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La evaluación en la NEM: entre la calificación y la formación

Por: Abelardo Carro Nava

 

Vivimos en un país sui géneris, donde el Sistema Educativo solicita a sus maestras y maestros, registren las evaluaciones/calificaciones de sus estudiantes en una plataforma justo un mes antes de que concluya el ciclo escolar. Un proceso que, por donde quiera que se mire, tiene varias aristas de análisis, sin embargo, me limitaré a señalar algunas de ellas porque, como parece obvio, el tema que me ocupa tiene que ver con un aspecto fundamental dentro de lo que hemos llegado a conocer con el nombre de Nueva Escuela Mexicana y por lo que, en próximas fechas, se estará trabajando en los Consejos Técnicos Escolares (CTE) en todo el territorio mexicano.

Desde hace ya varias décadas, como bien lo han señalado investigadores, académicos o especialistas en la materia, en nuestro Sistema Educativo Nacional (SEN) se ha confundido dos conceptos que, aunque se pudieran ubicar en un mismo plano, la realidad es que difieren en cuanto a sus propiedades, me refiero lo que se conoce con el nombre de calificación y evaluación. El primero, como pareciera obvio, en los últimos años ha eclipsado el de la evaluación propiamente dicha porque, imagino, a algún sabio detrás de un escritorio se le ocurrió decir que todo aprendizaje debía ser medido y, en consecuencia, cuantificado, delegando a un segundo plano un proceso que, desde mi perspectiva es más profundo, rico en posibilidades y análisis sobre el proceso formativo de los principales protagonistas en las escuelas: los alumnos y sus profesores.

Indudablemente el acto de calificar, es decir, asignar un número, está directamente vinculado con lo administrativo que desde hace tiempo se implementó en cada una de las escuelas mexicanas. Se califica un examen, se califica una tarea, se califica un trabajo hecho clase, se califica el número de trabajos entregados durante una unidad de aprendizaje, se califica el comportamiento, etcétera, etcétera, etcétera; es decir, a todo se le va asignando un número con la finalidad de que se obtenga una calificación numérica final y, como parece obvio, al final se tendría en las escuelas a alumnas y alumnos de diez, nueve, ocho, siete, etcétera, etcétera, etcétera, esto dependiendo del número que se la haya asignado. ¿Este proceso de asignación numérica refleja la adquisición de un aprendizaje? En fin. Sigamos.

Si consideramos que el proceso descrito en el párrafo anterior se desarrolla en buena parte del SEN, entonces debemos incluir dos elementos que me parecen fundamentales: los maestros y los estudiantes. Los primeros porque, a juicio o criterio fundado en su experiencia, conocimiento, diseño y elaboración de instrumentos de evaluación – la famosa y conocida “instrumentitis” –, entre otros, asignan ese valor numérico, ya sea en primaria o secundaria (por mencionar solo dos subsistemas) para que al final del o los trimestres registren y entreguen un número – con ciertas observaciones –, mismas que serán incorporadas a la boleta de calificaciones; calificaciones que, hay que decirlo, se han convertido el eje de trabajo docente y educativo en cada una de las instituciones escolares. ¿Este proceso de asignación numérica refleja la adquisición y valoración de un proceso de enseñanza y de aprendizaje? Sigamos.

Por otra parte, pienso que los estudiantes que ingresaron a este SEN hace unas décadas, bajo esta modalidad y/o cultura evaluativa que han conocido, prácticamente desde que han ingresado a la escuela, es muy probable que hayan comprendido que lo importante no es aprender bajo un proceso crítico y/o reflexivo fundado en el diálogo con uno mismo, con sus compañeros o con el docente, sino mediante la obtención de un número que les da un “valor numérico” al interior del aula y escuela, pues ello refleja dicho aprendizaje. En consecuencia, pareciera ser que lo importante es obtener “buenos” números, aunque no se reflexione la forma o manera en que se obtiene ese número por más “bueno” que sea. Entonces, podría decirse, que el cumplir con una tarea, resolver un ejercicio en clase, entregar un número determinado de trabajos a lo largo de la unidad o el estudiar de un día para otro para responder un examen, etcétera, etcétera, etcétera, se ha convertido en el mecanismo bajo el cual, desde mi perspectiva, ha girado el SEN.

Y bueno, si esto no fuera suficiente, hace varios años hicieron acto de presencia en nuestro país, los exámenes estandarizados provenientes del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA), la Evaluación Nacional de Logros Académicos en Centros Escolares (ENLACE), Plan Nacional para la Evaluación de los Aprendizajes (PLANEA) y, recientemente, los de Evaluación Diagnóstica para las Alumnas y Alumnos de Educación Básica (MEJOREDU), todos con la peculiaridad importante: medir el aprendizaje bajo ciertos estándares, parámetros o criterios; aunque, por ejemplo, en el último señalado se refiera que no se busca calificar, clasificar, juzgar o etiquetar a los estudiantes, cuando en realidad los docentes tienen que descargar los instrumentos de evaluación que no son otra cosa más que exámenes, imprimirlos (con sus propios recursos), aplicarlos y calificarlos porque ello… ¿indicaría un aprendizaje?. Otra vez, ¿esto refleja la adquisición y valoración de un proceso de enseñanza y de aprendizaje o, para acabar pronto, simplemente refleja una forma de evaluación en extremo burocratizada que necesariamente tiene que superarse?

¿Qué pasaría si a dicho proceso evaluativo se le quitara ese carácter administrativo y burocrático que termina en la asignación de una calificación?, ¿qué pasaría si dejaran de aplicarse esas evaluaciones estandarizadas que poco o nada han aportado a los procesos educativos y de aprendizaje en los planteles escolares?, ¿qué pasaría si a la maestra o maestro se le quitará toda esa carga administrativa y burocrática que deja poco espacio para la realización de formas de evaluación relacionadas, por ejemplo, con la observación y registro de los procesos de aprendizaje de sus estudiantes?, ¿qué pasaría si se hiciera efectiva la autonomía profesional de las maestras y los maestros para que diseñen sus propios procesos de evaluación, debidamente contextualizados y, mediante los cuales, se pudiera establecer una análisis y reflexión sobre la trayectoria de sus alumnos?, ¿qué pasaría si se hiciera efectiva la tan nombrada evaluación formativa en cada uno de los centros escolares?

Como se sabe, en el plan de estudios 2011 se señalaba que la evaluación formativa se realizaría durante los procesos de aprendizaje que permitirían valorar los avances de los alumnos; en el plan 2017, se dijo que el enfoque formativo de la evaluación se consideraba de esta forma, porque debía realizarse con el propósito de obtener información para que cada uno de los actores tomara decisiones que condujeran al cumplimiento de los objetivos educativos; y, en el plan de estudios 2022 próximo a implementase, se considera esta evaluación formativa a partir del seguimiento que realicen los profesores del proceso de aprendizaje de los estudiantes considerando su desarrollo en diferentes contextos y experiencias de su vida cotidiana y, para ello, trabajar de manera conjunta entre alumnos y docentes, priorizaría la reflexión y conciencia sobre lo aprendido, delegando a un segundo plano la acreditación a partir de su calificación.

Este último es un proceso que, por donde quiera que se mire, puede ser sencillo de escribir, sin embargo, el complejo SEN y la cultura que se ha construido desde hace varias décadas podría dificultar su implementación; no obstante, y eso lo tengo clarísimo, si en verdad este gobierno y esta Secretaría de Educación consideran impulsar un cambio y transformación importante en el medio educativo, tendrían que comenzar por dejar atrás esas evaluaciones estandarizadas, darle mayor peso a la evaluación formativa establecida en el plan de estudios 2022 desburocratizando la evaluación que ocurre en el aula. Ya han sido varias décadas de esto último o… ¿me equivoco?

