Ryder señaló que la acción multilateral coherente fue esencial para garantizar que la recuperación social y económica fuese tan centrada en las personas como las consecuencias de la pandemia en sí misma.
Y agregó que la Declaración del centenario de la OIT para el futuro del trabajo, adoptada por unanimidad por todos los Estados miembros en 2019, propone entre otros objetivos, una hoja de ruta acordada a nivel internacional para lograr sociedades más inclusivas y resilientes.
“Existe el riesgo muy real de que el legado de la crisis provocada por la COVID-19 sea un agravamiento de las desigualdades y la injusticia social.» “[Acelerar] la implementación de esta hoja de ruta debería ser una prioridad absoluta de las políticas públicas y de la cooperación internacional”, agregó el Director General de la OIT.
En su declaración ante los miembros del Comité para el Desarrollo y del Comité Monetario y Financiero Internacional (CMFI) -en el marco de las Reuniones virtuales de Primavera del Grupo del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI), Ryder planteó el tema del cambio climático, que si bien amenaza la estabilidad macroeconómica y los medios de subsistencia de millones de personas, también contenpla un potencial considerable para combinar la transición hacia un futuro con bajas emisiones de carbono con la creación de trabajos decentes.
“Los millones de millones de dólares invertidos en el proceso de recuperación económica pueden estar dirigidos a la sostenibilidad y la creación de trabajo decente”, dijo, y agregó que, la investigación de la OIT indica que una recuperación verde centrada en inversiones en energía renovable, eficiencia energética y transportes ecológicos podría crear unos 20,5 millones de empleos de aquí a 2030.
El acceso equitativo a una formación profesional adecuada y el apoyo al aprendizaje permanente serán esenciales en esta transición y elementos cruciales del desarrollo inclusivo y sostenible, concluyó Guy Ryder.
El trabajo decente, las causas justas de una injusticia permanente
En su declaración escrita al Comité para el Desarrollo, Guy Ryder dijo que la respuesta a la COVID-19 debería dar prioridad a la creación de trabajo decente, y citó los componentes necesarios para una recuperación centrada en las personas que, además, reforzarán la resiliencia ante futuras crisis.
Estos incluyen el fortalecimiento de los sistemas de seguridad y salud en el trabajo, donde se estima que el enorme impacto humano de prácticas deficientes de seguridad y salud laboral ha tenido un coste económico de cuatro por ciento del PIB anual a nivel mundial.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) define el trabajo decente como la suma de las aspiraciones de las personas en su vida laboral y abarca todas las dimensiones del trabajo, desde las oportunidades de empleo que proporcionan ingresos justos, las condiciones dignas en el lugar de trabajo y la igualdad de trato hasta la protección social, los derechos laborales y la libertad de expresar las preocupaciones que uno pueda tener.
Los principales actores del mercado de trabajo –gobiernos, empleadores y trabajadores– se enfrentan a la ingente tarea de reducir los déficits de trabajo, que se hace aún más compleja por las fuerzas transformadoras del cambio tecnológico, climático y demográfico y por el carácter cambiante de la globalización.
A estos retos relacionados con el futuro del trabajo pueden venir a añadirse en muchos países las limitaciones que se derivan actualmente de la desaceleración general del crecimiento económico, el malestar social, la inestabilidad política y el aumento del proteccionismo, un argumento paliativo antes de la Pandemia de la COVID 19.
Pero para evaluar estos fenómenos es preciso examinar rigurosamente las tendencias económicas y sociales que están configurando el mundo del trabajo. En especial, es crucial que sepamos en qué medida las personas en edad de trabajar logran acceder al trabajo decente y desarrollar todo su potencial en el trabajo.
El hecho de disponer de datos fiables sobre estas cuestiones permitirá elaborar políticas económicas y sociales que contribuyan a que los países avancen hacia un desarrollo sostenible e inclusivo.
Los expertos y sus contradicciones
Los investigadores y estadísticos de la OIT llevan mucho tiempo realizando una amplia labor de recopilación de datos y elaboración de modelos para establecer nuevas estimaciones a escala mundial de indicadores que ofrecen una visión completa de los mercados laborales.
Los datos son novedosos y en su ultimo informe arrojan luz sobre los principales problemas de acceso al trabajo, ya que el alcance real de la subutilización de la mano de obra es muy superior a la del desempleo.
