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Estados Unidos: Riverside Unified’s first black teacher, Hazel Hawkins Russell, dies at 93

Estados Unidos/Agosto de 2017/Fuente: The Press Enterprise

Resumen:  Hazel Hawkins Russell, el primer maestro afroamericano en Riverside Unified, murió el viernes. Tenía 93 años. A partir de 1947, siete años antes de que la Corte Suprema decidiera que las escuelas tenían que ser desagregadas, Russell enseñó a generaciones de estudiantes en la escuela primaria, secundaria, Cal State Fullerton y Riverside Community College. Ella también enseñó a la comunidad, dijo Woodie Rucker-Hughes, presidente de la rama Riverside de la NAACP y una educadora de larga data. «Sin ella, muchos de nosotros probablemente no estaríamos donde estamos», dijo Rucker-Hughes. «Cuando llegué en 1969, había muchos afroamericanos en su lugar, la gente simplemente te aceptaba en base a tu profesionalismo y experiencia. Así que le doy las gracias por preparar el camino.Cuando llegó de su lugar de nacimiento de Texas y durante gran parte de su carrera, Russell enseñó en la Casa Blanca School en el barrio predominantemente latino de Riverside.Romper la barrera de color significaba que a menudo enfrentaba resistencia, pero siempre la manejaba con gracia, según Rucker-Hughes.

Hazel Hawkins Russell, the first African American teacher in Riverside Unified, died Friday. She was 93.

Starting in 1947 — seven years before the Supreme Court would rule that schools had to be desegregated — Russell taught generations of students in elementary school, junior high, Cal State Fullerton and Riverside Community College.

She also taught the community, said Woodie Rucker-Hughes, president of the Riverside branch of the NAACP and a longtime educator herself.

“Without her, many of us probably wouldn’t be where we are,” Rucker-Hughes said. “By the time I came in ’69, there were many African Americans in place —people just accepted you based on your professionalism and experience. So I thank her for paving the way.”

When she arrived from her Texas birthplace and for much of her career, Russell taught at Casa Blanca School in Riverside’s predominantly Latino neighborhood.

Breaking the color barrier meant she often faced resistance, but she always handled it with grace, according to Rucker-Hughes.

“She was courageous and she didn’t back down for no one,” Rucker-Hughes said. “She could also work within the confines of a situation, so she wasn’t so combative where she was constantly (fighting) — she didn’t need to be. People appreciated her intellect and her ability to move forward without conflict.”

For instance, things were tough when Russell started at Casa Blanca, Rucker-Hughes has heard.

“When she went to the first meeting of the staff, people were looking at her like she was something alien and started moving their seats,” she said. “She stayed right there and held her head high, and by the time she (retired from the school) she was friends with everyone.”

Russell kept teaching into her 80s for one reason, said her daughter Vickie Russell: She loved her students.

“She just loved the children,” she said. “(She had a) strong work ethic. Especially in college, they became her friends. She would give them insight into life.”

With her own children, Russell loved to travel: Israel, Egypt, Kenya, Russia, Spain and England are some of the memorable trips, according to Vickie.

What she remembers most is her mom’s hard work and the lesson she passed to her family: “Be true to yourself.”

Russell wasn’t always recognized as a pioneer, and didn’t refer to herself as one, according to Rucker-Hughes.

“She didn’t make a big deal out of being a pioneer or a number one,” she said. “But she was a trailblazer and a fine example of good and truth and education.”

Rep. Ken Calvert, R-Corona, honored Hawkins on the floor of the House of Representatives in 1997.

“She is an outstanding advocate for increasing educational opportunities for minorities and those with special needs,” Calvert said, according to the Congressional record. “… Her enthusiasm and positive spirit served as an inspiration, and every student left Dr. Hawkins Russell’s class with a little piece of her in their hearts.”

She leaves behind two daughters, Beverly Russell and Vickie Russell, both of whom still live in Riverside. Her husband, James Russell, died in 1988.

Russell died at Kindred Hospital Ontario.

Funeral arrangements have not yet been made.

