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Serbia: Sesiona Conferencia Europea de Sindicatos de Educación

Europa/ Serbia/ 12 Diciembre 2016/ Fuente: Prensa Latina.

Belgrado, 6 dic (PL) Bajo el lema Fortalecimiento del Sindicato de la Educación para la promoción de la calidad de la enseñanza se inició la 31 Conferencia Regional Europea de los gremios de ese sector.
La apertura estuvo a cargo del ministro de Educación, Ciencia y Desarrollo Tecnológico de Serbia, Mladen Sarcevic, quien ante más de 300 delegados y observadores de 130 sindicatos de educadores de 48 países del viejo continente dibujó el panorama actual en nación y los retos para el futuro.

En primer lugar, resaltó la importancia de resolver a largo plazo el estatus de los empleados en ese sector mediante una participación justa en el presupuesto del país.

Al respecto, añadió que Serbia es uno de los estados más débiles de mediano desarrollo en el continente que pretende encontrar su camino europeo y tiene grandes ambiciones de elevar el nivel de calidad de la enseñanza.

Con 37 años de experiencia laboral y sindical en esta esfera, Sarcevic afirmó tener los conocimientos y la capacidad para encontrar el sendero justo con sus colegas del sector y del gobierno nacional en aras de construir un sistema estable y de calidad.

Calificó de débil el sistema preescolar, el cual debe elevar significativamente la comprensión de los contenidos, pues solo presenta un porcentaje aceptable en los centros urbanos y añadió que se está trabajando en un nuevo currículo para el nivel de tres a cinco años de edad.

Al mismo tiempo, reconoció como el mejor segmento del sistema la primera fase de la enseñanza elemental y opinó que el resto debe ser corregido en el segundo, así como en toda la educación media en general.

Tras afirmar que en el país hay alumnos talentosos y estudiantes brillantes, aseveró que es indispensable trabajar en el incremento de sus motivaciones y en su mejor aprendizaje.

La reunión, con sede en el recinto de convenciones Sava Center de esta capital, sesionó hasta el 8 de diciembre.

Fuente: http://prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=48117&SEO=sesiona-en-serbia-conferencia-europea-de-sindicatos-de-educacion
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GPS geoeconómico

América del Sur/Cenral/Diciembre 2016/Alfredo Serrano/http://www.rebelion.org/

Bolivia acuerda la venta de gas con Brasil y Argentina para el próximo año al mismo tiempo que prioriza su relación económica con Perú. Ecuador acaba de firmar un acuerdo comercial con la Unión Europea. Venezuela suscribe contratos importantes con empresas canadienses y alemanas para explotar el arco minero. Nicaragua continúa con su financiación del Fondo Monetario Internacional a pesar de su relación estratégica con China por la construcción del canal. Cuba tiene excelente relaciones económicas con Francia y España. La Argentina de Macri se aferra al swap con China para superar la restricción externa. Los empresarios paraguayos cercanos a Cartes se desviven para entrar en el mercado interno venezolano. Temer apuesta por consolidar la relación de Brasil con Rusia. México está más atento a lo que pueda pasar con el Norte que las relaciones con cualquier país latinoamericano. Por su parte, Colombia sabe que su relación económica con sus vecinos, Ecuador y Venezuela, es tan o mas importante que la que pueda tener con los países de la Alianza del Pacífico.

Frente a tales contradicciones, cualquier análisis geoeconómico convencional afirmaría que los países latinoamericanos se han vuelto locos. Pero no. Estamos ante un momento de clivaje en el comportamiento de las relaciones económicas en la esfera internacional. Frente a la sostenida contracción de la economía mundial, cada quién busca salvarse como pueda. La anatomía geoeconómica ha cambiado en el mundo, y en consecuencia también lo ha hecho en América latina. Existe a día de hoy un patrón de relacionamiento económico que trasciende los bloques y alianzas políticas del siglo XXI. Es importante pertenecer al ALBA-TCP, pero mucho mas fundamental es la relación de intercambio comercial con cualquier otro país que ayude a captar divisas ante un escenario de caída de los precios de los commodities. Este fenómeno no es únicamente característico del bloque de países de cambio, sino que también ocurre algo similar en los países de signo político neoconservador. Por ejemplo, la Alianza del Pacífico presume de una foto conjunta de presidentes, pero lo que hay de verdad es que cada quién avanza por su cuenta con absoluta descoordinación con el resto. Otro buen ejemplo reciente es lo que ha venido ocurriendo con la Comunidad Andina de Naciones. Hace unos años, iniciaron la negociación bloque a bloque con la Unión Europea, pero progresivamente se fueron desmantelando hasta el punto que cada cual tomó su camino.

En esta nueva época, cada país ha emprendido una dinámica propia de inserción individual-nacional en el mundo. Nadie se sale del bloque de integración al que pertenece, pero la prioridad está en buscarse la vida lo mejor que se pueda en el mapa económico mundial. Vale pactar con Dios y con el Diablo. La diferencia está en que unos venden su soberanía mientras otros no.

Emerge así un nuevo paradigma de relaciones internacionales en el que se diluyen las fronteras tradicionales de las alianzas políticas, y donde se impone otra geoeconomía de época. La CELAC y Unasur, el ALBA-TCP y Petrocaribe, la Alianza del Pacífico, todos estos continuarán siendo importantes espacios de convivencia política, que no desaparecerán, pero que comienzan a quedar subordinados a intereses económicos de cada país con otros socios. Se viene una vieja-nueva forma individualista y autónoma de relacionarse económicamente en el mundo.

Estamos entrando en una nueva era de creciente darwinismo geoeconómico que no debe leerse en clave de retroceso. Es parte de la metamorfosis que se da siempre que existe un proceso de quiebre-reacomodo del modelo capitalista global. Se reconcentran las transnacionales; se producen intensos procesos de fusiones y absorciones; se resitúan las grandes potencias en tablero mundial; se acelera la guerra de monedas; se disputa cada gran inversión; aparecen nuevas instituciones financieras. En consecuencia, el orden económico global muta y se transforma. Y frente a ello, cada país resetea su propio GPS recalculando nuevas rutas geoeconómicas.

Fuente: http://www.celag.org/gps-geoeconomico/

Fuente :

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=220118

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https://lh3.googleusercontent.com/UuVKiAR77NrhB9HK4sT0cOx2QaHbf4cBp710PmOSLwFxJdUZBm_1Qoe_du-eZgVKdUKW=s85

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Cuanto más libre se deja al capitalismo más daño hace a los seres humano

Europa /España/Noviembre 2016/Entrevista/http://www.rebelion.org/
Entrevista a Juan Torres en la presentación de su libro Economía para NO dejarse engañar por los economistas, donde analiza los principales problemas económicos actuales
“Cuanto más libre se deja al capitalismo más daño hace a los seres humanos”

 

Infolibre

 

 

La inhumanidad del capitalismo es inevitable, porque mercantiliza el trabajo y la naturaleza, y por tanto una dimensión del ser humano», considera.Juan Torres (Granada 1954) trata de impedir que los economistas engañen a la ciudadanía. Es la premisa, al menos, que anuncia en las tapas de su nuevo libro, Economía para NO dejarse engañar por los economistas (Planeta). Así, con el no en mayúsculas. Torres, catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla, busca dar respuesta a las principales preguntas sobre los problemas económicos actuales, frente a aquellos discursos con que los economistas más mediáticos reiteran presuntas verdades absolutas sin cabida para el matiz.

El economista, coautor del primer documento económico de Podemos –partido con el que tuvo al final diferencias irreconciliables– plantea con esta obra 50 cuestiones clave para entender el funcionamiento de la economía y exponer, de este modo, la diversidad de respuestas –en función no sólo de corrientes, sino también de ideologías e intereses particulares– que buscan dar solución a las principales incógnitas económicas de la actualidad.

 

PREGUNTA: ¿Nos dejamos engañar por los economistas?

RESPUESTA: Es una frase de Joan Robinson, que fue una economista británica muy interesante, y que decía que el objetivo de la economía no podía ser aprenderse unas cuantas recetas para la gestión de los problemas económicos, sino aprender a no dejarse engañar por los economistas. En los últimos tiempos de gran protagonismo de los economistas, se ha podido observar claramente cómo cuestiones que son políticas se presentan como técnicas, y proposiciones que se presentan como verdades, certezas, en realidad no lo son, y yo creo que eso es engañar a la gente. Como he visto tan abundantemente ese tipo de actuaciones en los últimos años, me ha inspirado para escribir el libro.

P. En el libro menciona la creciente presencia de los economistas en los medios de comunicación. ¿Se han convertido en carne de tertulia?

R. No sé hasta qué punto pueden ser mayoritarios, pero sí es una evidencia que la presencia de economistas en televisión se ha multiplicado. Eso es bueno porque socializa el conocimiento, el debate, la discusión, cuestiones que antes no llegaban a la gente. Y en ese debate la gente tiene más medios para forjar su propia opinión. El problema es que la opinión de los economistas no es neutra , y como no lo es, los medios de comunicación, que tienen también objetivos e intereses, procuran que la opinión económica publicada, la difundida, sea la que más les convenga. Es facilísimo observar que los grandes medios donde esos economistas se han hecho famosos, el desequilibrio de posiciones ideológicas es grandísimo, y también es fácil observar que, salvo honrosas excepciones, la mayoría de economistas que intervienen suelen ser de pensamiento liberal, y que difunden sus ideas como si fueran las únicas, las verdades que todo el mundo tiene que suscribir.

P. ¿Cómo afecta esto a la percepción económica de la gente común?

R. Cuando uno oye permanentemente un discurso, cuando uno oye tantas veces que para crear empleo hace falta que bajen los salarios, que las pensiones públicas no se van a poder pagar en el futuro porque la sociedad va a ser muy vieja, que el Gobierno no puede gastar más de lo que ingresa, cuando tantas veces se oye eso, la gente se lo acaba creyendo. La gente no tiene a mano las estadísticas, es normal, pero resulta que si uno coge las estadísticas internacionales, comprueba que los países que tienen renta per cápita más alta son los que tienen impuestos más altos, o que los países donde han bajado los salarios son los que tienen menos empleo y los que han subido los salarios son los que tienen más empleo. Pero esas estadísticas no las tiene la gente, y a eso hay que añadir al economista que sale en los medios y que no las enseña, que hace sólo un discurso y no le indica a la gente que hay otra versión. Porque cada versión se diferencia en que pone el dinero en un bolsillo o en otro , y la gente no lo entiende, no despierta. La gente se convierte en lo que dice José Saramago: ciegos que viendo no ven. Ves lo que te han puesto delante, pero lo que te han puesto delante es un engaño.

