29 Diciembre 2017/Fuente:elcorreo /Autor: JORGE BARBÓ VITORIA
El compositor alavés, flamante premio SGAE, reflexiona sobre su profesión y la importancia de la difusión de la música
Como si un atleta hubiera suspendido educación física. O un gran científico se hubiera llevado un ‘cate’ en matemáticas. A él le pasó. Daniel Apodaka, flamante premio SGAE de jóvenes compositores y uno de los talentos con más proyección en el panorama musical alavés reconoce haber suspendido música en el instituto, lo que evidencia los problemas estructurales de la enseñanza musical -y, de paso, cultural- en España.
– ¿Qué supone para un joven hacerse con un premio como el de la SGAE?
– Además del reconocimiento, viene con ciertos proyectos incorporados, que me abrirán posibilidades de trabajar y estrenar nuevas obras. Y, al final, es de lo que se trata este oficio: de mostrar tu obra.
– Porque está claro cuál es la ambición del intérprete, pero no tanto con qué anhela el compositor.
– Al final, es lo mismo. Que se toque la música es el objetivo, si no, ¿para qué queremos escribirla? Hay un lado mágico a la hora de escuchar tu partitura por primera vez. Al final, la partitura no son más que signos y símbolos, no es una grabación si quiera. Para un compositor, una de las cosas más interesantes tiene que ver con las sorpresas que da escuchar por vez primera una obra que está en papel, que está acabada y supuestamente fijada. Y no sólo por las calidades que dan los intérpretes, también por la propia obra, por cómo funciona.
– Tiene que ser emocionante escuchar su obra hecha realidad.
– Es algo muy, muy especial. Con el premio de la SGAE, fue la primera vez que escuchaba mi obra y eso que los músicos sí la habían estado trabajando y ensayando. Fue muy curioso porque llevaba mucho tiempo imaginándomela, sobre todo el comienzo, que era algo muy simple y, aunque me recreara pensando en los timbres exactos, en la vida real descubres que el sonido tiene otra presencia.
– Le sonará muy naif, pero, cuando uno imagina su pieza, ¿la está escuchando en su interior?
– Depende. A todos nos pasa, cuando recordamos una canción. Otras veces, se recuerda la música como si estuviese sonando en ese mismo momento. Pero no, no pasa como en ‘Amadeus’, que el protagonista mira y la partitura y empieza a sonar una orquesta: eso es ficticio. Hay gente que tiene muy buen oído, sobre todo los directores, mientras que los compositores tenemos un oído más interno, más fino, que aprecia cosas como la sintaxis, los pesos de formas…
– Los músicos se llevan el aplauso del público, mientras que la recompensa del compositor parece quedar más oculta.
– Todo lo contrario. En la música contemporánea, la figura del compositor sigue siendo clave y, quizás, la del intérprete quede más en un segundo plano. De todos modos, por la dificultad y la versatilidad que exige, los músicos de contemporánea tienen un gran nivel, pero, aún así, este mundo es mucho más discreto: no hay grandes nombres como, por ejemplo, sí existen en la ópera.
– Su gran ventaja ante el intérprete es que no tiene que examinarse frente al público, en directo, en cada concierto.
– Bueno, pero es que yo concibo la música como algo colectivo. Escuchar un CD en tu casa es algo muy distinto a hacerlo en un concierto y, como compositor, me gusta ver las reacciones de la gente con mi música. Además, a cierto nivel, los intérpretes no sufren tanto a la hora de tocar.
Nuevos públicos
– ¿Cómo se atrae a los jóvenes hacia la música ‘culta’?
– No creo en la separación entre música culta y música popular, pero sí, hay muchos problemas para atraer a nuevos públicos. El primero tiene que ver con la propia educación musical. Y esto es clave. Lo que se hace en las escuelas no tiene nada que ver con la música, no se enseña a escuchar, a sentir…
– Como mucho, uno acaba sabiendo tocar la flauta dulce.