Fuente: http://www.pe.com/2017/08/19/riverside-unifieds-first-black-teacher-hazel-hawkins-russell-dies-at-93/

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Paria

Por: Ilka Olivia Corado

De niña recuerdo que después de vender helados en el mercado los fines de semana, regresaba a la casa al filo de las dos de la tarde, (entre semana a las 12:30 porque a la 1 entraba a estudiar) y agarrábamos camino con mis amigos, costal en la mano cada uno, a recoger basura de casa en casa para irla a tirar al barranco, nos pagaban 25 centavos por costal.

Con mi hielera al hombro corría atrás de los autobuses suplicándoles a los pilotos que me dejaran subir, para vender mis helados, al pedalazo me subía y me bajaba porque nunca detenían la camioneta completamente.

Corríamos a escondernos del cobrador del mercado porque todos los días quería tirarnos los helados a la basura, estorbábamos en el corredor.

Nos juntábamos a las 3 de la mañana en la esquina de la cantina Las Galaxias, para agarrar camino hacia La Fresera, finca que quedaba a las orillas de la aldea Zorzoyá, en San Lucas Sacatepéquez, caminábamos 20 kilómetros de ida y 20 ed regreso, entre las montañas verde botella. Allá éramos jornaleros y trabajábamos de sol a sol en el corte de fresas. Yo tenía 8 años entonces.

Un día dijo mi mamá que sería buena idea ir a vender pupusas, helados y atoles y así lo hicimos. Mi papá y mi mamá con su hielera cada uno y las dos hijas mayores con la nuestra, dejábamos todo fiado para cobrar a fin de mes. Aquellos guindos y aquellas arboledas, fueron testigos de nuestro cansancio físico de nuestra ilusión.

Cuando llegaba fin de mes y no tenía para pagar la colegiatura, en la aborrotería de la esquina del bulevar central y la calle Eúfrates, pedía fiado un doble litro de Coca Cola, mientras ofrecía los helados en el mercado, hacía papelitos con números y me iba de puesto en puesto, a ofrecerles a los vendedores los números para la rifa de un doble litro de gaseosa; a veces a diez centavos y otras a veinticinco. Gastaba Q2.50 y me quedaban Q2.50 y cuando tenía suerte Q5.00.

Para las navidades hacía adornos navideños, con el papel celofán, manila y crepe que pedía fiado en la miscelánea de Juan, otro vendedor del mercado. Los hacía por las noches después de haber acabo del oficio en la casa, a la mañana siguiente los llevaba a vender al mercado, a cincuenta centavos, un quetzal y ahí iba juntando para mi inscripción, el uniforme, para los zapatos o los útiles. Copiaba los diseños de los adornos que miraba en al televisión en los anuncios de Navidad.

Por las tardes al filo del anochecer íbamos a vencer pupusas de chicharrón y atol, al destacamento militar, caminábamos cinco kilómetros, de ida y cinco de vuelta. Más de una vez trabajé de ayudante de albañil y de ayudante de zapatero.

Cuando mi papá era piloto de autobús y no tenía ayudante, me llevaba a mí, yo era la cobradora, la que subía los quintales en el hombro, a la parrilla. Y me colgaba de la puerta de la camioneta, columpiándome y gritando, ¡Terrazas, Ciudad Peronia, La Fuente! Eso fue en mi adolescencia.

Cuando estudié magisterio, a las cinco de la mañana les pedía prestados cinco quetzales, a mis tías o a las vecinas, para el pasaje y para comprar naranjas en el mercado La Placita, a la hora del recreo las vendía peladas, con pepita y sal, a las 9 de la noche iba a devolver el dinero que me habían prestado en la madrugada.

Mi infancia y adolescencia me la pasé con una mudada y un par de zapatos. De los sostenes supe hasta cuando ya tenía zarazas las tetas. De las toallas sanitarias hasta que tuvimos dinero para comprarlas. El desodorante y la pasta dental eran lujos de dos veces el año. Usábamos limón como desodorante y sal y ceniza para cepillarnos los dientes.
Dormíamos las cuatro crías en una cama de metal con la pata coja, un poncho de Totonicapán y una sábana de Tierra Fría nos cubrían de sereno de la madrugada que goteaba de la lámina. Un pedazo de tela, como cancel nos separaba del cuarto de mis papás, de la sala y la cocina, que eran uno solo en aquella casa de mi infancia.
Las ventanas las tuvimos de cartón, cajas que nos regalaban en el mercado, cuando no estaba construido y los vendedores ponían sobre unos costales sus ventas, sobre el suelo. El piso de talpetate por donde caminaban gallinas, cabras, patos, perros y de cuando en cuando los marranos.

