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Dinámicas políticas para 2016: Gobernanza y élite 

Concentradas en sus temas internos –renovación generacional, lucha de contendientes contra incumbentes, procesamiento de la crítica social y mediática, gestación de nuevas identidades–, las élites centrales del sistema no encontrarán condiciones favorables para asumir sus responsabilidades en la parte de la gobernanza que les corresponde.
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José Joaquín Brunner

¿Dónde está hoy el centro dinámico del sistema político chileno, capaz de producir decisiones, soluciones y acciones para los variados problemas que enfrenta la sociedad y encauzar así el desarrollo del país? Si existe, como quedó claro a lo largo de 2015, una crisis de conducción gubernamental, ¿de dónde provendrán las fuerzas y la dirección para superarla?

Estas preguntas se refieren a la gobernanza, su estado actual y cómo podría uno imaginar su mejoramiento a lo largo de 2016. Durante el mes de febrero, esta columna ensayará algunas respuestas para dichas preguntas.

I

Gobernanza refiere al modo contemporáneo de entender el gobierno de las naciones; es un cambio de sentido en –y un enriquecimiento del– concepto de gobierno. Significa al mismo tiempo la autoridad formal del gobierno, los cambiantes roles que asume el Estado y las redes de poder informales que contribuyen a hacer posible la gobernabilidad de sociedades complejas, como son las sociedades capitalistas democráticas. Traducido del término inglés governance, significa una manera de gobernar, esto es, de dirigir, guiar y regular –en su conducta o acción– a individuos, organizaciones, naciones y asociaciones multinacionales, tanto públicas como privadas o mixtas.

En el campo académico, la gobernanza se define simplemente como “ejercicio general de la autoridad”,  trátese de instituciones públicas o privadas, de reglas formales o informales, en distintos niveles del Estado y la sociedad, en las esferas de la polis, la economía, las redes sociales o la cultura.

Según muestra el volumen editado por David Levi-Faur para la serie de los Oxford Handbooks, aquel dedicado a la governancedel año 2012, apunta a una modalidad de conducción caracterizada por: (i) creciente participación por actores no-estatales; (ii) colaboración público-privada; (iii) diversidad y competencia en los mercados; (iv) descentralización; (v) integración de dominios legales de la política pública antes separados, como regulación de muy distintos sectores mediante órganos de tipo superintendencia; (vi) multiplicación de instancias no-coercitivas (soft law soft power); (vii) adaptación y aprendizaje constantes, y (viii) métodos de coordinación abierta y basada en una pluralidad de actores y formas de conocimiento (Orly Lobel).

Estamos pues frente a un concepto que se hace cargo de las múltiples interacciones, dimensiones y esferas de las sociedades capitalistas democráticas. No reduce el gobierno a un asunto del Estado exclusivamente, solo a los aspectos públicos de la conducción, a la política, la fiscalidad, la administración funcionaria y la racionalidad burocrática, sino que incluye bajo la noción de gobernanza una serie de otros factores. Así, al lado de la dirección y coordinación mediante comandos administrativos, aparecen el funcionamiento regulado de los mercados, la autorregulación (confianza) como base de operación de diversos sistemas, la participación de diversas partes interesadas de la sociedad civil y la gestión del conocimiento a través de redes de política pública. En esta visión ampliada de la gobernabilidad, la información y la comunicación juegan un papel fundamental asimismo. Igual como el conocimiento, las ideas e ideologías; es decir, la dirección ideal de la sociedad, el momento hegemónico o gramsciano  del orden. En breve, la creación, transmisión y recepción de sentidos mediante los cuales se constituyen e interactúan los mundos de vida de las personas.

Mi pregunta, entonces, en esta columna y las próximas, es hasta dónde el sistema político chileno –el encargado de proveer la gobernanza y cautelar y mejorar su calidad– está en condiciones de llevar adelante, adecuada y efectivamente, esta que es su función principal. Cuestión esencial si se considera que, por un lado, la sociedad experimenta una crisis de conducción (y de sentidos) y, por el otro, está a punto de ingresar en la segunda mitad del periodo de la administración Bachelet, y la tensión comienza a trasladarse hacia la próxima elección presidencial.

No se trata aquí por tanto, claro está, de abordar las preguntas sobre la gobernanza de una forma puramente conceptual y abstracta, sino de hacerlo a la luz de las actuales circunstancias chilenas, del gobierno Bachelet y su baja popularidad, en la mitad de su mandato, de cara al año que comenzará al regreso de las vacaciones, con la actividad económica encogida y una opinión pública encuestada insatisfecha, insegura frente al porvenir.

Queremos explorar –sobre ese trasfondo– dónde se hallan situadas y cuáles son y cómo funcionan las más importantes palancas de la gobernanza. Qué actores e instituciones son claves para el dinamismo y adaptabilidad del sistema político. Qué podemos esperar de la administración Bachelet y la Nueva Mayoría durante la segunda mitad del actual periodo presidencial. Cómo se desenvolverán las demás fuerzas políticas. Cuáles dinámicas moverán la macro y la microhistoria en que nos toca participar.

Es ésta una exploración que se construye sobre la base del diagnóstico de crisis de conducción desarrollado el año pasado en este mismo espacio. A lo largo de las semanas y meses venideros, las cuestiones de fondo irán concretándose y siendo abordadas desde distintos ángulos según las cambiantes circunstancias del entorno político-cultural chileno.

¿Hacia dónde nos conduce  la crisis de conducción? ¿Cómo busca el gobierno administrarla o superarla? ¿Qué actores ganan y pierden poder? ¿Cuáles son las interpretaciones dominantes que contribuirán a orientar a los actores en la nueva etapa? ¿Qué ideologías van configurándose y cómo evolucionan al compás de la situación política, económica y cultural de la nación? ¿Cómo actúan e interactúan las élites y los partidos y se relacionan con la sociedad? ¿Qué liderazgos emergen en perspectiva de la elección presidencial de 2018? ¿Cuál será el impacto del constreñimiento de la economía? ¿En qué direcciones irán moviéndose la NM y la alianza de la derecha? ¿Cuáles serán las secuelas de los escándalos? ¿Qué significado podría tener el próximo cambio de gabinete? ¿Cuál será el discurso con que la administración Bachelet intentará crear una narrativa que dé cuenta de su gobierno y comience a proyectarlo hacia la memoria histórica? Y, en medio de todas estas circunstancias, ¿cuál será el comportamiento de Fortuna, con su volátil voluntad que suele cambiar el destino de los humanos y las comunidades?

