirtieron en el primer trillonario del mundo. Él y otros siete hombres de Estados Unidos tienen tanta riqueza como los 160 millones más pobres de ese país, que conforman más de la mitad de su población. Esa es la actual concentración de la riqueza en un capitalismo sin conciencia ética. La palabra que se me ocurre en este momento es robo. Hubo robo. Y las falencias de este modelo obligan a cambiar la política y eso nos da una esperanza. Lo que más me molesta hoy en día es la distribución desigual entre el miedo y la esperanza. En las barriadas del mundo las clases populares tienen sobre todo miedo. Luchan, siguen luchando, creativamente. Por ejemplo durante la pandemia protegieron sus comunidades. Pero abandonadas por los estados en gran parte de los países, tienen muy poca esperanza.

–Hablaba del peso que hoy tienen las empresas digitales al haberse convertido en las mayores empresas del planeta, incluso superando en dimensiones económicas y poder a muchísimos países. ¿Las GAFA significan un cambio en la matriz del neoliberalismo actual de cara al futuro? ¿Cómo influye este cambio en nuestras vidas?
–Antes de la pandemia ya estábamos todos hablando de la cuarta revolución industrial, dominada por la inteligencia artificial, la robótica y la automoción. Con las impresiones 3D, la robotización, el enorme desarrollo de las tecnologías digitales, nos volvemos cada vez más dependientes de ellas. El tema es determinar si estas tecnologías son de bien público o de unos pocos propietarios. Ese es el problema ahora. Hay sistemas públicos –por ejemplo el de la ONU- que están impedidos de ser ofrecidos al mundo. Las empresas se niegan porque pretenden seguir con sus negocios. Y son muy pocas… Google, Apple, Facebook, y Amazon (GAFA) y Ali baba en China. Son estas las grandes compañías tecnológicas que hoy dominan el mundo y que no aceptan ser reguladas por nadie. En este momento, por ejemplo, la discusión en el Congreso en los Estados Unidos es clara: Mark Zuckerberg ha dicho que no acepta ser regulado. Y como tienen tanto poder, estas empresas desde su arrogancia pretenden autorregularse de acuerdo a sus intereses.

–Al mismo tiempo su poder traspasa el económico y juega un papel fundamental en la política. Las fake news desparramadas en las redes sociales y la desinformación colaboran a la degradación de pilares estructurales de las democracias.

–Claro, por supuesto. Y además la contradicción es esta… en muchas partes del mundo, por ejemplo en Brasil, en Reino Unido con el Brexit, en el Parlamento Europeo, las fake news y el uso de las tecnologías digitales para producir noticias falsas tuvieron un papel fundamental en los resultados electorales. Bolsonaro -por ejemplo- nunca sería presidente de Brasil sin ellas. ¿Twitter intervino en ese momento como hoy lo hace con Trump en Estados Unidos? No, porque el dueño de Twitter no era brasilero. Twitter intervino cuando era la democracia de Estados Unidos la que estaba en juego. Si fuera la de Bangladesh, la de Sudáfrica, o de Portugal, no importa… es libertad de internet. Pero si estamos en los Estados Unidos, ahí no, ahí vamos a cerrar. Eterna contradicción. Claro que eso puede llevar a una regulación más amplia a nivel global de las redes, pero obviamente que estamos en otro paradigma, en el que tenemos que trabajar con estas tecnologías y al mismo tiempo luchar contra todo el sistema de noticias falsas.

–¿Es posible lograrlo? ¿Desde qué mecanismos?
–Esa es la pregunta. Nosotros partimos en esta transición muy desgastados, muy empobrecidos políticamente, porque la política se empobreció muchísimo en los últimos 40 o 50 años. Porque la política es construir alternativas. En su momento el socialismo y el capitalismo tenían cosas en común, por ejemplo, su relación con la naturaleza. Pero había una opción; con la caída del muro de Berlín nos quedamos sin opción, y entonces los políticos se confinaron al capitalismo y se volvieron mediocres. La política dejó de tener interés -incluso para los jóvenes-, la gente se distanció bastante de ella. Hace poco hablé con algunos que trabajan en vivienda en Brasil, que están interesados en darle una casa digna a la población que está sin techo, casi no participaron en las últimas elecciones municipales. Porque decían mira, vamos a elegir uno u otro, no cambia nada, y ese es el peligro. Que la gente piense que los cambios políticos no cambian nada, que son una forma de gatopardismo. La política tiene que volver a construirse. Pienso que de ahora en adelante lo que deberá diferenciar a la izquierda de la derecha será la capacidad entre los grupos políticos de crear alternativas frente a al capitalismo, alternativas de una sociedad distinta, que puede ser de diferentes matices. Quizás sea una sociedad que vuelva a los intereses de los campesinos y los indígenas del continente. Que tenga una relación más armónica con la naturaleza. El capitalismo no puede tener una relación armónica, porque el capitalismo tiene en su matriz la explotación del trabajo, la explotación de la naturaleza. Entonces la izquierda tiene que tomar una dimensión paradigmática de cambio para otra civilización; la derecha, en cambio, va a gerenciar el presente siempre con los dos primeros escenarios. Esa va a ser la diferencia a futuro.

–Usted habla de varios conceptos que ayudarían a transformar las formas de construcción política. Salir de la idea de la utopía como un «todo» para reemplazarla por la de muchas y variadas utopías acordes a la diversidad de realidades y sueños. ¿Cómo se hace para diversificar, segmentar, construir distintas utopías y al mismo tiempo potenciar un proyecto global, que sea capaz de estructurarlas, potenciarlas, unirlas?

–Para mí lo crucial de nuestro tiempo es exactamente esa asimetría entre la dominación que no es simplemente capitalista, sino también colonialista y patriarcal. El capitalismo no funciona sin racismo y sin sexismo, a mi juicio. Por el contrario, la resistencia no está articulada, está fragmentada, es por eso que muchos partidos de izquierda, con vocación anticapitalista, han sido racistas y sexistas. Incluso algunos movimientos feministas han sido racistas y han sido pro-capitalistas. Y algunos movimientos de liberación anti-racial han sido sexistas y han sido pro-capitalistas. El problema que enfrentamos es una dominación articulada y una resistencia fragmentada. Así no vamos a salir adelante porque sabemos que la intensificación del modelo es lo que agrava la vida de la gente, de un modo de dominación que lleva a los otros. En Brasil cuando se intensifica la explotación capitalista, con Temer y después con Bolsonaro, se incrementó de una manera brutal el genocidio de los jóvenes negros en las periferias de las ciudades. Aumentó la violencia doméstica en contra de las mujeres y el feminicidio. O sea, la dominación es particular. Necesitamos de sujetos políticos globales además de los locales, y además de los nacionales. Esta articulación es posible porque cuando los movimientos -Chile o los Black Lives Matter por ejemplo- parten de una demanda, sea feminista o anti-racial, al mismo tiempo, cuando ganan importancia, traen las otras demandas, el hambre o de la desigualdad social. Hoy el movimiento Black Lives Matter tiene una dimensión feminista también, y obviamente de oposición a este modelo capitalista tan desigual e injusto. Yo pienso que tiene que haber un cambio. En la dimensión local hay que volver a las barriadas. Hoy son los pastores evangélicos quienes hablan con la gente y les dicen que hay que votar a la derecha. Por eso pienso que no es solo la organización, sino también la cultura política la que necesita cambios.

–¿Qué prácticas y estrategias deberían modificar o reforzar los partidos y los movimientos sociales frente a esta nueva etapa? ¿Están preparados para el cambio?

–¿Si me preguntan si los partidos opositores tienen ese perfil hoy? No, no lo tienen. Deben cambiar. Los partidos de izquierda se acostumbraron a esta dialéctica oposición-gobierno, ¿no? Y durante 40 años esa dinámica no tuvo alternativa civilizatoria, no se pudo pensar nada más allá del capitalismo. Independientemente del perfil ideológico de los gobiernos, hasta marzo las primeras páginas de los periódicos eran ocupadas por los economistas y las finanzas. Ahora con la pandemia son los médicos, los epidemiólogos, los virólogos. La pandemia nos obligó a cambiar. Entonces, creo que hay que ver otro modo de hacer política y otra manera de gerenciar la política. Yo pienso que parte de las izquierdas deben acostumbrarse a ser oposición para luego saber reconstruir. Tienen que ayudar a mejorar la vida de la gente. Pero las instituciones actualmente no permiten eso, porque tenemos todo un entorno global que no te deja, por ejemplo el capitalismo financiero. Entonces tendremos que encontrar otra forma de gobierno y hay que empezar a pensar en esa dimensión global.

Conversación entre la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui y el director del proyecto ALICE, Boaventura de Sousa Santos. 

¿Y cuál sería el rol de las oposiciones? ¿Cómo construirse desde otras lógicas?
–La política de gobierno es una parte de la política: fuera de eso tienes que tener otra política que es extra institucional, que no está en las instituciones sino en la formación de la gente, en la educación, en las calles, en las protestas pacíficas. Miren lo que está pasando en Chile antes de esta pandemia; fueron las mujeres, sobre todo, y los movimientos sociales. Ellos tuvieron un papel fundamental para traer a las calles cosas que la política misma no estaba dispuesta a hacer. Los partidos de izquierda, por increíble que parezca, no habían incluido en sus proyectos la causa mapuche cuando los mapuches habían sufrido con huelgas y asesinatos, y habían sido la oposición a los gobiernos de Chile. Y todavía están abandonados. Es necesario una protesta y un movimiento popular constituyente, donde las mujeres tengan un papel muy importante para tener en la política una gestión plurinacional. Los partidos son importantes pero los movimientos son igual de importantes. Tiene que haber una relación mas horizontal entre ambos.

–¿La protesta, la calle, sigue siendo una de las principales herramientas de visibilización y resonancia política?

–Las comunidades siguen teniendo una gran creatividad y esto forma parte de un movimiento de izquierda reconstruida, más abierta a toda esta creatividad comunitaria. No son simplemente las calles y las plazas, es la vivencia comunitaria que tendremos que intensificar. Porque las calles no son un emporio de las izquierdas, en esta década vamos a ver calles llenas de gente de extrema derecha. Yo vi a la extrema derecha entrar en las manifestaciones en Brasil. Las consignas de la izquierda, aprovechadas por la extrema derecha, y después dominando toda la protesta. Aquí en Europa sabemos muy bien eso, los Estados Unidos hoy, la gente contra Biden que no es propiamente de izquierda, y por otro lado los Prat Boys de la extrema derecha organizada y militarizada que ocupa las calles, y que va a hacer la política extraconstitucional, de las calles, de las protestas.

–En Argentina se ha hablado mucho de «la grieta» como si fuera un fenómeno «nacional», único. Cuando se mira al mundo la polarización, sin embargo, parece ser el signo de estos tiempos. ¿Cómo afecta esta situación el funcionamiento de la democracia?
–A mi juicio, durante mucho tiempo la teoría democrática, la idea más valiente, más segura, era que las democracias se sostienen en una clase media fuerte. Claro que yo, estando en Portugal, trabajando en África y en América Latina, no veía clases medias fuertes, lo que realmente veía era desigualdad social. Siempre me sentí como un demócrata radical, o sea, la democracia es mala porque es poca. Hay que ampliar la democracia en las calles, en las familias, en las fábricas, en la vida universitaria, en la educación. Entonces esta idea de que la polarización es contraria a la democracia, me parece que es cada vez más evidente cuando hablamos de democracia liberal. Sólo tiene sentido, o se refuerza, con una democracia participativa, con otras formas de participación de la gente que no sean democracias electorales, porque si son solo democracias electorales van a seguir eligiendo anti demócratas como Trump, Bolsonaro, Iván Duque, como tantos otros. Por eso la democracia muere democráticamente, por elección, por vía electoral. Hitler ganó dos elecciones en 1932, antes de su golpe. Creo que hay que fortalecer esa democracia con democracias participativas. La polarización, la desigualdad, provienen de esta polarización de la riqueza sin precedentes que hoy tenemos. A mayor desigualdad en la vida económica y social, más racismo, más discriminación y más sexismo. Entonces estamos en una sociedad en retroceso a nivel mundial, en retroceso reaccionario, donde el capitalismo es cada vez más desigual, más racista y más sexista. Esta es la realidad que tenemos hoy.

–¿Como sería la forma de avanzar hacia una mayor participación, imprescindible para recomponer las democracias, con la exclusión social que arroja un modelo tan concentrado y desigual?
–Tenemos que pensar en la transición. Y hoy debemos contar con políticas sociales, romper con el neoliberalismo, y para eso es necesario una reforma fiscal. Es inaceptable que los pobres y la clase media paguen 40% de impuestos, y los ricos el 1%. Que Trump haya erogado de impuestos federales 765 dólares, es impensable. Tiene que haber una reforma fiscal para dar políticas de educación, de salud. La otra cuestión es política, necesitamos una reforma constituyente. Las constituciones que tenemos congelaron una sociedad segmentada, no solo desde un punto de vista capitalista sino también racista y sexista. Tenemos que refundar el Estado. Los únicos países que tuvieron reforma política fueron Bolivia y Ecuador, e igual fracasaron. La misma idea fracasa muchas veces antes de tener éxito, antes de hacer historia. Los derechos de la madre Tierra, por ejemplo, no tuvo muchos resultados en Ecuador, pero veamos lo que pasó en Nueva Zelanda. Jacinda Arden, la primera ministra, una mujer fabulosa, la líder mundial en este momento después del Papa diría yo, esta señora promulgó una ley sobre los derechos humanos del río sagrado de los indígenas, y no fue simplemente eso, ha dado plata para regenerar, revitalizar los ciclos vitales del río. Es una revolución que no logró efecto en Ecuador, en Bolivia, en Colombia, como sí en Nueva Zelanda. Debemos articular los conflictos sociales con esa idea de Naturaleza porque esta es territorio, cultura, memoria, pasado, espíritu, conocimiento, incluso sentimiento paisaje».

Pienso que las constituyentes van a ser un marco del futuro para deslegitimar el neoliberalismo y volver a la soberanía popular que va a permitir la soberanía alimentaria, que muchos países no tienen hoy. soberanía industrial, ¿cómo es posible que los Estados Unidos no produzcan mascarillas ni guantes, ni respiradores? Por eso, ¿es un país desarrollado? No sé. Sudáfrica ha defendido mejor la vida de la gente que los Estados Unidos.

