Los gases de efecto invernadero baten récords

Ginebra, Suiza –

La abundancia de gases de efecto invernadero que retienen el calor en la atmósfera alcanzó un nuevo récord el año pasado, con un aumento superior a la media de la década 2011-2020, y la tendencia se mantiene en 2021, advirtió este lunes 25 un nuevo informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).

La concentración de dióxido de carbono (CO2), el gas de efecto invernadero más importante, “superó el hito de las 400 ppm (partes por millón) en 2015 y solo cinco años después rebasamos las 413 ppm”, expuso el secretario general de la OMM, Petteri Taalas.

“Esto no es una mera fórmula química y unas cuantas cifras en un gráfico. Conlleva repercusiones negativas de primer orden para nuestra vida cotidiana y nuestro bienestar, para el estado de nuestro planeta y para el futuro de nuestros hijos y nietos”, afirmó Taalas.

Junto a esa concentración de CO2, que es 149 por ciento más alta que la de los niveles preindustriales (1850-1900) están las de otros gases de efecto invernadero, el metano (CH4), 262 por ciento más alta, y el óxido nitroso (N2O), 123 por ciento por encima de los niveles de referencia.

A ese ritmo “el incremento de la temperatura a finales de este siglo superará de lejos el objetivo establecido en el Acuerdo de París, de limitar el calentamiento global a 1,5 o dos grados centígrados por encima de los niveles preindustriales», dijo Taalas.

El Acuerdo de París de 2015 es un compromiso de 192 signatarios para trabajar por reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, de modo que en 2050 la temperatura no se eleve más de 1,5 grados sobre los niveles de la era preindustrial y a fines de siglo no supere el umbral de dos grados.

El CO2 es un gas que se caracteriza por su larga duración y, por tanto, el nivel de temperatura actual persistirá durante décadas, aunque se alcance un nivel neto cero, es decir, si se capturan tantas emisiones como las que se arrojan a la atmósfera.

Aproximadamente la mitad del CO2 emitido actualmente por las actividades humanas permanece en la atmósfera, mientras que los océanos y ecosistemas terrestres absorben la otra mitad

Taalas comentó que “la última vez que la Tierra registró una concentración comparable de CO2 fue hace entre tres y cinco millones de años. La temperatura era de dos a tres grados más elevada, y el nivel del mar entre 10 y 20 metros superior al actual, pero entonces no había 7800 millones de personas en el planeta”.

Si el CO2 es responsable de 66 por ciento del efecto invernadero, el metano aporta 16 por ciento y, aunque en parte procede de fuentes naturales, como los humedales, 60 por ciento de sus emisiones la originan actividades humanas como la ganadería de rumiantes, el cultivo de arroz y la explotación de combustibles fósiles.

El óxido nitroso también procede en parte de fuentes naturales y en parte de actividades como el uso de fertilizantes nitrogenados en la agricultura, la quema de biomasa y diversos procesos industriales.

El informe indicó que la ralentización económica causada por la covid-19 no tuvo ningún efecto evidente en los niveles atmosféricos de los gases de efecto invernadero ni en sus tasas de aumento, aunque sí se produjo un descenso transitorio de las nuevas emisiones

Un resultado previsible del calentamiento será la proliferación de fenómenos meteorológicos extremos, tales como episodios de calor intenso, lluvias fuertes, derretimiento de las masas de hielo, subida del nivel del mar y acidificación de los océanos, con repercusiones socioeconómicas de gran alcance.

La OMM alerta sobre la posibilidad de que, en el futuro, los océanos y los ecosistemas terrestres pierdan su eficacia como “sumideros”, decreciendo su capacidad de absorción del CO2 y actuando como reguladores que evitan mayores aumentos de temperatura.

El cambio climático en curso y sus retroalimentaciones, como sequías más frecuentes e incendios forestales más numerosos e intensos, podrían reducir la capacidad de los ecosistemas terrestres para absorber CO2. Una evidencia es que parte de la Amazonia pasa de ser sumidero a fuente de carbono.

La absorción en los océanos también podría disminuir debido al aumento de la temperatura de la superficie del mar, a la disminución del pH (potencial de hidrógeno) por la captación de CO2, y a la ralentización de la circulación oceánica meridional, consecuencia del incremento de la fusión del hielo marino.

El informe de la OMM fue divulgado a pocos días de iniciarse en Glasgow, Reino Unido, el 26 período de sesiones de la Conferencia de las Partes (COP26) en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Allí se evaluará la situación del acuerdo de París.