Además, en el informe se destaca la persistencia de deficiencias notables en cuanto a la calidad del trabajo, como los elevados índices de informalidad y pobreza laboral, que es poco probable que disminuyan de manera significativa, dado que el crecimiento es insuficiente o no inclusivo.
Claro, no debemos olvidar que el sistema está diseñado para la acumulación de capital, no para la satisfacción de las necesidades de quienes trabajan. En definitiva, los investigadores soslayan de sus informes – incluso de buena fe- ciertas realidades, como que el capital necesita incrementar la tasa de explotación al trabajo (su fuente de riqueza), forzado por la competencia global, lo que lo impele a depauperar y empeorar las condiciones de trabajo y existencia de los trabajadores en el mundo.
El proceso de competencia va ahogando a millones de empresas, concentrando y centralizando la producción para aprovechar economías a escala. Esa es la única forma de fructificar los recursos técnicos para aumentar los beneficios, abaratar los salarios e incrementar la tasa de ganancia.
La burguesía empresarial lucha anárquicamente por desarrollar la tecnología que le permitirá producir con menores costos (aumentado el tiempo de trabajo excedente expoliado por el patrón) y empobrecer relativamente a la clase obrera, al abaratar los medios de subsistencias que ellos mismos producen y que perciben como salarios cada vez más reducidos y insuficientes para adquirir todo lo que ellos mismo producen.
La feroz competencia entre megacorporaciones y otras de menor importancia impulsa a la sobreproducción, desesperada y absolutamente disociada de las necesidades sociales pertinentes a la humanidad.
Por este mecanismo de concentración se reduce la cantidad de trabajadores ocupados, lo que constriñe la demanda efectiva de los bienes y servicios que una franja obrera produce y que otra más pequeña puede consumir, en detrimento de millones de obreros expulsados al Ejército Industrial de Reserva donde su depauperación, servirá al sistema para el sostenimiento de bajos salarios y aumentará la competitividad entre obreros para mendigar empleos de condiciones laborales infamantes, y esto se sitúa en las antípodas de la proclamación del trabajo decente.
Por último, en cada conferencia (virtual) o informe, se demuestra que en los mercados laborales aún imperan desigualdades muy pronunciadas, derivadas muchas veces de las políticas que recomiendan los propios organismos que ahora en plena crisis gesticulan y se sorprenden del alcance del horror.
En especial, las nuevas estimaciones de la participación en la renta del trabajo a nivel mundial, así como su distribución desigual entre los trabajadores, ofrecen una visión novedosa de las desigualdades del mercado de trabajo en diversas regiones del mundo.
En este informe, se presentan las perspectivas de los trabajadores rurales y urbanos, así como su situación en el mercado laboral, que marcan una segmentación crucial entre las perspectivas económicas y sociales dentro de la fuerza de trabajo a escala mundial.
El apoyo al crecimiento de las empresas y a la creación de empleo debe ser sostenible y debe estar centrado en la calidad del empleo, a través de medidas y políticas que abarquen a todos los trabajadores y las empresas, incluida las de la economía informal. También es necesario fortalecer las instituciones del trabajo, como la libertad sindical, una negociación colectiva más eficaz y otras formas de diálogo social, incluidos los salarios.
Tal vez un aspecto propio de nuestro tiempo y su cultura de consumo, es que los hechos y los conceptos están perdiendo su principio y su fin.
Ocultan por un lado su causa y por el otro su finalidad. Hace mucho tiempo que marchamos por los senderos de los acontecimientos puros, fenómenos que se nos echan encima, sin justicia ni provecho. Todo tiene la extraña apariencia de pertenecer al accidente o la fatalidad.
Por eso, tratar de comprender el discurso es un ejercicio dialéctico permanente, una dicotomía entre las promesas y la realidad, que, como un elixir muy volátil, un veneno atmosférico inseparable de la política, la religión, el crimen, la pornografía, la diversión y el arte, todo se ejemplifica en la explotación del capitalismo.
Un sistema caótico, y que en su seno conlleva una crisis tras otra, que a su vez sólo aparece a los ojos comunes en el instante en que la gran burguesía empieza a hallar dificultades de rentabilidad y por consecuencia se ahonda la contracara natural de la inmensa riqueza que se genera en el sistema, que no es otra que las hambrunas, miserias, precariedad y violencia desquiciante.
Eduardo Camín. Periodista uruguayo acreditado en ONU-Ginebra. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
Fuente de la Información: https://rebelion.org/promesas-la-oit-habla-de-impulsar-la-justicia-social-y-promover-el-trabajo-decente/