–El gobierno de Alberto Fernández comenzó en diciembre y tres meses más tarde debió enfrentar la pandemia, a la que se sumó la herencia de un país endeudado y una economía destruida. ¿Qué nos recomendaría a los argentinos, a los latinoamericanos, en este momento?

–Yo soy un intelectual de retaguardia, no de vanguardia. No doy consejos: mi solidaridad, que es grande, es conversar con la gente. Yo pienso que es un continente en el que siempre ha habido una creatividad política enorme, y estas experiencias han dejado cosas muy interesantes. He hablado de Chile, también Bolivia, las elecciones ahora en Brasil. Alberto Fernández es un caso muy interesante y los describe mi último libro, porque es el único presidente que llega al poder y después viene la pandemia. Viene con un programa, pero el programa se vuelve la pandemia. Alberto Fernández tuvo un coraje enorme para enfrentarla. Un gran problema es la herencia brutal de neoliberalismo, de destrucción del Estado, de las políticas sociales, de la economía. Esa herencia es brutal y lleva tiempo la reconstrucción. Además, es una sociedad muy movilizada, con movimientos sociales y populares fuertes, el de mujeres es fortísimo y en estos días se expresa en la lucha por el aborto legal. Hay toda una sociedad muy creativa, y eso se nota. Esta es una gran oportunidad para repensar un poco la política y para volver a una articulación continental; yo pienso que la idea de matriz de articulación regional, como el ALCA, o UNASUR, fueron muy interesantes. Esta semana mirá lo que China y los países asiáticos están haciendo: el más grande conjunto de libre comercio, de articulación económica. Sin los Estados Unidos, y sin Europa; es mucho más grande que cualquier acuerdo europeo, mucho más grande que el tratado entre Estados Unidos, México y Canadá. Entonces, ¿por qué no entender que el continente no es el patio trasero de los Estados Unidos? Y tiene que tener más autonomía, porque son todos de desarrollo intermedio, de mucha población. Hay que reinventar y en este momento, sobre todo, hay que hacer una autocrítica. A las personas de izquierda no les gusta, porque viene de la época de Stalin, pero la autocrítica es la auto reflexión, es repensar las izquierdas.

América Latina: el patio trasero

Para entender los procesos políticos latinoamericanos, Boaventura de Sousa Santos pone la lupa en las asimetrías, en lo cultural. Estudia las democracias tribales, mira las economías urbanas, critica los sistemas educativos, se enfoca en lo múltiple, lo pluricultural. Sostiene que el Estado tiene que ser refundado porque esta democracia liberal ha llegado a su límite. Dice que las izquierdas del Norte global sean eurocéntricas no es novedad, pero que las izquierdas del sur sean racistas con los pueblos indígenas y afrodescendientes, es producto de la exclusión que produjo el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado.

–¿Cómo deberían plasmarse estos cambios en América Latina, la cual aparece como una Región en disputa?

–Es esperanzador lo que está ocurriendo y nos tiene que llevar a reflexionar. Por ejemplo, el caso de Bolivia, es el único país que tiene la mayoría indígena del continente, 60% de la población. Yo pienso que los occidentales de izquierda, nosotros los blancos de izquierda, intelectuales, no entendemos los pueblos indígenas. Hay que ser muy humildes, porque no tenemos conceptos. Cuando ganó el MAS de nuevo, la sorpresa fue enorme, porque no imaginaban que los indígenas volverían tan rápido al gobierno. Porque no entienden el alma indígena. Después de la salida de Evo reconstruyeron el MAS, los liderazgos, se animaron de otra manera, con otra gente.

–¿Hubo reflexión? ¿Hubo aprendizaje?

–Estamos repensando todo y las cosas están cambiando. El contexto internacional de esos años hasta el 2014 permitió que en algunos países de América Latina como Brasil o Argentina la gente fuera menos pobre, sin que los ricos dejaran de enriquecerse. Hubo políticas de redistribución por parte de los gobiernos populares pero el ciclo de las comodities cambió y los modelos entraron en crisis. Cualquiera que hayan sido los errores cometidos en los procesos populares, sabemos que no pueden repetirse. Porque los precios de los commodities no están como estaban, porque las condiciones son muy distintas, y porque hay una deslegitimación de todo el modelo neoextractivista. La agricultura industrial tiene que disminuir, puede ser una transición, pero debe lograrse; si no diversificamos la economía, es un desastre. Eso ya lo sabemos. Me parece que ahora estamos en un punto de repensar las cosas. Con Alberto Fernández en Argentina, AMLO en México, son las dos esperanzas. AMLO es un poco más complejo que Alberto, a mi juicio. Tenemos bastantes avances en Chile, y la corriente para iniciar el proceso constituyente, que va a ser muy conflictiva de aquí en adelante. Entonces me parece que las cosas están cambiando, y que de alguna manera en América Latina se están dando respuestas porque la gente está, los movimientos sociales siguen luchando, aunque sea en pésimas condiciones como en Colombia.

* Bernarda Llorente es la presidenta de la agencia Télam.

Fuente e Imagen: https://www.pagina12.com.ar/310091-las-tres-salidas-a-la-pandemia-segun-boaventura-de-sousa-san?fbclid=IwAR01AdDxT7vczxuczoBqghynuUcPlsTWyYRFm37D_3YWPmtbT2YOuPs_mHQ

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Entrevista a Jaume M. Bonafé: «Un buen maestro es, fundamentalmente, una persona sabia»

Entrevistas/Diciembre 2020/Autor: Pablo Gutiérrez del Álamo/eldiariodelaeducacion.com

  • Jaume M. Bonafé es maestro y profesor de la Universidad de Valencia. También toca en un grupo de música desde hace décadas. Acabo de publicar, junto a Jaume Carbonell, Otra educación con cine, literatura y canciones, un libro de 170 páginas en el que ambos desgranan sus ideas sobre cómo debería pensarse la educación, la escuela, la profesión docente, apoyándose en la cultura popular a través de películas, libros y temas musicales. Un ejercicio de acercamiento de la escuela a la cultura popular y viceversa.

Nos «encontramos» con Jaume M. Bonafé, a través de una de las múltiples plataformas digitales, para mantener una conversación que, aunque dura menos de una hora, podría haberse alargado mucho más. El tiempo y el espacio en la prensa impiden que esto sea así. Hablamos, no solo del libro que acaba de publicar junto a Jaume Carbonell, con la editorial Octaedro. Un volumen en el que se leen entre líneas esas conversaciones que dieron luz al germen del libro. En una barra de bar, confiesa Bonafé. Se trata de un libro de dos buenos amigos en el que ambos han plasmado sus ideas sobre la educación, la escuela y el magisterio dando saltos a hombros de gigantes, esta vez, personificados en libros, películas y canciones de lo más variopinto. Desde Freinet hasta Pink Floyd pasando por Carmen Martín Gaite o Adolfo Aristarain.

Es interesante el ejercicio que hacéis en el libro de evitar la cita más pedagógica, más sesuda, por la cita cultural, de cine, literatura y música…

Hemos escrito mucho desde la pedagogía, con la pedagogía, desde la academia, con citas académicas… Vamos a pensar en la educación desde lo que nos sugiere el cine, la canción y la literatura. Vamos a construir el discurso educativo desde esa cita, desde esa secuencia cinematográfica o el fragmento de una novela o poema. Ese es el punto de partida. Ayudarnos a pensar la educación desde la cultura popular.

Tiene mucho que ver con el propio contenido, de la pedagogía de la que habláis…

Lo que entendemos es que en las canciones, en las novelas que leemos, en los poemas o películas que nos emocionan hay todo un trasfondo, un discurso cultural y también educativo, una experiencia cultural que nos educa. Que nos confiere identidad y que nos construye como seres humanos. Vamos a analizar eso. Teníamos una cosa clara: no vamos a continuar, recuperando del cine o la literatura, aquello que en la escuela se ha hecho mal, la escuela de la dictadura, cerrada, la escuela cuartel. Vamos ver lo que nos sugiere García Márquez o Lorca, o Bertolt Brecht para pensar en propositivo sobre una escuela que puede ayudar a construir un mundo mejor. Una escuela y una educación que se puede hacer mejor y que puede servir para pensar de otra manera el mundo que estamos viviendo. Yo creo que esa fue otra intención importante en el libro. Tratar de hablar en positivo y buscar las citas, aquellas referencias que nos ayuden a pensar que es posible otra educación, más emancipadora, integral, más pensada para el crecimiento del ser humano.

Me viene a la cabeza una escuela más horizontal en sus relaciones, entre la propia comunidad educativa y de esta hacia afuera. Hacéis una defensa del uso del afuera, de la ciudad o de la naturaleza, como herramienta de aprendizaje. También criticáis el uso del libro de texto y del currículo actual…

Ciertamente el debate, de nuevo, se queda reducido, encerrado en la discusión de expertos que creo que están reproduciendo lo que ya hemos visto en otras ocasiones. Y no veo por ahí la posibilidad de un avance real de cambio curricular. Yo creo que el currículo es un dispositivo que selecciona cultura y, también, un modo de entender el mundo y de entendernos a nosotros en él.

El debate tendría que ser cómo acudimos a las urgencias en estos momentos para ver cómo desde la escuela y el currículo construimos significados, herramientas, conocimientos, etc. que nos ayuden a entender que vivimos en un mundo que tenemos que aprender a cuidar, a cuidarnos a nosotros en él, a hacerlo menos machista, a profundizar en la raíz de la democracia, a cuestionar el capitalismo como único modo de vida… Por qué no entender ese dispositivo que selecciona cultura como una manera también de ayudar a pensar otro mundo. Eso significa explicar valores.

Es curioso que se cita a instituciones como la OCDE, pero hay un cierto temor a recurrir a los autores y a las corrientes que nos han ayudado a pensar que la educación y que el mundo puede ser de otra manera y que puede ser transformado. Esta idea de la transformación me parece que es fundamental también en este debate sobre el currículo. Qué queremos cambiar. Es una cuestión fundamental, el compromiso con otros valores…

Hay un par de ideas que me gustaría subrayar. La primera: la simplificación del lenguaje, de las propuestas, el no envolverse de parafernalia lingüística que lo que hace es distanciar el discurso de los maestros. Esto es fundamental: simplificar y recudir. La segunda cuestión, explicitar valores. Y qué es lo esencial, qué es lo urgente y lo importante. Y es relevante para el cambio curricular. Es curioso porque en los debates que he escuchado con las sesiones del Ministerio, este tipo de cuestiones no está presente. Por qué no hablar por ejemplo del laicismo, como un valor que debe impregnar toda la propuesta.

Si no traducimos el currículo en algún tipo de mecanismo que articule cómo se va a desarrollar en la práctica, que tiene que ver con una nueva formación del profesorado, queda el currículo desgajado, separado de lo que será la práctica real.

Tres cuestiones que deberían estar en relación y que siempre se tratan por separado: una, el marco curricular; dos, cómo se concreta en la escuela, relacionar el marco curricular con prácticas concretas, ¿vamos a seguir con las disciplinas separadas? Mal camino si seguimos por él, despreciando la experiencia cotidiana, y, tres, ¿con qué profesorado? Hay una idea de Stenhouse muy potente: el diseño del currículo es también una forma de desarrollar la profesionalidad de los docentes. Según el diseño de currículo que propongas facilitas un desarrollo o lo dificultas. El debate sobre el curriculo es un debate también sobre profesorado. Si estás de acuerdo con que el profesorado tienen que trabajar desde la cooperación, el trabajo en equipo y la horizontalidad, tienes que buscar un diseño curricular que ponga a funcionar la cooperación entre profesores. Esto lo puede facilitar el trabajar por ámbitos, por proyectos en vez de por separado por disciplinas.

Según está planteada la ley, parece que sí habrá cierto margen para esto último que comentas de trabajar por ámbitos y demás. ¿Tienes confianza en que sea así?

Siemre hay que esperar a los desarrollos para hacer una valoración u otra. Pero lo que está claro es que la autonomía de los centros, hay que facilitarla. La cuestión primordial es, si tienes una buena idea, ministra, facilita que se pueda poner en funcionamiento en la práctica real, busca las estrategias que hacen que esa buena idea se pueda traducir en prácticas reales. Porque muchas veces esas buenas ideas se quedan en principios generales y son otros, por ejemplo, las grandes multinacionales del libro de texto, quienes articulan la concreción. Y la articulan de una manera, a veces, contradictoria con la idea general. Cuáles son los desarrollos concretos que pueden hacer funcionar las grandes ideas, esta es la cuestión. Si no, las buenas ideas se quedan en declaraciones ministeriales o institucionales, de un experto. Pero hay otros dispositivos o mecanismos que concretarán esas ideas. El objetivo es saber quién va a tener en sus manos la posibilidad del desarrollo curricular en las aulas y en las escuelas. Este es el debate, en manos de quién dejamos la concreción del currículo.

Y eso ¿cómo se hace?

Por ejemplo, hemos defendido, desde el Foro de Sevilla o en el propio libro, la necesidad de que haya un instituto autónomo, independiente de la administración que facilite, que recupere las investigaciones y experiencias positivas, interesantes que se desarrollan en las escuelas sobre la investigación del currículo. Y, por otro, que facilite la investigación en el propio centro. Y así, que ayude a concretar el currículo. Esta sería una posibilidad.
El plano intermedio entre el marco curricular y la práctica concreta de una maestra. Es un lugar importante, estratégico. Es donde se concreta lo que se puede hacer y lo que no se puede. Lo que te dejan y lo que no te dejan hacer.

Sin la confianza en los docentes no hay cambio curricular ni cambio real en las escuelas

Si crees que un maestro es un aplicador técnico, mecánico de un currículo, el libro de texto ahí te funciona. Si lo que crees es que el maestro debe tomar en sus manos la reflexión, la investigación, el debate cooperativo con otros colegas sobre cómo mejorar el currículo, entonces necesitas otro tipo de mecanismos.

Ahora estamos en un tiempo en el que no parece que haya confianza en los docentes. Lo estamos viendo desde el 1-O en Cataluña y luego en otras comunidades a cuenta del pin parental, que también nombráis en el libro… Parece que la sociedad ha dejado de fiarse de los docentes…

Una cosa está clara, sin la confianza en los docentes no hay cambio real, no hay cambio curricular ni cambio real en las escuelas. Es verdad que los docentes necesitarán otra formación distinta a la que están recibiendo en estos momentos en las facultades. Una formación inicial obsesionada con el expertismo disciplinar no es la mejor formación para una buena maestra. A la formación inicial se le escapa la pregunta fundamental, la de raíz: qué significa ser un buen maestro, una buena maestra.