De cara a esa cita, Taalas afirmó que “debemos transformar nuestros sistemas industriales, energéticos y de transporte y todo nuestro estilo de vida. Los cambios necesarios son asequibles desde el punto de vista económico, y viables en el plano técnico. No hay tiempo que perder”.

Los gases de efecto invernadero baten récords

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Ventilación y CO2: cómo influye en el rendimiento escolar

Por: Educación 3.0

Una mala ventilación de las aulas aumenta el riesgo de contagios, pero también tiene consecuencias en el rendimiento de los estudiantes. Lo explica María Rosa Sastre, licenciada en Ciencias Ambientales, docente y miembro del grupo VentilANDo.

Un reciente artículo publicado el 29 de enero de 2021 en la revista Nature afirma que la COVID-19 rara vez se propaga por superficies, sino que la fuente principal de transmisión son los aerosoles que exhalamos al respirar, hablar o gritar. Por tanto, debemos cambiar la estrategia actual de lucha contra ella en los centros educativos, que actualmente está centrada en la limpieza de superficies, lavado de manos y señalización para mantener la distancia física.

Objetivo: mejorar la calidad del aire

Ventilación y CO2

Si bien estas medidas son necesarias, incluso en tiempos sin COVID, ahora debemos poner el foco en la mejora de la calidad del aire interior y, por tanto, en la Ventilación y CO2 de las aulas.

Para poder saber si ventilamos correctamente, podemos medir los niveles de CO2. Debemos parecernos en lo posible al exterior, donde encontramos 400-420 ppm de CO2. En condiciones normales, para conseguir 5-6 renovaciones por hora, no podemos superar concentraciones de 900 ppm de CO2. Pero debido a que nos encontramos en una situación de mayor riesgo y debemos reducir la posibilidad de contagio del SARS-CoV-2, este nivel de CO2 no debe superar las 700 ppm.

Si tenemos niveles superiores a 700 ppm es porque no estamos ventilando de forma adecuada en ese momento. Por ello, la medición del CO2 en las aulas debe ser constante, para poder corregir esas deficiencias abriendo más las ventanas, mejorando la ventilación cruzada y en los pasillos, saliendo al exterior o instalando Ventilación y CO2 forzada.

Más que contagios

Pero esto no es nuevo. Ya existía una preocupación creciente sobre los efectos que la calidad del aire interior tiene sobre la salud humana y el rendimiento escolar. Actualmente existen evidencias suficientes para afirmar que existe una relación directa entre contaminación del aire interior y la salud. Podemos ver como diversos estudios apuntan que, debido al tiempo que el alumnado permanece en el interior de la clase, su nivel de exposición a los posibles contaminantes químicos y biológicos será mayor, incluso si se encuentran en bajas concentraciones y más aún cuando la Ventilación y CO2 es insuficiente.

Esta exposición puede producir efectos adversos sobre la salud como la congestión nasal, estornudos, enfermedades respiratorias agudas, dificultades para respirar, conjuntivitis, dolor de cabeza o dificultad para concentrarse. Por ejemplo, cuando los niveles de CO2 exceden de 800 ppm, algunas personas experimentan incomodidad, dolor de cabeza, cansancio o problemas respiratorios, que se ven agravados en el caso de los niños por su mayor actividad metabólica (incrementa su necesidad de beber agua y de aire para respirar, necesitan más oxígeno y por tanto, expulsan más CO2).

Alto CO2 = bajo rendimiento

Ventilación y CO2

Así, diversos estudios relacionan de forma directa el elevado nivel de CO2 con el bajo rendimiento escolar, de forma que cuando encontramos niveles de CO2 por encima de 980 ppm aparecen problemas de falta de concentración. Un estudio realizado por la Universidad de North Carolina sobre calidad del aire interior y su relación con los resultados académicos, muestra las diferencias antes y después de la rehabilitación llevada a cabo en el edificio para mejorar la Ventilación y CO2.

Sus resultados reflejan que, al mejorar la ventilación en el centro educativo, mejoraron considerablemente los resultados en matemáticas y en lectura debido a una mayor concentración mental. No debemos olvidar que las condiciones de temperatura y humedad, la falta de luz natural o el ruido en el aula, tienen igualmente gran repercusión en la salud y el nivel de rendimiento del alumnado si no son adecuadas. Habrá que estar atentos también a todos estos indicadores.

Deberíamos proporcionar las infraestructuras necesarias a los centros para tener espacios adecuados para dar clases al aire libre. De esta forma evitamos pasar tanto tiempo en interiores, proporcionaría beneficios para la salud y el desarrollo del alumnado, físico y emocional, y por supuesto la mejora del rendimiento escolar, creando un entorno más saludable que invite al aprendizaje.

