Page 2 of 7
1 2 3 4 7

¿Conquistadores o «libertadores»?

El trasfondo histórico del coloniaje es una marca distintiva de la historia latinoamericana.

El 1 de marzo de 2019, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, dirigió una carta al Rey Felipe VI, de España (lo mismo hizo en carta dirigida al Papa Francisco), en la cual sostiene que ese año se cumple medio milenio de la llegada de Hernán Cortés, que en 2021 el país conmemorará 500 años de la caída de Tenochtitlán y celebrará, el 21 de septiembre, 200 años de su independencia. En consecuencia, dice la carta, es necesario reflexionar sobre los hechos del pasado, porque la conquista “se realizó mediante innumerables crímenes y atropellos«; implantó “un ordenamiento social basado en la segregación de castas y razas; se impuso la lengua castellana y se emprendió la destrucción sistemática de las culturas mesoamericanas«; y, por tanto, “México desea que el Estado español admita su responsabilidad histórica por esas ofensas y ofrezca las disculpas o resarcimientos políticos que convengan” (https://bit.ly/3mck5ot). La carta dirigida al Papa tiene el mismo sentido, pues igual disculpa se espera de la iglesia católica. Obviamente, la carta provocó malestar en España y la respuesta de su gobierno, que “lamenta profundamente” el texto y sostiene: “La llegada, hace 500 años, de los españoles a las actuales tierras mexicanas no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas” (https://bit.ly/3y2aymf).

El desencuentro político y diplomático no ha terminado, porque el gobierno de México ha vuelto a plantear su posición crítica frente a la conquista española, con motivo de que el pasado 13 de agosto precisamente se recordó la caída de Tenochtitlán. Un twitter de VOX, el partido de la ultraderecha española, dio un motivo adicional, pues sostuvo: “Tal día como hoy de hace 500 años, una tropa de españoles encabezada por Hernán Cortés y aliados nativos consiguieron la rendición de Tenochtitlán. España logró liberar a millones de personas del régimen sanguinario y de terror de los aztecas. Orgullosos de nuestra Historia” (https://bit.ly/3k2Q7k3).

Desde la perspectiva historiográfica, el tema no es reciente. La interpretación conservadora más antigua sostiene que, ante el avance del protestantismo en Europa, Dios premió a la España ultracatólica y unificada por los reyes Fernando e Isabel, con el descubrimiento de un nuevo continente, sobre el cual pudo iluminar a nuevos pueblos con la religión verdadera del mundo. Sin embargo, Fray Bartolomé de las Casas destacó los horrores de la conquista, lo cual dio origen a la “leyenda negra” que, según la interpretación española, fue alimentada por Gran Bretaña, como potencia imperialista que, a su tiempo, quería derrotar al poderío español, atacándolo, a fin de resaltar las colonizaciones “pacíficas” en manos británicas.

De hecho, otra tradición historiográfica ha sostenido que los indios americanos consideraron a los españoles como “dioses”, pues sus augurios, mitos y creencias llevaron a esa conclusión. No fue solo entre los aztecas de México, sino también entre los Incas, como lo ha sostenido Nathan Wachtel en su libro Los vencidos. Los indios del Perú frente a la conquista española (1976), quien considera, en definitiva, que la visión indígena explica, mucho más que las armas europeas, su propia derrota. Pero, Camilla Townsend, en su libro El Quinto Sol. Una historia diferente de los aztecas (2019), desmitifica el supuesto carácter sanguinario de los aztecas, y recientemente aseguró: “Es un disparate, los aztecas no veían a los españoles como dioses” (https://bit.ly/2UEKH6o). A su vez, en Los conquistadores. Figuras y escrituras (1999), el historiador Jacques Lafaye, sostuvo que los españoles, en cambio, consideraban sus acciones como proyección, en otras geografías, de la guerra contra los moros, a los que lograron expulsar de la provincia y, además, asumían la conquista como misión salvadora de otros pueblos.

Desde luego, no faltan quienes interpretan la conquista como “liberación” de unas poblaciones sometidas por los aztecas o por los incas, según sea el caso, ya que eran imperios opresores de pueblos a su vez conquistados con anterioridad a la llegada de los españoles, Así lo hace Marcelo Gullo en su obra Madre Patria. Desmontando la leyenda negra desde Bartolomé de las Casas hasta el separatismo catalán (2021). Pero no es el único. Y la guerra del Tahuantinsuyo explica bien la situación: las poblaciones que habían respaldado a Huáscar, vieron en los conquistadores, a seres que podían ayudarles a tomar venganza contra Atahualpa, el Inca vencedor y contra quien tenían serios motivos para rebelarse. En Ecuador la historia tradicional consideró a Huáscar como traidor y quien se levantó contra el Inca “legítimo”; pero en Perú se sostenía todo lo contrario. Estas visiones paralelas se sujetaron, largo tiempo, al conflicto territorial que los dos países mantuvieron en su vida republicana.

Con motivo de los 500 años de la llegada de Cristóbal Colón a lo que hoy es América, las pasiones se encendieron: España habló del “encuentro” de dos mundos; pero las poblaciones indígenas latinoamericanas rechazaron la conquista, que destruyó las estructuras de su vida económica, social y cultural. A propósito de las fiestas de la fundación española de Quito (1534), hay quienes rechazan la conquista, pero también ha surgido un grupo de “hispanistas” que el pasado diciembre colocó ofrendas y gritó vivas y consignas a favor de la reina Isabel La Católica y del conquistador Sebastián de Benalcázar.

Se trata, pues, de polémicas historiográficas y políticas, que dependen de los intereses a los cuales se quiere defender o posicionar. Sean dioses u hombres, héroes o villanos, una España monárquica civilizadora en América o destructora de pueblos, solo una perspectiva de largo plazo permite poner en claro los acontecimientos. Porque, en esencia, la conquista fue un hecho brutal, y el triunfo de los conquistadores sobre indios finalmente sometidos y subordinados, permitió el florecimiento de la época colonial, que duró hasta los procesos de independencia de las primeras décadas del siglo XIX. No existen más los sistemas económicos y sociales que aztecas o incas crearon antes de la conquista. La crisis poblacional y la destrucción material son evidentes. Tenochtitlán fue arrasada. La colonia formó parte del proceso de acumulación originaria o primitiva del capital. Sin duda creó una nueva cultura, favoreció el mestizaje, determinó la forma en que América Latina moldeó su economía y su incursión en la vida mundial durante la Edad Moderna y parte de la Edad Contemporánea. Imposible negar que el coloniaje creó el trasfondo primario-exportador de la región y sentó las bases de la enorme brecha social producida por las castas, el dominio de los “blancos” y la miseria de los indígenas en la época colonial. Sobre esas bases se construyeron las repúblicas latinoamericanas que largamente edificaron sistemas oligárquicos propios, nacionales. La dependencia externa fue gravitante desde la época colonial y la vida de las repúblicas encontró nuevas formas de mantenerla para beneficio de las clases dominantes y explotadoras: terratenientes, comerciantes, algunos banqueros y al comenzar el siglo XX ciertos manufactureros e industriales.

Desde luego, España no tiene que ver con la edificación de las formas y sistemas de dominación y explotación construidos en la América Latina contemporánea y que responde a las particulares formas en que se produjo el desarrollo capitalista de la región. Pero el trasfondo histórico del coloniaje es una marca distintiva de la historia latinoamericana. Nuestras ciencias sociales han investigado sobre el tema permanentemente y han observado esos procesos del pasado remoto, porque sin esa perspectiva no se comprendería el presente.