– Eso es. De hecho, yo suspendí música cuando estaba en el instituto. Y si la gente no tiene la oportunidad de que se les muestre y se les enseñe a apreciarla, es muy difícil que pueda llegar a conectar. Además, esta música exige una mente abierta porque, para empezar, va contra algunas convenciones, no tiene un ritmo fácil. Y, con todo, puede gustar a todo el mundo. Hoy en día los conciertos que se hacen o bien son estrenos de gente muy joven o de clásicos, pero se obvia todo un canon de obras del siglo XX que son excepcionales. La música contemporánea no es rara: hay que presentarla como algo normal.
– ¿Tan difícil es ser profeta en su tierra, vivir de la música en Euskadi?
– Una vez establecido, tú puedes vivir donde quieras. Pero en estas primeras fases, sobre todo, es imprescindible moverse mucho. En París, surgen oportunidades, proyectos para que se pueda escuchar tu música, que es la forma de aprender. Tú puedes escribir en tu casa un millón de obras, pero sin la experiencia del concierto es imposible avanzar en tu carrera.
Fuente de la entrevista: http://www.elcorreo.com/alava/araba/problema-educacion-musical-20171223175723-nt.html
Fuente de la imagen: http://static.elcorreo.com/www/multimedia/201712/22/media/cortadas/alaves-del-mes-kaKB–624×385@El
México / 1 de octubre de 2017 / Autor: Samuel Maynez Champion / Fuente: Proceso
Pirécua Tsik Tsik Tsapiratiecha (florecita). Arreglo de Luis Sandi
2. Luis Sandi – Hoja de Albúm No. 2
3. Luis Sandi – Scherzando de la Sinfonía No .2
En nuestro texto anterior (Proceso 2128) abordamos un problema de extrema gravedad: el destierro de la música dentro de las aulas, argumentando con hechos concretos su papel crucial dentro de la formación del ser humano, sin embargo, no hubo desmentido ni refutación de parte del eximio Aurelio Nuño, titular de la Secretaría de Educación Pública, a quien sólo parece importarle su carrera política, en vez de hacer bien su trabajo para revertir la severa penuria educativa en la que se encuentra sumido el país.
Como era de preverse, la ausencia de diálogo nos compele a enunciar algunas aclaraciones pertinentes, amén de dirigir el soliloquio hacia los integrantes del magisterio quienes son, a fin de cuentas, las correas de trasmisión entre las directrices gubernamentales y el alumnado. Huelga decir que corresponde al maestro crear conciencia, primero dentro de sí mismo, y después hacia sus discípulos y sus familias sobre la imprescindible función formativa de las artes ‒y de la música en especial‒ para la equilibrada evolución del estudiantado. Es un inexcusable error seguir negándole al arte sonoro la preeminencia que le corresponde dentro de la curricula escolar (en otras épocas se situaba en el mismo nivel que las matemáticas, la geometría y la astronomía). Por no hablar de su penosa impartición, cual materia optativa, de la que se desprende que se recurra a música pedestre ‒con teclados electrónicos y sus deshumanizados ritmos y sonidos‒ para satisfacer la garrafal necesidad de “adornar” con tonterías ‒entiéndanse los violentos sonsonetes de nuestros perturbados jóvenes‒ el espacio acústico, so consigna de que hay que llenarse de ruido para que parezca que el ambiente está vivo.