Entornos escolares seguros

Colegio ventilación

En la Región de Murcia, han puesto en marcha el programa educativo ‘Aire Limpio’, para promover la creación de entornos escolares más seguros y saludables, mejorando la calidad del aire interior y exterior, realización de las actividades en la naturaleza y el aire libre, con mucho menor riesgo de transmisión de la Covid-19, y que ya está dando sus fruto s(podéis buscar publicaciones al respecto con #airelimpio en Twitter). Existen algunas iniciativas que están introduciendo la fabricación de sensores de CO2 (Arduino) en las asignaturas de tecnología o TICS, permitiendo trabajar de forma transversal otras materias (tratamiento de los datos, representación e interpretación de gráficas en matemáticas, gases y contaminación en física y química, virus en biología, etc.).

Fuente: https://www.educaciontrespuntocero.com/opinion/ventilacion-y-co2/

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Una lectura de Capital e ideología

Reseña:

No hay duda de que en este momento el neoliberalismo no goza de la hegemonía aplastante que solía exhibir años atrás. Sus valores y su forma de ver el mundo siguen siendo los que se difunden por defecto en las universidades y en los medios de comunicación, pero la percepción de su viabilidad a largo plazo ha cambiado. La insostenible desestructuración social (con su correlato de extremismo identitario o religioso), la catástrofe ecológica evidente y la espada de Damocles de nuevas explosiones financieras como la de 2008, han creado dudas entre las élites. Estas dudas percolan hacia abajo y si no acaban de prender en proyectos políticos es porque no existe una alternativa estructurada. El anatema thatcheriano que señaló el comienzo del reinado político del neoliberalismo (“there is no alternative”) sigue pesando como una losa. Como señala George Monbiot incansablemente, la única forma de romper la maldición es presentar una alternativa.

Thomas Piketty ya hizo mucho daño a la respetabilidad social de la ideología neoliberal con su primer best seller en que demostraba, Excel en la mano, que el sistema financiero capta muchas más rentas que las que su funcionalidad justifica y que, dejado a su propia dinámica, se hipertrofia horriblemente —y además explota en crisis periódicas que se lo llevan todo por delante, añadiríamos nosotros—. En este segundo best seller, Piketty reflexiona sobre otra de las tres patas del creciente desprestigio del neoliberalismo: la desigualdad económica y social que han creado sus cuarenta años de hegemonía. Piketty tiene claro que la desigualdad es injusta, disfuncional e intolerable, y utiliza el nivel de desigualdad en cada periodo de tiempo como el criterio para juzgar si es mejor o peor que otros. Mediante gráficos y estadísticas de precisión maníaca, Piketty muestra que algo terrible empezó en 1980, algo que debe ser revertido con urgencia. Y como es consciente del poder del anatema thatcheriano, dedica las últimas cien páginas a describir una utopía discreta y poco épica pero que cuestiona hasta la raíz la sacralidad inmanente de la propiedad privada, es decir, el tabú que ruge en el centro de la pesadilla neoliberal.

La buena voluntad que concitan las intenciones de Piketty en el lector aficionado a la literatura marxista y a los programas de la izquierda política, desaparece a medida que se avanza en la lectura del libro. Para este tipo de lector el enfoque de Piketty resulta poco menos que extraterrestre. Su autonomización del hecho ideológico es tan radical que prácticamente regresa a los tiempos de Hegel. Piketty plantea la historia de la humanidad como una lucha entre el deseo inmanente de justicia y las dificultades prácticas de conseguirla. Entre estas dificultades atisbamos a veces las que crean expresamente los que se benefician de la injusticia en cada momento histórico o las que produce el entramado institucional, pero Piketty rehúye siempre presentar su relato como un choque entre privilegiados y oprimidos. Los personajes del relato son las ideologías que se enfrentan en un limbo conceptual. Podemos medir los efectos prácticos de las ideologías y Piketty no para de hacerlo a través de incontables gráficos sobre la desigualdad en todas sus formas, pero la inversa no es aceptable: no se nos permite deducir de los datos de la realidad qué ideología será dominante.