P. ¿Encuentra carencias en la educación económica?

R. Hace poco se ha hecho un estudio en Inglaterra y se ha comprobado que de cien planes de estudio, en poco más de veinte se mencionan corrientes diferentes. En los centros de estudios y en los medios es donde se difunde un pensamiento como si fuera el único. ¿Qué se puede hacer ante eso? Cuando una persona o un grupo empresarial es dueño de un medio, tiene sus productores y sus reuniones de contenido para difundir lo que creen que es mejor difundir, pero los medios públicos no deberían ser así, y lo son. Hay que pedir transparencia, pluralidad, honestidad, hay que pedir democracia, y el problema es que no la tenemos. Una democracia en la que los ciudadanos no tienen la capacidad de acceder a toda la información, sino sólo a una determinada lectura de las cosas, no es auténticamente democrática.

P. En el libro incide en la importancia moral de la subida de impuestos, y en la percepción negativa por parte de los ciudadanos. ¿Por qué en España existe esta impresión ciudadana?

R. Nuestra democracia es muy joven. Venimos de una dictadura en donde la fiscalidad era una aberración. Eso no está tan lejano, no fue hace tres siglos, y ha creado una sociedad de las más avanzadas de europa, pero que acepta de mejor grado el fraude fiscal. Es un problema de educación , de cultura, que no se combate. No se combate porque a los que defraudan les interesa que la gente no combata el fraude. Porque al fin y al cabo el 70% del fraude fiscal lo cometen las grandes empresas y los grandes patrimonios, a los cuales les interesa que la gente no sea consciente del fraude y que incluso lo vea bien. Creo que eso es uno de los grandes retos que los partidos políticos no afrontan. Yo entiendo que los partidos no se pongan de acuerdo en todo, pero hay que poner sobre la mesa este tipo de cuestiones porque si se hiciera, la ciudadanía le pediría cuentas a estos partidos para que se pusieran de acuerdo. Esto requiere unas reformas y unas medidas que no suelen ser eficaces si no se hacen con el compromiso colectivo de que lo sean. Si mañana se pone en marcha una campaña de concienciación ciudadana contra el fraude fiscal, y la oposición la pone en jaque porque la ha hecho el Gobierno, la campaña no va a ser efectiva. Se necesita mucho compromiso colectivo, mucho acuerdo, mucho consenso, y por desgracia este país no ha superado la adolescencia democrática. El problema es que no hemos superado la adolescencia en un momento en que se tendría que tener mucha madurez para defender la democracia.

P. Cuando habla del sistema capitalista, insiste en su impureza, e incluso menciona la continuidad de sistemas como el feudalista o el esclavista en aspectos como el trabajo doméstico.

R. Los sistemas económicos no son puros, se tarda mucho en superar lo antiguo. Existen determinadas formas de empleo doméstico que no son ni feudales, sino esclavistas. Muchas empleadas no pueden ni salir de las casas. Se va mejorando afortunadamente, pero docenas de miles de mujeres están sometidas a servidumbre . Se decía eso: ir a servir, la sirvienta. Es un lazo feudal. Y aunque se ha podido romper un poco, ni siquiera se ha entrado en el asalariado capitalista. Porque sí cobran, pero ni siquiera con contrato, ni siquiera con derechos asociados. Lo pongo de ejemplo de la impureza de los sistemas. Al mismo tiempo vivimos en una economía capitalista donde hay innumerables muestras de sociedad poscapitalista, con trabajo cooperativo, voluntario, con servicios públicos basados en la no mercantilización de lo que se le entrega a la gente… Que es otro mundo.

P. También la brecha salarial o el techo de cristal posicionan a la mujer como el eslabón más débil en el sistema capitalista. ¿Por qué?

R. El capitalismo necesita en gran medida al patriarcado, porque para poder someter a los asalariados y para obtener beneficio del trabajo asalariado es necesario que alguien lleve a cabo una inmensa cantidad de trabajo no remunerado, y ese trabajo no remunerado la inmensa mayoría lo hacen las mujeres. La desigualdad de género estaba antes, durante y después de la crisis, y es un elemento sin el cual no se puede explicar el origen de la crisis, ni se puede explicar lo que ha pasado durante, ni lo que ha pasado después de la crisis. La desigualdad entre mujeres y hombres es un elemento detonante y corrector de los problemas económicos. Es posiblemente la desigualdad llevada a su lado extremo. Uno podría entender que haya desigualdad entre un directivo y el portero de la empresa, se puede explicar, pero la desigualdad entre mujeres y hombres en un mismo trabajo no tiene explicación. Y la prueba de que no tiene explicación es que quienes defienden el sistema se dedican a decir que no existe tal desigualdad, cuando es evidente. Porque es una desigualdad que no tiene explicación en sí misma, que no tiene sentido. Es importante incorporar este elemento en el análisis de la realidad. Si no se incorpora es imposible entender lo que está ocurriendo con la economía de nuestro tiempo.

P. A menudo ciertos economistas emplean el término «capitalismo humano». ¿Es posible caminar hacia un capitalismo más humano?

R. Un amigo me dijo una vez que «si es capital no es humano». El capitalismo es un sistema económico, con ventajas e inconvenientes, y es humano como creación de los seres humanos, pero la historia nos ha demostrado que cuanto más libre se le deja, más daño hace a los seres humanos y por tanto más inhumano se hace. Hemos visto que ha habido etapas del sistema capitalista en las que el poder ha estado más equilibrado y entonces el capitalismo ha vivido sometido a frenos. Vivimos en una etapa de capitalismo neoliberal que es el capitalismo sin bridas, y por tanto más inhumano. Es más inhumano tener a la gente trabajando horas extraordinarias sin cobrar, que con una jornada más reducida y con buen sueldo. Hay diferencias, hay matices. Ahora, mi objetivo personal, intelectual y lo que yo desearía no es que el capitalismo sea más humano, mi aspiración es que no haya capitalismo.

P. En el libro defiende un intervencionismo por parte del Estado, pero matiza las imperfecciones como consecuencia del poder que tienen los grupos de interés. ¿Cuáles son estos grupos y a través de qué mecanismos podrían estar controlados?

R. Esos grupos son las empresas internacionales, que cuentan con departamentos dedicados exclusivamente a influir en los gobiernos, a redactar las leyes que les interesa que impulsen los gobiernos y a intentar por todos los medios que esas leyes sean las que se aprueben en los parlamentos. Las empresas contratan con sueldos astronómicos a los políticos que tienen una buena agenda para que les ayuden. Estos son los grandes grupos de poder y actúan de una manera directa, a veces sin escrúpulos. Se puede evitar con leyes , con normas, con prevención, y sobre todo con transparencia. Y con poder ciudadano que obligue a los gobiernos a tomar medidas contra eso. Es muy fácil evitar que esos grupos no tengan en sus nóminas a políticos que tienen una información privilegiada, sencillamente prohibiéndolo. Si usted quiere ser ministro o presidente del Gobierno, después no va a trabajar en una empresa cuyo interés choca contra los intereses públicos. No vamos a permitir que se haga rico a costa del empobrecimiento de la gente. Eso es relativamente fácil, el problema es que la dificultad radica en la manera en que eso se hace efectivo, pero las normas y las leyes se pueden establecer, y los mecanismos de control se pueden imponer siempre que se tenga poder para eso.

P. Siguiendo con los mecanismos de control, y centrándolos en un plano más político, Ciudadanos se ha postulado como «una oposición de control» al Gobierno del PP en esta nueva legislatura.

R. El hecho de que no haya mayoría absoluta ya obliga al Gobierno a negociar, eso siempre es mejor que lo otro. Que solamente lo vaya a hacer Ciudadanos ya es más discutible. Que las ideas de Ciudadanos sean el mejor contrapeso… Ese es el típico totalitarismo inocente que hay en nuestros partidos políticos. Que Ciudadanos se crea que es el portavoz de los intereses generales es un totalitarismo , en el sentido de que es creerse que la voluntad de unos pocos es la que representa la voluntad del todo. Y es inocente porque seguramente no se dan cuenta de ello y no lo hacen con mala intención, pero es un totalitarismo. Creer que un partido es la representación del todo, es un totalitarismo. Aunque ese contrapeso es un gran servicio a la sociedad española, hay que ser consciente de que hace falta que actúen todos los contrapesos, no solamente el de uno.

P. ¿Cómo ha sido su experiencia con Podemos? En más de una ocasión ha asegurado sentirse defraudado por alguno de sus integrantes.

R. Cuando uno hace este tipo de trabajos lo hace porque tiene el compromiso moral de hacerlo. Yo no cobré, no tenía vínculos con Podemos, y lo hice con gusto. Para mí resultó frustrante que ni antes, ni durante, ni después pudiéramos tener una reunión con los dirigentes de Podemos para tener un feedback . Uno ve que no se toman en cuenta las cosas, algo que en realidad es normal y pasa muchas veces. Pero lo que sí resulta duro es que alguien te pida una colaboración, tú se la des, en un momento muy difícil, muy costoso, que nos estén poniendo verdes en todas las esquinas del país y en todos los medios opuestos a Podemos, y que no haya nadie de la dirección que levante el teléfono para darte ánimos. Eso para mí es algo que defrauda porque yo no entiendo la vida sin afectos . La ausencia de afecto para mí es un vacío muy grande y es algo que me defrauda, con cualquiera. Porque es una forma de entendernos mejor y que la sociedad sea más humana. Es lo que eché de menos. Lo demás no, porque entiendo que se haga una propuesta y no se tenga en cuenta, a mí eso no me afecta, es normal, predicar en el desierto lo hacemos casi todos los días. Ahora, sí resulta un poco frustrante la falta de afecto.

Fuente:

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=219888&titular=%93cuanto-m%E1s-libre-se-deja-al-capitalismo-m%E1s-da%F1o-hace-a-los-seres-humanos%94-

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Por una soberanía idiomática

Europa/Alemania/Diciembre 2016/Ricardo Maliandi/Rebelion

Escritores, intelectuales y académicos, entre otros, plantean “la necesidad perentoria de establecer una corriente de acción latinoamericana que recoja la pregunta por la soberanía lingüística como pregunta crucial de la época”. Proponen la creación de un Instituto Borges y la apertura de un foro de debate en el Museo del Libro y de la Lengua.