Pero mejor cedámosle la palabra a una verdadera autoridad en estos relevantes asuntos, pues su larga trayectoria como educador la avala. Digamos, para dar un perfil somero de su estatura artística, que fue vicepresidente del Consejo Interamericano de la Música, presidente de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), columnista de El Universal, El Sol de México y El Nacional, Director de Bellas Artes, presidente de las Juventudes Musicales de México, Jefe del Departamento de Música de la SEP, miembro del Consejo Internacional de la Música de la UNESCO, maestro del Conservatorio Nacional, cantante, director de orquesta, fundador del Coro de Madrigalistas de Bellas Artes y, por supuesto, un compositor de sólida tendencia nacionalista. De su autoría son importantes partituras vinculadas al pasado indígena, junto a una ingente cantidad de transcripciones de nuestra música autóctona.[1] Tocante a su labor como maestro es de señalar que fue, nada menos, creador de los primeros métodos ‒hoy en desuso‒ de educación musical que incorporaron cantos en lenguas vernáculas y responsable de la elaboración de los primeros planes de estudio ‒para la enseñanza no profesional de la música‒ donde se incorporó el mejor repertorio coral que jamás hayan tenido nuestras primarias, secundarias y normales. La carta que reproducimos fue escrita en 1946 y a pesar de sus 7 décadas de vida sigue siendo de una atroz actualidad (va citada casi en su totalidad y con ligeras adecuaciones léxico-formales debidas al paso del tiempo).
A los Directores de Escuelas Normales y a los Maestros de Música
Muy estimables señores:
Uso este medio tan indirecto porque quiero hablar con ustedes largo y tendido, con más confianza que la que permite el documento oficial. Esta carta va además, sin envoltura, para que puedan leerla muchos a los que, a lo mejor, les interese sin yo saberlo, y sin ellos pensarlo.
Va, para comenzar, una revelación: la música es entre nosotros una miseria. Hay en el país muy pocas orquestas para la cantidad de habitantes que somos, la Ópera Nacional no tiene de nacional sino el dinero que la sostiene, no hay concertistas mexicanos de cartel internacional y hay unos cuantos compositores que ni siquiera pueden dedicarse en serio a componer.
Todos estos males tienen un origen común: no hay músicos en número y calidad satisfactorios porque no hay demanda para ellos y porque la cultura del mexicano es, en este sentido, ínfima.
¿Qué es lo que le gusta al mexicano medio? La vulgaridad, cursilería y vacuidad musicales. Tiene con relación a la música muchas supersticiones: cree que hay que saber de ella para poder gustarla, que es necesario entenderla, que es aburrida, que es innecesaria, lujo inútil de gente acomodada. Cree, en cambio, que la otra música, o la basura sonora de que se rodea, es música de verdad, buena para ser oída en toda ocasión, y paga cantidades crecidísimas a los que se la ofrecen, pero escatima para la que merece llamarse buena música.
El mexicano medio no debe preferir esta música de pacotilla a la otra hecha con todas las reglas del arte, por la misma razón por la que no debe preferir la hechicería a la medicina: porque debe gozar de los beneficios de la verdad y librarse de los males de la superstición. Con relación a la buena música, la verdad es que no se necesita ser músico para gozar de ella; no hay que “entender” a la música, ya que no va dirigida al intelecto sino a la sensibilidad, bastando sólo un par de orejas en buen estado y una mente libre de prejuicios para gustar de la buena música; misma que tampoco puede ser aburrida puesto que es de una variedad infinita.
Es necesario librar al pueblo de estas como de tantas otras supersticiones ilustrándolo con la luz del verdadero saber.
Y entramos con esto en los terrenos del maestro. Pero si el maestro puede enseñar a sus alumnos que no hace daño cortarse las uñas en viernes y que no pasa nada si se sale de casa con el pie izquierdo, no debe desconocer a quienes nos han legado el gran arte sonoro, porque en esto sería tan ignorante como sus discípulos.
Me apresuro a decir que la culpa de tal ignorancia no la tienen los maestros sino la escuela que los formó: el plan de estudios que no incluía la asignatura, el programa de la asignatura que no correspondía a su finalidad, o las enseñanzas del maestro de música que no correspondían al programa. De todo esto ha habido. Porque es opinión común que la música en las escuelas sirve para solaz vacuo o para nada; muy pocos ven su valor educativo y no le asignan un papel análogo, en la formación del futuro maestro, al de las matemáticas o al de la pedagogía.