En sentido estricto, la Secretaría de Educación Pública está en la posibilidad de lograr la coherencia entre un plan de estudios que busca superar a los anteriores y una evaluación que posibilite una manera diferente de valorar los aprendizajes; desde luego, pienso en la incoherencia que ha sido manifiesta con este gobierno, que prometió revalorizar a las maestras y maestros, pero ha mantenido a una USICAMM que lo único que ha hecho es desvalorizar al magisterio mediante la aplicación de exámenes estandarizados.

Creo, el momento es propició para dejar un buen legado. Ya veremos que ocurre en los CTE.

Al tiempo.

Fuente de la información: https://profelandia.com

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Evaluaciones escolares Tiránicas

Por: Heriberto Prieto Zamudio

«La Tiranía de las evaluaciones es el mayor lastre educativo para el desarrollo humano y formación ciudadana que tanto demanda la era digital…»

El período evaluatorio es la parte del proceso de enseñanza aprendizaje que culmina con asignar una calificación en función de valoración a los aprendientes. ¿Pero qué pasa cuando se realiza ante el autoritarismo docente y descontento de alumnos y padres de familia?

Inicia el curso, en la primera clase el Profesor se dirige a sus alumnos dando la bienvenida, presentándose, dando a conocer el contenidos del curso, los insumos de trabajo, la forma de trabajo y de evaluación. Durante la sesión dice la siguiente frase “Esto no es una Democracia así que lo que yo diga es lo que se hace”, con ella coarta toda posibilidad de una enseñanza democrática y justa

Evaluar es parte de un proceso de un curso. El docente establece los aspectos cómo se llevará a cabo la evaluación pero también implica especificar los criterios de evaluación que se llevarán a cabo con los cuales tomará en cuenta para asignarle una calificación. Es por ello que no puede dejar lugar a duda sin especificar los medios, días y horas en los que se llevará, cualquier cambio deber ser anticipadamente previo a una semana antes por lo menos.

Pero volviendo a la frase autoritaria desgastada en el tiempo para un sistema educativo protocolario de alto rigor apegado a tradiciones que pese a los cambios con un mundo más informado por el uso de las tecnologías de la información y comunicación, en un sistemas educativos donde se promueve el cambio a la democracia. La ética profesional es considerada por el propio egocentrismo del docente al afirmar “Yo estoy bien por encima de todo es mi libertad de cátedra y nadie me puede tocar”.

Algunos docentes ante los cambios que conlleva el uso de las tecnologías, la digitalización y los cambios del modo de vida ante la nueva normalidad han tomado actitudes que en una clase presencial han replicado a sus anteriores prácticas de los espacios cerrados a un espacio en línea donde lo transmitido es visto por otros. Pero el mayor mal está en qué ante el colectivo de padres y alumnos las carencias de la capacidad del docente se refleja por sus propias excusas.

Las actitudes de los docentes se repiten durante el desarrollo de los cursos el que un alumno tiene mala conexión de internet o un dispositivo digital de limitadas capacidades sus fallas son recurrentes. Lo que origina el enfado de algunos docentes al no poder empatizar con él alumno y ser reprimidos con quedar fuera o tener menor puntaje. Una falta de consideración o empatía hacia al alumno que merma la dignidad de los alumnos, situación que desmotiva aprendizajes.

Pasamos a los extremos cuando el docente pasa a un grupo reducido o si no es que a uno solo aprobado, generando inconformidades a la mayoría de un grupo. Al no ser de la empatía del docente para motivar e incentivar al resto de sus grupos a trabajar en sus clases.

Los niveles de aprendizaje de los alumnos por los docentes que sin cambiar sus prácticas educativas (perpetuarse en el tiempo) y sin empatía con sus alumnos. Para mantener sus niveles de aprobación escolar realizan instrumentos evaluatorios con niveles que escasamente llegan a lo elemental.

El usar instrumentos evaluatorios o reactivos con niveles de complejidad elemental en los aprendizajes fundamentales están condenando a la carencia en competencias en el desarrollo del pensamiento critico y creativo dejando indefensos para los trabajos futuros.

La razón principal de una evaluación sea memorística o de desempeño de los alumnos su fin está en saber si tiene las competencias disciplinares y genéricas, también las socioemocionales que se dan en la misma proporción que el docente impacta en sus alumnos.

Cómo bien lo dice Lawrence Stenhouse en 1984:

“La evaluación es el medio menos indicado para mostrar el poder del profesor ante el alumno y el medio menos apropiado para controlar las conductas de los alumnos. Hacerlo es síntoma de debilidad y de cobardía, mostrándose fuerte con el débil, además de que pervierte y distorsiona el significado de la evaluación.”

La Tiranía de las evaluaciones es el mayor lastre educativo para el desarrollo humano y formación ciudadana que tanto demanda la era digital.

¿Y tú docente realizas evaluaciones Tiránicas?


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Fuente e Imagen: https://profelandia.com/evaluaciones-escolares-tiranicas/

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¿Pensamiento crítico o memorización? Así es la educación que viene

Por: María Antonia Casanova

Está plenamente aceptado que nos encontramos en una sociedad de la información (dicen también que del conocimiento, afirmación dudosa si se refiere al conjunto de la población). Recibimos noticias de todo tipo desde muy diversos medios, más o menos tradicionales: prensa, radio, televisión, internet o redes sociales. Esto deriva en la posibilidad de acceder a cualquier tipo de saber en pocos minutos o, incluso, segundos. Todos tenemos esa experiencia.

Resulta obvio que cualquier circunstancia importante que modifique la realidad social debería tener repercusión directa e inmediata en los planteamientos del sistema educativo y, por hablar más concretamente, en el quehacer diario dentro de las aulas.

¿Está la educación estancada?

La educación institucional, sistémica, parece haberse estancado en principios clásicos, ya superados, que en su momento justificaron su aparición. Ciertamente, cuando todo el saber de la Humanidad se resumía en el Trivium y el Quadrivium (como ejemplo simplista, claro), la persona podía aspirar a dominarlo. Hoy no es así. Como afirma la investigadora Beatriz Pizarro, “el volumen de noticias e información que manejaba un hombre del siglo XVI en toda su vida era inferior al que cualquier hombre actual puede leer en una edición de The New York Times del domingo”.

Es decir, con un simple click es posible disponer de tres millones de respuestas a nuestra pregunta en veinte segundos. Sobra información, quizá. El problema se presenta a continuación: ¿qué hacemos con tanta respuesta?, ¿es fiable toda esa información?, ¿cuál responde a mis intereses? Muchas más preguntas que el buscador de internet no nos va a contestar.

Hay que plantearse, entonces, cuál es la formación que realmente necesitan las jóvenes generaciones para manejarse de forma autónoma en esta sociedad para acceder en igualdad de oportunidades a los distintos ámbitos en los que se desenvolverá su vida, para poder participar como ciudadano sin menoscabo de sus libertades.

Evidentemente, no será correcto continuar con un sistema que permita obtener títulos a base de memorizar informaciones que no se comprenden y que no capacitan para esta vida actual. Es necesario transformar el modelo y equilibrar el papel que deben jugar las diferentes competencias imprescindibles en la formación integral de la persona y, en consecuencia, organizar el diseño curricular en torno a las estrategias metodológicas y procedimientos de evaluación que resulten coherentes para alcanzar ese dominio de las competencias y objetivos que favorezcan la autonomía personal y la capacidad de seguir aprendiendo a lo largo de la vida.

En el título se cita el pensamiento crítico porque es lo opuesto a la memorización sin sentido. La posibilidad de cuestionar/se la utilidad de ciertos conocimientos nace de la capacidad de pensar autónomamente.

No hay que limitarse a repetir sin comprender. Eso deriva en un olvido inmediato en cuanto cumple el cometido para el que se memorizó: reflejarlo en un examen y obtener una calificación. Es un proceso inútil, que supone una pérdida irrecuperable de tiempo y de vida que, por supuesto, no garantiza ninguna formación adecuada ni actitudes positivas hacia el aprendizaje permanente.