I

El lema actual de la Real Academia Española (RAE) es “Unidad en la diversidad”. Lejos del purista “Limpia, fija y da esplendor”, el de hoy anuncia la mirada globalizadora sobre el conjunto del área idiomática. Podría entenderse como enunciado referido al carácter pluricéntrico del español, pero como al mismo tiempo la RAE define políticas explícitas en la conformación de diccionarios, gramáticas y ortografías, el matiz de “diversidad” que propone termina perdiéndose en el marco de decisiones normativas y reguladoras que responden a su tradicional espíritu centralista. Las instituciones de la lengua son globalizadoras cuando piensan el mercado y monárquicas cuando tratan la norma. La noción pluricéntrica, entendida en sentido estricto (diversos centros no sometidos a autoridad hegemónica), queda cabalmente desmentida entre otros ejemplos por el Diccionario Panhispánico de Dudas (2005), en el que el 70 por ciento de los “errores” que se sancionan corresponde a usos americanos. El mito de que el español es una lengua en peligro cuya unidad debe ser preservada ha venido justificando la ideología estandarizadora, que supone una única opción legítima entre las que ofrece el mundo hispanohablante.

En la tradición del pensamiento argentino esto se ha debatido profusamente. Desde la intervención de Sarmiento sobre la necesaria reforma ortográfica hasta la afirmación del matiz en Borges, la condición americana de nuestra lengua no estuvo exenta de querellas. Para los hombres del siglo XIX, se trataba de sacudir la condición colonial de esa herencia y por ello emprendieron la búsqueda de formas atravesadas por otros idiomas. Pero si coquetearon con el francés, se asustaron con el cocoliche, y aún más con la idea de que la diferencia provenía de los diversos mestizajes y contactos con el mundo indígena. Las discusiones sobre la lengua fueron discusiones sobre la nación. Durante el siglo XX, los debates sobre la lengua también fueron en gran medida debates sobre las instituciones y sobre el papel del Estado nacional. La emergencia de voces que propugnaban por una “soberanía idiomática” tuvo un momento de condensación cuando el gobierno peronista enunció, en 1952, el objetivo de crear una Academia Nacional de la Lengua para que produjera instrumentos lingüísticos propios. Cuestionaba, así, a las academias normativas existentes, en particular a la Real Academia Española.

Son y no son nuestros debates. En este momento, la crítica a España no debería abrir posiciones de retorno a esos énfasis nacionales. Que por un lado creían en las nuevas amalgamas y por otro tendían a borrar toda diferencia interna, negando, para ser nacionales, la heterogeneidad étnica y cultural de las poblaciones habitantes del territorio. Nuestra contemporaneidad, signada por intentos novedosos de integración sudamericana, en la que por primera vez la región se ha dado instituciones políticas de articulación (el Mercosur, la Unasur, el ALBA) abre una perspectiva fundamental: la de considerar la cuestión de la lengua a nivel regional, como dimensión de esos procesos en los que frente a la globalización mercantil se forja una alianza entre los países de la región.

Una región en la que hay dos lenguas mayoritarias, el portugués y el español, y lenguas indígenas que trascienden las fronteras nacionales, como el quechua, el mapuche, el guaraní, merece políticas de integración y comunicación, apostando al bilingüismo y al reconocimiento de lo plural y cambiante en los idiomas. La lengua es el campo de una experiencia y la condición para la constitución de sujetos políticos y, a la vez, una fuerza productiva.

II

Valoración política de la heterogeneidad más que festejo mercantil de la diversidad. Eso reclamamos. No sólo en lo que hace a territorios nacionales en los que coexisten lenguas indígenas y lenguas migratorias. También afirmación de la heterogeneidad en los usos literarios y expresivos. La idea de un “castellano neutro”, usada en los medios de comunicación y en algunos tramos de la legislación, termina situando una variedad –en general la culta de las ciudades– en ese lugar sin comprender su propia condición relativa y arbitraria. En la oralidad borra las diferencias regionales y en la escritura funciona como llamado a un aplanamiento de la capacidad expresiva en nombre de la comunicación instrumental.

Allí funciona, como es posible ver en las industrias editoriales y en los medios de comunicación, una estrategia de mercado que no supone menos homogeneización y supresión de las diferencias que las viejas instituciones estatales y sus controles disciplinarios. La integración latinoamericana, como horizonte necesario de las políticas nacionales, supone una conjunción de esas heterogeneidades y no su olvido en nombre de una globalización sin asperezas ni rugosidades.

Así como hay discusiones en curso sobre los medios y sobre la Justicia, creemos necesario constituir un foro sobre las cuestiones que hacen a las políticas de la lengua. No es necesario abundar sobre esa dimensión, pero sí enunciar algunos ejemplos: las industrias audiovisuales no pueden pensarse, tal como se hace visible con la ley del doblaje, sin decisiones sobre la lengua o sólo con la idea de trabajo nacional o desarrollo propio; las estrategias educativas centradas en la distribución de herramientas tecnológicas no pueden completar su tarea sin la consideración de los contextos lingüísticos de su aplicación; la literatura no puede desligarse de la consideración social de la lengua que hablamos y tampoco de la situación del mundo editorial, ligado de múltiples modos con los mercados internacionales. Todos estos fenómenos tienen varias dimensiones: la material, económica, empresarial, laboral y la que hace a la fundación cultural. No pueden verse como disyuntivas tenaces, a elegir entre cosmopolitismos entreguistas y defensas soberanistas, sino como la oportunidad única, para América latina, de recrear sus modos de integrarse y diferenciarse.

III

En marzo de 1991, el gobierno de Felipe González, con explícito auspicio de la corona española, creó el Instituto Cervantes, situándolo en principio como dependencia del Ministerio de Asuntos Exteriores. La fecha y la iniciativa de gobierno no son en nada ajenas al proceso político de rápida integración europea en el que en ese período, entre mediados de la década del ’80 y la década del ’90, se encontraba España, obligada entonces a poner en línea con la Unión no sólo los índices de regulación fiscal y un conjunto de estrategias económicas para ingresar plenamente al mercado común europeo, sino también sus políticas de administración pública, educativas y culturales. Es en el marco general de esas reformas que el gobierno español asume la determinación de proyectar institucionalmente la lengua, entendiéndola como bien estratégico. Se inscribe así en una larga tradición europea que arranca en Francia en el siglo XIX. La Alliance Française, que según las mediciones estadísticas de la Unión, se promociona actualmente como la organización cultural más grande del mundo, fue creada en 1883, por un comité de notables entre los que se encontraban Louis Pasteur, Ernest Renan, Jules Verne, el ingeniero Ferdinand Lesseps y el editor Armand Colin. El propósito de la institución, equivalente del tardío Instituto Cervantes, fue también el de difundir la lengua y la cultura francesas en el mundo. Hacia fines del siglo XIX, este objetivo enlaza evidentemente con las políticas de expansión y reparto de zonas de influencia de las potencias imperiales europeas. A cuenta del ingeniero Lesseps no sólo hay que poner esa iniciativa “cultural”, también la construcción del canal de Panamá y del canal de Suez (el uno indispensable conexión oceánica para las nuevas configuraciones del mercado mundial y el otro pieza fundamental de la política imperial francesa); y de su discípulo Alfred Ebélot, la construcción argentina de la zanja de Alsina, foso fronterizo con el mundo indio. La Società Dante Ali-ghieri se funda en 1889, su primera zona fuerte de influencia se sitúa en el norte de Africa. Y ya en el siglo XX, el British Council y las asociaciones de cultura inglesa y en la reconstrucción alemana de posguerra (1951) el Goethe Institut. En los últimos años, en un contexto bien diferente, se fundaron el Instituto Confucio (China) y el Camoes (Portugal), al tiempo que Brasil proyecta su Instituto Machado.

Esta brevísima descripción de los organismos europeos creados para la difusión de sus lenguas centrales, vinculados en general con perspectivas diplomáticas y de política exterior, apunta a señalar que fueron inicialmente concebidos como instrumentos de asociación entre el valor “comunicacional” de la lengua y el sistema de expansión y aclimatación de la economía mundial en el período. La lengua queda así principalmente comprometida en su rasgo instrumental, como dispositivo técnico de penetración económica por una parte, y a la vez como fórmula de colonización y propagación cultural. No muy distinto es el caso del Instituto Cervantes. Adaptado a las exigencias de la integración española a Europa en el auge de la globalización, se propuso sin embargo y desde el comienzo como apéndice de una articulación mayor y específica con la vieja institución reguladora de la lengua, la Real Academia, y sus sedes y correspondientes americanas. El Cervantes se define así en un doble escenario funcional: instrumento de promoción de la enseñanza del español y de divulgación cultural en países y regiones no hispanohablantes, e institución de apoyo a las políticas reguladoras y normativas de la lengua en países de habla hispana. Esta doble función la distingue del resto de los organismos europeos equivalentes. La Academia Francesa o la italiana (Accademia della Crusca) no buscan imponer significativamente formas normativas a través de la Alliance o la Dante; y en el contexto anglófono, como se sabe, no hay institución que rija las mutaciones y variedades de la lengua inglesa. En esos años, los ’90, el Cervantes se asume como correlato y “avanzada” del intenso crecimiento de los negocios españoles en Sudamérica (privatización de las comunicaciones, de la energía y del transporte, fuerte penetración de la banca, etc.). Por su parte, y ya a partir de la década anterior, las industrias culturales españolas comienzan a proyectarse como un campo de profuso rendimiento. La industria editorial, entonces fuertemente subsidiada por el Estado español, fue esbozándose como cifra hegemónica en la región idiomática y beneficiaria de los bruscos procesos de concentración del sector. Desde entonces, el Instituto Cervantes ha sido y es una pieza decisiva en la construcción de la “marca” España. La palabra “marca”, con la que el Instituto Cervantes y sus organismos satélites tienden a identificarse, y referida para nombrar los desplazamientos de mercado, las astucias y fetichismos de la publicidad, constituye una huella histórica evidente del papel que viene asignándose a la lengua.

IV

La lengua no es un negocio, pero a menudo se la trata como tal, y entre algunas corporaciones españolas, por ejemplo, cunde la metáfora de compararla con el petróleo. España no tiene crudo, se dice, pero perforando en sus yacimientos brotó a borbotones el idioma español, que terminó por arrojar más y mejores réditos. Pero las perforaciones no se hacían sólo en Madrid, también en Medellín, en Lima, en Santiago, en Buenos Aires; en materia idiomática, España siempre sintió que se trataba de “sus” yacimientos, pues no se cansa de decir que se trata de un “bien común” e “invaluable”, y que por eso es ella la que se encarga de comercializarlo en el resto del mundo. El patrimonio es compartido, pero la destilación es extranjera.