Cuáles son los buenos saberes con los que funcionan los maestros, los que hacen una buena pedagogía dentro del aula. Esta es una cuestión fundamental. Creo que un buen maestro es, fundamentalmente, una persona sabia, no un experto disciplinar. Es decir, una persona que pone en relación múltiples saberes y los pone al servicio del crecimiento del ser humano. Una persona que sabe conjugar múltiples formas de saber, pero que tiene claro que ese saber está al servicio del ser humano. Entender las matemáticas para hacer crecer a esta niña o este niño, no para someterlo a controles. Esa idea de la persona sabia frente al experto disciplinar a mí me parece que es fundamental en la formación inicial de profesores. Y me parece que esto está todavía por pensarse y trabajarse en la formación inicial.

Después hay otra cosa. A esta idea de la persona sabia, hay otra cuestión fundamental: cómo construyes el deseo. En el libro citamos una película hermosísima, Buda explotó por vergüenza, sobre una niña de seis años, en el Afganistán de los talibanes, que trata de resolver infinidad de dificultades porque quiere ir a la escuela. En esta niña ha crecido el deseo y cree que la escuela puede ser divertida. Esa potencia que mueve a un sujeto a querer estar en la escuela, esto lo tiene que provocar el maestro o la maestra. Esto tiene que saberse cultivar, no puede ser una lotería, no puedo decir qué suerte he tenido con el maestro de mi hija. Esto tiene que construirse como un saber de formación. Inicial y permanente. Para eso tienes que ser un maestro apasionado.

Y otra cosa fundamental de la formación inicial, cómo desarrollas un currículo de formación de magisterio vinculado al desarrollo social. Estamos hablando de una formación radicalmente comprometida con la sociedad y con un modelo de sociedad, de entender el mundo y al sujeto. ¿Cómo aprender a comprometerte con ese sujeto? ¿o te da igual, das tu asignatura y ya? Freinet lo decía muy bien, no podemos ser revolucionarios en el aula y conservadores en la calle. Pero tampoco podemos ser revolucionarios en la calle y conservadores en el aula.

Parece algo titánico en un colectivo tan grande y diverso.

Ciertamente lo es. Yo he vivido el momento de eclosión de los MRP, donde esto era algo fundamental. Estábamos en las escuelas de verano y en los MRP entendiendo que teníamos que ser unos buenos maestros, que teníamos que hacer la mejor didáctica en el aula y también porque queríamos en una sociedad democrática, igualitaria, impregnada de otros valores como la defensa del territorio, del medioambiente, etc. No sé si éramos una minoría, pero sí teníamos una autoridad moral, ética para que en el debate en el claustro pudiéramos tener fuerza…

Hace algún tiempo publicamos algún artículo sobre los silencios en los claustros. Esa conversación había desaparecido, no sé si por el miedo a la censura o para evitar problemas . ¿por qué crees que sucede esto?

Déjame que haga un poco de publicidad del libro y luego te respondo. Yo creo que en los claustros donde reina el silencio nuestro libro tendría que estar recetado como principio del combate, de la ruptura del silencio porque es una invitación al diálogo. Como cuando vamos al cine en compañía, al salir, comentamos la película, qué conceptos se han activado para pensar de otra manera… el libro es un diálogo con el cine, la literatura y la canción y, al mismo tiempo, desde las tres, un diálogo con nosotros y con los colegas. Tendría que ser un artefacto que ayudara al diálogo en los claustros. Frente al silencio, el debate sobre un poema de Celaya que nos dice que nos embarquemos en la aventura de una educación que nos compromete y que ayuda a que los niños crezcan en libertad, en autonomía y juicio crítico.

Estamos bombardeados por un conjunto de normas que burocratizan la práctica

Además de esto, creo que no es una tontería que ya son muchos años en los que se ha hegemonizado ese discurso, la cultura neoliberal de “yo a lo mío”, «a mí no me metas en líos». Es curioso porque aquello en lo que yo me socialicé como joven maestro de escuela, en la necesidad del encuentro, desde la cooperación y la horizontalidad era posible una formación de calidad, transformadora, esto directamente el neoliberalismo lo ha combatido y se ha hegemonizado otro modelo cultural y relacional. Y, además, las administraciones, en muchas ocasiones, han facilitado ciertos modelos de innovación han priorizado este esquema individualizador. El concepto de trabajo en equipo, cooperación, investigación en el centro, aquellos principios como la investigación acción, el apoyo mutuo, en estamos momentos, no han desaparecido, pero no forman parte del discurso dominante en la formación inicial ni permanente. Tendría que recuperarse.

También, cuando se incrementa la norma y se burocratiza hay menos tiempo para el desarrollo profesional basado en el diálogo de la cooperación y el trabajo en equipo. Estamos bombardeados por un conjunto de normas que burocratizan la práctica. Lo he visto en la universidad también donde todo el mundo tienen que planificar igual…

¿Cómo diferenciarías la innovación de la renovación pedagógica?

La renovación se basa en una tradición de cambio y compromiso donde la memoria de cuál ha sido el proceso para construir una alternativa pedagógica está presente en el momento en el que pensamos la transformación de la escuela. Recupera la memoria y trabaja con ella. Desde Freinet ya está cuestionado el libro de texto, le molestaba para el tipo de pedagogía que estaba haciendo. Y, además, esa memoria y el compromiso tienen un claro componente ético y social.

Y la innovación educativa muchas veces se corresponde con modas, con gurús que inventan no sé qué, con una parafernalia terminológica que no se corresponde con las preguntas reales de los maestros y maestras en las escuelas. Muy vinculada a la tecnología. Claro que hemos de formarnos tecnológicamente, claro que sí, pero la innovación tendría que ser otra cosa distinta a la moda, a la ignorancia de la memoria, a su desprecio. Cómo es posible que en los proyectos de innovación no se hable de Dewey, de Freire, Freinet, o del compromiso social en Ferrer i Guardia. No es que seamos nostálgicos de nada, es que son las raíces sobre las que crece un árbol, con fuerza.

Habláis en el libro de la relación con el afuera, con la ciudad y la naturaleza y en cierta medida, en la relación dialógica entre todas las personas que componen la escuela.

Claro, nos educamos no solo en el aula, también en los paseos por un centro comercial un viernes por la tarde, o cuando nos encontramos con los amigos, cuando vamos a ver un concierto… hay multiplicidad de experiencias de la vida cotidiana que forman parte de un proyecto educativo. El análisis de qué culturas y educación se producen fuera de la escuela es fundamental. Y la escuela tiene que ayudar a interpretar los discursos, los lenguajes de fuera que nos confieren identidad, significado, como seres humanos. Nos compromete qué está pasando fuera de la escuela. Discursos que muchas veces son contradictorios y ese conflicto tiene que ser resuelto en términos dialógicos. Con análisis e interpretación.

Quería preguntarte por cómo os habéis repartido el trabajo para las citas del libro. No sé si tú que tocas en un grupo de música han hecho más aportaciones en esa partes…

El libro está construido desde la amistad, lo hemos ido dialogando, compartiendo, pasándonos citas de todo tipo. De hecho no es un libro de despacho, nace en la barra de un bar donde soñamos con construir un discurso pedagógico. Hemos compartido mucho en el proceso de construcción del libro.

He estado más obsesionado con la cuestión de la canción popular, por un tema de biografía. La educación forma parte de la cultura popular y esta está impregnada de intereses económicos, sociales, culturales… es, por tanto, un escenario de poder. La pregunta es qué hay detrás de un concierto de AC/DC o de Rosalía o detrás de una canción de Krahe o de Sabina o Lluis Llac. Me ha preocupado siempre la canción como transmisión de un modelo cultural, a parte de que me ha interesado y he crecido con y desde la música, sobre todo, desde la canción popular.

Sobre la construcción del libro ha habido una composición equilibrada porque hemos compartido todo y sí que es verdad que, a lo mejor, en la parte musical he podido tener algo más de influencia que Jaume.

En la disciplinariedad, separada de la vida cotidiana, no cabe la cultura popular

Parece que no os hayáis olvidado de nada. Es un libro relativamente corto y está plagado de referencias de lo más variopinto.

La banda sonora del libro, que está colgada en YouTube y en Spotify, son 64 canciones. Y es importante porque el tratamiento de la literatura sobre la educación ya está hecha, de algún modo en otros autores, e otra manera, pero la canción no. nunca se había tratado. Analizar ese joven Bob Dylan que en 1963 canta aquello de que los tiempos están cambiando, nos anuncia la posibilidad de un movimiento joven que va a denunciar la guerra o la inmoralidad del mundo adulto, retratada en El graduado… hemos incorporado la música a ese análisis.

En esta relación que establecéis en el libro entre escuela y cultura popular, crees que la primera se toma el tiempo para mirar a la segunda, para usarla también como herramienta también. Pienso sobre todo en la música y en el cine sobre todo.

Creo que la escuela por definición ignora o incluso desprecia la cultura popular. A ver, es una forma de hablar. Seguro que hay escuelas que trabajan con ella, que recuperan la canción o el cine para hacer cosas. Pero en términos generales la cultura popular está despreciada porque la escuela cree que es la disciplinariedad académica la que formará al sujeto. En la disciplinariedad, separada de la vida cotidiana, no cabe la cultura popular.
Volvemos al principio. Cómo podrían funcionar mejor esas matemáticas, esa lengua o esa historia si no es vinculándose a la experiencia, a las historias que vivimos, alas canciones que nos cantan, las historias que nos emocionan? La única forma de hacer vivible en el mejor sentido, ese saber académico, experto, vincularlo la cultura popular, vinculándolo, acercándolo a la cultura popular, porque es nuestra experiencia cotidiana. Sin embargo, la escuela, en general, y desde el punto de vista del currículo, está alejada de la cultura popular. El libro muestra que es en esta donde encontramos referentes e ideas para pensar que la escuela puede ser de otra manera.
El libro comienza con una cita de García Márquez, con una definición sobre educación, una síntesis perfecta.
Hay una secuencia que tendría que ser de obligado visionado en todas las facultades, de Lugares comunes, donde Federico Luppi, docente de la universidad les dice a los alumnos en su último día: estamos aquí para enseñar a pensar, no para reproducir. Estamos para enseñar a pensar, es la función fundamental del educador. Es un mensaje de una potencia impresionante.

En todo esto, qué papel tiene la escuela pública, de la que habláis en el libro también.

Yo creo que es un principio fundamental de los MRP. La educación es un servicio público y como tal debe estar al acceso de todos los ciudadanos, de todos. No puede haber nada que impida esa posibilidad, porque es un derecho. Un derecho humano. Ha de ser necesariamente pública. Deberíamos que incorporarle algo más que el servicio; en tanto que público debería estar construido por el público, por el pueblo. Y eso significa un debate popular y serio donde nos cuestionemos como ciudadanía qué escuela y qué educación queremos para qué mundo. Esto constituiría la educación pública: el lugar, la esfera en la que podemos construir el proyecto de vida, de cultura y de mundo en el que queremos vivir. Y ahí no cabe la educación como negocio, privada, la transmisión ideológica. En estos momentos, por pura estrategia, tengamos que estar negociando, concertando ese servicio es otra cuestión. Habría que recordar que esa idea de concierto, nací´en un momento en el que había una necesidad porque no había posibilidad de un servicio público.

El concepto de la educación pública debería ser en el que todas y todos cabemos y que es de todos y de todas. Y que quienes menos tienen son quienes han de sentirse más reconocidos en ese espacio. Hay otros con otras posibilidades, pero quienes menos tienen deben sentirse más reconocidos en esa posibilidad…

Con las diferentes citas que hacéis a lo largo del libro, ¿qué buscáis?

Se trata de libros, de secuencias o de canciones que a nosotros nos tiran de la orejas, esa es la provocación que hemos querido plantear en el libro. Nos hemos querido dejar tirar de las orejas y desde esos textos planteamos la posibilidad de que esto pueda ser discutido, pensado por otras personas.

Es verdad que está casi todo, hay muchas citas pero una de las cosas que pueden resultar positivas es que cuando estás leyendo te puede recordar alguna otra referencia. El libro evoca el recuerdo desde la experiencia del lector a otras referencias que no están en el libro, creo que es positivo. Porque no es un libro cerrado y que podría construirse con otras referencias. Ahora, las que están, por nuestra parte, están muy pensadas, no tomadas al azar.

Se nota, además, el esfuerzo que habéis hecho de que las citas no sean demasiado eurocéntricas.

Ha sido un esfuerzo intencionado. Teníamos una especie de listado estadístico para ver cómo reflejábamos cosas como la diversidad territorial y cultural, la presencia de hombres y mujeres. Hemos intentado que el libro abriera el abanico, que se escapara del eurocentrismo o de la cultura patriarcal aunque somos víctimas y deudores de esas culturas y seguramente, desde otro lugar u otro esfuerzo apareciesen otras posibilidades. Pero lo hemos intentado de manera muy intencionada.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/12/01/jaume-m-bonafe-un-buen-maestro-es-fundamentalmente-una-persona-sabia/

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Entrevista al Dr. Francisco García Ucha: La enseñanza de la Psicología del Deporte depende del conocimiento vivencial.

Por: Y. Barrios Hernández  

Entrevistamos a Francisco García Ucha, psicólogo, Dr. en Ciencias Psicológicas. Fundador de la Psicología del Deporte en Cuba. Se desempeña como Profesor Titular del Instituto Superior de Cultura Física “Manuel Fajardo” perteneciente a la Universidad del Deporte de Cuba. Además es Investigador Titular del Ministerio de Ciencias, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba.

Sus líneas de investigación se desarrollan en torno a la esfera de motivación del deportista, estrés y ansiedad, entrenamiento psicológico del deportista, comunicación entrenador-deportista y psicología experimental en el deporte. Autor de los Libros: Las emociones en el deporte, Fundamentos de la Psicología del deporte. Aspectos Históricos, Teóricos, Metodológicos y Aplicativos, Motivaciones Superiores en Deportistas Peruanos, Fundamentos de la Psicología del Deporte de Alta Competencia, Psicología de las Emociones en el Deporte, Herramientas psicológicas en el deporte.