Cultivar el pensamiento crítico, divergente y creativo es la base del avance en la creación de estructuras mentales que nos hagan crecer como personas. Es contar con la seguridad de que seremos capaces de discernir entre las múltiples informaciones (o infoxicaciones) recibidas desde diversos medios y de no dejarnos manipular (dentro de lo posible) por las mismas.

Y esto no es difícil trabajarlo en el aula (muchos docentes lo saben y lo practican). Tenemos a nuestra disposición tanto la prensa como internet o cadenas de televisión, herramientas que nos ofrecen la misma noticia con enfoques incluso contrarios.

Los niños y adolescentes distinguen perfectamente esas variedades de matices y de enfrentamientos, en su caso. Y pueden argumentar en favor o en contra, debatir los puntos de vista recibidos. Conclusión: fomentar el pensamiento crítico es una tarea asequible, desde ya, para llevarla a la cotidianidad del quehacer educativo.

El alumnado como protagonista

Eso sí, hay que aparcar la repetición literal de lo que dice el libro o el maestro. Hay que emprender una tarea renovadora en la que el alumnado sea más protagonista, para lo cual se cuenta con estrategias ya conocidas e implantadas, cada día más, en nuestros centros: método de proyectos, aprendizaje basado en problemasen retos o en tareas, asambleas, aprendizaje basado en juegos, debates, mapas mentales o conceptuales, trabajo cooperativo, diálogos simultáneos y un largo etcétera que estimula a implementar nuevas formas de hacer que, sin dejar de dominar determinados conocimientos necesarios y excelentes, favorecen el aprendizaje autónomo y, por lo tanto, el desarrollo del pensamiento propio y la competencia para defenderlo.

Todo ello, acompañado de una evaluación que valore los aprendizajes conseguidos ya que, en este caso, no resulta posible hacerlo mediante un examen tradicional. Cooperar, debatir, respetar al compañero, argumentar, opinar o buscar información no son tareas evaluables en dos horas cada tres meses. Hay que valorarlas día a día, mientras se llevan a cabo las actuaciones propuestas y realizadas en el aula.

Hay que pasar de un procedimiento puntual y escrito a otros variados que ofrezcan información acerca de cómo se aprende, qué se aprende o cómo se colabora: observación, entrevista, sociometría, fotovoz, etc., plasmando los datos obtenidos en anecdotarios, listas de control, escalas de valoración y fotografías. Esto tampoco es difícil ni precisa de nueva legislación. Está todo contemplado en la autonomía pedagógica que poseen los centros, por lo que se puede aplicar ya.

Si metodología y evaluación son coherentes y, además, persiguen lograr esa autonomía de pensamiento que reclamamos, lo vamos a conseguir. En los tiempos que corren no es una ocurrencia, sino una necesidad imperiosa formar (formarnos) personas íntegras, autónomas, con pensamiento propio y capacidad de defenderlo, evitando así la manipulación evidente que se pone de manifiesto todos los días en nuestro contexto vital.

En espera de un nuevo diseño curricular

Las noticias que nos van llegando desde el Ministerio de Educación y Formación Profesional parece que responden a estas exigencias sociales y curriculares.

Ojalá se plantee un currículum más centrado en competencias necesarias para vivir en sociedad (al fin, en conocimientos aplicados, no puramente memorísticos), que favorezca el trabajo interdisciplinar y cooperativo, la colaboración activa entre el profesorado del centro y la promoción de planteamientos que fomenten, realmente, la transformación educativa que se espera desde muchos sectores profesionales.

Si la norma legal ayuda a nuevos enfoques, no cabe la menor duda de que el impulso que precisa la educación actual podrá ser un hecho que transformará la vida y permitirá avanzar con cierta confianza en un contexto incierto como el que tenemos en estos tiempos.

Fuente: https://theconversation.com/pensamiento-critico-o-memorizacion-asi-es-la-educacion-que-viene-158386

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La difícil tarea de educar a los padres para la evaluación del primer trimestre

 Abelardo Carro Nava

En estos días, en los que los profesores se dieron a la tardea de evaluar las actividades desarrolladas con sus alumnos durante el primer trimestre del ciclo escolar 2020-2021 para registrar una valoración o calificación en las boletas – según el grado y nivel que corresponda –, se han develado varias cuestiones que, desde mi perspectiva, son importantes recuperar con la intención de que podamos reflexionar, sobre las diversas circunstancias que giran alrededor de los aprendizajes y evaluaciones de los miles de alumnos que se encuentran inscritos en el Sistema Educativo Nacional (SEN). Y es que, si bien es cierto que la pandemia por el Covid-19 vino a modificar la forma en que se trabajan los contenidos contemplados en los planes de estudio de los diferentes niveles educativos, también es cierto que esta nueva dinámica de trabajo, ha exigido un enorme esfuerzo de los diferentes actores involucrados en el proceso de enseñanza y aprendizaje; me refiero pues, a los maestros, alumnos y padres de familia. Una triada que, sin lugar a dudas, es fundamental para el desarrollo de los educandos.

Obviamente, el rol que ha jugado el docente en este proceso, ha sido una pieza importante en este engranaje educativo durante el aislamiento; por esta razón, cobra singular importancia el conocimiento que éste tiene en cuanto al abordaje de los contenidos puesto que, con ello, puede detonar el cúmulo de habilidades de sus alumnos para que realicen las actividades en casa. Y bueno, de este quehacer docente ya he dado cuenta en diversas publicaciones a través de este espacio, y otros, que tan amablemente me abren las puertas cada semana; por lo tanto, no profundizaré al respecto.

Ahora bien, de las actividades que plantea el profesor a sus alumnos, ¿se desprende la evaluación propiamente dicha? Desde luego. Como sabemos, de éstas se desprenden las tareas y productos que “demuestran” el logro alcanzado por éstos. En este sentido no está por demás mencionar que, para que el chico conozca qué es lo que se quiere lograr con estas actividades, es indispensable que el maestro de a conocer, en primera instancia, la serie de indicadores de logro que habrán de tomarse en cuenta para su realización, mismos que le servirán de base al profesor, en un segundo momento, para elaborar un instrumento de evaluación con criterios que, desde luego, se desprenden de los indicadores de logro dados a conocer desde el principio. Indudablemente, este es un ejercicio que, de cierta forma, brinda claridad a ambos actores en cuanto el desarrollo y evaluación de las actividades.

¿Cuál es el papel de los padres de familia en este proceso?, ¿sería suficiente que el padre de familia conociera las actividades que le ha encomendado el profesor a su hijo? NO. Desde mi perspectiva, es necesario que el padre o madre del chico, también se entere de los indicadores de logro y criterios de evaluación que he referido. Esto con el propósito, de orientar y supervisar que su hijo vaya trabajando conforme ha sido especificado en éstos y por el profesor a cargo del grupo. ¿Puede el docente inventarse esos indicadores y criterios? NO porque éstos se ajustan, o deben ajustarse, a los contenidos establecidos en el plan de estudios.

Ahora bien, ¿el seguir puntualmente estos indicadores y criterios en el desarrollo de las actividades asegura que el alumno adquiera un aprendizaje? Esto depende de varios factores, pero en sentido estricto, podría decirse que asegura que el proceso como tal, cumpla con los requerimientos para que se logre y adquiera ese aprendizaje. Luego entonces es sumamente importante, que una vez que el alumno haya entregado o enviado sus evidencias de aprendizaje, el profesor las revise, retroalimente y las realimente, hecho que desde luego daría continuidad al proceso formativo de sus estudiantes.

¿Qué pasa si un padre de familia no ha estado al tanto de las actividades, no ha orientado a su hijo cuando realiza éstas o, de plano, no se ha interesado en este proceso desde que inicio el confinamiento? Digo, es necesario ubicarnos en una realidad que, valga la redundancia, es tan real como parece. Y es que, durante este periodo de tiempo, hemos visto a: a) padres que han estado en todo este proceso con sus hijos y que les han brindado todo su apoyo para realizar el trabajo en casa; b) padres que intermitentemente se han involucrado en este este proceso porque sus actividades, principalmente, laborales y económicas, les impiden estar de tiempo completo con ellos; c) padres que no han estado en todo este proceso porque no tienen las condiciones económicas y/o educativas para esto; d) padres que no han estado en este proceso, aunque tienen todos los medios para ello. En cualesquiera de los casos, resulta preocupante lo que en los dos últimos incisos señalo, porque indiscutiblemente, tales situaciones repercuten en el aprendizaje que deben adquirir los chicos.