Para dimensionar la realidad petrolífera de la lengua citaremos sólo algunos datos que surgen del Informe 2012 del Instituto Cervantes: más de 495 millones de personas hablan español. Es la segunda lengua del mundo por número de hablantes y el segundo idioma de comunicación internacional. En 2030, el 7,5 por ciento de la población mundial será hispanohablante (un total de 535 millones de personas). Para entonces, sólo el chino superará al español como lengua con un mayor número de hablantes nativos. Dentro de tres o cuatro generaciones, el 10 por ciento de la población mundial se entenderá en español. En 2050, Estados Unidos será el primer país hispanohablante del mundo. Unos 18 millones de alumnos estudian español como lengua extranjera. Las empresas editoriales españolas tienen 162 filiales en el mundo repartidas en 28 países, más del 80 por ciento en Iberoamérica, lo que demuestra la importancia de la lengua común a la hora de invertir en terceros países. Norteamérica (México, Estados Unidos y Canadá) y España suman el 78 por ciento del poder de compra de los hispanohablantes. El español es la tercera lengua más utilizada en la red. La penetración de Internet en la Argentina es la mayor entre los países hispanohablantes y ha superado por primera vez a la de España. La demanda de documentos en español es la cuarta en importancia entre las lenguas del mundo.

Otro dato final, que no consta en el Informe: el 90 por ciento del idioma español se habla en América, pero ese 90 acata, con más o menos resistencia, las directivas que se articulan en España, donde lo habla menos del 10 por ciento restante. Estos números bastan para comprender el interés en discutir los destinos de la lengua: sus usos, su comercialización, su forma de ser enseñada en el mundo. Si fuera sólo un asunto económico no tendría relevancia el tema, pero afecta a las democracias, a la integración regional, a la soberanía cultural de las naciones.

Pretendemos evidenciar esta realidad, no para crear un frente común contra España, a la que no consideramos nuestra enemiga. El problema es el monopolio, la utilización mercantil de la lengua y la consiguiente amenaza cultural que supone imponer el dominio de una variedad idiomática. España no es el enemigo, pero no solapamos la necesaria polémica que debemos establecer con sus órganos de difusión y comercialización de la lengua. Cuando el rey Juan Carlos le dice al nuevo director del Instituto Cervantes y ex presidente de la Real Academia: “¡Ocúpese de América!”, nosotros conocemos bien la naturaleza profunda de esa ocupación.

España, por lo demás, tiene todo el derecho del mundo a tener una política de Estado en relación con la lengua; lo insólito es que nuestro país no la tenga, cediéndole el “derecho a disfrutar bienes ajenos con la obligación de conservarlos, salvo que la ley autorice otra cosa”, según define “usufructo” el Diccionario de la RAE, al que le rendimos este pequeño tributo, apelando a sus propias definiciones.

V

El Cervantes, organismos como Fundéu (Fundación para el Español Urgente), y las expresiones y acuerdos de colaboración con las Academias Nacionales de la lengua, suelen indicar explícitamente el patrocinio de empresas e instituciones que las promueven: Iberia, BBVA, Banco Santander, Repsol, RTV, Agencia EFE, CNN en español, etc. Los efectos de esta ofensiva de dominio sobre la lengua son vastísimos y de compleja delimitación. Nos interesa destacar aquí, preliminarmente, el modo en que se han ido obstaculizando las vías de comunicación, encuentro e intercambio latinoamericano. Las corporaciones de medios y los monopolios editoriales en combinación con las instituciones y organismos de control de la lengua produjeron un creciente aislamiento cultural entre nuestros países, sólo revisado en el plano político, social y económico por los proyectos de integración regional (Unasur, Mercosur, ALBA), pero no suficientemente interrogado en el plano cultural. Hasta la década del ’70, en el período inmediatamente anterior a la generalización de modelos dictatoriales de gobierno en la región, la literatura latinoamericana produjo, al margen del llamado “boom”, acontecimientos relevantes de cruce e interrelación. Acontecimientos cuya medida no atañe meramente a los mecanismos editoriales de distribución o comercialización del libro, sino al campo de la lengua misma, a sus procedimientos y construcciones poéticas. Los lectores argentinos, no requeridos de esa abstracción de mercado que se presenta bajo la fórmula “español neutro”, incorporaron sin dificultad el conjunto de variedades de la lengua e inversamente el idioma de los argentinos fue asimismo recibido y conjugado por lectores mexicanos, cubanos, peruanos, chilenos o colombianos.

Aunque se trata de una especulación no del todo comprobable, si es cierto que la neutralidad que ahora persiguen las grandes corporaciones editoriales reporta mayores ganancias, es a la vez indudable que pone en funcionamiento un mecanismo de abierto empobrecimiento de la lengua. El programa de uniformización que está en curso es el correlato concluyente de la naturaleza general normativa y de las corrientes totalizadoras de esta etapa del capitalismo. Aun a pesar de sus pronunciamientos y sermones democratistas, el espíritu neoliberal procede de una difusa raíz totalitaria. Si conocimos sobradamente la bestialización económica del programa, sus efectos destructivos de vaciamiento político institucional y los daños generales causados sobre el tejido social, no menos preocupante, aunque de verificación más opaca, resulta el impacto que esa lógica impuso e impone sobre la lengua. Como en la parábola de la “carta robada”: sus alcances están a la vista y a la vez ocultos.

Lo que es cierto respecto del control corporativo de los medios de comunicación lo es también en el campo de la producción cultural, en el sector editorial, en el audiovisual, en la historia literaria reciente, en la traducción, en la enseñanza del español como lengua extranjera o en el amplísimo terreno de la educación pública. Por una parte enfrentamos la tarea de nombrar los efectos de estas políticas de la lengua, pero también, y sobre todo en condiciones de amenaza latente de restauración neoliberal, la necesidad perentoria de establecer una corriente de acción latinoamericana que recoja la pregunta por la soberanía lingüística como pregunta crucial de la época.

VI

Es tiempo, creemos, de sostener el camino de una lengua cosmopolita, a la vez, nacional y regional. Nuestro español, pleno de variedades, modificado en tierras americanas por el contacto con las lenguas indígenas, africanas y de las migraciones europeas, nunca fue un localismo provinciano. Fue lenguaraz y no custodio, es experiencia del contacto y no afirmación purista. Al menos, el que sostenemos como propio. En América latina se han macerado grandes escrituras al amparo de esa búsqueda: desde el ensayismo del peruano José Carlos Mariátegui, que pensaba que una cultura nacional surgía de la doble apelación al cosmopolitismo y al indigenismo, hasta la antropología del brasileño Gilberto Freyre, que vio en el portugués del Brasil una creación de los esclavos africanos. Pero también desde la lengua mixta y tensa de José María Arguedas, lengua que problematiza la herencia colonial, o el barroco americano de Lezama, definido como lengua de contraconquista, hasta la precisa intervención borgeana. Porque Borges, cuyo peso y búsquedas en estas discusiones son innegables, fue quien marcó el camino de una inscripción profundamente argentina de la lengua literaria y a la vez la desplegó como español universal.

Borges es el Cervantes del siglo XX: ésto es, el renovador mayor de la lengua, no sólo para su país natal sino para el conjunto de los hispanohablantes. Si en los años veinte buscó en la sonoridad de la criolledá la expresión idiomática propia, una década después descubría que no se trata de color local: que la lengua estaba en un tono, una respiración, una andadura. Lo hizo de modos polémicos y no poco cuestionables, como su carácter antiplebeyo y sus derivas conservadoras. Pero es el momento de recuperar, con su nombre, una apuesta que toma la suya como inspiración y al mismo tiempo debe modificarla.

Una apuesta, dijimos, a generar un estado de sensibilidad respecto de la lengua, que no se restrinja a una reflexión académica sino que enfatice sobre su dimensión política y cultural, y que se proyecte sobre las grandes batallas contemporáneas alrededor de las hegemonías comunicacionales y la democratización de la palabra. Una apuesta que por ahora imaginamos doble: la constitución de un foro de debates en el Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional y el impulso a la creación de un Instituto Borges: un ámbito desde el cual producir una composición latinoamericana de estas cuestiones. Una institución que lleve este nombre, como episodio argentino de una política encaminada a la creación de una Asociación Latinoamericana de la lengua, forzosamente deberá considerar su acto de fundación también como un acontecimiento de la lengua, portador de su memoria viva, de su pasado escurridizo y de las adquisiciones que obtiene y puede perder en su camino. Un Instituto Borges puede ser una institución con sus actos de reunión y reconocimiento, pero también una inflexión para mantener la vida propia del horizonte lenguaraz en el que vivimos.

* Irene Agoff / Susana Aguad / Jorge Alemán / Fernando Alfón / Germán Alvarez / María Teresa Andruetto / Julián Axat / Martín Baigorria / Cristina Banegas / Silvia Battle / Diana Bellessi / Gabriel Bellomo / Carlos Bernatek / Emilio Bernini / Esteban Bértola / María del Carmen Bianchi / Alejandra Birgin / Esteban Bitesnik / Jorge Boccanera / Martín Bonavetti / Karina Bonifatti / José Luis Brés Palacio / Cecilia Calandria / Marcelo Campagno / Arturo Carrera / Albertina Carri / José Castorina / Gisela Catanzaro / Diego Caramés / Carlos Catuogno / Sara Cohen / Vanina Colagiovanni / Hugo Correa Luna / Américo Cristófalo / Sergio Chejfec / Gloria Chicote / Luis Chitarroni / Guillermo David / Oscar del Barco / Silvia Delfino / José del Valle / Marta Dillon / Ariel Dilon / Gabriel D’Iorio / Angela Di Tullio / Nora Domínguez / Víctor Ducrot / Juan Bautista Duizeide / María Encabo / Andrés Erenhaus / Vanina Escales / Ximena Espeche / Liria Evangelista / José Pablo Feinmann / Javier Fernández Míguez / Alejandro Fernández Moujan / Christian Ferrer / Gustavo Ferreyra / Ricardo Forster / Daniel Freidemberg / Silvina Friera / Mariana Gainza / Leila Gándara / Germán García / Gabriela García Cedro / Marieta Gargatagli / Laura Gavilán / Juan Gelman / Juan Giani / Horacio González / Mara Glozman / Ezequiel Grimson / Luis Gusmán / Liliana Heer / Sebastián Hernáiz / Liliana Herrero / Flora Hillert / Walter Ianelli / Cecilia Incarnato / Pablo Ingberg / Ezequiel Ipar / María Iribarren / Estela Jajam / Noé Jitrik / Mario Juliano / Lisandro Kahan / Tamara Kamenszain / Pedro Karczmarcyck / Mauricio Kartun / Alejandro Kaufman / Guillermo Korn / Laura Kornfeld / Daniel Krupa / Inés Kuguel / Gabriela Krickeberg / Juan Manuel Lacalle / Alicia Lamas / Ernesto Lamas / Daniela Lauría / Juan Laxagueborde / Daniel Link / Miguel Loeb / María Pía López / Javier Lorca / Federico Lorenz / Silvia Llomovate / Jorge Lovizolo / Silvia Maldonado / Ricardo Maliandi / Anahí Mallol / Margarita Martínez / Silvio Mattoni / Nora Maziotti / Ana Mazzoni / Juan Molina y Vedia / Graciela Morgade / Mariana Moyano / Vicente Muleiro / Daniel Mundo / Carolina Muzi / Gustavo Nahmías / Viviana Norman / Celia Nusimovich / Dante Palma / Cecilia Palmeiro / Fernando Peirone / Quique Pesoa / Ricardo Piglia / Pablo Pineau / Agustín Prestifilippo / Nicolás Prividera / Mercedes Pujalte / Alejandro Raiter / Carolina Ramallo / Gabriel Reches / Roberto Retamoso / Eduardo Rinesi / Matías Rodeiro / Martín Rodríguez / Emilio Rollié / Laura Rosato / Eduardo Rubinschik / Alejandro Rubio / Andrés Saab / Guillermo Saavedra / Florencia Saintout / Juan Sasturain / Silvia Scharzböck / Silvia Senz Bueno / Perla Sneh / Ricardo Soca / Isabel Steimberg / Eduardo Stupía / Daniel Suárez / Ximena Talento / Diego Tatián / Marcelo Topuzian / Javier Trímboli / Hugo Trinchero / Washington Uranga / Lía Varela / María Celia Vázquez / Miguel Vedda / Aníbal Viguera / Miguel Vitagliano / Adriana Yoel / Patricio Zunini.