Entrevista al Dr. Francisco García Ucha

¿Cuál fue la motivación que lo llevó a estudiar psicología y de alguna manera especializarse en la psicología del deporte?

Me relacionaba con el padre de un amigo que era psiquiatra, este me comentaba acerca de la importancia de la Psicología, en esos momentos en especial del psicoanálisis. Me incliné a la lectura de libros relacionado con el tema, los cuales dieron lugar a encontrar un sentido de vida junto a la Psicología.

Al culminar la Universidad fui ubicado en el Instituto Nacional de Deporte Educación Física y Recreación, donde encontré un grupo de colegas que ya trabajaban en la Psicología del Deporte y sostuvimos diferentes intercambios y las experiencias vividas por ello me fascinaron por la importancia social del deporte, por el carácter aplicado de la especialidad, por el hecho que se trabajaba con personas sanas que deseaban alcanzar metas elevadas, además de que la Psicología del Deporte se integra a toda la Psicología en especial la general.

¿Qué opinión le merece el desarrollo que ha alcanzado la Psicología del Deporte a nivel internacional?

La Psicología del Deporte ocupa un lugar de importancia en el área del deporte tanto, en la práctica profesional como en el área de la investigación y en el desarrollo de conocimientos novedosos para todo lo relacionado con el ejercicio físico. Uno de los problemas más complejos está relacionado con el vencimiento de los récords en muchas modalidades deportivas y conocer hasta dónde pueden ser mejorados gracias a la preparación psicológica.

Hay regiones donde existe una alta demanda de los psicólogos del deporte y en el plano de la formación profesional se abren cada día diferentes modalidades de preparación y formación en la especialidad. También es proclive el número de publicaciones, tanto en revistas como en libros, sitios web, consultoras sobre la especialidad, lo que brinda una imagen de la trascendencia de la Psicología de Deporte.

¿Se encuentra Cuba en el momento actual a tono con las visiones más contemporáneas y formas de hacer de la psicología deportiva en el mundo? ¿Por qué?

Cuba se encuentra a tono con las visiones más contemporáneas aunque contamos con determinadas limitaciones debido, en primer lugar al bloqueo impuesto a nuestro país por Estados Unidos que afecta la participación en las publicaciones de algunas de las revistas y los medios que posee este país. También, en la falta de financiamiento para hacer uso de los recursos en internet y en general informática. A pesar de estas circunstancias se avanza en resolver las limitaciones y ampliar el área de intercambio con los especialistas en diferentes regiones.

Los psicólogos cubanos, en ocasiones logran participar en los eventos científicos de mayor importancia en el exterior, ocupan cargos internacionales en organizaciones y sociedades en Psicología del Deporte lo que permite a grande rasgos una visión de los trabajos más novedosos de las investigaciones y los proyectos más avanzados.

En el ámbito mundial hay una gran consideración a los logros y resultados de los deportistas cubanos lo que se enlaza también a la consideración del impacto de la Psicología del Deporte por contribuir a alcanzar esos resultados.

¿Podemos hablar entonces de una crisis en la Psicología del Deporte cubana?

No hay una crisis, cada vez se avanza más en la actualización y en la participación de los programas de investigación, formación académica y aplicación en la práctica.

¿Podemos decir entonces, que la psicología del deporte cubana está en un momento de máximo esplendor?

Si bien no podemos decir que se encuentra en el máximo esplendor se encuentra en una etapa de perfeccionamiento y actualización que va a permitir alcanzar grados superiores de excelencia en la aplicación de la especialidad.

Como mismo se habla en el ballet de la presencia de una escuela Rusa, Danesa, Italiana, Francesa y Cubana a partir de la forma de asumir y hacer suyos los presupuestos teóricos y metodológicos de la enseñanza del ballet. En su opinión ¿podríamos hablar de una escuela cubana de psicología del deporte?

En realidad las experiencias y logros de la Psicología del Deporte permiten hablar de un conjunto de supuestos y resultados fruto de su práctica profesional, en el campo de la investigación y la docencia que darían lugar a denominarla como Escuela Cubana de Psicología del Deporte. Esta se ha desarrollado desde 1966 y en realidad el asunto transita por llegar a elaborar los supuestos que  amparan esta denominación.

Si tuviera la oportunidad de cambiar algo en la forma actual de enseñar la psicología, ¿qué cambiaría?

Toda la enseñanza de la Psicología del Deporte depende del conocimiento vivencial. Quienes enseñan la Psicología del Deporte deben tener experiencias prácticas asimiladas en la práctica. Es el principio martiano de que las universidades deben estar situadas en las fábricas, lo que quiere decir situadas donde se ejerce la práctica. En este caso sería en los centros de entrenamiento y competencias, con los deportistas y su equipo.

¿La forma de hacer psicología en Cuba, de manera general, se acerca a la psicología que como psicólogo usted soñó?    

Si podemos decir que hay un acercamiento y una intención real de mejorarla sobre todo en los jóvenes psicólogos que con entusiasmo enfrentan tareas cada vez más complejas.

Fuente e imagen:  https://www.sicologiasinp.com/entrevistas/la-ensenanza-la-psicologia-del-deporte-depende-del-conocimiento-vivencial-entrevista-al-dr-francisco-garcia-ucha/

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Entrevista: Educación y empleo sostenibles, las mejores ayudas para los países del norte de África

Por: ABC.es

Andrea Brentan, presidente de EFE-Europa, habla sobre la labor que la fundación que dirige desarrolla en Oriente Medio y la región norteafricana para formar y dar trabajo a los jóvenes en sus lugares de origen.

Hoy tengo el placer de entrevistar al italiano Andrea Brentan, presidente de la Fundación Educación para el Empleo (EFE-Europa), antiguo Ceo de Endesa, cofundador de startups y fondos. La entrevista es muy interesante por la labor de ayuda que EFE-Europa desarrolla en el norte de África a favor de los jóvenes para su formación y empleo directamente en sus países de origen.

Andrea, ¿porqué has aceptado la Presidencia de la Fundación Educación para el Empleo (EFE-Europa)? ¿Qué es EFE-Europa y cuándo nace?

EFE-Europa es una fundación sin ánimo de lucro, con sede en España, fundada en 2006. Desde su creación, EFE-Europa ha formado a más de 115.000 jóvenes desempleados y desamparados en la región de Oriente Medio y el norte de África, de los cuales más de la mitad son mujeres, colocándolos en puestos de trabajo con porcentajes de retención muy altos. Por ello, cuando terminó el mandato de mi predecesor, Aldo Olcese, quien tanto hizo en sus nueve años como presidente, y habiendo visto yo mismo cómo opera EFE-Europa en mis años como consejero, no dudé en aceptar la presidencia; no hay mejor manera de contrarrestar los muy altos niveles de desempleo en aquella región y sus graves consecuencias sociales que formar a los jóvenes en las capacidades consideradas prioritarias por las empresas y colocarlos en puestos de trabajo. Estos problemas se han agravado sobremanera a raíz de la pandemia, haciendo la labor de la Fundación más necesaria que nunca.

¿Cómo está organizada la Fundación? ¿En qué países opera y con cuántas personas dedicadas?

EFE-Europa es el brazo europeo de la red internacional Education For Employment (Red EFE), que opera principalmente en Marruecos, Argelia, Túnez, Egipto, Jordania, Yemen, a través de entidades locales afifiadas y personal local especializado en cada uno de los países donde implementamos nuestros proyectos. Asimismo, como parte de iniciativas multipaís, también colaboramos con organizaciones en España y en Portugal para atajar el desempleo juvenil en estos países. En total, tenemos unas 150 personas dedicadas y contamos con una red de más de 2.500 formadores certificados que imparten nuestros cursos según la demanda del mercado laboral. La cercanía geográfica y cultural de EFE-Europa nos permite trabajar muy eficazmente de la mano de esas entidades locales en la consecución de fondos en Europa por parte de instituciones, empresas y particulares, en las consultas con las empresas sobre sus prioridades de formación y empleo, en el diseño y la realización de los cursos de formación y en la colocación de los jóvenes en puestos de trabajo de manera sostenible. Estamos trabajando para que los fondos recaudados no disminuyan a raíz de la pandemia y nos permitan incluso aumentar el número de personas dedicadas a fin de incrementar nuestra contribución a la disminución de los niveles de desempleo, que se han disparado precisamente a raíz de la pandemia.

¿Cuál es el objetivo concreto y cuántos jóvenes se educan para el empleo al año?

El objetivo concreto es colocar a jóvenes desempleados y desamparados en puestos de trabajo, con altos niveles de retención. Nuestro éxito radica en nuestra orientación a la demanda del mercado: realizamos consultas con la empresa privada para identificar sus necesidades concretas de contratación y, sobre todo, las competencias que buscan en los candidatos que entrevistan. Ello nos permite diseñar y ejecutar programas de formación a medida en varias especializaciones técnicas, competencias digitales, idiomas, de actitud y relación, garantizando así la colocación y, muy importante, la retención laboral. Hacemos un exhaustivo seguimiento de nuestros programas y seguimos prestando apoyo a nuestros jóvenes beneficiarios y a las empresas para asegurar la sostenibilidad de los resultados. Entre 2017 y 2019, formamos a alrededor de 60.000 jóvenes. Para 2020, a pesar de la pandemia, alcanzaremos a 11.000 jóvenes más, gracias a la agilidad que nos ha permitido pasar a un alto porcentaje de formación a distancia a través de los medios digitales. El objetivo es seguir aumentando constantemente nuestro número de beneficiarios de cara a los próximos años.

¿Qué papel juega la Fundación en el panorama actual? Segurament,e la labor de EFE-Europa será aún más necesaria con la pandemia, que está empeorando la situación de desempleo en los países africanos?

Los jóvenes y las mujeres están siendo los más afectados por los efectos socioeconómicos de la Covid-19. Antes de la pandemia, el desempleo juvenil en la región de Oriente Medio y el Norte de África ya rozaba el 27% (la mayor tasa a nivel mundial), llegando al 43% en el caso de las jóvenes. A raíz de la crisis, se estima que, aproximadamente, uno de cada cinco jóvenes ha perdido su empleo, con empeoramientos aún más marcados en el caso de las mujeres. En este entorno, está claro que el papel de EFE, precisamente dirigido a contrarrestar directamente el desempleo, asume una importancia socioeconómica aún mayor. Tras un comprensible giro inicial y la priorización de los proyectos sanitarios por parte de la comunidad donante, es lógico que los financiadores aumenten sus contribuciones a nuestras iniciativas, lo que se traducirá en una mejora efectiva de los problemas sociales que conlleva el desempleo.

¿Cuán importante es ayudar a los jóvenes a prosperar en sus países de origen? Por otro lado, pienso que para ayudar a los países en su desarrollo cultural y económico no hay mejor vía que la educación y la formación de los jóvenes.

Los efectos devastadores de la migración incontrolada a niveles muy superiores a la capacidad de absorción de los países europeos sobre los migrantes económicos y el tejido social de estos países, así como las tensiones sociales que provoca el desempleo en los países de origen, están bajo la mirada de cada uno de nosotros. Por tanto, ofrecer a los jóvenes una oportunidad concreta de empleo sostenible en sus países, además de satisfacer una primordial y legítima aspiración y necesidad, es una de las, por no decir, «la» manera de atajar esos efectos.

¿Cuál es el perfil de las empresas que financian la labor de EFE-Europa?

Hay más de un perfil. Uno de los más importantes es el de empresas que han puesto la responsabilidad social, la sostenibilidad o los criterios ASG en sus prioridades concretas y que reconocen como objetivo social prioritario, tanto para Europa como para los países del otro lado del Mediterráneo, contrarrestar el desempleo. Además, ello genera una evolución favorable directa del contexto donde operan estas empresas cuando tengan operaciones en los países donde actuamos. Además de las empresas, también contamos con financiadores institucionales que tienen como objetivo prioritario mejorar el empleo a través de la formación. Y empezamos también a trabajar con particulares que quieren contribuir a la solución de problemas sociales relevantes.

¿Cuáles son las empresas que actualmente están apoyando y financiando a la Fundación?

Las principales entidades que financian a EFE-Europa incluyen grandes empresas multinacionales como Accenture y Citi, que desde hace tiempo tienen la responsabilidad social como un objetivo prioritario y concreto, y han depositado su confianza en nosotros, mediante su continuo y repetido apoyo financiero a lo largo de muchos años. Otras grandes empresas financiadoras son Mastercard, Vitol, Trafigura, Chanel, Cartier, entre otras, que igualmente tienen un fuerte compromiso social y apoyan nuestra labor de proporcionar oportunidades concretas a jóvenes mujeres y hombres en condiciones desfavorecidas. Además de las empresas, también contamos con el apoyo financiero de instituciones de varia naturaleza como la Fundación Bill y Melinda Gates, la Organización Mundial del Trabajo, la Comisión Europea, gobiernos, sobre todo el británico, el francés y el estadounidense, o diversas agencias de la ONU.

¿La financiación es suficiente o con más financiación se podría hacer más y para más países?

Frente a la magnitud del desempleo juvenil en aquella región, mucho más se puede hacer con la mejora continua de nuestra eficiencia y de nuestra eficacia, objetivo constante de nuestras operaciones y, aún más, con un aumento de nuestra financiación. En general, nuestra prioridad es aumentar nuestras actividades, sobre todo, en los países donde ya operamos, por las claras ventajas en términos de nuestro conocimiento y experiencia y de la optimización económica. Dicho esto, mantenemos una observación constante de las dinámicas en otros países, como base de ampliaciones geográficas de nuestra actividad: un ejemplo es nuestra relativamente reciente expansión de operaciones en Argelia.

¿Cuál es el retorno para las empresas financiadoras?

El retorno para nuestras empresas financiadoras se sitúa a varios niveles. El retorno más general es el de satisfacer sus objetivos de responsabilidad social y ASG, cada vez más desafiantes, invirtiendo en la mejora de la empleabilidad y el empleo en regiones críticas geopolíticamente a través de un operador, como nosotros, que demuestra a lo largo de los años la eficacia y la eficiencia de sus actividades, sus procesos, sus sistemas, y, sobre todo, la calidad profesional y moral, la pasión, la dedicación y la empatía de su gente. Este retorno se hace más directo cuando se trata de empresas que operan en «nuestras» regiones y aún más cuando participan en nuestras encuestas sobre sus prioridades de empleo: en estos casos, a nivel local de los países de operación, la empresa privada es empleador y obtiene un retorno muy tangible al obtener acceso a jóvenes cualificados y con las competencias necesarias.