La sensación del lector no es que Piketty sea un ingenuo, sino que de manera intencionada ha querido evitar cualquier argumento que sonara a marxismo o a izquierdismo tradicional. Huyendo de lo que él considera probablemente verborrea marxista, Piketty se va tan lejos que se mete bien dentro del idealismo teleológico. Por decirlo en términos de comedor escolar, se quiere sentar lo más lejos posible de Poulantzas y acaba en la mesa de Hegel. Sorprendentemente, esto no afecta mucho al resultado. El truco de Piketty es mantener firme el axioma de que la desigualdad es mala, injusta y disfuncional. Ese es el mástil al que se agarra para no dejarse llevar por las sirenas del relativismo moral y la funcionalidad económica. En 1939 Ernst Vincent Wright escribió una novela de 250 páginas que no contenía ni una sola letra «e». Ahora Piketty ha escrito mil páginas sobre la desigualdad sin aludir ni una sola vez a las necesidades fácticas de la producción, al estado como articulación política de los grupos sociales, y a la correlación de fuerzas sobre el terreno como la último ratio de cualquier progreso social. Pero esa enorme vulneración de las convenciones del género “ensayo izquierdista” no quita mérito a Piketty. El autor ofrece la utopía de nueva sociedad de apariencia verosímil y concretada hasta el más mínimo detalle. Esta propuesta, difundida en millones de ejemplares de un libro aceptado por el mainstream, resulta mucho más dañina para el neoliberalismo que una apología del materialismo histórico o una apelación a la épica de la Bastilla o del Palacio de Invierno.

1. Antes de la Revolución francesa

Piketty empieza su largo excurso con un análisis de la desigualdad tal como existía antes de la Revolución francesa, considerada por él la frontera entre el mundo antiguo y el mundo moderno. Su principal propósito es mostrar que la desigualdad no es fruto de la fuerza bruta sino de la ideología. Al lector avezado en historia le parecerán muy simplistas sus análisis y no logrará sustraerse a la sensación de que Piketty trabaja en la dirección contraria a la inducción. Es decir, que en lugar de examinar los diferentes casos históricos buscando patrones, va comparando sus ejemplos con el patrón que trae de casa. En cada sociedad del mundo antiguo, nos dice Piketty, había tres tipos de personas, los guerreros, los sacerdotes y los que no son ni una cosa ni la otra. La ideología de cada periodo histórico contiene una justificación de la desigualdad entre estos tres tipos de personas.

La tesis de Piketty es que la desigualdad es el producto no de una apropiación violenta del excedente o del poder político por parte de un grupo social, sino de la hegemonía de una ideología que da legitimidad a esa desigualdad. En esta parte del libro es donde más llamativas resultan las tres elipsis pickettianas que hemos nombrado en la introducción. En ningún momento aparece la producción de bienes y servicios como un condicionante para la estructura social, el Estado como expresión de esa estructura, ni mucho menos aparece ninguna forma de conflicto fáctico. El mundo antiguo es para Piketty un lugar tranquilo y apacible en el que un soldado, un sacerdote y un agricultor (¿o un ciudadano?) debaten interminablemente sobre lo que es justo, cada uno con su sesgo pero manteniendo siempre la compostura. Piketty no pretende escribir una historia universal y eso le libra de analizar la relación evidente entre el modo de producción y la forma de Estado, cosa que no le habría resultado posible si hubiera tenido que explicar Mesopotamia o el Egipto faraónico.

Piketty empieza su relato en la baja Edad Media francesa, cuando los señores feudales y los monjes debatían la posición de cada uno en la sociedad. Nada se dice de la abolición por la fuerza en el siglo XI de los restos de las leyes romanas defendidas por la iglesia y su sustitución por la arbitrariedad señorial disfrazada de costumbre, con la agrupación forzada de los campesinos en torno a los castillos para ser explotados más fácilmente. Tampoco acude Piketty a la colección de anécdotas que caracterizan la historiografía clásica y en las que esa lucha aparece como un enfrentamiento personal entre el papado y la corona francesa. Es un mundo de ideologías en conflicto y los personajes no hacen más que bailar la música que suena en el periodo histórico que les ha tocado vivir. El capítulo termina con un recorrido por el mundo para constatar la universalidad del análisis ternario y como este permite decodificar la ideología de cada época.

2. Nace el propietarismo

Así llega el lector al verdadero principio del libro: el nacimiento de las sociedades que sacralizan la propiedad privada, llamadas por Piketty “propietaristas”. El autor explica con detalle el debate que tuvo lugar durante la Revolución francesa sobre el alcance práctico de la abolición de los derechos de la aristocracia. ¿Los bienes que poseía debían ser expropiados porque eran fruto de una apropiación ilegitima? ¿La igualdad política que proponía la Revolución debía tener un correlato en la igualdad social? ¿Era posible la igualdad política sin igualdad social? Aquí hace aparecer Piketty el gran argumento a favor de la sacralización de la propiedad privada: “Si empezamos a repartir no sabremos donde parar”. Tras estudiar el caso francés, Piketty extiende su análisis por Europa y vamos viendo como el proceso se repite una y otra vez, la democracia se va imponiendo gracias a que se garantiza a las clases propietarias la continuidad de sus posesiones. En algunos lugares se realiza un esfuerzo para eliminar las desigualdades económicas y volver a empezar. En lo que será el leitmotiv del resto del libro, Piketty nos adelanta que eso es inútil, que la desigualdad siempre crece y el esfuerzo por eliminarla ha de ser continuo.