Fuente

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=174170

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Prólogo a “El último combate de Lenin”, de Moshé Lewin

Viento Sur

 

Traducción de Lluis Rabell

Cuando – hará de eso más de diez años – Moshe Lewin pronunció en París sus conferencias acerca de los últimos escritos de Lenin, sus oyentes le instaron a que escribiese un libro, una novela, una obra de teatro… De modo mucho más sencillo, Lewin optó por ceder la palabra al propio Lenin, en su último combate. Las breves líneas del célebre testamento eran ya conocidas; el diario de sus secretarias lo era mucho menos; sus otros artículos permanecían mal contextualizados. Para todo aquel que emergiese de la historiografía estalinista en la que el PCF, más que cualquier otro, seguía varado, este librito produjo el efecto de una revelación. El último combate de Lenin fue publicado por vez primera en 1967. Era el año en que la burocracia china, desbordada por la comuna obrera de Shangai, arriaba la bandera de la revolución cultural y emprendía el retorno al orden bajo la égida de la triple alianza. Era el año del asesinato del Che Guevara en Bolivia. El año de los bombardeos americanos sobre Hanoi. La huelga general de mayo del 68 y la primavera de Praga aún estaban gestándose. Los rumores acerca del Gulag tan sólo llegaban hasta los oídos atentos e informados. Acogido discretamente por la prensa del movimiento obrero, en una época en que el PCF renqueaba a paso de tortuga en su proceso de desestalinización y en que el maoísmo erigía nuevos mausoleos en honor de Stalin, este libro riguroso y lúcido se situaba al margen de las modas. En las antípodas de las nuevas filosofías de los años siguientes, se inscribía en la única vía de una lucha radical contra el estalinismo, sus raíces y sus prolongaciones: la vía de una crítica histórica, en la línea de Deutscher o Liebman. (1) A partir de un trabajo metódico sobre los documentos rusos, Moshe Lewin se hace invisible. La escena la ocupan exclusivamente Lenin, sus últimos meses patéticos, su energía desesperada, su voluntarismo – eso que Moshe Lewin llama su “elitismo”. Como si el fundador del bolchevismo viviese en el espacio de algunos días, sin tener tiempo para asimilarlo y domeñarlo, ese terrible futuro de una revolución que se le escapaba entre los dedos. Como si todo ello le matase de impotencia y de agotamiento. Fuerzas colosales se habían puesto en movimiento: las del asedio imperialista, las de una burguesía agraria que resurgía una y otra vez, las de una burocracia capilar que iba insinuándose en todos engranajes del aparato administrativo. No obstante, Lenin, hasta su último aliento, sigue apostando a favor de la consciencia de la vanguardia, a favor del partido de nuevo tipo estrictamente delimitado y seleccionado, distinto de la gran socialdemocracia alemana de antes de 1914. Ese partido bolchevique que, abriendo así una nueva era, supo tender un puente entre las tareas de la revolución antifeudal, “democrático-burguesa”, y las tareas de la revolución proletaria. Cuando el propio partido se revela contaminado por el virus burocrático, Lenin no renuncia a su propósito. Se dirige a la vanguardia de la vanguardia, a lo que de sano pueda aún subsistir en la dirección del partido. De ahí un subjetivismo paradójico tratándose de un marxista: Lenin consume sus últimos instantes de lucidez tratando de influir individualmente sobre las personas y corrigiendo sus anotaciones sobre los principales dirigentes. Sin embargo, no hay nada sorprendente en semejante proceder. El año 1923 certifica el fin de la crisis revolucionaria que, a lo largo de cinco años, ha sacudido toda Europa. Hasta entonces, la joven revolución rusa ha resistido, aferrada a la esperanza de una revolución victoriosa en Alemania, sin la cual su propio futuro resultaba teóricamente impensable. El fracaso del Octubre alemán despeja el camino para el futuro ascenso del nazismo y constituye el preludio de la derrota de la Oposición de izquierdas en Rusia. La burocracia teoriza ese aislamiento duradero y se dispone a encerrar la revolución en las fronteras del “socialismo en un solo país”. Esa trayectoria contradice, sin lugar a dudas, toda la historia y la educación del partido. Pero, tras la guerra civil, ¿qué es lo que permanece todavía en pié del partido y de sus relaciones con las masas? La mitad del proletariado industrial se ha esfumado. Así, por ejemplo, las fábricas Putilov apenas cuentan en 1922 con 6.000 obreros frente a los 30 o 40.000 que había en 1917. El Partido se ha integrado a las funciones del Estado. La supresión del derecho de tendencia y de fracción, adoptada en el X Congreso de marzo de 1921, no ha hecho más que acelerar esa asimilación funcional. La tradición del bolchevismo refluye pues hacia la cima del Partido. El enfrentamiento entre los hombres que encarnan esa tradición reviste entonces un alcance histórico. Simbólicamente, Lenin ha callado en la víspera de esa derrota, reducido para siempre al silencio, quebrado por la enfermedad, pero también por el bofetón que Ordjonikidze propina a un comunista georgiano para zanjar un debate o por el comportamiento brutal de Stalin hacia Krupskaia. Enfrentado a las fuerzas desbocadas de la historia, desde su lecho, Lenin propone a Trotsky un pacto para jugar una última baza contra la burocracia. Una siniestra ironía hace que Trotsky yaga convaleciente en otro lado del Kremlin. Lewin subraya la fuerza que todavía hubiese podido representar, en 1923, la alianza de las dos figuras más prestigiosas de Octubre. Correlativamente, estima que la agonía de Lenin contenía la semilla de la derrota de Trotsky. Quizás éste tuviese ya en aquel momento una sorda conciencia de ello… Pero lo que importa ante todo, a pesar y frente a las falsificaciones estalinistas, es la fidelidad fundamental de Trotsky respecto al último combate de Lenin. Fuese cual fuese su desenlace inmediato, ese combate era en efecto necesario. De él dependía que la esperanza suscitada por la primera revolución comunista no acabase confundiéndose con su caricatura reaccionaria. Ese combate permitía que la alternativa histórica permaneciese abierta de cara al futuro, que la historia que estaba escribiéndose bajo la fuerza de la evidencia burocrática pudiese ser desmentida en nombre de otra hipótesis estratégica. Una vez más “a contracorriente”: ¿acaso aquel puñado de internacionalistas agrupados en Zimmerwald no tuvo razón, en 1915, frente a la oleada de social-chovinismo que sumergió al movimiento obrero? ¿No prepararon ellos el renacimiento del internacionalismo? Para que la historia no perdiese todo su sentido ante los ojos de las futuras generaciones, para que pudiesen retomar el hilo de la continuidad, era necesario que una voz distinta a la oficial se hiciese oír. Que la primera en escucharse, ahogada, fuese la voz de Lenin no hace sino reforzar aquellas que, tras su muerte, se elevaron contra la teoría del socialismo en un solo país, contra la política suicida de la Internacional comunista en China (2), contra las locuras del “tercer período” que desarmaron al proletariado alemán frente al ascenso del nazismo, contra los procesos de Moscú y las purgas. Los mismos términos de su lucha – la cuestión del monopolio del comercio exterior, la problemática de las nacionalidades, la de la organización y del Estado – desembocan en los problemas fundamentales de nuestro tiempo tales como la caracterización de la URSS y de la burocracia en el poder o las relaciones (de oposición y no de filiación) entre leninismo y estalinismo.