¿Por último, cuál es la aspiración de EFE Europa para los próximos años?

La aspiración para el futuro es, en primer lugar, superar el impacto de la pandemia, consiguiendo los objetivos de los proyectos en curso y manteniendo un alto nivel de financiación. Más allá de esto, queremos seguir una senda de crecimiento. Crecimiento, personal y profesional, de nuestra gente. Crecimiento de nuestra manera de operar, nuestra eficiencia económica, nuestros procesos y sistemas y nuestros logros. Crecimiento de nuestra financiación y, por ende, del número de jóvenes formados y colocados en puestos de trabajo dignos; para conseguirlo, además de mantener la fidelidad de nuestros financiadores históricos, queremos trabajar mucho más con las empresas y las distintas instituciones para que se reconozca cada vez más que abordar eficazmente el desempleo en Oriente Medio y el Norte de África conlleva directamente una mejora del contexto social no solo en aquellos países, sino también en Europa y que, en esto, EFE es un operador líder en el que se puede poner toda la confianza.

https://www.abc.es/economia/abci-educacion-y-empleo-sostenibles-mejores-ayudas-para-paises-norte-africa-202012011816_noticia.html?ref=https:%2F%2Fwww.google.com%2F

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Entrevista a Andreas Malm «Nuestra lucha es la de una fuerza contra otra, no la del conocimiento contra la ignorancia»

Entrevista 

Andreas Malm (Mölndal, Suecia, 1977) se ha convertido en uno de los pensadores con más visibilidad dentro del ecosocialismo, también en el estado español, con dos libros aparecidos en apenas unas semanas y otros más que están por venir.

Desde que publicara Capital fósil, recientemente traducido al castellano, su preeminencia no ha dejado de crecer, en parte debido a la claridad y el vigor de su manera de escribir, pero sobre todo gracias a la contundencia (incluso la brutalidad) de sus análisis y propuestas. La editorial Errata Naturae ha publicado hace poco uno de los últimos libros del autor sueco, El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social, en el que, inspirándose en cómo los bolcheviques lidiaron con una situación catastrófica de varias dimensiones (social, política, económica, bélica, energética…) durante el fin de la primera guerra mundial, la revolución de octubre y la guerra civil rusa, propone retomar la noción de comunismo de guerra y poner en marcha un leninismo ecológico que nos permita salir de la actual crisis ecosocial global, la cual se está manifestando también en múltiples niveles: pandemia, emergencia climática y desigualdades sociales rampantes a escala planetaria. Para ello, Malm pone sobre la mesa la necesidad de apropiarnos de todos los recursos materiales y sociales a nuestro alcance, utilizarlos para recuperar el ímpetu comunista de salvación y redirigir esta crisis contra sus causas y, especialmente, contra sus causantes. Hemos tenido la oportunidad de entrevistar al autor en torno a estas propuestas, sus complicaciones y sus posibilidades.

Aunque a primera vista podría parecer que el cambio climático y la crisis del COVID-19 presentan profundas similitudes debido a sus implicaciones globales y de urgencia, en tu libro subrayas las muchas diferencias que hay entre ellos. Pese a que no existían muchas pruebas científicas acerca del COVID-19 ni análisis políticos sobre las posibles soluciones, muchos gobiernos aplicaron medidas rápidas y drásticas sin demasiado debate político. En el caso del cambio climático, tras décadas de investigación disponemos de una cantidad abrumadora de pruebas sobre sus causas y sobre qué hacer, pero en este momento las medidas que es necesario aplicar parecen políticamente irrealizables. ¿Qué crees que puede aprender el movimiento climático de esta aparente paradoja y de la relativa importancia que tiene la «verdad científica» si no está vinculada a la importancia del poder?

Esta es una muy buena pregunta, porque señala una lección que al movimiento climático se le debería quedar grabada a fuego después de este año: el progreso no deriva del conocimiento, deriva del poder y del equilibrio de fuerzas. Parece haber una relación inversa entre las acciones más relevantes y la cantidad de conocimiento que las acompaña; como sugerís, la sobreabundancia de pruebas científicas sobre el calentamiento global viene acompañada por una actitud de pasividad, mientras que las acciones más dramáticas para combatir el COVID-19 (se llegó al punto de dejar en suspenso economías enteras) emergen de una base con una comprensión muy rudimentaria acerca de la pandemia. Por lo tanto, el movimiento por el clima ya no puede simplemente seguir pidiendo a los políticos que presten atención y «escuchen a los científicos», un enunciado repetido por gente como Greta Thunberg. Si bien esa postura tiene, por supuesto, muy buenas intenciones, está pasando por alto lo que es la clave del asunto: los políticos se alinean con las posturas científicas solo si los intereses de la clase dominante, responsable de la destrucción que ahora mismo está en marcha, son sobrepasados y derrotados o si estos no aparecen siquiera cuestionados. La pregunta que el movimiento debería hacerse es más bien esta: «¿Cómo construimos el músculo social necesario para obligar a los estados a hacer lo que hace falta?». No tanto «¿por qué no escucháis a la ciencia?» sino «¿cómo forzamos a los gobiernos, tan plegados hasta ahora al capital fósil que han ignorado la montaña inmensa de pruebas científicas, para que empiecen a actuar?». En otras palabras, ¿cómo rompemos los lazos que los unen al capital fósil y los ponemos a funcionar como aparatos que apliquen una transición ecológica? Lo que yo creo, por supuesto, es que esta transición no puede tener lugar sin que los estados se encarguen de ella, pero nunca va a suceder si son los estados los que tienen que tomar la iniciativa: el principal motor serán las fuerzas situadas fuera del estado, fuerzas populares, dentro del movimiento climático y aliado con él, que hagan que los gobiernos se comporten de manera distinta a como lo han venido haciendo hasta ahora. No estoy diciendo que el movimiento (incluida Thunberg y sus cuadros) no hayan intentado lograr precisamente esto; probablemente la generación de 2018-2019 se ha acercado más que ninguna otra dentro de la historia del movimiento a encarnar este papel. Pero tenemos que pensar en nuestra lucha como la de una fuerza contra otra más que como la del conocimiento contra la ignorancia. Porque la política no viene determinada por la presencia de la verdad científica; desde luego, esta es una lección que sacar de la comparación entre la crisis del coronavirus y la crisis climática.

Afirmas que la deforestación y la destrucción de ecosistemas están entre los principales desencadenantes de la zoonosis, las pandemias y el cambio climático. ¿Qué podrían hacer los países del norte global para frenar esta destrucción y comenzar a restaurar ecosistemas situados más allá de sus fronteras? ¿Está sucediendo esto de algún modo que nos pueda resultar visible?

Lo primero sería tomar el control público de las cadenas de suministro que llegan a zonas tropicales de tala masiva de árboles. Los estados del norte global deberían dejar de aplicar su capacidad de orden, mando y mapeo sobre la ciudadanía (y, añadiría, sobre la gente migrante) y empezar a hacerlo sobre las compañías que sacan sus mercancías de pastizales y plantaciones y minas y cultivos situados donde hasta hace poco se alzaban bosques. Que esto se puede hacer es evidente, no hay ningún obstáculo técnico. Pero no estamos viendo nada que se le parezca; de hecho, a estas alturas de 2020 solo hemos visto lo contrario: una deforestación acelerada de las áreas tropicales más sensibles del planeta. Las carreteras penetran tanto en las selvas tropicales del Amazonas, del centro de África y del Sudeste Asiático que la integridad de estos ecosistemas se halla en peligro inminente. La devastación del interior del Amazonas llegó este verano a un punto de intensidad nuevo, cuando hubo empresarios que se adentraron en la región para incendiar bosques enteros, al tiempo que el gobierno de Indonesia decidía abrir sus selvas a la inversión extranjera, sin límite alguno a la tala. Y todo eso en mitad de una pandemia, cuando cabría pensar que los estados se lo iban a pensar dos veces antes de dar alas a una mayor destrucción forestal. Porque lo cierto es que la ciencia es tremendamente clara acerca del hecho de que la deforestación es el principal desencadenante de la zoonosis. Cuando las carreteras se abren paso a través de los bosques, los patógenos que habitan en ellos entran en contacto con los seres humanos; cuando se talan bosques enteros, los portadores (como los murciélagos, que portan los coronavirus) se ven obligados a irse a otro lugar. Es aquí donde el contraste entre el coronavirus y el cambio climático se esfuma: es precisamente allí donde se ven involucradas las principales entidades de acumulación de capital donde los estados no han estado preparados para llevar a cabo ningún movimiento contra las causas de la pandemia. En su lugar, lo que hemos visto este año ha sido cómo se echa más gasolina al fuego de la fiebre global: más deforestación, lo que ha causado el surgimiento de nuevas enfermedades infecciosas, junto a una mayor quema de combustibles fósiles. Todos los pasos se están dando en la dirección equivocada.

En «El murciélago y el capital» hay una idea que aparece con frecuencia y que nos resulta interesante: no solo la deforestación y la destrucción de ecosistemas están entre los principales desencadenantes tanto de las pandemias como del cambio climático, sino que también es muy importante en este sentido la mercantilización y subsunción de la vida animal a los circuitos del capital. Llegas incluso a proponer, de manera bastante provocativa, que deberíamos alcanzar un «veganismo global obligatorio». En este sentido, ¿crees que el antiespecismo, que ahora mismo en la práctica parece estar políticamente separado de la lucha ecologista, podría tener un papel relevante en la lucha contra el cambio climático y viceversa?

Eso creo, sí. El «veganismo global obligatorio» es, por supuesto, una provocación. No tengo ninguna intención de prohibir el consumo de carne al pueblo sami o a comunidades del Amazonas con las que no se ha establecido ningún contacto. Pero sí que creo que la generalización del veganismo sería un fin deseable dentro de la transición que necesariamente tiene que hacer en su dieta el norte global rico; eso para empezar. Nuestras metrópolis no pueden seguir cebándose gracias a las preciadas tierras que hay por todo el planeta. Lo que hace falta es utilizar la tierra para otros fines que no son ni la producción de carne ni la de lácteos; especialmente se deben dedicar a la resilvestración y la reforestación, que permitirán absorber CO2 y estabilizar el clima. Estamos alcanzando un punto en el que el interés de la humanidad por su propia supervivencia (y debemos suponer que existe tal interés, al menos más allá de las clases dominantes, de la extrema derecha y demás gente que parece poseída por una arrebatadora pulsión de muerte) se está alineando de manera objetiva con la de otras especies. Lo que quiero decir es lo siguiente: la crisis de biodiversidad ahora mismo se ha vuelto también peligrosa para los seres humanos. El COVID-19 es la primera manifestación épica de esta respuesta. Lo que ha sucedido hace poco en la granja de visones en Dinamarca nos ha puesto ante los ojos de nuevo el mismo asunto: al tener enjaulados a quince millones de criaturas, la industria danesa de visones (que es la más grande del mundo, pues produce abrigos de piel y productos de pestañas falsas para un segmento de consumidores espantosamente rico) generó las condiciones perfectas para que el Sars-Cov-2 saltase de nuevo a organismos animales, mutase y volviese otra vez a los seres humanos de una forma potencialmente desastrosa. Por tanto, el estado danés ahora está liquidando esa industria. Esto es algo que, por supuesto, los y las activistas por los derechos de los animales han estado exigiendo desde hace una eternidad por compasión hacia los visones, que necesitan deambular y nadar y andar escarbando; para estas criaturas, la vida en una jaula es de un terror abyecto. Y ahora finalmente se ha convertido en una fuente de terror también para los seres humanos. En el mismo espíritu, el cambio de la comida de origen animal a la de origen vegetal en nuestra dieta debería estar motivado por un interés humano por nosotros mismos. Por decirlo de algún modo, el antiespecismo se convierte así en un abandono con base antropocéntrica del reino animal.

En tu libro hay una parte en la que hablas de algo que para mucha gente de izquierdas no es fácil de asumir: la necesidad de hacer cesiones, un asunto que incluso los bolcheviques tuvieron que afrontar y que se vuelve aún más inevitable cuando apenas disponemos de fuerza política y queremos empezar a crecer, que es lo que sucede actualmente. ¿Cómo podríamos combinar esta necesidad con la de empezar a ver cambios drásticos de manera inmediata? ¿Cómo puede el movimiento climático empezar a levantarse a partir de esta idea de un diálogo entre reforma y revolución, y no solo a partir de la oposición negativa entre reforma revolución?

A mí, que vengo del movimiento trotskista, la conceptualización que más me atrae de la relación entre reforma y revolución sigue siendo la idea de «reivindicaciones transitorias»: se elevan reivindicaciones que articulan intereses materiales inmediatos de los grupos subalternos, pero ello, precisamente por esta razón, entra en conflicto con el statu quo y acaba apuntando aún más allá. Las reivindicaciones más básicas por una transición climática tienen esta forma. La abolición total de aquello que normalmente denominamos «industria de combustibles fósiles» (las compañías que extraen sus beneficios directamente de la producción de petróleo, gas y carbón) es una reivindicación de mínimos para lograr la estabilización del clima. Toda aquella persona que tenga cierta idea sobre la crisis climática sabe también que esas empresas no pueden seguir existiendo en cuanto tales. Deben ser apartadas de la economía de manera inmediata y para siempre. Sin embargo, eso abriría un agujero enorme en el tejido del capitalismo tal cual existe actualmente y no sabemos qué puede surgir al otro lado; perfectamente podría ser alguna versión de una sociedad poscapitalista. No obstante, es importante no poner el carro delante de los bueyes. No se arranca diciendo «acabemos con el capitalismo», esa no es la lógica de las reivindicaciones transitorias. Uno empieza exigiendo lo que es necesario ahora y luego sigue la dinámica social de esa demanda allí donde le lleve. Por poner un caso un poco más concreto, pensemos en un país del que rara vez se habla en este contexto: Francia. La empresa privada más grande del país es Total, una de las compañías de petróleo y gas más grandes del mundo. Como cualquier otra empresa del sector, ahora mismo está planeando una expansión de su producción para la década actual, la misma en la que las emisiones se deben reducir a la mitad a nivel mundial si queremos conservar alguna posibilidad de tener un calentamiento global que esté por debajo de 1,5 ºC. Evidentemente, Total tiene que dejar de existir. La manera más obvia de lograr que eso suceda sería nacionalizar la compañía y poner fin a toda su producción de petróleo y gas (y yo añadiría que habría que convertirla en una entidad dedicada a absorber CO2 de la atmósfera en lugar de a emitirlo). Es también evidente que el estado francés no está pensando hacer esto ni nada que se le parezca. Al contrario, el presidente Macron respalda los planes que tiene Total de irse al Ártico a hacer perforaciones en busca de más petróleo, y lo hace en el mismo momento en el que hay científicos informándonos de que el calentamiento en el Ártico se está dando a tal velocidad que los depósitos de hidrato de metano ubicados en el fondo del mar se están activando, filtrando así a la atmósfera este gas de efecto invernadero ultrapotente, uno de los mecanismos de retroalimentación más temidos y peligrosos del sistema climático. Pero imaginemos que el estado francés, sometido a algún tipo de presión de masas, de hecho socializase Total y se la quedase. ¿Sería eso compatible con el capitalismo tal cual lo conocemos en Francia o apuntaría, de manera más o menos inevitable, a un lugar situado más allá del statu quo? Esa es la lógica de las reivindicaciones transitorias en la crisis climática: trascienden la oposición binaria entre reforma y revolución. Y, en este momento de emergencia, lo cierto es que no podemos permitirnos quedarnos atascados en ningún tipo de insistencia purista en ninguna de las dos. Sencillamente hay que hacer lo hay que hacer.

