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Reproducción social y pandemia

Reproducción social y pandemia

Entrevista a Tithi Bhattacharya

Sarah Jaffe

La pandemia del coronavirus ha demostrado a muchas de nosotras, con una claridad brutal, la rapidez con que la sociedad puede cambiar y qué necesitamos –y no necesitamos– para vivir. Resulta que gran parte de una economía capitalista puede mantenerse paralizada en tiempos de crisis, mientras que los recursos se encaminan a la atención sanitaria. Muchas cosas que antes nos decían que eran imposibles –desde liberar presos de las cáreceles hasta suspender alquileres e hipotecas y desembolsar a cada habitante del país un dinero en efectivo–, ahora se están haciendo.

Tithi Bhattacharya lleva pensando desde hace tiempo en cómo sería una sociedad centrada en la vida humana y no en las necesidades del Mercado Todopoderoso. Es profesora de historia y directora de estudios globales de la Universidad Purdue, así como coautora del Manifiesto de un feminismo para el 99 %, miembra del consejo editorial del nuevo periódico Spectre y editora de un libro reciente titulado Social Reproduction Theory: Remapping Class, Recentering Oppression. Hemos hablado con ello sobre lo que nos puede enseñar la teoría de la reproducción social con respecto al periodo actual, a las demandas que debería avanzar la izquierda en estos momentos y a cómo podemos aprovechar estas lecciones para prevenir una catástrofe climática.

Sarah Jaffe: Para empezar, explícanos brevemente qué es la teoría de la reproducción social.

Tithi Bhattacharya: La mejor manera de definir la reproducción social es decir que son las actividades e instituciones que se requieren para crear vida, mantener la vida y reemplazar la vida generacionalmente. Las llamo actividades de creación de vida.

Crear vida en el sentido más directo es dar a luz. Pero para mantener esta vida necesitamos toda una ristra de otras actividades, como limpiar, alimentar, cocinar, lavar la ropa. Hay instituciones físicas que se precisan: una vivienda; transporte público para acudir a diversos lugares; instalaciones recreativas públicas, parques, programas extraescolares. Escuelas y hospitales son algunas de las instituciones fundamentales que se requieren para mantener y crear vida.

Estas actividades e instituciones que están implicadas en este proceso de creación de vida las llamamos trabajo de reproducción social e instituciones de reproducción social. Pero la reproducción social también es un marco; es una lente a través de la cual contemplamos el mundo que nos rodea y tratamos de comprenderlo. Nos permite ubicar la fuente de riqueza en nuestra sociedad, que es tanto la vida humana como el trabajo humano.

El marco capitalista o la lente capitalista es lo opuesto a la creación de vida: es creación de cosas o generación de ganancias. El capitalismo pregunta: “¿Cuántas cosas más podemos producir?”, porque las cosas generan ganacias. No se piensa en el impacto de esas cosas en la gente, sino en la creación de un imperio de cosas en el que el capitalismo es el nigromante que reina soberano.

La mayoría de estas actividades y la mayor parte del empleo en el sector de la reproducción social –como los cuidados, la enseñanza, la limpieza– corre a cargo de mujeres trabajadoras. Y puesto que el capitalismo es un sistema de hacer cosas y no de hacer vida, estas actividades y estas trabajadoras están gravemente infravaloradas. Las trabajadoras del sector de la reproducción social son las peor pagadas, son las primeras en irse, se enfrentan a un constante acoso sexual y a menudo a una violencia directa.

Jaffe: Nos hallamos en un momento en que hay espíritus malignos como Glenn Beck diciendo que darían la vida por que el capitalismo siguiera funcionando, más claro el agua.

Bhattacharya: La crisis del coronavirus ha sido trágicamente esclarecedora en dos sentidos. En primer lugar, ha aclarado lo que las feministas de la reproducción social vienen diciendo desde hace un tiempo, a saber, que la labor de cuidados y la de crear vida son los trabajos esenciales de la sociedad. Ahora mismo, cuando estamos en confinamiento, nadie dice: “¡Necesitamos corredores de bolsa y bancos de inversión! ¡Mantengamos abiertos estos servicios!” La gente dice: “Que sigan trabajando las enfermeras, las trabajadoras de la limpieza, los servicios de recogida de basuras, la producción de alimentos.” Comida, combustible, cobijo y limpieza: estos son los servicios esenciales.

La crisis también ha revelado trágicamente la total incapacidad de capitalismo para afrontar una pandemia. Lo que busca es maximizar el beneficio y no mantener la vida. [Los capitalistas afirman] que las principales víctimas de todo esto no son las innumerables vidas que se pierden, sino la maldita economía. La economía, parece, es el bebé más vulnerable que todos, desde Trump hasta Boris Johnson, están dispuestos a proteger con espadas afiladas. Mientras, el sector sanitario ha quedado devastado en EE UU debido a las medidas de privatización y austeridad presupuestaria. La gente dice que las enfermeras tienen que hacer máscaras en casa. Siempre he dicho que el capitalismo privatiza la vida y la creación de vida, pero pienso que hemos de reformular la frase después de la pandemia: “El capitalismo privatiza la vida, pero también socializa la muerte.”

Jaffe: Quería hablar más sobre la manera en que se minusvalora el trabajo de cuidados y esas otras formas de reproducción social. El gobernador de Pensilvania tenía una lista detallada de actividades esenciales para mantener la vida a las que autorizó a permanecer abiertas. El personal de limpieza abandonó el trabajo por carecer de equipos de protección individual. Nuestra tendencia a minusvalorar esta clase de trabajo está afectada por y también afecta a lo que pensamos de las personas que lo llevan a cabo.

Bhattacharya: Las residencias de ancianos y el sector de cuidados asistidos acogen actualmente a unos cuatro millones de personas en EE UU. En su mayoría están afiliadas a Medicare. El New York Times informó hace poco de que todos los años mueren 380.000 pacientes a causa de una infección en las residencias permanentes, que a menudo se resisten a invertir en los debidos procedimientos de higiene y salud. Estas instituciones influyen de modo importante en la propagación de epidemias. Esto se agrava sabiendo que en EE UU hay 27 millones de personas que carecen de seguro médico.

Cerca del 90 % del personal sanitario y auxiliar de clínica que presta servicio a domicilio en EE UU son mujeres. Más del 50 % de estas son mujeres de color. No estoy segura –nadie lo está– cuántas de ellas están indocumentadas. Son vulnerables por partida doble, tanto a la pérdida del empleo como a las redadas de los agentes de inmigración. En promedio, ganan unos 10 dólares la hora, y en la mayoría de los casos no tienen derecho a la paga en caso de baja por enfermedad ni seguro médico. Estas son las mujeres cuyo trabajo sostiene tantas instituciones de cuidados en nuestro país.

He seleccionado algunas de las categorías de trabajos que figuran en la lista de servicios esenciales que publicaron Indiana y Pensilvania y he comparado los salarios del personal de estos servicios esenciales con los de los altos ejecutivos. La diferencia es astronómica. Las trabajadoras de estos servicios que ahora nos dice que son esenciales –y que las feministas y socialistas sabemos desde siempre que son esenciales– perciben menos de 10 dólares la hora, mientras los banqueros permanecen sentados en casa.

Durante la crisis hemos de plantear reivindicaciones como la institución inmediata de lo que llamo una paga pandémica para las trabajadoras de cuidados esenciales. Están arriesgando sus vidas. Necesitan salarios mucho más altos. Inviertan de una vez en hospitales y servicios médicos, traten de nacionalizar la sanidad privada, como ha hecho España. Aseguren el cuidado de la infancia y la ayuda económica a todo el mundo, especialmente las trabajadoras y trabajadores que tienen que ir a trabajar. Y déjense de redadas y deportaciones de inmigrantes. Esto es algo que disuade a la gente de acudir a la asistencia médica: tienen miedo de ir al médico y llamar la atención de las autoridades de inmigración. Irlanda y Portugal han promulgado leyes que prorrogan todos los visados y anulan la condición de inmigración indocumentada. Estos son los modelos que hemos de seguir.

Jaffe: Uno de los grandes brotes en el Estado de Washington se produjo debido al pluriempleo de muchas asistentas sanitarias a domicilio que llevaron el virus a numerosas residencias de ancianos. La insuficiencia de la paga que reciben en un solo puesto de trabajo favorece la propagación del virus.

Bhattacharya: El virus, en cierto modo, es democrático. Ha infectado incluso al príncipe Charles. Sin embargo, esto no debe engañarnos hasta el punto de creer que el acceso a la curación será igual de democrático que el virus. Como sucede con todas las demás enfermedades bajo el capitalismo, la pobreza y el acceso al tratamiento determinarán quién vive y quién muere.

Esto tendrá un efecto devastador en mi país, India. El primer ministro fascista Narendra Modi acaba de decretar 21 días de confinamiento. Todas las ciudades han cerrado básicamente las empresas. ¿Qué será de los trabajadores migrantes? ¿Tiene Modi un plan para ellos? No. Millones de trabajadores y trabajadoras migrantes cruzan literalmente el país a pie para volver a sus aldeas, filas de gente caminando por las carreteras, de oeste a este. Modi ha prohibido todas las formas de transporte público y privado para que no vuelvan a casa, ya que pueden propagar el contagio. En cambio, Modi se ha asegurado de que los ciudadanos indios que viven en el extranjero –gente de clase media alta– pudieran volver en avión. Se fletaron vuelos especiales, se dieron permisos excepcionales para permitir que los aviones aterrizaran a pesar del cierre anunciado de los aeropuertos y se extendieron visados especiales.

Este es el modo en que una serie de gobiernos capitalistas del Sur global van a tratar a la gente pobre. Veremos cómo la enfermedad acecha en los arrabales de Calcuta, Mumbai, Johanesburgo, etc. Ya nos llegan declaraciones de nuestros gobernantes de que el virus es una manera de que el planeta se recupere, que se deshaga de los indeseados. Es un llamamiento eugenista a la limpieza social para eliminar a la gente más vulnerable y débil.

Jaffe: Lo que esto demuestra no es que las emisiones disminuyan por la falta de gente, porque la mayoría de la gente no muere; lo que demuestra es que el mundo está mucho más sano sin tanto trabajo, porque la gente solo lleva a cabo, como dijiste antes, el trabajo de crear vida.

Bhattacharya: Este argumento de que el coronavirus es un botón de reset para el mundo es un argumento ecofascista. Lo que debería ser es un botón de reset para la organización social. Si el virus se va y volvemos a la vida de antes, entonces es que no nos ha enseñaddo nada. Puesto que se ha vuelto necesario que nos quedemos en casa, somos capaces de hallar la belleza y el tiempo para gozar de aquellas personas con las que compartimos nuestro hogar. Pero no podemos olvidar que en el capitalismo los hogares, al tiempo que nos proporcionan cobijo y seguridad, también son escenarios de una violencia increíble. Hace dos días recibí un correo electrónico de un refugio local para víctimas de la violencia machista en que yo solía hacer voluntariado, preguntándome si podría plantearme volver allí porque prevén un repunte de casos.

Mis compañeras feministas de Brasil, Sri Lanka e India, todas me dicen lo mismo: un repunte de los abusos domésticos debido a la olla a presión que supone que todos permanezcan en casa. No necesitamos el aislamiento social. Necesitamos aislamiento físico y solidaridad social. No podemos olvidarnos de la vecina anciana que vive enfrente; puede que para ella no sea seguro ir a la tienda. No podemos olvidarnos de nuestra colaboradora que viene demasiado maquillada alrededor de los ojos y dice que se ha golpeado la cabeza contra una puerta. Tenemos que verlas regularmente.

La gente lo hace voluntariamente a pesar de que nuestros gobernantes apenas muevan un dedo para animarles realmente. Hay docentes que se acercan en coche a casa de sus alumnas y alumnos, les saludan con la mano y les dicen “¡vamos a salir de esta!” Mi distrito escolar, como muchos otros, suministra comidas a todas las personas menores de 18 años. En mi Estado, las entregan a domicilio. Es algo que ni el gobierno federal ni ningún político ha hecho. Son el personal docente y los distritos escolares que deciden hacerlo por su cuenta. Hay brillantes actos de solidaridad y amor y asistencia que florecen en medio de esta tremenda crisis. Estas son nuestras fuentes de esperanzaTrabajo de Reproducción Social.