II

Partiremos por lo más general. ¿Cómo puede describirse el cuadro actual de la gobernanza del país?

Hay una crisis de conducción de la gobernanza. Un ciclo de escándalos envuelve a las principales élites debilitando su autoridad y legitimidad. Existe consenso respecto de una  pobre gestión política del gobierno y sus reformas. Como coalición gobernante y a pesar de no tener una real oposición al frente, la NM revela ostensibles contradicciones, tensiones y fallas. Producto de todo esto, se ha creado un clima de desconcierto e incertidumbre. Hay una baja adhesión de la gente a las instituciones. Y una escasa confianza en los grupos de conducción. Circulan unos malestares difusos frente a la administración Bachelet pero, además, con la democracia, el capitalismo y la modernidad. Más encima, el país se encuentra en un ciclo bajo de su crecimiento, aunque no recesivo al momento. Se constata una menguada energía productiva. Existe una  percepción de relativo estancamiento, en medio de una etapa de escaso dinamismo de la mayoría de las economías emergentes, particularmente en América Latina. Vuelve a cundir el temor por la falta de diversificación de nuestra economía y sus reducidos  ingredientes tecnológicos, lo cual hace en extremo dependiente del ciclo de los commodities.

En suma, el futuro se ve confuso e incierto, el gobierno débil, las élites empequeñecidas, la opinión pública encuestada desconfiada y algo deprimida y el país carece de una perspectiva clara de cómo salir de la crisis de conducción y restituir una gobernanza a la altura de los desafíos que enfrenta.

¿Qué mueve a nuestro sistema político y de dónde podrían venir las energías de superación de la crisis y la configuración de una nueva gobernanza? ¿Cuáles son los centros dinámicos de donde emanan las tuerzas para una recuperación y renovación?

Seguiremos un sencillo esquema conceptual para identificar y visitar –casi telegráficamente, por el carácter exploratorio y topográfico de este ejercicio– los lugares socio-institucionales desde los cuales, según la experiencia histórica y a la luz de la sociología política, podrían surgir esas energías para fijar una dirección y un rumbo de la sociedad. Sostendremos aquí que esos lugares –centros dinámicos los llamamos– son respectivamente: las élites, el Estado en sus principales poderes representativos (ejecutivo y legislativo), los partidos políticos, la esfera ideacional generadora de ideologías y programas, la sociedad civil y sus propias expresiones dinámicas desde la calle a los mercados, y la opinión pública encuestada con sus oscilaciones que proporciona el trasfondo permanente de la gobernanza democrática. En sucesivas entregas semanales exploraremos estos distintos lugares institucionales y sus interconexiones, como fuerzas dinámicas (¡o no!) para recomponer la gobernanza del país.

Ante todo, necesitamos referirnos a las élites centrales –política y económica, en primer lugar– y, en un segundo plano, a la élite estamental (o de los apellidos) y a las élites culturales: mediática, religiosa (el alto clero), intelectual (intelectuales públicos), académica (technopols), científica, artística, etc.

En efecto, las élites son una pieza fundamental de la gobernanza. No solo componen las redes que dan sustento informal al poder formal de la democracia y un sentido de orientación político-cultural a la sociedad, sino que, además, la élite política compite por las posiciones electivas claves dentro del régimen democrático. Puede no gustar que se hable de élites en sociedades de masas que aspiran a la máxima igualdad, tal como en sociedades aristocráticas chocaban las referencias a unas élites burguesas y comerciales.

Mas el hecho es que la democracia genera necesariamente sus propias élites, así como el capitalismo las suyas en el plano de la propiedad, el mercado y la riqueza. Y en cada una de las demás esferas de valor que conviven dentro de las sociedades modernas –desde las ciencias hasta el arte, los medios de comunicación hasta las iglesias, los deportes hasta el show business– surgen las propias élites de acuerdo a los correspondientes principios de estratificación que organizan a cada uno de sus campos. En una medida importante, aunque variable en cada sociedad, la gobernanza está conformada en parte por la interacción de esas élites, sus interacciones y alineamientos, sus disputas y conjugaciones, sus creencias, circulación y movilidad. Algunos clásicos de la sociología –como Mosca, Pareto y Weber– descubrieron tempranamente la importancia de las élites, sin dejar de reconocer la existencia de otros principios de estratificación, como clases sociales, grupos de status, castas y las variadas formas de jerarquización de las sociedades contemporáneas.

En el caso de Chile es fácil constatar que la esfera de las élites, cuyo entramado se entreteje parcialmente con el del Estado, alimenta y reproduce la gobernanza; facilita (o puede entorpecer y obstaculizar) la conducción y gobernabilidad de la sociedad, y articula las estructuras de autoridad de la democracia. A veces, algunas de estas élites son designadas como ‘poderes fácticos’; en otras oportunidades operan casi invisiblemente y sin ser reconocidas. No siempre gozan de prestigio, pero sí ejercen, invariablemente, cuotas de poder.

Son por lo mismo un ingrediente de las redes de gobernanza de una sociedad, sea a través de  organizaciones formales o de clubes informales, en oficinas o salones, mediante la academia o la bolsa de comercio, en términos persuasivos o coercitivos, recurriendo al mercado o al Estado, a la confianza o la solidaridad. En sociedades abiertas, como la nuestra, las élites se hallan sujetas crecientemente al escrutinio de los media, al favor o disfavor de la opinión pública encuestada, a las demandas del igualitarismo por una mayor (o total) transparencia y por lo mismo dependen, cada vez más, de la legitimidad, credibilidad y confianza que les otorgan (o retiran) las no-élites de la sociedad.