Señores Directores, concedámosle a la música una categoría semejante a la de las otras asignaturas formativas e informativas, de la carrera de maestro. Si éste necesita saber pedagogía y psicología para poder llegar a la mente del niño, no necesita menos de la música para llegar a su sensibilidad y modelarla también formando su gusto y su juicio estético. Si el maestro necesita no tener vicios en su lenguaje para poder enseñar a hablar a sus alumnos, también necesita saber música y tener educado el gusto para iniciar a sus alumnos en el cultivo del arte sonoro.
La finalidad de la clase de música en las escuelas normales es dar cultura musical, lo más sólida posible, a los futuros maestros. Enseñarles solfeo que es la base del saber musical, historia de la música para que conozcan lo más importante que en este arte ha producido la humanidad, historia que no ha de consistir en una acumulación de datos, sino en el aprendizaje de la música de las distintas épocas y países: han de aprender canto coral con dos propósitos: ponerlos en contacto con la buena música y enseñarles los cantos que transmitirán posteriormente a sus discípulos.
Sólo después de que estas finalidades se hayan cumplido puede desempeñar la música en la escuela otras funciones. Es preciso que sea hasta haber llenado su papel de instrumento formativo, cuando la música empiece a ser fuente de sano y elevado deleite, porque sólo la buena música es la que ha de difundirse en la comunidad circundante para bien de nuestra cultura patria.
Es conveniente insistir en que sólo la buena música merece ocuparse de ella, porque es en la escuela donde suele colarse, sin tropiezos, la mala música. La educación supone siempre un esfuerzo; y el aprender a estimar la buena música también lo supone, pero no es tan grande como algunos temen, ni deja de tener compensaciones inimaginables.
Esta tarea de educar musicalmente se parece mucho a la de limpiar el idioma. En una y otra hay que hacer que los educandos puedan expresarse correctamente y que logren entender a los otros, a fin de que sean capaces de captar y valorar las excelsitudes del pensamiento humano.
Así, señores míos, no permitan que los alumnos flaqueen; no justifiquen sus faltas, no usen el tiempo señalado para la clase de música en otra actividad, piensen ustedes que la música no es fácil de asimilar y que el futuro maestro ha de aprenderla para ser un educador completo; no le pidan al maestro que enseñe a los muchachos ninguna canción de moda, ni que enseñe instrumentos “de oreja”. Pídanle, sí, que forme un coro, que enseñe algún instrumento, pero por nota, que colabore en los programas cívicos de la escuela con lo mejor del repertorio coral. No se alarmen si ven en el programa el nombre de Bach o de Mozart: no pasa nada si se cantan bien.
Les diré que mi propia experiencia me ha enseñado que los públicos sencillos gustan de las obras más exquisitas de manera extraordinaria. He recorrido el país con mi Coro de Madrigalistas y he hecho oír, por ejemplo, la distante pero maravillosa música del Renacimiento a niños de primaria, a muchachos de secundaria, a campesinos, a obreros, a indígenas, siempre con éxito.
Les ruego señores directores y maestros que hagan suyo mi propósito de desterrar de nuestras escuelas la música canallesca y el corito escolar bobo y mal hecho, y den forma a nuevas generaciones de mexicanos completos y de buen gusto.
Su respetuoso amigo
Luis Sandi
[1] Se recomienda la audición de algunas de sus obras más representativas. Audio 1: Pirécua Tsik Tsik Tsapiratiecha (florecita) Arreglo de Luis Sandi. (Coro L´Altalena Ensemble Vocal. NESTLÉ, 2003)
Audio 2: Luis Sandi – Hoja de álbum n° 2 . (Omar Hernández, viola. Mauricio Nader. Piano.QUINDECIM, 2007)
Audio 3: Luis Sandi – Scherzando de la Sinfonía n° 2. (Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México. Fernando Lozano, director. (CONACULTA, 1998)
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