Jaffe: Me pregunto en este momento por el trabajo doméstico, porque tenemos una situación en que muchas de estas tareas esenciales que se siguen realizando las llevan a cabo mujeres. Y el trabajo de cuidados, del que normalmente son responsables las mujeres en casa, está ahora a cargo de sus maridos, que de pronto se han tornado menos esenciales. ¿Qué perspectiva aporta esto a la comprensión que tendrán algunas personas del trabajo de reproducción social?

Bhattacharya: Joan C. Williams realizó un interesante estudio que demuestra que los hombres de clase obrera cuidan más de la prole que los hombres de clase media. Los hombres de clase media alardean de que asumen tareas del hogar, mientras que los de clase obrera prefieren no admitirlo porque es un trabajo de mujeres. Me pregunto si ese tabú perderá fuerza. Las mujeres realizan nueve horas más de trabajo doméstico a la semana que los hombres, en promedio, en EE UU. Puede que estas nueve horas se reduzcan, pero me pregunto si cambiará la actitud. ¿Se enorgullecerán los hombres de mantener unida la familia mientras sus parejas mantienen unido el mundo?

Jaffe: Una de las razones por las que los hombres no lo admiten, como has dicho, es que es un trabajo de mujeres. Buena parte del trabajo también está racializado. Muchas de las personas que llevan a cabo este trabajo de cuidados son mujeres inmigrantes, mujeres de color.

Bhattacharya: En EE UU está racializado. En otras partes del mundo, como por ejemplo en India, sigue corriendo a cargo de mujeres migrantes y las más pobres y a menudo de casta inferior. Las más vulnerables de cualquier sociedad son las que realizan este trabajo. Sus salarios y demás prestaciones lo reflejan. Desde el punto de vista de la reproducción social, buena parte de las tareas que se llevan a cabo en un día dado las desempeñan mujeres de color. No podríamos comer, pasear por las calles, dar a cuidar a nuestros hijos e hijas y a nuestras personas mayores, mantener limpias nuestras casas y hoteles, sin las mujeres migrantes y mujeres negras que se encargan de esta clase de trabajos. El capitalismo no reconoce para nada este trabajo que mantiene al mundo.

Jaffe: Actualmente se dice mucho que esta crisis es como una guerra. Sin embargo, el economista James Meadway se ha referido a ella como la economía antiguerra, porque lo que hemos de hacer es lo contrario a la guerra. Hemos de reducir la producción. Espero que esto haga comprender a la gente que el trabhajo que es necesario y que tendrá que continuar incluso en un mundo radicalmente diferente es un trabajo que hemos infravalorado sistemáticamente durante siglos, a diferencia de las tropas que se acostumbra tanto a fetichizar.

Bhattacharya: Estoy de acuerdo con James en que es preciso reducir la producción, pero no todos los tipos de producción. Deberíamos incrementar la producción de materiales médicos, alimentos y otros recursos esenciales para crear vida. En EE UU, el país más rico del mundo, tengo amigas enfermeras que van a trabajar sin el equipo adecuado.

Tomemos el ejemplo de las compras por internet. Está muy bien poder encargar ropa o calzado para que te lo traigan, pero hemos de recordar que por mucho que un par de zapatos ya esté fabricado, cuando lo encargas tendrá que viajar a través de varios lugares de trabajo hasta llegar a tu puerta. Piensa en los camioneros que lo hacen. Piensa en la gente que mantiene abiertos los espacios donde paran los camioneros. Piensa en las personas que limpian esos lugares de parada de camiones. Si compras por internet medicamentos esenciales, vale, pero ese precioso par de zapatos probablemente puede esperar.

No solemos pensar en el trabajo invisible que hay detrás de esos zapatos. No pensamos en los seres humanos que trabajan en la producción y en las cadenas de suministro que nos traen los zapatos a la puerta de casa. No obstante, en estos tiempos de pandemia tenemos que pensar en esas personas y tratar de dirimir si deberíamos hacerles correr el riesgo de ir a trabajar y hacer eso por nosotras. ¿Es un riesgo que queremos imponerles? Se trata de considerar el trabajo humano y no el producto del trabajo humano.

La segunda cuestión con respecto a la expresión “apoya a nuestras tropas”: pienso que debemos redefinir totalmente el concepto de tropa. La gente que trabaja en la sanidad, en la producción de alimentos, en la limpieza, en la recogida de basuras: ¡estas son nuestras tropas! Esta es la gente a la que debemos apoyar. No debemos entender por tropa a gente que quita vidas. Por tropa debemos entender a gente que da y mantiene vidas.

Jaffe: Desde hace decenios nos hemos topado con la negativa a cambiar el capitalismo para combatir el cambio climático, y ahora vemos con qué rapidez pueden cambiar las cosas, con destilerías o incluso la Ford planeando pasar a fabricar desinfectantes de manos o respiradores. ¿Qué lecciones nos da esto de cara a la lucha futura contra la castástrofe climática?

Bhattacharya: Nuestra lucha por la infraestructura es necesaria, pero no suficiente. Hemos de luchar por un cambio de actitud con respecto a la organización social. Esto es mucho más complicado que luchr simplemente por mejoras democráticas y sociales. Ya sabemos que un aumento de la temperatura del planeta pondrá en entredicho nuestra capacidad de producir alimentos a escala global. Si no las controlamos, las temperaturas subirán tanto que en lugares del sur de Asia y de África la agricultura al aire libre será imposible durante buena parte del año, y el ganado morirá. Hoy en Delhi, donde vive mi familia, durante largos periodos del año las escuelas han de permanecer cerradas porque hace demasiado calor y en invierno cierran debido a la contaminación atmosférica.

La amenaza para la producción de alimentos se traducirá en un machismo creciente y la posible violencia contra las mujeres en todo el mundo, porque son las mujeres o la gente que se identifica como mujeres quienes son responsables de poner alimentos sobre la mesa y a menudo incluso de producir esos alimentos. Y ya padecemos una crisis de agua fresca potable en todo el planeta que no hará más que empeorar. Dicho de otro modo, a menos que abordemos el cambio climático con la misma urgencia con la que afrontamos hoy el coronavirus, entonces esta pandemia se parecerá a unas vacaciones en comparación con lo que vendrá. El apocalipsis climático no será pasajero, y mucha gente no tendrá dónde refugiarse allí donde vive.

Estamos viendo ahora las medidas extraordinarias que pueden tomar los Estados capitalistas para hacer frente a una crisis. El gobierno británico se hace cargo del 80 % de los salarios de muchos trabajadores. El gobierno estadounidense planea enviar cheques a las familias. Pero si tales medidas y este énfasis en lo que es esencial se abandonan tan pronto pase la crisis, entonces el apocalipsis climático se nos vendrá encima y no habrá manera de salir de él. Después de la crisis de la COVID-19, el capitalismo tratará de volver a lo de antes. Seguirán utilizándose combustibles fósiles. Nuestra tarea es no dejar que el sistema olvide.

https://www.dissentmagazine.org/online_articles/social-reproduction-and-the-pandemic-with-tithi-bhattacharya

Tithi Bhattacharya es profesora de historia y directora de estudios globales de la Universidad Purdue. Sarah Jaffe es reportera de Type Media Center.

02/04/2020

Traducción: viento sur

Fuente de la Información: https://vientosur.info/spip.php?article15840

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Entrevista a Victoria Camps: «Ojalá nuestros jóvenes vean esta crisis como el inicio de un cambio revolucionario»

Diario de la Educación

Victoria Camps ha centrado sus estudios y actividad académica en la Filosofía y la Ética. Es catedrática emérita de la Universidad de Barcelona. Ha sido miembro del Comité de Bioética de España y de los comités éticos del Hospital del Mar y del del Valle Hebron. Preside la Fundación Víctor Grífols. Quisiera que la crisis de la pandemia del Covid-19 fomente el civismo, la responsabilidad y la fraternidad tanto en las personas como en los colectivos.

¿Qué retos éticos principales está poniendo sobre la mesa esta pandemia?

Por primera vez podemos decir que la respuesta a la calamidad que estamos viviendo está siendo éticamente correcta por parte de la ciudadanía. Estamos respondiendo al mandato de confinamiento con disciplina y comprensión, generosidad y responsabilidad. Con civismo. Ahora bien, los retos tienen un recorrido más largo porque habrá un final de la pandemia y tendremos que vivir con las consecuencias económicas del coronavirus. Mantener el espíritu cívico y cooperante por un bien común, a nivel nacional y europeo, es el reto ético fundamental, que deberá comprometer sobre todo a la política. Se habla mucho del derecho a la libertad como un derecho en riesgo dada la limitación de las libertades del confinamiento. Pero hay también un derecho a la igualdad. ¿Habrá propuestas justas equitativas, que protejan a los que más lo necesitan?

Una crisis como esta ¿potencia la solidaridad entre las personas o los instintos y actitudes más egoístas?

Creo que se está viendo que potencia la solidaridad mientras la reacción está motivada por el miedo a contagiar y ser contagiado y también porque nos fiamos de los consejos de los científicos que dicen que cuidarnos mutuamente es la única manera de acabar con los contagios. Me temo que las actitudes egoístas vengan después y que se imponga la consigna del ‘sálvese quien pueda’.

¿Qué sociedad se impone? ¿La que intenta hacer negocio vendiendo mascarillas o la que sale a los balcones a aplaudir a los sanitarios?

Parece que ha habido especulación y negocio a pesar de la gravedad de lo que nos está pasando, pero no se puede generalizar. Hay más compasión y reconocimiento hacia los que trabajan directamente para paliar la crisis que actitudes egoístas.

¿Esta crisis marcará nuestra sociedad? ¿Saldremos diferentes cuando se supere?

Individualmente lo recordaremos y seguramente sacaremos lecciones positivas. La jerarquía de valores y de prioridades tiene que cambiar. Lo que convendría es que estos cambios no se dieran sólo a nivel personal, sino colectivo. Hay cuestiones, como el cambio climático, que se reconocen como prioritarias y exigen políticas y cambios en la manera de vivir. La reacción a la pandemia nos ha hecho ver el valor de un sistema sanitario público que debería estar mejor dotado. Si seguramente es cierto que era imposible prever las dimensiones de lo que nos está pasando, sí que habría sido posible estar más preparados. Hoy se lamenta que la Ley de salud pública de 2011 apenas se haya desarrollado; si se hubiera hecho, habríamos podido responder más fácilmente a la crisis con los recursos disponibles. Una catástrofe como esta no se puede olvidar. Hay que hacer una reflexión profunda y amplia sobre las carencias que hubiéramos podido evitar.

Damos por hecho que un día u otro se superará la pandemia. ¿Qué garantía podemos tener de que será así?

Sólo el ejemplo de China. Pero nadie dice que el virus desaparecerá cuando los contagios empiecen a menguar. Más bien parece que se quedará con nosotros. Habrá que ver qué tipo de precauciones hay que tomar.

El porcentaje más elevado de mortalidad por Covid-19 se da entre la gente mayor de 70 años. Se ha llegado a plantear que se reserven las UCI para las personas con más posibilidades de recuperarse y vivir más años que la gente de edad avanzada. ¿Como lo valora?

Cuando los recursos son escasos hay que tomar decisiones ‘trágicas’. Si sólo hay un respirador, la mejor opción no es ponérselo a quien ha llegado primero. En las listas de espera sanitarias se tienen que tomar decisiones de este tipo. Pero la diferencia no debe ser la edad, sino la posibilidad de beneficiarse del tratamiento. Obviamente, una persona de noventa años tendrá en principio menos posibilidades de beneficiarse porque no estará tan sana como una de treinta.

Si se consolida la idea de que sistemas autocráticos como China son más eficaces en la lucha contra la pandemia ¿pueden perder apoyo ciudadano nuestras democracias?

Se ha hablado de dos medidas que han contribuido a frenar la pandemia: el control sobre los ciudadanos para que se quedaran en casa y la efectividad derivada de hacer la prueba del virus a todo el mundo. En Corea del Sur se optó por la segunda opción y funcionó con la eficiencia que lo hizo el método autoritario de China, y creo que con menos contagiados. Debemos optar por el modelo de Corea. Y considerar que estamos en un estado excepcional. No debemos extrapolar ni debemos consentir que la privación de libertad se dé después en una situación de normalidad.