En 1923, la práctica de la revolución iba por delante de su teoría. La complejidad de la economía de transición hace que el análisis se torne incómodo. Ese contexto de dificultades económicas y sociales, dos años después de Cronstadt y el cerco imperialista, constituye el terreno de la última batalla emprendida por Lenin. El libro de Moshe Lewin establece, sin ninguna ambigüedad, que toma resueltamente partido contra la burocracia, situándose en los orígenes de la Oposición de izquierdas. Pero ese compromiso no puede esquivar ciertas confusiones, que tendrán más adelante importantes consecuencias. En primer lugar, por cuanto se refiere a las relaciones entre el Partido y el Estado. Lúcidamente, Lenin constata que los soviets, “que eran por naturaleza los órganos del gobierno ejercido por los propios trabajadores, se han convertido en órganos de gobierno para los trabajadores en manos de la capa más avanzada del proletariado, pero ya no de la misma masa laboriosa”. A partir de ahí, en su último texto público, saca la conclusión lógica de una fusión pura y simple entre el Partido y las funciones estatales: “Tales son las grandes tareas con que sueño para nuestra Inspección obrera y campesina. He aquí porque proyecto para ella la fusión del organismo supremo del Partido con un simple comisariado del pueblo”. Siempre atrevido en la innovación, Lenin no distingue aquí demasiado entre la excepción y la regla. Tiende a disolver lo principal en lo circunstancial. Ese desliz resulta tanto más grave cuanto que los dos primeros congresos de la Internacional comunista, oponiendo radicalmente la dictadura del proletariado a la democracia parlamentaria, no habían reconocido claramente la soberanía de los órganos soviéticos en el ejercicio del poder. A partir del momento en que el Partido y el Estado pueden fusionar, la petición de principios a favor del pluripartidismo o de la libre confrontación de programas en el marco unitario de los consejos, los comités o los soviets, se convierte en gran medida en una demanda formal. Topamos de nuevo con la misma confusión entre la excepción y la regla cuando Lenin hace adoptar por el X Congreso la prohibición del derecho de tendencia y de fracción. Trotsky insistirá más tarde, en particular a través de La revolución traicionada, acerca del carácter excepcional de tales medidas. El argumento resultaría más convincente si las declaraciones de Lenin hubiesen sido explícitas al respecto. Pues, si bien define efectivamente como “excepcional” la posibilidad de que el comité central excluya a uno de sus miembros por una mayoría de dos tercios, se muestra mucho menos preciso en cuanto al derecho de tendencia y de fracción. El remedio imaginado durante el X Congreso atajaba mucho más los efectos que el mal. Basta con tener presente el uso que hicieron y siguen haciendo los estalinistas del referente de ese Congreso contra cualquier vida democrática organizada en sus partidos para medir el alcance del perjuicio. Hay que recordar sin embargo a descargo de Lenin que la suspensión de las fracciones no significaba para él ahogar los debates: el boletín de discusión permanecía abierto y la Oposición obrera, objeto de las medidas del X Congreso, pudo, cuatro meses más tarde, presentar y defender sus posiciones ante el III Congreso de la Internacional comunista. No deja de ser significativo, sin embargo, que en 1921 el ataque de Lenin se dirigiese simultáneamente contra el régimen de tendencias en el partido y contra la reivindicación, denostada como corporativista, de un “congreso de los productores”: la restricción de la democracia en el partido va de par con la restricción de la democracia obrera fuera del partido, bajo todas sus formas. Esas dos confusiones, cargadas de consecuencias, tienen que ver finalmente con el debate indirecto que había opuesto Lenin a Rosa Luxemburg en 1918 acerca de las condiciones de disolución de la Constituyente y la limitación de los derechos democráticos (libertad de reunión, de asociación, de prensa). Rosa no contestaba el recurso a determinadas medidas excepcionales, pero se esforzaba por circunscribir más escrupulosamente los límites de las mismas y alertaba sobre sus peligros: las restricciones a la democracia “obstruyen el manantial de donde hubiesen podido brotar los correctivos a las imperfecciones congénitas de las instituciones sociales”. En Lenin, la excepción mal definida resbala hacia la arbitrariedad. Lewin cita una carta a Kursky, fechada en mayo de 1922, en la que defiende la interpretación más amplia posible de la noción de “actuaciones contrarrevolucionarias”, asociando su definición a la amenaza de la “burguesía internacional”. Hoy sabemos todo aquello que Lenin no podía prever: hasta qué punto la arbitrariedad burocrática se apoderó de los procedimientos excepcionales. Arrastrados por la vorágine de una lucha sin cuartel, Lenin y Trotsky tendieron a veces a transformar la necesidad en virtud. Pero la sensibilidad escrupulosa que demuestra Lenin sobre la cuestión de las nacionalidades revela los límites que él mismo no hubiese tardado en asignar a las transgresiones de la norma. No se trata de dar aquí, a posteriori, lecciones de principios, sin tener en cuenta la situación concreta de aquellos años terribles, sino de comprender en qué medida ciertos errores de Lenin y de Trotsky pudieron contribuir a deseducar a los cuadros del Partido y a desarmarlos parcialmente frente al ascenso de la contrarrevolución burocrática.

“Si Lenin se encuentra en minoría en un debate que juzga primordial, busca la ayuda de Trotsky contra Stalin y otros dirigentes; a él se dirige cuando de algún modo se siente a la deriva…” Moshe Lewin no duda en defender esta tesis, difícilmente admitida apenas hace diez años por el marxismo universitario. Desarrollada a partir de una documentación rigurosa, ese análisis concuerda plenamente con el sentido de la historia. El principal obstáculo a la alianza antiburocrática que se esboza y se impone reside en las vacilaciones del propio Lenin: percibe y denuncia el “burocratismo” sin comprender aún plenamente la verdadera dimensión y la verdadera naturaleza de la burocracia. Razona en términos de deformaciones en el ejercicio del poder, pero no capta en toda su amplitud y su alcance la tendencia hacia la autonomía de ese cuerpo parásito. Esa vacilación guarda también relación con la sorpresa e incredulidad de Lenin ante la traición de la socialdemocracia alemana el 4 de agosto de 1914. Sobre la cuestión de la burocracia, Rosa Luxemburg se había mostrado más clarividente que Lenin, incluso si no había deducido todas las implicaciones organizativas que se reinaban de su propio análisis. El esbozo teórico acerca de la burocracia que figura en La quiebra de la II Internacional parece rudimentario en comparación con el célebre folleto que Rosa publicó bajo el seudónimo de “Junius”, La crisis de la socialdemocracia. Sin embargo, la actitud de Lenin frente a la burocracia plantea frontalmente el problema, hoy apasionadamente discutido, de su posición teórica respecto al Estado. En 1922-23, se encuentra al frente de un aparato de Estado que se sostiene sobre la punta de un alfiler. No se trata ya de la clase obrera masivamente movilizada, sino de su vanguardia. Un poder en equilibrio inestable, situado en el frágil punto de encuentro entre los intereses anticapitalistas de la clase obrera y los intereses antifeudales del campesinado. En las antípodas del economismo de que le acusan a la ligera algunos críticos tardíos del estalinismo (3), Lenin sabía, escribe Moshe Lewin, que, “en la situación en la que se encontraba su régimen, la política primaba sobre la economía, pero la idea de que esa preponderancia pudiese prolongarse duraderamente le intranquilizaba. No se resignaba a utilizar exclusivamente la palanca política que mucha gente considera hoy en día como el resorte más poderoso y decisivo”. Ahí llegamos a un nudo de contradicciones. Se ha convertido en una moda intelectual reprochar a Lenin su subestimación del problema del Estado. Muy al contrario, Lenin parte de la especificidad estructural de la revolución proletaria: una revolución en la cual la conquista del poder político no representa, como en el caso de la revolución burguesa, el coronamiento, sino la clave de la emancipación social y cultural de los explotados. No es casual que, como nos lo recuerda Lewin, Lenin feche la fase específicamente proletaria de la revolución rusa alternativamente el 5 de enero de 1918 (disolución de la Constituyente) o entorno a la movilización autónoma de los campesinos pobres (junio de 1918): en cualquier caso, tomando como referencia un acto político de toma de poder mucho más que tal o cual decreto sobre la colectivización de las tierras o de la industria. De ello resulta que la cuestión del Estado se plantea principalmente a sus ojos, desde el punto de vista del proletariado, a través de la cuestión del Partido que prepara conscientemente la conquista del poder, que establece un nexo entre las luchas parciales y ese objetivo final. Pero Lenin no extrae todas las conclusiones que se desprenderían de su enfoque. Tan solo una costosísima experiencia histórica nos permite hoy en día entreverlas. Si la revolución proletaria comienza con la conquista del poder político por una clase radicalmente desposeída, explotada y alienada, eso quiere decir que, durante todo un período, la partida decisiva se juega al nivel del ejercicio del poder y de sus mecanismos. Lenin sitúa de entrada la diferencia entre el capitalismo de Estado propiamente dicho y las nuevas relaciones sociales instauradas en Rusia al nivel de la naturaleza del poder político: “Nuestro capitalismo de Estado se distingue del otro capitalismo en el sentido literal del término en que nosotros tenemos entre las manos del Estado proletario, no sólo la tierra, sino las partes más importantes de la industria”. Esa definición no supone ninguna modificación cualitativa del proceso de trabajo. Lo que ha cambiado es la existencia de un Estado proletario. Pero, ¿quién responde precisamente del carácter de clase de ese Estado? No podemos contentarnos con invocar al respecto la estatización de los medios de producción. Eso sería entrar en un círculo vicioso. El Estado no es proletario porque nacionaliza, sino porque ha surgido de una revolución por medio de la cual la clase trabajadora ha roto la vieja maquinaria estatal burguesa y se ha amparado del poder político. De ahí la novedad y la importancia de la cuestión que entonces se plantea: si el proletariado se ha visto desposeído del poder político, ¿quién lo ejerce pues en su nombre? La estatización de la mayor parte del aparato productivo se produjo entre 1918 y 1921, mucho más deprisa de lo previsto, bajo la presión de la guerra civil. Con eso, resulta suficiente para modificar radicalmente las relaciones existentes entre el Estado y la sociedad civil. Incluso burocrática, la planificación que se deriva de semejante transformación colma la fractura que les separa, quebrando los mecanismos presuntamente naturales de la competencia. El Plan expresa el significado social y político de las opciones económicas. Si hay paro, ya no puede explicarse como una fatalidad irracional que resulta de las leyes ciegas del mercado. La prioridad otorgada a la industria pesada o a la producción de forraje, las atribuciones presupuestarias hallan directamente su traducción en términos de prioridades políticas y de alianzas sociales. El trabajador ya no se encuentra ante el Capital y la mercancía, erigiéndose ante él como fuerzas extrañas, sino, directamente, frente al Estado. Una sociedad en la que se ha restablecido la unidad orgánica de la sociedad civil y del Estado sólo puede funcionar según dos lógicas contradictorias. O bien la sociedad se hace Estado, y la simple cocinera, tal como imaginaba Lenin, puede empezar a dirigir. En ese caso, el Estado ya no es un Estado propiamente dicho: se socializa, empieza a debilitarse y a desvanecerse. Ese es el proyecto de El Estado y la revolución. O bien, por el contrario, es el Estado quien se ampara de la sociedad y la invade, la sociedad se estatiza, y el Estado, de acuerdo con la tesis estalinista, se fortalece en lugar de debilitarse. La extracción del excedente del trabajo no se opera a través de la punción de plusvalía que caracteriza la relación entre el asalariado y el capital, sino mediante el ejercicio de un constreñimiento directamente político. El terror se convierte en tal caso en un engranaje esencial del mecanismo social. Las diferentes instituciones, desde la justicia a la prensa, pasando por la familia o la escuela, ya no pretenden, como era el caso bajo la democracia burguesa, alimentar la ilusión de una autonomía y neutralidad de la esfera privada. Muy al contrario, aparecen entonces como entidades directamente funcionales y explícitamente regidas por criterios políticos. Para convencerse de ello, basta con leer los requisitorios de Vychinsky, los tratados de pedagogía oficial, o simplemente los motivos de internamiento psiquiátrico. Lenin no ignoró ni subestimó el problema del Estado. Pero lo planteó según los términos mistificadores de la herencia hegeliana: los de un Estado exterior a la sociedad civil que rige; cuando, en realidad, el Estado burgués, apoyándose en la división del trabajo, se hace omnipresente en el tejido social. No basta con romper la máquina de dominación para extirpar sus raíces. Precisamente en esa transición toma cuerpo el poder específico de la burocracia, capa parásita enquistada en el ejercicio del poder del que se nutre y a través del cual se perpetúa.