Hoy, esta esfera –en sus dos centros vitales, político y económico— atraviesa una severa crisis de la cual no ha logrado salir desde hace más de un año. Su núcleo político-económico más visible –grandes empresarios, banqueros, gerentes, senadores, diputados, funcionarios de confianza política o dirigentes partidistas– se ha visto envuelto en un ciclo de escándalos nacido en la zona de encuentro entre mercado y política. Ha sido un movimiento telúrico de intensidad cuyos daños están a la vista.

Los escándalos han tenido cada uno sus propias lógicas. En el caso de los mercados, provocados por arreglos monopólicos y de colusión de grandes empresas que de paso han involucrado a personas o familias de la élite tradicional (apellidos), y por el pago para obtener influencia política. En el caso de la política, provocados por tráfico de influencias y la enajenación del rol  representativo, con daño colateral en las instituciones donde participan o se hallan vinculados (parlamento, gobierno, partidos).

¿Qué dinámicas emanan de estos hechos, en lo tocante al régimen de la gobernabilidad? Solo negativas, destructivas, deslegitimadoras, contaminantes del clima nacional.

Los escándalos son corrosivos para el gobierno y la conducción política. Dañan al empresariado y restan confianza a las empresas y los mercados. Debilitan la gobernanza y reducen la reputación de actores colectivos e individuales de las élites. Durante el año que comienza seguirán causando efectos deletéreos. Probablemente mantengan en jaque a la figura presidencial y a los dirigentes y parlamentarios oficialistas y de oposición envueltos en el drama y la trama pública de escándalos y formalizaciones.

La crisis afecta principalmente el ambiente comunicativo-cultural de la gobernanza democrática. Produce y mantiene una atmósfera enervada, de acusaciones y recusaciones, de revelaciones y confesiones, de inquisición ética y caza de brujas, de puritanismo anti-elitario y populismo moral. Vivimos en un ambiente que causa una perversa polución de las confianzas y los tácitos acuerdos intersubjetivos que hacen posible la amistad cívica y una cultura de deliberación racional. Al contrario, los actores de la polis viven bajo sospecha, rigurosamente escrutados por los media y emocionalmente anulados para ejercer sus responsabilidades como miembros de las élites.

Como subproducto de la anterior crisis, ha disminuido también el poder simbólico y la proyección ético-cultural de empresarios y políticos. En general, se ven afectados todos quienes aparecen identificados con el establishment del poder mientras que aumenta el peso relativo y visibilidad de otros dos grupos de élite –podemos llamarlos ‘grupos enjuiciadores’– como son: (i) aquel compuesto por las figuras de la denuncia, el periodismo investigativo, los medios electrónicos-alternativos y en general quienes se suben al púlpito para ejercer el rol de exhortación moral y (ii) el grupo de los fiscales que ejerce la función persecutoria  en los casos de escándalo que tocan a esas élites.

Entre ambos grupos hay una afinidad selectiva; se potencian mutuamente y complementan al interior de las dinámicas de los escándalos. El juego de filtraciones y consiguiente presión pública sobre los acusados es una instancia donde se expresa esa mutua potenciación y complementariedad. Las ganancias son compartidas: en mayor poder y prestigio. Por eso mismo, estos grupos ascendentes han sido objeto de críticas; precisamente por tener el potencial (y a ratos la actualidad) de convertirse en nuevos segmentos de élite, con poder de atacar y restar prestigio a las élites tradicionales de la política, la economía y la cultura.

Miradas las cosas en perspectiva, las élites centrales, y otras de segundo orden como las élites de iglesia, del deporte, de los militares y tecnocrática –sobre las que volaremos más adelante– han perdido capacidad de contribuir a una reconfiguración de la gobernanza nacional. Deben, en primer lugar, renovarse y recomponerse a sí mismas. En eso están, aunque no sabemos con cuánto éxito.

La élite política ha tratado de articular un discurso autocrítico y se ha visto forzada –por la opinión pública, los media y la Comisión Engel– a endurecer las leyes y reglas que rigen sus comportamientos públicos y privados, especialmente en materias de transparencia, tráfico de influencia y financiamiento de su actividad. Por su lado, la élite empresarial ha debido reconocer sus faltas y algunos de sus miembros enfrentan juicios públicos en la prensa y los tribunales, han debido devolver impuestos eludidos o no-pagados y han sido removidos de sus cargos. A su turno, los propios gremios empresariales parecen estar preocupados de renovar su imagen y personal directivo.

2016 será un año decisivo para ambas élites. La dirección empresarial deberá hacer frente a la ralentización de la economía, la diversifican de más exportaciones y, en el frente legislativo, a una reforma que busca incrementar el poder de los trabajadores frente a los dueños del capital y la gerencia. La clase política, en tanto, se enfrenta a un año de elecciones (municipales), de definición de alianzas en ambos sectores –gobiernista y oficialista– y de recomposición de sus perspectivas ideológicas con vistas al año electoral de 2017. También para los nuevos colectivos partidarios existentes el periodo que viene será definitivo en cuanto a ser o no ser.

Publicado en El Líber, Chile

 

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Comunicado de Jubileo Sur Américas

Nota de OVE: A nuestra redacción llegó el comunicado de Jubileo Sur Américas el cual procedemos a publicar

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Con el mas grade dolor e indignación informamos de la trágica noticia sobre el asesinato de nuestra hermana Bertha Cáceres, mujer, indígena, compañera, luchadora de la vida.
Nuestra compañera ha sido cobardemente asesinada en la madrugada de este jueves 3 de marzo del 2016, los sicarios ingresaron a su vivienda y han disparado en su contra.
Para nadie resulta ajeno que Bertha encabezada una lucha contra todo un sistema, no solo en Honduras, donde luchaba por el derecho de los pueblos indígenas, campesinos; es que su lucha trascendió las fronteras.
Bertha ha sido asesinada por un Estado que resguarda los intereses del capital local, de las empresas trasnacionales que han querido adueñarse de los territorios, de los bienes comunes;  su lucha en favor de la vida, de los más necesitados, fue motivo de que en varias ocasiones fuera llevada a juicio, perseguida, amenazada.
Es por ello que desde ya!!! Responsabilizamos al Estado de Honduras por este crimen, y deben responder.
Llamamos a la movilización y denuncia inmediata de todas las organizaciones que nos hagamos presentes en las embajadas de Honduras de nuestros países, a acudir a las instancias de protección de derechos humanos.
Ni perdón, Ni olvido!!!
Justicia, Justicia!!!!