Dentro del mismo marco de reforma revolución, en el libro sugieres que incluso los revolucionarios más radicales del siglo veinte tuvieron que mantener cierta continuidad con el antiguo régimen debido a las circunstancias extremas que estaban afrontando. Las nuestras no solo son extremas, sino que además nos dan muy poco tiempo para reaccionar. ¿Crees que deberíamos hacernos a la idea de que los cambios políticos más importantes de la próxima década para superar lo peor del cambio climático se darán dentro del antiguo régimen capitalista? ¿O esta es la receta perfecta para el desastre y el derrotismo?

Retomo la respuesta a la pregunta anterior: no podemos aceptar el capitalismo como un marco del que no podemos escapar y en el que tenemos que permanecer mientras resolvemos el problema del clima. No obstante, tampoco podemos decir que solo acabando primero con el capitalismo vamos a poder abordar el asunto del clima. Eso es una bobada. La lógica de la reivindicaciones transitorias, a riesgo de repetirme, es la de insistir en las políticas que resulten más evidentes (pensemos en la petición de paz en Rusia en 1917) y después, dado que estas políticas solo pueden ser llevadas a cabo a través de la confrontación con las clases dominantes, o al menos con fracciones de la clase dominante, prepararnos para ir más allá de su gobierno, si es eso lo que hace falta. La transición climática es un viaje que no empieza (que no puede empezar) con el fin del capitalismo, como tampoco pudo la revolución rusa. Puede terminar en ello, pero eso aún no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que ninguna de nuestras exigencias (emisiones cero, la liquidación de la industria de combustibles fósiles, revertir la deforestación, etcétera) va a darse sin lucha. Y esa lucha debemos darla hasta el final. Todo depende de ello.

En otras entrevistas has señalado que esta cuarentena a nivel global ha supuesto todo un golpe para la lucha contra el cambio climático, la cual parecía estar en auge antes de marzo. Además, como decíamos antes, la pandemia ha demostrado que es más que necesario un movimiento social potente para dotar de ambición y sentido a las intervenciones estatales. Esto nos podría recordar otro de los preceptos leninistas: debemos estar preparados para aprovechar el momento. ¿Cómo podría prepararse el movimiento climático antes de una posible vuelta a la normalidad, cómo debería proceder cuando eso suceda (si es que sucede)? ¿Crees que la actual situación podría ser redirigida contra el capital fósil? En resumidas cuentas, ¿qué aspecto podría tener hoy ese «momento a aprovechar»?

Una cosa que defiendo en How to Blow Up a Pipeline: Learning to Fight in a World on Fire, que aparecerá en la editorial británica Verso en enero y algo más tarde en castellano [Cómo dinamitar un oleoducto. Nuevas luchas en un mundo en llamas será publicado también por Errata Naturae], es que el movimiento por el clima tiene que aprovechar los momentos de desastres climáticos, es decir, debemos aprender a actuar cuando nos golpeen sucesos meteorológicos extremos. Hasta el momento, el movimiento ha seguido un calendario ajeno al clima (huelgas los viernes, eventos contra las cumbres de la COP) y rara vez ha ajustado sus acciones a desastres reales, pero la próxima vez que Australia sufra unos incendios infernales, el movimiento debería lanzar una serie de acciones militantes contra la industria del carbón del país, y el próximo verano que Europa padezca un calor y unas sequías insoportables, deberíamos atacar las infraestructuras y tecnologías de combustibles fósiles para dejarle claro a la gente que, a menos que desarmemos esta maquinaria, vamos a arder hasta la muerte. El leninismo ecológico en funcionamiento sería eso: transformar una crisis de los síntomas en una crisis contra las causas. Los momentos de condiciones meteorológicas extremas y el sufrimiento que los acompaña deben ser politizados como los episodios bélicos que en realidad son. Son también los momentos en los que existe el potencial de ganar un apoyo masivo para la resistencia contra los combustibles fósiles; el verano de 2018 en Europa y lo que vino después (Fridays for Future y Extinction Rebellion) así lo indican. Tenemos que aprender a golpear cuando la cosa se está poniendo caliente, de manera bastante literal. Es entonces cuando las acciones militantes de masas se deben escalar, llegando a tomar las infraestructuras y tecnologías de combustibles fósiles, también dentro de las ciudades, para asfixiarlas hasta tal punto que los estados se vean obligados a negociar su desmantelamiento permanente. Pero está claro que hay algo de camino que recorrer hasta llegar ahí.

Como dices en el libro, el comunismo ha sido un movimiento fuertemente vinculado a las ideas de emergencia y salvación, desde el Manifiesto comunista hasta el periodo de 1914-1945 y hasta, queremos creer, la actual crisis climática. ¿Crees que si abordamos el cambio climático y la destrucción de ecosistemas desde una perspectiva realmente de emergencia, esta sería inherentemente comunista, al menos en espíritu (si es que existe tal cosa)?

Debemos atrevernos a enfrentarnos a la propiedad privada. Esto es inevitable, es el alfa y el omega. Que eso requiera un comunismo en toda regla es harina de otro costal; yo creo que en ningún caso lo hace de manera axiomática. Uno puede concebir de manera lógica la abolición de las industrias de combustibles fósiles sin la abolición del capitalismo como modo de producción. Pero, de nuevo, la abolición de las primeras perfectamente puede llevar a una ruptura con el capitalismo. A fin de cuentas, las reivindicaciones transitorias básicas y de mínimos apuntan algo que se parece bastante al comunismo de guerra.

En todo caso, sí afirmas que las experiencias comunistas históricas fueron una especie de operación de rescate a partir de fallos catastróficos anteriores, esto es, fueron empresas inherentemente trágicas. Dices que deberíamos estar dispuestos a aceptar esta situación y a tener por delante una vida de lucha sin cuartel. Todo indicaría que esto es así y, pese a todo, vivimos en sociedades en las que cualquier cambio significativo viene después de haber convencido a un porcentaje importante de la población. Un comunismo del desastre, en estas condiciones, podría parecer un suicidio político perfecto a la hora de hacer campaña por él. ¿Qué opinas al respecto?

En las pancartas yo no escribiría «¡Comunismo del desastre ya!», sino que plasmaría reivindicaciones como las que hemos mencionado, que puedan granjearse un apoyo extenso, como lo hacen, claro está, la reivindicaciones por un Green New Deal, por una transición justa y otros proyectos similares. Lo que pasa con el comunismo en el siglo veintiuno (si pensamos en el comunismo como una sociedad sin clases en la que todo el mundo tiene sus necesidades básicas cubiertas) es que probablemente tendría que construirse en una situación de escasez más que de abundancia. No tenemos más que pensar en el aumento del nivel del mar. Si crece dos metros, la mayor parte de Bangladés y todo el sur de Irak van a estar inundados, y puede que ya sea demasiado tarde para evitar este crecimiento, dada la velocidad y la irreversibilidad potencial del derretimiento del hielo en Groenlandia y en la Antártida occidental. Así pues, de aquí a un siglo, el comunismo en países como Bangladés o en el sur de Irak tendría una forma más parecida a la del comunismo de guerra o del desastre que a propuestas como el «comunismo de lujo totalmente automatizado», que parten de una «capacidad de suministro extremo» de cualquier bien que podamos desear. Bien pudiera ser que hubiera una escasez extrema de los bienes más básicos, incluso de un suelo sobre el que poner los pies. ¿Cómo cubriríamos entonces las necesidades de todo el mundo? ¿Podemos hacerlo sin dejar atrás las terribles desigualdades que existen en una sociedad de clases? Son preguntas que debemos hacernos de manera seria. Tendríamos que formular nuestras reivindicaciones más inmediatas pensando en evitar hacer más daño a la Tierra, pero sabiendo que hay un daño que ya se le ha hecho.

Dicho todo esto, cierras tu libro vinculando las ideas de supervivencia y utopía. La de utopía es una noción que nos resulta muy cercana, pensada no solo como la necesidad de dibujar un futuro imaginario mejor, sino también, y de manera muy concreta, un presente diferente. ¿En tu idea de «comunismo de guerra» hay espacio para el pensamiento utópico?

Desde luego. Como señalo en el libro (si bien no me extiendo en ello, ya lo han hecho otras personas) una transición que deje atrás los combustibles fósiles es compatible con mejoras radicales en las vidas de la gente. Puede venir acompañada de mejores trabajos, trabajos más seguros y, lo que no es menor, menos trabajo: jornadas laborales más cortas, más tiempo libre. De hecho en el comunismo de guerra original existía también una pulsión utópica: la emergencia de la guerra civil rusa ofreció la ocasión de experimentar con una vida sin dinero ni propiedad privada. Evidentemente, no salió demasiado bien. Pero la supervivencia y la utopía no son conceptos opuestos por definición. La primera podría hallarse en la segunda y necesitarla.

Fuente: https://contraeldiluvio.es/nuestra-lucha-es-la-de-una-fuerza-contra-otra-no-la-del-conocimiento-contra-la-ignorancia-entrevista-con-andreas-malm/

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Entrevista a Franck Gaudichaud: América Latina. Algunas lecciones críticas sobre los gobiernos progresistas

Entrevistas/noviembre 2020/rebelion.org

Tras el hundimiento de la URSS no tardó en anunciarse el fin de la Historia. Cuando nada parecía poder contener el empuje neoliberal mundial, surgió en 1994 el levantamiento zapatista en México. Cinco años más tarde, Chávez tomó el poder en Venezuela: fue el comienzo de un largo proceso de ruptura, por medio de las urnas, en el continente latino-americano — Lula en Brasil, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Mujica en Uruguay…

Una parte de la izquierda radical occidental volvió a mirar entonces, no sin esperanzas, hacia el otro lado del Atlántico Sur. Dos décadas después, ¿cuál es el balance?: Éxitos y límites, contradicciones y especificidades. Los tres autores del libro Los gobiernos progresistas latinoamericanos del siglo XXI. Ensayos de interpretación histórica invitan a una lectura crítica, resueltamente arraigado en la izquierda. Conversamos con uno de ellos, Franck Gaudichaud, profesor de Historia contemporánea de las Américas latinas en la universidad de Toulouse (Francia) y presidente de la Asociación Francia América Latina.

¿Qué tipo de anteojos hay que ponerse para comprender correctamente la América latina de las últimas décadas?

Hay que evitar abordar de manera uniforme el subcontinente: estamos ante una grandísima diversidad de experiencias históricas, culturales, lingüísticas… Eso es una evidencia. Un análisis global puede ocultar estas especificidades dentro de un conjunto de más de 600 millones de habitantes y 20 países. En este ensayo hemos intentado navegar entre ambos, ofrecer una visión bastante generalista y apoyarnos en algunos ejemplos específicos más detallados. Hemos puesto el foco en los movimientos populares, sus movilizaciones y los conflictos de clases en la región. Desde este punto de vista sociopolítico crítico, se pueden señalar tres períodos. El primero comenzó a finales de los años 1990 con la emergencia plebeya de un cuestionamiento de la agenda de Washington, del neoliberalismo, de las oligarquías existentes: un importante momento destituyente con grandes explosiones sociales. El segundo, de 2002–2003 a 2011, fue el ascenso de los llamados gobiernos progresistas. Con la elección de Chávez, de Lula, se abrió un ciclo político, y no sólo desde el punto de vista electoral, desembocando en aspectos institucionales, nuevos partidos, profundas reformas sociales y constitucionales —aunque procedentes de movilizaciones anteriores. Por decirlo en pocas palabras, fue la edad de oro de los progresismos.

El tercer período, el (mal) denominado fin de ciclo, se abrió en 2012-2013 y todavía no está acabado, es la fase regresiva, caracterizada por tensiones cada vez más fuertes entre los progresismos y las clases populares, así como con una parte de la izquierda intelectual y crítica. Fue también el momento de la crisis económica y de los golpes de Estado parlamentarios (Honduras desde 2009, Paraguay, Brasil) o militares (Venezuela, Bolivia), con apoyo más o menos directo de Estados Unidos. En esta coyuntura en tensión, derechas y extremas derechas avanzan cada vez más. Aparecen todos los límites de un modelo progresista neodesarrollista y/o neoextractivista, basado en alianzas de clases inestables —el politólogo Jeffery Webber habla de capitalismo de Estado. Bolsonaro en Brasil sería el punto último de esta regresión “arriba a la derecha”.

¿Qué recubre exactamente la expresión «experiencias progresistas» en el contexto latinoamericano de final del siglo XX y comienzo del XXI?