Lenin y Trotsky se oponen con firmeza a la naciente teoría del socialismo en un solo país, al mismo tiempo que son los principales defensores del monopolio del comercio exterior. Trotsky mostrará más adelante cómo ese monopolio permite a la economía soviética desconectarse de los flujos de acumulación internacional del capital, pero en absoluto edificar a puerta cerrada una economía “socialista”. Para Lenin, se trata ante todo de ganar tiempo, ofreciendo concesiones al campesinado a través de la NEP, pero impidiendo al mismo tiempo que ese campesinado se inserte en las leyes del mercado mundial. El significado del monopolio es pues plenamente político (de autodefensa) y no de racionalidad económica abstracta. La burocracia en formación se muestra dispuesta, por el contrario, a toda forma de compromiso que le permita salvaguardar su poder: a la abolición del monopolio del comercio exterior n 1922, al llamamiento a favor de masivas inversiones extranjeras en 1928 (4), y luego a la colectivización forzosa. Pero, más allá de todos esos zigzag, la burocracia no consiguió desembarazarse de las conquistas sociales de Octubre. Para lograrlo sería necesaria una auténtica contrarrevolución social en detrimento de una clase obrera que se ha reforzado considerablemente a lo largo de medio siglo. Lo que, en última instancia, distingue a la formación social soviética, sin atenuar por ello la crueldad del terror burocrático, es el hecho de que la fuerza de trabajo y los bienes de producción no tienen el estatuto de mercancías; la utilización de los recursos humanos y materiales se rige en función de un Plan y no a través del mercado; y, en tales condiciones, la intensidad del trabajo, impuesta por la coerción jerárquica y no por la ley de la competencia, es más débil que en los países capitalistas. Aunque la transición pueda resultar larga, el régimen burocrático sólo puede desembocar en esta alternativa: restauración capitalista o revolución política. Hasta ahora, las tendencias a la restauración han topado regularmente con la resistencia de la clase obrera ante el cuestionamiento de sus conquistas, así como con las divisiones sociopolíticas de la propia burocracia. La revolución política, de la que Trotsky trazó el programa en los años treinta, ha ido revelando sus formas embrionarias a través de los levantamientos de Berlín Este en 1953, de Polonia y Hungría en 1956, de Checoslovaquia en 1968, otra vez de Polonia en 1969 y 1975. Cada vez que la clase obrera se ha movilizado contra un aumento de precios o contra la arbitrariedad burocrática, ha puesto a la orden del día las mismas exigencias: supresión de la policía política, libertad de reunión y de asociación, separación de los sindicatos y del Estado, libertad sindical y pluripartidismo, restablecimiento de los consejos. Por el contrario, nunca la restauración de la propiedad privada de los medios de producción ha aparecido como una reivindicación de masas. Hablar de revolución política no implica en modo alguno referirse a una “revolución suave”, una especie de democratización pacífica de las “superestructuras”. La propia revolución burguesa es una revolución política, en la medida en que se apoya sobre relaciones sociales previamente establecidas. No por ello dejó de ser radical y violenta, sobre todo en Francia. La lucha por el derrocamiento de la burocracia también lo será.

Manuel Azcarate, miembro del buró político y responsable de cuestiones internacionales del partido comunista español, declaraba recientemente en una entrevista: “Lo que hace falta es que los trabajadores lleguen a ser dueños de su propio futuro. ¿Cómo lo lograrán? ¿Con ese Partido que constituye un elemento del Estado? ¿Con ese Estado autoritario? No veo otra solución más que una revolución política a través de la cual los trabajadores empezarán a dirigir realmente los destinos de su país”. (5) El concepto de revolución política ha sido pues admitido. Pero la cuestión de su contenido permanece enteramente planteada. En efecto, puede tratarse de una fórmula vacía si no se traduce en actos y en un compromiso claro y preciso: Azcarate y los dirigentes de los partidos comunistas, ¿están dispuestos a apoyar las luchas contra la burocracia en la URSS y en los países del Este? No sólo las reivindicaciones democráticas de los intelectuales disidentes, sino las reivindicaciones sociales de los trabajadores, como las que plantearon los obreros polacos en 1975 o los mineros rumanos en 1977, y las demandas de los opositores comunistas como Rudolf Bahro, actualmente encarcelado en la RDA. ¿Están dispuestos a respetar desde ahora mismo en sus propios países, en España, en Francia y en cualquier lugar, los principios de la democracia socialista a través de la lucha por la soberanía de los órganos unitarios de lucha de que se dotan los trabajadores (asambleas, comités de huelga elegidos y revocables)? ¿A través del respeto hacia la democracia sindical sobre una base federativa? ¿Mediante el reconocimiento del pluralismo en el seno del movimiento obrero, lo que implica acabar con todas las exclusiones que pesan sobre organizaciones que se reclaman de la clase trabajadora? ¿O restableciendo el derecho de tendencia y de fracción en sus propios partidos? A partir de 1968, los partidos comunistas occidentales, sin romper por ello con la URSS, se han visto abocados a redefinir sus relaciones con los dirigentes del Kremlin: la subordinación directa en vigor durante la época del pacto entre Stalin y Laval, en tiempos del pacto germano-soviético o a lo largo de la guerra fría se ha transformado en una alianza conflictiva y negociada (6).Esas modificaciones abren un interrogante acerca de la propia naturaleza de la URSS y sobre la historia de sus relaciones con los partidos comunistas. La publicación en Francia de un libro colectivo de intelectuales del PCF, titulado La URSS y nosotros, se inscribe en ese movimiento de revisión. La obra se fija explícitamente el objetivo de elaborar una “concepción coherente de la URSS”. Sin embargo, la concepción anterior, la que prevaleció a lo largo de los años de apogeo del estalinismo, era una concepción perfectamente coherente. Ponerla ahora en tela de juicio no es algo que pueda hacerse a medias, mediante una política que sospese a cada paso el por y el contra, las ventajas y los inconvenientes, los progresos económicos realizados por un lado y los “perjuicios causados a las libertades” por otro. La puesta a prueba de una coherencia teórica reside en su implicación práctica. Y, tratándose de la URSS, esa implicación práctica consiste en definir la actitud fundamental frente a las reivindicaciones de los contestatarios y a las aspiraciones de la clase trabajadora. ¿Se trata de reconducir el Partido de Stalin y democratizar el Estado? ¿O bien se trata de la defensa de los derechos democráticos y las reivindicaciones proletarias, mediante el restablecimiento de la democracia de los consejos y los derechos de las nacionalidades, el reconocimiento de la libertad sindical y el derrocamiento de la opresión burocrática? Aquí llegamos a la frontera que separa el liberalismo pequeño-burgués de la continuidad del “último combate de Lenin”. Algunos toman sus distancias respecto al terror burocrático para rendir mejor homenaje a la “democracia burguesa”, cerrando obstinadamente los ojos sobre su decadencia y su reverso autoritario. Para otros, sin embargo, la democracia socialista es indivisible y significa más – y no menos – democracia que en los países capitalistas. Para éstos, la lucha por los derechos humanos, tanto si se encarna en la defensa de Grigorenko o de Soljenitsin, de Orlov o de Bahro, de Rostropovitch o de Biermann, no admite ningún regateo. Jean Ellenstein ha calificado los juicios contra Guinzburg, Orlov o Chtcharansky como los “casos Dreyfus” de nuestro tiempo. De acuerdo. A condición de recordar que, en su día, Zola y Jaurès necesitaron mucho tiempo y determinación para arrancar la rehabilitación de Dreyfus. Y a condición también de no abandonar a su suerte a los Dreyfus de ayer, los de los procesos de Moscú, los de los campos de Vorkuta y de Kolima. La lucha contra la burocracia pasa por el restablecimiento de la memoria y la continuidad histórica. El último combate de Lenin constituye, en ese sentido, un retorno a los orígenes.

6/9/1978

(1) Isaac Deutscher, Staline (Livre de poche), Trotsky (Julliard). Marcel Libman, Le léninisme sans Lénine (Seuil).

(2) Acerca de la revolución china de 1926-1927, ver Harold Isaacs, La tragédie de la révolution chinoise (Gallimard).

(3) Louis Althusser en Réponse à John Lewis (Maspero) ; Nicos Poulantzas en Fascisme et dictatures (Maspero) ; Charles Bettelheim en Les luttes de classe en U.R.S.S. (Seuil).

(4) Ver David Rousset, La société éclatée (Grasset).

(5) Entrevista publicada en la revista Viejo Topo (edición extraordinaria nº 2).

(6) Ernest Mandel, Critique de l’eurocommunisme (Maspero) y “L’Eurocommunisme”, número especial de la revista Recherches internationales, 88-89.

Fuente:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=114136
Fuente Imagen
https://lh3.googleusercontent.com/WisT2W5Iu5ezGZHGAkpxMEV3e2aiDbWRQNHETVIzL_B42WPJU-pRp1X5O_tLBZ68G5UDEko=s88
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País Vasco: Un examen interno alertó de los fallos en la educación vasca

Europa/ España/ 12 Diciembre 2016/ Autora: Elisa Silió/ Fuente: El País.

El Instituto Vasco de Evaluación e Investigación Educativa (IVEI) detectó una pérdida de competencias en euskera y matemáticas.

El Gobierno vasco mostró el martes su “sorpresa” ante los malos resultados del Informe PISA 2015, pero las evaluaciones de diagnóstico realizadas el curso 2014-2015 a los alumnos de cuarto de Primaria y segundo de ESO hacían presagiar nubarrones. La socialista Isabel Celáa, consejera de Educación entre 2009 y 2012, cree que el Gobierno del PNV cayó en la “autocomplacencia”, se centró en un nuevo currículum que nadie demandaba y dejó de tener unos objetivos claros que animasen a los centros a seguir mejorando.

Con los indicadores en la mano, uno imaginaría al País Vasco a la cabeza de España en el informe PISA: renta per cápita alta (29.300 euros), baja tasa de abandono escolar (8,7%), pocos repetidores (el 23% a los 15 años) o el mayor porcentaje de población con estudios superiores de España (64% entre los 25 y 29 años). Y, sin embargo, está en el puesto 14 de las 17 autonomías en ciencias(el último si se aplica el índice sociocultural), en el 12 en comprensión lectora y en el 10 en matemáticas, la única competencia en la que aprueba. ¿Qué ha pasado?

En esta edición el examen ha sido por ordenador y pruebas de diagnóstico previas hechas por la Consejería de Educación concluyeron que esto pasaría factura a sus alumnos, los segundos —tras los extremeños— con más computadoras de España por clase. Pero nunca hasta bajar 23 puntos en ciencias. Su consejera, Cristina Uriarte, mostró en una conferencia de prensa su “sorpresa” por los resultados, recordó su poca maña cibernética y barajó la posibilidad que haya pesado en las notas que el número de centros que se han examinado haya pasado de 170 a 119. Es decir, que la muestra —la OCDE elige los institutos públicos y colegios privados— no refleje la realidad vasca.