¿Cómo valora la reacción de los países occidentales ante la pandemia?

Menos decidida y eficiente que la de los países asiáticos. También habrá que analizar porqué ha sido así.

¿Y de cómo se le ha hecho frente a España?

Tarde pero no peor que en otros países europeos. La reacción en España ha sido, también por primera vez, la de un estado federal que se hace cargo y coordina realmente las decisiones que considera que deben tomar los diferentes territorios.

El gobierno de la Generalitat, el de Murcia y un grupo de expertos defendían que se optase antes por confinamientos más duros. ¿Le parece una idea acertada?

No sé qué decir. La discusión se ha dado no sólo entre los gobiernos de algunas comunidades y el del Estado, sino entre los expertos. Tampoco los científicos pueden decir a ciencia cierta qué opción habría sido mejor.

¿Qué impacto destacaría de esta crisis en el mundo educativo?

Los niños y niñas están viviendo el confinamiento de un modo muy especial. A diferentes niveles, esta experiencia es una perspectiva excelente para fomentar el civismo, la responsabilidad, la fraternidad.

¿El capitalismo podrá seguir como hasta ahora? ¿La economía del libre mercado seguirá igual después de este episodio?

No debería continuar como hasta ahora. Es todo lo que podemos decir. Pero decirlo no sirve de nada si falta voluntad de cambio. Propuestas para cambiar hay de sobra. Los expertos más progresistas tienen propuestas de corrección de un capitalismo que ha generado desigualdades intolerables desde la perspectiva de los derechos fundamentales. Hay propuestas pero no valentía por parte de los más poderosos para abordar un cambio radical.

¿Dentro de un tiempo, veremos esta crisis como una etapa que cambió el mundo o bien quedará atrás, olvidada y sustituida por otros retos que nos plantee el futuro?

No soy profeta. Ojalá que nuestros hijos o nietos la pudieran ver como el desencadenante de un cambio de paradigma revolucionario, que los jóvenes la vean como el inicio de un cambio revolucionario.

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Joan Tugores: «La crisis acentúa la necesidad de un nuevo contrato social»

Por Pablo Gutierrez del Alamo

¿Qué consecuencias económicas provocará la crisis de la Covid-19? ¿Cómo afectará la alerta sanitaria a las relaciones internacionales? Joan Tugores, catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona y especialista en economía internacional, responde a estas preguntas y nos habla de la posible desaceleración de la globalización y de los cambios en el sistema económico internacional.

¿Cómo puede afectar la crisis de la Covid-19 a la economía española y mundial? ¿Cree que después de esto vendrá una crisis económica como la de 2008 o peor?

Si hacemos las cosas bien, creo que debería venir una situación transitoria. Si dentro de tres meses se logra controlar el aspecto médico, porque se ha encontrado una vacuna o tratamiento a la infección, el choque debería ser transitorio. Tendríamos una caída económica importantísima el primer y segundo trimestre del año, eso sí, pero a partir del tercero, si todo va bien, podríamos empezar a recuperarnos. Atenuada la causa que ha provocado este choque, es decir, el coronavirus, la recuperación se podría producir con una cierta normalidad. Pero insisto. Esto sólo sucederá si hay una buena gestión política.

Si permitimos que se degraden los activos productivos de la economía, que las empresas quiebren y que las personas pierdan su empleo, entonces, cuando llegue el momento de la recuperación, sí que nos podemos encontrar con muchas dificultades. Si no hacemos las cosas bien, si el apoyo a las empresas, los autónomos, los trabajadores en general… tarda demasiado en llegar, entonces se pueden degradar los activos y la salida de la crisis será mucho más complicada. Pero en este caso, la crisis no sería grave a causa del virus, sino por nuestra mala gestión.

¿Qué cree que pasará con el comercio internacional? ¿Cree que se podrá hablar de una desglobalización?

Puede suceder que haya una cierta desconfianza hacia el comercio internacional. Que los países ya no quieran continuar dependiendo del suministro exterior. También puede ser que las multinacionales quieran tener un control más cercano de la producción. Estos factores podrían influir en un retroceso de la globalización. Cuando a principios del siglo XIX nacieron las teorías del comercio internacional, una de las principales objeciones era hasta qué punto confiar en el comercio internacional podría provocar dificultades si estallaba una crisis conflictiva y se cortaba el suministro, por ejemplo, de alimentos. Esta es una discusión muy antigua que ahora se está reproduciendo.

Pero el retroceso en los indicadores de globalización ya la habíamos empezado a ver básicamente por dos razones: desde hace tres años la guerra comercial entre Estados Unidos y China ha provocado que algunas empresas multinacionales, para evitar pagar aranceles, hayan tenido que reorganizar su producción para depender menos de los demás. También ha comenzado un importante retroceso debido a los cambios tecnológicos. Tenemos robots y eso nos ha llevado a actuar de una manera más desglobalitzada, ya no necesitamos importar mano de obra barata o deslocalizar. La crisis del coronavirus actual puede acentuar, pues, unas tendencias que ya habían comenzado antes. Yo creo que se gestionará la globalización con un poco más de precaución, con más prudencia, y quizás algunos indicadores vayan a la baja. Esto creo que sí sucederá.

Hemos tenido que adaptarnos al confinamiento trabajando desde casa y haciendo las gestiones diarias de manera telemática. ¿Cree que nos acabaremos acostumbrando?

Creo que la situación actual puede afectar a las formas de vivir, de trabajar y de organizarse de las personas. Pero habrá que ver hasta qué punto esto hace cambiar la forma de relacionarnos y si las interacciones cara a cara acabarán teniendo el mismo protagonismo que tenían antes de la crisis o habrán perdido importancia. Lo que sí puede pasar es que algunas gestiones que antes se hacían de manera presencial, ahora se hagan telemáticamente.

Hablando de actividades a distancia, usted, que fue rector de la Universidad de Barcelona, ​​¿cómo ve el impacto de la crisis del coronavirus en la educación superior?

Los centros de enseñanza están pasando a la enseñanza a distancia a una velocidad vertiginosa. Los jóvenes ya están acostumbrados, pero a las personas que tenemos una cierta edad y no nos atrevíamos demasiado con las nuevas tecnologías esto nos ha dado un empujón. Esto de dar clases de forma regular a través de una videollamada con todos los estudiantes no lo había hecho nunca, pero me he tenido que atrever por necesidad. De momento, creo que la adaptación que se está haciendo es ejemplar. Siempre hay un componente personal insustituible, pero yo creo que de forma rapidísima e instantánea las universidades nos hemos adaptado al nuevo entorno y circunstancias y lo estamos aprovechando al máximo. Creo que los impactos negativos serán mínimos, al contrario, es una experiencia positiva que muestra la capacidad de resiliencia y adaptación a las circunstancias de la institución universitaria.

Muchas industrias han cambiado sus circuitos productivos y se dedican a producir de manera acelerada elementos o componentes necesarios en el momento actual, tales como mascarillas o respiradores. ¿Se puede considerar con ello que nos encontramos en una especie de economía de guerra?

Creo que no, creo que los calificativos bélicos no son los más adecuados para aplicarlos a la situación actual. Estamos en una economía y en un entorno de cambios traumáticos que nos obligan a todos a rápidas adaptaciones, y las empresas también lo hacen. La guerra también es un trauma que nos obliga a todos a tomar rápidas adaptaciones, pero ponerlo en la misma categoría y llamarle economía de guerra no lo encuentro adecuado. Es una naturaleza diferente: en la guerra hay bandos enfrentados, aquí no hay una división entre unos y otros. Todos estamos en el mismo barco y enfrentamos un choque, una perturbación que nos viene de fuera.

¿Cómo cree que incidirá la crisis de la Covid-19 en la precariedad laboral y las desigualdades socioeconómicas?

Dependerá de cómo la gestionamos. La crisis de los años treinta, por ejemplo, al principio hizo aumentar las desigualdades y, después, a consecuencia de la crisis y de las políticas adoptadas, se puso en marcha lo que conocemos como estado del bienestar para hacerles. En los últimos tiempos ya se hablaba mucho de la precarización de las condiciones laborales y salariales y de la necesidad de encontrar un nuevo contrato social para evitar que la gente en situación más precaria, mayoritariamente gente joven, se sintiera maltratada por el sistema. Yo creo que la crisis acentúa esta necesidad, la de encontrar un nuevo pacto social intergeneracional que incluya el trabajo digno, el medio ambiente, las garantías sanitarias adecuadas… Debería haber sido necesario este nuevo contrato social en cualquier caso, pero espero que la crisis sanitaria lo acentúe y acelere. Pero no será tanto la crisis sanitaria su causa, sino que será una especie de catalizador de unas necesidades que ya existían antes.

Por otra parte, la crisis del coronavirus ha revalorizado algunas tareas que en los últimos tiempos habían sido muy maltratadas. Nosotros dependemos de los repartidores, los dependientes del supermercado, de la paquetería, del trabajo de los cuidados… en definitiva, de algunas profesiones o tareas que se habían precarizado mucho y que ahora ha quedado demostrado que son de las más necesarias en momentos como los actuales.

Con las consecuencias económicas de la crisis sanitaria ha rebrotado el debate sobre la renta básica universal. ¿Usted cree que sería una buena solución a la hora de paliar los efectos de esta crisis?

La renta básica universal significa que todos, sin ningún tipo de condicionante, recibirán ayudas económicas por parte del Estado. Muchos de los que hablan de una renta básica universal no hablan de eso, hablan de una renta mínima garantizada, condicionada a cumplir determinados requisitos. La renta básica universal tiene unos requerimientos difícilmente asumibles. Creo que algún tipo de formulación de estas debería ser un ingrediente de este nuevo contrato social del que hablábamos. Se debería estudiar cuál sería el formato más adecuado. En cualquier caso, ahora hay más motivos para hacer esto y buscar fórmulas concretas, más allá de la retórica y la declaración de principios. Entre el malestar social que ya había antes del coronavirus, la emergencia económica que ha provocado el coronavirus, la percepción de fragilidad de nuestra sociedad que ha evidenciado el coronavirus… sería un buen momento para incorporar algún tipo de formulación de este estilo. Ahora hay incentivos para hacer esto dentro del marco de un nuevo contrato social con dimensiones globales, con dimensiones también medioambientales. Hay que intentar que el conjunto de la ciudadanía se sienta más integrada en una sociedad en la que las cosas han cambiado.

¿Las medidas económicas adoptadas por el Gobierno español para paliar las consecuencias económicas de la crisis sanitaria son las adecuadas?

Yo creo que son adecuadas si funcionan bien, de forma rápida y operativa. Para mí el tema de la operatividad es fundamental. Aquí en Europa hay países como Dinamarca que han optado por una vía mucho más directa: las empresas no harán despidos, el sector público paga el 75% de los salarios, las empresas el 25% y los trabajadores renuncian a unos cuantos días de vacaciones durante este año. Se ha llegado a un pacto social directo, rápido y operativo.

En general, los países del sur de Europa no tenemos el capital social que tienen los países nórdicos y han optado por la vía de otorgar más papel de intervención a las instituciones administrativas. Dicen que se prohíbe el despido o que tramitarán rápido los ERTE. Pero ¿cuándo es rápido? No es lo mismo una semana que dos meses, no puedes tener a la gente dos meses sin ingresos, con la incertidumbre que esto conlleva. Yo hubiera preferido un modelo como el danés claramente, de actuación inmediata. Hubiera sido más adecuado. En momentos de emergencia como estos, entre una semana y un mes se pueden generar grandes diferencias económicas y también psicológicas. La clave de una buena medida está en su rapidez y agilidad, y no tenemos precisamente una experiencia positiva al respecto. Si las medidas son lentas, aunque podrían parecer razonables, se acaban convirtiendo en una fuente de problemas. El problema no es del gran diseño de una medida, sino su implementación ágil y operativa y que resuelva los problemas de forma práctica.

¿Las instituciones europeas han estado a la altura de la situación?