Ciertamente, así como la planteó la Secretaría de Educación Pública (SEP), para la evaluación de los aprendizajes esperados de los alumnos durante este primer semestre, en el momento en que el maestro o maestra no cuente con información suficiente sobre la participación de un estudiante desde que inició el ciclo escolar, tendría que anotarse en la boleta de evaluación la leyenda: “información insuficiente” (cuando la participación del estudiante haya sido intermitente” o “sin información” (cuando no se haya tenido comunicación con el educando) (SEP, 2020). Esto, desde mi punto de vista, tiene dos aristas a considerar: 1. Que colocar esa leyenda no significa que el chico haya reprobado porque el documento de “Orientaciones pedagógicas para la evaluación del aprendizaje para la educación preescolar, primaria y secundaria en el periodo de contingencia sanitaria” en ningún momento lo señala; 2. Que esta situación, propicie que los padres de familia que tienen todos los medios para apoyar a sus hijos en su proceso formativo pero que obviamente no lo han hecho, sigan de la misma manera durante el siguiente trimestre; al fin de cuentas, éstos podrían pensar que en su momento el profesor y/o la escuela, tendrían que buscar la forma de “regularizar” a estos alumnos y, por lo tanto, de evaluarlos. ¿Menuda situación no cree?

Pienso que esto último, es un gran error, porque si bien es cierto que muchos padres de familia no cuentan con los recursos (materiales o intelectuales) para apoyar a sus hijos, también es cierto que hay quienes sí los tienen, pero no hacen lo necesario para participar con ellos. ¿Qué tendría que hacer la SEP al respecto? En primera instancia, emitir un protocolo con la intención de que los docentes y directivos, puedan dar un puntual seguimiento a cada uno de los casos que sean registrados con la leyenda “información suficiente” o “sin información”. En artículos anteriores, ya he señalado la diversidad de circunstancias por las que podría estar pasando el alumno y sus padres de familia y, en razón de ello, deben de valorarse y registrase cada uno de esos casos, pero siguiendo un protocolo. En un segundo momento asignarles a los directivos, la responsabilidad de comunicarse (vía telefónica y por escrito) con los padres de familia para que, mediante una entrevista, puedan conocer las razones de su falta de participación en las actividades con sus profesores, pero también, para invitarles a que participen con sus hijos. Claro, habrá quién por el momento no pueda hacerlo por algunas de las razones que ya he expuesto, pero seguro estoy, que habrá otros que no han participado porque no han querido. Finalmente, pienso que la Secretaría, a través de los canales y programas de radio en los que se trasmite la estrategia “Aprende en Casa II”, puede difundir cápsulas informativas con la intención de concientizar a dichos padres de familia.

¿Maestro le pudo mandar las evidencias de aprendizaje de todo el trimestre de mi hijo?, ¿qué tareas le falta por mandar a mi hija?, ¿qué puedo hacer para que mi hijo no repruebe?, ¿por qué va a reprobar mi hijo si yo le he mandado algunos productos de las actividades que ha hecho mi hija?, ¿con los trabajos que le he enviado de mi hijo, éste no alcanza un 6 de calificación? Son algunos de los cuestionamientos que, en los últimos días, varios docentes han escuchado de algunos padres de familia. Un asunto hasta cierto punto “normal” por la situación que estamos viviendo, pero, ¿no sería mejor que cada actor, en la medida de sus posibilidades, hiciera la parte que le corresponde para beneficiar a los miles de alumnos que cursan el preescolar, primaria y secundaria? Sé que este cuestionamiento contiene un planteamiento un tanto utópico, pero, ¿no acaso tenemos una responsabilidad con nuestros hijos?


Referencias:

Sep. (2020). Circular DGCD/DGAIR/001/2020. Orientaciones pedagógicas para la evaluación del aprendizaje para la educación preescolar, primaria y secundaria en el periodo de contingencia sanitaria generada por el virus SARS-CoV2 (Covid-19) para el ciclo escolar 2020-2021.

Fuente e imagen: https://profelandia.com/la-dificil-tarea-de-educar-a-los-padres-para-la-evaluacion-del-primer-trimestre/

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Los y las estudiantes no somos un simple número (calificación), sino algo más complejo (evaluación)

América del Norte/México/12-01-2020/Autor(a): Luis Miguel Alvarado Dorry/Fuente: El autor escribe para Otras Voces en Educación

Por: Luis Miguel Alvarado Dorry

En el contexto laboral de la jefatura de sector número 17 de educación primaria de la ciudad de Ocosingo, Chiapas, México, hablar de evaluación es muy complejo a partir de las realidades de cada uno de los integrantes que laboramos en ella, asimismo de los adscritos. Este centro de trabajo está ubicado en la cabecera municipal de Ocosingo, Chiapas, México tiene a su cargo 110 escuelas, la gran mayoría ubicadas en lugares muy marginados socioeconómicamente; atiende a cinco supervisiones escolares, cuatro dentro de la misma ciudad y una en el municipio vecino de Altamirano, Chiapas.

Las escuelas primarias que tenemos adscritas a esta jefatura de sector están ubicadas a lo largo y ancho del municipio de Ocosingo y municipios circunvecinos (Altamirano, Chilón, Oxchuc) la gran mayoría son en comunidades de difícil acceso por su accidentada geografía, pues éstas, se encuentran en las montañas del oriente del estado de Chiapas, México.

De lo anterior, estos municipios predominan grupos originarios que hablan en su lengua materna el tzeltal; por su diversidad cultural, geológica, social y económica, a los y las docentes monolingües (hablan en su lengua materna el español) se les dificulta mucho tanto adentrase a estos lugares, comunicarse con ellos y ellas, y aprender de sus costumbres, pues estos, generalmente son de otras partes del estado, a pesar de estas inclemencias que obstaculizan el proceso educativo, los y las docentes realizan un arduo esfuerzo por llevar a cabo su labor.

A partir de la siguiente premisa –los y las estudiantes no somos un simple número (calificación), sino algo más complejo (evaluación)- precisaré la problemática que emana sobre la evaluación en el ámbito educativo en un rinconcito de la selva lacandona. En una de sus definiciones de la Real Academia Española la evaluación es connotada como “examen escolar” (Española, 2018); una definición un tanto reduccionista por la complejidad que conlleva éste término en el ámbito educativo.

Lo cual, ha llevado a hacerme las siguientes interrogantes sobre la evaluación educativa desde mi contexto laboral: ¿Qué es evaluar? ¿Qué se evalúa? ¿Para qué se evalúa? ¿Cómo se evalúa? ¿Cuándo se evalúa? ¿Dónde se evalúa? ¿Para quién se evalúa?, que trataré no de definir por las complejidades de ésta, sino de acercarme un poco a las realidades conceptuales que los y las docentes tienen en esta época contemporánea impregnada de hegemonía y emancipación.

La evolución de la connotación de evaluación ha ido cambiando a lo largo de los años, en principio, en el medioevo se utilizó en el sentido de intereses del mercado, es decir, para examinar el valor de productos comprados-vendidos o trabajos terminados. Asimismo, se empezó a usar en China un instrumento excluyente para la selección de individuos inferiores y superiores, llamado “examen” (Ahumada, 2005).

En el México independiente, a mediados del siglo XIX la compañía Lancasteriana se posicionó como el centro más importante y único sobre acreditación del sector privado de su época, usando como instrumento el examen oral, este se trataba de la exposición oral de una persona (que necesitaba acreditación), sobre temas establecidos por este organismo, a personas confinadas a esta tarea (jurado calificador), enfocada más a recitar la información memorizada que a la comprensión, aprehensión y construcción de ésta (Ruíz, 2007).