Pero PISA no es el primer aviso que recibe la Educación en el País Vasco, que gasta por alumno 9.143 euros, frente a los 5.431 de promedio en España. El último informe elaborado por el Instituto Vasco de Evaluación e Investigación Educativa (IVEI) detectó una pérdida de competencias en euskera y matemáticas, que la consejera Uriarte calificó de “significativa” en marzo de 2016.

En los cuatro últimos años, el plan estrella del Gobierno vasco del PNV ha sido diseñar un nuevo currículum —Eheziberri 2020—  como forma de mostrar una frontal oposición a la nueva ley educativa, LOMCE. Para los partidos de la oposición, se han depositado demasiados esfuerzos en ello, en detrimento de otras actividades a las que no se ha dado impulso.

Isabel Celáa, consejera de Educación durante el Gobierno socialista, cree que el Ejecutivo regional ha pecado de “inercia”, cuando en un mundo globalizado en el que hay que formar a los niños en nuevas competencias “el resto se mueve”. Y pone un ejemplo: al cumplir 15 años, un escolar vasco ha recibido casi un curso menos de ciencias -por las clases de euskera- que en otra región española. Ese déficit, explica, se “compensaba” con una buena formación permanente de los profesores para que las lecciones fuesen prácticas o con el fomento de los campamentos o intercambios entre los centros y la Universidad.

Para que existan unos resultados brillantes se necesita también una buena integración del alumnado extranjero y ello no ocurre en el País Vasco, aunque apenas tiene un 6,9% de alumnado de fuera, cuando la media española es del 8,5%. Hay una brecha de 56 puntos en ciencias (casi dos cursos lectivos), a diferencia, por ejemplo, de Castilla y León, donde los inmigrantes han logrado mejores puntuaciones en ciencias que los españoles.

El País Vasco ha recortado un 8,3% en Educación en seis años, la mitad que en España, algo que abre el debate sobre en qué y cómo se invierte.

Fuente: http://politica.elpais.com/politica/2016/12/07/actualidad/1481144252_445459.html

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España: CSIF rechaza por desproporcionados e inalcanzables los nuevos criterios de evaluación del profesorado universitario

Europa/España/Diciembre 2016/Noticias/https://www.csif.es

Exigiendo a la CRUE que se manifieste públicamente contra los criterios elaborados por la ANECA:
– No ha existido negociación previa y carecen de transparencia y objetividad
– Dificultan la funcionarización del profesorado universitario para fomentar la contratación precaria

Ante la falta de garantías de los nuevos criterios para una aplicación justa a los profesores-investigadores de las universidades españolas, el sindicato estudia presentar un recurso y realizar movilizaciones, pide al Ministerio revisar los criterios y exige a la CRUE que manifieste de manera explícita su rechazo a los criterios elaborados por la ANECA.

CSIF realiza una valoración muy negativa de los nuevos criterios de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) sobre acreditaciones a Cuerpos Docentes Universitarios (Profesores Titulares de Universidad y Catedráticos de Universidad) en desarrollo del R.D. 415/2015, 29 de mayo.

Rechazamos de plano los nuevos criterios al no haber existido negociación alguna, ni siquiera mínima, independientemente de que se hayan endurecido de manera descontrolada e injustificada los criterios exigibles. Desde CSI·F consideramos que la acreditación del PDI funcionario tiene que ver con el acceso, la carrera profesional, la provisión y los sistemas de clasificación de puestos de trabajo de los que habla el EBEP (Estatuto Básico del Empleado Público).

A nivel general, nuestra valoración es negativa ya que los requisitos son llamativamente exigentes y las acreditaciones resultan inalcanzables. Están absolutamente alejados de la realidad y descontextualizados. En muchas áreas, actuales Catedráticos reconocen no reunir las condiciones para llegar al nivel A en investigación que se pide para Titular de Universidad. Con los requerimientos establecidos calculamos (en una primera aproximación) que serían “suspendidos” para los niveles básicos (los B) de Catedráticos y Profesores Titulares más del 80% de los funcionarios que actualmente desempeñan sus funciones en esos puestos, incluyendo a los recién acreditados.

Los documentos publicados han provocado una gran preocupación y un desánimo generalizado entre los diferentes colectivos del Personal Docente e Investigador. Después de cinco años de recortes y crisis, sin medios suficientes en el sistema universitario público, el Ministerio aumenta las exigencias para la promoción del profesorado y reduce los plazos de algunos méritos evaluables a los 10 años. El mensaje que se transmite a los jóvenes profesores es que va a resultar prácticamente imposible que lleguen a ser Profesores Titulares de Universidad, con la consiguiente desafección entre el colectivo más dinámico y con mayor proyección de las universidades públicas españolas.

Un análisis global del documento lleva a pensar que lo que pretende el Ministerio es dificultar la funcionarización del profesorado universitario para ser sustituida en gran parte por contratación precaria. Otra visión que se extiende entre el profesorado universitario alerta de que lo que se busca es una mínima acreditación durante los próximos años para facilitar el desbloqueo de plazas generado a partir de las diferentes tasas de reposición existente durante el último quinquenio.

El nuevo sistema presenta múltiples defectos de partida:

* Adolece de falta de transparencia ya que en la página de la ANECA no se encuentra todavía disponible la información de los criterios de los apartados de Transferencia de conocimiento y Actividad profesional, Gestión y Formación.

* Ha existido poca formalidad en la presentación. La “publicación por entregas”, seriadas en el tiempo, del nuevo método o modelo de promoción (ahora se publica sólo Profesores Titulares de Universidad niveles A y B y Catedráticos de Universidad nivel B y se omite supuestamente el Catedrático de Universidad A), impide tener sobre el modelo una visión de conjunto.

* Falta de objetividad. No se formula una cuantificación ni absoluta ni relativa entre sí de los méritos de los dos apartados evaluados de Investigación y Docencia, ni se conoce la puntuación total umbral que permite superar la acreditación. Algo esperable porque una mayoría de méritos se evalúan a nivel cualitativo y dejando un margen de subjetividad y posible arbitrariedad a la Comisión correspondiente. Se retrocede así desde las acreditaciones en el modelo anterior donde cada gran ámbito (Investigación, Docencia y Gestión) se valoraban con una puntuación y se conocía la puntuación global necesaria para aprobar la acreditación. Se genera con esto una enorme incertidumbre e indefensión para los evaluados, dificultando las reclamaciones en caso que no estén de acuerdo con el resultado.

* No se produce la necesaria homogeneidad ni uniformidad de criterios entre los diferentes ámbitos científicos por lo que se aprecian grandes diferencias en la acreditación entre las distintas áreas.

El apartado de investigación tiene un nivel de exigencia desproporcionado. Prácticamente se necesita un 50% más de méritos que con el sistema anterior, por ejemplo en artículos en JCR (Journal Citation Reports), así como la exigencia de un mínimo de ellos en determinados Cuartiles o Terciles. También resulta muy difícil de conseguir las exigencias respecto a dirección de un número de Tesis o el requisito de Investigador Principal durante al menos 6 años. La acreditación de investigación tipo A para Titular de Universidad es de tal naturaleza en algunas áreas que resulta inalcanzable, salvo que sean profesores de investigación del CSIC.

En general el baremo de puntuación está poco definido. No se establecen criterios objetivos puesto que no se especifica qué se considera actividad investigadora intensa ni se determina cómo se evalúa el papel de liderazgo dentro de los trabajos realizados por varios autores.

La evaluación de la Investigación se centra en gran medida en la producción de los 10 últimos años. Este plazo no tiene justificación profesional alguna. El profesor-investigador se forma a lo largo de toda su carrera, desde que inicia su andadura como estudiante del doctorado, investigador novel y redactor de su Tesis Doctoral; cuando comienza sus publicaciones y currículum. No entendemos por qué los méritos investigadores de todo su periodo profesional completo no se tienen en cuenta.

Existe una gran disparidad de exigencias en los méritos docentes para Titular de Universidad. De forma general, los méritos que se exigen son de profesor con vinculación permanente. Se están cercenando así las aspiraciones de los ayudantes doctores, a los que se les obliga a tener un contrato puente, como de profesor contratado doctor, con el fin de conseguir los méritos de coordinación de asignaturas y de dirección de proyectos de innovación docente exigidos en muchas de las áreas. La disparidad de criterios docentes es notoria entre las distintas áreas con lo que se puede quebrar el principio de igualdad. En unas áreas es requisito la evaluación docente “positiva” y en otras “muy positiva”, dos categorías que no se describen con precisión en el documento.

En las exigencias docentes para CU se produce también una disparidad enorme, tanto de horas como de otro tipo de méritos. En algunas comisiones se exigen las mismas horas para TU que para CU, aunque años diferentes. Da la sensación de que se quiere favorecer a investigadores de origen no universitario, al igual que con alguno de los méritos complementarios. En relación con la exigencia de Evaluación de excelencia de acuerdo con el programa Docentia, hay que señalar que hay muchas Universidades que todavía no lo han puesto en marcha, lo cual imposibilita acreditar este mérito. La exigencia de técnicas docentes (proyectos de innovación docente, publicaciones docentes, etc.) tanto en la acreditación a TU como CU es desmedida, repetitiva e innecesaria.

En cuanto a otros méritos complementarios, algunos de ellos imprescindibles para ciertas áreas, resulta que son más de investigación que de docencia: tesis doctorales, responsable de la formación de al menos tres investigadores posdoctorales, etc., por lo que, al final, o se cumplen las exigencias investigadoras, o nada.

Por último, creemos que con la aplicación de estos nuevos criterios se desajustará, todavía más, el equilibrio entre plantillas funcionariales y contratados laborales. Al final, se está infravalorando y despreciando la labor del Personal Docente e Investigador y resulta un ataque injustificado a la línea de flotación del sistema universitario público español.

CSIF Educación

NOTA: se adjunta documento en el que se recogen varios ejemplos de cómo afectan los nuevos criterios en investigación y docencia a las categorías TU y CU en diferentes áreas o campos de conocimiento: Ciencias de la Naturaleza, Física, Matemática Aplicada, Derecho, Ciencias Biomédicas, Ingeniería Eléctrica y de Comunicaciones, Economía, Ingeniería Informática y Económicas y Empresariales. El resultado es contundente y está reflejado en la presente nota.

Fuente:
https://www.csif.es/contenido/nacional/educacion/222046
Fuente Imagen:
https://lh3.googleusercontent.com/5C6rlis_Q1zc8_xNaMyr1xmFXGz9VLljJm2UomwAbYMNaxQgD5AoMzWs1oFhJy7aCtjnEao=s85
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