El Banco Central Europeo primero metió la pata, no comprometiéndose, pero al cabo de dos días rectificó. El anuncio que hizo después en el sentido de que introduciría liquidez al sistema, yo creo que fue bastante contundente. Lo que está fallando ahora es el Consejo Europeo. Lo que pasó el jueves 26 de marzo fue un desastre sin paliativos. Que en la actual situación de emergencia no haya concierto en emitir deuda pública o Eurobonos y aplace 15 días una posible decisión o un plan de acción, es un desastre sin precedentes, sobre todo para quienes creemos en la integración europea. El Banco Central Europeo rectificó, ciertamente, pero los líderes políticos de momento no están actuando a la altura de la situación y espero que esto no pase factura. Los resultados del Consejo Europeo de la semana pasada fueron la peor noticia para la integración europea que hemos tenido en muchas décadas. Creo que están dejando perder un tiempo precioso.

Se dice que ante problemas globales, tienen que venir soluciones globales, pero ¿realmente ha sido así? ¿Cómo afectará la crisis del coronavirus en la geopolítica mundial?

La ONU hace tiempo que ya no tiene tanta relevancia. Lo que ha pasado es lo que ocurre en otros momentos: cada país ha intentado poner orden en su casa. Quizás en este caso ha circulado mejor la información, pero no la coordinación. El G20 se reunió la semana pasada y redactó un comunicado de tres páginas bien intencionado, pero debería haber actuado hace un mes, no el día 26 de marzo cuando el pánico ya se ha extendido. Desde el punto de vista geopolítico, el principal cambio es cómo afectará esto la relación con los Estados Unidos y como quedará Europa después de esta crisis.

Cuando comenzó todo con el primer foco, parecía que las pretensiones de China de convertirse en la primera economía mundial se hundían, pero luego han sabido gestionar la situación con la disciplina asiática y se están saliendo. En cambio, los Estados Unidos ya tienen más contagiados que cualquier otro país del mundo. China, además, está empezando a enviar apoyo y ayuda en Europa y otros lugares. Seguramente de toda esta historia China saldrá más reforzada, a pesar de ser el lugar donde empezó todo, y Estados Unidos, por su tardanza en reaccionar, pueden ver debilitada su posición internacional. Creo que el mundo saldrá con más hegemonía asiática de esta crisis. Esto, sin embargo, no ha comenzado ahora, viene de hace tiempo pero ahora se ha intensificado. Crisis como esta acentúan tendencias de fondo que ya existían antes.

¿Cómo cree que será el retorno a la normalidad?

El punto crítico es cuando se pueda dar razonablemente por superada la fase médica e interactúen la fase médica y la fase económica. La prioridad absoluta ahora es la fase médica y cuando esta esté encarrilada, dentro de un mes, dos meses o los que sean, ya llegará el momento de levantar el confinamiento y permitir la movilidad, reabrir los negocios que se han cerrado y que se pueda ir a trabajar. Habrá que esperar entonces que la gente vuelva a salir a la calle, que se atreva a ir a los comercios, a comprar tranquilamente, que se atreva a hacer reservas en los restaurantes, a ir a cenar fuera, a comprar entradas para el teatro o comprar, si llegamos a tiempo, paquetes para las vacaciones de verano.

También habrá que esperar si vienen turistas este verano. Si no, esto puede pasar factura a países turísticos como el nuestro. En función de cuál sea el grado de agilidad en la respuesta, veremos cómo será el retorno a la normalidad. Yo creo que será más o menos gradual. Algunos hablan de que habrá un cierto temor al principio de recuperar las pautas de normalidad, otros dicen que aumentará la demanda de bienes y servicios, de todo lo que ahora no podemos hacer. La pregunta es si tendremos ganas de hacer todo esto cuando se levante la situación actual.

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Entrevista a Bertrand Badie: ¿Quién gestionará políticamente el miedo?

Por: Eduardo Febbro

La impotencia de las potencias, la disputa por capitalizar el miedo, la crisis de Europa, los esfuerzos de China por sacar provecho de su lucha contra la pandemia y la expansión del virus hacia el Sur: estos son algunos de los temas en juego en la «geopolítica del coronavirus». El destacado académico Bertrand Badie los analiza en esta entrevista.

El trastorno planetario provocado por la propagación del Covid-19 no tiene espejos en la historia. Siete años después de que China pusiera en marcha su programa más ambicioso de reconquista del mundo reactualizando el mito de la Ruta de la Seda, esa ruta se convirtió en un sendero de muerte. En 2013, Beijing desplegó una red de infraestructuras repartida por los cinco continentes mediante comunicaciones marítimas y ferroviarias entre China y Europa, pasando por Kazajistán, Rusia, Bielorrusia, Polonia, Alemania, Portugal, Francia o el Reino Unido. El sueño de 1.000 millones de dólares dio lugar a la tercera extinción del siglo XXI: la primera fue financiera, con la crisis bancaria de 2008; la segunda fue la extinción de las libertades cuando el ex-analista de la Central de Inteligencia Americana (CIA) Edward Snowden reveló la extensión y la profundidad del espionaje planetario orquestado por Estados Unidos y sus agencias de seguridad; la tercera es sanitaria.

Ya nadie se pregunta hacia dónde va el mundo sino, más bien, si mañana habrá un mundo. Las máscaras del tecnoliberalismo y su construcción global, es decir, la globalización, se han caído. La máscara, ese objeto tan precioso para sobrevivir, se volvió el revelador del abismo mundial; sin máscaras se corrió el telón de la ausencia de consenso a escala europea para enfrentar la crisis sanitaria y financiera, o pactar ordenadamente el cierre de las fronteras; sin máscaras, la Organización Mundial de la Salud (OMS), supuestamente a cargo de la salud del planeta, demostró que era un gigante burocrático sin incidencia en la realidad; sin máscaras, la cooperación internacional apareció como una ficción desesperada. Las divergencias entre estadounidenses y europeos nunca fueron tan insuperables, tanto como las que atraviesan a los Estados que componen la Unión Europea. Entre insultos, incomprensión, golpes bajos y visiones antagónicas entre la preservación de la vida o la salud o la de la economía y las finanzas, los dirigentes de las potencias sobresalieron por su incapacidad para diseñar un horizonte.

El mundo que existía desde la Segunda Guerra Mundial dejó de respirar. Donald Trump enterró el multilateralismo heredado del siglo XX, mientra el coronavirus ponía la cruz sobre un sistema internacional que de «sistema» solo tenía el nombre.

Muchos de estos acontecimientos han sido anticipados por Bertrand Badie a lo largo de una obra consagrada a las relaciones internacionales. Profesor en Sciences Po París y en el Centro de Estudios e Investigaciones Internacionales (CERI), Badie desarrolló una obra del otro lado de los consensos. En 1995 se adelantó en La fin des territoires [El fin de los territorios], en 1999 exploró cómo sería Un monde sans souveraineté [Un mundo sin soberanía] y en 2004 empezó a tejer el análisis sobre la inercia de los poderosos, es decir, la impotencia de los potentes y publicó L’Impuissance de la puissance. Essai sur les incertitudes et les espoirs des nouvelles relations internationales. Los ensayos siguientes lo acercaron a la configuración actual: El tiempo de los humillados. Una patología de las relaciones internacionales y Diplomacia del contubernio. Los desvíos oligárquicos del sistema internacional (ambos editados por la Universidad Nacional de Tres de Febrero). En esta entrevista, realizada en plena crisis mundial, el profesor le sigue los pasos a un mundo que se cae y esboza los contornos del próximo.

Hemos cambiado de paradigma con esta crisis sanitaria. Usted sugiere que, desde ahora, la seguridad de los Estados ya no es geopolítica sino sanitaria.

Así es, y hay un conjunto de cosas. Están la seguridad sanitaria, la seguridad medioambiental, la seguridad alimentaria y la seguridad económica. Conforman varias seguridades que ya no son militares sino de naturaleza social. Se trata de un gran cambio con respecto al mundo de antes. En este momento, por primera vez en la historia, estamos descubriendo la realidad de la globalización. Este descubrimiento no atañe a los Estados, sino que toca a cada individuo. Esto es lo nuevo. En la historia, es raro que los individuos aprendan en directo, en su propia carne, en su vida cotidiana, cómo son realmente las transformaciones de la vida internacional. Antes estaban las guerras para acercar este aprendizaje, pero las guerras afectaban indirectamente a la población. Aquí, todo el mundo está afectado. Podemos entonces esperar un cambio de la visión del mundo y de los comportamientos sociales. Esta tragedia puede conducir a una transformación brutal de la visión que tenemos del mundo y de nuestro medio ambiente. Tal vez, se dejarán de lado todos los viejos esquemas, es decir, los esquemas como el de la concepción militar y guerrera de la seguridad, entiéndase, un mundo fragmentado entre Estados-nación en competencia infinita y una concepción de las diferencias que remite siempre a esa dualidad de la vida entre amigos y enemigos. Hoy ya no hay amigo o enemigo sino asociados que están expuestos a los mismos desafíos. Esto cambia completamente la gramática de la sociología y de la ciencia de las relaciones internacionales. El otro ha dejado de ser un rival, el otro es alguien de quien dependo y que depende de mí. Esto nos debe conducir hacia otra concepción de las relaciones sociales y de las relaciones internacionales, en la que estoy obligado a admitir que, para ganar, necesito que el otro gane; tengo que admitir que, para no morir, necesito que el otro no caiga enfermo. Esto es algo completamente nuevo.

Sin embargo, los desacuerdos entre los Estados nunca habían sido tan abismales. Las relaciones entre Europa y Estados Unidos han empeorado con esta crisis sanitaria mientras que, dentro de la Unión Europea, los antagonismos se han profundizado en el momento más dramático de la humanidad.

En la situación actual nos encontramos con desacuerdos entre Estados Unidos y el resto del mundo a los que ya estamos acostumbrados. Pero también vemos profundos desacuerdos dentro de Europa con, por ejemplo, el rechazo de Alemania a los famosos «coronabonos», es decir, la mutualización de las deudas. Ese será justamente el gran enigma cuando salgamos de la crisis. Seguimos estando coyunturalmente en un esquema de desacuerdos enormes y de competencia tal vez más agudos que antes. Pero eso es porque estamos en una situación de urgencia y, en estos casos, el reflejo natural es esconderse detrás de un muro, cerrar las puertas y las ventanas. Podemos esperar que el miedo suscitado por esta crisis conduzca a que se reconozca que no será viable enfrentar en forma duradera este tipo de nuevo desafío sin una profunda cooperación internacional. Es comprensible que los desacuerdos y la competencia entre los Estados sean densos en medio del incendio. Sin embargo, es necesario entender que, a corto plazo, habrá que cambiar de programa.

Queda entonces la tarea de redefinir una nueva geopolítica.

La geopolítica ha muerto. La visión tradicional, geográfica, de las relaciones internacionales no vale más porque estamos en un mundo unido. La realidad ha dejado de ser la confrontación entre regiones del mundo y Estados para volverse la capacidad o la incapacidad de gestionar la globalización.

El colapso sanitario explotó en un mundo ya muy trastornado por el surgimiento casi planetario de movimientos sociales y por la redefinición de las propuestas políticas marcadas por la nostalgia nacionalista. Las tres figuras emergentes de este contexto son los negacionistas de la pandemia: Donald Trump, Boris Johnson y Jair Bolsonaro.

La pandemia intervino en un contexto doble que no se debe olvidar. El primero es el ascenso vertiginoso del neonacionalismo en diferentes latitudes: en Estados Unidos, Gran Bretaña, Brasil, Europa e incluso en los países del Sur. Ese nacionalismo lleva a los dirigentes en el poder a promover o halagar a las opiniones públicas fomentando la ilusión de una respuesta nacional o de protección frente a los peligros. Ello agrava la situación porque esta tentación demagógica viene a complicar la gestión multilateral de esta crisis. El segundo contexto remite a que recién salimos de un año 2019 absolutamente excepcional. 2019 fue el año en que se dieron una multitud de movimientos sociales a través del mundo: América Latina, Europa, Asia, África, Oriente Medio. Estos movimientos sociales reclamaban lo mismo: un cambio de políticas. Las revueltas sociales denunciaban el neoliberalismo y la debilidad de la respuesta de los Estados y, también, de las instituciones y de las estructuras políticas. Hoy, para los Estados, la gran dificultad se sitúa en el hecho de que tratan de responder a corto plazo y con un perfil nacionalista mientras que, al mismo tiempo, cuentan con muy poca legitimidad en el seno de sus sociedades. La consecuencia de este esquema han sido las dudas, los tanteos y la ineficacia demostrada por los gobiernos. Una situación semejante obligará a cambiar la gramática de los gobiernos.