Tras alcanzar la hegemonía en Europa, el propietarismo se extiende por el planeta dando lugar al esclavismo y al colonialismo. Sin abandonar su tono abstracto, Piketty dedica 250 páginas a narrar todos los desmanes del colonialismo europeo. Al lector le queda claro que el propietarismo es una ideología tramposa y cínica, que disfraza el interés particular de interés común y que siempre está preparada para hacer excepciones a la sacralización si el desposeído es negro, amarillo o de cualquier color que no sea blanco. Piketty asigna toda esa maldad a la ideología en sí en lugar de asignarla a los individuos que la enarbolan mientras arrasan sociedades enteras. Una vez más esto choca al lector, pero pensándolo bien resulta mucho más demoledor porque es la propia ideología la que queda marcada por haber sido compatible o coadyuvante en esos desmanes. Queda claro que la sacralización de la propiedad protege propiedades adquiridas ilegalmente con la misma naturalidad que protege las robadas o expoliadas por la fuerza, y por tanto no es una guía moral.

Tras el largo viaje por el saqueo colonial del planeta volvemos a Europa a contemplar un paisaje distópico. Estamos al final de la Belle Epoque y las desigualdades han crecido hasta alcanzar niveles superiores a los del antiguo régimen. Una profusión exhaustiva de gráficos convence al lector más allá de cualquier duda que, dejada a sí misma, la desigualdad nunca deja de crecer y al final alcanza niveles completamente disfuncionales. La utopía propietarista está bajo el fuego de tres ataques: las ideologías obreras, el anticolonialismo y su propia conversión en egoísmo nacional belicista que la lleva al suicidio de la Primera Guerra Mundial. El resultado de este triple ataque es un nuevo consenso sobre fiscalidad, comercio justo y cooperación entre las naciones civilizadas, que alcanza finalmente la hegemonía en 1950, con el apogeo de los impuestos progresivos, el nacimiento del estado del bienestar y la consagración de los acuerdos transnacionales como la CEE.

El nuevo Estado socialdemócrata maneja porcentajes nunca vistos del PIB, lo que le permite ejercer su acción benéfica en la sociedad. La educación universal —para el autor la mayor fuente de igualdad y justicia social— se generaliza para edades siempre crecientes. Tras milenios de desigualdad ternaria y un siglo de horror propietarista, por fin la justicia social se abre paso y la humanidad se encamina al nirvana. Como sabe el lector, todo estaba a punto de estropearse, aunque la forma de presentarlo de Piketty es sorprendente.

3. Llega la ideología neopropietarista

En la historia de Piketty no hay clases sociales como en la historiografía marxista, pero tampoco hay personajes buenos o malos como en la historiografía clásica. Las protagonistas son las ideologías que se suceden unas a otras como los signos del zodiaco, sin que nadie sepa porqué. Cuando Piketty demuestra con innumerables gráficos y estadísticas que todo empezó a ir mal otra vez a partir de 1980, no explica qué pasó y la elipsis es sorprendente incluso para sus estándares. Con su estilo detallista y exhaustivo, nos muestra como de pronto los impuestos empiezan a caer y vuelven las desigualdades hasta alcanzar cotas que no se veían desde muchas décadas atrás.

Los testigos presenciales tenemos un recuerdo muy claro de lo que pasó en la década de los setenta: la crisis del petróleo con derivación de rentas fuera de los paises, el final de Bretton Woods, la inflación destruyendo las clases medias, el paro destruyendo la clase obrera, y el estado del bienestar en quiebra por el gigantismo, la mala gestión y la reducción de ingresos por la crisis. Y de pronto el “punto de bifurcación”: el Winter of Discontent de 1979 y la victoria electoral de Thatcher en mayo de ese año. La economía de la oferta y la curva de Laffer justifican científicamente la idea de que los impuestos son un robo, creando un slogan electoral imparable. La Caída se consuma en noviembre de 1980, cuando Reagan gana sus elecciones con un programa que combina al hayekanismo thatcheriano con delirios randianos. La izquierda es expulsada no ya del gobierno, sino del mundo civilizado. Piketty no explica todo esto. La única justificación de lo que pasó la busca en la falta de renovación ideológica de la socialdemocracia y en su incapacidad de crear una utopía social-federalista que supere el estado nación. También nombra la timidez de las leyes destinadas a imponer la cogestión en las empresas —en esto coincide con George Monbiot, quien afirma que eso habría dado una base social a la socialdemocracia—. Piketty nombra más adelante muchas veces la “revolución conservadora”, pero de una forma etérea que no refleja el carácter concreto y fáctico que percibimos los contemporáneos.