Historia y Presente – blog – www.historiaypresente.com

Comparte este contenido:

500 años, los usos de la historia

Por: Luis Hernández Navarro

La Plaza de Colón, en Madrid, es el corazón emblemático de la ultraderecha española y de sus fantasías de recuperar la grandeza imperial perdida. En ella realizan sus movilizaciones los simpatizantes de Vox y del Partido Popular. En lo que fue un tremendo varapalo simbólico, hasta allí llegaron, el pasado 13 de agosto, los siete integrantes de Escuadrón 421 del EZLN y unos 2 mil 500 insumisos europeos.

Ese día, Vox dio fe de su colonialismo incurable en un tuit. Tal día como hoy de hace 500 años, una tropa de españoles encabezada por Hernán Cortés y aliados nativos consiguieron la rendición de Tenochtitlan. España logró liberar a millones de personas del régimen sanguinario y de terror de los aztecas. Orgullosos de nuestra historia, dijo.

Pero, ni ese exabrupto ni otros, impidieron que los rebeldes internacionalistas les clavaran, ese día, las banderillas a los herederos ideológicos de Francisco Franco y a los nostálgicos españolistas. Cinco siglos después de la invasión castellana-leonesa, andaluza, extremeña y manchega un barco con la delegación zapatista a bordo, cobijada por una multitud proveniente de muchas latitudes, surcó las calles asfaltadas de la capital del reino, desde la Puerta de Sol hasta la Plaza de Colón, haciendo la conquista al revés. Y, como si se tratara de un desmentido al tuit de Vox (y a todos los que se identifican con él en ambos lados del Atlántico), una inmensa manta anunció: No nos conquistaron (https://bit.ly/37O0umf).

Ya antes, al desembarcar en el puerto de Vigo el pasado 22 de junio, los zapatistas habían renombrado Europa como Slumil K’ajxemk’o tierra insumisa.

Inoportunos, con la Plaza de Colón como escenario, los integrantes del Escuadrón 421 tomaron la palabra. “Vivir –dijeron– no es sólo no morir, no es sobrevivir. Vivir como seres humanos es vivir con libertad. Vivir es arte, es ciencia, es alegría, es baile, es lucha.”

“Así nos traen, día y noche, queriéndonos domar, buscando domesticarnos. Y nosotros, pues resistiendo. Toda la vida y generaciones completas resistiendo, rebelándose. Diciendo ‘no’ a la imposición. Gritando ‘sí a la vida’. No es nuevo, es cierto. Podríamos remontarnos cinco siglos atrás y la misma historia.”

Al explicar el propósito de su expedición en aquellas tierras, señalaron: pensamos y sabemos que no somos los únicos que luchamos, que no somos los únicos que vemos lo que está pasando y va a pasar. Nuestro rincón del mundo es una pequeña geografía de lucha por la vida. Estamos buscando otros rincones y queremos aprender de ellos.

Para rematar el rumbo de su misión, tras señalar al capitalismo como responsable de los males que padece la humanidad y naturaleza, pidieron a sus contrapartes: “Cuando un día cualquiera, alguien les pregunte ‘¿a qué vinieron los zapatistas?’, juntos podremos responder, sin pena para ustedes y sin vergüenza para nosotras, ‘vinieron a aprender’. 500 años después, las comunidades zapatistas vinieron a escucharnos”.

La movilización zapatista en Europa marca un giro en las luchas y el discurso de los pueblos originarios de América Latina y en los usos del pasado. Más allá del lamento y la denuncia, lejos del victimismo inmovilizante, sin renunciar a llamar a las cosas por su nombre, en la perspectiva de un nuevo internacionalismo, apuesta a la construcción de redes desde abajo y a la izquierda con quienes luchan contra el capitalismo.

Hace 42 años, en La nueva presencia política de los indios: un reto a la creatividad latinoamericana, Guillermo Bonfil documentó cómo los indios del continente tienen voz propia, pese a que los europeos colonizadores y las burguesías nativas se empeñan en negarla. Seguimos soñando con naciones homogéneas, con una sola cultura, una lengua, una raza, a pesar de ser sociedades formadas por pueblos diversos, escribió.

Según el antropólogo, en los proyectos de los pueblos indios expresados a través de las organizaciones políticas étnicas recién creadas (comienzos de los 70) ha estado implícita su resistencia secular. Sin embargo, hay algo novedoso en ellas: una ideología política orientada al cambio de las sociedades latinoamericanas y no sólo a la preservación de los propios grupos étnicos. Estas organizaciones –señaló– tienen en común la decisión de los pueblos indios de actuar como unidades políticas diferenciadas.

Bonfil describió las ideas-fuerza de este emergente pensamiento político indio. Por ejemplo, la continuidad histórica de los pueblos y la convicción de que no hubo conquista, sino invasión. Ante ella, el indio ha resistido y luchado. De manera que, el imperialismo y el colonialismo son la forma de ser de la civilización occiden­tal, no un momento de su trayectoria histórica.

Un programa así, reivindica –según él– retomar el hilo de la historia, no para volver al pasado y quedarse allí. Se trata de actualizar una historia colonizada, liberarla y construir sobre ella; poner fin a un capítulo, cerrar el paréntesis, dar vuelta a la hoja y seguir adelante. Desde esta perspectiva, este ejercicio es un poderoso llamado hacia el futuro.

Sin dejar de lado la herencia de este pensamiento, el zapatismo cambia de terreno la lucha y el discurso indígena, y pone como núcleo de su propuesta la lucha por la vida en el marco de un proyecto anticapitalista, y el tejido de una comunidad trasnacional de todos los extemporáneos a partir de caminar preguntando. No sólo lo proclama, sino que pone manos a la obra. Ese es el sentido profundo de la movilización del pasado 13 de agosto.

Twitter: @lhan55

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2021/08/17/opinion/017a2pol

Imagen:  brian261 en Pixabay

Comparte este contenido:

Entrevista a Angela Saini: Raza, biología y poder

Por: ​​Susanna Ligero

Si en su obra previa, Inferior, Saini se centraba en cómo la ciencia ha estudiado las diferencias entre mujeres y hombres, en Superior la autora nos lleva a los orígenes del racismo científico para mostrarnos sus ramificaciones.

En 1907, en París se celebró una gran exposición colonial en el Jardín de Agricultura Tropical del Bosque de Vincennes. Allí se recrearon cinco poblados diferentes donde, además de construcciones y paisajes típicos, había personas de carne y hueso pertenecientes a la cultura representada. Casi dos millones de visitantes pasaron por aquel zoológico humano en seis meses, algunos observando boquiabiertos lo que consideraban un exotismo más, otros tomando notas que asentarían las bases del racismo científico1.

En su libro Superior. El retorno del racismo científico, la periodista científica Angela Saini (Londres, 1980) describe su visita a este lugar (en sus palabras, una especie de «Disneylandia eduardiana»), un parque abierto al público pero sin demasiadas indicaciones, con los monumentos en escombros y ningún cartel que explique por qué están allí. Una buena metáfora de lo que ocurre con el pasado colonial de tantas naciones: una reliquia vergonzosa de la cual se prefiere no hablar.