Hay, en toda esta tragedia, una contradicción cruel: justo antes de la crisis sanitaria, China se encontraba en plena expansión. En 2013 empezó a reactualizar el mito de la Ruta de la Seda y para ello desplegó una impresionante red de comunicación y de infraestructuras a través del mundo. Pero esa Ruta de la Seda mutó en ruta de la muerte.

Es cierto y hay dos puntos esenciales. En primer lugar, esta crisis que se inició en Wuhan golpeó muy fuerte a la economía china y, diría, a la propia credibilidad de los políticos chinos y sus políticas. La crisis también reveló las debilidades del sistema chino. No olvidemos que el virus nació debido a la fragilidad del sistema sanitario y alimentario de China: el coronavirus nació en esos mercados que no responden a las reglas elementales de higiene. Fue la base de su propagación. La credibilidad china se vio disminuida debido a esta fragilidad sanitaria. Al mismo tiempo, hay una paradoja: China ingresó antes que nadie en esta crisis, pero también salió de ella antes que los demás y de forma eficaz. No estoy seguro de que Europa tenga la misma capacidad de reacción que China. Salvo si, por desgracia, China conoce una segunda ola de contaminación, es muy probable que esté de pie cuando Estados Unidos y los países de Europa sigan de rodillas. China está tratando de probarlo enviando médicos y equipos y ofreciendo ayuda a los países que están en plena tormenta. Esto puede significar que cuando nosotros continuemos peleando contra el virus China se habrá levantado y tendrá, entonces, una ventaja frente a las viejas potencias.

A lo largo de esta crisis hemos asistido a una suerte de geopolítica de chez zoi, es decir, una geopolítica de casa para adentro. Cada país se concentró en su problemática cuando el imperativo no era financiero como en la crisis de 2008, sino sanitario.

La urgencia es doble. Es sanitaria ahora y será económica y financiera muy rápidamente. El problema radica en que Europa ha sido la primera víctima del coronavirus. Europa fue el primer muerto. Todos los reflejos que se esperan de Europa están ausentes. La primera intervención de Christine Lagarde, la directora del Banco Central Europeo (BCE), fue catastrófica. Hasta llegó a invitar a los Estados a que se las arreglaran por su cuenta. Luego, la respuesta de la Comisión Europea resultó igualmente débil. El desacuerdo entre los principales países europeos (Alemania, Francia, España, Italia, Países Bajos) en torno de la gestión de la mutualización de las deudas muestra hasta qué punto se carece de un resorte europeo. Luego de la Segunda Guerra Mundial, Europa se construyó por primera vez en su historia porque los europeos tenían miedo de una tercera guerra mundial y sabían que no podría reconstruirse ni salir de las ruinas únicamente con el esfuerzo nacional. Por eso se eligió una reconstrucción colectiva. Hoy, como todas esas metas han sido alcanzadas, la dinámica europea ha dejado de existir. No obstante, es precisamente allí donde está la clave de su porvenir. El miedo que los europeos tenían en 1945 lo vuelven a sentir ahora con el coronavirus. Los europeos van a descubrir que esa necesidad de reconstrucción que había en 1945 persistirá en cuanto salgamos de este drama sanitario. Tal vez, la conjugación de estos dos factores conduzca a que Europa renazca al final de esta crisis. Pero claro, cuando llegue ese momento habrá que cambiarlo todo.

Aunque los paralelismos puedan resultar tramposos, muchos analistas trazan un paralelo entre la situación actual y la crisis de 1929. Luego de aquella hecatombe vino la Segunda Guerra Mundial y, justo antes, el ascenso del nacionalismo. ¿Acaso el virus no podría volver a fecundar un contexto semejante?

Es demasiado pronto para saber cómo serán las consecuencias. Las cosas pueden ir en los dos sentidos. Pero quisiera igualmente señalar que, antes del fascismo y el nazismo, el primer resultado de la crisis de 1929 fue el keynesianismo y Franklin D. Roosevelt, es decir, la reorientación de la economía mundial que permitió su salvación. No hay que tener una visión exclusivamente pesimista sobre los efectos de esta crisis. Creo que todo dependerá de la manera en que el miedo actual evolucione y de cómo ese miedo sea gestionado políticamente. Si el miedo desaparece rápidamente, se corre el riesgo de que volvamos a comenzar con el viejo sistema. Si el miedo perdura, tal vez esto nos conduzca hacia las transformaciones que necesitamos. Sin embargo, desde ahora, se plantea el gran problema de la gestión política del miedo. ¿Quién se hará cargo? Seguramente, la extrema derecha utilizará ese miedo como recurso electoral explicando que es urgente reconstruir las naciones, los Estados y restaurar el nacionalismo. No obstante, la extrema derecha no es la única oferta política existente.

Sí, pero ya antes de esta crisis la extrema derecha se erigió como planteo político reestructurado y con mucha legitimidad.

Hay mucho de eso. Si se observan los Estados europeos, todos tienen un sistema político descompuesto. En Francia no hay más partidos políticos, en Alemania la socialdemocracia no cesa de debilitarse mientras que los demócrata-cristianos de la canciller Angela Merkel están sumidos en una crisis, en Italia la democracia cristiana y el Partido Comunista desaparecieron, e incluso en Gran Bretaña el sistema partidario que antaño estaba tan bien estructurado ya no existe más. Estamos en plena recomposición política. La versión optimista quiere que esta recomposición política desemboque en el nacimiento de partidos con capacidades de llevar las riendas de la globalización. De hecho, actualmente, ningún partido político sabe qué es la globalización. Tal vez advenga un keynesianismo político. Por el contrario, el horizonte negativo sería que esa recomposición no se lleve a cabo.

En uno de sus últimos libros y, más recientemente, cuando estallaron las insurgencias sociales en 2018 y 2019, usted planteó que estábamos ingresando en el segundo acto de la globalización. ¿Acaso esta crisis no ha barrido con ese segundo acto?

No, para nada, es el mismo. No hay que disociar lo que ocurrió en 2019 de lo que está pasando ahora. Es lo mismo, es decir, el redescubrimiento angustiado de una urgencia social. Ese es el segundo acto de la globalización, el cual consiste en distinguir globalización de neoliberalismo, es decir, dejar de confiarle al mercado la gestión exclusiva de la globalización. En el curso de este segundo acto se trata de construir una globalización humana y social. Estas fueron las demandas de 2019 y los mismos reclamos vuelven ahora con urgencia ante la crisis del coronavirus. Si somos optimistas, podemos esperar que esta crisis termine por acelerar el advenimiento del segundo acto de una globalización humana y social. De lo contrario, cabría pensar que la catástrofe sanitaria no hizo sino complicar y atrasar la marcha hacia la segunda secuencia.

2019 nos mostró a una humanidad ligada por lo que usted llamó un perfil intersocial. ¿Persiste aún esa dimensión de conexión, de diálogo y de compenetración entre identidades sociales?

Sí, claro, tanto más cuanto que esta crisis nos revela que las relaciones intersociales se vuelven determinantes a través del planeta. Estas relaciones intersociales son incluso más importantes que las relaciones entre los Estados, los gobiernos o los militares. El porvenir del planeta está en las interacciones sociales, en la tectónica de las sociedades, es decir, en esa capacidad propia de las sociedades para interactuar entre ellas más allá de la voluntad de los gobiernos.

Uno de los ejes constantes de su reflexión ha sido plantear la forma en que, en las relaciones internacionales modernas, es el Sur quien fija la agenda del Norte y, también, cómo ello desembocó en una representación geopolítica marcada por la impotencia de los poderosos. El coronavirus ha dejado al desnudo esa impotencia.

¡Estamos más que nunca en ese esquema!. Estamos viendo cómo los instrumentos clásicos de la potencia no pueden hacer absolutamente nada frente al coronavirus. Estados Unidos, que es la superpotencia de las potencias, conoce una propagación de la infección superior a la de China y Europa. Hemos dejado de estar en el registro de la potencia. Los recursos clásicos de la potencia nada pueden hacer. Debemos pasar ahora de la potencia a la innovación. Solo ganaremos si convertimos la vieja concepción de la potencia en capacidad de innovación para encontrar nuevos tratamientos, una vacuna, así como los medios técnicos capaces de remodelar la globalización para que esta no sea, como hoy, una fuente de dramas. Estamos ante un nuevo umbral de la historia.

Un nuevo umbral con un interrogante dramático: ¿qué ocurrirá cuando el coronavirus se expanda en los países del Sur carentes de toda estructura sanitaria?

Esa eventualidad anuncia una catástrofe. Si la pandemia llega al Sur, será todavía más dramática y lastimará más profundamente al planeta entero. Ello prueba que los centros de gravedad de nuestra historia y de nuestro porvenir están en el Sur. El auténtico momento de la verdad se planteará cuando África se vea confrontada masivamente a esta tragedia.

Se han caído tantas máscaras con esta crisis global. La búsqueda de una vacuna, por ejemplo. Cada país la elabora por su cuenta: Francia, Estados Unidos, Rusia, China, Cuba. Y en el medio está el espectáculo indecente de la OMS: no tiene voz, ni influencia, ni capacidad alguna de organizar acciones coordinadas. Se ve como un monstruo vacío y burocrático.

Este tipo de anarquías son frecuentes en las situaciones de urgencia porque se establece una competencia entre un conjunto de actores que trata, más o menos sinceramente, de encontrar un remedio. Es algo paradójicamente normal porque así se estimula y se aceleran las investigaciones. Ahora claro, si estuviésemos en un mundo ordenado, la OMS habría debido encargarse de la definición de los protocolos de investigación y de los protocolos terapéuticos. Pero la OMS se ha vuelto alguien que cada tarde lee comunicados carentes de interés. Pero la naturaleza humana termina siempre por triunfar. El problema consiste en saber qué sacrificio habrá que hacer para todo esto. Un muerto es un muerto de más y ahora vamos ya por miles de muertos. Pienso que la humanidad renacerá de todo esto más fuerte y más consciente.

Fuente e imagen: https://nuso.org/articulo/entrevista-bertrand-badie-febbro-coronavirus-geopolitica-capitalismo/

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Guillermo Jaim Etcheverry. «Los buenos docentes, y no la tecnología, son los que van a cambiar la educación»

Por: Daniel Gigena.

a cuarentena preventiva y obligatoria se decretó horas después del encuentro con Guillermo Jaim Etcheverry, presidente de la Academia Nacional de Educación y miembro de número de la Academia Nacional de Ciencias. No obstante, Jaim Etcheverry, rector de la Universidad de Buenos Aires entre 2002 y 2006, saluda a dos metros de distancia y cualquier contacto será evitado. «Vivimos una circunstancia de excepción que alterará de manera radical nuestras vidas -dice en el departamento donde vive desde hace veinte años, rodeado de obras de artistas como Alicia Penalba, Fortunato Lacámera y Alfredo Londaibere-. También lo hará con la educación. Ante la suspensión de las clases, recurriremos a experimentar con las nuevas tecnologías. Coincido con el filósofo italiano Nuccio Ordine, cuando señala el peligro de transformar una educación de emergencia en la normalidad, el peligro de una enseñanza sin el docente mirando a los ojos del estudiante, que es lo que transforma sus vidas».

Este mes, cuando se cumplen poco más de veinte años de la publicación de su best seller La tragedia educativa , acaba de lanzar Educación. La tragedia continúa (Sudamericana). Durante veinte años, fue colaborador de la revista de la nacion con artículos en los que ahora trabaja con el propósito de darles nueva circulación. «El panorama educativo no solo no mejoró sino que ha empeorado», diagnostica.

¿Qué relación guarda el nuevo libro con el anterior?

Aquel libro, que tuvo como veinticinco reediciones, nunca lo reescribí. Ahora pensé que era un buen momento para volverlo a ver con la idea de modificar algo. Pero escribí otra cosa, con nuevos elementos y más datos. En esencia el mensaje es el mismo: la tragedia continúa. Algunos amigos me sugerían que le pusiera «la tragedia empeora», pero me pareció demasiado dramático.

¿No hubo mejoras en la educación en estas décadas?