 

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Libro: rEDUvolution. Hacer la revolución en la educación de María Acaso

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rEDUvolution, de María Acaso, profesora e investigadora española especializada en el área de Educación Artística, autora de libros como El Lenguaje Visual o Pedagogías Invisibles, propone hacer la revolución en la educación, teniendo en cuenta que estamos en un momento en el que desde muchos foros se está clamando por la revolución educativa. Actualmente, se asiste día a día a situaciones que hace tan solo unos años hubieran parecido imposibles y, mientras que todo se transforma, el mundo de la educación permanece igual, anclado en un paradigma más cercano al siglo XIX y a la producción industrial que a las dinámicas propias del siglo XXI.

Para esta autora, es necesario que se inicie la rEDUvolution o, lo que desde hace algún tiempo se conoce como la revolución educativa. El término rEDUvolution mediante la mezcla de los términos revolución y educación apunta a la necesidad de ejecutar una transformación real en los espacios educativos a través de cinco ejes clave:

  • Aceptar que lo que enseñamos no es lo que los estudiantes aprenden.
  • Cambiar las dinámicas de poder.
  • Habitar el aula.
  • Pasar del simulacro a la experiencia.
  • Dejar de evaluar para pasar a investigar.

Este libro, sale al público el día 2 de Octubre de 2013, texto en el que estuvo su autora trabajando dos años y que se publicó en la colección Contextos de Paidós. Se encuentra escrito con un lenguaje directo y nada académico, en rEDUvolution encontrarás un texto donde el lenguaje visual aporta tanto conocimiento como el lenguaje escrito. Asimismo, se incluyen una serie de propuestas que pretenden provocar el siempre difícil paso de la teoría a la práctica mediante la participación del lector o lectora en el propio libro.

 

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Perú: Inicial de clases. Se encarece el costo de las matrículas en colegios públicos y privados

 

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Lima, Perú /03 de marzo de 2016/ Omar Mariluz/ Fuente: Gestión

El costo de vida de las familias peruanas se encarece cada año con la fuerte alza de los alimentos o las tarifas de servicios públicos, a lo que ahora se le tiene que sumar un fuerte incremento de las matrículas de los colegios tanto públicos como privados.

El último reporte del Instituto Nacional de Estadística e Informática, reveló que en febrero la matrícula de los colegios estatales subió 12%, bastante más que en el mismo mes del año pasado, cuando hubo un incremento de apenas 0.7%.

Las matrículas de los colegios estatales que más subieron fueron los de la educación primaria (14%), seguidos por la secundaria (11%) y finalmente inicial la (8.2%), lo que resulta preocupante dado que este servicio público es brindado justamente a las familias de menos recursos.

Justo Zaragoza, director del Grupo Educación al Futuro explicó que el fuerte incremento de las matrículas en los centros educativos estatales responde a que el propio gobierno ha elevado los topes que por ley se establece para el pago de este concepto.

“Si el gobierno incrementa el tope a pagar, los colegios hacen ese cobro hasta el tope, antes permitían solo cobrar S/ 50 pero al haber subido esos techos, todos los colegios cobran el límite”, explicó.

 

Colegios privados

En el caso de los colegios privados el costo de las matrículas también se encareció en febrero un 7.4% en promedio, más del doble del incremento de 2.7% registrado en el mismo mes del 2015, según datos del ente estadístico.

Las matrículas de los colegios privados que mayores alzas registraron en febrero fueron la de los centros de inicial y secundaria con 7.9%, cada una, y muy de cerca primaria con un 6.8%, aunque esta alza va más en línea con el aumento de pensiones que efectuarán las instituciones particulares.

Zaragoza sostuvo que los colegios privados vienen incrementando el costo de sus pensiones entre un 6% y un 8% cada año, ante la mayor demanda de la población por este tipo de instituciones, lo que a su vez jala hacia arriba el precio de las matrículas.

“Usualmente los colegios cobran 10 meses de pensión y la matrícula que siempre es un mes de pensión, entonces si las pensiones suben entre 6%y 8%, es lógico que el costo de la matrícula suba en la misma magnitud”, mencionó.

Pero las matrículas y las pensiones no son de lo único en lo que deben preocuparse los padres de familia en esta temporada de inicio de clases. El INEI detalla que también se ha registrado en febrero un aumento de precios en los textos escolares de primaria (6.6%), secundaria (5.8%) y en menor medida inicial (0.4%).

 

Explicación macro

Desde un punto de vista macroeconómico el encarecimiento de las matrículas y pensiones responde, según el economista de la Universidad del Pacífico Jorge González Izquierdo, a que las expectativas de inflación de los agentes económicos han subido.

Las expectativas de inflación de los agentes económicos para este año han subido de 3.3% a 3.5%, por fuera del rango meta del Banco Central de Reserva (BCR) de entre 1% y 3%.

“Si tú eres un sindicato y crees que la inflación de los próximos meses va a ser 10% vas a pedir 10% de aumento, igual con los colegios. Una respuesta a las mayores expectativas de inflación de los agentes económicos”, señaló Izquierdo.

 

FUENTES DE LA NOTICIA:

http://gestion.pe/economia/inicio-clases-se-encarece-costo-matriculas-colegios-publicos-y-privados-2155621

FUENTE DE LA FOTO:

http://cde.gestion2.e3.pe/ima/0/0/1/3/4/134703.jpg

PROCESADO POR:

Hans Mejía Guerrero

hans_mguerrero@hotmail.com

 

 

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Gun Culture and the American Nightmare of Violence

Henry Giroux

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OVE Prensa. La violencia armada en los Estados Unidos ha producido una cultura empapada en sangre – una cultura que amenaza a todos y se extiende desde las muertes accidentales, suicidios y violencia doméstica a fusilamientos masivos. A finales de diciembre, una mujer en St. Cloud, Florida, fatalmente disparó a su propia hija después de confundirla a ella con un intruso. A menos de un mes antes, el 2 de diciembre, en San Bernardino, California, ocurrió el tiroteo que dejó 14 muertos y más de 20 heridos. Y  tan sólo dos meses antes de que, el 1 de octubre, nueve personas murieran y siete resultaron heridas en un tiroteo en un colegio comunitario en Roseburg, Oregón.