Cuando emigré, el primer día de trabajo me caí por las gradas del sótano de una mansión de judíos, me enredé con el cable de la aspiradora, en mi vida había visto una animala de esas, desperté tirada en el suelo, empapada de cloro; el bote que llevaba en la mano se destapó con la caída y me manchó la ropa, una mudada que con gran esfuerzo habíamos comprado en una tienda de ropa usada, porque a Estados Unidos llegué con lo puesto. Estaba ahí tirada al final de las gradas alfombradas, rodeada de gente a la que veía borrosa y que me hablaba y yo no entendía lo que me decían, yo no entendía ni el saludo en inglés y mucho menos lo hablaba. Así fue mi bienvenida al trabajo del servicio doméstico.

Yo no olvido, las tantas veces que el cobrador del mercado nos perseguía, para tirarnos los helados. Ni las innumerables ocasiones que corrí atrás de los autobuses y las tantas que me caí intentando ganarme el sustento. No olvido las tantas veces que me discriminaron, por negra, por paria, por arrabalera, por vendedora de mercado. No olvido el olor de la basura que cargaba en mis hombros de niña, en camino al barranco. Ni las tantas veces que el cansancio nos venció a media montaña en camino a La Fresera. Ni los insultos del caporal, ni la explotación laboral que nos hacía el dueño de la finca. No olvido las tantas veces que no nos pagó la medida en su peso cabal.

No olvido las tardes en camino al destacamento, entre las hortalizas y el musgo blanco de los cipreses del caminón, el dolor de la espalda por el peso del atol, de los plátanos fritos, de las pupusas de chicharrón, los chocobananos y los helados.

No olvido las veces que pedí fiado para comer, ni las veces que toqué puertas ajenas en la madrugada para pedir prestado para ir a estudiar.

No olvido la frustración, el cansancio, el dolor, la rabia, la amargura, la miseria, la exclusión que me viví.
No olvido los sueños rotos, las puertas cerradas en mi nariz, no olvido las tantas veces que me gritaron negra percudida, por mi color de piel. Ni las tantas que el agua del invierno entró por la suela de mis zapatos. Ni las calcetas remendadas, ni las tripas chirriando de hambre, nuestra escases. No lo olvido.

Como no olvido a quienes parias como yo, compraron los numeritos de las rifas del doble litro de Coca Cola, ni a los vendedores de la abarrotería que me los dieron fiados. Ni a los vendedores de mercado que escondían las hieleras cuando el cobraror nos buscaba. Ni a los soldados rasos que nos compraban en el destacamento y nos acompañaban en la noche, en el caminón para cuidar que no nos pasara nada.

Yo no olvido, de dónde vengo, yo no olvido de qué estoy hecha. ¿Por qué entonces debería negar que soy paria? ¿Por qué bebería negar mi memoria? ¿Olvidar a quienes parias como yo me metieron el hombro para que yo estudiara y saliera del corredor del mercado? A los pilotos de autobús me dejaban subir a vender mis helados. A los jornaleros de La Fresera que compraban lo que llevábamos a vender. ¿Por qué ahora debería fanfarronear con que soy escritora y poeta? ¿Por qué ahora debería olvidar a quienes me vieron cuando fui completamente invisible para la sociedad?

¿Por qué ahora descaradamente me podría etiquetas que no me corresponden? ¿Por el nombre de otros? ¿Por la luz de otros? En la invisibilidad de la miseria y la exclusión, también hay vida, sueños, luchas, solidaridad. Y es ahí a donde yo pertenezco.

Y cuando digo paria, reafirmo mi herencia milenaria, mi memoria y mi identidad. Reafirmo que soy vendedora de mercado. ¿Por qué tendría que negar la dignidad de los excluidos de todos los tiempos? A ellos mi letra, mi vida y mi poesía. Lo demás son babosadas.