Está peor. Las cifras indican eso; estamos estancados o peor que antes. En ese momento no estaban las pruebas PISA , por ejemplo. El mensaje es el mismo: tratar de llamar la atención sobre los graves problemas que tenemos. Muy poca gente educada, mucha desigualdad en la distribución de la educación y una calidad cuestionada. Las pruebas nacionales e internacionales demuestran lo mismo año a año. La mitad de los chicos que termina la escuela media no entiende lo que lee; dos de cada tres tienen problemas con las operaciones matemáticas más simples. Es un fracaso grande.

Sin embargo, la inversión en educación aumenta.

Sí, claramente ha aumentado, pero no se manifiesta en los logros. Sin el dinero es imposible, pero con el dinero solo no basta. Lo que está en crisis en el país es el valor social de la educación. A nadie le interesa realmente. Más allá de lo que se dice en los discursos, el interés social por la educación es muy pobre. El 70% de los padres manifiesta que está satisfecho con la educación de sus hijos y a la vez sostiene que la educación en el país está muy mal. El 80% afirma que no cambiaría a sus hijos de escuela para mejorar la educación. O sea que la gente está conforme y esa conformidad atraviesa todos los sectores sociales y niveles educativos. Por alguna razón misteriosa la mayoría piensa que la educación de sus hijos es extraordinaria.

En una entrevista, el Presidente dijo que la vuelta a las clases no le preocupaba ante la emergencia sanitaria por la pandemia.

Hoy es imposible anticipar cuál será la evolución del año escolar. La respuesta de nuestras autoridades educativas ha sido rápida y adecuada al promover el uso intensivo de las herramientas tecnológicas, como se ha procedido en muchos otros países. Una de las ventajas de esta lamentable situación es que docentes y alumnos se entrenarán en el empleo de esos útiles recursos complementarios. Pero, al igual que en otros aspectos de las relaciones interpersonales, el riesgo es que esta experiencia contribuya a instalar la idea de que la tecnología puede reemplazar el vínculo directo y presencial entre maestros y alumnos, que sigue siendo esencial, al menos en las etapas iniciales del aprendizaje.

¿Con la cuarentena estamos en pleno experimento educativo?

Vamos a ver qué va a pasar. Es muy incierto, pero entiendo que el docente es un modelo, es un ejemplo y la educación es ejemplo. El buen docente es el que sabe mucho de una materia, que siente pasión por eso que sabe y que transmite esa pasión. Cualquiera que recuerde a un buen docente lo sabe. Y además era el que exigía. Las pantallas no pueden hacer eso, son medios fríos, que no traducen emociones ni el poder de reflexión por su propia estructura. Como recurso son importantísimas, pero la tecnología no va a modificar la educación; la van a modificar los buenos docentes. En el libro menciono una entrevista a Streve Jobs, que se arrepentía de haber introducido la tecnología en las escuelas, no porque le pareciera mal sino porque había contribuido a dar la impresión de que la tecnología revolucionaría la educación. La educación depende de los docentes.

¿Qué papel deben desempeñar los padres o los adultos a cargo de chicos en esta circunstancia?

La colaboración de los padres en la educación de sus hijos durante la cuarentena es, obviamente, esencial. Es imprescindible su contribución en la selección de los materiales, en la supervisión de los aprendizajes, y sobre todo, demostrando interés por el cumplimiento de esas tareas. La imposición de horarios, la creación de hábitos de estudio, y en especial de lectura, constituye una tarea impostergable para los padres en el contexto actual.

¿En lengua y en matemática es donde más se advierte la mala calidad educativa?

Sí, y son herramientas básicas para encarar cualquier estudio. El fracaso universitario se explica por eso, porque carecen de herramientas de comprensión. Si no se entiende lo que se lee, es complicado acceder a textos de mediana complejidad. No se enseña bien lengua; el repertorio de vocabulario de los estudiantes secundarios es muy limitado. La escuela debe proveer el manejo de las herramientas intelectuales fundamentales y eso se ha perdido. Eso se adquiere con esfuerzo y trabajo.

¿Esos valores pasaron de moda?

Aprender a leer es difícil. El esfuerzo ya no le interesa a nadie, cayó en desuso. No se ha insistido más en eso.

¿A los docentes tampoco les interesa?

Han abandonado ese camino porque la pedagogía contemporánea ha acompañado ese cambio de valores. Con la entronización del «niño rey», que aprende cuando quiere y como quiere, la enseñanza es vista como una intromisión. ¿Por qué se le va a enseñar al chico si el chico ya sabe? Y la tecnología ha contribuido a eso, porque pareciera que el manejo de herramientas tecnológicas confiere inteligencia, aunque lamentablemente no es así. Los teléfonos no son inteligentes; inteligentes son los científicos que los crearon.

Otro cliché es que la escuela debe ser divertida.

Un entretenimiento más, como si fuera parte del mundo del espectáculo. Se apunta a eso: que sea light , que moleste poco. El pacto educativo básico que era la alianza de padres con maestros para educar a los chicos está roto. Hoy los padres están aliados con sus hijos en contra de los maestros o la institución escolar. Los padres quieren que no los molesten. En realidad, ser exigido es un derecho de los estudiantes, eso demuestra el interés que se tiene en el otro.

¿Estamos ante una situación irremontable?

¡No! Si creyera eso, ya estaría encerrado en la cuarentena final. Hay que llamar la atención sobre esto y hacer un esfuerzo para retomar esas cuestiones básicas. El dictado, por ejemplo, ahora es considerado una imposición, pero es fundamental para aprender a escribir. En un momento hay que sentarse a aprender algo.

¿Desde el Ministerio de Educación qué se hace, de un gobierno a otro?

Se hacen cosas y aportes, pero este es un problema social, de la base. Eso es lo que hay que cambiar. Las autoridades tienen que mostrar los problemas y no ocultarlos. A la escuela se le piden muchas cosas, pero la tarea fundamental es mostrarles a los chicos las posibilidades intelectuales que encierra la educación: ayudar a cada uno a ver sus propias dimensiones como ser humano.

¿Ahí radica la importancia de la educación?

Claro. Amoblarse por dentro, para enriquecerse como persona. Habrá que volver a poner de moda ideas así.

Durante el menemismo el objetivo era preparar a los chicos para el mundo del trabajo.

Y eso tampoco se consigue. Es una misión importante, claro, hay que saber lo fundamental para entrar en ese mundo. En todo el mundo, los mejores resultados los tienen los chicos que pertenecen a las familias del 25% de mayor nivel socioeconómico, los hijos de profesionales y los que van a escuelas con mayores recursos humanos y económicos. El nivel socioeconómico es el mejor predictor del éxito educativo. En la Argentina pasa lo mismo, pero el promedio de los argentinos mejor educados es inferior al promedio de los peores educados en treinta países. Vale decir que hay treinta países donde los estudiantes del nivel socioeconómico más bajo, y que van a escuelas de escasos recursos, están mejor formados que los mejores estudiantes argentinos.

¿Qué responsabilidad tienen los institutos de formación docente?

Fundamental. Es el tema central: no hay buena educación sin buenos docentes. Son claves. La Argentina tiene más de mil quinientos. ¿Cómo se puede controlar la calidad de semejante número? Los países desarrollados tienen cincuenta, setenta, noventa. Ahí hay un problema grave, que hay que revisar. No entendí nunca el proyecto de la UniCABA, donde convivían institutos terciarios y universidades. La docencia es una actividad social muy sensible y no puede ser una salida laboral más. El salario es un índice de la valoración social de la educación, de lo poco que se valora, pero no debe ser el único. La calidad de la formación es otro. Todos los países que mejoraron su educación lo hicieron mejorando la calidad de la formación en los institutos de formación docente.

¿Antes la escuela era una institución más democrática que en la actualidad?

Sí, debajo del guardapolvo blanco estaban el hijo del carnicero, el del obrero, el del médico, el del empresario. Se tendía no te digo a una igualdad, sino a cierta equivalencia de posibilidades. La escuela hoy eso no lo está haciendo. Eso sirvió para la cohesión social y se ha perdido. Los chicos se educan en guetos: los ricos con los ricos y los pobres con los pobres, y ahí se va reproduciendo esa estructura. Recién en la universidad, y en ciertos casos, se da la mezcla por primera vez. Son educaciones de países separados. Y hay desigualdades asombrosas entre las provincias. Después de la reforma de los años noventa, cada gobernador hizo lo que quiso y eso se ve. Es muy grave. Hay diferencias no solo dentro de las jurisdicciones, sino también entre ellas. Hay que volver a recrear una épica educativa, volver a Sarmiento.

¿Usted conoció a los tres premios Nobel de ciencias del país?

A los tres. Se sabe muy poco de las vidas de estas personas tan importantes para el desarrollo de la ciencia. Estos años no han sido favorables para las ciencias, y eso se siente. Esperemos que repunte. Ya lo decía Sarmiento, el éxito económico solo no hace a un país, en todo caso eso es una factoría; un país es éxito económico puesto al servicio de la cultura, la educación y la ciencia. Un país que no domina la ciencia está condenado al fracaso. Nuestros antecedentes son muy importantes: el primero educado y formado en instituciones públicas [Bernardo Houssay]; el segundo, Luis Federico Leloir, ya trabajando en una institución privada, y el tercero, César Milstein, trabajando en el exterior. Eso marca el derrotero de nuestra ciencia. Ojalá el próximo Premio Nobel de ciencia que tengamos trabaje en la Argentina. Si tenemos ciencia de calidad, es gracias a la labor de esta gente, sobre todo gracias a Houssay, que fue el constructor del sistema científico argentino.

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Stefania Giannini, subdirectora de la Unesco: «El mayor riesgo de cerrar los colegios es que aumente la desigualdad»

Por: Icíar Gutiérrez.

Stefania Giannini levanta el teléfono con preocupación. Desde su confinamiento en París, lo primero que hace tras responder a la llamada es lamentar «las tristes noticias» que llegan desde España. Las mismas, dice, que las que deja la epidemia de coronavirus en su país, Italia. «Es una situación muy complicada para todos», sostiene.

Giannini está siguiendo de cerca el impacto del cierre de centros educativos en todo el mundo como medida de contención del virus. Desde mayo de 2018, es subdirectora general de educación de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), el mayor cargo de responsabilidad de la ONU en el ámbito de la educación. Antes fue profesora de lingüística y ministra de Educación en el Gobierno de Matteo Renzi, entre 2014 y 2016.

Se trata de una «crisis sin precedentes e inesperada», reconoce. El escenario es muy complejo, sin final a la vista. Las medidas de cierre de colegios y universidades están alterando calendarios escolares, pero el impacto trasciende lo educativo. Los países no solo tienen que aplicar modalidades de enseñanza a distancia para evitar que el aprendizaje se interrumpa. Además, deben abordar las dimensiones sociales de la crisis que afecta a los menores de muchas formas. El confinamiento obligatorio les impide ver a sus compañeros y las actividades de socialización. Muchos niños y jóvenes, especialmente los que provienen de entornos empobrecidos, dependen de las comidas escolares para una nutrición saludable, recuerda la Unesco. También han alertado de que la medida tendrá mayores efectos en las niñas.

Desde principios de marzo, la organización internacional ha estado reuniéndose con ministros, impartiendo seminarios y dando seguimiento a la clausura de escuelas, que se ha extendido a una gran velocidad por todo el mundo para hacer frente a la pandemia. Durante semanas, la lista se ha actualizado prácticamente a diario. El 4 de marzo había 300 millones de alumnos afectados en una veintena de países. En menos de un mes ya son más de 1.500 millones los estudiantes desde primaria a universitarios que están fuera de las aulas en 188 países. Son casi el 90% de la población estudiantil del mundo, según sus datos. A ellos se suman 60 millones de profesores. El mapa de las aulas vacías está casi completo.

Cuando empezaron a documentar las cifras del impacto del cierre educativo, ¿se imaginaban que íbamos a llegar a una situación de esta magnitud?

Empezamos con el primer informe hace unas semanas y nadie podía imaginarse lo que iba a pasar a los pocos días, el crecimiento hasta los 1.500 millones. La cuestión central que estamos abordando en esta crisis es la salud, pero esto también tiene un impacto en la educación. Desde el principio teníamos la impresión de que podría convertirse en una crisis enorme y sin precedentes. Y eso es lo que está sucediendo. Por eso, inmediatamente después, decidimos enfrentar estar circunstancias insólitas en la educación. Hemos tenido que tomar algunas medidas excepcionales, como lanzar una Coalición Mundial por la educación -formada por Naciones Unidas, sector privado, sociedad civil- para responder.