En el México contemporáneo, el pasado sexenio se consolidó por decreto presidencial la creación del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) en el año 2002 (INEE, 2013) para medir, fiscalizar y dar a conocer resultados de los procesos del sistema educativo nacional diseñando baterías de pruebas estandarizadas dirigidos a docentes y estudiantes.

Lo anterior, con el hito de estimulación social y económica para los y las docentes, si los resultados de los y las estudiantes son favorables o idóneos, mientras que, los y las docentes, nos enfrentaríamos a una prueba estandarizada, punitiva y excluyente que, puso en juego el trabajo colectivo de base, en este sentido, no dista mucho de la conceptualización de la evaluación desde sus inicios, por el contrario, a mi perspectiva, a esto le llamaría calificar y no evaluar.

En pleno siglo XXI en el discurso del plan de estudios 2011 de educación básica aunque mencionan que la evaluación debe ser formativa y, que los y las docentes, deben indagar, obtener información, discernir y tomar decisiones para lograr los aprendizajes esperados en los y las estudiantes (SEP, 2011), al final debe sumarse todos estos elementos para asignar un número con el fin de acreditación, cosificando así al ser humano.

Por el contrario, la evaluación educativa va más allá de una simple asignación de valor simbolizado en un número que, explícita e implícitamente, tiende a ser excluyente, por lo tanto, es un proceso investigativo por parte de los y las docentes que, continuamente, recaban información pertinente de cada estudiante para luego analizarlos e interpretarlos (Álvarez, 2001), la evaluación entonces, busca la inclusión y la atención a lo diverso.

Ante ésta ambigüedad discursiva de la evaluación formativa, legitimada en las políticas públicas en educación, los y las docentes y, los y las estudiantes, se ven forzados a alcanzar estándares rigurosos a nivel internacional recomendados (o bien impuestos) por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE, 2010), a la que nuestro país rinde cuentas.

Este organismo impone a su vez evaluaciones (exámenes) como instrumentos de control, particularmente el Programe for International Student Assessment (PISA), traducido por el INNE como “el Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes” (Gobierno de México, 2015), a partir del año 2000 dirigidos a estudiantes con 15 años de edad, midiendo el rendimiento de las asignaturas de matemáticas, lectura y ciencias.

De lo anterior, se legitimaron otras evaluaciones en los niveles de educación básica y bachilleratos a nivel nacional como lo fueron los “Exámenes de la Calidad y el Logro Educativo (EXCALE), estos se rotaban cada “año grados (de 3º a 6º de primaria y de 1º a 3º de secundaria)”, midiendo la utilidad de las asignaturas de español, matemáticas y ciencias, hasta el año 2013, y la Evaluación Nacional de Logro Académico en Centros Escolares (ENLACE) a partir del 2006 (SEP, 2014) y, el Plan Nacional para la Evaluación de los Aprendizajes (PLANEA)  a partir del 2015 (SEP, 2019), dirigidos a estudiantes de tercero a sexto grados de primaria y de primero a tercer grados de secundaria, midiendo asignaturas de español y matemáticas en específico y, el último grado de media superior en lectura y matemáticas.

Se puede apreciar en los tres distintos exámenes que, en específico, solo miden el rendimiento en las asignaturas de español, matemáticas y ciencias, omiten las asignaturas humanas como artísticas y educación física, pero ¿por qué sucede esto?, sucede por las imposiciones que hacen los organismos financieros internacionales que jerarquizan las asignaturas donde predominan las ya mencionadas, las cuales, instrumentalizan las subjetividades ad hoc al consumismo de las innovaciones tecnológicas.

En esta disyuntiva, la concepción sobre evaluación que tienen la mayoría de los y las docentes de educación primaria de las escuelas adscritas a la jefatura de sector número 17 del estado de Chiapas, es menester con fines de acreditación, es decir, por lo general, evaluar para ellos(as) es saber qué tanto saben (memorización) los y las estudiantes usando los instrumentos tradicionales (exámenes o baterías de prueba estandarizadas) otras(os) incluyen las listas de cotejo y de asistencias para sumarlo con el porcentaje del examen estandarizado, pues así lo dicta el plan de estudios y las autoridades educativas inmediatas (directores de escuelas). Estas costumbres han llevado a una catástrofe educativa teniendo niños y niñas estresados(as), frustrados(as) y excluidos(as), la falta de compromiso investigativo de la mayoría de los y las docentes, los han llevado a ser cómplices de un sistema educativo que forma empleados, desempleados y consumistas infelices para la clase hegemónica contemporánea.

La mayoría de los y las docentes, ve a la evaluación como un rendimiento de cuentas que deben dar a las autoridades educativas de manera ascendente (dirección, supervisión, jefatura de sector, subsecretaría de educación, etc.), asimismo, por la exigencia de las familias de los y las estudiantes, alienándose y alienando así el proceso de evaluación formativa e integral al de examinación y fiscalización por la misma presión que presentan los y las docentes, esto es debido por no tener propuestas de evaluación formativa, o bien, por no salir del estado de confort. Asimismo, como método de control pues, la mayoría de los y las docentes, tienden a sentirse inseguras(os) cuando los y las estudiantes van compartiendo el poder dentro del salón de clases y las(os) desafían.

Por esta conceptualización que tienen la mayoría de los y las docentes, evalúan los conocimientos que los y las estudiantes van adquiriendo a lo largo del ciclo escolar según el programa de estudios vigente, es decir, aparentemente éstos evalúan el aprendizaje, omitiendo su enseñanza, como si estos fueran procesos separados. Como un ordenador donde se copia y pega la información, dejando a un lado lo que caracteriza al ser humano en esencia.

Al evaluar los conocimientos que tienen y adquieren los y las estudiantes a lo largo del ciclo escolar, la mayoría de los y las docentes, lo hacen con el fin de acreditación ahora de manera trimestral (antes era de manera bimestral) para promoción de grado, excluyendo así a estudiantes que por múltiples razones (mal alimentados, problemas emocionales, psicológicos y económicos, ritmos y estilos de aprendizajes, problemas cognitivos, metodologías de enseñanzas, entre otros) van quedando rezagados(as) y son estigmatizados(as) como no idóneos por el o la propia docente y por sus propios(as) compañeros(os), por lo tanto, no acreditan o acreditan con condiciones según las boletas de calificación que otorga el mismo sistema educativo. Evalúan para sancionar y fiscalizar el aprendizaje de los y las estudiantes, dando mayor énfasis a los errores cometidos y por ello son penalizados.

En este sentido, los y las docentes llevan a cabo una simulación de la evaluación formativa sea por ignorancia, o bien,  por mantener el estado de confort; para los y las docentes que se esfuerzan un poco más, llevan a cabo un registro de puntualidad, disciplina, asistencia, trabajo en equipo, trabajo individual, tareas escolares y extraescolares, puntuaciones de los exámenes (mayor porcentaje asignado), entre otros aspectos de manera continua, pero al finalizar el bimestre y el año lectivo, suman todos estos aspectos dando por resultado un número asignado a cada estudiante, los que no hacen ningún esfuerzo únicamente se basan en las baterías de pruebas estandarizadas que diseñan o compran en empresas encargadas de su elaboración, por lo que descontextualizan todo el proceso.

Los y las docentes les dan las fechas a sus estudiantes para la aplicación de los exámenes aproximadamente una semana antes para que estos(as) se preparen, pero, mientras más se acerca el o los días de exámenes, a los y las estudiantes les provoca una serie de emociones que, en lugar de motivarlos, los desaniman sintiendo ansiedad, inseguridad, estrés, frustraciones y desconfianza; en este contexto, los y las estudiantes tienen que prepararse cognitiva, psicológica y emocionalmente para hacerle frente a estas experiencias desde que entran en el nivel primaria, por lo tanto, éstos(as) se alienan a estas imposiciones que emanan del propio sistema educativo operacionalizado(a), por ignorancia o confort, por la mayoría de los y las propios(as) docentes.