Conseguir caracterizar esta expresión es un verdadero problema, no sólo académico, sino político. En sus comienzos todos los gobiernos de experiencias progresistas reivindican un post-neoliberalismo. Como decía Rafael Correa, “la región no vive una época de cambios sino un cambio de época”. Serían, por un parte, gobiernos de tipo nacional-popular, una gran tradición latinoamericana 1/: Chávez (Venezuela), Morales (Bolivia), Correa (Ecuador) son el signo de una vuelta a esta forma nacional-popular radical, acompañada de la reivindicación antiimperialista. Pero los progresismos recubren también experiencias más social-liberales o de centro izquierda, entre las que se puede incluir al Partido de los Trabajadores (PT) de Lula o el Frente Amplio de Uruguay; el kirchenismo en Argentina está más próximo a los primeros por su historia y a los segundos por su orientación económica. Estos nuevos gobiernos tienen como rasgo común haber surgido sobre la base de movimientos sociales de los años 1990–2000 (para los más radicales), o al menos se reclaman de la experiencia sindical, de la resistencia a las dictaduras y de parte de las reivindicaciones de los movimientos populares (para los regímenes de centro-izquierda). Muy a menudo, en el centro del mecanismo progresista se encuentra también una figura carismática, hiper-presidencial, lo que a largo plazo plantea un verdadero problema político y democrático. Por otra parte, suele haber un enfoque neodesarrollista, de regreso del Estado social (más o menos marcado según las configuraciones), y una utilización de la renta extractiva (petrolera, minera o agroindustrial por ejemplo) para redistribuirla a través de programas sociales, haciendo descender la pobreza y las desigualdades. Su pretensión era romper con el neoliberalismo y el consenso de Washington, invertir en educación, alfabetización, infraestructuras, etc., pero sin romper con el capitalismo. Los progresismos, en este sentido, no son parte de la filiación de las izquierdas revolucionarias y anticapitalistas latinoamericanas de los años 1960 y 70.

Tenéis una mirada crítica sobre estos progresismos. Pasado el entusiasmo de los primeros tiempos, una buena parte de la izquierda radical parece mirar para otro lado a la hora de hacer balance: ¿por qué?

Está muy claro: no hay ganas de profundizar la visión crítica y de hacer balance de estos 20 años en los gobiernos. En los años 2000, en Francia y en Europa, en la izquierda social y política, hubo entusiasmo por América latina. La apertura de este gran ciclo, que a veces se ha llamado el giro a la izquierda, elevó los corazones y coloreó las mejillas, y no sólo en América latina. Comenzó en realidad en 1994 con el levantamiento zapatista en Chiapas. A diferencia del TINA 2/ de Thatcher y Reagan, parecían haber alternativas, e incluso de tipo gubernamental a partir de 1999 (con Chávez); a partir del 2005 se volvía a hablar de “socialismo” (del “siglo XXI” o “comunitario”) y se instaló el concepto clave del “buen vivir”. Toda una parte de la izquierda de miras institucionales se abalanzó ahí dentro. Algunos dirigentes (como J.L. Mélenchon) vieron la posibilidad de trasladar a Francia algunas ideas y repertorios de acción de lo que pasaba allí. Ante la dinámica popular, también las izquierdas radicales siguieron al movimiento, aunque con más distancia crítica y autonomía. En una parte de las organizaciones se siente ahora una especie de mala conciencia, como si no hubiera que remover el cuchillo en la herida, como si hubiera que evitar debatir colectivamente sobre lo que no ha funcionado. Sin embargo, es necesario hacerlo. No para dar lecciones a los pueblos latinoamericanos, ¡en absoluto!, sino porque son las discusiones que precisamente se están llevando hoy en el ámbito del pensamiento crítico latinoamericano y de los espacios políticos de izquierda 3/.

Desviar la mirada equivaldría a decir: “Cuando hacéis lo que nos gusta, somos solidarios, pero cuando comienza a ir mal nos interesamos por otras cosas”. Esto es un verdadero problema. Hoy en día estaría bien hacer una lectura y balances críticos, incluso dentro de La France insoumise, por ejemplo: sería hasta indispensable. Se nos suele reprochar haber acompañado nosotros mismos durante demasiado tiempo estos procesos. Personalmente, asumo y continúo pensando que los primeros tiempos de la experiencia chavista, o incluso la experiencia boliviana, se caracterizaron por un impulso popular masivo para salir del neoliberalismo, una voluntad democrática de reconstruir la soberanía (nacional y popular) frente a los imperialismos, de enfrentarse a los dominantes internos y externos, y que era legítimo apoyar “abajo, a la izquierda” 4/. Esto no impide ver, tras 20 años de experiencias, los obstáculos, los límites, las involuciones y los puntos muertos estratégicos, y todo lo que por dentro ha sido un freno a la autoorganización y a la democratización real.

Entre estos límites, escribís que “el gran capital en general ha sabido beneficiarse de la edad de oro progresista“: ¿de qué manera?

Mostramos que este período ha estado sobredeterminado por el elevado precio de las materias primas: sus curvas de precios están muy ligadas al ascenso de los progresismos. El capital extranjero e internacional ha ganado cuotas de mercado: se habla de sojatización de Argentina con Kirchner, de la consolidación del imperio de Monsanto en Brasil con Lula y Rousseff, de la extensión de las concesiones petroleras en la franja del Orinoco con Maduro 5/, etc. Se ha reproducido la inserción periférica (desigual y combinada) de estos países en la economía mundial en el seno de la división internacional del trabajo, con una dependencia neocolonial ligada al precio de las materias primas. La idea de los gobiernos era que, ante la inmensidad de la urgencia social, había que utilizar todos los recursos para poder financiar nuevas políticas públicas y transferencias condicionadas de dinero, siguiendo los principios del mercado y en general con un carácter asistencialista 6/. Pero en ausencia de transformación estructural o de punción directa sobre las rentas altas, la mejora real y muy rápida (aunque por desgracia a veces sólo temporal) de la suerte de los más pobres ha ido en paralelo con un extractivismo descontrolado, la apertura a los capitales extranjeros y, paradójicamente, la consolidación de algunas fracciones de las clases dominantes. Estos gobiernos no han practicado ninguna política fiscal un poco audaz (cuando los impuestos sobre la renta y el patrimonio son ridículamente bajos en América latina); ¡incluso la izquierda social-demócrata tiene, por lo habitual, un proyecto de impuesto progresista sobre el capital! Correa ha sido el único en haber intentado algo, pero retrocedió ante la movilización de la patronal y de las clases medias. De forma más global, no ha habido transformación de las relaciones sociales de producción: los salarios mínimos han aumentado mucho en varios países pero los derechos de los trabajadores se han extendido poco y, sobre todo, las relaciones salariales no han sido modificadas. A falta de transformaciones estructurales, en cuanto llega la crisis se hunden estos equilibrios entre clases que han instalado los progresismos; sólo los dominantes sacan provecho del juego.

Petróleo, minerales, madera, biocarburantes: muchos de estos países tienen un modelo económico basado en el extractivismo, la explotación de tierras. Has citado la gran dependencia económica de la exportación y de los precios mundiales, pero se plantean también preocupaciones ecológicas y ha supuesto conflictos con pueblos indígenas…

Tienes razón: el megaextractivismo 7/ está en la base de la cristalización de tensiones entre los progresistas, los movimientos socio-ambientales y algunas comunidades indígenas. Cuando todavía había grandes capacidades económicas (Bolivia llegó a ser alabada por el Banco Mundial por sus resultados), este modelo “neoextractivista progresista” 8/ multiplicó las zonas de sacrificios, los conflictos ecosociales y el rechazo de comunidades que defendían sus territorios. La extensión de la frontera extractiva, agro-industrial, petrolera, se tragó millones de kilómetros cuadrados durante esos años.

¿Dónde, por ejemplo?

Te voy a dar dos ejemplos. En Bolivia, durante el conflicto Tipnis, una parte del movimiento indígena se opuso a la construcción de una gran carretera que debía atravesar la Amazonía boliviana desde Brasil; Evo Morales se encontró con la oposición de una parte de su base indígena 9/. En Ecuador, el proyecto Yasuní era de alguna manera la gran vitrina internacional ecologista de Correa 10/. Se echó para atrás y hoy día una parte del parque Yasuni, una de las zonas más biodiversificada del mundo, está explotada con extracción petrolífera. Las relaciones entre Correa y la Confederación de nacionalidades indígenas de Ecuador (CONAIE) fueron virulentas: a través de los medios de comunicación les trató de “ecologistas infantiles”, incluso de terroristas ecologistas, y los movimientos indígenas le respondieron diciendo que era autoritario y un destructor de la Madre Tierra… El vicepresidente García Linera acusó también a los ecologistas y las ONG del Norte de querer transformar a las y los bolivianos en “guardaparques” de los países del Sur. Su postura era: “¿Queréis continuar siendo pobres sin explotar nuestras riquezas?”

Por su puesto, hay que entender esta argumentación, porque son –y de lejos- los países del Norte los principales responsables de la crisis ecológica mundial. Pero para el poder boliviano era también una forma hábil de reducir al silencio a los movimientos y colectivos de su país que reclamaban una reflexión sobre otro modelo de desarrollo. El extractivismo está hoy en el centro de los grandes enfrentamientos sociales y ambientales en toda América latina. En el último capítulo de nuestro libro, el historiador y sociólogo Massimo Modonesi se pregunta: ¿cuáles son las alternativas? Uno de los dramas del período progresista es no haber respondido a esta cuestión. Pero aunque las diversas componentes de las izquierdas sociales y políticas anticapitalistas, autonomistas, libertarias, antiextractivistas, indígenas, feministas, descoloniales, etc., han podido lograr construir aquí y allí experiencias locales muy ricas, fundamentales para el futuro, no siempre han demostrado que podían desembocar en una escala más amplia, en parte a causa de los palos que han puesto en sus ruedas los gobiernos progresistas. Aunque no sólo: a veces, su carácter ultra-minoritario, dogmático o alejado de otros sectores de las clases populares, sigue siendo un freno para pensar en proyectos democráticos ecosociales radicales, del buen vivir (tanto como alternativa a los progresismos en crisis, como a las derechas a la ofensiva o a la crisis ecológica global).

Aunque algunos avances económicos y sociales han permitido un alza del nivel de vida de las clases populares, algunos señalan que eso no siempre ha beneficiado electoralmente a los dirigentes progresistas. La periodista Maëlle Mariette se ha preguntado: “¿La izquierda boliviana ha engendrado sus enterradores?” ¿Era evitable esta dinámica que empuja a las clases populares a separarse de los políticos que les han favorecido?

Desde 2010 hay una discusión dentro del pensamiento crítico latino-americano entre quienes se alineaban tras los gobiernos progresistas y quienes señalaban las contradicciones internas de estos procesos. García Linera, que tiene un papel de intelectual orgánico 11/ de los progresismos (es un brillante sociólogo y ha sido vicepresidente de Bolivia durante 13 años), desarrollaba el siguiente argumentario: Bolivia está en una fase revolucionaria, hecha de avances y retrocesos. Este sinuoso proceso, “por olas”, ha permitido a clases populares, mestizas e indígenas, emerger, convertirse en “clases medias”, tener acceso a un nuevo modo de consumo, insertarse en el nuevo modelo económico y político plurinacional, y una parte de ellas se vuelve “contra nosotros”. El escrito de Maëlle Mariette reproduce una parte de esta argumentación —a tener en cuenta. Pero, hay que preguntarse, y ésta es la crítica que se les puede hacer, qué tipo de “inserción” han propuesto los progresistas a las clases populares. Porque esta “emergencia” ha sido, en gran parte, a través del consumo y de los programas de asistencia siguiendo los mecanismos del mercado.

Quiero precisar: desde luego, era urgente y necesario multiplicar —¡al fin!— las políticas públicas para combatir la pobreza después de décadas de ajuste estructural del FMI. Pero muchas veces estas políticas han quedado encerradas en lógicas cercanas a las propuestas del Banco Mundial en el combate contra la pobreza. Y en términos de participación política, de capacidad de actuar sobre el gobierno y de sus orientaciones, se ha instalado una forma de transformismo, de desmovilización y de cooptación “por arriba”, como subraya Massimo Modonesi partiendo de categorías de Gramsci. Ha habido incorporación de las organizaciones populares y de sus dirigentes al aparato de Estado, como una forma de pasivización de estas organizaciones y de las grandes centrales sindicales, en lugar de favorecer la autoorganización. Esto ha ocurrido con el PT y la Central única de trabajadores (CUT) en Brasil. En Bolivia y en Argentina, algunos líderes sociales de peso pasaron a los gabinetes ministeriales. Una parte de las organizaciones populares quería efectivamente ver a sus líderes influyendo sobre esas instituciones, pero el precio ha sido el desarme de la autonomía popular. En cuanto aparecían formas de auto-organización críticas un poco visibles, eran acusadas de hacer el trabajo del enemigo, incluso de estar al servicio del imperialismo …

¿Ha habido pues una domesticación de algunas clases al darles más acceso al sector mercantil, sin por ello integrarlas en un proceso democrático, en sentido amplio, incluyendo el ámbito productivo y laboral?

Las cuestiones del trabajo y de los asalariados son centrales en un proceso de transformación social: es decir de la relación capital-trabajo 12/. No es desde luego un pequeño asunto que pueda resolverse con una varita mágica, ni siquiera controlando el ejecutivo; sobre todo cuando los medios de comunicación, los actores económicos y una parte del aparato de Estado son hostiles. Pero en todo caso me parece un núcleo central. Todas las experiencias de control obrero o de cogestión han sido aniquiladas por la burocracia, por ejemplo, en Venezuela. Había un gran movimiento cooperativista en ese país, con decenas de miles de cooperativas, pero se ha utilizado sobre todo de manera clientelista. Lo mismo con los consejos comunales, uno de los aspectos más vivos del proceso bolivariano, sepultados bajo la crisis y la corrupción masiva. Los intentos han sido ahogados e, incluso reprimidos. En Argentina había un movimiento de ocupación de empresas 13/, pero Kirchner y Fernández no lo apoyaron: todo lo contrario. Sin la capacidad de intervenir en los medios de producción, de hacer entrar la democracia en el ámbito económico, falta todo un aspecto central de la transformación social.

En octubre de 2019, la Organización de Estados americanos (OEA) consideró que la elección de Evo Morales en Bolivia se basaba en un fraude, y se vio echado del poder. Más tarde se supo que no hubo verosímilmente ningún fraude: la elección era reglamentaria, por lo que Morales fue víctima de un golpe de Estado. ¿Lo confirmas?