¿Cuál es su análisis?

Es una crisis enorme, una de las mayores de la historia. Tiene un impacto dramático no solo en la salud, sino en diferentes niveles como el económico. En la educación, tiene dos vertientes. La primera, la necesidad de una reacción inmediata, y esto está muy relacionado con los Ministerios de Educación, intentando tranquilizar a las familias y asegurarse de que gracias a la comunidad educativa, se seguirá adelante y el aprendizaje no se detiene. Las organizaciones internacionales estamos para apoyarles con nuestras herramientas. Este es el lado negativo.

Luego está el lado positivo. Antes del coronavirus, hablábamos dela necesidad de cambiar el paradigma, del uso de nuevas herramientas, de tecnología… Y ahora  tenemos que hacerlo bajo presión. Quizás, estamos ante el ‘momentum’, la oportunidad de repensar el modelo. Estamos obligados a hacerlo. Las lecciones que seguramente vamos a aprender de esta crisis nos pueden ayudar de alguna manera a potenciar mucho más nuestros sistemas educativos, a hacerlos más flexibles y más ágiles, para ver cómo la tecnología puede realmente ayudar y no reemplazar la educación en su forma más tradicional. Es un gran desafío en una situación difícil.

Si echamos un ojo a la historia, ¿hay algún momento comparable a este?

Quizás es la primera vez en que el enemigo no está entre nosotros, no es una cuestión de equilibrio geopolíticos o guerra. El algo realmente fuera de la capacidad de control humana y la consecuencia de esto es bastante singular: hay que buscar un nuevo tipo de solidaridad global. Desarrollar alianzas entre distintos sectores. Mecanismos regionales como la Unión Europea tienen que encontrar la manera de demostrar que son lugares útiles para encontrar soluciones a los problemas de los ciudadanos y no para debatir sobre cuestiones difíciles. Pasa lo mismo para las organizaciones multilaterales. Estamos tratando de hacerlo. Hace dos semanas, organizamos una reunión con más de 70 ministros para debatir cómo se puede abordar el impacto que esto va a tener en la educación. Es un momento único en este sentido. Pero por supuesto, hay similitudes con otras crisis de la historia, como la Segunda Guerra Mundial. Aunque los actores principales o las motivaciones eran totalmente diferentes. Pero después de aquel momento se vio la necesidad de que hubiera algún tipo de gobierno global y un mecanismo de solidaridad también.

El cierre de colegios y universidades ha sido de las primeras medidas que han tomado los Gobiernos contra el coronavirus. En los inicios, siempre sobrevolaba la idea de la proporcionalidad. En este caso entraba el juego el derecho a la educación. ¿Ha sido proporcional?

Es una decisión de los Gobiernos. Por supuesto, no es una decisión fácil de tomar, al revés, es muy dura. Pero en momento de paquetes de medidas tan duras y fuertes como las que vemos ahora y hace unas semanas, tiene sentido. Si queremos que haya distancia social, la escuela es un lugar de contacto entre niños y los profesores. Y es una de las únicas maneras que tenemos ahora para abordar este momento crítico.

Lo que tenemos que hacer, y hacemos, es encontrar la forma más rápida de movilizar a la comunidad internacional y apoyar a los países. ¿Cómo? Propiciando el diálogo entre los sistemas educativos, que están encontrando sus propias formas de abordar la crisis. Y es muy interesante escucharlo. Irán, Italia, China, Francia, algunos países africanos vienen y dicen las herramientas que están usando: no solo el aprendizaje virtual, también usan la radio o los canales de televisión para llegar a los niños más excluidos, por ejemplo. Lo segundo es ofrecer herramientas, plataformas y recursos educativos. Aquí hemos estado sentándonos también con el sector privado. Los proveedores de conexión a Internet y las compañías tecnológicas pueden demostrar su apoyo a los países aceptando los principios éticos de protección de datos y seguridad y prestando servicios gratuitos.

Cerrar los centros educativos y continuar con las clases con la máxima normalidad posible es un desafío enorme. ¿Cómo están respondiendo los países?

Creo que todos los países se sienten parte de una comunidad global que se ha visto profundamente tocada por esta crisis. Hay diferencias en la calidad de las soluciones que se han tomado de manera inmediata. Hay países avanzados en alta tecnología que fueron más rápidos y mejores durante los primeros días a la hora de proporcionar herramientas de aprendizaje virtual a los niños, más o menos en función del nivel del país.

Si miramos al sur, hay países que están luchando más para poder hacerlo. Es nuestra prioridad apoyar a los países en desarrollo. Vemos, por ejemplo, que hay países africanos en los que se está solucionando con radios y canales de televisión. Mientras tanto, lo que tenemos que hacer es reforzar la conectividad, que llegue a donde no está. No es la misma fotografía para todos. La comunidad internacional tiene que encontrar el equilibrio sobre cómo garantizar, al final de este proceso, la educación de calidad.

¿Qué país destacaría por su actuación en este terreno?

Es una pregunta difícil (risas). China, que fue el primer país afectado por el virus, puso en práctica de inmediato una maquinaria impresionante de aprendizaje virtual. En un par de días, casi 200 millones de niños estaban conectados en una plataforma de educación a distancia. Pero después de dos semanas, podíamos hablar ya de otros modelos, como el de Italia, que no ha apostado solo por un sistema de educación virtual, sino también por un enfoque de integración. Ahora enfrenta algunos desafíos en cuanto a equilibrar el norte y el sur y la crisis está golpeando fuerte, lamentablemente. Todo cambia muy rápido. Es un laboratorio de nuevas herramientas y prácticas. Estoy segura de que en unas semanas tendremos una fotografía completa de la situación que nos permita apoyar a los países que van algo por detrás.

Mapa de cierre de colegios elaborado por la Unesco.
Mapa de cierre de colegios elaborado por la Unesco.

¿Qué problemas se están encontrando? ¿Qué efectos colaterales se están repitiendo más?

Hay muchos desafíos comunes. Hay niños y familias que se van a ver más afectados en su derecho a la educación porque no están tan bien equipados para poder continuar con su aprendizaje con plataformas educativas digitales. Hay que encontrar soluciones, algo que estamos haciendo es recurrir a aplicaciones que se pensaron en un primer momento para la asistencia online. Si volvemos a mirar el sur del mundo, esto ocurre en algunas regiones latinoamericanas -que se están viendo cada vez más afectadas por la crisis-. Esto también es una realidad en Europa si nos fijamos en las periferias y la población más excluida.

Después está el impacto en los profesores. No debemos dar por hecho que todos los maestros del mundo están bien preparados y formados en cómo pasar de la enseñanza tradicional, en una clase, con libros y pizarra, a la virtual. Nos estamos centrando mucho en ellos, colaborando con organizaciones de la sociedad civil para que los profesores puedan involucrarse en el proceso de pensar cómo aseguramos que la educación sea de calidad. Está habiendo, además, algunos centros educativos privados que no están garantizando las condiciones salariales durante la crisis. Los sindicatos están denunciándolo y nosotros nos debemos centrar en ello también.

Otro desafío es el nuevo ambiente familiar. Todos estamos experimentando lo que es tener en un mismo apartamento la oficina, con el teletrabajo, y las clases virtuales, además de los miembros de la familia que están haciendo las tareas domésticas. Esto tiene muchas implicaciones sociales y emocionales. Tenemos que ver cómo apoyar a los padres, que ahora tienen un nuevo trabajo. Es diferente recoger a tu hijo después de clase a que te pidan, como madre o padre, estar ahí con ellos, ayudándolos. Quizás el mayor reto está en la educación primaria, porque en secundaria puede que los estudiantes ya estén más experimentados en educación virtual antes de esta crisis sin precedentes. Ahora hay que poner en marcha la enseñanza online para niños muy pequeños, de primaria. Esto tiene componentes emocionales muy importantes.

Ha mencionado la desigualdad. ¿Cómo deben asegurarse los Gobiernos de que ningún estudiante, especialmente los más pobres, se queda atrás? La nutrición, por ejemplo, es un asunto vital, o la brecha tecnológica, como decía. 

Exactamente, la nutrición es un asunto muy importante y es parte de nuestra lista de consecuencias más inmediatas del cierre de colegios. Estamos trabajando con la OMS, con el Programa Mundial de Alimentos y Unicef. Hay algunas comunidades que ya se están organizando por su cuenta para encontrar instalaciones en las que asegurar la nutrición de los estudiantes más desfavorecidos. Sobre el acceso a la tecnología, desde el comienzo de la Coalición de Educación gran parte del trabajo se está centrando en cómo podemos garantizar el traslado a las aulas virtuales desde las tradicionales aulas físicas, o que haya plataformas y recursos educativos para todos los niños. Pero el proceso acaba de empezar.

En Italia hay un debate abierto sobre la necesidad de relajar las restricciones para que los niños puedan salir a la calle a dar un paseo. En España, no pueden. Esta es una consecuencia más del cierre de colegios, la falta de socialización o de actividad física durante la cuarentena. ¿Qué piensa?

Sí, esto tiene que ver con lo que mencionaba antes sobre el componente emocional y físico, totalmente. Pienso que es crucial garantizar, tanto como sea posible en las circunstancias en las que estamos, el derecho de los niños al ejercicio físico. Es algo que desde la Unesco estamos analizando porque hay una demanda muy fuerte por parte de los países para que se analice. Por supuesto, también se puede recurrir a clases virtuales para hacer deporte y demás. Pero mi opinión personal es que es importante salir un poco de los espacios cerrados a tomar el aire. Es cuestión de encontrar el equilibrio y encontrar las medidas correctas dadas las circunstancias que tenemos.

Si miramos un poco al futuro, ¿qué debemos tener en cuenta durante la ‘vuelta al cole’?

Que estemos enfrentando la crisis en plena crisis no significa que no nos tengamos que anticipar desde ya a la fase de recuperación. Tenemos que asegurarnos de que la educación reciba atención política, compromiso y financiación. Esto es muy importante para nosotros, no queremos que la educación se quede atrás después de la crisis. Y tenemos que ver cómo será la fase de recuperación para los estudiantes y los profesores. Tenemos que observar cómo será el impacto en los niños pasados de unos meses. No sabemos cuánto tiempo tenemos por delante. Así que creo que es vital que anticipemos esta fase de recuperación.

Por otro lado, también es crucial que aprovechemos este momento para mirar más allá de la crisis y ver cómo van a ser nuestros sistemas educativos en un futuro cercano. Cómo deben diferenciarse, tal vez, del modelo tradicional. Y esto está relacionado con el futuro de la educación. Hay un debate muy interesante sobre los nuevos desafíos y las nuevas oportunidades, el cambio de paradigma del aprendizaje y la enseñanza. Pero la presión que tenemos ahora los principales actores de la comunidad educativa es aprovechar este momento. Por ejemplo, con el uso de la tecnología y los principios éticos que tienen que garantizarse.

¿Cuál es el mayor riesgo de decidir echar el cierre a las escuelas?

El riesgo es aumentar las desigualdades, pero la oportunidad es que haya un sentido de la solidaridad y la colaboración más fuerte. Es hora de la colaboración y la solidaridad. Es lo que puede compensar el riesgo de aumentar la desigualdad, que sin duda es lo más peligroso de esta situación.

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Fuente de la entrevista: https://www.eldiario.es/internacional/Stefania-Giannini-subdirectora-Unesco-desigualdad_0_1012799785.html

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España: El Gobierno está negando a los niños y niñas lo que recomienda la OMS: una hora diaria al aire libre

El Gobierno está negando a los niños y niñas lo que recomienda la OMS: una hora diaria al aire libre

Heike Freire

Socióloga y pedagoga, Heike Freire señala la necesidad de que el Gobierno permita a las niñas y niños salir de casa una hora al día para su bienestar físico y emocional, una medida que ya han implementado en otros países, entre ellos Italia, y que recomienda la OMS.