Fuente:http://www.rebelion.org/noticia.php?id=227844&titular=paria-

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España: La Biblioteca para Jóvenes Cubit se vuelca en la educación por la diversidad y contra el racismo

España/14 de Noviembre de 2016/

Hasta el próximo 19 de diciembre se celebran las Jornadas de Cultura, Afrodescendencia y Decolonialidad, organizadas por el Ayuntamiento de Zaragoza en colaboración con la revista digital Afroféminas. Una nueva actividad organizada tras la buena acogida de los talleres sobre ‘micro-racismos’ y ‘micro-machismos’, del pasado mes de marzo.

vanzar en la educación por la diversidad, la erradicación de los racismos y el conocimiento de la problemática que supone en el ámbito escolar. Ese es el objetivo de las ‘Jornadas de Cultura, Afrodescendencia y Decolonialidad’, que ha puesto en marcha la Biblioteca para Jóvenes Cubit del Ayuntamiento de Zaragoza, en colaboración con la revista digital Afroféminas.

La iniciativa pretende dar continuidad a la buena acogida que tuvieron los talleres organizados el pasado mes de marzo por Antoinette Torres Soler, directora Afroféminas, en los que se trabajaron los conceptos de ‘micro-racismos’ y ‘micro-machismos’ con estudiantes de Educación Secundaria de Zaragoza. En esta ocasión, se incluyen talleres en los que se abordan temas como la literatura y la empatía, la afrodescendencia desde los medios de comunicación o la descolonización de los cánones estéticos.

Las jornadas, que comenzaron el pasado 28 de octubre y se desarrollarán hasta el 19 de diciembre, tienen una doble vertiente: parte de ellas están concertadas con grupos escolares concretos, y otras son abiertas y dirigidas hacia el público en general. A lo largo de las sesiones se van a tomar imágenes para la realización del documental ‘Zaragoza, cultura e inclusión’, en el que participan Kossi Simeón Atchapka, periodista y refugiado de Togo (África) afincado en Zaragoza, y el documentalista zaragozano Carlos Usón.
Fuente: http://arainfo.org/la-biblioteca-para-jovenes-cubit-se-vuelca-en-la-educacion-por-la-diversidad-y-contra-el-racismo/
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España: La Biblioteca para Jóvenes Cubit se vuelca en la educación por la diversidad y contra el racismo

Europa/España/11 de noviembre de 2016/arainfo.org

Hasta el próximo 19 de diciembre se celebran las Jornadas de Cultura, Afrodescendencia y Decolonialidad, organizadas por el Ayuntamiento de Zaragoza en colaboración con la revista digital Afroféminas. Una nueva actividad organizada tras la buena acogida de los talleres sobre ‘micro-racismos’ y ‘micro-machismos’, del pasado mes de marzo.

La iniciativa pretende dar continuidad a la buena acogida que tuvieron los talleres organizados el pasado mes de marzo por Antoinette Torres Soler, directora Afroféminas, en los que se trabajaron los conceptos de ‘micro-racismos’ y ‘micro-machismos’ con estudiantes de Educación Secundaria de Zaragoza. En esta ocasión, se incluyen talleres en los que se abordan temas como la literatura y la empatía, la afrodescendencia desde los medios de comunicación o la descolonización de los cánones estéticos.

Las jornadas, que comenzaron el pasado 28 de octubre y se desarrollarán hasta el 19 de diciembre, tienen una doble vertiente: parte de ellas están concertadas con grupos escolares concretos, y otras son abiertas y dirigidas hacia el público en general. A lo largo de las sesiones se van a tomar imágenes para la realización del documental ‘Zaragoza, cultura e inclusión’, en el que participan Kossi Simeón Atchapka, periodista y refugiado de Togo (África) afincado en Zaragoza, y el documentalista zaragozano Carlos Usón.

Tomado de: http://arainfo.org/la-biblioteca-para-jovenes-cubit-se-vuelca-en-la-educacion-por-la-diversidad-y-contra-el-racismo/

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