No es la primera vez que Saini pone el foco en las confusiones y prejuicios que afectan la investigación científica. Si en su obra previa, Inferior2, Saini se centraba en cómo la ciencia ha estudiado las diferencias entre mujeres y hombres, en Superior la autora nos lleva a los orígenes del racismo científico para mostrarnos sus ramificaciones3. La ciencia de la diferencia humana nació en los años del colonialismo y el esclavismo; se dividió el mundo en razas y se situó la raza blanca en un escalafón biológico superior al resto, para justificar la conquista de territorios, el robo de riquezas y la aniquilación de poblaciones. Inevitablemente, estos hechos han dejado poso en la investigación científica hasta la actualidad y Saini aborda este hecho sin titubeos.

Superior, publicado en inglés en 2019, fue considerado «Libro del año» por medios como Financial Times, The Guardian o The Telegraph, además de estar incluido entre los diez mejores libros de 2019 de la revista Nature4. Tal como nos explica la autora, este libro provocó airadas reacciones entre grupos supremacistas blancos, pero también que muchos científicos e instituciones quisieran contar con ella para trabajar hacia un estudio del ser humano alejado del racismo científico. De hecho, la revista Prospect incluyó a Angela Saini en la lista de los 50 pensadores o intelectuales más importantes de 20205. Aprovechando la publicación en castellano de su libro, hablamos con ella en esta entrevista.

Su libro muestra cómo el concepto biológico de raza no funciona ni proporciona nunca datos fiables. ¿Por qué todavía tantos investigadores lo usan en su trabajo?

Creo que tiene que ver con la manera en que empezamos a pensar en las diferencias entre humanos ya desde el principio, de la Ilustración en adelante, en el nacimiento de la ciencia occidental moderna. Se asumieron ciertas suposiciones sobre la especie humana; algunas relacionadas con el género –por ejemplo, que las mujeres no eran iguales a los hombres en términos intelectuales– y otros, con la raza y la etnicidad. La idea de dividir a los humanos en grupos distintos ya es política, porque no es algo que se dé en la biología. La biología no discrimina a los humanos en grupos distintos, resulta que somos muy homogéneos. De hecho, somos una de las especies más homogéneas del planeta. Además, la manera de dividirnos siempre dependerá de las ideas políticas y de la sociedad en que vivamos. Así, cuando los científicos europeos asentaron unas determinadas categorías, estaban influenciados por el mundo en que vivían. Estaban influenciados por el colonialismo, por ideas sobre la superioridad europea, sobre la esclavitud… Todas las jerarquías de aquella sociedad se importaron a la ciencia de la diferencia humana y sentaron las bases de la investigación. Y durante cientos de años, esto es lo que han usado los investigadores en su trabajo. Estas suposiciones raciales, como las de género, se integraron en la investigación científica desde el inicio, y es muy difícil deshacerse de estas ideas una vez que están bien arraigadas dentro de nosotros, dentro del establishment.

Además de estas ideas tan arraigadas y los consiguientes prejuicios, ¿cree que hay un poco de cientificismo en esta cuestión?

Sí, lo creo, y de hecho buena parte de mi trabajo durante los últimos años se ha concentrado en este problema. Hay cierta arrogancia y soberbia en un estamento que se considera a sí mismo completamente objetivo, por encima de la sociedad y de la política, y que nada de esto es un problema para nosotros los científicos porque lidiamos con datos empíricos y estos están al margen de la cotidianidad de las personas. Esto nunca ha sido cierto. Los científicos son humanos como el resto de nosotros, se encuentran dentro de la sociedad y se ven afectados por ella. Las preguntas que plantean siempre se verán influenciadas por la sociedad y si no reconocen este hecho, están cayendo en las mismas trampas en que cayeron los científicos del siglo xix. Por ejemplo, mirando a su alrededor y asumiendo que la desigualdad tiene una causa biológica. Por supuesto, esto no es así, sino que la desigualdad es un producto de diferentes factores y tenemos que considerarlos todos.

En lugar de tratar de descubrir diferencias genéticas entre seres humanos que básicamente tienen un aspecto diferente, ¿qué preguntas podría plantear la ciencia para entender mejor, por ejemplo, la salud de las personas?

Me gustaría ver una ciencia de la diferencia que nos vea como individuos, que entienda que cada persona es única y una confluencia de diferentes factores. No solo la genética, sino la manera en que vivimos, dónde vivimos, nuestra dieta… La mayoría de las cosas que matan a los seres humanos, como mínimo en Occidente, son enfermedades cardiovasculares, accidentes cerebrovasculares… Cosas que dependen mucho de la forma de vivir. Así, me gustaría que la ciencia de la diferencia humana tuviera en cuenta todos estos determinantes sociales además de analizar nuestros cuerpos. Tenemos que recordar que la mayoría de las diferencias humanas las encontramos a escala individual, no grupal. Hay muy pocas enfermedades que muestren diferencias entre grupos de población, e incluso en este caso hablamos en términos estadísticos: no es que haya un gen que solo tienen los miembros de una población que no se encuentre en ninguna otra. No hay genes «negros» ni «blancos» ni «morenos». Tenemos que entender esto si realmente queremos un sistema de salud personalizado.

En el libro, encontramos, por un lado, científicos que usan las estructuras científicas como el sistema de publicación académica para justificar sus creencias racistas (con buena dosis de cherry-picking) y, por otro, investigadores que se consideran antirracistas pero que piensan que habría que explorar mejor el concepto de raza biológica. ¿Piensa que la segunda perspectiva de alguna manera ayuda a mantener la primera dentro de la esfera científica, aunque sea de forma marginal?

Sí, la confusión de términos es lo que realmente hace posible que estas ideas continúen vivas. El relato que las sustenta tiene la presencia suficiente dentro de la ciencia mainstream, todavía se cree lo suficiente en la raza biológica como para que esta continúe dentro de la ecuación, cuando la tendríamos que haber sacado de ahí hace mucho tiempo. Si la mantenemos dentro de la ecuación, tiene que ser como factor social. Por ejemplo, hace 100 años los científicos de Reino Unido solían pensar que las clases sociales eran genéticamente diferentes, que las personas pobres de alguna manera eran más débiles que las ricas. Por norma general, ya no pensamos así y lo mismo tiene que ocurrir con la raza. Hay que estudiarla, pero como fenómeno social, no como uno biológico, de la misma forma que lo hacemos con la clase social. Por ejemplo, las personas norteamericanas negras tienen tasas de mortalidad más altas que las blancas en casi cualquier cosa, pero esto no se debe a su «negritud». Las personas viven vidas muy diferentes de acuerdo con la percepción social de quiénes son y de sus circunstancias y, por lo tanto, de cómo son tratadas en este mundo. Pero veo que esta fina línea a veces se confunde y es fácil que se acabe pensando que también hay diferencias genéticas.

Aunque sea un fenómeno más bien marginal y localizado en ciertos grupos, ¿cómo puede el racismo científico reforzar los estereotipos raciales en la sociedad?

Hay dos maneras de abordar la diferencia humana: una es decir que somos prácticamente iguales por dentro, y que hay algunas diferencias marginales entre individuos y también diferencias todavía más pequeñas entre grupos de población. La otra es concentrarse por completo en estas diferencias marginales. La narrativa que se escoge es la que guiará la manera en que los públicos piensen en la diferencia humana. Me preocupa que los científicos se hayan concentrado mucho en estas diferencias y no hayan enfatizado lo suficiente las similitudes entre nosotros, cuando lo cierto es que somos prácticamente iguales bajo la piel. Por ejemplo, en Reino Unido se han dado ciertas reticencias por parte de grupos étnicos minoritarios hacia la vacuna del covid-19. Hay gente que me ha preguntado: «¿Es segura para mí? Soy negro, y creo que no se ha probado en gente negra». Y la cuestión es que no importa en quién se haya probado la vacuna, mientras la muestra haya sido amplia. No somos tan diferentes por dentro como para que un medicamento que se prueba en personas blancas pueda no funcionar en personas negras. Pero como el relato alrededor de la raza y la salud se ha centrado tanto en las pequeñas diferencias, el imaginario público arrastra la impresión de que estas diferencias son muy destacadas, cuando casi no importan. Por lo tanto, pienso que los científicos tienen que aceptar un poco de responsabilidad por eso, así como los medios. Porque todo es cuestión de narrativas, de la forma en que explicamos historias y, en concreto, la historia de la diferencia humana. Así que no culpo a la gente cuando a veces cae en estos malentendidos.