El confinamiento ha empujado hacia afuera a la socióloga y pedagoga Heike Freire. “Cada día hablo con bastante gente, periodistas, organizaciones, recientemente con el presidente del consejo escolar de Aragón…”. No en vano se ha convertido en una de las principales voces en el Estado español que piden al Gobierno que respete las necesidades básicas de los niños y niñas, y les dejen salir al aire libre en estos tiempos de reclusión. Hablamos dos días antes de que, en Italia, el lugar de Europa con más casos positivos detectados, su gobierno haya aceptado que los más pequeños salgan a la calle una vez al día por su salud. ¿Por qué aquí no?

No es fácil estar casi tres semanas entre cuatro paredes. ¿Cómo de fácil puede serlo para los niños y niñas?
Depende de muchos factores. De donde vivas, en que entorno, de que salidas al exterior tengas… No es lo mismo un niño que vive en un chalet de La Moraleja de 600 metros cuadrados y 5.000 de parcela que una niña que viva en Barakaldo, en un piso que no tiene ni balcón, o que ni le entra la luz del sol a casa.

Tampoco es lo mismo vivir con una familia que está teletrabajando y que sus padres y madres tengan que asumir la crianza y hacerse cargo de los deberes, que vivir en una familia que ha perdido su trabajo. O si tiene hermanos o no, ya que eso es un factor de mayor resiliencia.

A mí lo que más me preocupa, te lo digo sinceramente, ahora mismo es la salud. La posibilidad de que muchos niños sufran inmunodepresión, de que sus sistemas inmunes bajen. Esto tiene que ver, por ejemplo, con la vitamina D. Pueden ayudar algo los suplementos y la alimentación, pero nunca sustituirán la importancia del sol en el metabolismo del calcio y del fósforo.

En determinadas etapas, los niños pegan estirones muy grandes y necesitan muchos nutrientes y vitaminas. Obviamente no tener sol les perjudica.

También influirá el ambiente que haya en casa.
Yo trabajo sobre los recuerdos infantiles de las personas adultas. Muchas personas han vivido en familias con dificultades, han tenido muchas discusiones en casa o han estado en medio en un proceso de divorcio, etc. Algunas de esas personas cuentan que, en esos momentos difíciles, salían a un descampado, a un lugar abierto, natural, y en ese lugar encontraban la tranquilidad y la paz que no tenían en casa. Entonces, el estar en un espacio exterior, además de ayudar en el aspecto físico, también lo hace en el lado psicológico-emocional. Es evidente que muchos niños hoy están viviendo situaciones estresantes en casa, sobre todo porque las viven sus padres, su entorno directo, y ahora no tienen esa vía de escape fuera de casa.

Un ejemplo: ayer me mando una persona un comentario, porque está muy angustiada de que sus hijos se puedan contagiar. Incluso salir a el supermercado para ella es algo peligroso. Al final, sus hijos le han dicho que no quieren salir a la calle hasta que se vaya el ‘cocovirus’ ese.

El miedo también se contagia.
Este es uno de los mayores problemas. Algunas de los padres que inicialmente querían que los niños pudieran salir se han echado atrás por el miedo. Los medios de comunicación han extendido muy efectivamente el miedo.

Pero la petición no es algo desorbitado…
A los niños se les está negando lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud: media hora diaria de ejercicio al aire libre para los adultos y para los niños una hora diaria como mínimo. Todos los y las expertas y todos los gobiernos legislan sobre los niños y niñas, y lo primero que protegen es su salud y bienestar. Mira Alemania, Francia, Bélgica, Austria, Suiza, Inglaterra… Pero aquí de lo único de lo que nos hemos preocupado desde el principio es de las tareas escolares y de que no pierdan el curso.

Esto es sintomático de este país. Pensamos que la educación es puro conocimiento y obviamos todas las facetas vinculadas con el desarrollo humano. Es decir, además de tener en cuenta sus conocimientos, preocuparse por su bienestar, de su salud, del movimiento, de la luz, del juego…

En los textos alemanes se habla del juego y dicen “los niños necesitan jugar, quieren jugar y deben jugar”. ¿Como es que aquí no? Llevo casi tres semanas dándole vueltas y no acabo de entender que nos pasa.

No faltan bulos sobre este tema.
Muchos. Por ejemplo, la idea de que los niños son vectores de contagio, que son más propensos a ser afectados por el coronavirus. Esto lo hemos encontrado en algunos medios de comunicación americanos e ingleses, pero seguimos sin encontrar estudios que sostengan esa idea. Por ahora lo que hay son algunos estudios que parecen demostrar justo lo contrario, que el coronavirus no afecta a los niños de ninguna manera.

La infancia como algo incontrolable.
“Es que claro, a los perros se les lleva con una correa a la calle”. Ósea, que los padres y madres somos unos irresponsables y tenemos unos niños salvajes, bárbaros y descontrolados. Hay madres que me han dicho “pues mira, ¿dónde tengo que firmar para que pueda ponerle un arnés al niño y salir con él a la calle?”.

¿Por qué se están muriendo los abuelos y abuelas? No se mueren porque los contagien sus nietos. Se mueren porque tenemos un 230% menos de UCI que en Alemania y porque se está aplicando medicina de guerra al no haber suficientes respiradores. El miedo es algo que impide pensar y reflexionar, y ahí aparecen estas falsas ideas que te atenazan.

A falta de aire libre, siempre nos quedara la PlayStation y la televisión.
Ese es otro gran problema. Ayer hablando con una madre me comentaba que muchos padres por desconocimiento tienen a los hijos haciendo las tareas escolares unas horas y después, como premio, les dejan jugar a videojuegos y ver más tele. Con lo cual, están muchas horas enchufados a una pantalla. No hace falta recordar el carácter adictivo de las pantallas, y mucho más si además las ofrecemos como premio.

El ser humano no está pensado para estar encerrado. Es una situación que no es beneficiosa. No sé si has visto un vídeo que se hizo viral de una niña de dos años de Cádiz que le decía a su papa “a la calle, ¡a la calle!” y su padre le respondía: “¡No! Que no se puede”. Y entonces se hizo viral el hashtag #todosSomosBea. Y yo les digo: no, no todos somos Bea. Digámoslo claro, para un buen desarrollo los niños y niñas necesitan estar al aire libre, es una necesidad vital, perentoria, urgente.

No es de recibo que en un real decreto que declara el estado de alarma se mencione a los perros hasta tres veces y ni una vez a los niños

Los niños no aparecen ni nombrados en el decreto para el estado de alarma.
No es de recibo que en un real decreto que declara el estado de alarma se mencione a los perros hasta tres veces y ni una vez a los niños. Sé que en comunidades como en Madrid hay muchos más perros que niños, sé que a lo mejor da más votos, pero los perros no son el futuro de la sociedad. Esto, por supuesto, no quiere decir que no haya que legislar sobre los perros. Claro que está bien que estén incluidos.

Esto un reflejo de la sociedad en la que vivimos. Por eso está situación es una oportunidad que va más allá del hecho concreto de que los niños puedan salir de casa, que, por supuesto, es fundamental, pero también es una gran oportunidad para que se reconozcan como sujetos, como personas, en un texto de ley.

Pero no se está legislando de esa manera, precisamente…
Claro. Primero imponen prohibiciones para todos y luego, después, piensan las excepciones. En vez de regular qué sería lo propio. No. Lo primero es la prohibición general. Y luego, con el paso del tiempo, han hecho dos excepciones, hasta ahora.

La primera ha sido porque las familias monoparentales protestaron porque para ir al supermercado, ¿qué iban a hacer?, ¿dejar a los niños solos en casa o atados en la puerta del súper con una correa? Ante ello, el gobierno añadió esta excepción. A mí me han llegado a decir altos cargos de Infancia que esta excepción iba a ser un balón de oxígeno para las familias. ¡Pues vaya oxigeno!

De las cuatro paredes de casa a las cuatro del supermercado.
Exactamente. Un supermercado nunca va a ser un buen entorno para un niño, y en esta situación especial menos todavía. Esto lo dicen los textos alemanes, franceses… Es pura lógica.

La segunda excepción ha venido gracias a la presión de la Asociación Española de Autismo. Consiguieron que se permita salir a la gente con autismo o similares. Pero, fíjate, entonces empiezan a salir a la calle y los “chivatos de balcón” les recriminan, presionan y hasta insultan.

Y ahí aparece el lazo azul para identificarlos.
A mí me gusta como lo ha definido César Rendueles en El Pais: “Les ponen el lacito azul como si el problema fuera la puntería de los chivatos”. ¿Estamos convirtiendo esto en un campo de concentración? ¿De verdad? No nos damos cuenta de que prohibir para todos igual y luego añadir excepciones no es el camino. Se debería buscar el bienestar de todo el mundo. Hay que legislar para todas las infancias. Es también un asunto cultural porque seguimos sin reconocer al niño como sujeto. No es una propiedad privada de sus padres, es un ser con sus propios derechos. Legislar también es educar al pueblo.

Si legislas y educas desde la prohibición, podría entenderse casi como una consecuencia “normal” increpar desde el balcón a quien supuestamente incumpla esas prohibiciones.
Estoy de acuerdo. Hay varios estudios de psicología social sobre este tema de la relación con la autoridad. No es que la gente sea “así”. No. Depende de sus condiciones sociales. Yo estoy convencida de que las prohibiciones llevan a este tipo de conductas. Hay que educar al pueblo.

Mucha gente dice que “aquí no se puede regular porque la gente es muy irresponsable, que todo es jauja…”. ¿Somos más irresponsables que los franceses, que los belgas, los austriacos, los suizos…? Tenemos una imagen de nosotros mismos bastante negativa

También existe la idea de la irresponsabilidad. Mucha gente dice que “aquí no se puede regular porque la gente es muy irresponsable, que todo es jauja…”. ¿Somos más irresponsables que los franceses, que los belgas, los austriacos, los suizos…? Tenemos una imagen de nosotros mismos bastante negativa. Pero, ¿cómo se aprende la responsabilidad?

Practicándola.
Claro. ¿Cómo quieres que un niño aprenda a ser responsable? ¿Diciéndole “no hagas nada que lo hago yo todo por ti, tú quédate tranquilo ahí”? No. Se es responsable tomando responsabilidades progresivamente.

Mas allá del Gobierno español. ¿Se podría regular a nivel más local?
La ley del estado de alarma es del Gobierno central y hace falta que el Gobierno ofrezca un marco lo suficientemente amplio y claro para que luego, a nivel autonómico o local, se ofrezcan los apoyos necesarios, sobre todo pensando en las familias más desfavorecidas.

Nosotros hemos hablado con muchos ayuntamientos, y muchos están dispuestos a colaborar. Porque hay situaciones muy duras. Hay barrios donde las estanterías de alcohol de los supermercados están vacías. Al final, para no soportar esa angustia, te tiras al alcohol o a otra droga para intentar evadirte. Y con niños de por medio, ¿qué están viviendo en esas situaciones?

Hacen falta muchos apoyos. Los padres y madres que están enchufando a los niños a las pantallas todo el día lo hacen porque no tienen recursos para estar con ellos, para acompañarlos de otra manera. A lo mejor también habría que apoyarles.

¿Hay que socializar la crianza?
Tiene que ver con el fenómeno de la privatización de la infancia. Hace 40 o 50 años los niños vivían mucho más en la calle, en el espacio público y había todavía esa noción de que son de todos. Ese dicho que dice que para criar a un niño se necesita una tribu es totalmente cierto. El neoliberalismo lo está privatizando todo, y también a los hijos. Ahora, tras el cierre de las escuelas, los hijos ya son totalmente privados. El mensaje es: “Ahí te las entiendas con los tuyos”.

Incluir a los niños en el real decreto es volver a traerlos a lo común. Porque son de todos y todas, no son de los padres.

Entonces, en esta coyuntura ¿cuál sería una petición justa y realizable aquí y ahora?
Seguir el ejemplo de muchos países, por ejemplo. Pero lo primero sería reconocer en una ley a los niños como sujetos de derecho. Y lo segundo que se reconozcan sus necesidades. Por ejemplo, como en Francia, simplemente siguiendo lo que dice la OMS y permitiendo salir una hora al día a no más lejos de un kilómetro de casa y respetando las distancias de seguridad, y organizándose para que no salgan todos a la vez.

Entrevista original publicada en Argia.

Fuente de la Información: https://kaosenlared.net/heike-freire-el-gobierno-esta-negando-a-los-ninos-y-ninas-lo-que-recomienda-la-oms-una-hora-diaria-al-aire-libre/

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