Estuve convencido de ello desde el comienzo: no había ninguna duda de que era un golpe de Estado. Recordemos que la historia boliviana ha estado marcada por golpes de Estado cívico-militares a todo lo largo del siglo XX. La intervención y comunicados de las fuerzas armadas y de la policía fue determinante en la caída de Morales. Hubo una confusión, alimentada por la OEA, con un informe completamente manipulador e inexacto sobre el escrutinio. Ahora se sabe que no hubo fraude masivo, y que Evo Morales fue elegido al límite, prueba de una popularidad en caída, pero elegido democráticamente. Bolivia era hasta entonces la experiencia nacional-popular radical más estabilizada, consolidada en el plano económico. Con Evo, Bolivia más que triplicó la riqueza nacional, ¡algo histórico! Disponía de una gran legitimidad personal, lo mismo que el Movimiento al socialismo 14/ (MAS); mantuvo fuertes lazos con organizaciones populares, indígenas y campesinas. A pesar de ello, hubo una desafección cada vez mayor de los apoyos de la base popular del MAS (y no sólo las famosas clases medias). Cuando llegó el golpe de Estado, no hubo gran movilización del pueblo en apoyo a Morales: la movilización popular que hubo entonces más bien denunció lo que los medios de comunicación presentaban como fraude, y fue inmediatamente canalizada por los sectores de la derecha más dura, evangélica, racista, en torno al Comité cívico de Santa Cruz, aunque también el de Potosí.

Esta falta de movilización demuestra que el apoyo popular a Morales se había erosionado, ya no había entusiasmo después de 14 años en el poder…

Es cierto que con Evo Morales ha habido una mejora concreta y material de las condiciones de vida de las grandes masas indígenas y mestizas, las cifras están ahí. Consiguió incluso construir una imagen internacional, sobre todo entre la izquierda europea, donde él casi aparecía como la encarnación de la Pachamama, de la “revolución comunitaria e indígena”, casi se convirtió en el buen revolucionario visto por los europeos. Pero hay que mirar lo que pasa en el país, comprender las tensiones sociales, entender las críticas ante el caudillismo, el clientelismo y la voluntad de mantenerse costase lo que costase como candidato presidencial (incluso después de la derrota del referendo del 2016). Cuando esta izquierda boliviana llega al poder, la propia gestión del Estado capitalista-oligárquico boliviano, aunque parcialmente reformado por una audaz Asamblea constituyente, tiene tal coste que esa izquierda se transforma, se institucionaliza, se burocratiza; pierde esa capacidad crítica y de arraigo en las luchas. Es una gran lección que vuelve a poner de actualidad la discusión que hubo a comienzos de los años 2000 en torno a la experiencia zapatista: transformar el mundo sin tomar el poder de Estado. La llegada de los gobiernos progresistas desplazó esta cuestión, porque se propusieron transformar la sociedad tomando la dirección del ejecutivo y desde una posición estatocentrada. El debate entre autonomismo/zapatismo, estrategias anticapitalistas e izquierda institucional/estatista, se ha relanzado hoy día. Sobre esta cuestión, pensamos que hay que reintroducir la posibilidad de mantener autonomías críticas, populares, pero sin perder de vista la cuestión del Estado y su transformación de raíz (aunque abandonemos al Estado, él no nos abandona, decía Daniel Bensaïd). Ojalá que el MAS de Luis Arce y David Choquehuanca que acaba de ganar con una victoria electoral popular aplastante las elecciones presidenciales haya sacado lecciones críticas de sus 14 años de gobierno…

Hablemos de Venezuela: para esquematizar, predominan dos interpretaciones a la hora de explicar la crisis que perdura. Por un lado, las franjas liberales y reaccionarias consideran que se trata del abrumador fracaso de los años Chávez, y de su heredero Nicolás Maduro, por tanto del socialismo; por otro, los apoyos de Maduro afirman que el poder es víctima de un complot de la patronal y de la derecha, apoyados por potencia extranjeras (Washington en cabeza) que se dedican a desestabilizar el país. ¿Es posible otra lectura?

Es justamente el objeto de este ensayo: ¿se puede discutir de manera crítica, en la izquierda, de lo que ocurre en América latina sin ser calificado inmediatamente como pro-imperialista por una parte de la izquierda bienpensante? No debatimos aquí con la derecha, sino con los sectores de la izquierda que rechazan un análisis (auto)crítico. Lo que tenemos delante, es más urgente y dramático: incluso los defensores más dogmáticos de Maduro tienen cada vez más difícil defender una visión unilateral, campista /15. Hay, en efecto, una agresión imperial contra Venezuela que es, una vez más, totalmente repudiable y de hecho completamente ilegal: la propia ONU la denuncia. El bloqueo criminal por parte de Estados Unidos, las acciones desestabilizadoras de la CIA, Guaidó autoproclamado presidente con la bendición imperial…, todo eso es detestable y tiene efectos devastadores. Un think tank progresista estadounidense ha calculado que el bloqueo (que afecta también a los medicamentos) habría causado varias decenas de miles de muertos en el sistema sanitario venezolano… No estamos diciendo que no ocurra nada de eso. Pero resumir esta crisis solo a esos factores externos sería burlarse del pueblo venezolano y de sus sufrimientos; ante todo porque está haciendo su propia historia y porque la experiencia bolivariana también ha sido completamente destruida desde el interior.

¿En qué piensas en particular?

Todas las expresiones críticas que existían desde hace tiempo dentro del chavismo popular, con interesantes formas en los barrios, los consejos comunales, algunas comunas rurales, etc., han sido sistemáticamente orilladas, incluso reprimidas. El PSUV en el poder sigue siendo un partido inmenso, con varios millones de miembros —tener carnet suele ser necesario para encontrar trabajo—, pero nunca ha sido un espacio de elaboración democrática. Todo lo contrario. Con Chávez, hubo corrientes socialistas, marxistas, anticapitalistas, que intentaron existir dentro del proceso bolivariano, junto al pueblo chavista. Pero la manera cívico-militar de gobernar, las tendencias cesaristas y verticales, la colosal corrupción, el autoritarismo ahogaron estas voces y primaron sobre la participación a todos los niveles y las experiencias democráticas por abajo. Nuestro análisis no opone de manera binaria un heroico momento chavista a un pragmatismo madurista. No, pensamos que ha habido altibajos, al ritmo de la lucha de clases y de los enfrentamientos con Washington y la oposición, y un fenómeno de descomposición de 15 años respecto a lo que fue el impulso inicial post-neoliberal y popular. El madurismo es la conclusión de esta degeneración bonapartista. En el último período, asistimos a la explosión de la violencia de Estado, a una militarización de los barrios populares y a una criminalización de las disidencias, incluso las de izquierda o sindicales. Ha habido también prácticas institucionales autoritarias en cascada: si hoy día, en cualquier país europeo, un presidente anulase el poder del parlamento (en manos de la oposición) y autonombrase una Asamblea constituyente fantoche sin respetar siquiera la Constitución (chavista) en lugar del poder legislativo, toda la izquierda aullaría (con razón). Pero eso es lo que ocurre en Venezuela, y una parte de ésta se calla…

Es verdad que el poder tiene que enfrentarse a un sector de la oposición putschista, desestabilizador, alimentado por la CIA, y éste es un dato importante de la relación de fuerzas. Pero desde el punto de vista de la emancipación, y de este famoso socialismo del siglo XXI, hay que denunciar a la nueva casta en el poder, la boliburguesía que ha captado miles de millones de dólares, y ese impulso autoritario. Lo mismo con el tema de la petrodependencia: ¡en la franja del Orinoco el poder ha desarrollado zonas económicas especiales que legalizan —a escala de un territorio tan grande como Bélgica— la desregulación del derecho laboral, de la protección de la biodiversidad y de los derechos de los pueblos! Se trata de una extensión de la extracción petrolera que afecta a comunidades indígenas históricas y a zonas protegidas de la biosfera, en base a una alianza entre los militares bolivarianos y China, Rusia, o incluso compañías como Total…

La lista es larga…

Se podrían multiplicar los ejemplos. Lo más dramático hoy en día es la crisis humanitaria en curso, en contexto de pandemia, con unos cinco millones de personas que han salido de Venezuela (la mayor migración de América latina en un plazo tan corto); el hundimiento del PIB, que se ha reducido a la mitad desde 2013; el salario mínimo minado por la hiperinflación y que es equivalente a tres dólares: con eso se puede vivir menos de cinco días en Venezuela… Este gran país petrolero debe importar bruto. Hay que continuar la solidaridad con el pueblo venezolano, eso es cierto y urgente: una solidaridad internacional que continúa denunciando alto y claro el bloqueo de Estados Unidos y la posición de la Unión Europea. Estas grandes potencias que denuncian hipócritamente los atentados a los derechos humanos en Venezuela, pero hacen como si nada cuando se trata de la multiplicación de las masacres en Colombia o de la atroz situación en Haití, sin contar con lo que pasa en su propio país. Sin eludir el hecho de que el régimen de Maduro forma parte del problema más que de la solución. En todo caso, al pueblo venezolano corresponde decidir, sin injerencias exteriores, soberanamente.

¿Hay pistas sobre cómo dar una salida democrática y socialista a este caos?

Éste es el gran problema que describen muchas y muchos militantes in situ: la situación está en un impasse catastrófico que parece no tener fondo, porque hoy día la alternativa realmente existente es la derecha neoliberal y/o pro-imperial. Su llegada al poder por las urnas, y más aún por la fuerza, significaría hundirse aún más en el atolladero. La única vía posible es volver hacia formas de organizaciones populares, reconstruir un tejido social y político que permita pensar una alternativa a ese binomio mortal. Pero la izquierda alternativa está en una posición ultra minoritaria y de extrema fragilidad. Por ejemplo, el grupo Marea Socialista 16/ (salido ahora del chavismo crítico y popular en el que durante mucho tiempo estuvo metido) se levanta contra el autoritarismo y el militarismo chavistas, pero sin capacidad real de pesar en el paisaje político. Mientras, el estado de deterioro de la economía hace que la gente sólo tenga tiempo para pensar en eso: cuando se habla con amigos de ahí abajo, nos dicen: “Tengo que comer, encontrar qué comer durante la semana”. Es totalmente imposible crear una alternativa democrática estable en este contexto. Hay que esperar una reactivación económica (pero con la pandemia, difícil…), que se dé el proceso de negociación pacífica y concertado entre las fuerzas en presencia y que en este espacio puedan emerger poco a poco fuerzas populares y autónomas. Todo ello más allá del plazo electoral legislativo del 6 de diciembre de 2020, que ya se anuncia polarizado entre una parte de la oposición guaidista, otra vez más dispuesta a la violencia con apoyo de Trump, y el madurismo, favorito en los sondeos, pretendiendo rehacerse una legitimidad, aunque sin reconocer sus responsabilidades en la crisis.

A pesar del fin de ciclo caracterizado por el reflujo de poderes de derecha reaccionaria y conservadora, el movimiento feminista en Chile ha dado muestras de su vigor. ¿La renovación de los movimientos sociales latino-americanos pasará por este tipo de movilización?

Soy muy prudente sobre la idea de fin de ciclo. Me parece demasiado mecánico como argumento. Prefiero decir que desde 2012 hemos entrado en una zona de fuertes turbulencias, con una fase regresiva-conservadora inestable, más o menos avanzada, en que las derechas y extremas derechas recuperan la situación —aunque parcialmente (si se piensa en México o en Argentina, donde el centro izquierda peronista está en el poder 17/, y ahora en Bolivia con la gran victoria del MAS). En el marco de la crisis capitalista mundial, las burguesías locales han querido poner fin a las coaliciones de clases de la era progresista para volver al neoliberalismo duro, austeritario, incluso a regímenes fascistoides como en Brasil. En esta zona de turbulencias, la buena noticia es que los movimientos populares antagónicos continúan sus resistencias, y hasta las reactivan con la aparición de nuevos y numerosos actores sociales. ¿Y quién está a la ofensiva hoy día? El movimiento feminista en primer lugar, uno de los actores centrales de la lucha de clases en Chile, en Argentina, en México. ¿Quién ha sido capaz de sacar a la calle a dos millones de personas en el último período en América latina? ¡El movimiento feminista chileno, argentino, no la izquierda revolucionaria! Quienes tienen una visión estrictamente obrerista del cambio social no pueden comprender América latina. La izquierda trotskista argentina, que es una de las más activas en la izquierda revolucionaria del Cono Sur, puede sacar a 100 000 personas a la calle, pero no a un millón.

Recordemos también la multiplicación de revueltas colectivas frente a la austeridad, el autoritarismo, el neoliberalismo, en el segundo semestre de 2019: Haití, Chile, Colombia, Guatemala, Brasil. Siguen los debates en cuanto al tipo de proyección política: partido o no, autonomismo vs organización, qué frentes unitarios, etc. Por no hablar del impacto de la pandemia de Covid en todos los ámbitos sociales, cuando el subcontinente es una de las zonas más afectadas del mundo, con casi 300.000 muertos. La Comisión económica para América latina y Caribes (CEPAL) calcula que el PIB de la región va a caer un 8 o 9 % de media en 2020 y que más de 45 millones de personas volverán a ser pobres, alcanzando la pobreza a 220 millones de personas. Esto sin contar la explosión de despidos y el trabajo informal (ya omnipresente). Es terrible. En paralelo, el Estado de excepción, la militarización del espacio público, los asesinatos de líderes sociales ganan terreno en toda la región (comenzando por Colombia). Pese a todo, las feministas, las comunidades indígenas, la juventud precarizada, los sindicatos y trabajadores combativos, los intelectuales y estudiantes críticos, el campesinado de Vía Campesina, etc., reactivan luchas múltiples y la posibilidad misma de pensar las alternativas al modelo capitalista extractivista y dependiente, al neoliberalismo, al militarismo, al patriarcado y a la catástrofe climática. Los movimientos de Sin-tierra, de Sin-techo, de afro-descendientes, de LGBQTI+, están también activos, a pesar de las dificultades, el narcotráfico y la violencia cotidiana. Lo que permite continuar esperando, incluso frente a Bolsonaro, Piñera, Añez y su mundo. La reciente victoria en Bolivia o el los inmensos avances del pueblo chileno para derrocar la Constitución de Pinochet y el neoliberalismo neoliberal abren nuevas esperanzas y caminos, aunque sean llenos de limitaciones y dificultades, en un momento en que necesitamos más que nunca no perder la brújula de la emancipación humana frente a un mundo caótico, incierto y violento. El «fin de la Historia» no es para mañana, sobre todo en América latina…

Fuente e imagen tomadas de: https://rebelion.org/america-latina-algunas-lecciones-criticas-sobre-los-gobiernos-progresistas/

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