En uno de los últimos capítulos del libro, de hecho, explica cómo en Estados Unidos un medicamento para la hipertensión fue aprobado para ser vendido solo a personas negras…

Sí, esto tiene que ver con mitos raciales sobre la hipertensión [como enfermedad que afecta más a las personas negras]. Este en particular hace mucho tiempo que circula, sobre todo en eeuu, pero también en Reino Unido. Es cierto que se ven más pacientes negros con hipertensión, pero tenemos que recordar que esta es una enfermedad que depende mucho de la forma de vivir, y de la dieta en particular. Por ejemplo, mi madre tiene hipertensión y sé que se debe a su forma de vida y su dieta. Pero también influye ser una persona inmigrante: hay estudios que muestran que la presión sanguínea es más alta si eres inmigrante por las presiones y los estreses de ese tipo de vida. Por lo tanto, que se hable de diferencias genéticas en esta cuestión dice más del deseo de la comunidad médica de tener una explicación biológica muy simple para lo que en realidad es un fenómeno social complejo.

Incluso en proyectos bien intencionados, usted señala cómo la metodología para estudiar diferencias biológicas entre poblaciones a menudo ha sido problemática, sobre todo en cuanto a la protección de datos y la privacidad.

Ciertamente, esto ha sido muy conflictivo en el pasado. Hemos visto por ejemplo usos abusivos de los datos, sobre todo de los datos de poblaciones indígenas. En los últimos 20 o 30 años, hubo un gran empujón dentro del campo de la genética de poblaciones para estudiar a grupos indígenas aislados porque imaginaban que serían diferentes genéticamente en algunos aspectos. Resultó que no lo eran tanto. Pero, en el proceso, a veces los datos fueron usados de forma inadecuada. El activismo ha trabajado en respuesta a esto, porque hay cuestiones que preocupan a las personas implicadas: si doy mi adn, ¿lo usarán para estudiar cosas que me beneficien, o para tratar de encontrar alguna inferioridad genética, o para tratar de demostrar que soy distinta o extraña de alguna forma? Estos errores se han cometido, y a veces por parte de gente muy bien intencionada. Esto ha perjudicado a la ciencia, y todavía pasa actualmente. Veo todavía a científicos diciendo a grupos minoritarios: «Si no participáis en estos ensayos clínicos, quizás este medicamento no funcione para vosotros», cosa que suena a amenaza y además es falso. Esa no es la manera de llevar a cabo este tipo de investigación. Lo que hay que recordar continuamente es que es bueno tener a todo tipo de personas en los ensayos clínicos, pero no porque seamos diferentes como grupo, sino porque somos diferentes individualmente, y una muestra amplia siempre resultará más fiable que una reducida. Fijémonos en la pandemia de covid-19. La diferencia más grande que estamos encontrando [en cuanto a la gravedad de la enfermedad] es entre grupos de edad. ¿Cuántos ensayos clínicos suelen usar la edad como variable? Muy pocos en realidad, la mayoría se hacen en personas jóvenes y no lo consideramos importante. Así, me pregunto a veces por qué escogemos las variables que escogemos. No toda variable será importante según en qué contexto. Si escogemos ciertas cosas y no otras, hay que explicar por qué lo hacemos así, e involucrar a la población en estos debates, en lugar de dar por hecho que encontraremos las diferencias que ya hemos razonado que encontraremos.

A causa de su historia reciente, ¿podríamos decir que eeuu es el epicentro del racismo científico actualmente?

Esta pregunta es complicada de responder, porque por un lado sí que pienso que hay muchos mitos raciales en ese país, tanto en la comunidad científica como en la sociedad en general. Pero también tengo que decir que es en eeuu donde encontramos ahora debates muy maduros e inteligentes alrededor de la raza y la salud, y de los determinantes sociales de esta. Dentro de las ciencias sociales, la mejor investigación en torno de la raza se está llevando a cabo en eeuu. En este sentido, en Reino Unido vamos un poco atrasados, todavía se piensa primero en términos genéticos y después en términos sociales, mientras que en eeuu la narrativa ya ha cambiado. He dado muchas charlas en universidades estadounidenses e incluso he dado un par en los Institutos Nacionales de Salud. Y realmente me anima mucho ver cuánto se ha avanzado en esta cuestión.

En el libro habla de cómo otros países como China, Rusia y la India usan ahora esta narrativa, tratando de demostrar por ejemplo que sus antepasados son incluso anteriores a la salida del Homo sapiens de África… ¿Por qué caen ahora estos países en esta serie de mitos?

No pienso que sean los países en sí, sino determinadas fuerzas políticas dentro de estos países, y todo responde al auge de nacionalismos étnicos y religiosos. Veo ecos inquietantes con lo que ocurrió en la Alemania nazi, cuando el Partido Nacionalsocialista trató de crear este mito de una raza germánica diferente del resto y vincularla con el discurso de «sangre y tierra». De acuerdo con este discurso, si encontraban pruebas de esta raza germánica en cualquier lugar de Europa, entonces podían reclamar aquel territorio. Esto obviamente asentó las bases del programa eugenésico de higiene racial que llevó al Holocausto. Y veo el mismo trasfondo en nacionalismos étnicos modernos que tratan de vincular la idea de una genética diferente con el derecho a ciertas tierras, o incluso apelan a mitos fundacionales. Todas las naciones, todas las comunidades del mundo, de hecho, tienen mitos fundacionales. Pero estos se tienen que entender como historias fantásticas que tienen un propósito político y que pueden ser muy valiosas para nuestra concepción como humanos de quiénes somos, qué valores tenemos y cómo nos pensamos. El problema es cuando trasladamos estos mitos fundacionales a la biología. Esto es lo que estamos viendo pasar en países como Rusia, la India y China, cuando vemos a científicos o políticos tratando de apelar a la biología para apoyar sus ideologías.

¿Piensa que hay alguna manera práctica de impedir que el racismo activo se valga de las estructuras o metodologías de la ciencia?

Tenemos que entender que la ciencia no existe al margen de la sociedad, forma parte de ella. Tiene que basarse en el mundo real e interactuar con este, y hace falta que lo haga de una manera honesta y verídica que reconozca sus falibilidades. Pienso que hay que involucrar al público de manera que asuma que los científicos no lo saben todo siempre, que se equivocan y que muchas veces están en desacuerdo. Si el público ve esto en lugar de asumir que los científicos lo saben todo porque son muy listos y trabajan todos en la universidad y tienen siempre toda la información [riendo]… Si podemos trabajar en esta línea, la confianza en la ciencia aumentaría, porque entonces la veríamos tal como es, en lugar de imaginarla como algo perfecto. Es imposible que sea perfecta.

