El aula, un participante activo

Por: Sofía García-Bullé.

En el proceso enseñanza-aprendizaje, el maestro y el alumno son los protagonistas, pero existen componentes secundarios que ejercen una influencia significativa en la calidad de la experiencia educativa, uno de los más importantes, es el aula.

El punto de partida

La relevancia del lugar donde se aprende es algo en lo que la mayoría de los expertos y autoridades educativas están de acuerdo. Joan Young, experta en educación y desarrollo infantil, detalla lo que se espera de un salón de clase para habilitar el aprendizaje.

“Un ambiente positivo en el que los estudiantes tengan un sentido de pertenencia, puedan confiar en otras personas, se sientan impulsados a tomar desafíos, hacer preguntas.”

Esta descripción es concisa y de carácter atractivo, no deja dudas acerca de lo que debe tener un lugar de aprendizaje, sin embargo, es muy general y pone de manifiesto un cuestionamiento importante en la discusión acerca del salón de clases.

Si bien, hay consenso en la experiencia que queremos extraer de nuestros espacios educativos, sabemos que las actividades que se realizan en el aula son muy variadas, y no podemos hablar de un modelo unitalla en cuanto a la distribución de los lugares de estudio. Lo que sí es posible es desarrollar estrategias que hagan el mejor uso del espacio en cada situación específica que surja de las necesidades educativas.

Diálogo o verticalidad

Uno de los principales dilemas cuando discutimos la influencia del salón de clase, parte de la relación que fomenta entre el maestro y los estudiantes. Una tradicional disposición en hileras, por ejemplo, ejerce una interacción vertical entre quien imparte el conocimiento y quien lo recibe. En esta distribución, el maestro está en el frente, estableciendo un vínculo jerárquico con sus educandos, acomodados en bloques, que aún si conforman un ambiente ordenado y práctico, no facilitan la comunicación bilateral.

El propósito de esta alineación es que el maestro hable y los estudiantes escuchen, lo cual puede ser muy provechoso en algunas instancias, pero en otras, donde la participación y la colaboración son necesarias, esta distribución trabaja en contra.

Un acomodo semicircular, por otro lado, habilita la democratización de la experiencia educativa. Un estudio realizado en Alemania, en el que participaron estudiantes de cuarto grado, comprobó los diferentes efectos de una distribución lineal y una semicircular.

Dividieron un grupo en dos para que cada uno probara uno de estos dos acomodos, los resultados mostraron que las preguntas y participación tuvieron más reincidencia en el arreglo semicircular, que en el lineal. Esta conclusión invita a una pregunta trascendental: ¿Entonces, cómo aprenden mejor los alumnos?

Escuchar para mejorar

La mayoría de los maestros ha pasado por esa difícil dinámica de asignar asientos, decidir junto con los estudiantes quién se sentará dónde, y qué más va a haber en el salón de clases. Si va tener arte, o libros, si contarán con una mascota de la clase, si van a decorar, los colores y texturas que van a utilizar y todos los demás elementos que conforman un espacio educativo

Incluir a los estudiantes en este proceso es indispensable, pero no siempre los resultados son favorables o productivos a largo plazo. Discernir entre lo que el grupo quiere y lo que el grupo necesita es difícil. Stephen Heppell, especialista en innovación educativa habla de cómo canalizar a los estudiantes para conseguir mejor retroalimentación.

En 2015 Heppell hizo a los alumnos de los colegios SEK una pregunta: ¿Podrías mejorar tu aprendizaje? No les preguntó dónde querían sentarse ni de qué color querían tapizar el muro del salón, a grandes rasgos no les preguntó su opinión; más bien retó sus habilidades para la investigación e incentivó su pensamiento crítico, pidió a los estudiantes que revisaran los métodos, distribución y estructura de diferentes escuelas, con el fin de descubrir qué era lo que hacían mejor, los resultados fueron esclarecedores.

El ejercicio reveló una posición de verticalidad excesiva en la manera en la que tradicionalmente se ejerce la educación y la falta de pensamiento crítico en los esfuerzos de mejora, uno de los alumnos de Heppel declaró: «He ido a siete colegios diferentes y esta es la primera vez que alguien me pregunta ‘¿cómo podemos mejorar?»

La clave, no es solo preguntar a alumnos y maestros qué es lo que funciona o no en materia de distribución del aula, para encontrar una respuesta útil y duradera es necesario hacer uso crítico de los estudios, observar constantemente las nuevas tendencias, medir su efectividad, establecer un diálogo con los estudiantes sustentado en lo que ellos mismos observan y distinguen. Estas son las acciones que propician el mejor ambiente para educar y aprender.

Fuente del artículo: https://observatorio.itesm.mx/edu-news/espacioseducativos

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