Para Piketty, el culpable principal de que la ideología neopropietarista haya recuperado la hegemonía que perdió en la primera mitad del siglo XX es la implosión de los países del llamado “socialismo real”, ignorando que cuando cayó el Muro de Berlín hacia nueve años que el thatcherismo barría los países desarrollados y que en esa caída la acción de Reagan fue decisiva. Piketty lamenta la implantación del hipercapitalismo criminal ruso de los noventa, pero lo adjudica a la mala suerte de que los asesores extranjeros fueran anglosajones en lugar de suecos o daneses, sin nombrar que en ese momento cualquier experto económico era libertariano y predicaba la privatización salvaje y la destrucción del Estado.

Tras una reflexión sobre las causas del fracaso del llamado “socialismo real”, llegamos a la parte más sustanciosa del libro. El autor se embarca en una larga descripción del panorama político mundial que han dejado los cuarenta años de hegemonía neoliberal. Esta parte incluye una interesantísima reflexión sobre la percepción china de las democracias occidentales como algo ineficaz y vociferante que dificulta el debate serio e imposibilita un proceso de decisión democrático. Por lo que respecta a Europa, Piketty realiza un brillante análisis de las ideologías actualmente en liza y de la relación entre los partidos y los diversos grupos sociales en cada país. Constata con su habitual profusión de estadísticas que los partidos de la izquierda europea han dejado de representar a las rentas bajas y representan ahora a las personas con mayor titulación, en un fenómeno que él denomina “la izquierda brahmán” (en alusión a los sacerdotes hindúes cuya ideología ha descrito en detalle en la parte del libro dedicada a las sociedades ternarias). La derecha por su parte se ha escindido en dos, separándose una fracción globalista que defiende las rentas altas de otra que él denomina “nativista”, centrada en las identidades. Deja claro que a su juicio el auge de los extremismos nativistas es producto de la destrucción del estado del bienestar que ha causado la ideología neopropietrista y del abandono en la izquierda del discurso a favor de las rentas bajas.

Dedica bastantes páginas a analizar el surgimiento del nativismo en los diversos países y la dialéctica entre las cuestiones sociales y lo que él denomina la cuestión de la frontera. Esta segunda cuestión es previa, ya que hasta que no hemos determinado quién forma parte de la comunidad no podemos abordar la cuestión de la igualdad en su seno. Cita explícitamente el caso catalán como un ejemplo de nativismo egoísta, y desautoriza la teoría (más bien el truco) de “los dos ejes” según la cual a la izquierda catalana no le hace falta un modelo de estado sino que le basta con esquivar el tema hablando de cuestiones sociales para no incomodar al procesismo. Al afirmar que el tema de frontera es previo, deja claro que antes de hablar de beneficios sociales hay que dejar claro que los queremos para toda la población, incluso aquella que los nativistas de cada país quiere excluir. Piketty examina a fondo varios casos más y muy especialmente el de la India, donde el proceso ha sido inverso y partidos identitarios han ido especializándose en representar segmentos de renta altos o bajos según el caso. Como ilustración de la facilidad con la que un partido puede cambiar de base social, explica la trayectoria del partido Demócrata de EE.UU., que empezó como un partido identitario de los blancos del sur, luego pasó a representar las rentas bajas, a continuación mutó a partido de minorías y ahora se dirige hacia lo que Piketty llama la “izquierda brahmán”, es decir, una izquierda globalista e ilustrada que lucha contra el cambio climático y la barbarie trumpista. (No podemos resistirnos a introducir aquí una nota personal y de actualidad, porque mientras leíamos el libro de Piketty se produjo una polémica en twitter entre dos personas del mismo partido, una abogando por el final de la industria del automóvil y otra abogando por no perjudicar a los trabajadores de esa industria. Esta polémica ilustra las complejidades de la base electoral de la izquierda catalana y la necesidad de unificarla con debates abiertos y empáticos).