Estos hábitos son internalizados en los imaginarios de las y los docentes, estudiantes, autoridades inmediatas (directivos) así como las propias familias, posicionando a la evaluación como un campo problemático donde se emplea mayor tiempo y energías  en obtener y otorgar una calificación que en el proceso de enseñanza-aprender (Álvarez, 2001).

Los y las docentes evalúan habitualmente en tiempos determinados por el mismo sistema fiscalizados por los directores, supervisores, jefes de sectores y familias, la fiscalización que me refiero es, a la entrega administrativa de un formato de promoción y acreditación de manera diagnóstica, trimestral (antes bimestral) y final y, las constantes rendiciones de cuentas que por lo general exigen las familias.

 En este sentido, de manera habitual, se realiza un examen diagnóstico estandarizado a las y los estudiantes que cobertura los aprendizajes esperados del grado anterior cursado, este se realiza al inicio de cada ciclo escolar con baterías de pruebas estandarizadas elaboradas, o bien, obtenidas de manera comercial, esta última se ha venido instaurando en los imaginarios colectivos de la mayoría de los y las docentes que, al parecer, se ha vuelto un hábito no solo la compra de planeaciones, sino también el paquete que incluyen los exámenes de cada período.

Si el examen diagnóstico estandarizado no es acreditado, la mayoría de los y las docentes, lejos de adecuar el proceso dialéctico de enseñanza-aprendizaje a las necesidades e intereses de sus estudiantes, éste(a) se angustia y da por hecho la información (un tanto memorizada) que traen estos(as), esta práctica excluye aquellas(os) que tuvieron dificultades en aprehender la información del grado anterior, por lo tanto, quedan rezagados(as).

Las y los docentes al momento de aplicar el o los exámenes llevan a cabo un hábito establecido de antaño, sientan a sus estudiantes en sillas formando filas y lo más separadas posibles, con el cometido de evitar que los y las estudiantes se copien unas(os) de otras(os); las mochilas y demás útiles fuera del alcance, únicamente con lápiz y borrador, provocando en los y las estudiantes desconfianzas y rivalidades en contra del o la docente, de sus compañeros(as) y de sí mismos(as), emociones que dificultan el verdadero proceso de evaluación.

En esta perspectiva fiscalizadora, excluyente y selectiva, la mayoría de los y las docentes evalúan para rendir cuentas a las sociedades, a las instituciones educativas (dirección de escuela, supervisiones, jefatura de sectores, subsecretarías y secretaría de educación), estas a su vez a organizaciones internacionales (OCDE, FMI, BM y BID), criminalizando así la propia práctica docente, es decir, se antepone la rendición de cuentas (administrativa) al verdadero proceso de evaluación (proceso dialéctico de enseñanza-aprendizaje) olvidando por completo las necesidades e intereses de los y las estudiantes, por lo tanto, culpan a los y las docentes del fracaso educativo.

A partir de estas cosmovisiones conceptuales y procedimentales del proceso de evaluación educativa de los y las docentes que trabajan en las escuelas primarias de la región Selva-Ocosingo adscritas a la jefatura de sector número 17, es evidente el modelo positivista y de la teoría del reflejo, donde solo transmiten, repiten y reproducen las mismas prácticas metodológicas y de contenidos estipulados en los planes y programas de estudios, con el hito de alienar a los y las docentes en la instrumentalización de su labor, omitiendo al docente investigador que llevan en su interior, por lo tanto, internalizan y normalizan hábitos menester del transmisionismo e “instruccionismo” (Mejía M. R., 2011).

En este contexto, la concepción y las prácticas evaluativas que llevan a cabo la mayoría de las y los docentes, preciso las siguientes reflexiones:

  • Evaluar no es solo poner un número que valore cosificando a las personas, por el contrario, la evaluación integral formativa es en esencia, una ardua y continua investigación de recogida de datos que se interpretan y se analizan para tomar las decisiones pertinentes de manera permanente para mejorar el proceso dialéctico de enseñanza-aprendizaje del acto educativo.
  • La evaluación formativa pondera la participación de las y los estudiantes, su empoderamiento, el trabajo colaborativo y permite la intervención oportuna de los y las maestras(os), de esta manera, formamos estudiantes con base en la justicia, se propicia la participación de todos los actores sin distinción, significando esto la atención intencionada a la diversidad.
  • Se evalúa no para generar empleados(as) y desempleados(as) infelices al sistema económico, sino para el desarrollo integral de las capacidades que caracteriza al ser humano: “cognitiva, afectiva, valorativa, volitiva, imaginativa, deseo, trascendente” (Mejía, Cendales, & Muñoz, 2016), para una vida plena y feliz.
  • Los conocimientos emanados del proceso dialéctico de enseña-aprende, el o la estudiante debe emplearlos en su vida cotidiana, si esto no sucediese, entonces el o la estudiante no aprendió, solo memorizó, es inherente que el o la estudiante emplee en su cotidianeidad lo aprendido para que este sea significativo.
  • Las herramientas de evaluaciones existentes como la observación, entrevista, diario de campo, diario del maestro, rubricas, portafolios, producciones, mapas conceptuales, autoevaluación, coevaluación, reflexiones, entre otras, son mínimas pero muy significativas a comparación de la riqueza que se puede suscitar en el proceso educativo, los y las docentes tienen el compromiso de construir alternativas para evaluar a los y las estudiantes, según sus intereses y necesidades.
  • El proceso evaluativo debe ser continuo y permanente para detectar deficiencias en el proceso dialéctico de enseñanza-aprendizaje, el “error” como punto nodal para la toma de decisiones y actuar oportunamente para que ese error se convierta en aprendizaje.
  • La evaluación como proceso de diálogo entre los y las participantes donde se escuchen las voces de las minorías, con el hito de construir y transformar sus realidades.
  • La evaluación como proceso que pondere el aprendizaje en los estudiantes y las enseñanzas del docente, asimismo el aprendizaje de los docentes y las enseñanzas de los estudiantes, ahí la dialéctica.
  • El contexto escolar, la cotidianeidad y lo humano como lugar de enunciación de la evaluación integral formativa.
  • La evaluación que tome en cuenta a los actores del proceso dialéctico de enseñanza-aprendizaje (estudiantes, docentes, familias, directivos, comunidad).
  • La evaluación como lugar de confrontación de saberes donde se dé cabida e importancia a los saberes particulares del contexto y de la historicidad de los y las estudiantes y del propio docente.
  • Una evaluación liberadora que tome en cuenta las negociaciones culturales y sus particularidades, ninguna sobre u oprimiendo a otras, por el contrario, a la par construyendo comunidades de aprendizajes colaborativas, cooperativas y participativas.

Referencias

Ahumada, A. P. (2005). Hacia una evaluación auténtica del aprendizaje. México, D.F.: PAIDÓS.

Álvarez, M. J. (2001). Evaluar para conocer, examinar para excluir. Madrid: Morata.

Española, R. A. (2018). Real Academia Española. Recuperado el 8 de enero de 2018, de http://dle.rae.es/?id=6o0yxYM

Gobierno de México. (02 de Febrero de 2015). www.gob.mx. Obtenido de Documentos. ¿Qué es PISA?: https://www.gob.mx/sep/documentos/que-es-pisa?state=published

INEE. (2013). Ley del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación. México, D. F.: INEE.

Mejía, M. R. (2011). Educaciones y pedagogías críticas desde el sur. Cartografías de la Educación Popular. La Paz: Ministerio de Educación. Viceministerio de Educación Alternativa y Especial.

Mejía, M. R., Cendales, L., & Muñoz, J. (2016). Pedagogías y metodologías de la educación popular. «Se hace camino al andar». Bogotá, Colombia: Ediciones desde abajo.

OCDE. (2010). Mejorar las escuelas: Estrategias para la acción en México. Resumen Ejecutivo. París: OCDE.