Muertes masivas por armas se han convertido en rutina en los Estados Unidos y ello nos habla de una sociedad que se basa en la violencia para alimentar las arcas de los mercaderes de la muerte. Teniendo en cuenta los beneficios obtenidos por los fabricantes de armas, la industria de defensa, los comerciantes de armas y los grupos de presión que los representan en el Congreso, no es ninguna sorpresa que la cultura de la violencia no pueda abstraerse de la cultura, ya sea de negocios o de la corrupción existente en la política.  De ello nos habla en este artículo Henry Giroux

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 Gun violence in the United States has produced a culture soaked in blood – a culture that threatens everyone and extends from accidental deaths, suicides and domestic violence to mass shootings. In late December, a woman in St. Cloud, Florida, fatally shot her own daughter after mistaking her for an intruder. Less than a month earlier, on December 2, in San Bernardino, California, was the mass shooting that left 14 people dead and more than 20 wounded. And just two months before that, on October 1, nine people were killed and seven wounded in a mass shooting at a community college in Roseburg, Oregon.

Mass shootings have become routine in the United States and speak to a society that relies on violence to feed the coffers of the merchants of death. Given the profits made by arms manufacturers, the defense industry, gun dealers and the lobbyists who represent them in Congress, it comes as no surprise that the culture of violence cannot be abstracted from either the culture of business or the corruption of politics. Violence runs through US society like an electric current offering instant pleasure from all cultural sources, whether it be the nightly news or a television series that glorifies serial killers.

At a policy level, violence drives the arms industry and a militaristic foreign policy, and is increasingly the punishing state’s major tool to enforce its hyped-up brand of domestic terrorism, especially against Black youth. The United States is utterly wedded to a neoliberal culture in which cruelty is viewed as virtue, while mass incarceration is treated as the chief mechanism to «institutionalize obedience.» At the same time, a shark-like mode of competition replaces any viable notion of solidarity, and a sabotaging notion of self-interest pushes society into the false lure of mass consumerism. The increasing number of mass shootings is symptomatic of a society engulfed in racism, fear, militarism, bigotry and massive inequities in wealth and power.

Guns and the hypermasculine culture of violence are given more support than young people and life itself.

Over 270 mass shootings have taken place in the United States in 2015 alone, proving once again that the economic, political and social conditions that underlie such violence are not being addressed. Sadly, these shootings are not isolated incidents. For example, one child under 12 years old has been killed every other day by a firearm, which amounts to 555 children killed by guns in three years. An even more frightening statistic and example of a shocking moral and political perversity wasnoted in data provided by the Centers for Disease Control and Prevention (CDC), which states that «2,525 children and teens died by gunfire in [the United States] in 2014; one child or teen death every 3 hours and 28 minutes, nearly 7 a day, 48 a week.» Such figures indicate that too many youth in the United States occupy what might be called war zones in which guns and violence proliferate. In this scenario, guns and the hypermasculine culture of violence are given more support than young people and life itself.

The predominance of a relatively unchecked gun culture and a morally perverse and politically obscene culture of violence is particularly evident in the power of the gun lobby and its political advocates to pass laws in eight states to allow students and faculty to carry concealed weapons «into classrooms, dormitories and other buildings» on campuses. In spite of the rash of recent shootings on college campuses, Texas lawmakers, for instance, passed one such «campus carry bill,» which will take effect in August 2016. To add insult to injury, they also passed an «open carry bill» that allows registered gun owners to carry their guns openly in public. Such laws not only reflect «the seemingly limitless legislative clout of gun interests,» but also a rather irrational return to the violence-laden culture of the «Wild West.»

To read more articles by Henry A. Giroux and other authors in the Public Intellectual Project, click here.

As in the past, individuals will be allowed to walk the streets, while openly carrying guns and packing heat as a measure of their love of guns and their reliance upon violence as the best way to address any perceived threat to their security. This return to the deadly practices of the » Wild West» is neither a matter of individual choice nor some far-fetched yet allegedly legitimate appeal to the Second Amendment. On the contrary, mass violence in the United States has to be placed within a broader historical, economic and political context in order to address the totality of the forces that produce it. Focusing merely on mass shootings or the passing of potentially dangerous gun legislation does not get to the root of the systemic forces that produce the United States’ love affair with violence and the ideologies and criminogenic institutions that produce it.

Imperial policies that promote aggression all across the globe are now matched by increasing levels of lawlessness and state repression, which mutually feed each other. On the home front, civil society is degenerating into a military organization, a space of lawlessness and warlike practices, organized primarily for the production of violence. For instance, as Steve Martinot observes at CounterPunch, the police now use their discourse of command and power to criminalize behavior; in addition, they use military weapons and surveillance tools as if they are preparing for war, and create a culture of fear in which militaristic principles replace legal principles. He writes:

This suggests that there is an institutional insecurity that seeks to cover itself through social control … the cops act out this insecurity by criminalizing individuals in advance. No legal principle need be involved. There is only the militarist principle…. When police shoot a fleeing subject and claim they are acting in self-defense (i.e. threatened), it is not their person but the command and control principle that is threatened. To defend that control through assault or murderous action against a disobedient person implies that the cop’s own identity is wholly immersed in its paradigm. There is nothing psychological about this. Self-worth or insecurity is not the issue. There is only the military ethic of power, imposed on civil society through an assumption of impunity. It is the ethos of democracy, of human self-respect, that is the threat.