4. Una nueva esperanza

Así llegamos finalmente a la página 1.129, donde Piketty comienza la explicación de su propuesta. Considera demostrado que la creencia en la sacralidad de la propiedad privada es perniciosa y que está en la raíz del crecimiento descontrolado de la desigualdad. El instrumento que propone para luchar contra el crecimiento de la desigualdad son los impuestos progresivos, pero con tasas que al alcanzar las rentas y los patrimonios más altas resulten prácticamente confiscatorios. Piketty ofrece números concretos en una tabla completa de escalas. Afirma que tan solo los impuestos directos son justos y que en ellos debe basarse el sistema impositivo. El único impuesto indirecto que propone es el impuesto sobre el carbono, justificado doblemente porque hace falta para desincentivar el consumo y porque al ser las personas de rentas altas las que más CO2 emiten, en realidad, aun siendo indirecto, también es un impuesto progresivo. El dinero recaudado deberá ser utilizado para financiar educación para todos, la renta básica y una dotación de capital para los adultos jóvenes que él compara con una herencia universal. Para el gobierno de las empresas propone un esquema de cogestión que limite el poder de los accionistas y garantice el de los trabajadores. Por lo que respecta a los tratados internacionales, pide que solo se firmen aquellos que contengan cláusulas explícitas de respeto a los derechos sociales y de protección del medio ambiente. Además propone que cada tratado tenga asociado un cuerpo legislativo formado por diputados de los parlamentos de los países firmantes que los gestione. Y quitándose la máscara de la ingenuidad que ha llevado hasta ese momento, explica que para que todo eso sea posible hará falta reformar el sistema de financiación de los partidos políticos de manera que solo les llegue dinero desde el Estado, y que lo haga en proporción a las preferencias de los electores.

5. Conclusión

El libro de Piketty intenta ser moderado en las formas y justificar con datos cada afirmación que contiene, pero no hay que dejarse engañar, su propuesta es muy radical. Considerar que el motor de la historia no es la lucha de clases sino la lucha entre ideologías puede resultar chocante o molesto, pero no es en realidad un gran problema. Piketty no pretende refutar los libros de Poulantzas ni los de Hobsbawm, Thompson, Dobb, Hill, Benjamin, ni mucho menos los de Marx, Engels o Gramsci. Tan solo pretende construir su argumento sin contar con ellos porque considera que eso hace el argumento más fuerte. Y lo cierto, nos guste o no, es que lo hace mucho más débil científicamente pero mucho más fuerte políticamente.

No creo que sea buena idea enfadarse con Piketty por su artificio literario de ignorar los medios de producción, la política como expresión de la estructura social y la correlación de fuerzas como última ratio. Creo que es más inteligente hacer bandera de su propuesta y convertirla en radical proponiéndola de verdad. Algunos de nosotros pertenecemos a una generación que destruyó organizaciones políticas por una coma fuera de sitio o un guión molesto. En el mismo momento en que esos signos de puntación levantaban tantas pasiones, se desataba la yihad neoliberal. Los impuestos, y de manera muy especial los impuestos a las rentas más altas, llevan cuarenta años cayendo con las consecuencias que vemos a nuestro alrededor. Aunque la utopía de Piketty es modesta y aparentemente sin épica, si algún día un partido político llega al poder con ese sistema impositivo en su programa, épica no faltará.

Fuente. https://rebelion.org/una-lectura-de-capital-e-ideologia/

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Lo que los medios ocultan cuando solo le hablan del cambio climático

Por: Silvia Ribeiro

«La manera en que describimos un problema determina el tipo de respuestas que se plantean». La devastación ambiental que caracteriza nuestro tiempo no tiene precedente en la historia del planeta ni las culturas. Los problemas ambientales son graves, con fuertes y desiguales impactos sociales y el cambio climático – escribe la investigadora Silvia Ribeiro – es uno de los principales.

La devastación ambiental que caracteriza nuestro tiempo no tiene precedente en la historia del planeta ni las culturas. Ha habido civilizaciones que han provocado desastres ambientales, pero nunca antes se habían mundializado, desequilibrando los propios flujos y sistemas naturales que sostienen la vida en el planeta. El capitalismo y su civilización petrolera, el modelo de producción y consumo industrial y basado en combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón) provocó este desastre en poco tiempo, acelerado en las últimas décadas.