Ruíz, O. J. (2007). Retorno de la evaluación reduccionista y excluyente. Innovación educativa, 53-67.

SEP. (2011). Plan de estudios 2011. México, D.F.: Secretaría de Educación Pública.

SEP. (2014). www.enlace.sep.gob.mx. Obtenido de ¿Qué es ENLACE?: http://www.enlace.sep.gob.mx/que_es_enlace/

SEP. (2019). www.planea.sep.gob.mx. Obtenido de Planea: http://www.planea.sep.gob.mx/bienvenida/

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¿Evaluamos o calificamos? Ideas para transitar desde la calificación a una cultura de evaluación

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Una mirada sobre las prácticas evaluativas del sistema educativo revela que, muchas veces, se reducen a la calificación. Se proponen algunas alternativas que puede resultar superadoras y que se originan de la reflexión sobre la finalidad de la evaluación y sus vínculos con los aprendizajes de los estudiantes.

Evaluar, calificar y acreditar son tres conceptos muy diferentes, en cuanto a su alcance y su sentido en educación. Sin embargo, dentro del ámbito escolar, muchas veces, se utilizan y aplican como sinónimos.

Desde los enfoques educativos más actuales, la acción de evaluar es un proceso que se aleja sustancialmente de la asignación de números (calificar) o de la certificación de estudios cursados (acreditar). Evaluar se acerca a andamiar, apuntalar, acompañar una trayectoria educativa, ofreciendo soportes para mejorar la calidad de los aprendizajes y de las capacidades necesarias para construirlos. En este proceso, además, se debe alentar el desarrollo de estrategias metacognitivas, destinadas a que los estudiantes puedan ser cada vez más autónomos en la regulación, adquisición y reflexión de sus aprendizajes. Por lo tanto, evaluar no puede reducirse a calificar, o dicho de otra forma, un número (calificación) no es capaz de suplantar procesos tan complejos. Sin embargo, y lamentablemente, es habitual en los sistemas escolares que la evaluación se identifique con la calificación.

Calificar y acreditar, cuotas de poder

Acreditar es una acción que los sistemas educativos, legitimados por el Estado, se encargan de regular y legalizar. Esto significa que, las instituciones educativas son las responsables de certificar el tránsito y egreso de los estudiantes, dando garantías de la apropiación de ciertos conocimientos, considerados significativos para la vida de los ciudadanos. La mayoría de los mecanismos administrativos y escolares de acreditación de cursos y ciclos escolares son altamente burocráticos y estructurados, prueba de esto último es su similitud a nivel mundial, aún en contextos sociales y educativos muy diversos.

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Las calificaciones constituyen la forma “objetiva”, que han encontrado los sistemas educativos para concretar la acreditación. Este poder convierte, a las calificaciones, en las estrellas de la escena, llegando a ser, incluso, de mayor relevancia que los aprendizajes que pretenden medir. Son utilizadas como un sistema de premio y castigo al ajuste de las normas y estándares escolares. En este contexto, funcionan como herramienta, en forma más o menos consciente, de demostración de autoridad para quienes dirigen y enseñan en instituciones educativas.

Entonces, puede afirmarse que el sistema de acreditación descansa sobre la asignación subjetiva de números o letras (calificaciones), en los que se confía como indicadores de la cantidad y calidad de los aprendizajes que los estudiantes. Esto significa que, algo tan arbitrario como la relación entre una escala numérica o alfabética y la apropiación de ciertos conocimientos, es lo que decide el progreso o estancamiento de los niños y jóvenes en el sistema escolar y, por lo tanto, define el éxito o fracaso en sus trayectorias escolares.

Pero hay algo más, muchas de las situaciones con las que se califica a los alumnos, constituyen experiencias completamente ajenas a las dinámicas habituales del aula, donde se ponen a prueba los conocimientos en espacios temporales acotados con dispositivos que intentan examinar cuantas respuestas acertadas se han realizado. ¿Quién alguna vez no ha sentido la incertidumbre y el nerviosismo ante exámenes que definirán la aprobación de una asignatura o incluso la posibilidad de acceder a estudios superiores?

Los problemas del error

– Profe, al final en las evaluaciones lo único que interesa son los errores y no lo que sabemos e hicimos bien.

Estas son las palabras de un estudiante al observar su calificación. Reflejan claramente que el centro de la atención de la evaluación está en el error y en lo que, en apariencia, aún no se aprendió. En esta tradición evaluativa donde calificar es el objetivo primordial, se valora el desempeño de los alumnos a partir de dispositivos evaluativos con actividades, generalmente, aisladas una de otras, que ponen a prueba cuanto el alumno estudió y aprendió. Por lo tanto, es indispensable, que el error sea señalado, sancionado y corregido por el docente.

Los alumnos conocen muy bien el mecanismo. Saben que ese error, difícilmente será retomado, quedará en la hoja pintado de rojo y nadie más se ocupará de él.

Las palabras del alumno movilizan a pensar con qué criterios evaluamos las producciones y que tratamiento le estamos dando al error. El error parece funcionar como un aprendizaje deficiente o no logrado. Sin embargo, esta puede ser una lectura apresurada y poco explicativa.

Del error se aprende, es una frase trillada, sin embargo es muy significativa desde los procesos de evaluación. Evidencia una concepción del aprendizaje como construcción de conocimientos, superando a la mera acumulación. En esta concepción constructivista, el error no debe sobrevalorarse, debe ser recuperado, cuestionado, discutido. El error constituye una base para generar conflictos cognitivos y buscar respuestas y explicaciones alternativas y superadoras.

El error merece una oportunidad de defensa, y en esa defensa está, quizás, la oportunidad que ofrece para aprender.

¿Cómo transformar la práctica de calificación en cultura de evaluación?

Para responder a esta pregunta no hay soluciones mágicas ni recetas, hay ideas que surgen de la reflexión de la práctica docente. Desde esta reflexión, surgen algunos principios, a modo de cimientos, a partir de los cuáles puede comenzar a edificarse una cultura de la evaluación.

El eje central consiste en entender que la finalidad de la evaluación no es la calificación, por lo tanto, debe trascender los enfoques meramente cuantitativos hacia enfoques más cualitativos. Esto significa, que la evaluación es un proceso integral, donde se evalúa al que aprende y al que enseña y existe retroalimentación, tanto para la enseñanza y como para el aprendizaje.

El punto de partida puede estar dar valor y recuperar los conocimientos de los alumnos. Para ello, primero debemos generar las situaciones que permitan expresar lo que conocen con libertad y sin temores. Los alumnos transitan los años de su vida escolar y, muchas veces, nadie se interesa por las ideas que han construido desde sus experiencias familiares, culturales, religiosas, etc. Es necesario dar lugar a que surjan saberes, intuiciones, creencias que les permiten desenvolverse en su vida cotidiana. A partir de estos conocimientos es posible cuestionar, profundizar, explicar, discutir, considerar otros puntos de vistas, reflexionar, compartir y ampliar la experiencia personal, para seguir aprendiendo.

Otro aspecto importante, es llevar el aprendizaje al centro de la escena. Dar un papel destacado a lo que se va modificando, transformando en el pensamiento, las ideas y las acciones de los estudiantes. Significa, considerar y entender al aprendizaje como una experiencia personal, que va mucho más allá de una calificación. Esto, tiene que ver con ejercer y desarrollar la capacidad de metacognición, para valorar lo que se aprende y las estrategias cognitivas que lo permiten. El docente debe dar oportunidad a que este proceso se haga consciente, y los propios estudiantes sean capaces de apreciar sus logros y progresos e incrementen, así, su autoestima y su entusiasmo por aprender.