The rise of violence and the gun culture in the United States cannot be separated from a transformation in governance in the United States. Political sovereignty has been replaced by economic sovereignty as corporate power takes over the reins of governance. The more money influences politics, the more corrupt the political culture becomes. Under such circumstances, holding office is largely dependent on having huge amounts of capital at one’s disposal, while laws and policies at all levels of government are mostly fashioned by lobbyists representing big business corporations and financial institutions. Moreover, such lobbying, as corrupt and unethical as it may be, is now carried out in the open by the National Rifle Association (NRA) and other individuals, groups and institutions invested in the militarization of US society. This lobbying is then displayed as a badge of honor – a kind of open testimonial to the lobbyists’ disrespect for democratic governance.

But money in politics is not the only major institutional factor in which everyday and state violence are nourished by a growing militarism. As David Theo Goldberg has argued in his essay «Mission Accomplished: Militarizing Social Logic,» the military has also assumed a central role in shaping all aspects of society. Militarization is about more than the use of repressive power; it also represents a powerful social logic that is constitutive of values, modes of rationality and ways of thinking. According to Goldberg,

The military is not just a fighting machine…. It serves and socializes. It hands down to the society, as big brother might, its more or less perfected goods, from gunpowder to guns, computing to information management … In short, while militarily produced instruments might be retooled to other, broader social purpose – the military shapes pretty much the entire range of social production from commodities to culture, social goods to social theory.

The militarization and corporatization of social logic permeates US society. The general public in the United States is largely depoliticized through the influence of corporations over schools, higher education and other cultural apparatuses. The deadening of public values, civic consciousness and critical citizenship are also the result of the work of anti-public intellectuals representing right-wing ideological and financial interests, a powerful set of corporate-controlled media agencies that are largely center-right and a market-driven public pedagogy that reduces the obligations of citizenship to the endless consumption and discarding of commodities. Military ideals permeate every aspect of popular culture, policy and social relations. In addition, a pedagogy of historical, social and racial amnesia is constructed and circulated through celebrity and consumer culture.

A war culture now shapes every aspect of society as warlike values, a hypermasculinity and an aggressive militarism seep into every major institution in the United States, including schools, the corporate media and local police forces. The criminal legal system has become the default structure for dealing with social problems. More and more people are considered disposable because they offend the sensibilities of the financial elite, who are rapidly consolidating class power. Under such circumstances, violence occupies an honored place.

Militarism provides ideological support for policies that protect gun owners and sellers rather than children.

It is impossible to understand the rise of gun culture and violence in the United States without thinking about the maturation of the military state. Since the end of the Cold War the United States has built «the most expensive and lethal military force in the world.» The defense budget for 2015 totaled $598.5 billion and accounted for 54 percent of all federal discretionary spending. The US defense budget is both larger than the combined G-20 and «more than the combined military spending of China, Russia, the United Kingdom, Japan, France, Saudi Arabia, India, Germany, Italy and Brazil,» according to an NBC report. Since 9/11, the United States has intensified both the range of its military power abroad while increasing the ongoing militarization of US society. The United States circles the globe with around 800 military bases, producing a massive worldwide landscape of military force, at an «annual cost of $156 billion,» according to a report by David Vine in The Nation.

Moreover, Vine adds, «there are US troops or other military personnel in about 160 foreign countries and territories, including small numbers of Marines guarding embassies and larger deployments of trainers and advisers like the roughly 3,500 now working with the Iraqi army.» Not only is the Pentagon in an unprecedented position of power, but also it thrives on a morally bankrupt vision of domestic and foreign policy dependent upon a world defined by terrorism, enemies and perpetual fear. Military arms are now transferred to local police departments, drone bases proliferate, and secret bases around the world support special operations, Navy SEALs, CIA personnel, Army Rangers and other clandestine groups, as Nick Turse has shown in Tomorrow’s Battlefield. Under such circumstances, it is not surprising, as Andrew Bacevich points out, that «war has become a normal condition [and the] use of violence has become the preferred «instrument of statecraft.»

Violence feeds on corporate-controlled disimagination machines that celebrate it as a sport while upping the pleasure quotient for the public. Americans do not merely engage in violence; they are also entertained by it. This kind of toxic irrationality and lure of violence is mimicked in the United States’ aggressive foreign policy, in the sanctioning of state torture and in the gruesome killings of civilians by drones. As my colleague David L. Clark pointed out to me in an email, voters’ support for » bombing make-believe countries [with Arab-sounding names] is not a symptom of muddled confusion but, quite to the contrary, a sign of unerring precision. It describes the desire to militarize nothing less than the imagination and to target the minutiae of our dreams.» State repression, unbridled self-interest, an empty consumerist ethos and an expansive militarism have furthered the conditions for society to flirt with forms of irrationality that are at the heart of everyday aggression, violence and the withering of public life.

Pushback Against Gun Control Efforts

Warlike values no longer suggest a pathological entanglement with a kind of mad irrationality or danger. On the contrary, they have become a matter of common sense. For instance, the US government is willing to lock down a major city such as Boston in order to catch a terrorist or prevent a terrorist attack, but refuses to pass gun control bills that would significantly lower the number of Americans who die each year as a result of gun violence. As Michael Cohen observes, it is truly a symptom of irrationality when politicians can lose their heads over the threat of terrorism, even sacrificing civil liberties, but ignore the fact that «30,000 Americans die in gun violence every year (compared to the 17 who died [in 2012] in terrorist attacks).» It gets worse.

As the threat of terrorism is used by the US government to construct a surveillance state, suspend civil liberties and accelerate the forces of authoritarianism, the fear of personal and collective violence has no rational bearing on addressing the morbid acceleration of gun violence. In fact, the fear of terrorism appears to feed a toxic culture of violence produced, in part, by the wide and unchecked availability of guns. The United States’ fascination with guns and violence functions as a form of sport and entertainment, while gun culture offers a false promise of security. In this logic, one not only kills terrorists with drones, but also makes sure that patriotic Americans are individually armed so they can use force to protect themselves against the apparitions whipped up by right-wing politicians, pundits and the corporate-controlled media.