Los problemas ambientales son graves, con fuertes y desiguales impactos sociales y el cambio climático es uno de los principales. Pero no son causados por toda la humanidad. Más que la era del antropoceno, como algunos la llaman, vivimos la era de la plutocracia, donde todo se define para que los muy pocos ricos y poderosos del mundo puedan mantener y aumentar sus ganancias, a costa de todo y todos los demás. Esta absurda injusticia social, económica, ambiental, política, requiere de muchas armas para mantenerse y una de ellas es la guerra conceptual. Inventar conceptos que oculten las causas y características de la realidad, que desvíen la atención de la necesidad de cambios reales y profundos y mejor aún, que sirvan para hacer nuevos negocios a partir de las crisis.

En este contexto, el ensayo La métrica del carbono: ¿el CO2 como medida de todas las cosas?, de Camila Moreno, Daniel Speich y Lili Fuhr, editado recientemente por la Fundación Heinrich Böll, es un aporte importante. (http://mx.boell.org/es/metrica-del-carbono)

Muestra cómo ante la convergencia de graves crisis ambientales locales, regionales y globales, junto a las crisis económicas y financieras, se echa un fuerte foco de luz sobre el cambio climático –que Nicholas Stern llamó la mayor falla de mercado que el mundo ha atestiguado, al tiempo que se posiciona las unidades de CO2 (dióxido de carbono) como medida para definir tanto la gravedad del problema. Así, otros temas quedan en la oscuridad del contraste de ese rayo de luz y todo se reduce a contar emisiones de CO2 a la atmósfera. Las autoras no dejan duda de que el cambio climático es real y grave, pero cuestionan ¿es más importante y más urgente que la pérdida de biodiversidad, la degradación del suelo cultivable, el agotamiento del agua dulce? ¿Acaso es posible considerar cada uno de estos fenómenos como algo independiente y separado de los otros? La manera en que describimos y enmarcamos un problema, determina en gran medida el tipo de soluciones y respuestas que podemos considerar, plantean.

Justamente debido a la gravedad de la crisis ambiental, tenemos que evitar el epistemicidio ecológico en curso que reduce la óptica, elimina conocimientos y destruye alternativas.

Aunque se sabe bien cuáles son las causas del cambio climático, y los principales rubros industriales que lo provocan: alrededor de 80 por ciento se debe a la explotación y generación de energía, al sistema alimentario agroindustrial y al crecimiento urbano (construcción, transporte), basados en el uso y quema de petróleo, gas y carbón. Todo esto emite CO2 y otros gases de efecto invernadero (GEI) como metano y óxido nitroso.

Se sabe también que lo necesario son reducciones reales, en su fuente y en la demanda, de todos esos gases y cambiar lo que las originan. Y se sabe que existen alternativas reales, diversas, descentralizadas y viables; quizá el ejemplo más fuerte es que 70 por ciento de la humanidad se alimenta de agricultura campesina y agreocológica, pescadores artesanales y huertas urbanas, que no son los que emiten gases de efecto invernadero.

Pero las propuestas dominantes –de instituciones y gobiernos– no son éstas, sino otras principalmente basadas en mercados de carbono y altas tecnologías que permitirían supuestamente seguir emitiendo GEI como siempre, pero compensarlos absorbiendo el carbono emitido y almacenándolo en fondos geológicos, es decir, formas de geoingeniería.

La propuesta de compensación (offset en inglés) se viene desarrollando hace años, asociada a los esquemas de pagos por servicios ambientales, por biodiversidad, etcétera, componentes esenciales de la llamada economía verde. Se trata de justificar la destrucción en un lugar, mientras en otro otros se supone la compensan con algún pago, como si fuera lo mismo dejar sin bosques o agua a un pueblo entero en un país o región, porque hay una comunidad que los cuida y en otro. Esos pagos generan bonos, instrumentos financieros especulativos que son comerciados en mercados secundarios.

Ahora, para que todo pueda ser medido en unidades de CO2, todos los gases se traducen a la abstracción de “CO2 equivalente”, sin considerar si se trata de gases emitidos por una trasnacional minera que devasta ecosistemas y pueblos, por la quema de un bosque o el estiércol de algunos animales de un pastor. El concepto de que lo necesario son cero emisiones netas, no reales sino compensadas, completa esta operación (http://tinyurl.com/jssokpr). De esta forma, la economía del carbono podría englobar todos los rubros anteriores, para convertirse en la nueva moneda de cambio, que justifica la contaminación y produce ganancias para quienes la causan.

No solamente se pierden de vista las causas del cambio climático, también de esta forma se simplifica burdamente la consideración de los otros graves problemas ambientales y las interacciones entre todos ellos y se eliminan del campo de análisis y acción los impactos sociales, el sistema que los provoca y las verdaderas soluciones.

Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo ETC

Fuente: La Jornada

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