En su libro previo, Inferior, reflexionaba sobre cómo la ciencia ha estudiado las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, de nuevo en muchas ocasiones dejando fuera aspectos sociales que explican algunas de estas diferencias. Me preguntaba si ha encontrado similitudes entre cómo la ciencia ha estudiado las diferencias entre razas y las diferencias entre hombres y mujeres.

Esta cuestión es compleja porque el sexo no es completamente un constructo social, sabemos que hay ciertas diferencias biológicas entre hombres y mujeres. Pero sí me preocupa que se esté cayendo en las mismas trampas del racismo científico en cuanto a las diferencias entre sexos. Por ejemplo, he escuchado voces dentro del activismo que afirman que los medicamentos que se han probado en hombres no funcionarán en mujeres. Debemos tener cuidado con estas ideas, porque no es necesariamente el caso. La mayoría de los medicamentos no funcionarán en algunas personas, pero a causa de las diferencias individuales de las cuales hablábamos. Por ejemplo, yo soy alérgica a la penicilina y mi padre también. Esto no tiene nada que ver con mi sexo, es solo que somos individuos diferentes. Pero también tengo migrañas hormonales, y eso sí que tiene mucho que ver con mi sexo, porque mis niveles hormonales cambian durante mi ciclo. Así pues, en un caso el sexo importa, y en el otro, probablemente, no. No tenemos que asumir que los cuerpos de los hombres y las mujeres son completamente diferentes y que, en cada grupo, que todos los hombres son completamente iguales al resto, y que las mujeres son iguales a todas las otras. El sexo puede ser importante en algunas cosas, pero esto no significa que lo sea en todas. En la era de las redes sociales, es muy difícil transmitir este mensaje: no es que seamos completamente diferentes o completamente iguales. Es posible que haya algunas áreas en que las diferencias importen, y otras muchas en las cuales no, y las dos cosas son verdad sin tener que caer en ninguna narrativa específica. La salud de las mujeres ha sido un motivo de preocupación, porque sabemos que a veces la medicina les ha fallado… Pero esto es por el machismo en la medicina. Tenemos que entender los matices y concentrarnos en las variables de acuerdo con la enfermedad que nos interesa. Para el covid, no importa tanto el sexo, sino la edad, por ejemplo. Para las migrañas hormonales, sí que importa el sexo. Realmente depende de las cuestiones que se investigan, y me preocupa que se usan estos enfoques tan amplios, haciendo pruebas sobre la raza y el sexo en general, a ver qué diferencias hay. Son enfoques poco refinados y no le hacen justicia a la variación humana.

De hecho, recuperando lo que hablábamos antes, para el covid-19 quizás sí que importa el sexo, pero como factor social. Hace poco en Mètode publicábamos un artículo6 sobre cómo en España, aunque la mortalidad era más alta en hombres, más mujeres se contagiaban porque se encontraban muy expuestas, como trabajadoras esenciales, cuidadoras…

En Reino Unido, de hecho, nos encontramos con que al principio los hombres se vieron muy afectados, sobre todo cuando el virus llegó a Londres, pero porque muchos repartidores y taxistas suelen ser hombres. Es un tema de demografía social, así que por supuesto los datos presentan estos sesgos. Debemos tener cuidado con no biologizar las cosas, sobre todo en una pandemia: un virus no llega a un país y se extiende de manera uniforme y afecta a todo el mundo por igual. Depende de la demografía, de la ocupación, de si eres trabajadora esencial o no, de si trabajas en un hospital… Como he dicho, a veces queremos explicaciones simples para los patrones que vemos, pero raramente encontramos estas respuestas tan sencillas.

¿Qué reacciones ha tenido Superior por parte de gente que participa activamente del racismo científico? Pienso en personas que ha entrevistado para el libro y que forman parte de publicaciones racistas, por ejemplo…

Han pasado casi dos años desde que se publicó Superior y varias organizaciones supremacistas han estado acosándome, a mí, a mi familia, a mi hijo de siete años incluso… Escribieron artículos sobre él, sobre mi marido, mis padres, mis hermanas… El maltrato fue tan terrible que abandoné Twitter y otras redes sociales. Era imposible quedarme, bloqueaba a la gente pero no daba abasto, así que tuve que irme. Fue bastante terrible.

Eso es espantoso. Confieso que pensaba más en reacciones en el mundo académico, no sabía que la cosa se había puesto tan fea…

Bien, al inicio me encontré también con reticencias por parte de genetistas de poblaciones, supongo que recordará que en un par de capítulos critico el trasfondo racista que a veces encontramos en la genética de poblaciones. Pero ahora trabajo con algunas de estas personas y hemos forjado una relación muy buena. Pienso que la narrativa dentro de la comunidad de la genética de poblaciones está cambiando, porque se han reconocido los errores que se han cometido en el pasado, y que tenemos que ser más cuidadosos a la hora de estructurar estos debates. Pero tengo que decir que el cambio más grande vino después del asesinato de George Floyd el pasado verano. A raíz de las protestas del movimiento Black Lives Matter, la comunidad científica cambió por completo su manera de hablar de estas cuestiones. Todas estas cosas sobre las cuales había escrito, que habían sido recibidas con reticencias sobre todo por parte de médicos… de repente, los médicos las aceptaban y me pedían que trabajara con ellos. Así que ahora colaboro con muchos grupos diferentes, formo parte del comité de varias instituciones científicas y museos, y hago lo que puedo para que las universidades desarrollen currículums académicos que nos ayuden a entender estos asuntos mejor.

Eso es una prueba de que este libro era necesario.

No estoy tan segura de eso, se han publicado libros similares antes, pero sí pienso que el mensaje llegó en el momento adecuado, afortunadamente.

  • 1.Círculo de Tiza, Madrid, 2021.
  • 2.Inferior. Cómo la ciencia infravalora a la mujer, Círculo de Tiza, Madrid, 2017.
  • 3.Anna Mateu: «Somos seres biológicos, sociales y culturales», entrevista a Angela Saini en Mètode, 4/9/2019.
  • 4.«Nature’s Top Ten Books of 2019» en Nature, 16/12/2019.
  • 5.«The World’s Top 50 Thinkers 2020» en Prospect, 14/7/2020.
  • 6.Alícia Villar Aguilés: «Las mujeres y la covid-19» en Mètode, 4/12/2020.

Fuente de la información e imagen: https://nuso.org

Comparte este contenido:

Entrevista a Daniel Mato, investigador del CONICET: “En la Argentina el racismo está naturalizado”

Entrevista 

El investigador propone “una ley equivalente a la Ley Micaela” para establecer la capacitación obligatoria en prevención y erradicación del racismo para todas las personas que se desempeñen en la función pública en todos sus niveles y jerarquías en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial de la Nación

El doctor en Ciencias Sociales e investigador del Conicet Daniel Mato afirmó que “la sociedad argentina es tan racista que ni siquiera se da cuenta de su racismo”.

En diálogo con Télam, Mato, quien también es titular de la cátedra Unesco Educación Superior y Pueblos Indígenas y Afrodescendientes en América Latina de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref), sostuvo que para enfrentar el racismo “es necesario articular” esfuerzos en lo jurídico-político, lo comunicacional y lo educativo.

El racismo, describió, “impregna las subjetividades y maneras de ver el mundo de la población. Se asemeja al machismo y a la homofobia. El detalle es que estos dos últimos vienen siendo sistemáticamente combatidos por personas y organizaciones sociales que inciden en la formación de opinión pública, en los medios de comunicación, en el sistema educativo y en instancias del Estado. Con el racismo esto aún no ocurrió”.