Rather than bring violence into a political debate that would limit its production, various states increase its possibilities by passing laws that allow guns at places from bars to houses of worship. Florida’s «stand your ground» law, based on the notion that one should shoot first and ask questions later, is a morbid reflection of the United States’ adulation of gun culture and the fears that fuel it. This fascination with guns and violence has infected the highest levels of government and serves to further anti-democratic and authoritarian forces. For example, the US government’s warfare state is propelled by a military-industrial complex that cannot spend enough on weapons of death and destruction. Super modern planes such as the F-35 Joint Strike Fighter cost up to $228 million each and are plagued by mechanical problems and yet are supported by a military and defense establishment. As Gabriel Kolko observes, such warlike investments «reflect a pathology and culture that is expressed in spending more money,» regardless of how it contributes to running up the debt, and that thrives on whatanthropologist João Biehl has described as «the energies of the dead.»

Militarism provides ideological support for policies that protect gun owners and sellers rather than children. The Children’s Defense Fund is right in stating, «Where is our anti-war movement here at home? Why does a nation with the largest military budget in the world refuse to protect its children from relentless gun violence and terrorism at home? No external enemy ever killed thousands of children in their neighborhoods, streets and schools year in and year out.»

There is a not-so-hidden structure of politics at work in this type of sanctioned irrationality. Advocating for gun rights provides a convenient discourse for ignoring what Carl Boggs has described as a «harsh neoliberal corporate-state order that routinely generates pervasive material suffering, social dislocation, and psychological despair – worsening conditions that ensure violence in its many expressions.»

As the United States moves from a welfare state to a warfare state, state violence becomes normalized. The United States’ moral compass and its highest democratic ideals have begun to wither, and the institutions that were once designed to help people now serve to largely suppress them. Gun laws matter, social responsibility matters and a government responsive to its people matters, especially when it comes to limiting the effects of a mercenary gun culture. But more has to be done. The dominance of gun lobbyists must end; the reign of money-controlled politics must end; the proliferation of high levels of violence in popular culture, and the ongoing militarization of US society must end. At the same time, it is crucial, as participants in the Black Lives Matter movement have argued, for Americans to refuse to endorse the kind of gun control that criminalizes young people of color.

Moderate calls for reining in the gun culture and its political advocates do not go far enough because they fail to address the roots of the violence causing so much carnage in the United States, especially among children and teens. For example, Hillary Clinton’s much publicized call for controlling the gun lobby and improving background checks, however well intentioned, did not include anything about a culture of lawlessness and violence reproduced by the government, the financial elites and the defense industries, or a casino capitalism that is built on corruption and produces massive amounts of human misery and suffering. Moreover, none of the calls to eliminate gun violence in the United States link such violence to the broader war on youth, especially poor youth of color.

A Culture of Violence

It would be wrong to suggest that the violence that saturates popular culture directly causes violence in the larger society. Nevertheless, it is arguable that depictions of violence serve to normalize violence as both a source of pleasure and as a practice for addressing social issues. When young people and others begin to believe that a world of extreme violence, vengeance, lawlessness and revenge is the only world they inhabit, the culture and practice of real-life violence is more difficult to scrutinize, resist and transform.

Many critics have argued that a popular culture that endlessly trades in violence runs the risk of blurring the lines between the world of fantasies and the world we live in. What they often miss is that when violence is celebrated in its myriad registers and platforms in a society, a formative culture is put in place that is amenable to the pathology of fascism. That is, a culture that thrives on violence runs the risk of losing its capacity to separate politics from violence. A.O. Scott recognizes such a connection between gun violence and popular culture, but he fails to register the deeper significance of the relationship. He writes:

… it is absurd to pretend that gun culture is unrelated to popular culture, or that make-believe violence has nothing to do with its real-world correlative. Guns have symbolic as well as actual power, and the practical business of hunting, law enforcement and self-defense has less purchase in our civic life than fantasies of righteous vengeance or brave resistance…. [Violent] fantasies have proliferated and intensified even as our daily existence has become more regulated and standardized – and also less dangerous. Perhaps they offer an escape from the boredom and regimentation of work and consumption.

Popular culture not only trades in violence as entertainment, but also it delivers violence to a society addicted to a pleasure principle steeped in graphic and extreme images of human suffering, mayhem and torture. While the Obama administration banned waterboarding as an interrogation method in January 2009, it appears to be thriving as a legitimate procedure in a number of prominent Hollywood films, including Safe House, Zero Dark Thirty, G.I. Jane and Taken 3. The use of and legitimation of torture by the government is not limited to Hollywood films. Republican presidential candidate Donald Trump announced recently on ABC’s «This Week» that he would bring back waterboarding because it «is peanuts compared to what they do to us.» It appears that moral depravity and the flight from social responsibility have no limits in an authoritarian political landscape.

Gun Violence Is Just the Tip of the Iceberg

The United States is suffering from an epidemic of violence, and much of it results in the shooting and killing of children. In announcing his package of executive actions to reduce gun violence, President Obama singled out both the gun lobby and Congress for refusing to implement even moderate gun control reforms. Obama was right on target in stating that «the gun lobby may be holding Congress hostage right now, but they cannot hold America hostage. We do not have to accept this carnage as the price of freedom.» Congress’s refusal to enact any type of gun control is symptomatic of the death of US democracy and the way in which money and power now govern the United States. Under a regime of casino capitalism, wealth and profits are more important than keeping the American people safe, more worthwhile than preventing a flood of violence across the land, and more valued than even the lives of young children caught in the hail of gunfire.

In spite of the empty bluster of Republican politicians claiming that Obama is violating the US Constitution with executive overreach, threatening to take guns away from the American people or undermining the Second Amendment, the not-so-hidden politics at work in these claims is one that points to the collapse of ethics, compassion and responsibility in the face of a militarized culture defined by the financial elite, gun lobbies and big corporations. Such forces represent a take-no-prisoners approach and refuse to even consider Obama’s call for strengthening background checks, limiting the unchecked sale of firearms by gun sellers, developing «smart gun» technologies, and preventing those on the United States’ terrorist watch list from purchasing guns. These initiatives hardly constitute a threat to gun ownership in the United States.