En relación, a los instrumentos de evaluación, hay una idea que resulta particularmente interesante. Se trata del concepto de evaluación auténtica, que propone la elaboración de situaciones menos artificiales y más cercanas a las prácticas sociales reales. Es decir, que los estudiantes se enfrenten a escenarios que pueden ocurrir en la vida diaria, en sus hogares, en su barrio o ciudad, en el mundo laboral, etc. Resolver estas situaciones implicará utilizar conocimientos, desarrollar estrategias de acción e intervención y emplear la imaginación y creatividad. Lo anterior supone superar la noción de actividades por el planteo de problemas o tareas a resolver, para los que no hay respuestas únicas. De esta manera la evaluación se transforma en un desafío, en el que los conocimientos no son un fin en sí mismo, sino herramientas para la acción.

Estar inmersos en una cultura de evaluación significa tener un marco de referencia claro, donde estudiantes, docentes y padres, reconozcan y discutan el enfoque y la modalidad de evaluación del centro educativo. Para ello, tienen que establecerse criterios de evaluación claros y compartidos. Los alumnos deben saber que se espera de ellos y deben poder expresar sus necesidades, dudas, inquietudes y miedos. De esta forma, se puede involucrar y comprometer al estudiante en una mirada reflexiva sobre sus dificultades y obstáculos, sus progresos y avances, pero también sobre lo que puede lograr y porque vale la pena el esfuerzo.

El ingrediente final y esencial en la construcción de una cultura de evaluación es la retroalimentación de los procesos de aprendizaje y reflexión de los alumnos. Los docentes tienen un rol esencial en el acompañamiento de las trayectorias escolares. De su intervención oportuna depende en gran medida que los estudiantes puedan superar la mirada especulativa sobre la evaluación para centrarla en sus propios procesos de aprendizaje.

Como conclusión, es indispensable acercar las prácticas evaluativas a una visión de la educación como un proceso que tiene trascendencia, más allá del éxito en la trayectoria escolar, de continuar estudios superiores o de conseguir un buen empleo. La evaluación debe acompañar y sostener una educación que permita descubrir y desarrollar el potencial de cada estudiante, colaborar con su integración a una sociedad, en la que debe convivir y comprometerse con otras personas, construir conocimientos para entender mejor el mundo que lo rodea y generar empatía con su entorno humano y ambiental.

Fuente de la reseña: http://formacionib.org/noticias/?Evaluamos-o-calificamos-Ideas-para-transitar-desde-la-calificacion-a-una

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¿De verdad es la evaluación un problema?

España / 9 de diciembre de 2018 / Autor: Manuel Jesús Fernández Naranjo / Fuente: EvaluAcción

La evaluación es el proceso más complejo de cualquier organización. Decidir qué, quién, cómo, cuándo, a quién y para qué evaluar resulta, en la mayoría de los casos, una de las decisiones más difíciles de tomar. Y lo estamos viendo con el globo sonda, repetitivo en la mayoría de las administraciones, de la evaluación docente. Pero, no quiero entrar en este tema, no por su complejidad, sino porque es sólo un ejemplo de lo anterior y no el tema de esta entrada.

Porque me quiero centrar en un hecho que vengo experimentando durante estos últimos años y es que la evaluación se convierte en una ayuda para los actores del proceso de aprendizaje y no es ningún problema. En definitiva, mi tesis es que la evaluación no es un problema sino que es el principal elemento de cohesión de la comunidad educativa.

Pero, vayamos a las causas, según mi punto de vista, de por qué la evaluación educativa se ve como un problema que pone de los nervios a toda la comunidad educativa.

  • La evaluación confundida con calificación
  • La evaluación como una meta y no como un proceso
  • La evaluación con instrumentos limitados
  • La evaluación como castigo
  • La evaluación como una decisión individual

Y, ahora, veamos los argumentos para afirmar que la evaluación no es ningún problema, que evaluar es algo que facilita y fundamenta el aprendizaje auténtico. Para ello, me gustaría recordar varios ejemplos de cosas que pasan en las aulas donde comparto aprendizajes con el alumnado.

En primer lugar, lo que una alumna me comentó hace poco cuando le entregué una rúbrica para que se autoevaluara:¡cómo me voy a poner yo la nota si el maestro eres tu!. Y en segundo lugar, lo que otra alumna dijo cuando después de reflexionar sobre lo que había hecho durante lo que llevábamos de trimestre: yo ya no merezco el 10, maestro. Creo que estas dos anécdotas de aula reflejan todo lo que evaluación es ahora mismo y, también, lo que no debería ser, ya que se piensa  y se tiene más que asumido mayoritariamente que la evaluación es una responsabilidad exclusiva del docente y que el alumnado no tiene ninguna responsabilidad en la valoración de SU aprendizaje. Porque no lo olvidemos, si queremos que el alumnado aprenda de verdad debe ser responsable de su aprendizaje, para empoderarse, para ser autónomo y competente. Y no lo es en absoluto, por su relativa inmadurez, por la falta de hábito y, sobre todo, por un sistema de evaluación radicalmente vertical y nada participativo.

ben-mullins-785450-unsplashSin embargo, como pasa en esas aulas donde comparto aprendizajes con el alumnado, la evaluación cuenta, en primer lugar, con instrumentos muy variados como rúbricas, pruebas cooperativas, juegos, actividades individuales, en pareja y en grupo, explicaciones, creación de productos, trabajo en el aula, etc., lo que provoca que se vaya asimilando algo que yo les digo continuamente: no hacemos exámenes, pero nos examinamos continuamente. Además, también usamos estrategias variadas como flipped, trabajo cooperativo y colaborativo, cumplimiento de plazos o autoevaluación y coevaluación. De esta forma, la evaluación se empieza a entender, porque cuesta trabajo cambiar hábitos adquiridos que se entienden como inmutables, como un proceso y no como un resultado, como un camino y no como una meta y, por ello, la evaluación no se confunde con calificación, aunque administrativamente haya que ponerla, sino que se empieza a entender como el resultado de lo realizado y aprendido durante un tiempo determinado y de lo que ellos son responsables y, esto es muy importante, participan. Por eso, también, la evaluación se convierte en una ayuda eficaz para mejorar el aprendizaje y no se ve como la posibilidad de un castigo por no hacer algo bien, sino un manera de aprender para hacerlo mejor.

Y termino con el comentario de estas experiencias de aula con una anécdota de ayer mismo. En mi centro se hacen desde el curso pasado exámenes comunes para todos los niveles, (algo que me parece completamente contrario a los principios de la educación del siglo XXI como diversidad, inclusión, personalización, evaluación formativa, por ejemplo, pero que asumo como docente del centro) y un alumno de 1º de ESO me comentó que cómo iban a hacer ellos un examen común “si no habíamos dado nada”. Entonces, yo le pregunté qué era el Ecuador y me dijo: “la línea que divide a la tierra en dos mitades” y le insistí preguntándole cuáles eran los movimientos de la tierra, y me dijo: “rotación y darle la vuelta al sol”, e insistí más preguntándole cuál era la cordillera que divide Europa y Asia y, sí, me dijo, “los Urales”. Entonces entendió, entendieron, que no quería decir “dar” sino “estudiar de memoria”. Creo que hace falta comentar poco más.

En definitiva, podemos concluir que la evaluación deja de ser un problema si podemos hacer que ocurra lo siguiente:

  • Hacer de la evaluación un proceso que reduzca, hasta hacerla irrelevante, la importancia del final, de la meta.
  • Hacer al alumnado responsable de su aprendizaje y, lógicamente por eso, de su evaluación y, por tanto, también enseñarles a participar de manera objetiva en su propia valoración y en la valoración de sus compañeros.
  • Utilizar estrategias e instrumentos muy variados de forma que el alumnado tenga la certeza de que su evaluación es formativa, de que aprende evaluando y evalúa aprendiendo.

Yo estoy en ello y observo que cuando el alumnado asume el proceso, sabe que su evaluación es para mejorar y entiende que su “nota” depende de él y no de mí, todo es mucho más fácil y mucho menos problemático. Y sí, las familias lo asumen también con naturalidad.

Fuente del Artículo:

http://evaluaccion.es/2018/11/26/de-verdad-es-la-evaluacion-un-problema/

ove/mahv

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