– ¿La sociedad argentina es racista?

– La sociedad argentina es tan racista que ni siquiera se da cuenta de su racismo. Lo tiene “naturalizado”, lo que indica cuán racista es. Las personas creen que no hay racismo porque no hay leyes segregacionistas como hubo en Sudáfrica o Estados Unidos, pero acá afecta a personas y comunidades afrodescendientes y de pueblos indígenas según estudios académicos e informes de misiones de Naciones Unidas. La Constitución tiene vigente el artículo 25 que dice que “el Gobierno federal fomentará la inmigración europea” y esto es grave. También es muy grave que hasta la fecha ningún actor político capaz de promover una enmienda constitucional haya movido un dedo ¿Qué pasaría si ese artículo dijera que el Gobierno federal fomentará la inmigración de varones, o de personas sin discapacidad, o de personas heterosexuales? Seguro que algún actor político hubiera hecho algo.

– ¿Las leyes están disociadas de sus sociedades?

– Es que hasta hace apenas 26 años, aún regía el inciso 15 del artículo 67 de la Constitución de 1853 que mandaba “conservar el trato pacífico con los indios y promover la conversión de ellos al catolicismo”. Tras 141 años de vigencia de esa concepción de la relación Estado-Pueblos Indígenas, sería ingenuo pensar que la reforma constitucional acabó con el racismo. Además, pese a que se hablan al menos 15 lenguas indígenas, la única oficial es el castellano/español. La provincia de Chaco reconoce tres lenguas indígenas y la de Corrientes una. ¿Por qué no ocurre eso en otras provincias o a escala nacional? Este desconocimiento tiene consecuencias en las subjetividades de personas de esos pueblos y del resto de la población y también tiene efectos prácticos y muy graves en el acceso a la justicia, salud y educación.

– ¿Qué es y cómo se manifiesta el racismo?

– El racismo es una ideología que clasifica a los seres humanos en razas superiores e inferiores. La discriminación es lo más visible, pero otras acciones condenan a ciertos pobladores a condiciones desventajosas, inequitativas, que fueron y son naturalizadas por otros sectores sociales. La ideología racista es la que sustenta al colonialismo.

– ¿Cómo opera el colonialismo en la construcción de ideología en la Argentina?

– Los estados republicanos se constituyeron a partir de ella y la reprodujeron a través de sus instituciones y políticas orientadas a la construcción de imaginarios nacionales mono-culturales. Ejemplo, para acabar con la supuesta “barbarie” y asegurar el avance de “la civilización”, ocuparon militarmente territorios indígenas y distribuyeron sus tierras entre los grupos de poder político y económico que integraban. El Estado argentino realizó campañas militares que dejaron honda huella: la “Conquista del Desierto” y la “Campaña del Chaco”. A los sobrevivientes de esos pueblos se les prohibió hablar sus lenguas, practicar su espiritualidad y sostener sus sistemas de conocimiento, alimentación y salud. Otro tanto ocurrió con los afrodescendientes que pese a lograr su “emancipación” también vieron proscritas sus historias, lenguas y modos de vida. Quedaron “libres”, pero sin capital ni herramientas.

– Entonces ¿esas decisiones políticas explican el actual racismo?

– Este es el origen histórico del proceso de “vulnerabilización” de estos dos grupos. La naturalización del racismo hace que estas historias no se tengan en cuenta y que no se asocie con que aún hoy indígenas y afrodescendientes no tienen acceso equitativo a la salud. Explica que la población no se indigne ante la muerte de niños y adultos por estas causas. O que, ante el desplazamiento de sus territorios ancestrales por negocios de corporaciones agrícolas y mineras, o de empresas de desarrollos turísticos y “barrios cerrados” la población no sólo no se indigna sino que incluso lo considera necesario para el “bien común”.

– ¿Qué se puede hacer?

– Es imprescindible contar con observatorios y órganos autónomos de la sociedad civil, reconocidos y financiados por el Estado, que velen por el contenido y orientación editorial de todos los medios de comunicación respecto de temas como el racismo y los derechos humanos de todos los sectores de la población. También es imprescindible que universidades e instituciones de formación de periodistas y comunicadoras/es sociales se esfuercen en asegurar su formación antiracista. No es suficiente con que sea “no racista”, debe ser anti-racista, como enfatizó la intelectual afroestadounidense Angela Davis. Desde hace varios años, desde nuestra Cátedra Unesco, insistimos en la necesidad de una educación superior intercultural contra el racismo y para que sea erradicado.

El rol de la educación superior

La eliminación del racismo en la Argentina “no se logrará de un día para el otro”, aunque “la educación superior puede desempeñar un papel clave” en esa transformación, según Mato.

Para el académico e investigador del Conicet, es posible evolucionar a una sociedad no racista, pero al ser “constitutivo del Estado argentino y de nuestra sociedad con al menos dos siglos `con nosotros´, no vamos a resolverlo en pocos días”.

“Pero lo mismo puede decirse del machismo, del patriarcado, de la homofobia y de otras `lacras´ que nos acompañan desde hace siglos y resulta evidente que hemos venido avanzando y que -incluso así sea con tropiezos- continuamos avanzando”, destacó.

El especialista agregó que hay políticas como la creación en el 2020 de la Dirección Nacional de Equidad Étnico Racial, Migrantes y Refugiados en el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación.

En ese marco, añadió que “proponemos que se creen instancias equivalentes en todas las provincias y que sean apropiadamente dotadas de personal y de presupuesto”.

Asimismo, pidió la aprobación de “una ley equivalente a la Ley Micaela” para establecer la capacitación obligatoria en prevención y erradicación del racismo para todas las personas que se desempeñen en la función pública en todos sus niveles y jerarquías en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial de la Nación.

“Esta ley debe también ser adoptada por todas las provincias, porque tienen la mayor proporción de población indígena en las que se registran mayores problemas de racismo y de discriminación racial”, indicó.

También dijo que debe eliminarse “de inmediato” el fragmento del artículo 25 de la Constitución Nacional que refiere al fomento de inmigración europea.

En cuanto a la Educación Superior, Mato reclamó la actualización de la norma para que aseguren los derechos establecidos en la Constitución Nacional.

“Las universidades y los institutos de educación superior juegan papeles clave en la reproducción y naturalización del racismo en todos los ámbitos sociales y en particular en el resto del sistema educativo”, dijo y puso como ejemplo de discriminación racista la “escasa participación” de indígenas y afrodescendientes entre cuadros docentes, de gestión y estudiantes.

La Capital

Comparte este contenido:

Cimarronaje y juventud

Por:  Tahira Vargas García

El colonialismo ha dejado muchas huellas en nuestra cultura, una de ellas es el manejo del cimarrón como violento, salvaje dejando de lado lo que fue en realidad el cimarronaje, el enfrentamiento de la esclavitud, la expresión de libertad.

El mes de octubre se promueve desde movimientos latinoamericanos como una fecha de reconocimiento a la resistencia indígena y africana en contraposición con la imposición neocolonizante y europeizante que lo excluye.

En nuestro país, en los últimos años se ha forjado un proceso de conexión con las raíces afrocaribeñas y visibilización del cimarronaje en términos históricos y su aporte a nuestra identidad cultural.