Guns are certainly a major problem in the United States, but they are symptomatic of a much larger crisis: Our country has tipped over into a new and deadly form of authoritarianism. We have become one of the most violent cultures on the planet and regulating guns does not get to the root of the problem. Zhiwa Woodbury touches on this issue at Tikkun Daily, writing:

We are a country of approximately 300 million people with approximately 300 million firearms – a third of which are concealable handguns. Each one of these guns is made for one purpose only – to kill as quickly and effectively as possible. The idea that some magical regulatory scheme, short of confiscation, will somehow prevent guns from being used to kill people is laughable, regardless of what you think of the NRA. Similarly, mentally ill individuals are responsible for less than 5% of the 30,000+ gunned down in the U.S. every year.

In the current historical conjuncture, gun violence makes a mockery of safe public spaces, gives rise to institutions and cultural apparatuses that embrace a deadly war psychology, and trades on fear and insecurity to undermine any sense of shared responsibility. It is no coincidence that the violence of prisons is related to the violence produced by police in the streets; it is no coincidence that the brutal masculine authority that now dominates US politics, with its unabashed hatred of women, poor people, Black people, Muslims and Mexican immigrants, shares an uncanny form of lawlessness with a long tradition of 20th century authoritarianism.

As violence moves to the center of American life, it becomes an organizing principle of society, and further contributes to the unraveling of the fabric of a democracy. Under such circumstances, the United States begins to consider everyone a potential criminal, wages war with itself and begins to sacrifice its children and its future. The political stooges, who have become lapdogs of corporate and financial interests, and refuse out of narrow self- and financial interests to confront the conditions that create such violence, must be held accountable for the deaths taking place in a toxic culture of gun violence. The condemnation of violence cannot be limited to police brutality. Violence does not just come from the police. In the United States, there are other dangers emanating from state power that punishes whistleblowers, intelligence agencies that encourage the arrests of those who protest against the abuse of corporate and state power, and a corporate-controlled media that trades in ignorance, lies and falsehoods, all the while demanding and generally «receiving unwavering support from their citizens,» as Teju Cole has pointed out in The New Yorker.

Yet, the only reforms we hear about are for safer gun policies, mandatory body-worn cameras for the police and more background checks. These may be well-intentioned reforms, but they do not get to the root of the problem, which is a social and economic system that trades in death in order to accumulate profits. What we don’t hear about are the people who trade their conscience for supporting the gun lobby, particularly the NRA. These are the politicians in Congress who create the conditions for mass shootings and gun violence because they have been bought and sold by the apostles of the death industry. These are the same politicians who support the militarization of everyday life, who trade in torture, who bow down slavishly to the arms industries and who wallow in the handouts provided by the military-industrial-academic complex.

These utterly corrupted politicians are killers in suits whose test of courage and toughness was captured in one of the recent Republican presidential debates, when candidate Ben Carson was asked by Hugh Hewitt, a reactionary right-wing talk show host, if he would be willing to kill thousands of children in the name of exercising tough leadership. As if killing innocent children is a legitimate test for leadership. This is what the warmongering politics of hysterical fear with its unbridled focus on terrorism has come to – a future that will be defined by moral and political zombies who represent the real face of terrorism, domestic and otherwise.

Clearly, the cause of violence in the United States will not stop by merely holding the politicians responsible. What is needed is a mass political movement willing to challenge and replace a broken system that gives corrupt and warmongering politicians excessive political and economic power. Democracy and justice are on life support and the challenge is to bring them back to life not by reforming the system but by replacing it. This will only take place with the development of a politics in which the obligation to justice is matched by an endless responsibility to collective struggle.

Note: Parts of this article were drawn from an earlier version published at CounterPunch.

Copyright, Truthout. May not be reprinted without permission of the author.

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Educación Técnica en Nicaragua, Cooperación genuina

Nicaragua apunta a carreras técnicas en energías renovables

Nicaragua apunta a carreras técnicas en energías renovables

La energía limpia es la energía del futuro, y consciente de ello el Gobierno Sandinista está promoviendo que los jóvenes nicaragüenses se capaciten en carreras que tengan que ver con el aprovechamiento de los recursos naturales para la producción energética.

Una de las apuestas se está haciendo desde el Tecnológico Nacional donde se ha abierto la carrera deEnergías Renovables. En esta los muchachos aprenden el proceso de instalación, mantenimiento y reparación de sistemas solares fotovoltaicos y térmicos, de sistemas eólicos y de mini centrales hidroeléctricas.

Para leer más: dar click en el link correspondiente (título)

Fuente: http://www.el19digital.com/articulos/ver/titulo:39384-nicaragua-apunta-a-carreras-tecnicas-en-energias-renovables

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Salario mínimo en Colombia es uno de los más bajos del mundo

 

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Según el profesor de la Universidad Nacional y economista, Daniel Libreros, la desindustrialización y el déficit fiscal que supera los 30 billones de pesos aunada a la caída del precio del petróleo, han incidido negativamente en la economía de Colombia

A pesar del aumento del 7% del salario mínimo en Colombia, éste se perfila como uno de los más bajos del mundo, según un estudio comparativo de Financialred (México).

El estudio tomó en cuenta los niveles de inflación en Colombia y el aumento del Impuesto de Valor Agregado (IVA), que supera el 19%.

Mientras que el valor de la hora del salario mínimo en Australia es de 9.5 dólares, y en Francia es de 8.2 dólares, en Colombia escasamente alcanza los 0.8 dólares que equivalen a $2684 pesos aproximadamente, reseña la web de El Día.

Asimismo, se compara el salario mínimo de Colombia con sus vecinos de Latinoamérica como Uruguay o Panamá, el de este último se sitúa 667 dólares y la canasta familiar es de U$ 322, caso contrario al de Colombia, 689.154 pesos colombianos (aproximadamente 210 dólares) y la canasta familiar supera el millón 400 mil pesos colombianos aproximadamente 428 dólares).

Según el profesor de la Universidad Nacional y economista, Daniel Libreros, la desindustrialización y el déficit fiscal que supera los 30 billones de pesos aunada a la caída del precio del petróleo, han incidido negativamente en la economía de Colombia.

Desde 1997, centrales obreras, empresas privadas y Estado acuerdan la concertación del sueldo mínimo, sin embargo, el descontento se ha dejado sentir entre la población colombiana que consideró insuficiente el aumento de esta ocasión.

Fuente/Prensa Latina

 

 

 

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