La presencia de un movimiento que resalta la presencia del cimarronaje en nuestra cultura supone romper con los prejuicios y estigmas en los que se ha manejado esta categoría en nuestra sociedad. El colonialismo ha dejado muchas huellas en nuestra cultura, una de ellas es el manejo del cimarrón como violento, salvaje dejando de lado lo que fue en realidad el cimarronaje, el enfrentamiento de la esclavitud, la expresión de libertad.

Nuestro sistema educativo ha estado históricamente de espalda a nuestra identidad cultural afrocaribeña.

Durante varias semanas en este mes de octubre se han desarrollado distintas actividades culturales virtuales en las que se redimensiona el cimarronaje en su sentido original fortaleciendo la connotación de libertad que ofrece el reconocimiento de la negritud.

Cada año este movimiento de reconocimiento del cimarronaje en las expresiones de nuestra identidad cultural se incrementa y se agregan a él nuevas organizaciones y sujetos sociales. Este proceso cuenta con una proporción importante de jóvenes que reconocen sus raíces afrocaribeñas.

La presencia juvenil en este movimiento es significativa. Encontrar en las nuevas generaciones una población adolescente y joven que cuestiona el racismo y se empodera desde sus raíces afrocaribeñas resulta de vital importancia para los procesos de cambio cultural que necesita nuestra sociedad. A pesar de que la discriminación racial se mantiene con las estigmatizaciones hacia el pelo de origen afrodescendiente en el ambiente laboral, vecinal y educativo, una proporción significativa de jóvenes manifiestan una contracultura en la que se promueve el uso del pelo crespo en su forma natural y los rasgos afrodescendientes en su apariencia física.

El ocultamiento y negación de la negritud como componente fundamental de nuestra identidad cultural ha tenido una fuerte resistencia a través de nuestra historia en la vida cotidiana de los sectores populares.  La cultura afrodescendiente y proveniente del cimarronaje se ha expandido a través de los años sostenida en la religiosidad popular, la música, la danza, hábitos alimenticios y prácticas de interacción social en la cotidianidad. En la actualidad se fortalece con el reconocimiento de nuevas generaciones que reclaman su visibilidad y su difusión.

Este artículo fue publicado originalmente en el periódico HOY

Fuente: https://acento.com.do/opinion/cimarronaje-y-juventud-8878807.html
Comparte este contenido:

Descolonizar la ciencia: ¿qué es “parachute science”?

Por: Paola Estrada Villafuerte

 

Siglos después del dominio imperial, la academia no occidental continúa en la construcción de mecanismos para afianzar la investigación y el talento científico local. 

Durante el siglo XVII, tras las constantes invasiones occidentales a su territorio, los indígenas del Amazonas cayeron enfermos por padecimientos hasta entonces desconocidos por los médicos locales. Sus tratamientos ancestrales no resultaron eficaces y tuvieron que recurrir a la ciencia y hospitales de aquellos que introdujeron la enfermedad.

Las acciones realizadas por parte de los imperios europeos para el control de los contagios en estas comunidades llevaron al control de dietas, rutinas y movimientos de sus habitantes. David Arnold denominó este proceso político como la “Colonización del Cuerpo”, donde la medicina occidental se convirtió en un arma para asegurar el dominio imperial.

En estas circunstancias, la ciencia se utilizó para establecer una jerarquía definitiva en función del poder europeo, donde el pensamiento hegemónico se posicionó como verdad absoluta e indiscutible y terminó por monopolizar el conocimiento. Según Jorge Molero-Mesa, profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), la estrategia tras su “infalibilidad” residía en un menosprecio y descrédito constante de los métodos indígenas. Este discurso se diferenciaba de otros mecanismos de colonización, ya que, a diferencia de conceptos religiosos, de orden social y económicos, la medicina no admitía ninguna discusión de su validez universal.

Desde el punto de vista imperialista, el pueblo indígena, al desconocer las metodologías occidentales, se encontraba en un “atraso secular” significativo, por lo que colocaban al proceso colonizador como un medio moralmente justificado. Sophie Bessis lo explica de la siguiente manera: “La paradoja de la ciencia occidental reside en su facultad de producir universales, elevarlos al rango de lo absoluto, violar con un fascinante espíritu sistemático los principios que de ellos derivan y elaborar las justificaciones teóricas de estas violaciones”.

La subordinación epistemológica entonces generada, pretendió alargar la dependencia científica y tecnológica de los países colonizados el mayor tiempo posible. Estos conocimientos eran ofrecidos como un regalo divino de lo que significaba para las autoridades europeas, “el fin de la barbarie y el comienzo de la civilización”, relegando así la medicina nativa a un papel secundario en el desarrollo de investigaciones científicas.

El éxito científico europeo en este periodo se basó en el saqueo de pueblos colonizados, ya que los mismos procesos violentos que le otorgaron al imperialismo su poder, fueron utilizados para generar el conocimiento científico de la época. “La ciencia moderna se construyó efectivamente sobre un sistema que explotaba a millones de personas. Al mismo tiempo, ayudó a justificar y sostener esa explotación, en formas que influyeron enormemente en cómo los europeos veían a otras razas y países”, menciona Rohan Deb Roy para Smithsonian Magazine.

La medicina occidental es considerada como una de las herramientas más poderosas y penetrantes de todo el proceso de colonización, y este último, como uno de los legados más duraderos que prevalecen aún en las tendencias de la ciencia actual.

“Colonial Science” o “Parachute Science” en la academia moderna 

Asha de Vos, fundadora de Oceanswell, la primera organización de investigación y educación sobre conservación marina de Sri Lanka, explica para Scientific American, el término parachute science como “el modelo de conservación donde los investigadores del mundo desarrollado llegan a países subdesarrollados, investigan y se van sin ninguna inversión en capacidad humana o infraestructura.” Consecuentemente, esto “crea una dependencia de la experiencia externa y paraliza los esfuerzos locales de conservación. El trabajo es impulsado por motivos y necesidades personales, lo que lleva a un desequilibrio de poder desfavorable.”

Este método implica que distintas instituciones educativas poderosas y corporaciones privadas se benefician de investigaciones y cuerpos académicos que se encuentran bajo la dependencia financiera y disciplinaria de sus países originarios. E igualmente, da prioridad a las experiencias y descubrimientos de las primeras mencionadas.

A raíz, se ha tenido como resultado diversos llamados a “descolonizar la ciencia”. La revista científica Nature define esto último como un movimiento para eliminar, o al menos mitigar, el legado desproporcionado del pensamiento y la cultura europea en la educación; teniendo como objetivo principal la generación de fuentes de investigación equitativas, a la par de inversiones continuas en talento e infraestructuras científicas locales.

En distintos escenarios, la huella de la jerarquía científica puede observarse aún muy presente. La mayoría de las revistas, investigaciones académicas y rankings pertenecen a las instituciones de Estados Unidos y Europa Occidental. “La colaboración científica entre países puede ser una forma fructífera de compartir habilidades y conocimientos, y aprender de las ideas intelectuales de los demás. Pero cuando una parte económicamente más débil del mundo colabora casi exclusivamente con socios científicos muy fuertes, puede tomar la forma de dependencia, si no de subordinación”, menciona Deb Roy.

Un estudio de la Academia Húngara de Ciencias elaborado en el 2003, analizó las publicaciones revisadas por pares de más de 7000 revistas en todas las ciencias y encontró que las publicaciones de investigación realizadas en los países menos desarrollados, no tienen coautoría de institutos de investigación locales en el 70 % de los casos, y que la mayoría de los trabajos son publicados por institutos de investigación de los países más industrializados del mundo.

En el mismo estudio, se examinaron las posibles causas de estas tendencias entre las opiniones de los autores antes mencionados y muchas de ellas definen las tácticas utilizadas por investigadores de países desarrollados que avalan la importancia del reconocimiento en la contribución, pero excluyen deliberada y sistemáticamente la coautoría de instituciones más pequeñas, como una forma de neocolonialismo científico.

“Descolonizar y no solo diversificar los planes de estudio es reconocer que el conocimiento está inevitablemente marcado por las relaciones de poder”.

También se encontró que, en la mayoría de los estudios elaborados, los científicos locales eran mucho más propensos a realizar trabajo de campo en su propio país para investigadores extranjeros. Igualmente, la poca representación y discriminación hacia investigadores que pertenecen a minorías étnicas –aún más si son mujeres–, habla mucho acerca de los obstáculos que la ciencia todavía aloja para todos aquellos que no forman parte del prototipo científico occidental.

Pew Research Center encontró que las personas de etnias racializadas trabajando en las áreas STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas por sus siglas en inglés) son cuatro veces más propensas que las personas caucásicas a decir que su lugar de trabajo no presta suficiente atención al aumento de la diversidad racial y étnica. Cerca de la mitad de ellos menciona que han llegado a experimentar discriminación laboral, y “aproximadamente uno de cada ocho (12 %) de este grupo dice que se han enfrentado a barreras específicas en la contratación, promociones y salarios en forma de salarios más bajos o menos oportunidades de promoción que sus compañeros blancos”. “El lugar de trabajo todavía está orientado a la promoción de los blancos sobre las minorías, independientemente de las leyes vigentes para promover la igualdad en la fuerza laboral”, explica uno de los encuestados.

En casos donde la subordinación sistémica racial se une con el sexismo, el escenario se torna menos alentador. La UNESCO afirma que en Sub Sahara, solo el 30 % de los investigadores en todas las ramas son mujeres. Muchas de las que se encuentran en los campos STEM, tienden a abandonar carreras de investigación científica en su segundo año, ya que el sistema en el que se encuentran no fue creado ni se ha adaptado para su protección e impulsión académica. Y para aquellas que ya se encuentran trabajando profesionalmente, las responsabilidades y el poder para tomar decisiones se encuentran bastante minimizadas.

Consecuencias en esta problemática tras la pandemia

Asha de Vos también explica cómo en áreas de conservación ambiental, las investigaciones en países extranjeros se vieron afectadas tras el confinamiento por el coronavirus. Muchos de los investigadores que no trabajaron en la capacitación continua de socios locales para el trabajo de campo, tendrían que afrontar un agujero de datos en recolecciones científicas que ya llevaban años trabajando.

Mientras las fronteras permanecen cerradas y el mundo en práctico aislamiento, Asha afirma que “este período resalta la necesidad de asociaciones sólidas en el terreno si queremos tener éxito en nuestros esfuerzos de conservación”.

Pasos en el proceso de descolonización científica

Rohan Deb Roy sugiere que se debe alentar a las instituciones, organizaciones y museos que cuentan con colecciones imperiales a reflexionar los procesos políticos violentos en los que estos objetos de conocimiento global fueron adquiridos. Esto con el propósito de proporcionar investigaciones mucho más éticas y democráticas.

En el mismo rubro, las colaboraciones científicas mencionadas con anterioridad deben sufrir cambios transversales en los métodos de reconocimiento para coautorías e investigaciones científicas fuera del mundo hegemónico. Comenzar la conversación sobre los limitantes que la academia no convencional ha tenido que sufrir también generaría un cambio significativo en la participación de estas dentro de la creación científica.

“Un currículum descolonizado traería al diálogo cuestiones de clase, casta, raza, género, habilidad y sexualidad, en lugar de pretender que existe algún tipo de identidad genérica que todos compartimos”.

La difusión de un aprendizaje con fuentes equitativas es crucial para la reflexión y memoria colectiva consciente acerca del camino no siempre ético que el descubrimiento científico recorrió durante la historia. Los alumnos deben tener la oportunidad de conocer el uso que la medicina occidental tuvo en el proceso colonizador y en la creación de prejuicios raciales y sexistas que aún persisten en el mundo moderno. Deb Roy también afirma que una reconstrucción en el conocimiento dominado por el hombre blanco europeo es necesaria, y aún más, que esta historia descolonizada del desarrollo de la ciencia llegue a las escuelas.

Priyamvada Gopal, profesora de la universidad de Cambridge señala que “descolonizar y no solo diversificar los planes de estudio es reconocer que el conocimiento está inevitablemente marcado por las relaciones de poder. Un currículum descolonizado traería al diálogo entre sí cuestiones de clase, casta, raza, género, habilidad y sexualidad, en lugar de pretender que existe algún tipo de identidad genérica que todos compartimos”. También apunta que aquellas minorías no acostumbradas a verse reflejadas en el desarrollo científico del mundo moderno tienen el mismo derecho que “los hombres blancos de élite para comprender cuál ha sido su propio papel en la forja de logros artísticos e intelectuales”.

Aunque la mayoría de las universidades que ha decidido realizar acciones al respecto, ha empezado por incrementar el número de investigadores provenientes de estos grupos, distintas fuentes aseveran que una evolución del conocimiento únicamente occidental deberá empezar a destacar la contribución histórica de comunidades marginalizadas en la historia y enfrentar ciertos aspectos desagradables de la historia en la ciencia.

El llamado hacia la eliminación del parachute science, es un tanto más complejo que sólo un aumento en el número de autorías de investigadores minoritarios en papeles científicos (aunque también muy necesario). Principalmente, es transformar la manera en la que se leen los textos convencionales y hacer preguntas incómodas acerca de los procesos científicos que se llevaron a cabo en siglos anteriores. “La descolonización va a suceder en la mente”, dice Siyanda Makaula para Nature.

Fuente e imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/ciencia-colonialismo

 

 

Comparte este contenido:

Libro(PDF): «Heteronomías en las ciencias sociales. Procesos investigativos y violencias simbólicas»

Reseña: CLACSO

Este trabajo no busca cuestionar ni desacreditar la imprescindible actividad académica, ni sus enormes aportaciones sociales, ni dejar de reconocer el trabajo serio, riguroso y socialmente incidente que han realizado y realizan una gran cantidad de científicos sociales. Sabemos y reconocemos que desde las ciencias sociales se imprime mucho esfuerzo, conocimiento y compromiso en aras de resolver problemas económicos, políticos, psicosociales y ecológicos y que esta labor la realizan de manera cotidiana y sistemática colegas que trabajan con una enorme empatía social y respeto a las comunidades, los grupos o los sectores sociales con quienes investigan. Sin embargo, también reconocemos sesgos importantes inscriptos en el propio campo científico donde prevalecen orientaciones vinculadas con enfoques neoliberales de la ciencia, donde más allá de la perspectiva teórica con la que se investiga, predomina la impronta neoliberal monológica, heteronómica y extractivista que incluye violencia simbólica y participa en la reproducción de las relaciones de poder dominantes.

De la Introducción de José Manuel Valenzuela Arce

Autor (a): José Manuel Valenzuela Arce.

Editorial/Edición: CLACSO

Año de publicación: 2020

País (es): Argentina

ISBN: 978-987-722-633-1

Idioma: Español.

Descarga: Heteronomías en las ciencias sociales. Procesos investigativos y violencias simbólicas

Fuente e Imagen: https://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?orden=&id_libro=2215&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1406

Comparte este contenido:
Page 2 of 7
1 2 3 4 7